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Una proposición irresistible
Una proposición irresistible
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Ebook169 pages2 hours

Una proposición irresistible

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About this ebook

¿Podría conseguir que un matrimonio que había comenzado por obligación se llenara de amor?
La autosuficiente Nikki Day no supo cómo reaccionar al despertar en aquel hospital y encontrarse con el hombre que sin saberlo era el responsable de su "situación". Aunque había intentado alejarse de su ex jefe, ahora ella y su futuro hijo dependían de los cuidados de Alex Reed. Cualquier esperanza que tuviera de mantener su relación con Alex en el plano profesional se esfumó al ver la maravillosa casa que él había alquilado.
Y, si la piscina con forma de corazón no la emocionaba, sin duda lo harían las caricias de Alex…
LanguageEspañol
Release dateSep 7, 2017
ISBN9788491700746
Una proposición irresistible
Author

Allison Leigh

A frequent name on bestseller lists, Allison Leigh's highpoint as a writer is hearing from readers that they laughed, cried or lost sleep while reading her books. She’s blessed with an immensely patient family who doesn’t mind (much) her time spent at her computer and who gives her the kind of love she wants her readers to share in every page. Stay in touch at www.allisonleigh.com and @allisonleighbks.

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    Una proposición irresistible - Allison Leigh

    HarperCollins 200 años. Désde 1817.

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2005 Allison Lee Davidson

    © 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Una proposición irresistible, n.º 1595- septiembre 2017

    Título original: The Tycoon’s Marriage Bid

    Publicada originalmente por Silhouette® Books.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.:978-84-9170-074-6

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Epílogo

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    Nikki Day no quería abrir los ojos. Sobre todo, porque cuando lo hacía confirmaba que estaba en la cama de un hospital. Porque era absolutamente imposible que él estuviera allí, al lado de la cama.

    Aquello significaba que estaba viendo visiones.

    Estaba alucinando.

    Como si no tuviera bastante con lo que ya tenía.

    Se llevó una mano al vientre cuando sintió otra patada.

    Al menos, aquel movimiento le aseguraba que, fuera cual fuera el motivo por el que estaba allí, el bebé seguía perfectamente.

    Nikki estaba en su sexto mes de embarazo y estaba segura de que el niño sería futbolista.

    Dio media vuelta, intentando buscar una postura más cómoda. Sin querer, abrió los ojos.

    Él seguía allí.

    Cerró los ojos rápidamente. Apretándolos con fuerza.

    —Yo también me alegro de verte —dijo la aparición, en voz baja.

    Parecía ser que cuando Nikki alucinada, lo podía hacer con tanta precisión como lo había hecho todo en la vida. Le entraron ganas de reír por aquella ocurrencia. ¿Se habría vuelto loca?

    Volvió a cambiar de postura, deseando que no le doliera la espalda. Y deseando despertar de aquel sueño.

    —Ten cuidado. Te vas a quitar el gotero.

    Ella casi dio un salto cuando aquellos dedos largos y cálidos se posaron sobre su mano.

    Definitivamente, aquélla no era una alucinación.

    Se sentó tan bruscamente que la sábana le cayó a la cintura, mostrando un camisón de hospital.

    Sin embargo, él no le soltó la mano. Evidentemente, estaba preocupado por el tubo que tenía conectado a la mano. No había otra explicación.

    Él. Alexander Reed. Alex.

    El responsable del bebé futbolista. Aunque él no lo supiera.

    Había sido su jefe durante tres años, hasta que ella dimitió durante el verano.

    El corazón de Nikki iba tan rápido que pensó que se iba a desmayar.

    —Tranquilízate —murmuró él, inclinándose para pulsar el botón que colgaba de la cama—. No te pongas nerviosa. Estás bien y el bebé también.

    Ella tragó con dificultad aunque aquella noticia la tranquilizaba bastante.

    «El bebé. Concéntrate en el bebé».

    Con cuidado, apartó la mano de la de él.

    —¿Cómo he llegado a Cheyenne?

    Él meneó la cabeza.

    —No estás en Cheyenne. Sigues en Montana. En el hospital de Lucius.

    —Eso es —dijo la enfermera que en ese momento entraba en la habitación—. Y nos alegramos de ver que estás despierta —le aseguró con una sonrisa mientras rodeaba la cama, comprobando los monitores y anotando los resultados—. El médico vendrá enseguida —le dijo a Alex mientras le tomaba la tensión a Nikki—. Hoy estamos muy ocupados. Vienen dos bebés en camino— cuando acabó lo que estaba haciendo, la miró a la cara—. ¿Qué tal te encuentras?

    Nikki no podía hablar. Pero la enfermera la entendió.

    —No te preocupes por nada —le aseguró—. El médico no tardará mucho.

    Cuando la enfermera se marchó, Nikki volvió a mirar Alex.

    —¿Qué estás haciendo aquí? —no importaba lo que ella estuviera haciendo allí.

    —Me llamaron.

    Los ojos oscuros de Alex eran indescifrables, como siempre.

    —¿Quién?

    Él movió los hombros ligeramente, como si estuviera impacientándose. A ella no la sorprendía. Mientras había trabajado para él, Alex había confiado en ella para que se ocupara de todos los detalles de su vida. Ni siquiera habría festejado su propio cumpleaños si ella no se lo hubiera recordado.

    —La dueña del hostal donde te alojas —le dijo—. El único número que tenía, aparte del de tu casa, era el del trabajo. También me llamaron del hospital.

    —¿Hadley Golightly? —Nikki no recordaba nada de lo que había sucedido.

    Alex miró por la ventana. El cielo estaba gris, cargado de nieve. El tiempo era el típico del mes de enero.

    —Mi hijo… —susurró ella con la mano en el vientre—. ¿Está bien?

    —Sí —volvió a mirarla y la serenidad de su mirada la tranquilizó.

    —Sigo sin entender qué estás haciendo aquí.

    ¿Por qué no había llamado Alex a su familia en lugar de ir él mismo a Montana? No era como si no los conociera. Su hermana, Belle, había trabajado para él en la clínica deportiva Huffington durante una temporada.

    Entonces, le vino a la mente un trineo azul tirado por caballos.

    Cody le había prometido un paseo en trineo como regalo de boda.

    Pero de eso hacía muchos años.

    Nikki había subido al trineo sola. Era lo último que recordaba. Sentada en el asiento, sintiendo el aire frío de la mañana en el rostro.

    ¿O también sería un sueño? Parecía que no podía concentrarse en más de una cosa a la vez y los detalles se le escapaban.

    ¿Sería más fácil tratar con Alex que con su memoria?

    Probablemente, no.

    ¿Qué estaba haciendo allí?

    —¿Qué tal las cosas por la oficina? —preguntó sin poder evitarlo.

    —La semana pasada contratamos a otro administrativo.

    —¿Otro?

    Ella ya había oído los rumores de que tenía dificultades para encontrar a alguien que la reemplazara. Alex, el hombre que había convertido una pequeña clínica en un centro innovador conocido en todos los Estados Unidos.

    —¿Cuántos llevas?

    Él hizo una mueca.

    —Seis —dijo él volviendo a mirarla.

    Ella sintió que el corazón le daba un vuelco.

    Por eso le había costado tanto aceptar el trabajo. No quería sentir aquello por nadie. Y menos cuando todavía tenía a Cody en el corazón.

    Hacía ya más de tres años y medio desde que aceptó el puesto de secretaria de Alex.

    —¿Qué tal va todo por la clínica?

    La expresión de él no cambió.

    —¿Crees que he venido aquí a hablar de negocios?

    —Antes me llamabas unas cinco veces a la semana para hablar de negocios —aunque, después del primer mes, había dejado de llamarla. Ella había logrado relajarse, si bien sufría por haber dejado un trabajo que tanto le gustaba.

    —No habría tenido que llamarte si los del departamento de personal hubieran contratado a alguien competente.

    El bebé volvió a darle una patada.

    —¿A qué… a qué has venido? ¿A pedirme que vuelva?

    —¿Lo considerarías?

    —No.

    —¿Tienes otro trabajo?

    —Lo tendré pronto.

    Eso era lo que esperaba. Necesitaba saber cuánto tiempo iba a estar en el hospital. Llevaba varios meses viviendo de sus ahorros y no iban a durarle siempre. Tampoco quería pedirle dinero a su familia, aunque estaba segura de que ellos se lo dejarían sin problemas.

    Pero ella era Nikki Day. Capaz de cuidar de sí misma.

    Además tenía mucha práctica. Ya lo había hecho cuando su hermana Belle y ella, con sólo quince años, perdieron a su padre. También lo había logrado cuando Cody murió de manera inesperada.

    En ese momento, necesitaba el trabajo que le habían ofrecido.

    —¿Dónde? —preguntó él, sin creerla del todo.

    —No es asunto tuyo, Alex.

    Alex miró el reloj. Probablemente estaba deseando volver al trabajo. Lo conocía muy bien. Demasiado bien. El primer año con él, se había tomado una semana de vacaciones y se había marchado con su hermana a Florida. Cometió el error de llevarse el teléfono móvil y él no la dejó parar ni un segundo. Su hermana volvió con un bronceado maravilloso y un álbum lleno de fotografías y ella, sabiéndose el menú del servicio de habitaciones de memoria.

    No volvió a intentar tomarse otras vacaciones.

    —No quiero entretenerte más —dijo ella; estaba deseando que se marchara.

    —¿Te marchaste porque estabas embarazada?

    —Por supuesto que no —contestó ella rápidamente.

    La verdad era que cuando le dejó el sobre delante del ordenador con su dimisión todavía no sabía que estaba embarazada. Aunque, si lo hubiera sabido, lo habría hecho de todas maneras.

    —Podrías haberme dicho que estabas embarazada. Podríamos haber hecho algunos ajustes —dijo él, ignorando su negativa—. Podríamos haber contratado un ayudante.

    —Eso es lo que hiciste —señaló ella—. Yo lo dejé y tú contrataste a otro administrativo.

    —Me refería a buscarte un ayudante a ti —apretó la mandíbula—. Para que pudieras trabajar menos horas.

    Alex jamás se había preocupado por las horas que trabajaba.

    De nuevo volvía a sentir que debía estar alucinando.

    Se frotó las sienes.

    —No tenías que dejarme —insistió él.

    Dejarlo había sido su única salida. Pero no podía explicárselo.

    Dejó caer las manos y se apoyó en el cojín. Después, se tapó con la sábana hasta el cuello.

    No tenía frío. Pero necesitaba poner una barrera entre ellos.

    Ella había sido una buena secretaria. Pero no era insustituible.

    —Sigo sin entender qué haces aquí.

    —Tu hermana está de luna de miel.

    Ella frunció ceño, preguntándose cómo sabía aquello.

    —Sí.

    —Y tu madre está con su marido en un crucero.

    Su madre había pasado meses planeando aquellas vacaciones.

    —¿Y eso qué tiene que ver contigo?

    Él volvió a mover los hombros. Se levantó y caminó hacia los pies de la cama.

    —Alguien tenía que venir.

    Aquello tampoco era un motivo.

    Además, Alex nunca hacía nada que no tuviera planeado de antemano. No es que no fuera una persona amable cuando quería. Pero tenía nueve clínicas desde Florida a Arizona y él se ocupaba de dirigirlas todas. Además, sólo vivía para sus negocios. Si no hubiera sido su secretaria personal, nunca se habría dado cuenta de que existía.

    —Bueno —puso las manos abiertas sobre la sábana—. Te agradezco que te hayas preocupado pero, como puedes ver, estoy bien.

    —¿Es una manera educada de decirme que ya me puedo marchar? —su voz era seca.

    Ella se puso colorada.

    —Alex, esto es… embarazoso para mí —admitió ella.

    —¿Por qué?

    Ella apretó los puños.

    —¿Cómo te sentirías tú en mi lugar?

    —Quizás me alegraría de ver una cara amiga.

    Ella se puso aún más roja.

    —Ahora estás haciendo

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