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Sicalípticos y reencauchados
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Sicalípticos y reencauchados
Ebook150 pages1 hour

Sicalípticos y reencauchados

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About this ebook

Reúne las dos primeras novelas que escribió hace algunos años: Falso al amanecer (1999) y su continuación, Un valsecito subterráneo (2000), que se mantenía inédita.

En estas dos novelas, Carlín describe las peripecias de un grupo de jóvenes delincuentes aficionados a la buena vida y al rock a finales de los años 90. En Falso al amanecer narra los problemas sentimentales de un traficante de drogas dedicado a la juerga; Un valsecito subterráneo es un día en la vida de un sicario juvenil fan del grupo inglés Killing Joke. En las dos novelas, se revelan variopintos personajes propios de la Lima de los últimos años del siglo pasado.

Ernesto Carlín (Callao, 1974) ha publicado las novelas Falso al amanecer (1999), Takashi. Historias Robadas (2010) y Lima Subte (2012), y el libro electrónico Sicalípticos y reencauchados (2013). Cuentos suyos se encuentran en varias antologías. Se desempeña como periodista en el diario El Peruano y la Agencia de Noticias Andina y como docente en la Universidad Federico Villarreal. Además, es crítico de cine y teatro. Estudió literatura en la Pontificia Universidad Católica del Perú y periodismo en la Universidad del País Vasco (España).
LanguageEspañol
Release dateSep 14, 2016
ISBN9786124655906
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    Sicalípticos y reencauchados - Ernesto Carlín

    —12—

    Falso amanecer

    A la mujer de mi vida, mi madre.

    Al amor de siempre, el Sport Boys.

    No te asustes del futuro

    ese monstruo no volverá.

    Nacha pop

    Preludio

    Un día de esos que son para olvidar. Calor, apatía y Frente! en los parlantes. Tirado en la cama sudando a mares. Short de jean y rosario en el pecho. Suena el teléfono.

    — ¿Aló, Maestro?

    — Habla, muñeca. ¿Qué hay?

    — ¿Me reconoces?

    — No. Todos los cabros tienen la misma voz.

    — ¿Qué haces?

    — Me rasco los huevos.

    — Soy Despojo. ¿Tienes algo?

    — Si no lo tengo, no existe o es legal.

    — No, huevón. Algo en la noche.

    — Ya se ve.

    — No lo veas que hay una movida.

    — Muévete solo que tengo una costilla de poco kilometraje pero con unas ganas de quemar motor...

    — Sí, huevón.

    — ¿Y cuál es tu famosa movida?

    — Tónico con intensión de fiesta griega y algo de orgía romana en el jato del Marqués.

    — Puta, no sé. Es martes y la chibola está como quiere, o sea como quiero. Y, puta, no sé.

    — Puta, no seas huevón. Llévala.

    — ¿Y si se asusta?

    — Si sale contigo no tiene miedo a nada.

    Ya muere la tarde y un baño se impone. Duda un momento frente a la casetera. No sabe si cambiar Frente! por Midnight Oil (para seguir la onda australiana) o por Cranberries (para seguir con la onda de... no sé, las hembras que cantan suave, supongo). Finalmente se decide por Los Titanes. Sube el volumen con la esperanza de escucharlos desde la ducha. Posando frente al espejo a ritmo de qué locura fue enamorarme yo de ti... reflexiona: putamadre, la cinta era de Eddy Santiago. Media hora más tarde el peine se rendía ante la rebelde cabellera. Jeans limpios, camisa limpia, zapatos limpios, ropa interior limpia, dientes limpios, billetera limpia... Putamadre, ¿dónde consigo plata?. La tarjeta de crédito de papá se reunió con el solitario condón de la limpia billeta. El Volvo 850 de la familia ilumina la noche. Las pistas de la ciudad jardín se rinden ante cuatro llantas radiales. Mocosa, allá voy. Radio Miraflores pasaba lo nuevo de las Go—Go’s. Se estaciona frente a su casa y la llama por celular.

    — Aló, Ale. Estoy al frente.

    — Ya voy, un ratito.

    (A los diez minutos)

    — Hola, Maestro. ¿Cómo estás?. Ay, qué botarate que eres. ¿Por qué no me tocaste el timbre en lugar de gastar tu celular? ¿Adónde me vas a llevar?. Pero qué rica tu colonia. ¿Insense, de Givenchi?. ¿Te acuerdas de lo que te decía por teléfono anoche? Pues, resulta que...

    El contacto del motor. El Maestro sonríe al camino. Su acompañante, de nombre Alessandra y apellido italiano terminado en ini, llena el carro con un aroma que se podría catalogar como «tierna carne rubia de ojos azules pidiendo ser comida». Se sabe que está en el Santa Ursula. Se supone ha hecho la confirmación (o al menos la primera comunión).

    — Flaca, ¿no quieres algo para ponernos pilas?

    — El primer algo de la noche fue marihuana, el segundo GBH a todo volumen.

    — ¿Qué? ¿No me digas que te gusta esa música loca?

    — ¿No te gusta?

    — Me encanta. Te repito: me en—can—ta. Todo lo alternativo me fascina. Todos los días escucho eso de Pearl Jam, Bon Jovi, Estón Temple Pailots... Mi mamá dice que me voy a quedar sorda con esa música, pero es bien movida. No sé, es cien por ciento adrenalina. También me gusta Joaquín Sabina, Arjona y la nueva trova.

    Un sixpack hace señas del asiento de atrás. Confiada y sedienta abrió una lata de Pilsen con inyección de Gamaladol. Un short Guess color melón dejaba ver sus bronceadas piernas. Un top de olvidado color mostraba inexplicables medidas para la edad de su dueña (debe ser la alimentación a base de ravioles o algo así). El modelo de zapatos se han esfumado en la nebulosa de los recuerdos, pero la perfección de los dedos de sus pies sin callo estará siempre presente en la lívido pedicuromano.

    — Oye, Ale. Qué bonitas pecas tienes.

    — Ay, gracias. Qué galán eres.

    — ¿Si tienes pecas, por qué no pecas?

    — (Entre risas canábicas) Qué gracioso eres, Maestro

    Ya caíste, desgraciada. Conque alternativa eres, cojudita. Yo te voy a dar algo que es cien por ciento adrenalina. Esa naricita respingada esta noche va a gotear sangre, igual que tu...

    — ¿En qué piensas, Maestro?

    — En nada. ¿Por qué?

    — Es que sonreías raro.

    — No te preocupes, mi reina (sobándole la pierna).

    — ¿Adónde me llevas, travieso?

    — Aquí, nomás. A la reunión de un pata.

    (Voz en off). Cuando llegamos a Mendiburú había tranqueras y tombos por doquier. Serenazgo desviaba el tráfico. Vi dos o tres helicópteros apoyando la operación. Algo me hacía suponer que las fiestas en la jato del Marqués habían llegado a su fin...

    — Maestro, redada.

    — No te preocupes. Estás conmigo, estás con Dios.

    — ¿Adónde vamos?

    Una sonrisa del que sabe qué hacer como única respuesta. Un quiebre de timón y la aguja del velocímetro que se dispara. La Costanera, La Paz, José Gálvez, La Argentina, Gambetta, todo en cinco minutos.

    — Maestro, esto es una broma. Es un pueblo joven. Nos van a matar.

    — Calma, chiquilla, calma. Chupa nomás.

    Se calmó.

    Un silbido. Una ventana. Una morena. Repito: la morena.

    — Ya bajo.

    — ¿Quién es? (botella en mano pregunta Ale).

    — El Maestro, mirando el horizonte, enciende un cigarro.

    (La pantalla se oscurece)

    (La pantalla se aclara)

    — ¿Qué pasa Despojo? Estás en nada. (asevera El Marqués de Santa Cruz, Señor del vicio, Shamán honorario de la tribu, Burroughs criollo con ascendencia árabe, y, para colmo de males, aliancista)

    — Despojo, babeando desde el suelo, menta la madre a una sombra con la voz del Marqués.

    — Marqués, eres una mierda. Al Despojo le choca el ácido.

    — No jodas, Economista de mierda. Vete con tus travestis y no jodas.

    — Puta, esto es ondaroud, Kerouak, el bit, isi raider y toda esa nota. (Gritó, con los ojos en blanco, Bacilo)

    Hermosas pituquitas con cara de angustia. La gente de la mancha más el Beato (Putamadre, quién le pasó la voz) en perdida brava. Iron Butterfly en la parte sonora completa el decorado. El Gordo J.P. ve al Hombre Araña pegado a la pared. Una risa estúpida es su acertada reacción.

    — ¿Y, Marqués?. ¿Qué opinas?

    — No sé, Maestro.

    — Es buen negocio.

    — Es arriesgado.

    — El que no arriesga no gana.

    — Puta, pero debe ser caleta.

    — Claro, solo conocidos.

    — Puta, si nos tiran dedo nos cagamos.

    — No te preocupes, estás conmigo, estás con Dios.

    Espaider man, espaider man, nananana nánanana ... cantaba J.P.

    — ¿Y este cojudo?

    — Puta, tú sabes. Cuando está fumado...

    Una morena se acercó, tambaleante, con una copa de vino en la mano. A la morocha no le faltaba nada, le sobraba más bien, pero había solución para eso.

    — Tú debes ser El Maestro (y, como diría Ampuero, la negra sonrió como un piano de cola)

    (La pantalla se oscurece)

    (La pantalla se aclara)

    — Hola. Mi nombre es J.P. y soy un adicto.

    — Hola J.P. (contestaron veinte fumones más)

    (Otra voz en off) Mi problema comenzó en la infancia. Debió ser la influencia nociva que produjo en mí Popeye. Sí, me refiero al dibujo animado. En mi subconsciente asocié el verde de la espinaca con la fuerza, la felicidad, el amor y todo eso. En mi niñez me dediqué a comer espinaca como loco, por eso engordé (quién dijo que las verduras no engordan). Cuando crecí deduje que el verde que daba fuerza y felicidad era la marihuana. Después de la yerba siguieron otras drogas y terminé en el pay. Con la pasta me adelgacé. El flaco J.P. me decían. Gracias al señor, que iluminó mi corazón y me hizo abrirlo al amor (así era, ¿no, doctor?), vine a dar al programa Piedritas en el Zapato. Aquí, con la ayuda de todos mis hermanos, el doctor me hizo entender que las drogas no son la frambuesa de la que se alimentan los pitufos, sino la kriptonita que debilita a Superman. Uno debe saber escoger a sus amigos. Por eso, cuando uno de mis viejos compinches de juerga, todos poseídos por el demonio, me ofrece droga, yo le recuerdo ese capítulo de Don Gato y su Pandilla en que...

    (La pantalla se ilumina a más no poder)

    Un foco. Paredes de ladrillo. Las sábanas por el suelo. El colchón a rayas muestra su desnudez. Caset mal grabado de Wham! en un Punto Azul. Olor a mar se cuela por la ventana.

    — Acomódate.

    — Alexandra se sienta en una silla.

    — Maestro, ¿Qué vamos a hacer?

    — ¿Qué pasa, flaquita? ¿No te quieres divertir?

    — Sí.

    — Entonces. Mi amiga es buena voz. Ya lo verás.

    — Maestro, ¿Tú vistes el capítulo de Calígula en que Julián Legaspi emborracha a una inocentona y le hace el amor con una chica más, de esas enfermas?

    — Sí. ¿Por qué?

    — Yo también.

    La mocosa se levanta de una silla y, sin mirar atrás, abre la puerta y se va. El Maestro, perplejo, mira a Alitú. Alitú, perpleja, mira al Maestro. El Maestro y Alitú se miran perplejos.

    Una blonda cabellera aparece en el umbral de la puerta.

    — ¿Qué? ¿Se la creyeron?

    Una rubia más en la larga lista del Maestro.

    Siempre nos quedará Cajamarca

    Its so easy to fall in love

    Buddy Holly

    El televisor encendido. Cambio de canal. La almohada varía su posición. Cambio de canal. Se mueve la sábana. Cambio de canal. ¿Qué estará haciendo? Cambio de canal. Cambio de canal. Cambio de canal. Un encendedor. Cambio de canal. Un cigarro. Cambio de canal. Olor a

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