Una cita a ciegas
By Emma Darcy
4/5
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About this ebook
Emma Darcy
Initially a French/English teacher, Emma Darcy changed careers to computer programming before the happy demands of marriage and motherhood. Very much a people person, and always interested in relationships, she finds the world of romance fiction a thrilling one and the challenge of creating her own cast of characters very addictive.
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Book preview
Una cita a ciegas - Emma Darcy
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Emma Darcy
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Una cita a ciegas, n.º 1435 - octubre 2017
Título original: The Blind-Date Bride
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises
Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9170-465-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
UNA cita a ciegas…
Zack Freeman puso los ojos en blanco ante la idea de conocer a una mujer que nunca había visto, de la que nada sabía, y que nunca volvería a ver a causa de su apretada agenda.
–Es estupenda –aseguró Pete Raynor, su amigo de siempre.
–Las mujeres estupendas suelen ser implacablemente ambiciosas.
–Puede que así sea en Los Ángeles, pero recuerda que estás en Australia, tu país. La hermana de Livvy es diferente.
–¿Diferente?
Con un movimiento de la cabeza Pete reprobó su tono burlón.
–Estás hastiado, camarada. Por eso viniste a pasar una semana conmigo. Te sentará bien una noche con una mujer australiana, hermosa y realista. Créeme.
Con expresión abatida, Zack volvió la mirada al plácido paisaje del mar cuyas olas bañaban la playa de Forresters. Estaban sentados en la terraza de la casa que Peter había adquirido hacía poco para evadirse de la presión de su trabajo como representante de un banco internacional. El lugar quedaba a una hora y media de Sidney. Un sitio perfecto para relajarse, le había dicho Pete en tono persuasivo cuando lo invitó a pasar una semana en recuerdo de los viejos tiempos.
Eran amigos desde la infancia y siempre se habían mantenido en contacto, aunque la vida los hubiera separado. Pete había optado por una carrera competitiva y arriesgada; en cambio Zack había elegido el campo de la creación a través de la tecnología informatizada. Había organizado una empresa que se dedicaba a la producción de efectos especiales para el cine, con mucha demanda en la actualidad.
Pero en ese momento no quería pensar en el trabajo. Al día siguiente un vuelo de la Qantas lo llevaría a Los Ángeles donde tenía que asistir a unas cuantas reuniones ya programadas. Así que aún podía disfrutar con su amigo, como en los días de la despreocupada juventud, cuando comían hamburguesas con patatas fritas después de una mañana de surf y de largos descansos en la playa tendidos al sol.
Había sido una buena semana, sin tener que impresionar ni convencer a nadie. Con Pete habían repetido todas las cosas que solían hacer en el pasado como jugar al ajedrez, escuchar música, beber cerveza, contar chistes, en fin, simplemente disfrutar de la vida.
Se sentía maravillosamente perezoso y no quería dejar ese estado hasta que estuviera obligado a hacerlo. Era un sábado, una tarde de verano y la vida era fácil. No necesitaba una cita a ciegas; ni ninguna cita, pensó con un suspiro. Se sentía muy bien así como estaba.
–Pete, ve y disfruta con tu chica. De veras que no me importa. No tienes que cuidar de mí. Me siento perfectamente a gusto en mi propia compañía.
–Es nuestra última noche juntos –replicó Pete. Su tono afligido remeció la conciencia de Zack–. No puedo librarme del compromiso porque es el cumpleaños de Livvy.
¿Es que pensaba ser un aguafiestas y escabullirse de la última noche con su amigo?
Según Pete, Livvy Trent era una mujer muy especial. La había conocido cuando paseaba a su perro en esa misma playa. Con gran talento para las finanzas, ocupaba un puesto de responsabilidad en el Ministerio de Hacienda. Vivía en la costa central porque trabajaba dos días en Sydney y tres en Newcastle. Tal vez esa relación iba camino de convertirse en algo serio. Eso le haría muy bien a Pete, que a esas alturas de la vida deseaba algo más que dedicarse enteramente a los mercados bursátiles del mundo.
La carrera de Zack estaba en su apogeo. Las grandes empresas cinematográficas demandaban constantemente los efectos especiales creados por su compañía. Y de ninguna manera pensaba desaprovechar esa racha de éxito. No tenía tiempo ni deseos de relacionarse con una mujer que exigiera algún tipo de compromiso. Demasiadas demandas, demasiadas distracciones. Por lo demás, solo tenía treinta y tres años. Quería disfrutar de sus logros. Así que la búsqueda de una mujer especial bien podía esperar.
–Te aseguro, Zack, que si no hubiera conocido a Livvy primero, le habría echado el ojo a la hermana –dijo Pete en tono persuasivo–. Catherine es impresionante.
–¿Y cómo es que está disponible un sábado por la noche?
–Por la misma razón que tú. Ha venido a pasar el fin de semana con su hermana.
–Y adivino que Livvy no desea dejarla sola.
–Es cierto –dijo en tono compungido–. Pero, ¿quieres ayudarme, Zack, por favor?
Estaba claro que a su amigo realmente le interesaba esa mujer. Zack deseó que sus sentimientos fueran correspondidos y que ella no pensara en Pete como una buena caza en términos financieros. Sí, Pete tenía una excelente situación económica. Y no estaba mal físicamente.
Era más bajo que Zack, de pelo oscuro y muy corto que empezaba a escasear en las sienes. No como Zack, que lucía unos salvajes cabellos oscuros y ensortijados que, según él, le conferían una imagen artística, probablemente muy útil en su trabajo.
Pete siempre había tenido una cara muy expresiva, con una sonrisa contagiosa y unos ojos verdes que irradiaban picardía. Zack, en cambio, sabía que su humor era variable. Pete afirmaba que poseía un alma misteriosa y compleja, muy a propósito para crear los efectos especiales de las películas. Incluso solía bromear diciendo que en vidas pasadas tenía que haber sido un vampiro con esa tez aceitunada, eso ojos oscuros, y esos blancos dientes.
Como fuera, las mujeres se sentían más atraídas hacia Zack que hacia Pete. Era un hecho que él no podía controlar.
–De acuerdo. Siempre y cuando no te ofendas si me aburro con esa Catherine, me excuso y me vuelvo a casa.
–¡Hecho! –convino Pete, con una abierta sonrisa.
Una cita a ciegas…
Catherine Trent miró a su hermana con una expresión de total desacuerdo.
El fin de semana con Livvy en gran medida se debía a la necesidad de estar lejos de los hombres, de uno en particular. En esos momentos la cortesía sería un esfuerzo que no estaba dispuesta a hacer.
Pero la mirada reprobadora no funcionó, más bien alentó a Livvy a insistir.
–¿Sabes cuál es tu problema, Catherine? Tienes una fijación con Stuart Carstairs que ya dura mucho tiempo y eres incapaz de pensar que otros hombres pueden ser más atractivos. Y también más convenientes para ti.
«A ver si me encuentras uno», se burló Catherine mentalmente.
Perdonaba todos los deslices de Stuart porque sencillamente no quería estar con nadie más que con él.
Comparados con Stuart, los otros hombres le parecían aburridos. Sin embargo, su última infidelidad había sido imperdonable. Había tenido una aventura sexual con una colega de diseño gráfico de su propia oficina. Un duro golpe para su orgullo.
Catherine tenía que terminar definitivamente esa relación. A pesar de todo el carisma sexual de Stuart, ya no podía continuar justificando las continuas ofensas, especialmente la última, la peor de todas, cometida bajo sus narices.
–No me siento de humor para una cita a ciegas, Livvy –declaró terminantemente.
–Bueno, no te voy a dejar aquí para que te deprimas en soledad.
–No me voy a deprimir. Veré un vídeo.
–Sí, para evadirte. Seguro que en estos momentos Stuart Carstairs está bajándose la cremallera de los pantalones para…
–¡Cállate!
–Está bien; pero quiero que sepas que también lo intentó conmigo. Con tu propia hermana.
Molesta por la crítica de Livvy, Catherine le dirigió una dura mirada dudando si decía la verdad.
–Nunca me lo habías contado.
–Ahora te lo cuento. Apártate de él, Catherine –dijo con furiosa convicción–. Es posible que sus palabras sean seductoras y funcione muy bien en la cama, pero solo piensa en sí mismo. Cada vez que lo perdonas y vuelves con él, lo único que haces es alimentar su ego. Creo que estás enferma de adicción a ese hombre.
Catherine frunció el ceño. ¿Era una enfermedad desear a un hombre en cuya fidelidad no se podía confiar? Stuart juraba que ella era la única que contaba en su vida pero, ¿eso era suficiente para aferrarse a él? Estaba claro que ella no era tan importante para un hombre que siempre iba detrás de otras mujeres, incluso de su propia hermana.
–Esta vez se ha acabado –murmuró.
–Entonces demuéstrame que eres capaz de hacer un cambio positivo.
–Esta noche no estoy de humor.
–Nunca lo estás. Excepto para Stuart Carstairs. Ya has desperdiciado cuatro años de tu vida. Y siempre será igual porque ese individuo no va a cambiar.
–Te digo que todo ha terminado.
–Hasta que vuelva a seducirte con sus zalamerías.
–No, hablo en serio.
–¡De acuerdo! El mejor modo de celebrar tu libertad es permitirte la oportunidad de conocer a otro hombre.
Catherine miró al pequeño foxterrier echado a los