La Leyenda De Budu Budú
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Lilia Bárbara García
Nacida en La Habana, Cuba (1950). Vive actualmente en Elizabeth, New Jersey. La leyenda de Budu Bud es su primer libro. Su obra abarca otros cuentos y poesa para nios y adultos.
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La Leyenda De Budu Budú - Lilia Bárbara García
Copyright © 2011 por Lilia Bárbara García.
Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.: 2011913757
ISBN: Tapa Blanda 978-1-4633-0719-6
ISBN: Libro Electrónico 978-1-4633-0720-2
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, acontecimientos, o lugares es pura coincidencia.
Diseño de portada Orlando García
Palibrio
1663 Liberty Drive, Suite 200
Bloomington, IN 47403
Llamadas desde los EE.UU. 877.407.5847
Llamadas internacionales +1.812.671.9757
Fax: +1.812.355.1576
356830
CONTENTS
BUDU- BUDÚ
BUDU BUDU EMPRENDE UN VIAJE
UNA SORPRESA DESAGRADABLE
CÓMO PUDO LLEGAR AL RÍO
FLORENCIO
OTRA DESAGRADABLE EXPERIENCIA
BUDU-BUDÚ REGRESA A SU CHOZA DEL CEDRO
CÓMO CONOCE A UNA COTORRITA EN EL CAMINO
BUDU BUDÚ Y LA COTORRITA
BUDU BUDÚ REINICIA EL CAMINO A LA CASA DE FLORENCIO
BUDU-BUDÚ EN CASA DE FLORENCIO
BUDU BUDÚ ES ATENDIDO POR FLORENCIO
LOS PREPARATIVOS
LA LLEDAGA DEL MÉDICO
LOS CUIDADOS DE FLORENCIO
BUDU BUDÚ CUENTA SU HISTORIA A FLORENCIO
LAS CONCLUSIONES DE FLORENCIO Y UNA HISTORIA QUE NARRA
LA VISITA DEL MÉDICO
LOS PRIMEROS PASOS DE BUDU BUDÚ
BUDU BUDÚ HACE LAS PACES CON CACHO
BUDU BUDÚ ES DADO DE ALTA
LA PRIMERA VISITA DE BUDU BUDÚ AL RIO
BUDU BUDÚ CONTINÚA EL TRABAJO COMENZADO
EL MUNDO DE LOS GIGANTES
BUDU BUDÚ APRENDE AL LADO DE FLORENCIO
LA VISITA DE PANCHO EL ARRIERO
LA PRIMERA LECCION DE BUDU BUDÚ
BUDU BUDÚ ACEPTA CAMBIAR SU IMAGEN
BUDU BUDÚ APRENDE A LEER Y A ESCRIBIR Y HASTA QUÉ PUNTO SE IDENTIFICARON ÉL Y FLORENCIO
EL SOBRE AMARILLO
CONTINUACIÓN DEL RELATO
FINAL DEL RELATO
BUDU BUDÚ RECOBRA LA MEMORIA
CÓMO BUDU BUDÚ CONOCE DEL CAMPISMO ARROYO ALEGRE
LA MUERTE DE FLORENCIO
LO QUE OCURRIO EN EL VELORIO DE FLORENCIO
LA ÚLTIMA NOCHE EN CASA DE FLORENCIO
LA SOLEDAD
EL CAMPISMO ARROYO ALEGRE
BUDU BUDÚ Y LOS GIGANTES
Con todo mi amor
Para Lili, Samuel y Laurita.
Señor, sólo a ti, gracias.
BUDU- BUDÚ
Budu Budú parecía una araña peluda, pero no era una araña peluda. Era un hombre muy pequeñito con los cabellos largos, oscuros y revueltos, lo mismo que su barba; sólo su mirada viva se distinguía de entre la maraña de pelos. Tenía un buen olfato y un buen oído, tanto, que podía reconocer olores y ruidos distantes. Le agradaba bañarse en el río y se divertía asustando a las ranas, pellizcándolas con sus uñas ligeramente largas y fuertes.
Después de un chapuzón se tendía encima de una piedra para que el sol cálido secara su pelaje. Luego, caminaba en busca de frutas maduras, huevos de aves sin empollar y miel de abeja, si las abejas se lo permitían. También pescaba en el río y disfrutaba de un buen asado. Satisfecho su apetito, subía a descansar en su choza oculta entre las ramas de un árbol y en su hamaca se quedaba dormido. Sus ronquidos se escuchaban en medio del canto de las aves y el zumbar de los insectos.
Un hecho notable era que no recordaba su origen, ni la existencia de otros seres semejantes. Vivía solo en el monte y la vida áspera y dura le había tornado el carácter en un salvaje primitivo. Procuraba tener buenas relaciones con los animales vecinos, siempre que no le ocasionaran daño y no perturbaran su bienestar. Sólo había un habitante en el monte que lo intimidaba: el majá.
Era un sentimiento involuntario de repulsa y de terror. Quizás se debía a que en ocasiones había presenciado su deslizamiento rápido y silencioso, con el ataque sorpresivo. Y había visto cómo aniquilaba a su víctima: aprisionándola con sus mandíbulas para engullirla lentamente.
Aunque el monte era monte y la lucha por la supervivencia era una ley natural, y Budu Budú bien lo sabía, procuraba estar alerta para evitar una desagradable sorpresa. Sin embargo en dos oportunidades había pasado por el mal rato de vérselas cara a cara con un majá.
La primera vez que ocurrió el hecho, caminaba sobre las piedras del río. De una de las ramas, cercanas a la orilla, saltó uno delante de él. Por suerte el majá en su caída rodó al agua. Budu Budú con ojos despavoridos vio cómo se alejaba arrastrado por la corriente del río.
Por segunda ocasión se hallaba descansando debajo de un árbol de moras cuando advirtió el ruido sutil; quiso huir, pero no le dio tiempo. Delante tenía el majá con la cabeza en alto. No era muy grande, pero sí lo suficiente fuerte y hambriento para convertirlo en un bocado.
El animal sin perderlo de vista movía su lengua bífida en actitud amenazante. Budu Budú, con la ayuda de sus piernas ágiles, esquivó todos los movimientos del reptil hasta que pudo hallar el instante preciso de atacarlo con sus uñas en pleno rostro.
El joven majá, con este ataque sorpresivo, optó por retirarse de la misma forma en que había aparecido: escurridizo y silencioso.
BUDU BUDU EMPRENDE UN VIAJE
Dentro de los límites vecinos al árbol donde vivía Budu Budú, corría un hermoso arroyuelo de aguas claras que bajaba por unas de las laderas circundantes y, bordeando las dos riveras, una tupida vegetación de belleza exuberante conformaba el espléndido paisaje.
Budu Budú en sus exploraciones jamás había llegado más allá de las fronteras que abarcaban sus ojos. Y fue un hermoso día tropical que lo inspiró a aventurarse por nuevos y desconocidos parajes. Recogió las pocas pertenencias, las metió dentro de un morral y se lo echó a la espalda.
Siguiendo el curso del río se internó en el monte por tortuosos lugares: caminó entre árboles de espesa fronda; se topó con arbustos enmarañados de bejucos y tupidas enredaderas que le dificultaron la marcha; anduvo por terrenos cubiertos de hierba alta que apenas le permitían el paso; tropezó con troncos caídos que fueron serios obstáculos en su andar.
Caminaba sin prisa, observando curioso todos los detalles del paisaje. A veces se deslizaba cautelosamente, como una sombra, ante la evidencia de un peligro. Pasado el susto emprendía de nuevo la marcha. En ocasiones, saltaba los guijarros de las márgenes del río y caía intencionadamente sobre el carapacho de una jicotea que, rápida, se deslizaba en la corriente para soltar la carga imprevista. Budu Budú, sin remedio, era zambullido y alegre reía en el chapuzón.
A su paso por el bosque tuvo la compañía de cientos de criaturas que habitaban por doquier. Al anochecer, después de una prolongada caminata diurna, colgaba la hamaca en las ramas seguras de un árbol escogido y se quedaba profundamente dormido. Ni la luz impertinente del cocuyo, ni la algarabía de la cigarra y el grillo lograban interrumpir su sueño.
Con el nuevo día continuaba el viaje; descubriendo y admirando paisajes recónditos; aprendiendo las costumbres de los animales que lo habitaban; comiendo frutas cimarronas. No siempre encontraba el alimento deseado, a veces escaseaba; entonces, herido por el hambre no tenía otra opción que detener la marcha y tomar un descanso.
Y fue después de una larga expedición y un vasto recorrido que sintió el deseo de asentarse en un lugar para vivir; el elegido fue un claro del monte, inundado de los rayos alados del sol. El canturreo de un sinsonte en lo alto de un cedro atrajo su atención y decidió que entre sus ramas podría construir su choza. Además, el río estaba muy cerca y próximo había un guayabalito, pues el olor de la guayaba madura llegaba hasta él; y en la cercana rivera, varias matas de pomarrosas lucían frondosos sus frutos. Sin duda era el sitio ideal.
Sin perder el buen ánimo, guardó su morral y se puso a recopilar las pequeñas ramas y bejucos que utilizaría para construir su choza. Separó varios fardos. Uno a uno, amarrados a su espalda, los fue transportando. Gracias a su naturaleza fuerte y resistente pudo remontarlos y comenzar la obra.
Para el anochecer casi había terminado, sólo le faltaba techar, pero estaba muerto de cansancio y decidió continuar al día siguiente. De todas formas necesitaba reunir más materiales. Sin dar otros rodeos abrió y colgó la hamaca en las paredes recién levantadas y cayó pesadamente. Ni siquiera comió. De un tiro se quedó dormido. Arriba, las primeras estrellitas brillaban en la oscura bóveda celeste velando su sueño.
UNA SORPRESA DESAGRADABLE
Con los tintes rojos del amanecer, Budu Budú bajó del árbol y se encaminó hacia el riachuelo. El murmullo del arroyo apenas era perceptible. Cientos de sonidos provenientes de todas las criaturas del monte se mezclaban a su entorno. La campiña cobraba fuerzas con el advenimiento del nuevo día.
Las pomarrosas recién caídas, cubiertas de rocío, fueron un buen desayuno. Reconfortado, retornó dispuesto a techar; sin embargo pensó que sería bueno desyerbar el terreno, así podría divisar a cualquier intruso que se acercara y ponerse a la defensiva si fuese necesario. Y empezó a trabajar. Terminada la faena decidió darse un baño refrescante en el río. Se dio un chapuzón largo que despertó su apetito. Por lo que no tardó en secarse, vestirse y dirigir sus pasos al guayabalito.
Con su habitual agilidad subió a un guayabo y comió de las frutas que no estaban mordidas por los murciélagos ni picadas por las aves. Repleto y satisfecho despreocupó la guardia. Al tirarse en el suelo, sintió –sorpresivamente-, el vaho sibilante encima de él; al mismo tiempo que una fuerza incontenible se apoderaba de su cuerpo. Comprendió que había sido atrapado por un majá, y un escalofrío inmediato recorrió todo su cuerpo tembloroso. Instintivamente, trató de reponerse al pánico y con destreza inusitada atacó con sus uñas fuertes a la geta del animal.
Por un brevísimo instante, albergó la esperanza de que con esta arremetida el majá desistiría en su empeño de tragárselo, pero no fue así. Este apretó aún más las mandíbulas e intentaba con su fuerza interna de empujarlo, a toda costa, a lo oscuro de su garganta. La idea de ser engullido, horrorizó a Budu Budú.
Con medio cuerpo dentro de la boca de la serpiente, a punto de ser devorado, su Naturaleza viva se negaba a sucumbir. Volcó toda la energía en un último esfuerzo. Con sus brazos fuertes intentó desesperado abrir la boca de su enemigo al mismo tiempo que hundía sus uñas como aguijones certeros. Y fue entonces que logró abrirla y caer en la hierba. Paralizado, aún por el miedo, se mantuvo quieto unos segundos. Para su tranquilidad vio que el majá se alejaba dentro de la maleza con las fauces desgarrada y adolorida.
CÓMO PUDO LLEGAR AL RÍO
Tambaleándose, Budu-Budú miró