7 Wigamba: Legión zombi
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El número de zombis sigue aumentando a medida que los ataques contagian el virus zombificador. Ahora se han convertido en una legión que ataca bajo el mando de Jean-Luc, el zombi original, según la voluntad del temible Wigamba. Darsen no ceja en su intento de recuperar a Berenice, pues en su sangre corre la fórmula capaz de detener el envejecimiento; pero ella no cederá fácilmente porque tiene otros planes, entre ellos aceptar la oferta del maestro vudú, que se ha metido en su mente para llevarla con él y convertirla en su sucesora. Antes de leer este libro adquiere “1 Wigamba - El hacedor de zombis” en este mismo sitio.
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Book preview
7 Wigamba - Marcus van Epe
7 Wigamba
Legión zombi
Marcus van Epe
Smashwords edition
Copyright: 12 Editorial AC / Alejandro Bernardo Volnié Abuásale - 2012
Cover design: COVALT | www.covalt.com.mx
Cover image: Ron Chapple | Dreamstime.com
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* * *
Contenido
¿Fue alucinación?
Un zombi más
Déjenme dormir
Discreta huida
Ven a mí y te haré grande
Mejor abandonar
Ellos son tuyos
Secuestrado
Son como muñecos
Debemos marcharnos
¿Fue alucinación?
El doctor Darsen salió despavorido de la habitación de Wigamba. El corazón le latía desbocado y su cuerpo se cubría con una fina capa de sudor helado. Había perdido el control de sus músculos y sus extremidades temblaban. El portazo con que cerró sin pretenderlo daba fe del estado alterado de su organismo. Trataba de pensar, pero no lo conseguía. Sentía ahogarse bajo la bata blanca al tiempo que algo en su interior lo urgía a huir, a alejarse de ese lugar donde sucedían cosas tan extrañas.
Corrió escaleras abajo con paso tambaleante, asiéndose del pasamano para no caer porque sus rodillas se negaban a sostenerlo, y así salió a la terraza. Intentaba huir de la pesada atmósfera que lo ahogaba en la casa, urgido de una bocanada de aire fresco y un instante de sosiego para recomponerse, pero el negro seguía ahí, bamboleándose en el asiento con los ojos cerrados, como llevaba tantas horas, y de sólo verlo su acceso nervioso tomó nuevo impulso. Ahí no encontraría la calma que le urgía, así que volvió a entrar en busca de un rincón donde aislarse de todo hasta recuperar el aliento.
Ya tomaba las escaleras para refugiarse en el ático cuando notó que la boca se le había tornado pastosa. La lengua se le pegaba al paladar y su garganta estaba reseca. Viró en redondo para ir a la cocina en busca de un impostergable trago de agua. Mientras veía el vaso llenarse bajo el grifo del fregadero se sintió desesperar. Tardaba demasiado, no estaba seguro de poder esperar hasta que se completara, así que cuando apenas iba a medias empinó el contenido, primero con un trago grueso que le revitalizara la garganta y enseguida un buche para diluir el sabor a metal que impregnaba su lengua y carrillos.
Bebió tres vasos completos, y al terminar se inclinó sobre la tarja para mojarse la cabeza y el cuello, y lavar el sudor salado de su rostro. Al terminar retomó el camino al ático, ahora refrenando el paso a pesar de su urgencia de encerrarse a solas.
Al llegar buscó el banco frente al microscopio y se sentó recargado contra la pared. Sabía que debía calmarse, así que aspiró una larga bocanada de aire e intentó retenerla, pero poco duró en sus pulmones. El inesperado retorno de Jean-Luc, que cruzaba la puerta con la mirada perdida y el paso entorpecido, le indujo un sonoro espasmo que algo tuvo de grito.
El viejo se levantó y echó mano del revólver, pues el negro achocolatado iba directamente hacia él. Supuso estar a punto de jalar del gatillo, sólo toleraría que el zombi se acercara un paso más antes de hacerlo. El muchacho debió adivinarlo pues se detuvo justo en ese instante para quedar contemplándolo con la mirada perdida.
—¿Qué quieres? —le preguntó con voz temblorosa, pero no obtuvo respuesta, sólo su mirada persistente que hacía recordar la de una mascota hambrienta. Entonces cayó en cuenta de lo que se trataba, así que cuidándose de conservar la distancia abrió la única jaula que aún contenía ratas sanas y sacó una para ofrecérsela.
Eso era, simplemente tenía hambre, ¿pero cuánta? Él no podía adivinarlo, era la clase de respuestas que sólo Wigamba era capaz de dar, lo que implicaba bajar a preguntarle. Sin embargo no se le antojaba dejar al zombi a medio comer, así que mejor siguió dándole roedor tras roedor hasta que percibió que su frenesí por devorarlos había desaparecido.
Cuando salió del ático se percibía un tanto más tranquilo, aunque al bajar las escaleras el temblor en sus rodillas persistía. Salió a la terraza porque hablar con Wigamba se había vuelto indispensable, pues si Jean-Luc había regresado, seguramente los otros tres también.
Ahora el negro se paraba al filo de la terraza con la mirada fija en el borde del claro, así que el viejo volteó hacia ese punto de manera instintiva y lo que vio bastó para que perdiera la escasa calma recuperada.
De la espesura iba surgiendo una peculiar fila de zombis, todos igualmente torpes, todos igualmente manchados de sangre. Su aspecto era motivo suficiente para alarmarse, pero su número aún más, pues eran cinco, y los dos que se habían unido al grupo le resultaban familiares. Eran los empleados de Kessler, que habían estado por ahí recientemente, cuando rastreaban las huellas de Dana.
—¿Qué pasa, Papa Wigamba? —preguntó sin ocultar su desconcierto, en un tono que parecía más de súplica que de curiosidad.
—Ahora son más. Eso es todo.
—¿Eso es todo? —la voz de Darsen salía temblorosa porque aún no se había recuperado por completo del pánico de poco antes.
—¿Prefieres que anden sueltos por ahí? —preguntó en son de burla.
El viejo decidió no responder. Seguía con las ideas nubladas, sin embargo le resultaba fácil comprender que el negro tenía razón, así que se limitó a verlos cruzar el claro formados en una fila que lideraba Dana, y no les despegó la mirada hasta que entraron en la casa sin haberse detenido frente a él o al negro.
—¿Dónde van a dormir? ¿Los debo alimentar? —las preguntas salieron como una ráfaga.
—Ya comieron.
—¡Están hechos un asco! ¿Qué comieron? ¿Gallinas, terneros, otro policía?, ¿qué fue esta vez? —quedó viendo a Wigamba en espera de una respuesta que nunca se produjo, entonces comprendió que no podía saberlo pues no había cruzado palabra con ellos, y el que llegó primero estaba limpio de sangre y hambriento, así que no había participado en lo que hubiera sido que terminó por mancharlos. Al menos para eso tenía una explicación, y enseguida comprendió que el negro había deducido que no estaban hambrientos pues bastaba con ver el rojo en sus ropas y percibir la lentitud en sus movimientos para entender que ya habían comido.
—Los pondré a todos en el sótano. No tengo ropa con qué vestirlos y pronto comenzarán a oler mal —soltó el viejo refunfuñando, llevado en una suerte de ataque de rebeldía. Había decidido que él no sería la nana de esa legión de zombis que invadía su casa.
Wigamba se encogió de hombros y entró sin responderle. Cuando Darsen lo siguió, los cinco recién llegados ya bajaban las escaleras, tal como lo había dispuesto, y el negro enfilaba hacia la planta alta.
Verlo subir le causó sobresalto. ¿Seguiría el baúl en su lugar o habría quedado en otra posición? Si estaba movido se daría cuenta de que había tratado de abrirlo. De pronto el