Un cordón escarlata de esperanza
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About this ebook
Sheryl Griffin fue despertada a las 12:30 a.m. el 27 de enero del 2007 por olas de nausea intensa, calores sofocantes que agonizaban su cuerpo, falta de respiración y un corazón que latía como para salir de su pecho.
Llama al 9-1-1 le susurró a su esposo. Creo que me estoy muriendo.
Después de un sinnúmero de análisis médicos, pruebas y consultas, Sheryl descubrió que ella estaba sufriendo de ataques de pánico derivados de un Trastorno por Estrés Postraumático –resultado de una vida de tribulaciones llena de culpa, vergüenza y temor. Esta revelación la llevó a empezar una jornada de auto-descubrimiento para descubrir las raíces de su ansiedad. Ella no se pudo haber imaginado que su sanidad requeriría que ella sacara a luz cada detalle de su historia personal de debajo de la alfombra.
Fue difícil y emocionalmente agotador confesó. No hay soluciones rápidas. Pero lo mismo que Dios me habló durante mis días más oscuros es lo mismo que Él te ofrece a ti hoy:
¡Siempre hay esperanza!
Sheryl Griffin
Sheryl Griffin’s mission is to share hope. In 2007, Sheryl suffered a severe panic attack, which led to the diagnoses of post-traumatic stress disorder, along with panic and anxiety. This led her on a quest to find answers to the many questions she had regarding her past, her choices, and things that happened to her. She slowly began to recognize patterns in her life:1. Always taking responsibility for others choices and behaviors.2. Putting things under the rug-never confronting.3. Ignoring red flags in relationships.She began to journal at her doctor’s request, and she soon realized God had a much bigger plan than simply helping her find the answers to the questions she sought. It is a plan that she never dreamed of, but it has become a purpose and passion in her heart. The purpose is clear: to share the message of hope and all that comes with it; grace, mercy, freedom, and forgiveness.Sheryl tells her story at retreats and conferences at women’s and family events to large and small groups. Her book, A Scarlet Cord of Hope, chronicles her journey and serves as an encouragement to others struggling with depression, stress, anxiety, and guilt. Through her own testimony, Sheryl helps others break free from shame and fear through the love of Christ and a biblical perspective.Sheryl has extensive experience and training in Early Childhood Education and has had opportunities to nurture and teach children for over twenty years, and she has also been actively involved in children, youth, and women's ministry.Originally hailing from Northern California, Sheryl now lives in Tennessee with her husband Doug whom she has been married to since May 1996. They have two children. You may have heard about Sheryl on Doug's Nationally Syndicated Family Friendly Morning Show: Doug and Jaci Velasquez.
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Un cordón escarlata de esperanza - Sheryl Griffin
CONTENIDO
EL COMIENZO
LAS VISITAS CON MÍ MAMÁ
LA VIDA FAMILIAR CON MI PAPÁ
LAS HORMONAS DE LA ADOLESCENCIA
VIVIENDO CON MÍ MAMÁ
ACEPTANDO A CRISTO
Y LUEGO VINO EL MATRIMONIO
LA PALIZA
SECRETOS
LA ACUSACIÓN
LA FELICIDAD Y LA DISFUNCIÓN
LA INFIDELIDAD
MI MAMÁ
DIVORCIO
MAMÁ SOLTERA
CONOCIENDO A DOUG DE LA SELVA
VERDAD
UNA VIDA NUEVA
MI PAPÁ
CONTROLADA POR EL TEMOR
ESTRECHANDO Y DESARROLLÁNDOME
ENTRÉGALE LAS LLAVES
LA MUDANZA QUE ABRIÓ LA PUERTA
MÁS…
LAUREN
LA FE Y EL SOLTAR
PÁNICO Y TEMOR
NUBES OSCURAS SE FORMAN
LA TORMENTA PEGA
QUE EMPIECE LA SANIDAD
EL PODER DEL PERDÓN
PERDIDO Y ENCONTRADO
LA JORNADA CONTINÚA
ACERCA DE LA AUTORA
CAPÍTULO 1
EL COMIENZO
Porque tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien. No fue encubierto de ti mi cuerpo, bien que en oculto fui formado, y entretejido en lo más profundo de la tierra. Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas.
Salmo 139:13-16
El año era 1965 y la vida, como dos personas jóvenes la conocían, estaba por cambiar. Habían realizado sus votos de matrimonio y prometieron amarse y honrarse el uno al otro frente de la familia del joven. Todos sabían porque se estaban casando, aunque no era aparente aun.
A menudo me pregunto si mi madre se hubiera casado de no haber quedado embarazada conmigo. ¿Hubieran salido como novios más de las pocas veces que lo hicieron antes de que ella quedara embarazada? ¿Acaso estaban realmente enamorados?
A pesar de que las probabilidades estaban en su contra, hicieron lo que se esperaba de ellos y a la vez guardaban la esperanza de que todo saliera bien. En algún momento dentro de los cinco años y medio en el que estuvieron casados, el abuso de alcohol, las acusaciones, y las disputas abrieron la puerta a que esa esperanza se hiciera una memoria distante. El divorcio que les siguió en 1972 fue lleno de ira y engaño.
Siendo una niña de cinco años, empecé a tomar la responsabilidad por las decisiones y comportamientos de los demás. Yo me sentía responsable por el rompimiento de mi familia y del dolor y la ira que mis padres abiertamente mostraban frente a mí. Cada uno contaba historias de traición, abuso e inestabilidad.
Tengo memorias de ellos discutiendo y gritándose. Una vez en particular se encontraban en la cocina y sus voces rápidamente se intensificaron. Yo estaba en el cuarto de en frente viendo televisión. Mientras miraba hacia la cocina, se me hizo un nudo grande en el estomago. No los podía ver, pero pude oír el tono y las palabras de ira. Mi papá se dio cuenta que yo estaba escuchando y me mandó a mi cuarto. Inmediatamente brinqué y obedecí. Al estar sentaba en mi cama, alguien cerró la puerta de mi cuarto. Escuche más gritos y después llantos. Tomé mi muñeca y mi cobija, y las abracé fuertemente a mi pecho mientras lágrimas se formaban en mis ojos.
Quería correr a la cocina y abrazar a mis padres con la esperanza de parar las palabras furiosas que se lanzaban el uno al otro. No entendí porque se estaban peleando, pero pensé que de alguna manera yo era la responsable. ¡Si solo me hubiera portado mejor! Más culpabilidad se amontonaba en mi corazón cuando me di cuenta de que yo no tenía el valor de abrir la puerta y pedirles perdón.
Estaba a mitad de mi año de kínder cuando acordaron que yo terminaría el año escolar y continuaría viviendo con mi papá, mientras que mi mamá escogió irse a vivir a varias horas de allí para estar con su hermana y su cuñado. Lo que sucedió después de eso depende de a quién le preguntes. Según mi papá, mi mamá voluntariamente firmó los documentos legales dándole a él la custodia permanente de mí antes de que ella se fuera de la casa. Mi mamá dice que ella firmó los documentos, pero había también un acuerdo verbal entre ellos diciendo que al finalizar el año escolar ella tendría la custodia permanente de mí y que yo viviría con ella.
Poco después que mi mamá se fuera de la casa, mi papá y yo dejamos el dúplex donde habíamos vivido y nos mudamos a la casa de sus padres. Mis abuelos hacían todo lo que podían para consolarme y protegerme de la dura realidad de lo que sucedía. Yo mantuve mis sentimientos de culpabilidad y tristeza en mi corazón. Trataba de no llorar cuando me encontraba triste o extrañando a mi mamá porque sabía que eso haría que mi papá se sintiera mal.
Después del acuerdo del divorcio, mi papá obtuvo mi custodia permanente. El juez le otorgó a mi mamá dos visitas anuales – una semana después del día de Navidad y dos semanas en el verano. Se le permitía llamarme por teléfono una vez a la semana los domingos por la noche. Mi mamá estaba furiosa con la orden del juez y prometió seguir peleando para obtener la custodia de mí.
Las batallas en los tribunales continuaban y durante una de las últimas audiencias el juez quiso oír de mí. Para esto me fue asignado un abogado defensor de niños.
Mis padres me prepararon sobre quien era la mujer, a quien yo le estaría respondiendo, y sobre la importancia de lo que yo tendría que decir. Finalmente llegó el día cuando la conocí. Yo estaba nerviosa. La situación pesaba mucho sobre mi corazón. Intenté recordar lo que mis padres me dijeron que yo respondiera. No pude recordar cual padre me dijo qué, y todas las inseguridades de mi niñez regresaron con furor, haciéndome sentir que no importaba lo que dijera, iba a dar la respuesta incorrecta. Yo quería creer que tenía una varita mágica para unir nuevamente a mi familia. Yo quería decir las cosas correctas para hacer que todo funcionara.
No recuerdo todas las preguntas que me hicieron, ni cómo respondí, pero sí recuerdo que le dije que quería vivir con mis padres. Su respuesta fue corta y llena de simpatía. Perdóname Sheryl, eso no parece ser una opción hoy.
Me fui de su oficina preguntándome si dije las cosas correctas para que todos estuvieran felices. Me preguntaba si ella le diría a alguien lo que yo le dije. Continúe manteniendo todo muy dentro de mí.
Lo que ahora sé
El propósito de Dios para mí fue nacer con el ADN específico de cada uno de mis padres. Mis padres quizá no planearon tenerme, pero Dios si lo planeó. Yo no fui un accidente.
Yo no fui responsable por el rompimiento del matrimonio de mis padres.
Es natural que los niños de padres divorciados se sientan confundidos y quieran vivir con sus padres.
Mis padres (sin querer) me pusieron en medio de su divorcio y de sus sentimientos del uno para el otro. Esto abrió la puerta a que la culpabilidad y la vergüenza tomaran forma en mi mente y corazón.
El divorcio afecta a toda la familia. Los niños y los adultos lo afrontan de manera distinta. Los niños no tienen la madurez emocional o la habilidad de comunicación verbal que se requiere para comunicar plenamente sus sentimientos y a menudo les dirán a los padres lo que ellos creen que quieren oír.
Cada año un millón de niños son afectados por el divorcio.
Hilos de esperanza
Lee el Salmo 139:1-16. ¿De qué manera puedes empezar a escoger el vivir como si creyeras que esta escritura es verdad y que fue escrita para ti?
¿Puedes recordar un momento de tu niñez cuando quisiste complacer a dos adultos con diferentes agendas al mismo tiempo? ¿Cuál fue el resultado?
¿Mirando hacia atrás con la sabiduría y perspicacia que ahora has adquirido que le dirías a un niño que está luchando en complacer a dos adultos que están en desacuerdo?
¿Ha afectado tu vida un divorcio o una relación fracturada (por medio de ti misma(o), tus padres, tu familia, o tus amigos)?
¿Qué elementos claves podrían emplearse para ayudar a un niño a enfrentar una situación con padres divorciados?
CAPÍTULO 2
LAS VISITAS CON MÍ MAMÁ
La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.
Juan 14:27
Poco después que el divorcio de mis padres se finalizó, cada uno se casó de nuevo en el mismo día, en el mismo estado, y cada novia estaba embarazada. Yo soy la hija única
de mis padres. Soy la mayor de seis hijos de mi padre y la mayor de dos hijos de mi madre. Entre la edad de seis a quince años, crecí con mi papá y madrastra, sus dos hijos de un matrimonio anterior y tres medios hermanos mucho más menores.
Durante nuestras visitas, mi mamá en veces quería tener la plática
conmigo. Estas conversaciones siempre me ponían nerviosa. Ella me decía cosas terribles de mi papá, cosas perturbadoras de su matrimonio con él. Luego me hacía preguntas normalmente relacionados con ella misma. Yo frenéticamente buscaba en mis memorias, tratando de encontrar la respuesta correcta a lo que ella estaba buscando. Estas preguntas a menudo estaban relacionadas con ella misma… ¿Sheryl, si tú pudieras cambiar una cosa de mí, que sería?
Recuerdo que una vez le respondí nerviosa que deseaba que ella dejara de fumar. En ese momento me pareció razonable mi respuesta. Ella fumó su cigarrillo más detenidamente de lo normal, le sonrió a mi padrastro y dijo, Pues eso no va a cambiar.
La sonrisa que compartió con mi padrastro me dio alivio. Había contestado de manera que no la había puesto triste.
El tiempo con mi mamá siempre incluía viajes divertidos, ropa nueva, viajes a Disneylandia, Knott’s Berry Farm, parques y ferias. Disfrutábamos jugar juntos. Uno de mis juegos favoritos en ese tiempo era un juego de mesa llamado «The Peanut Butter and Jelly». Yo amaba ese juego. Frecuentemente yo hacía trampa para asegurar que mi mamá o yo ganáramos y que mi padrastro perdiera. En respuesta a mi petición, también jugaban a la casita o al médico conmigo. Cuando jugábamos a la casita, mami y yo éramos las buenas y mi padrastro siempre fue relegado a ser el extraño o el malo. Cuando yo sacaba mi kit de médico, yo siempre era la médica, mi mamá la enfermera, y mi padrastro siempre tenía que ser el paciente enfermo. Nunca fallaba: cualquier cosa que le molestaba, la Dra. Sheryl tenía la cura – y regularmente incluía recibir una vacuna o dos. Yo me aseguraba que esas inyecciones entraran firmemente en su brazo. Él siempre fue el paciente valeroso y tenía una sonrisa en la cara.
Mirando atrás, ahora entiendo que fui influenciada por los comentarios de mi papá sobre mi padrastro. Desafortunadamente, yo no fui muy amable con él. No era que yo fuera una persona competitiva. Yo no tenía que ganar los juegos, solo asegurarme que él no ganara. Él parecía entender que la razón que yo lo trataba de esa manera era por causa de mi situación.
Demasiado rápido, cada visita llegaba a su fin. Mientras íbamos al aeropuerto, yo sabía que nuestra relación regresaría a una llamada corta por teléfono los fines de semana y a las tarjetas hechas en casa que ella me mandaba por correo. Pasarían seis meses hasta que nos viéramos de nuevo.
En camino a casa de papá, yo meditaba en la imagen de mamá – su cabello rubio, largo, y hermoso, su maquillaje aplicado a la perfección, hasta su olor. Frecuentemente aplicaba la loción de manos Rose Milk para siempre oler a rosas. Su casa era bonita y limpia, tenía un sentir amoroso – las camas tendidas, la ropa lavada y siempre guardada, los ceniceros limpiados cada noche, las vitrinas ordenadas, los platos nunca se quedaban en el fregadero y el mostrador siempre quedaba limpio y sin desorden. Las mesas de centro y los estantes siempre estaban libres de polvo y los pisos siempre estaban aspirados, trapeados y barridos. Durante la hora de la comida nos sentábamos como familia a la mesa. Hablábamos, reíamos, y jugábamos juntos.
Nuestras visitas juntos siempre eran divertidas – eso es, con la excepción de los últimos días. Esos se pasaban con poca comunicación y una tristeza subyacente. La realidad de no vernos por muchos meses fue dura. Durante una visita en particular, mientras nuestro tiempo juntos terminaba, mi mamá y mi padrastro me preguntaron si yo quería irme a vivir con ellos. ¡Claro que yo dije que sí! El resto del día nuestras conversaciones iban en torno a la posibilidad de moverme, cambiar mi nombre…y nunca ver a mi papá y a su familia otra vez.
Lloré cuando comencé a entender todo lo que eso implicaba. Yo quería vivir con mi mamá, pero también quería vivir con mi papá. Me dijeron que le llamara a mi papá y le dijera que ya no volvería a su casa. Lloré mientras le decía que no regresaría. Mentí y le dije que fue mi idea y que esto es lo que yo quería.
En ese tiempo, me parecía que solo habían pasado minutos para cuando llegó mi papá a la puerta de la casa con el sheriff. La realidad es que se hubiera tomado horas y posiblemente días porque él tendría que haber hecho una reservación de vuelo, contactar a su abogado, y encontrarse con el departamento del sheriff local. Mientras papá y el sheriff se quedaron parados a la puerta, mamá calmadamente junto mis cosas y las puso en mi maleta. Me abrazó y con lágrimas en sus ojos me dijo que nunca olvidara cuanto me amaba.
Papá y yo nos fuimos al aeropuerto en el asiento trasero del automóvil del sheriff. Mientras nos acomodábamos allí, los dos lloramos y nos abrazamos. Yo me sentí responsable por el dolor y la angustia que vi en mi papá, pero también me sentí responsable por las lágrimas y el dolor que vi en mi mamá cuando me fui. Lloré todo el camino a casa. Por lo que sé, ninguna acción legal fue tomada en contra de mi mamá.
Yo me sentía culpable por querer vivir con mi mamá y por decir «si» a su plan, aunque cuando me di cuenta lo que eso significaba, cambié de pensar. Me sentí culpable por decirle a mi papá que no