Una meditación sobre la justicia en "Don Quijote de la Mancha"
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Una meditación sobre la justicia en "Don Quijote de la Mancha" - Diego Antonio Pineda Rivera
DIEGO ANTONIO PINEDA RIVERA
Una meditación sobre la justicia en «Don Quijote de la Mancha»
PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA
BOGOTÁ
FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES
Primera edición: Bogotá, abril de 2017
© Pontificia Universidad Javeriana
© Diego Antonio Pineda Rivera
Reservados todos los derechos
ISBN 978-985-716-083-3
Imagen de cubierta: Olga Lucía García
Cuidado de texto: Ana M. Noguera Díaz Granados
Desarrollo ePub: Lápiz Blanco S.A.S.
Edición de cuatrocientos ejemplares
Hecho en Colombia
Printed and made in Colombia
Prohibida la reproducción total o parcial de este material, sin autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana
Pontificia Universidad Javeriana. Vigilada Mineducación. Reconocimiento como universidad: Decreto 1270 del 30.05.1964. Reconocimiento como persona jurídica: Resolución 73 del 12.12.1933 del Ministerio de Gobierno.
EDITORIAL PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA
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Edificio Lutaima, Bogotá
Tel: 320 8320 ext. 4752
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NOTA PARA ESTA EDICIÓN
Aunque he revisado varias ediciones del Quijote, de las que doy cuenta en las referencias finales, cito siempre los textos de la edición de Francisco Rico, editada por Santillana en 2008, por considerarla la mejor y más completa de todas las hasta hoy conocidas. Cuando cite pasajes del texto cervantino lo haré indicando si es de la primera o de la segunda parte, el capítulo correspondiente y el número de página, de acuerdo con la edición ya mencionada:
I, 1, pp. 29-30.
II, 43, p. 872.
He evitado al máximo recargar el texto con notas al pie de página, con el fin de permitir una lectura más fluida. Solo hago uso de estas cuando considero que el lector requiere alguna explicación adicional.
Así pues, en un sentido llamamos justo a lo que produce y protege la felicidad y sus elementos en la comunidad política. (...) La justicia así entendida es la virtud perfecta, pero no absolutamente, sino con relación a otro. Y por esto la justicia nos parece a menudo ser la mejor de las virtudes; y ni la estrella de la tarde ni el lucero del alba son tan maravillosos. Lo cual decimos en aquel proverbio: En la justicia está toda virtud en compendio
. Es ella en grado eminente la virtud perfecta, porque es el ejercicio de la virtud perfecta.
ARISTÓTELES
Ética nicomaquea
Murió aquel Don Quijote y bajó a los infiernos, y entró en ellos lanza en ristre, y libertó a los condenados todos, como a los galeotes, y cerró sus puertas. Y, quitando de ellas el rótulo que allí viera Dante, puso uno que decía ¡viva la esperanza! Y, escoltado por los libertados, que de él se reían, se fue al cielo. Y Dios se rió paternalmente de él, y esta risa divina le llenó de felicidad eterna el alma. Y el otro Don Quijote se quedó aquí, entre nosotros, luchando a la desesperada (...).
¿Cuál es, pues, la nueva misión de Don Quijote hoy en este mundo? Clamar, clamar en el desierto. Pero el desierto oye, aunque no oigan los hombres, y un día se convertirá en selva sonora; y esa voz solitaria que va posando en el desierto como semilla dará un cedro gigantesco, que, con sus cien mil lenguas, cantará un Hosanna eterno al Señor de la vida y de la muerte.
MIGUEL DE UNAMÜNO
Del sentimiento trágico de la vida
También es razonable tener indulgencia con las debilidades humanas y no atender a la ley, sino al legislador; no a lo que se dice, sino al propósito del legislador; no al acto, sino a la intención; no a la parte, sino al todo; no a cómo alguien es en este momento, sino a cómo ha sido siempre o en la mayoría de los casos. Igualmente, atender más a los bienes que se han recibido que a los males, y a los beneficios que se han hecho más que a los que se han recibido. Y también ser paciente cuando se es víctima de un delito y preferir solucionar la cuestión más de palabra que de obra, así como preferir someterse a un arbitraje que a un juicio, pues el arbitrador atiende a lo razonable, y el juez a la ley; y fue precisamente por eso por lo que se llegó al hallazgo del arbitrador, para que predomine lo razonable.
ARISTÓTELES
Retórica
Introducción
EL PRESENTE ENSAYO se propone, de acuerdo con la idea esencial del género, poner a prueba ideas que fueron concebidas en la soledad de la lectura y la meditación. Se trata de algunas ideas germinales en torno a la justicia, que se fueron gestando en una lectura personal de esa obra sin par de la literatura universal que es El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra; ideas que, por cierto, se desarrollaban a medida que, como lector atento, me dejaba embelesar por cada una de las ocurrencias y aventuras de aquel viejo hidalgo que, de tanto leer libros de caballerías, y de tanto enfrascarse en ellos, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio
(I, 1, pp. 29-3o).De ese mismo que luego se hizo ordenar caballero andante y comenzó a vivir todo tipo de aventuras de la mano de su fiel escudero Sancho Panza.
¿Perdió el juicio? Sin duda. ¿De qué otra manera se puede explicar que confundiera las ventas con castillos y los molinos de viento con gigantes? ¿O que se enamorara de la simple y sencilla Aldonza Lorenzo, a la que, a pesar de no haber visto más de una vez, hizo la dama de sus pensamientos, el motivo de sus hazañas y el sujeto de aquellos encantamientos que tan duramente padecía Sancho Panza? Sí, es cierto, estaba loco; pero en su locura había una traza de sabiduría que resulta innegable para quienes se atreven a acompañarle en cada uno de sus emprendimientos, en esas charlas en que pretende instruir a Sancho o en los diálogos y discursos que tiene con los distintos personajes que se atraviesan en su camino.
Su sabiduría no es una sabiduría libresca, a pesar de todos los libros de caballerías que ha leído. Don Alonso Quijano es un hombre de acción. Su misión no es enseñar nada, sino luchar por un mundo más justo: proteger a viudas y huérfanos, ofrecer consuelo a todos los que sufren e incluso liberar de las garras de la justicia oficial a todos los que, aun culpables, merecen compasión y misericordia. La misión del caballero andante se resume en una sola: hacer prevalecer la justicia en el mundo. Pero, ¿de qué justicia se trata? No precisamente de aquella que se cree realizada cuando se impone un castigo, se cumple la ley a rajatabla o se condena a un infractor. Se trata de una justicia superior, trascendente, utópica, que solo se realiza cuando se enaltece la libertad de los individuos, se reparan los males hechos y se derrama sobre todos el perdón y la misericordia.
No pretendo hacer, entonces, en las páginas que siguen, un estudio sobre la noción de justicia que podría haber, o que podría uno encontrar, en esta, la mayor y más bella novela de todos los tiempos; mucho menos aun me propongo examinar la concepción de justicia de su autor o cómo se fue formando a lo largo de los diversos avatares de su vida. Dejo estos asuntos a los estudiosos cervantinos y me centro, más que en el autor o en la obra misma, en el personaje que hizo grande a uno y otra. Mi objetivo es más modesto: trato solo de ensayar la construcción de algunas ideas propias a partir de una lectura atenta del Quijote; y ni siquiera de todo él, sino solo de algunos fragmentos selectos en que la idea de justicia parece estar en juego.
Me propongo, pues, interrogar al Quijote. E insisto: no a la obra y a sus múltiples intérpretes e interpretaciones, sino al verdadero Quijote, al de carne y hueso, a don Alonso Quijano. Le llevaré mis propias preocupaciones, pues no hay otra manera posible de entablar un diálogo a la vez serio, sereno y profundo. Dejaré que él hable, y que lo haga en su propio lenguaje. El lector sabrá ver entre líneas que las preguntas que guían este ejercicio son tan cercanas a él, que se ha visto impelido a hacérselas una y otra vez a sí mismo en los últimos tiempos en esta densa tierra que es nuestra Colombia: ¿cómo conjugar la sed de justicia con la necesidad de que la verdad sea dicha y haya una reparación básica del daño causado?, ¿qué tan viable es el perdón cuando se trata de malhechores confesos, como los galeotes de la España imperial o los alzados en armas de nuestra época y nuestro país?, ¿es suficiente la apelación a una común humanidad como fundamento de una justicia rayana en la utopía o será preciso el castigo efectivo, la expiación de las culpas, como requisito para la reconciliación?, ¿cómo reconocer en el adversario de muchos años al ciudadano del presente?, ¿cómo aceptar una justicia que, apoyada en el buen sentido de un juez imparcial, busca superar la violencia y resarcir a las víctimas en vez de empeñarse en que caiga todo el peso de la ley
sobre el infractor y el delincuente? Estas, y muchas otras, serán las preguntas que nos ayudará a examinar, en las páginas que vienen, ese sabio desquiciado que se empeñó en creer que el mundo seguía necesitando de caballeros andantes obstinados en deshacer agravios y en soportar y acudir a los que sufren.
Hace ya muchos años, don Miguel de Unamuno le preguntaba a don Quijote por el ser de una España convulsionada y creía ver en la figura del Quijote la expresión de un hambre de inmortalidad, necesaria para llevar una vida plena. Las preguntas que aquí se hacen nacen de otro contexto: el de una nación que se apresta, ojalá, para empezar a vivir -después de todo tipo de guerras, declaradas y sin declarar, de eso que vagamente llamamos el conflicto armado interno
-, y en medio de nuevos conflictos, una era de posconflicto.
En una situación como la presente todo el mundo habla de justicia
, pero, como en una torre de Babel, pareciera hacerlo apelando a lenguas diferentes. Para unos la justicia solo puede ser comprendida como retaliación y castigo, como la imposición de un castigo ejemplar a un daño efectivo; y, entonces, la paz no lo justifica todo
. Para otros, no hay más justicia que la paz, pues la guerra es la fuente misma de todas las injusticias. Desde la perspectiva de las víctimas, pesan otro tipo de factores: si no hay una justicia absoluta (¿y cómo podría haberla?), lo esencial está en la confesión de la verdad, en la reparación del mal causado y en la apertura de una nueva era de paz y reconciliación. Cada uno tiene su propia idea de la justicia que desea, construida con un ingrediente de aquí y otro de allá. Pero falta una perspectiva de conjunto, y eso solo lo proporciona una mirada de amplios horizontes: la que nos procura un ideal.
Y eso es precisamente lo que nos ofrece el Quijote: un horizonte amplio desde el cual mirar con mayor altura y mayor profundidad. El Quijote encarna al mismo tiempo un mundo que está muriendo y otro que empieza a nacer; y, por ello, es a la vez crítica y utopía, descripción dolorosa de un mundo lleno de injusticias y proyección esperanzada de un mundo por inventar. Toda crítica tiene algún ideal que le sirve de trasfondo, y un ideal -es decir, la representación de algo que aún no existe en la experiencia, pero que resulta esencial para juzgar esa misma experiencia y proyectarla en nuevas direcciones- es lo que más requerimos para superar las condiciones de miseria en que vivimos. ¿Qué habría sido de ese miserable hidalgo que fue don Alonso Quijano si, por fuerza de la invención cervantina, no se hubiese transformado en el ingenioso hidalgo