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Maldición
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Maldición

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Despues de la misteriosa muerte del politico polaco Benesz, en su legado se encontró un antiguo documento de adopción, que tenia relación con el poderoso Imperio Inca. Nadie podía imaginar que con este hallazgocomenzaría la caza de tesoros de valor insospechado. Esta posibilidad tampoco cruzó por la mente del escritor Claudio Guerrero, cuando acaba de abordar un crucero con destino a Sudamérica. Intenta resolver el misterio acerca del documento, y se ve envuelto en las chanchullos de una banda de saqueadores de tumbas inescrupulosos, que trabaja con una serie de cómplices. Pronto Claudio descubre, que no todo el que se presenta como amigo, lo es en realidad.
Una historia emocionante con muchas informaciones sobre los Incas y culturas precolombina smas antiguas.
LanguageEspañol
PublisherXinXii
Release dateDec 6, 2017
ISBN9783961429196
Maldición

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    Maldición - Malcom Brady

    antiguas.

    Prólogo

    Cajamarca Perú

    15 de noviembre de 1532

    Francisco Pizarro se encontraba apostado con su caballería y una gran infantería en las afueras de la ciudad de Cajamarca, en el Altiplano del Perú. Equipados con una notable cantidad de cañones, armas de fuego y perros bravos, esta tropa se había puesto en marcha hacía ya cincuenta y tres días. Su ruta de viaje había pasado por el norte atravesando la región de San Miguel de Piura y también las provincias aledañas, recorriendo un largo camino en este inmenso país sudamericano. Los soldados de la tropa provenían en su gran mayoría de las clases más bajas de la sociedad española. Habían sido llevados a esta aventura atraídos por los relatos que circulaban acerca de los inmensos tesoros del rey de los Incas; se rumoreaba que este monarca vivía en una ciudad dorada, en construcciones cuyos tejados estaban cubiertos de láminas de oro.

    En un comienzo, la población indígena de la región se había mostrado amable con los extranjeros, pese al armamento que estos llevaban consigo. El rey de los Incas, Atahualpa, no estaba en la ciudad, sino que se encontraba en un lugar llamado Baño del Inca, acompañado por cuarenta mil guerreros incas. Estos baños termales eran de uso exclusivo de la élite gobernante. Atahualpa se hallaba en guerra con su medio hermano Huáscar, una guerra brutal y amarga, se trataba de conseguir el reinado único, el poder sobre todo el Imperio Inca.

    Francisco Pizarro había mandado un mensaje al rey Atahualpa, en el cual le anunciaba su llegada y pedía una audiencia. Sin embargo, el monarca no tenía ninguna intención de recibirlo y postergó la posible audiencia para más adelante. Junto con enviar su respuesta, en secreto mandó a una división de veinte mil guerreros para que se apostasen en las afueras de Cajamarca, con el fin de sorprender al ejército español desde la retaguardia y apresarlos. El rey estaba seguro de que su ardid iba a ser exitoso; pensaba que los extranjeros se espantarían debido al gran número de guerreros indígenas, y que saldrían huyendo despavoridos.

    Sin embargo, Francisco Pizarro no confiaba en los guerreros del sol, y ordenó a su infantería a apostarse con cañones y trompetas en el punto más alto de la ciudad de Cajamarca; en tanto mandó a la caballería a esconderse en la ciudad. Los espías de Atahualpa, al no visualizar al ejército enemigo, le informaron a su rey que el enemigo efectivamente se había retirado por temor al gran ejército Inca.

    Hacia las cuatro de la tarde del día siguiente Atahualpa entró a la ciudad, transportado en un palanquín dorado por ocho de sus más fieles guerreros. Como símbolo de su poder, llevaba una corona de oro y un collar de esmeraldas, además de un adorno de plumas multicolores decoradas con láminas de oro puro. Lo acompañaban ochenta comisionados y cuatrocientos guerreros armados. Los indios se mostraron muy sorprendidos, al no encontrar a ni un solo español en el centro de la ciudad. Mientras ocurrían estos hechos, Pizarro observaba desde una distancia prudente a los espías de Atahualpa, y los hizo apresar de inmediato. Sólo uno de los apresados fue enviado de vuelta, con la misión de entregarle un ejemplar del Evangelio al rey de los Incas. Como respuesta a esta situación tan tensa, Atahualpa lanzó el Libro Santo al suelo, exigiendo a los extranjeros a abandonar su país de inmediato y devolver todo aquello de lo que se habían apoderado hasta el momento. Nadie podía tener la osadía de dar órdenes al Hijo del Sol, en caso contrario, pagaría con la muerte.

    Haciendo caso omiso de las amenazas, Pizarro dio la señal acordada a su tropa. Las trompetas comenzaron a sonar al unísono y las primeras salvas de cañones produjeron pánico y terror entre los guerreros indios. Al mismo tiempo apareció la caballería, armada con fusiles y acompañada de sus perros bravos, para completar el escenario de espanto. El propio Pizarro dio comienzo a la batalla con su espada, partiéndole el cráneo a uno de los guardias de Atahualpa; retiró la espada enseguida, abalanzándose sin piedad sobre la próxima víctima. La batalla era muy desigual. Pocos indios lograron escapar de los conquistadores con sus armas modernas; todos los comisionados del rey perdieron la vida en el campo de guerra. Hacia el final de la batalla, Pizarro blindó con su presencia al rey Atahualpa, para evitar su muerte segura. El poderoso monarca fue apresado y retenido en su templo del Sol. Durante los días siguientes, los españoles saquearon la ciudad, adueñándose de todo cuanto estuvo a su alcance. En el medio de la plaza principal de la ciudad amontonaron todos los objetos de oro y plata encontrados, los cuales fueron fundidos para ser enviados a la Casa Real Española.

    Atahualpa notó enseguida el gran interés que tenían los españoles por los metales preciosos. Para los incas estos tenían un significado distinto al valor dado por los europeos. Aprovechando este interés, el rey de los incas les hizo una oferta a los españoles: trazó una línea a la altura de su cabeza en la pared de su celda de prisionero, y prometió que llenaría aquel cuarto de oro hasta alcanzar la marca trazada, a cambio de su libertad. En un documento escrito dejó fijado el plazo: el trabajo se completaría al cabo de dos meses. Francisco Pizarro aceptó la oferta en apariencia; durante las semanas siguientes llegaron incontables envíos de oro desde todos los rincones del gran Imperio Inca. Se calcula que el precio del rescate de Atahualpa llegó a 6.087 kg de oro más 11.793 kg de plata.

    Sin embargo, Pizarro no tenía intenciones de liberar al rey. Sabía de varios grupos étnicos que habían sido doblegados por los incas; ellos ofrecieron apoyo a los españoles. Aprovechando las rencillas que se producían entre ellos y los incas, Pizarro acusó al rey Atahualpa de una conspiración en su contra, cuyo castigo consistiría en la muerte en la horca. La ejecución del rey de los incas tuvo lugar el día 26 de julio de 1533 en la Plaza Principal de Cajamarca.

    Los españoles también saquearon en templo de la ciudad de Pachacamac (actualmente Lima, la capital de Perú), el cual estaba repleto de oro y plata. Los metales fueron trasladados hacia la costa y embarcados para ser llevados a España. El destino final sería la ciudad de Sevilla.

    Después de la ejecución de Atahualpa, el gran Imperio Inca se desmoronó, terminando así la dinastía de los incas. Otros conquistadores provenientes de diversos países llegaron al Perú, en especial comisionados de la Iglesia Católica. Apoyaron a Pizarro en su marcha hacia El Cusco, ciudad que había sido capital del Imperio Inca. Los últimos Superiores de los Incas fueron reemplazados paulatinamente por Gobernadores españoles.

    En los años 1780/81 se produjo nuevamente un levantamiento de los indios en contra de sus conquistadores españoles. La potencia ocupante ya no calculaba con una insurrección de tan gran tamaño. Al comienzo de esta rebelión los españoles se vieron sobrepasados, pese a contar con un ejército muy bien preparado. Tuvieron que huir de las tropas insurrectas. Pero la fuerza combativa de los rebeldes no fue suficiente para lograr una victoria; muchos perdieron su vida en el combate, lo cual produjo desazón en el resto de los combatientes y comenzaron a huir o se pasaron a las filas de los conquistadores. El grupo restante de los rebeldes intentó recuperar la ciudad de El Cusco, bajo la dirección de Túpac Amaru. Este intento tuvo consecuencias fatales. A partir de enero de 1781 los monárquicos iniciaron una gran ofensiva, asaltando los cuarteles de los rebeldes y masacrando allí a una gran cantidad de indígenas para desalentarlos. La alianza lograda hasta aquel tiempo entre los indios y los criollos se rompió definitivamente. El 5 de abril de ese año Túpac Amaru fue traicionado por uno de sus oficiales y apresado. El 18 de mayo fue ejecutado de manera cruenta, junto a su familia y a sus colaboradores más cercanos. Existe el relato de la ejecución de Túpac Amaru, según el cual había sido condenado a ser partido en cuatro, siendo amarrado a cuatro caballos. Sin embargo, estos no tuvieron la fuerza para destrozarlo, por lo cual tuvo que ser desatado, dándole luego muerte con un arma. Para espantar a la población, su cuerpo fue partido en trozos y enviado a diversas ciudades para ser exhibido en lugares públicos.

    Capítulo 1

    Callao, Lima

    Perú, 1760

    De pronto aparecieron en el horizonte del Océano Pacífico: eran tres pequeños puntos, parecían un espejismo en el desierto que se iba convirtiendo en figuras bizarras. Las velas triangulares pertenecientes a la flota española ondeaban con desgano bajo el cielo azul del trópico. La tripulación de las embarcaciones surcaba con sus remos a ritmo pausado las aguas ligeramente espumadas. Reinaba un silencio tenso entre los marineros, que eran en su mayoría españoles, a medida que se acercaba la silueta de la costa peruana. La flota consistía en tres carabelas españolas, que habían sido construidas en Centroamérica especialmente para la ruta del Pacífico. Cada una tenía un mástil principal y dos más pequeños. Tanto la proa como la popa habían sido elevadas y recubiertas de metal, para poder hacer frente a los insectos que solían atacar a las embarcaciones. La nave principal tenía una eslora de 22 metros; su tripulación estaba compuesta por un contramaestre, ocho marineros, diez ayudantes, un sacerdote y tres tripulantes civiles, que viajaban al Perú por motivos diversos. Las dos naves restantes llevaban a bordo comisionados de la Corona Española, como también una cantidad importante de soldados. Uno de los viajeros civiles pertenecía a la nobleza polaca, había sucumbido a la tentación del oro. En otras palabras, quería probar suerte en aquel amplio país sudamericano. Se trataba del Conde Sebastian Berzeviczy, proveniente de Niedzica en Polonia. Este conde logró convencer a su tío, señor feudal de Niedzica, para que aceptase la aventura que quería emprender y le facilitase los recursos para lograrla.

    De este modo comienza una historia excitante, que se extendería hasta el nuevo milenio, y que me llevaría a múltiples aventuras…

    Es preciso mencionar que los tiempos en el Perú se habían tornado inseguros desde que las insurrecciones de los indios en contra de los conquistadores españoles se hacían cada vez más frecuentes.

    Ya es tiempo de que volvamos a pisar tierra firme, gruñó Juan de Castillo, un marino largo, de cabeza rapada y barba desaseada, proveniente de Galicia. Estaba apostado en cubierta, oteando la costa del Perú a través de su catalejo de bronce. Hacía ya diez días que habían zarpado desde Panamá y parecía que lograrían llegar al puerto del Callao sin ser presa de los piratas. Sebastian Berzeviczy se sentía aliviado de que este viaje agotador estuviese llegando a su fin. Había superado la travesía sin mayores contratiempos. Nunca se pudo amistar con los españoles, a los que encontraba groseros, y en secreto guardaba un sentimiento de compasión hacia los indígenas reprimidos por los conquistadores del Nuevo Mundo.

    En el siglo 18 el puerto de Lima, Callao, ya no daba abasto para el enorme tráfico marítimo que había diariamente. Además de la flota de guerra española, se encontraba allí gran cantidad de buques mercantes haciendo uso del puerto; esperando para ser cargados o descargados. Había muchas bodegas y casas comerciales en los alrededores.

    Inmigrantes de otras naciones distintas a España tenían la obligación de presentarse al gobernador al día siguiente de su arribo al Perú. Eso fue lo que hizo Sebastian Berzeviczy, y en la gobernación quería contactarse con un comisionado de la Iglesia Católica, proveniente de la ciudad imperial del Cusco. Pagó al gobernador el monto usual que se les cobraba a los inmigrantes, y debió esperar todo el día hasta que le liberaran su equipaje de la aduana. Por fortuna había preparado su viaje con mucho esmero; los contactos de sus parientes con miembros de la Iglesia Católica valían oro. Fue acompañado desde Lima hasta la ciudad de El Cusco, situada en el Altiplano. Allí lo hospedaron los jesuitas de ´La Compañía de Jesús´, cuya iglesia había sido erigida en la Plaza de Armas sobre los antiguos muros de un templo inca.

    Muy pronto el joven conde se vio enfrentado a la cruda realidad del Cusco. Si bien había soñado hasta hacía poco con el tesoro de los incas; ahora veía a diario este pueblo humillado y reprimido por los españoles. En la ciudad se encontraba con gente cuya lengua no entendía. Los descendientes de los incas todavía se comunicaban en quechua, su idioma originario, apenas entendían la lengua española. Otro inconveniente que se le presentó, fue que la ciudad del Cusco se encuentra a 2800 metros de altura, lo cual le produjo fuertes dolores de cabeza y mareos. Para aliviarse, aceptó probar la milagrosa coca, que los indios mastican para el mal de altura, y que era consumida de ese modo incluso por los sacerdotes.

    Las noches eran frías y húmedas, y del oro de los incas no había ni siquiera un atisbo. El conde comenzó a extrañar Europa y las comodidades a las que estaba acostumbrado; luego de algunas semanas estuvo tentando de sucumbir a la idea de regresar. Sin embargo, pasaba la mayor parte de su tiempo investigando los archivos del monasterio, buscando hacerse una idea acerca de la conquista realizada bajo el mando de Francisco Pizarro. Esta actividad le sirvió para ir perfeccionando su conocimiento de la lengua española. Otro de sus intereses consistía en visitar los antiguos Yachaywasi de los incas, cuyos mitos y leyendas le producían gran fascinación. El interés por la cultura inca iba creciendo con cada nueva información. Lamentablemente no se podía comunicar con ellos en su idioma. Entre los descendientes de los incas se encontraban algunas muchachas de belleza extraordinaria, lo cual había causado gran impacto en el conde. Sus rasgos faciales eran exóticos, de pómulos altos, ojos negros de brillo misterioso, los rostros eran enmarcados por una larga cabellera oscura. Estos rasgos presentaban un gran contraste con las polacas: estas eran de tez muy clara, cabello rubio y ojos azules. El conde también era poseedor de una cabellera rubia, y no le habían sido indiferentes las miradas curiosas de algunas de las muchachas indígenas. La sociedad de El Cusco de aquella época estaba dividida, por un lado se encontraban los conquistadores españoles, y en el otro, los descendientes de los incas. Ambos grupos no socializaban, más bien evitaban el contacto dentro de lo posible.

    Este era el escenario, y en medio de esta división de los mundos, el conde se topó con ELLA. Se llamaba Umina Atawallpa, era una princesa inca, y le bastó solo verla, para no olvidarla más. Era de una belleza impresionante. Al principio, el conde no supo quién era ni de dónde provenía. La vio por primera vez en La Casa de la Sabiduría. Berzeviczy hubiese querido hablarle, pero no se atrevió. Se notaba que era alguien especial, llamaban la atención sus joyas de oro. Además de ello, llevaba vestimenta elegante, muy colorida, se diferenciaba de las demás mujeres que el joven conde había visto en la calle o en el mercado. Berzeviczy se propuso pedirle información al joven Pepe, un indígena que llegaba todas las mañanas a llevarle su ración diaria de maíz. Pepe era el único contacto que tenía con la población indígena hasta el momento; si bien éste ya no podía ser considerado como puramente indígena, puesto que vivía en el seno de una familia española, quienes lo habían criado por ser huérfano. Debido a su historia familiar, Pepe dominaba ambas lenguas: español y quechua. Era un joven alegre, siempre dispuesto a bromear.

    Pepe resultó ser de gran utilidad para el Conde; puesto que le proporcionó información acerca de Umina Atawallpa, la princesa Inca. Todo hombre soltero de El Cusco la galantea, le relató Pepe con una sonrisa maliciosa. Pero hasta ahora no le ha dado el favor a ninguno de sus numerosos pretendientes. Ella está dedicada por completo a sus estudios, un privilegio sólo reservado a la élite inca. En circunstancias normales no podría asistir a las lecciones, por el hecho de ser mujer. A menos que… y Pepe nuevamente sonrió con malicia …sea una de las mujeres más hermosas del país. En ese caso, también puede asistir a la ´Casa de Sabiduría´. Sólo algunas muchachas escogidas por su belleza pueden formarse allí. Su formación incluye buenas costumbres, técnicas del telar, trabajo doméstico e instrucción en el Culto al Sol.

    A pesar de que el conde Berzeviczy había hecho ya grandes progresos en el estudio, a partir de aquel acontecimiento visitaba con mayor frecuencia la Casa de la Sabiduría. Registró que las llegadas de la princesa a la Biblioteca se regían por un horario, y que siempre se sentaba en un mismo asiento, escogido por ella. De este modo, no le fue difícil acercársele e iniciar una conversación. En un principio, Umina se mostró muy distante; su ascendencia noble no le permitía hablar con extraños. Sin embargo, el modo cordial y respetuoso del Conde le causó buena impresión, y se dejó cortejar. Este caballero se presentaba de manera muy distinta a los rudos españoles, con los cuales había tenido algunas escasas oportunidades de acercamiento. Además, este joven tenía la piel clara, el cabello rubio y unos hermosos ojos azules. Umina recordó que el poderoso rey de los incas había mencionado a un extraño de contextura alta y piel blanca, el cual estaría destinado a salvar el Imperio Inca. ¿Tal vez se trataba de él?

    A partir de estos encuentros furtivos y secretos entre los dos jóvenes tan diferentes, brotó una relación amorosa. Sebastian Berzeviczy se enamoró locamente de su princesa inca, y ella le proporcionó mayores conocimientos acerca de los misterios y la mística de aquel pueblo. Se trataba ni más ni menos de la cultura de un imperio que había sido muy poderoso, y que se encontraba en vías de desaparecer. Al comienzo de la relación, los dos jóvenes se reunían en lugares secretos, sólo por breves instantes. La mirada vigilante de la ciudad de El Cusco siempre velaba sobre la princesa. En algunas ocasiones, Umina llevaba consigo a su pequeño sobrino José Gabriel Condorcanqui; éste le servía de excusa para salir sin la compañía de adultos. El niño tenía un carácter reservado, y a Sebastian le llamó la atención su capacidad intelectual. Estableció tan buena relación con el pequeño, que pronto lo llevó a sus excursiones de caza por los alrededores de El Cusco.

    La ciudad del El Cusco estaba dividida en dos zonas, tal como la mayoría de las ciudades incas. La parte alta se llamaba Hanan, y no había edificaciones de lujo. Allí se encontraba la Plaza del Pueblo, rodeada de edificios de dos pisos destinados al bodegaje, y de terrazas con nichos para cuadros y objetos de culto. En esta parte de la ciudad vivía la gente de menores recursos, en chozas de un ambiente, el cual a menudo también compartían con sus animales domésticos.

    Umina, en cambio, vivía en Hurin, la parte baja de la ciudad. En esta zona vivía la elite, ocupaban edificaciones amplias que estaban situadas en los alrededores de la Plaza Principal, muy cerca del pozo. En Hurin existía un templo y dos edificios extensos que se denominaban Kallankas. Asimismo llamaba la atención una gran plataforma ceremonial, llamada Ushru, en donde se ofrecían sacrificios a los dioses, aún en presencia de los españoles. Una red de canales abastecía de agua corriente a los habitantes de esta zona. La princesa Umina se podía mover con cierta libertad en este entorno, a pesar de que siempre tenía que considerar a los ojos vigilantes y atentos de sus parientes. A esto era preciso agregar las insistentes miradas de los múltiples admiradores de género masculino.

    La ciudad de El Cusco había sido el símbolo del poder del Reino de los Incas, y constituía el centro de aquel. La intersección de sus calles era interpretada como la intersección entre lo humano y lo divino. Las antiguas edificaciones majestuosas de piedra granito no sólo tenían valor práctico, sino debían ser la demostración palpable y reconocible de la fuerza de este poder; tal como sucede con todas las arquitecturas imperiales. Por callejuelas angostas se llegaba a la Plaza Principal. En este lugar se celebraban todas las fiestas y los ritos, se rendía culto a los dioses, y allí también se encontraban los pocos palacios de los incas que aún seguían intactos. La mayor parte de ellos había sido destruida. Este lugar recibía el nombre de Wagaypata, que significa

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