Alfarero de Cuentos
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About this ebook
Los avisos publicitarios venden valores artificiales. El consumo es la única opción para mantenerse con vida. Los dispositivos tecnológicos son vías de evasión. Personas sin mayoría de edad juegan a ser adultos. Incursionan en los vicios para mayores. El temor inhibe toda tentativa de acción. No hay claridad sobre la razón de ser. El sentido de la vida hace tiempo se extravió. Quizá un regreso a la espiritualidad, reviva de nuevo la esperanza.
Luis Carlos Molina Acevedo
Luis Carlos Molina Acevedo was born in Fredonia, Colombia. He is Social Communicator of the University of Antioquia, and Masters in Linguistics from the same university. The author has published more than twenty books online bookstores:I Want to Fly, From Don Juan to Sexual Vampirism, The Imaginary of Exaggeration, and The Clavicle of Dreams.Quiero Volar, El Alfarero de Cuentos, Virtuales Sensaciones, El Abogado del Presidente, Guayacán Rojo Sangre, Territorios de Muerte, Años de Langosta, El Confesor, El Orbe Llamador, Oscares al Desnudo, Diez Cortos Animados, La Fortaleza, Tribunal Inapelable, Operación Ameba, Territorios de la Muerte, La Edad de la Langosta, Del Donjuanismo al Vampirismo Sexual, Imaginaria de la Exageración, La Clavícula de los Sueños, Quince Escritores Colombianos, De Escritores para Escritores, El Moderno Concepto de Comunicación, Sociosemántica de la Amistad, Magia: Símbolos y Textos de la Magia.
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Alfarero de Cuentos - Luis Carlos Molina Acevedo
esperanza.
PREÁMBULO FANGOSO
Capítulo 0
Alfarería 1
—Recuerda, del polvo vienes, polvo eres y al polvo volverás.
El maestro lanzó la frase y dejó un suspenso, flotando en el aire.
— ¿Ahora me colocará la santa ceniza?
El tono del aprendiz fue irónico y sarcástico.
— ¡Ah, eso!
El maestro pareció no haber dicho nada, solo mirar al aprendiz con ojos apacibles.
—Nada.
Juvenal pareció no haber dicho nada también, pero entendió, había dejado traslucir su hondo pensamiento. El impulso lo había llevado a revelar su infantil aversión hacia los asuntos religiosos. La frase del maestro lo volvió a los momentos de la infancia. El sacerdote pronunciaba la misma frase antes de trazarle con ceniza la señal de la cruz en la frente. Era el signo de inicio de la cuaresma católica.
El maestro, después de arquear su ceja derecha, dio un cuarto de giro a su cuerpo hacia la derecha. Quedó de nuevo frente a la mesa del torno. Encorvó su espalda. Apoyó sus manos sobre la arcilla húmeda. Comenzó a darle vueltas al torno con su pie derecho. Su pie izquierdo reposaba sobre el apoyo para pies.
***
El aprendiz, por su parte, se hundió en los recuerdos de la infancia. Volvió al origen de su aversión hacia lo religioso. Habían terminado de rezar el rosario. Tenía cuatro años. A su mente volvió la imagen de la casa de campo. Le gustaba. Vivió en ella hasta los cinco años. Luego la familia se vino a la gran ciudad.
Alfarería 2
— ¿Por qué vino?
El maestro, sin dejar de hacer lo suyo, sacó al aprendiz de sus reflexiones.
—Mi padre me envió.
***
El aprendiz volvió a la imagen de su padre, justo al terminar de rezar el rosario. Vamos a persignarnos
, dijo. Por la señal, de la santa cruz…
Recordaba muy bien su reacción. Se rió con nerviosismo. Su hermana menor tenía cara de pánico.
Alfarería 3
— ¿Eso quiere decir, lo obligaron a venir?
El maestro se oía algo decepcionado.
—Más o menos.
***
Hazlo de una vez
, fue el grito airado del padre ante la risa del pequeño. El niño se llevó el dedo pulgar a la frente. Comenzó a trazar la señal de la cruz acompañada de las respectivas palabras. Antes de terminar, volvió a ser poseído por la risa incontenible.
Alfarería 4
El maestro curvó sus manos alrededor de la arcilla, para centrarla mientras giraba en el torno.
—Lo primero con la arcilla, es centrarla.
El maestro estaba ahora posesionado de su papel. Comenzó a dar sus enseñanzas como si ante sí tuviera a un aprendiz esmerado, deseoso de aprender el arte de la alfarería.
— ¿Qué dice?
El aprendiz hizo la pregunta por reflejo. Le pareció, el maestro había dicho algo. Trataba de competir por su atención puesta en los gritos del padre, ahora alojado en los recuerdos.
***
¿Este vergajo se quiere hacer pegar?
, fue el grito, mucho más enojado, del padre. El niño entró en pánico. Corrió hacia la salida trasera del gran salón. Era la única abierta.
Alfarería 5
—Después de centrar la arcilla, se perfora hacía abajo.
El maestro seguía empeñado en desempeñar su papel, fiel al guión propio de su oficio. Dejaba al aprendiz la responsabilidad de desempeñar el suyo de acuerdo con el guión propio de quien tiene el interés de aprender.
—Ya veo.
***
No se sabía si lo dicho por el aprendiz se refería a lo dicho por el maestro, o a sus recuerdos. No corras
, oyó el niño en su carrera. El padre se levantó de su cama para salir detrás de él.
Alfarería 6
—Se Mantiene el movimiento uniforme del torno. El índice entra en la masa. Las manos la mantienen centrada.
El aprendiz, esta vez no dijo nada. Estaba preocupado ahora por ganarle la carrera en el recuerdo a su padre.
***
Cuando el padre vio, el pequeño le había tomado más ventaja de la esperaba, regresó a la cama. El chico quedó en medio de la oscuridad, en el patio lateral izquierdo de la casa. Tenía todos los sentidos aguzados para detectar cualquier signo de acercamiento del padre enojado.
Alfarería 7
—Luego estiramos hacia arriba para volver a recuperar la forma perdida.
Las manos del maestro, cubiertas por el barro húmedo, arrancaban la forma geométrica a la masa de barro. La bola de barro tomaba forma regular. Humedeció su mano en la vasija. Estaba al lado del torno. Fue como si llenara de magia sus manos. Al contacto con las manos, la masa cedió inmediatamente. Se dejó llevar hacia la forma de la idea. Estaba en la mente del maestro. La transmitía a través de los dedos. Primero perfeccionó la redondez. Lo llevó hasta el centro del torno. Luego con el índice derecho empezó el orificio hacia abajo. Buscaba la cavidad. Pronto llegaría a ser una vasija. La masa se acható con la presión del índice. El maestro tomó los bordes del orificio entre los dedos, pulgar e índice, de ambas manos. La obligó a recobrar la forma redonda.
***
Desde la oscuridad de la noche, el niño permaneció vigilante de la luz. Salía por la puerta abierta. Cuando vio, el ala de la puerta emparejó la oscuridad de la noche, se acercó sigiloso. En ese momento la madre se disponía a cerrar la puerta. Él se le asomó. Ella le hizo indicaciones. Lo invitó a entrar. Él se asomó a la puerta para ver si el padre estaba dormido. Dudó. Entre, ya se durmió
, dijo la madre.
Alfarería 8
—Luego expandimos de adentro hacia fuera. Con el índice derecho empujamos. Con el izquierdo mantenemos el centro, mientras redondeamos.
***
El aprendiz no dijo nada. El maestro pensó, por fin había captado su atención y ahora estaba concentrado en sus instrucciones. Pero el aprendiz ahora estaba lleno de dudas. La madre le habló con firmeza. Se devolvió. Cuando tenía el pie derecho adentro y el izquierdo afuera del umbral de la puerta, vio, el padre se levantaba rápidamente de la cama. El pánico lo hizo moverse rápido. Corrió con toda la fuerza de sus piernas. Sabía, en el fondo, está era la casería definitiva. Recorrió el corredor trasero. También cruzó el lateral izquierdo de la casa. Cuando corría por el centro del corredor frontal, la puerta del frente se abrió, dando paso al padre. El miedo creció. El esfuerzo para escapar, fue mayor.
Alfarería 9
—Con el empuje hacia fuera, aumentamos el tamaño de la cavidad interior. El índice izquierdo mantiene el centro. Obliga a las paredes de la vasija a mantener el mismo grosor.
Los matices de la voz del maestro no dejaban lugar a dudas. Aquello era su pasión.
***
El aprendiz seguía corriendo en su mente tan rápido como las piernas se lo permitían. Alcanzó a ganar el final del corredor frontal. Entró en el camino para alejarse de casa. Cuando creyó, por fin escaparía, la punta metálica se enterró en sus espaldas.
Alfarería 10
El maestro ahora mantenía con firmeza el índice derecho dentro de la vasija y el izquierdo afuera. Obligaba a la masa a tomar la forma de una esfera perfecta. De cuando en cuando, el maestro tomaba una esponja. Limpiaba el exceso de humedad. Ésta iba quedando sobre la base del torno.
—Es bueno limpiar la humedad con frecuencia. Las manos están más cómodas. El barro mantiene su consistencia. No se desmorona.
***
El aprendiz sintió, no era un índice quien modelaba su forma ahora. La hebilla de la correa le inyecto una alta dosis de dolor en el cuerpo. Frenó en seco. El padre le dio unos correazos más, antes de tomarlo del brazo derecho. Lo llevó casi arrastrando hasta la casa. ¿Este sinvergüenza creyó, se iba a salvar de la pela?
, dijo el padre mientras caminaba. Quería terminar de descargar la rabia. Le quedaba mucha en el cuerpo.
Alfarería 11
—Ahora rebajamos con la espátula en la base para terminar de darle la forma esférica a la vasija.
El maestro sacó un pequeño artefacto de madera. Lo había tallado el mismo. Comenzó a liberar la masa de rodajas de barro como si fuera la cáscara de una naranja. Parecía pelar una fruta. Ahora la vasija era una esfera perfecta con un pequeño orificio en la parte de arriba. Ésta en nada interfería con la redondez de la forma.
***
El pequeño se fue a la cama en medio de profundos sollozos. Se demoró para dormirse. El calambre todavía seguía regado por todo su cuerpo. Cuánto dolía aquel puntazo. Todavía le sangraba. El dolor se volvió cansancio en poco tiempo. Se quedó dormido sin darse cuenta.
Alfarería 12
—Esta es la forma correcta de hacer una esfera.
El aprendiz salió del ensimismamiento. Concentró la mirada con interés en la esfera de barro. Ahora el maestro la mostraba como algo rutinario.
—De verdad, es sorprendente. Quién esperaría, de una bola de barro, saliera algo tan bello —dijo el muchacho.
El aprendiz siguió maravillado un instante más. Sus ojos contemplaban con embeleso aquella pieza. El maestro se dirigió al aparador. La descargó con cuidado en el estante. Otras se secaban allí.
***
El muchacho optó por volver a internarse en sus recuerdos. ¿Para qué es desobediente?
, le dijo la madre al día siguiente cuando le mostró la herida púrpura. Con las cosas de Dios no se charla
, agregó para hacerle sentir su falta. Él era el único culpable por lo sucedido. Desde ese día había aprendido a persignarse a la perfección, no por convicción, sino por miedo. Quizá de ahí le venía la aversión por las cosas religiosas.
Alfarería 13
—Ahora es su turno para mostrar lo aprendido.
El aprendiz fue sacado de sus pensamientos por la voz del maestro. Ahora le extendía una bola de barro. Le indicaba, se sentara ante el torno.
— ¿Qué quiere decir?
El aprendiz parecía no entender qué sucedía.
—Ahora es su turno de hacer una esfera.
—No creo, pueda hacerlo.
—Si no lo intenta, jamás sabrá si puede o no hacerlo.
El aprendiz recibió la bola de barro.