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Unas vidas cualesquiera
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Unas vidas cualesquiera

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Ambientada en la España de los años 30, la trama de la novela gira en torno a la fuerte amistad desde la infancia entre dos hombres, Ignacio y Carlos, compañeros de escuela, de juegos, de filas y de vida. Los dos protagonistas consiguen sobrevivir juntos a pruebas tan duras como la distancia o a la guerra y ambos llevan una vida que aparenta normalidad.

Pero hay un secreto entre los dos amigos que nunca ha sido desvelado. El gran amor de Carlos desde los once o doce años ha sido Ignacio. Cuando por fin llega la democracia y se atreve a confesar sus sentimientos, su amistad tiene que pasar por uno de los grandes baches de la humanidad: la tolerancia y el respeto.

Se vierten reflexiones sociales y opiniones muy duras sobre el papel de los diferentes bandos en la Guerra Civil Española y también sobre el papel que desempeñó la iglesia durante el conflicto y en la posguerra.
LanguageEspañol
Release dateJun 1, 2017
ISBN9788494725135
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    Unas vidas cualesquiera - Gabriel Ibáñez

    2015

    Capítulo primero

    Ignacio Zabala Asurmendi

    Me llamo Ignacio Zabala, nací en 1916 en un pueblo de Guipúzcoa llamado Aretxabaleta, mi familia tenía un buen pasar; mi padre era el encargado de que el personal trabajase adecuadamente en una empresa dedicada a fabricar piezas de metal que después vendíamos al resto de España y exportábamos al extranjero, así que tenía un sueldo bueno y podía mantenernos bien, sin lujos pero bien, no pasábamos normalmente falta de nada.

    Éramos seis hermanos, cuatro varones y dos mujeres, yo era el mayor. Nunca me faltó el cariño de mis padres ni el de mis hermanos, crecí feliz, todo lo feliz que puede ser un niño que desde chiquito tenía la responsabilidad de ayudar a madre, de cuidar de los hermanitos que se llevaban conmigo pocos años. Madre no trabajaba fuera, se dedicaba, en cuerpo y alma, a las tareas de ama de casa, con la carga de siete personas a las que había que alimentar, vestir, asear, lavar la ropa y plancharla, al acecho siempre de constipados, gargantas, diarreas, las cosas normales de los pequeños; además de limpiar la casa y mantenerla en perfecto estado de revista, porque ella tenía que barrer el pavimento todos los días, limpiar el polvo, hacer mil y una cosas tan importantes para las mujeres y que sobre las que los hombres pensamos, por nuestra forma de ser, que qué mal puede hacer algún papelucho por el suelo, algún poquito de tierra seca, el tenue polvillo sobre los muebles, o en vez de lavar las cortinas que cubrían las ventanas cada tres meses, hacerlo una vez al año, si es que era necesario. Mi padre se lo decía a mamá: «¡Carmen! ¿Por qué tienes que trabajar tanto, si las principales necesidades, como son el comer y el vestir, las tenemos cubiertas?». Madre no hacía ni caso de estas diatribas de papá y mías, ella tenía que tenerlo todo impoluto, tan limpio como una patena, y con nuestras ropas no os digo nada: teníamos que salir todos los días para el colegio limpios, limpísimos, porque ¿qué dirían las vecinas si los hijos del encargado de la fábrica no iban de punto en blanco a cumplir con sus deberes infantiles?

    Así que yo, como el mayor de los hermanos, tenía que cuidar de ellos, vigilarlos para que no se pegasen, para que comiesen bien, para que se manchasen lo menos posible, y así algunos días tenía muy poco tiempo para jugar con mis amigos, aunque es verdad que en cuanto mi madre acababa sus obligaciones como ama de casa, me dejaba salir a la calle a jugar con mis colegas y ella se ocupaba del resto de sus hijos.

    Mi pueblo está situado entre montañas, tiene poco terreno llano pero esto precisamente le da ese encanto especial que le encontramos todos los nacidos en Aretxabaleta; sus colinas siempre verdes, los pequeños prados llanos, cubiertos de hierba jugosa para alimentar al ganado, tanto si son vacas, ovejas o cerdos. Las calles de este pequeño paraíso son anchas y bien trazadas, limpias y con una alegría suave que invade el espíritu y el carácter de todos sus habitantes. Las casas, de una o dos plantas, eran de piedra; no existían como ahora edificios de pisos y ladrillos, esos horribles edificios que recuerdan a las colmenas con tantas familias que tienen dentro; todo sea por los adelantos de la actualidad.

    Aretxabaleta es hermosa y bella para mí; no tiene gran ambiente de jolgorios, no tiene grandes hoteles ni cafeterías lujosas ni edificios históricos de gran porte, pero sí que tiene alguna cafetería fina y bien arreglada donde se suele ir con la esposa e hijas para que tomen ambiente;  también hay alguna discoteca donde los domingos los chicos y las chicas van a mover el esqueleto y a quedarse sordos con esos zumbidos de la música disco; también tenemos la discoteca infantil, o sea desde los 14 hasta los 17 años, para que se vayan acostumbrando para cuando cumplan 18 y tengan que ir a la de mayores.

    Está también el Casino, donde se hacen bailes de sociedad no como antiguamente, a los que solo asistían las gentes bien (me refiero económicamente), ahora solo se exige ser socio con una cuota mensual, ir limpio y algo bien vestido y ya está. También cuenta con una sala de dominó y otra de billar, ya sabéis para qué, y las dos salitas donde surgen tertulias interminables de amigos, jubilados y toda persona que quiera charlar con gente conocida de toda la vida, alguna vez con algún visitante de otros pueblos u otras ciudades.

    Otra cosa que tenemos, muy importante para nosotros, son las tabernas-bares. Son los lugares preferidos del sexo masculino normalmente, aunque ahora también, bueno ya desde hace varios años, las chicas con esos pantalones con agujeros desteñidos, desgastados y con las culeras rotas ocupan mucho espacio en ellos, fuman como carreteros, casi todas, dejan en mantillas a los chavales, pagan a partes iguales las consumiciones y los mayores nos quedamos boquiabiertos cuando vemos estas cosas: ¿cómo hubiera sido posible que en mis tiempos pagasen las mujeres, habiendo hombres en la reunión? Está claro que la mujer, en la actualidad, parece que coge las peores costumbres masculinas, aunque está en su derecho de poder hacer lo que quiera: fumar, beber, trasnochar, hacer el amor cuando le apetece, gritar en público, enseñar el ombligo y parte de los pechos cuando se visten con esa ropa mínima que algunas llevan; yo creo que esa ropa está diseñada por los modistos o por quien la diseñe para excitar a los hombres; vosotros sabéis que los hombres tenemos siempre las ganas de sexo hechas, ¿entonces a qué vienen esos escotes preciosos o esas hermosas piernas descubiertas tres dedos más abajo de sus ingles?; esto nos beneficia a los hombres porque tenemos cosas hermosas, bellas y deseables delante de los ojos, aunque te levante «el ánimo» te aguantas y para no ser machista te callas: ¡hay que vivir con los tiempos!

    Voy a seguir con mi infancia; aunque lo último me produce alegría y placer, recordar mi época infantil me rejuvenece  y me da felicidad. Desde muy pequeño tenía un amigo llamado Carlos Iturbe, mi más querido amigo, el compañero ideal, el amigo del alma con el que correría las aventuras más importantes de mi vida. Nunca se enfadó conmigo, yo si me enfadé toda una semana con él, fue por egoísmo y una estupidez mía, por tontuna y poca tolerancia hacia la persona a la que yo más quería y quiero de fuera de mi familia. Es que es para mí como mi familia, lo quiero como a mi mujer y a mis hijos, daos cuenta de que lo conozco toda mi vida, mucho antes que a mi mujer y a mis hijos, es como un hermano, alguien a quien llevo muy dentro del corazón, no me avergüenzo de decirlo, sin él mi vida no estaría completa y no habría sido tan feliz y jugosa.

    Yo de niño parece que era muy bien parecido, pues decían que en la cara me parecía a mi madre que era muy guapa. Era una mujer de tez blanca con unos ojos azules preciosos y grandes, su boca era una preciosidad con labios carnosos y rojizos, su nariz recta y con un tamaño suficiente, su pelo era ondulado y negro y de cuerpo estaría muy bien cuando su marido, mi padre, no la dejó escapar, aun ya muy mayores recuerdo que papá bebía los vientos por mamá, no recuerdo ni un solo día en el que, al irse al trabajo y luego al volver, no la besase en la boca y le acariciase el pelo, aunque estuviésemos todos sus hijos delante. Sin saber por qué, me gustaba tanto, tanto, que mis padres hiciesen eso que me ha servido como ejemplo para todos mis años de matrimonio. Mi madre era dulce como la miel. También quería mucho a papá, decía de él que era el hombre más bien plantado y bueno que había en el mundo entero. Entre ellos se llevaban muy bien, nunca peleaban, por lo menos delante de nosotros; mi madre nos enseñó a quererlo como a un padre modelo, aunque era un poquito serio y recto, nunca nos pegó ni un azote a ninguno de sus  hijos y mira que éramos traviesos, pero él, cuando hacíamos algo que no estaba bien, nos regañaba al mismo tiempo que dialogaba con nosotros y nos hacía razonar para que no volviésemos a cometer el mismo error. Así sacaron entre los dos a seis buenas personas que fuimos su alegría y orgullo. En Aretxabaleta se nos conocía por los «hermanos Zabala», hijos de Ignacio Zabala y de Carmen Asurmendi.

    Todos mis hermanos y hermanas, excepto yo, se casaron con chicas y chicos de Aretxabaleta y viven aquí, yo me casé con María Arias, la chica más bella que os podáis imaginar. Es rubia con ojos marrones, con una piel trigueña que me enloquece; es de un bonito pueblo, con el mar muy cerca, pero me la traje a vivir a mi paraíso donde hemos tenido dos hijos varones y la princesa de la casa; mis hijos se llaman Manuel, Ignacio y Aránzazu y hasta ahora no me dan nada más que alegrías y satisfacciones, ¡ojala sigan siempre así!

    Me dedico, junto con mi amigo Carlos Iturbe, a la construcción de carreteras, canales y puertos, pues somos los dos ingenieros de caminos y, al acabar la Guerra Civil, nos asociamos y pusimos una oficina donde todos los días vamos a trabajar. Nos sale trabajo por toda la geografía hispánica, aunque nos costó mucho despegar, pues os podéis imaginar que cuando nos instalamos, allá por el año 1942, España estaba prácticamente hecha un solar, con multitud de caminos de tierra, muy pocas carreteras bien trazadas y asfaltadas, muy pocos canales que funcionasen bien y muchos puertos destrozados, excepto los naturales, que funcionaban bien. Tuvimos la desgracia de tener que ir al servicio militar sin acabar la carrera e inmediatamente después vino la Guerra Civil, que nos partió por la mitad, así que nos plantamos en los veintiséis años con una mano delante y otra detrás.

    Cuando acabó el conflicto entre hermanos de sangre y raza, aquella contienda nacional que sumió a todo el país en un pozo sin salida, en un horror de sangre, fuego, muerte y hambre en el que se perdieron todas las libertades habidas y por haber, en el que no solo perdimos vidas, haciendas, muchos brazos, piernas, heridas tremendas, vino la represión, aquella maldita represión que volvió a romper familias, a romperles el corazón con las encarcelaciones, aquello que nunca podremos olvidar los que las vivimos en carne propia y que dejó secuelas para siempre, el rencor irreconciliable entre los dos bandos, el rencor intrínseco hacia quien nos hizo daño, aún hay familias que no han podido enterrar a los seres queridos que perdieron en la guerra, aún hay familias que no saben dónde reposan los restos de un padre, un hermano, una madre, una hermana, el esposo, el hijo que perdieron en la cárcel, en esas malditas cárceles que se abrieron después de que acabara el conflicto, es algo tan indigno dentro de la paz que es mejor olvidarlo, no acordarse de todos los horrores que pasamos los españoles desde 1936 hasta 1939 y luego hasta 1940, 1941, 1942, 1943 y así hasta 1945 y más…

    Si la guerra estuvo tan mal por levantarse parte del ejército contra el poder elegido en las urnas (un gobierno totalmente legal elegido por amplia mayoría de los españoles), aún estuvo mucho peor la venganza infringida a los perdedores, la venganza de los grandes señores que lo habían tenido todo siempre sobre los que nunca habían tenido nada, la venganza impúdica, la venganza vergonzosa sobre los perdedores de siempre, sobre los desgraciados que se atrevieron a decir «basta, somos personas como ustedes y tenemos derecho a vivir bien con nuestro trabajo; tenemos derecho a poder comer todos los días, a que nuestros hijos no vayan vestidos con harapos, a que nuestras familias puedan vivir como personas, como personas dignas y respetables, a no tener que agachar la cabeza ante lo que diga siempre el señorito o el cacique, a tener opinión propia sobre lo que conviene al país, a poder elegir a sus gobernantes, a tener libertad de expresión, en unas pocas palabras… ¡a ser personas con derechos y deberes!»; pues todos sabéis que todo eso desapareció con la victoria de los nacionales, desapareció por muchos, muchos años, hasta que España volvió a empezar a tener algo de libertad a partir de

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