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Alex y El Tosco (una historia de horror)
Alex y El Tosco (una historia de horror)
Alex y El Tosco (una historia de horror)
Ebook363 pages7 hours

Alex y El Tosco (una historia de horror)

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About this ebook

La historia de un niño educado y de buenos modales llamado Alex quien, después de ser secuestrado, desarrolla un increíble vínculo con un muñeco enojado y malhablado llamado El Tosco, quien le enseña al joven Alex cómo encontrar su voz.

Cuando Alex se despierta atado en un ataúd de madera para encontrar maldiciones y abuso maniático, encuentra algo que nunca imaginó poder tener, un verdadero amigo. En los siguientes días, un pequeño muñeco de humor extraño llamado El Tosco le enseñará a Alex cómo decir no, cómo afilar sus garras y cómo matar a un hombre.

Y un triángulo de engaños dejará a Alex preguntándose quién es la verdadera víctima.

Basado en eventos reales, Alex y El Tosco explora el tema filosófico del efecto de la domesticación de niños a través de aprendizaje de modales, y expone la premisa de 'la educación es la disciplina del abuso'.

LanguageEspañol
PublisherC.Sean McGee
Release dateNov 10, 2018
ISBN9781547557011
Alex y El Tosco (una historia de horror)

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    Alex y El Tosco (una historia de horror) - C.Sean McGee

    Un bebé nunca aprende a calmarse a sí mismo para dormir. Aprenden, abandonados en reclusión, que sin importar el volumen de su abatimiento, sin importar la fuerza de sus lágrimas, cuando están solos y asustados, nadie vendrá jamás a su rescate. El bebé no se calma a sí mismo o misma. Él o ella simplemente se rinde. Y es en casa con sus madres y padres donde el bebé aprende, encarando a sus monstruos, a permanecer en silencio y ser sumiso.

    Tímido (Adjetivo) – como el depredador justifica terror absoluto.

    CAPÍTULO CERO

    CAPÍTULO UNO

    CAPÍTLO DOS

    CAPÍTULO TRES

    CAPÍTULO CUATRO

    CAPÍTULO CINCO

    CAPÍTULO SEIS

    CAPÍTULO SIETE

    CAPÍTULO OCHO

    CAPÍTULO NUEVE

    CAPÍTULO DIEZ

    CAPÍTULO ONCE

    CAPÍTULO DOCE

    CAPÍTULO TRECE

    CAPÍTULO CATORCE

    CAPÍTULO QUINCE

    CAPÍTULO DIECISÉIS

    CAPÍTULO DIECISIETE

    CAPÍTULO DIECIOCHO

    CAPÍTULO DIECINUEVE

    CAPÍTULO VEINTE

    CAPÍTULO VEINTIUNO

    CAPÍTULO VEINTIDÓS

    CAPÍTULO VEINTITRÉS

    CAPÍTULO VEINTICUATRO

    CAPÍTULO VEINTICINCO

    CAPÍTULO VEINTISÉIS

    CAPÍTULO VEINTISIETE

    CAPÍTULO VEINTIOCHO

    CAPÍTULO CERO

    Alex se aferró al asiento. Tenía las manos entre las piernas y los dedos doblados sobre el borde con sus uñas rasguñando el plástico rojo. Apenas podía contener la emoción que sentía y esperaba que nadie más pudiera verlo. Se sentó observando la entrada al salón de clases, con la puerta abierta, dejando que la luz de la tarde y la brisa fresca inundaran el salón, y soñó escapar.

    Observó a sus compañeros de clase, todos ellos ocupados empacando sus lápices de colores y cerrando sus mochilas. Algunos estaban riendo y algunos estaban pellizcándose y dándose puñetazos en los brazos, pero todos completamente ignorantes de la gran conspiración en sus pensamientos.

    Y así, miro alrededor con aguda conciencia pensando que todos lo estaban observando. Miró a su izquierda y miró a su derecha y trató de mantener la calma con respecto a todo, pero todo era tan difícil.

    Seguro lo sabían.

    Seguro estaban tras él.

    Seguro, en cualquier momento, también ella.

    En verdad es un encanto dijo La Maestra.

    Estaba hablando con uno de los adultos, la mamá de uno de los niños. Alex miró al niño. No se sabía su nombre. No se sabía el nombre de nadie. El cabello del niño estaba bien peinado y no era castaño y no era rubio, era una mezcla de los dos y el niño tenía las manos en los bolsillos y estaba parado junto a la pierna de su madre, viendo un dibujo que había pintado que estaba colgado en la pared junto a ellos.

    Alex miraba más allá del niño, un espacio pequeño entre él y su madre, donde podría escapar por la puerta frontal. Había suficiente espacio para que se escurriera por ahí si era rápido y ágil, como un gato.

    Pero tendría que ser rápido.

    Afuera de la puerta, había unos escalones de concreto que llevaban a un camino de concreto y había verde pasto frondoso de un lado y en ese pasto había un letrero y el letrero decía Los niños no pueden jugar aquí.

    Y al final de ese camino había una puerta grande y cuidando esa puerta había un hombre grande; un hombre convertido en gigante con grandes manos para atrapar como la red de un pescador, una cara como un globo desinflado, ojos como dos gigantes platos sucios y una voz ronca como un avión aterrizando.

    Y el nombre del gigante era Horace. Y como todos los gigantes, se sentaba alto en su trono y menospreciaba a todos los que querían pasar por las puertas y hacía que los adultos esperaran en una línea y los dejaba entrar uno por uno y ellos siempre eran tan educados cuando pasaban a su lado y los niños, ellos siempre estaban aterrados.

    ¿Y quién no lo estaría?

    Los gigantes comen niños.

    Pues muchas gracias dijo La Maestra, diciendo adiós con la mano a la madre del niño, mientras ella se ponía a su hijo bajo el ala y se volteaba para bajar los escalones.

    Ahora pensó Alex.

    El momento era perfecto. Nunca lo verían venir. La Maestra le daba la espalda y el niño y su madre, bueno ellos también estaban de espaldas y si él se iba ahora, si corría mientras nadie veía, podría tomar vuelo en su inercia e incluso usarlos para cubrir su escape.

    Podía hacerlo.

    Podía escapar.

    Su corazón latía tan rápido mientras se mecía de atrás a delante en su silla. Justo ahora era el único momento que tenía, pero justo ahora estaba rápidamente escurriéndose.

    La Maestra se alejó de la puerta y todos los niños la siguieron con los ojos suplicantes y llenos de adoración. Alex los miró, a todos ellos, mientras todos ellos miraban a su maestra. Su corazón latía muy rápido.

    Espera gritó el niño desde el camino.

    Alex volteó de nuevo a la puerta.

    Todos voltearon.

    Treinta rostros sonrientes miraron hacia la puerta sonriendo.

    La Maestra deslizó sus pies sobre el piso y giró antes de detenerse, como una bailarina. Siempre se movía como una bailarina de ballet, deslizando sus pies para acá y para allá y dando brinquitos y girando sobre la punta de los dedos de sus pies. Las niñas todas pensaban que era una princesa, tal como las muñecas preciadas que guardaban sobre sus escritorios y los niños, bueno ellos en realidad no pensaban en nada más que en futbol y videojuegos, pero no la odiaban y era medio divertida, aunque todas las niñas eran así.

    La maestra recibió al niño con los brazos abiertos al frente y una estupenda sonrisa adorable sobre el rostro y el niño corrió a su abrazo y ella lo envolvió fuerte entre sus brazos y levantó sus piececitos del piso y él susurró ‘adiós’ y ella susurró ‘adiós’ también y entonces todos los otros niños, todos observaron con ilusión y sonrisas en el rostro y todos dijeron la palabra ‘adiós’ en silencio, imaginando que eran ellos, no el niño, en su abrazo y sus boquitas se cerraron de modo que sus labios se tocaron suavemente y parecía como si todos hubieran lanzado un beso silencioso.

    Alex vio a los otros niños y no podía nombrar ni siquiera a uno. No se sabía el nombre de ninguno y si tuviera que hablar sobre su día, hablaría de ellos como ‘ese niño’ o ‘esa niña’, ‘en la escuela’ o ‘en el camión’ y no podía imaginarse hacer un amigo de siquiera uno de ellos.

    Lo siento. Dijo la madre del niño. Realmente quería volver y decir adiós.

    Está bien dijo La Maestra, cargando al niño en sus brazos como si fuera de ella.

    El niño miró a La Maestra y debió haber dicho algo que solo ella pudo entender porque inmediatamente, se vio sorprendida como si acabara de recordar algo terriblemente importante.

    Es cierto dijo. No le mostré el dibujo de Timothy.

    Ese era su nombre, Timothy.

    Alex no lo escuchó para nada. El momento en que empezaron a hablar, su corazón comenzó a latir salvajemente de nuevo y comenzó a ver toda la habitación, a donde estaba parada La Maestra, donde el niño y su madre estaban y qué tan distraídos pudieran estar y entonces, de vuelta a la puerta abierta, que llevaba a los escalones de concreto, que pasaban por el verde pasto frondoso en el que los niños no tenían permitido jugar y fuera hasta la puerta gigante cuidada por Horacio el gigante quien, como la mayoría de los gigantes, probablemente sólo veía cosas gigantes, como carros grandes y afuera de ellos, gente grande.

    Alex se concentró en el pequeño hueco y era como un velocista, agachado en la línea de salida con su corazón latiendo fuerte mientras esperaba el momento para correr. Y se meció atrás y adelante y sus uñas rasguñaron el plástico rojo debajo de su asiento y los dedos de sus pies se encogieron, para que, como los del velocista, estaban sobre sus puntas y listos para rebotar.

    Vaya, Timothy esto es maravilloso dijo la madre del niño.

    El Niño, Timothy, la volteó a ver. Sabía que estaba exagerando. Las madres siempre lo hacen. Supongo que es lo que pensaban que los niños querían oír. Sólo era un dibujo. No era muy bueno. Él lo sabía, pero su madre, ella o no sabía mucho de arte o sólo estaba siendo amable.

    De hecho, este es el dibujo de Timothy. Es maravilloso.

    Oh dijo ella. Es muy bonito Timothy. ¿A poco no eres muy listo?

    Estaba siendo amable. El dibujo era terrible.

    ¿Qué es? ¿Qué pintaste? preguntó su madre.

    El Niño, Timothy, no dijo nada. Estaba nervioso, tímido o avergonzado. Miró a La Maestra y tomó su mano.

    Es muy tímido dijo la madre del niño.

    Lo sé dijo La Maestra. ¿No lo son todos a esa edad?

    Las dos adultas voltearon a ver y les sonrieron a los adorables niños sentados en sus escritorios viéndolas adorablemente.

    Los niños tenían que pintar lo que quisieran; lo que sea que pensaran que expresan las palabras feliz y seguro.

    Todos los dibujos se ven muy parecidos dijo la madre del niño.

    Ambas adultas vieron en la pared todos los papeles de colores colgando y aunque algunos estaban dibujados con más habilidad que otros, todos se veían muy parecidos.

    ¿Esa es mamá? preguntó la madre del niño a su hijo.

    El Niño, Timothy, aún estaba en silencio, tímido quizás. Miró a La Maestra, agarrando su mano izquierda con su mano derecha y observándola fijamente con ojos desamparados, sin una palabra y viéndola en busca de una explicación y alguna definición.

    Soy yo dijo La Maestra, un poco avergonzada.

    Miró al niño de nuevo y sonrió y él sonrió de vuelta.

    La madre del niño observó los dibujos y todos eran iguales, cada niño parado junto a una princesa alta y delgada con cada niño tomando la mano de su princesa y sintiéndose seguro y feliz. Y ella miró a su hijo y él estaba haciendo justamente eso.

    Realmente la adoran dijo la madre del niño.

    Realmente lo hacen y yo los adoro también dijo La Maestra.

    Ambas adultas sonrieron y mientras el niño soltaba la mano de La Maestra e iba hacia la de su madre, Alex vio su oportunidad.

    No había tiempo, tenía que irse.

    Así que saltó de su asiento y arrojó su mochila sobre su hombro y corrió pasando a La Maestra y corrió alrededor del niño y corrió alrededor de su madre también. Y se escurrió entre las piernas de los adultos que estaban a punto de tocar la puerta abierta y corrió bajando los escalones hacia el camino de concreto.

    Y los escalones, eran tan grandes que tuvo que saltar en cada uno y estaba tan seguro de que alguien lo iba a detener, alguien iba a poner sus manos en sus hombros y decir ¿oye qué estás haciendo niño? Y arrastrarlo de vuelta a la clase.

    Y había muchos adultos esperando junto a la puerta gigante y había más ahora, con permiso para pasar a Horace el Gigante y caminaban por el camino y todos ellos tenían sonrisas enormes en sus caras y ninguno de ellos vio a Alex, aunque él estaba justo delante de ellos. Todos pasaron a un lado de él como si fuera una escoba o un balde que dejaron desatendido en el camino.

    Alex esquivó y cruzó y se aseguró, en su escape, de no pisar el verde pasto frondoso en el que los niños no tenían permitido jugar y llegó a la puerta, se detuvo detrás de Horace el Gigante.

    Y esperó.

    Y su corazón latía tan rápido.

    Y respiró profundo.

    Y podía ver la forma de cada segundo que nacía.

    Y cada segundo se veía tan viejo.

    Y quería correr.

    Pero no podía levantar los pies.

    Sabía que lo atraparían. Los otros niños, debieron verlo correr. Lo habrían delatado para este momento. No se podía confiar en ellos.

    Podía escuchar una sirena sonando en su mente y podría ser que el día de escuela había terminado o podría ser La Maestra dándose de cuenta que se había ido y presionando un botón rojo y a él no le quedaría mucho tiempo, antes de que Horace el Gigante mirara hacia abajo y lo encontrara, lo capturara en sus manos para atrapar y lo llevara de vuelta al salón de clases.

    ¿Dónde estás mami? pensó para sus adentros.

    ¿Por qué no estaba ahí?

    ¿Por qué tenía que hacer esto solo?

    Y su corazón golpeaba tan fuerte.

    Latía tan rápido.

    Vio una oportunidad. Paso corriendo a Horace, atravesó la puerta y dio la vuelta en la esquina y pasó la fila de carros bajando la velocidad y dio la vuelta en otra esquina de nuevo y apoyó la espalda contra la pared y soltó su mochila al piso y corrió para recuperar el aliento mientras el aire frío levantaba su cabello dejando que una gota de sudor corriera hasta su ojo.

    Y nadie notó nada.

    ¿Alex?

    Alex volteó. Su madre estaba parada en la puerta, apunto de entrar cuando vio su mochila en el piso. Él mismo pudo haber sido cualquier niño, agachado y echo bolita, su cabeza escondida entre sus piernas, bloqueando el mundo por completo.

    ¿Qué estás haciendo ahí? dijo.

    Sintió como si hubiera caído en un refugio en plena tormenta. Miró arriba y vio el rostro preocupado de su madre mirándolo hacia abajo, el gesto en el que sus ojos se entrecerraban y la piel de su frente se arrugaba como la de un viejo y sus cejas se elevaban como el dibujo de un puente primero y después, cuando la sorpresa engendraba preocupación, culebreaban y serpenteaban como dos gusanos retorciéndose y su boca se cerraba entonces y sus labios casi sonreían, pero no el tipo de sonrisa feliz. Se retraían como el martillo de un rifle y pronto o le gritaría o lo levantaría en sus brazos.

    Ella tenía la misma mirada como aquella vez que él accidentalmente dijo una majadería. Fue hace bastante tiempo, pero aún sentía los azotes que le dio en las pompis cuando pensaba en eso. Ella tenía la misma mirada que tuvo ese día, excepto que entonces, su casi sonrisa se convirtió en una mano nalgueando.

    Sin embargo, esta vez su madre se agachó de modo que veía sus ojos salados y lo envolvió con sus brazos indulgentes y lo jaló cerca de su pecho. A Alex no le importaba nada más que esto, ser envuelto en la cobija del amor y afecto de su madre, y se sintió infinitamente pequeño por un segundo y se sintió bien sentirse tan pequeño y se sintió tan bien sentirse así de incapaz y se sintió tan bien sentirse tan seguro, bajo el ala protectora de su madre.

    ¿Qué estás haciendo afuera? Se supone que te debo recoger de la puerta. ¿La maestra te dejó salir?"

    Alex no dijo nada.

    Los dos caminaron siguiendo la pared, con Alex aferrado a la mano izquierda de su madre mientras se chupaba el pulgar y tenía la esperanza de que cuando llegaran a la puerta, Horace el Gigante no los notaría. Pero cuando estaban a punto de cruzar la calle, no fue Horace quien los llamó a volver, fue La Maestra.

    Sra. Stein llamó.

    No sonaba enojada. Llamó el nombre de su madre como si la hubiera visto paseando por el centro comercial y quería saludarla y no porque este niño había escapado de su clase y la había hecho ver como una idiota.

    Por favor no voltees pensó Alex.

    Pero su madre no podía leer sus pensamientos y entonces volteó y caminó de vuelta cruzando la calle hacia la puerta. Alex apretó la mano de su madre tan fuerte que se estremeció y le lanzó una mirada. Y entonces se chupó el pulgar más y más fuerte esperando que algo cambiara en el próximo segundo, esperando que su madre simplemente caminara en otra dirección o que se chupara el dedo tan fuerte que su pulgar simplemente se cayera y su madre tendría que llevarlo de inmediato a la sala de emergencias para que se lo volvieran a pegar y nunca podrían saber qué quería ella.

    Hola, Sra. Stein, ¿cierto?

    Sí. Llámeme Chrissie. Usted debe ser la maestra de Alex.

    Sí lo soy. Mi nombre es Srta.........

    Alex bloqueó sus oídos.

    Vio sus bocas moverse y después las vio sonreír y mover la cabeza de lado a lado y cada vez que La Maestra hablaba, podía verla estirar su mano larga y delgada y apenas ligeramente tocar el codo de su madre y probablemente se estaban haciendo amigas, pero él no podría saberlo, así que desbloqueó sus oídos.

    ¿Pero por qué Alex estaba afuera? Me habían dicho que los niños no podían salir sin un padre o tutor que los acompañara. ¿Se escapó? preguntó Madre.

    Ahora se veía enojada, no con La Maestra o con la escuela, sino con Alex porque esto lo hacía ver problemático e indisciplinado, lo cual se reflejaba en los valores morales de su paternidad. Y la hacía ver mal.

    La Maestra miró a Alex y apoyó su mano en la parte superior de su cabeza. Se sintió tierno, como una brisa tibia y para nada como la de su madre que estaba apretando la suya tanto que estaba blanca brillosa y rojo vivo.

    Es muy difícil para los niños encontrar sus pies al principio, pero no les toma mucho, ¿no es así? dijo La Maestra, peinando su cabello con su mano suave.

    Alex volteó arriba para verla y ella estaba mirando hacia abajo para verlo y ella tenía esos ojos adorables y su mano suave resbaló de la parte superior de su cabeza hasta arriba de su hombro.

    Pide perdón Alex dijo su madre.

    Él vio a La Maestra y ella se veía como una princesa y estaba sonriéndole con tanta gracia y su sonrisa decía ‘no te molestes, no necesitas hacerlo’ y ‘sé que te importa’ y Alex, él vio a su madre y deseaba tanto que lo levantara en sus brazos y se lo llevara lejos pero en lugar de eso, su mano apretó más fuerte la suya y lo miró despreciativamente y se veía tan furiosa como su perro se veía, cada que le quitaban su hueso. Trató de decir algo, pero no pudo hablar y aún si pudiera, sabía que ella no escucharía.

    Las mamás nunca escuchan.

    Alex, pide perdón ahora o estarás en grandes problemas muchachito.

    Su madre lo empujó de modo que su pecho presionaba las rodillas de La Maestra. Alex cerró sus ojos y empezó a llorar, pero eso sólo hizo la voz de su madre más brusca.

    No llores. Discúlpate con la Srta......

    Apretó los ojos y cerró la boca y bloqueó sus oídos. Aguantó la respiración y se imaginó una vasta quietud, una fresca cobija de vacío, hundiendo sus pensamientos y llevándoselo, como un pescado pequeño, un fractal en su vasto océano mientras colgaba de la palma de la mano de un niño.

    Y después todo volvió a su mente. Y era él mismo, pero estaba sin brazos y estaba sin piernas. Y estaba sin cabello que pudiera ser alborotado o peinado con vigor y estaba sin orejas que pudieran ser jaladas y picadas de modo malicioso.

    Estaba sin dirección, perdido en una galaxia lejana y buscando su sol, buscando calor y un centro en el cual pudiera pertenecer, para ser protegido por muchos Saturnos y Júpiters, un lugar donde pudiera estar en esplendoroso giro. Ahí no habría arriba y no habría abajo; no habría izquierda y no habría derecha. No habría nada que menospreciara su fantasía y nada que subastara su terror.

    Trató de quedarse ahí, en el vacío infinito, pero no podía aguantar la respiración ni cerca de lo que duraba para siempre. Y así, abrió su boca y respiró profundo y después destapó sus oídos y desabrochó los ojos y frente a él estaba La Maestra, su rostro, a solo una pulgada del suyo y sus ojos, con el cuidado y la preocupación y la servidumbre del amor que él deseaba tanto ver en los de su propia madre y lo miró anhelante mientras reprimía la furia desatada de su madre.

    Alex notó, ahora que estaba cerca, que podía contar todas las pecas en la punta de su nariz, esos ojos, el izquierdo, brincaba y se movía y parecía que estaba roto, como ese canal ondulado que no se podía enfocar en su televisión. Y aunque un ojo era vasto en consideración, el otro se veía maniaco y muy posiblemente de cualquier otra cosa.

    Sólo extrañabas a tu mami. Yo sé cómo se siente. También extraño a mi mami. Vive muy lejos y no la puedo ver mucho y yo también me pongo triste. Y a veces, cuando estoy realmente triste, solo quiero correr y estar con ella. Lo entiendo Alex, lo entiendo. No estoy enojada. Es solo que amas a tu mamá. No es un pecado. ¿Pero sabes qué? Tu mamá no está tan lejos como la mía. Ella está a la vuelta de la esquina dijo La Maestra señalando la cuadra de apartamentos a un lado de la escuela. Y sabes, si alguna vez te sientes triste o asustado o si llegas a sentir que extrañas a tu mami, puedes decírmelo y yo la voy a llamar de inmediato y ella puede venir a la escuela. A cualquier hora. ¿No es así? dijo, mirando a la madre de Alex.

    Claro que sí. Cariño. Está bien. Sabes que estoy cerca y tu papá también. Pero tienes que ir a la escuela. Tu hermano, tus hermanas, todos van y ellos no lloran y ellos no se escapan. Quieres ser como tu hermano mayor, ¿no? preguntó su madre.

    Alex pensó en su hermano mayor.

    Claro pensó. No seas tonta.

    De verdad lo lamento. Prometo que no volverá a pasar dijo su madre, remarcando su vergüenza y arrepentimiento.

    La Maestra apoyó su mano de nuevo en el hombro de Alex.

    Por favor, soy yo quien debería disculparse con usted. El problema aquí no es que Alex se escapara del salón, sino el porqué pasó y es mi culpa por no darme cuenta de eso. Debí ponerle más atención al pobrecito de Alex; es sólo que es tan callado. Supuse que estaba encajando muy bien dijo La maestra, sonriendo a Alex.

    Solo es tímido. Debería estar bien pronto.

    La maestra estaba sonriendo y aunque probablemente se veía como una princesa para todos los demás, para Alex, sus dientes parecían alambre de púas y sus ojos eran como dos grandes pozos en los que, si se asomaba muy de cerca, podría caer dentro y jamás vería la luz del sol de nuevo.

    Pide perdón Alex exigió su madre.

    La Maestra sonrió con sus dientes de alambre de púas.

    No seas grosero y di que lo lamentas.

    Él sabía las palabras.

    No dijo nada.

    Se sentía como un pequeño ratón, presionado contra el pecho de un halcón.

    Él lo lamenta dijo su madre.

    La Maestra estiró la mano para hacer a un lado el cabello que cubría los ojos de él y Alex se congeló, quería empujar sus manos para quitárselas de encima, pero fue incapaz de mover un músculo. Su madre lo miró sonriendo y se preguntó cómo no podía ver los dientes de La Maestra como navajas y quería gritar, pero no sabía qué palabras serían o cómo sonaban, para decir no. Y así ella le hizo a un lado el cabello del rostro y él la miró fijamente con un tic en el ojo.

    Te veré mañana dijo La Maestra, besándolo suavemente en la mejilla.

    Es usted muy comprensiva, muchas gracias dijo su madre, estrechando la suave mano de La Maestra.

    Vamos, se nos va a hacer tarde.

    Alex caminó por el camino con su madre abrazándolo con el antebrazo y más bien arrastrándolo que caminando con él. Estaba molesta, pero no podía decirle porqué había escapado. Quizás ni siquiera él lo sabía. Sólo se sintió como algo que tenía que hacer y lo hizo. Y nunca podría decírselo así de fácil a su madre.

    Así que lloró.

    Y ella le dijo.

    Hablaremos de esto después.

    CAPÍTULO UNO

    Fue apenas un salto antes de que dieran la vuelta y llegaran a la cuadra de apartamentos. El complejo era largo con siete edificios de cuatro pisos, cada piso albergaba diecisiete pequeños apartamentos y cada apartamento decorado con familias y extraños de todo tipo de vida y de todos los extremos del mundo. Y todos ellos eran tan coloridos y tan extraños y tan diferentes de cualquiera que Alex haya visto antes.

    A un lado de su padre, sin embargo, no se veían tan grandes para nada, tan gigantes y amenazantes como se veían cuando estaba solo. Como todo; cuando su padre estaba a su lado, todo el mundo se veía fraccionado y difícilmente una amenaza.

    Ah, no te dije. Encontré a Alex afuera de las puertas esta tarde.

    Alex miró a su padre. Estaba masticando un envoltorio de papel con los dientes, tratando de romperlo y sus ojos se veían tan locos y concentrados mientras lo mordía y jalaba y tiraba y roía, estirándolo tanto que se adelgazó y se arrancó, y le dio una pequeña mordida al chocolate antes de dárselo a Alex para que lo devorara.

    "¿No me habías dicho que no se pueden ir sin acompañante? Dijo su padre, hablando mientras masticaba el caramelo duro.

    Bueno, los otros niños pueden. Sólo Alex. Él termina antes. Los otros están bien.

    ¿Entonces qué pasó?

    Alex mordía pedazos grandes de chocolate, más de lo que podía masticar y sonaba como una vaca pastando cuando paseaba el pedazo grande de un lado de su boca al otro y observaba a su hermano y sus hermanas adelante, corriendo y persiguiéndose uno a otro mientras caminaban por las filas de apartamentos y aunque normalmente él pelearía por ser justo como ellos, deseando actuar en sus juegos y encajar en sus zapatos, esta noche, estaba más tranquilo en los propios, masticando chocolate barato y viendo el mundo tan pequeño entre las mecidas manos de su madre y padre.

    Su maestra dijo que estaba triste o asustado o algo y que se volteó por un segundo para hablar con una de las otras mamás y cuando volvió a voltear él se había ido.

    ¿Triste? ¿Triste por qué? Malditos maestros de la nueva era. ¿A dónde fue?

    Su padre tenía un trozo de chocolate atorado en sus dientes y estaba desatorándolo con su lengua mientras hablaba y sonaba como el tipo de conversación que tienes en la silla de un dentista. Sin embargo no sonaba enojado, así que Alex batalló con un pedazo de chocolate de entre sus propios dientes con su lengua y fingió la misma concentración e interés que su padre.

    Estaba a la vuelta de la esquina.

    ¿Pero cómo se escapó? ¿No tienen un guardia o algo? ¿Y qué estaba haciendo la maestra mientras pasaba todo esto?

    Pues eso fue lo que le dije. Digo, le pregunté, le dije ¿para qué demonios estamos pagando estas cuotas tan altas? Se supone que debes proteger a los niños, no dejarlos correr por la maldita calle.

    ¿Y qué contestó?

    Me aventó una mirada altanera.

    ¿Entonces qué hacemos?

    Pues le dije lo encabronada que estaba y que era su culpa. La hice que se disculpara y le dije que, si pasaba de nuevo, sacaríamos a todos los niños en un tronar de dedos, sin duda alguna.

    ¿Qué contestó?

    Estaba toda nerviosa y disculpándose. Sabía que la había regado.

    Adelante, había un anciano sentado en una silla de jardín bajo la ventana de su apartamento. Traía puesta una bata larga que estaba abierta y debajo tenía ropa de tenis. Usaba unas sandalias sucias y las uñas de sus pies eran largas y rugosas y las puntas eran negras y sus dedos estaban manchados de amarillo, como las puntas de un cigarrillo.

    El anciano estaba bebiendo algo de una bolsa café y murmuraba para sí mismo según se acercaban. Alzó un dedo acusador y lo sacudió contra los hermanos de Alex cuando pasaban bromeando a su lado; aguantando la risa y mordiéndose las lenguas esforzándose en comportarse. Entonces, Alex

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