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Una historia del turismo en el Perú. Volumen 2
Una historia del turismo en el Perú. Volumen 2
Una historia del turismo en el Perú. Volumen 2
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Una historia del turismo en el Perú. Volumen 2

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Actualmente el Perú recibe un gran flujo de turistas extranjeros que recorren en forma permanente Cuzco, Puno, Arequipa, Lima y otros puntos del país. Mientras que en fines de semana largos o en períodos vacacionales millones de peruanos viajan por el territorio nacional. ¿Pero fue siempre así? En este libro innovador, Fernando Armas Asín narra la historia del turismo en el Perú, desde sus orígenes en el siglo XIX, pasando por su complejo y difícil desarrollo a lo largo del siglo XX, hasta llegar al año 2000. Viajes en caballos, en autos, carreteras, hoteles y aviones pasan por estas páginas; centrándose el autor en aspectos relevantes como la lenta y progresiva conformación de los destinos turísticos, las políticas públicas para su fomento, el rol del empresariado turístico o las problemáticas asociadas con los turistas y su efecto transformador.

LanguageEspañol
Release dateDec 5, 2018
ISBN9786124221859
Una historia del turismo en el Perú. Volumen 2

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    Una historia del turismo en el Perú. Volumen 2 - Fernando Armas Asín

    portadilla

    UNA HISTORIA DEL TURISMO EN EL PERÚ

    El Estado, los visitantes y los empresarios (1800-2000)

    Volumen 2

    © Fernando Armas Asín

    © Universidad San Martín de Porres

    Fondo Editorial USMP

    Jr. Las Calandrias 151-291, Santa Anita, Lima 43 -Perú

    Teléfono: (51-1) 362-0064 anexo: 3262

    Correo electrónico: fondoeditorial@usmp.pe

    Página web: www.usmp.edu.pe

    Facultad de Ciencias de la Comunicación, Turismo y Psicología

    Av. Tomás Marsano 242-246, Surquillo, Lima 34 - Perú

    Teléfono: (51-1) 513-6300

    Fax: (51-1) 242-5899

    Diseño y diagramación: Luis Cabellos Gárate

    ODM Oficina de Diseño y Multimedia de la Universidad de San Martín de Porres

    Edición electrónica, diciembre 2018

    La obra cuenta con 2 volumenes:

    Volumen 1: 271 pp.

    Volumen 2: 299 pp.

    Digitalizado y Publicado por

    logo_crealibros

    www.crealibros.com | Lima, PE

    Reservados todos los derechos. Queda prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo las sanciones establecidas en la ley, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos reprografía y el tratamiento informático.

    ISBN: 978-612-4221-85-9

    Índice

    VIII. Los inicios del turismo masivo en los años dorados: cuzco, jets y estado promotor (1950-1970)

    Liberalismo y turismo a inicios de los años cincuenta

    El despertar a la cruda realidad: Cuzco y la discusión sobre el lugar del Estado y sus políticas públicas

    Prado, el Estado y las nuevas dinámicas en curso

    CoturPerú: gestación e impulso al turismo

    Las limitaciones y problemáticas de CoturPerú

    Planes, estadísticas y optimismo regional

    Desarrollo empresarial y los inicios de la democratización del turismo nacional

    Mostrar el paraíso: turismo, exotismo y discriminación en ciernes

    IX. Entre las ilusiones estatales y la democratización de la práctica turística. El gobierno revolucionario, el auge y el descanso de los peruanos (1970-1980)

    La ilusión planificadora del Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada

    Choque con la realidad surandina: el Plan Copesco

    La gestión ortodoxa de una empresa pública: EnturPerú

    La inversión y apuesta privada en tiempos revueltos

    La fuerza (y autonomía) del turismo interno

    La invención del turismo de costa: el Sur Chico

    Fe en el futuro e incertidumbre

    El Perú en perspectiva a fines de la década

    X. Violencia, informalidad y crisis general. La salvación del turismo nacional en la década de los ochenta

    Una década de cambios: políticas públicas, impuestos y regionalización

    Terrorismo y turismo

    La otra violencia, cruel suplicio del turista

    El patrimonio, la informalidad y el turismo

    Y a pesar de todo Conozca el Perú: la complejidad de las políticas publicitarias en la década

    Cuzco, a pesar de todo

    ¡A viajar! La conquista del verano y de los feriados en el sur, el norte y la sierra

    La resistencia de EnturPerú y el inicio de su agonía

    Balance de la década

    XI. De la crisis al apogeo: políticas públicas, liberalización económica y dinamismo empresarial en la década de los noventa

    El derrumbe del turismo entre 1990 y 1992

    Políticas públicas en un contexto de liberalización

    Del FOPTUR a PromPerú: la promoción de la imagen del Perú

    El final de una empresa de turismo: EnturPerú

    Inversión privada, motor del turismo

    Ideas remarcables

    XII. Continuar la marcha: turismo, diversificación de destinos y transformación social a fines del siglo XX

    Del terrorismo a la inseguridad informal de todos los días

    Patrimonio: entre el descuido, la lucha y la esperanza

    El caso del Cuzco: turismo, problemáticas de desarrollo y bricheraje a fines del siglo XX

    Desde Punta Sal y Máncora hasta el Titicaca y las selvas: recuperación y diversidad de los destinos del turismo interno

    El Sur Chico: las playas, los deportes de aventura y la invención de Asia

    Conclusión

    Siglas utilizadas

    Lista de cuadros

    Referencias bibilográficas

    VIII. Los inicios del turismo masivo en los años dorados: cuzco, jets y estado promotor (1950-1970)

    A partir de 1950 el turismo a nivel planetario se expande a ritmo vertiginoso, de 25,3 millones de desplazamientos hasta llegar a 165,8 millones en 1970. En Europa, el crecimiento económico de los años cincuenta y sesenta permite un aumento de los empleos, de los salarios y del crédito personal. En Estados Unidos y Japón igualmente. Entre 1950 y 1970 el mundo vivió un ciclo largo de crecimiento y prosperidad –conocido como la Segunda Edad de Oro– que también se transmitió a la periferia. Por supuesto ello iba a repercutir en el movimiento vacacional y en general en el traslado de millones de europeos, norteamericanos o japoneses por el mundo. Los europeos no solo descubren sus propios países, visitando en fines de semana, feriados o en vacaciones las campiñas o las playas, en Gran Bretaña, Francia, Holanda, Alemania, etc., sino que también se trasladan a otros lugares del continente. Las costas e islas mediterráneas, particularmente españolas, son invadidas masivamente por turistas procedentes de los países del norte, en los periodos vacacionales entre julio y septiembre o en otras temporadas del año, en busca de mejores condiciones climáticas –15 millones de arribos por vía aérea recibió España en 1974–. También crece el turismo cultural hacia Italia, Francia u otros puntos tradicionales (Khatchikian 2000: 259 y 292; Pack 2006; Sánchez Sánchez 2004).

    En Estados Unidos y Canadá, por otro lado, tanto Florida como California son los destinos favoritos, como los distintos y diversos parques nacionales y estatales a lo largo del calendario turístico anual. En las playas el bikini se impone como prenda femenina durante los años sesenta, desde St. Tropez y Cannes hasta las playas de Florida, y artistas como Brigitte Bardot, Annette Funicello o Raquel Welch contribuyen a su difusión. En Norteamérica y Europa además, ferias, festividades tradicionales o cualquier gran concierto musical o artístico son ocasiones perfectas para la movilización masiva a ciertos lugares donde compartir y romper la rutina de la vida se vuelve un objetivo en sí (Dadon 2005: 54-62; Gordon 2002). En 1948 la Hilton Company comienza sus primeras operaciones ultramarinas, inaugurando el Caribe Hilton de Puerto Rico y en los años sesenta la cadena Sheraton –fusionada a la compañía de telecomunicaciones ITT– hace lo mismo. Imitando a la cadena Holiday Inn, fundada en 1951 en Norteamérica –famosa por su sistema de franquicias como mecanismo de expansión–, el francés Paul Dubrule funda en 1967 lo que será la cadena Novotel. Hoteles y restaurantes se renuevan en sus servicios, y en el ámbito de comidas –para atender mejor a enormes grupos de viajeros que mueven los tour operadores– al final del periodo se vuelve extensivo el buffet en los comedores (Khatchikian 2000: 227-228 y 253; Vacas y Landeta 2009: 21-64).

    La novedad es también que millones de ellos se trasladan hacia la periferia del mundo. Europeos hacia las islas Canarias, América Latina y algunos países del Asia; o norteamericanos que se atreven a viajar no solo al Caribe o México, sino a Sudamérica, en vuelos de más de tres horas. Más que el crucero, que sigue existiendo y se reinventa en esos años, es el avión el actor del cambio, en sus modelos cada vez más grandes. La era de los aviones jet en la aviación comercial permitió que se pasara rápidamente de aviones de turbohélice a aviones a reacción de fuselaje ancho, del Boeing 707 y el Douglas DC-8 al Boeing 747, el DC-10 y otros modelos norteamericanos y europeos para los años sesenta. Las compañías europeas como Lufthansa, Air France, KLM, Iberia y otras vuelan en largos itinerarios transatlánticos y, desde Norteamérica, Panagra –filial latinoamericana de la Pan Am, que hace vuelos también a Miami y Nueva York– y Braniff lo hacen desde hace años hacia el sur. Aunque en 1966 Panagra es vendida a Braniff, ello no interrumpe sino aumenta el flujo de turistas de Norteamérica hacia Sudamérica. Los servicios de todas estas líneas, focalizadas en el concepto de la clase económica o turista, permiten responder a la demanda, y como en otros mercados mundiales incursionan en brindar al usuario servicios conexos de venta directa de alojamientos o servicios de autos.

    Sin embargo, igual que en los mercados del norte los flujos de turismo que llegan a la región están controlados mayormente por los grandes operadores. Si antes el turista decidía dónde ir y en qué condiciones, comprando sus pasajes, viendo sus posibilidades de alojamiento o comida; y luego de alguna manera esto pasó a estar controlado por las empresas aéreas o cadenas hoteleras que ofrecían sus servicios; ahora los operadores compran masivamente alojamientos, comidas, vuelos y arman paquetes que, a través de las agencias de viajes al por menor regadas en los distintos países, se ofrecen a los clientes. Ellos organizan los itinerarios y como en los destinos europeos –en 1970, 80% de los arribos a Inglaterra, 70% a España– los vuelos chárter empiezan a significar el mayor porcentaje de los arribos de turistas a México, al Caribe, a Sudamérica.

    Líneas aéreas, hoteles, gobiernos, etc., se vuelven dependientes de los operadores, pues al terminar controlando la demanda mundial, la reorientan hacia un lugar u otro, a través de agresivas campañas publicitarias. Si bien es cierto que su irrupción conlleva beneficios, al favorecer las disputas de las compañías aéreas por captar los flujos y abaratar los costos de viajes, o incentivar la construcción hotelera en ciertos lugares y permitirles luego altos índices de ocupabilidad¹ rompiendo las estacionalidades del negocio; también es cierto que produjeron nuevas formas de relación vertical entre ellos y los gobiernos deseosos de captar estos flujos, un cierto sometimiento de los empresarios locales a sus reglas de negocios, así como se empezaron a visualizar otros problemas de orden sociológico y ecológico: aceleración de los cambios culturales en la región impactada, de los patrones de consumo, amplificación de los problemas de clase entre turistas, pobladores y trabajadores de los centros turísticos, etc. La literatura sobre los efectos negativos de este turismo de masas, que llegaba del exterior, empezó a ser evidente en diversos países (Berghoff et al. 2002: 187-188; Boyer 1999; Marshall y Walton 1981a; Perkin 1976: 181-195; Tissot 1990).

    Por cierto, en este nuevo orden de cosas, donde el turismo pasó de una fase embrionaria a una altamente industrializada, el consumidor final, el turista, salvo que tuviera posibilidades de romperlo, se veía reducido a simplemente escoger del menú de ofertas de destino que el operador, a través de los agentes minoristas, le ofrecía. Era el mundo del turismo de masas contemporáneo (Fernández Fuster 1991; Khatchikian 2000: 261-263).

    Colateralmente, en esta dinámica, así como en España, los gobiernos entendieron la importancia del turismo en el manejo de la balanza de pagos –al permitir ganar o perder divisas–, aunque aquí y allá hay problemas metodológicos para evaluar el peso del sector en el PBI, pues en muchos casos solo se consideraba a los hoteles y restaurantes como determinantes del mismo (Vacas y Landeta 2009: 21.64; Vallejos Posadas 2002: 203-232).

    En América Latina este flujo creciente del turismo desde el exterior se combinó con el aumento en el flujo de turismo nacional.

    En los países del Cono Sur, los balnearios de Río de Janeiro, Mar del Plata, Montevideo y Viña del Mar son los lugares favoritos, así como los lugares del interior como las sierras cordobesas o Bariloche en Argentina, o el sur austral en el caso de Chile. Clases medias y populares vuelven lugares masivos algunos de ellos mientras los sectores altos buscan la exclusividad de un nuevo balneario o de un lugar natural de lagos y nieves para refugiarse (Booth 2002 y 2008; Cacopardo, Pastoriza y Sáez 2001; Cunha y Campodónico 2005; Pastoriza 2002; Pastoriza y Torre 1999). Para 1970 el volumen en el flujo de turismo externo e interno de Argentina y Uruguay era superior al del resto de países de Sudamérica, seguidos por Chile, Brasil y Colombia².

    En esta perspectiva vale la pena preguntarse cómo la masificación del turismo en esos años afectó al Perú, un país que para inicios de los años cincuenta había descaminado algunos de los trechos que realizó en las décadas previas. Habría que ver cómo se desenvolvió el turismo receptivo, cuál fue la reacción del Estado ante las nuevas realidades, cómo se comportaron los actores privados: agencias, empresas de transportes, hoteles. En esa línea es necesario abordar la discusión en torno a la importancia del turismo para el desarrollo nacional que se venía realizando desde tiempo atrás, tanto como también sopesar el propio desarrollo del turismo interno, la importancia o no que se le daba. Es lo que pretendemos hacer en las siguientes páginas.

    Liberalismo y turismo a inicios de los años cincuenta

    Lima fue sede del IV Congreso Interamericano de Turismo entre el 10 y el 12 de abril de 1952. Lo organizó el Touring, como siempre bajo la dirección de Eduardo Dibós, y recibió el apoyo del gobierno del general Manuel A. Odría y también de la flamante Organización de Estados Americanos (OEA), institución que desde 1948 reemplazó a la Unión Panamericana. Las empresas peruanas del sector colaboraron, así como algunos gremios. Uno de ellos fue la Asociación Peruana de Hoteles y Restaurantes, que para entonces agrupaba a 38 restaurantes –como El Cordano–, diez cafés –como el Palermo, La Tiendecita Blanca, D’Onofrio, entre otros limeños, y solo uno de Chiclayo: Cinzano–, y 19 hoteles: Astoria y Europa de Chiclayo, Villa del Sol de Chosica, Royal de Talara, Paracas de Pisco, Mossone de Huacachina, Termas Monterrey de Huaraz, Iris de Chincha, Chimú de Chimbote, y en Lima los hoteles Colmena, Crillón, Gran Hotel, Leuro, Los Ángeles, Maury, Plaza, Residencial, Richmond y 28 de Julio.

    El anterior evento, III Congreso Interamericano de Turismo, había sido en Bariloche en 1949, y como sabemos fue impulsado por el panamericanismo de los años treinta. Los acuerdos no se distanciaron del resto de encuentros, centrados básicamente en pedir, a través de la OEA, facilidades ya conocidas a los estados para el desarrollo del turismo, proponer un día del turismo y la agremiación de sus distintos actores, incluidos las escuelas e institutos de hotelería, las agencias de publicidad y las entidades destinadas a la protección patrimonial (véase Acta Final en: Touring y Automóvil Club del Perú 1952).

    El ánimo de los hacedores de políticas públicas, tanto en el Estado como en el sector privado –entidades, personalidades del sector– era el de un marcado liberalismo, como ya se ha visto. Por ejemplo, a propósito de este encuentro internacional, la revista Turismo, que para entonces estaba presidida por Toto Giurato –que luego publicaría su Perú milenario en tres volúmenes– y tenía como gerente a Jorge Holguín de Lavalle, planteaba en un editorial que el Perú ya tenía centros turísticos de interés por lo que solo resta remover dificultades al viajero, mejorar transportes, hoteles, guías y una inteligente propaganda que bien pueden realizar las propias agencias de turismo y las embajadas y lo demás vendrá por sí solo (Turismo, 1952, 162-163). Rechazaban cualquier deseo de planificación y coordinación desde el Estado y buscaban darle solo un carácter complementario a su rol en la actividad. En esa misma línea se movía el Touring, al que el gobierno odriísta le había vuelto a dar un rol protagónico como promotor y difusor del turismo.

    En un texto de 1951 criticaba a la Corporación Nacional de Turismo, acusándola de que en la organización y el fomento del turismo careció de planes básicos indispensables porque no contó con el conocimiento científico es decir, la teoría del turismo, ni con el conocimiento empírico, o sea el dominio de las enseñanzas que brotan de la práctica y la realidad. La acusaba de que sus proyectos, inconexos y faltos de organicidad, no dieron los resultados esperables. En concreto cuestionaba la política publicitaria, fácil, ostentosa e inefectiva en el país y en los Estados Unidos; así como el programa de establecimientos hoteleros para turistas con mínimas realizaciones; el contar con un costoso aparato burocrático; el plan vacacional para los empleados que perjudicó a su propia economía y a la de entidades privadas y que tuvo insignificante repercusión social; y en fin, la feria de Lima –se refiere a la de 1949, que como hemos visto fue promovida por el entorno de Odría, en los últimos días de la Corporación– con resultados económicos desastrosos y turísticos nulos.

    Por cierto el Touring se consideraba capacitado, pues con el millón y medio de soles asignados –cifra en verdad mínima para una obra de envergadura– podría hacer mucho, pues a diferencia de la Corporación que usaba ese monto para sus gastos administrativos, usaría solo un tercio para idéntico fin –no decía el Touring que usaba una misma administración ya existente para este nuevo fin–. Decía que iba a hacer una inventariación del país para el turismo, viendo qué destinos existen y en qué condiciones lo brinda o puede brindarlo. Anunciaba además que iba a desarrollar propaganda informativa y propaganda incitativa del país para el turismo. Lo primero con anuncios comerciales –básicamente dejar que las empresas confeccionen guías de viaje, calendarios de festividades del Perú, guías para pesca, caza, restaurantes, mapas, cartas de turismo, hojas de rutas, esquemas de rutas o guías de hoteles– y lo segundo con publicidad radial y grabación de discos en inglés y castellano que después se difunden por América y Europa. Aceptaba que era una publicidad de bajo costo, no entendiendo que en un mundo en transformación, si se quería ser agresivo en la captación de los flujos turísticos, no tener una política de publicidad global y muy bien planificada era fatal.

    El esfuerzo anterior de la Corporación y del Estado por desarrollar aunque fuera en forma embrionaria un turismo social, mediante un pequeño programa de vacaciones pagadas para empleados públicos, es cuestionado. Considera nocivo pagar a los trabajadores por sus vacaciones nocivo criterio de que es obligatoria la subvención estadual para los que en vacaciones no desean viajar³. Ellos más bien van a desarrollar un programa para empleados públicos en coordinación con las agencias de viajes y turismo agrupadas en la Asociación Peruana de Agencias de Viajes y Turismo, imaginamos que comprando simplemente el paquete a las mismas. Después desean extenderlo al turismo colectivo de carácter gremial o profesional. Su aversión al Estado y su rol coordinador o de fomento les lleva a aseverar: El Estado no debe intervenir en la industria o en el comercio como industrial o como comerciante. Su presencia en las actividades provoca el retraimiento de la iniciativa privada. Por lo que en el asunto de los hoteles de turistas vuelven a plantear su liquidación o su minimización con fuertes incentivos a la actividad privada (Touring y Automóvil Club del Perú 1951a).

    Sus planes, de corto alcance, llevarán a que la institución le preste más atención a la celebración del día del turismo, como la que organizó en 1951; y a desarrollar sobre todo sus actividades en el campo de las rutas y el automóvil, con información básica de orden turístico, como puede verse en las hojas de rutas que elabora en esos años sobre las distintas vías y regiones en el país, en las guías de hoteles –como la de 1952– o restaurantes, o en los calendarios; en artículos periodísticos pagados para promover alguna región, por interés de sus asociados –véase Atractivos turísticos de Huánuco o Loreto: paraíso para turistas en 1954–; o en las propias publicaciones que edita, como ¿A dónde iré hoy? (La Nación, Lima, 29-VIII y 5-IX-1954; Touring y Automóvil Club del Perú 1951a, 1951b y 1952a). Lo que se reclamaba del Estado eran básicamente facilidades para el movimiento del turismo. Ricardo Palma, director gerente del Touring, declaraba en 1954 que el Perú era el único país en América que ponía muchas trabas al flujo del turismo receptivo y volvía a repetir los conceptos ya vistos: No es necesario construir hoteles sino que es necesario quitar las trabas al turismo para que cada día vengan más y más, y la demanda haga que se construyan solos. Aprovecha para reconocer, sin embargo, que su plan de publicidad, pobre y limitado, no surtía efecto, pero lo achacaba a la poca colaboración estatal y a que el Touring no cuenta con el recurso de la iniciativa privada (La Crónica, Lima, 16-III-1954).

    Esta institución no estaba sola en esta campaña, pues por diferentes razones otras personas aprovechaban para, por ejemplo, criticar a algunos hoteles de turistas o la realidad de algunos lugares de interés. Por ejemplo, se cuestionaba la denominación de Yura como lugar turístico, pues este debe tener varias atracciones para el turista, se decía; sin embargo en Yura en algunas horas se puede terminar de conocer el lugar sin necesidad de hospedarse en el hotel de turistas, además de que el turista llegaba sano y no necesitaba baños medicinales⁴. Se pedía al hotel revisar sus tarifas y dar facilidades (El Comercio, Lima, 25-XII-1952).

    En la otra orilla, sin embargo estaban diversos periodistas, pequeñas empresas y políticos de diversos lugares del país, que no solo reclamaban a sus autoridades la construcción de hoteles de turistas para abrir al mundo sus lugares, sino que exigían de las autoridades centrales un mayor compromiso con el desarrollo regional y local mediante otras obras de infraestructura necesarias. Era parte de las crecientes disputas por una mayor participación en los beneficios económicos que preferentemente se centraban en Lima. Por ejemplo A. Peñaloza reclamaba en 1956 un aeropuerto para Huancayo, tras el cierre de la pista de Jauja en 1953. Igualmente reclamaba un moderno hotel en el lugar (Peñaloza 1956). También los medios de prensa, incluso cercanos al gobierno de turno, eran partícipes de una mejora constante de las infraestructuras pues el potencial turístico era enorme en Arequipa, el Callejón de Huaylas, o en zonas tan alejadas como Tumbes y sus playas (El Comercio, Lima, 17-VIII-1957 y 11-III-1963; La Prensa, Lima, 10-II-1957).

    Además había otros problemas asociados a la realidad turística. En el Cuzco, Julio G. Gutiérrez Loayza, presidente del Instituto Americano de Arte en 1945, frente a unos lienzos encontrados en abandono en una iglesia rural, planteaba en un significativo testimonio lo que sucedía en el ámbito patrimonial: se sabe de fuentes autorizadas, que los organismos oficiales encargados de la custodia de las obras artísticas han hecho reiteradas gestiones (…) para asegurar, por lo menos, los valiosos lienzos, pero han tropezado con la tozudez inconcebible de quienes están obligados a resguardar los bienes. Acusaba al obispado cuzqueño de desinterés por el cuidado de los bienes y a los custodios campesinos, que a veces, decía, formaban parte de las redes que satisfacían los requerimientos de los grandes coleccionistas nacionales y extranjeros. Recordaba en ese sentido cómo se habían perdido obras de arte del templo de Santa Catalina (Mould de Pease 2002: 128-129). No solo se trataba de promover un lugar y objetos como sitio turístico, sino había que preservarlo. Y Cuzco hacia 1950 era un torbellino de discusiones en torno a esas necesidades, desde las construcciones identitarias en curso a partir del folclor hasta las maneras adecuadas sobre el cuidado de los bienes artísticos plásticos e inmuebles. Y entonces sobrevino el terremoto.

    El despertar a la cruda realidad: Cuzco y la discusión sobre el lugar del Estado y sus políticas públicas

    El terremoto del Cuzco de 1950 destruyó las torres de la iglesia de La Compañía, agrietó las de la Catedral, trajo abajo la torre barroca del Koricancha, la occidental de la iglesia de Belén, la izquierda de San Sebastián y su fachada. Y se derrumbó casi íntegro el templo de San Cristóbal. Decenas de viejas casonas coloniales se vinieron abajo. A ello se agregó que el Servicio de Caminos del Ministerio de Fomento y la prefectura, posteriormente, empezaran una demolición cruel del Cuzco viejo, prehispánico y colonial. Carlos Jiménez era el director de Caminos y el coronel José Torre Tagle el prefecto, quienes buscando tapados en viejas casonas, ordenaron destrucciones unilaterales, bajo el pretexto de estar dañados los edificios y la necesidad de modernizar el casco central. El informe George Kubler de la UNESCO afirmó que el 20% de destrucción se debió a este efecto posterior, para ampliar calles, avenidas, etc., sin medir las consecuencias de no restaurar, de no conservar (Kubler 1953). Buena parte de los templos y conventos dañados iban a seguir en esa arremetida destructora, pero fue gracias a que desde Lima Luis E. Valcárcel protestó enérgicamente por esta destrucción inmisericorde, que a los diez días del terremoto del 21 de mayo, se ordenó oficialmente preservar los monumentos incas y coloniales de la ciudad (Tamayo Herrera 1978: 177-191).

    Entonces el arquitecto Óscar Ladrón de Guevara, en el Cuzco, y a petición de Valcárcel, inició la defensa y restauración de los mismos. No fue fácil, pues el Plan Piloto que desde Lima el arquitecto Luis Miró Quesada Garland elaboró sobre la base del informe Kubler quiso reconstruir el Cuzco preservando el patrimonio, pero también las necesidades de la vida moderna y las exigencias naturales de un pueblo progresista y aspirante. Entre 1951 y 1956 se reconstruyeron el templo y convento de La Merced, San Francisco, La Compañía, Belén, San Sebastián, y avanzaron rápidamente los trabajos en Santo Domingo y el seminario de San Antonio de Abad. De 1950 a 1966 Ladrón de Guevara fue jefe del Departamento de Reconstrucción de la Junta de Reconstrucción y Fomento Industrial del Cuzco, posteriormente llamada Corporación de Fomento y Reconstrucción, entidad autónoma creada por el Estado para canalizar los recursos tendientes a la reconstrucción de la ciudad y trazar e implementar un plan de desarrollo regional. Ladrón de Guevara, formado en Chile, reconstruyó varios monumentos, incorporando modernos materiales y técnicas, pero respetando las formas y estilos originales. Las obras en la Catedral recibieron subvenciones directas del gobierno español, siendo realizadas desde 1951 hasta 1953 por el arquitecto español Andrés León Boyer, reforzando las estructuras, aclarando ambientes y embelleciendo detalles (Junta de Reconstrucción y Fomento 1956; Turismo, 1952, 164, 165 y 167).

    Posteriormente la Junta de Reconstrucción y Fomento siguió con sus labores de reconstrucción y restauración hasta 1971, entregando sucesivamente obras en el Palacio Arzobispal, San Pedro, Santa Clara, Santa Teresa, La Recoleta, Santa Ana, Triunfo, Jesús María, el local central de la universidad, así como otras en Huaro, Andahuaylillas, Oropesa, Machu Picchu y en muchos diversos lugares (Corporación de Fomento y Reconstrucción 1967).

    Participaron activamente en ellas los ingenieros Vicente González Minauro, Guillermo Durand Teves, Eulogio Cabada, Lionel Villafuerte y Oswaldo Heredia, entre otros. Y maestros artesanos como los hermanos Bellota, que labraron las piedras en San Sebastián y Santo Domingo, o el maestro cantero Tomás Dinos, o el tallador que trabajó el artesonado del Palacio Arzobispal, Celso Romero. Igualmente Humberto Mansilla, que restauró las bóvedas de Santa Teresa y la capilla de Lourdes; Julio Peña Ramos, que hizo una restauración del arco toral de la iglesia de La Compañía, o Mariano Salas que restauró las piedras de Machu Picchu. La Junta y la Corporación después hicieron posible que Teófilo Benavente y Alejandro Martínez efectuaran una catalogación de cuadros y objetos de arte coloniales en la ciudad y surgió un equipo de restauradores plásticos con los años, avizorando los tiempos por venir (Tamayo Herrera 1978: 191-203).

    VII_1

    Imágenes de la destrucción patrimonial dejada por el terremoto de 1950 (Fotos: Revista Turismo).

    El terremoto es pues vital para afincar el interés por conservar y restaurar en la ciudad. Pero además, ya dentro de la lógica de un turismo creciente donde los visitantes extranjeros no se cuentan por centenas sino por miles anualmente, el terremoto es gravitante para despertar aún más la conciencia por el mercado turístico.

    La Junta de Reconstrucción y Fomento Industrial del Cuzco, creada en 1952 sobre la base de un informe de las Naciones Unidas, procuró trazar los planes sobre el futuro de la región, no solo interviniendo en el Cuzco monumental sino trazando el desarrollo de la región sobre la base industrial, agrícola y turística. Así pues, aunque de forma fragmentaria, se buscaba una salida a la creciente decadencia de la economía agraria tradicional. Los créditos de la Junta para la Reconstrucción de los solares privados permitieron sanear 341 edificios en veinte años, y según muchos fue una inyección líquida de capital que permitió el despegue turístico, pues varios de esos solares –dadas las nuevas dimensiones que adquirieron tras su reconstrucción– con los años se convertirían en hoteles, hostales y albergues. También se dio crédito agrícola en el Valle Sagrado y se solucionó el problema energético básico de la región, con la construcción entre 1958 y 1963 de la central hidroeléctrica de Machu Picchu, así como también de la fábrica de fertilizantes de Cachimayo para el fomento industrial. Complementariamente, el Fondo de Salud y Bienestar Social construyó en los años diversas unidades vecinales modernas que fueron configurando la realidad urbanística cuzqueña. La Junta, directamente, pensó en el turismo, no solo a partir de la política de reconstrucciones, restauraciones y crédito urbano, sino discutiendo la posibilidad de fomentar la industria artesanal, de souvenirs, como una salida económica al desempleo crónico regional (Tamayo Herrera 1978: 191-207). Tanto la Corporación de Desarrollo cuzqueña, como la de Puno, Corpuno, en la década de 1960, estimularon la aceleración del proceso modernizador.

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    Publicidad de Air France, de una agencia cuzqueña y de una casa de artesanías limeña, a mediados de los años cincuenta.

    En 1954 llegaron a Cuzco 6.903 turistas extranjeros, en 1960 26.026 y en 1970 52.834. La explosión convirtió a la ciudad-museo en una urbe dinámica, ágil. Hoteles, restaurantes, agencias de turismo, diversos servicios se multiplicaron en esos años. La expansión de la economía turística se volcó hacia el Valle Sagrado –Yucay, Calca, Urubamba– y hacia Juli y el Titicaca, en Puno. Finalmente, el sueño de los intelectuales como Giesecke se plasmaba en toda su dimensión. En 1958 había nueve hospedajes. En 1971 eran quince los considerados adecuados para acoger a turistas. Pero ello no solo benefició a una pequeña porción de los cuzqueños como se cree. Se reactivó la vieja artesanía tradicional, beneficiando igualmente a sectores como la peletería –con centro en Sicuani–, los tejidos o la imaginería. Artesanos andinos como Edilberto Mérida, carpintero, gran artista del barro y la expresión; Hilario Mendívil, que dejó la industria textil para dedicarse a plasmar la religiosidad popular y la imaginería local; o el maestro Antonio Olave Palomino, que revaloró al Niño Manuelito del antiguo nacimiento cuzqueño, van apareciendo en la escena estética regional a fines de este periodo.

    Por otro lado, los turistas, deambulando por la ciudad, visitan la Catedral, la iglesia de La Compañía, conventos y monasterios. Se está a punto del nacimiento de los city-tours. El Cuzco como ciudad es incaico pero también colonial, y como se ve, la Iglesia recibió mucho beneficio con la reconstrucción física de sus edificios. Por efecto de esta vorágine demostrativa el arzobispado de la ciudad vio por conveniente montar un museo diocesano: el Museo del Arzobispado, a base de la donación de José Orihuela Yábar y de las obras pictóricas de la diócesis, complementando sin duda la muestra prehispánica del Museo de la Universidad y del Museo de la Casa Garcilaso. No fue el único esfuerzo: monasterios como el de Santa Catalina terminarían también creando su propio museo, en este caso organizado por el boliviano José de Mesa. Museos públicos y privados, en su diversidad, se empezaron a mostrar a la mirada turística.

    Pero lo importante de destacar aquí es que lo ocurrido en Cuzco demostró lo necesario de la intervención del Estado y sus políticas públicas, la planeación del futuro sobre la base del desarrollo y la sostenibilidad. De alguna manera se cuestionaba de raíz lo que los liberales planteaban en el discurso. Por cierto, en un contexto de crisis serrana de la economía rural, de fuerte crecimiento poblacional y de crecimiento urbano acelerado –desde los años cuarenta–, de evidentes necesidades de empleo y de infraestructuras requeridas para preservar la sostenibilidad humana, particularmente en los ámbitos urbanos, la discusión sobre las políticas de desarrollo, la planificación, el fomento y la inversión públicas alcanzan un primer lugar en el debate nacional en la segunda mitad de la década de 1950 y se proyectan a la década siguiente. Además no olvidemos, en un contexto latinoamericano de posguerra mundial e inicios del desarrollismo como política económica.

    Prado, el Estado y las nuevas dinámicas en curso

    De alguna manera el nuevo gobierno de Manuel Prado Ugarteche (1956-1962), que gobierna por segunda vez, encarna el reinicio tímido de políticas para el fortalecimiento del mercado interno al discutir sobre las problemáticas agrarias, darle importancia a la función promotora del Estado, apoyar a la cultura y buscar satisfacer diversas necesidades de los grupos regionales para asegurar la integración nacional. Por ello consigue que la Corporación del Santa desarrolle la planta siderúrgica de Chimbote, da una ley de promoción industrial en 1959 que marca el despegue de industrias de mercado interno con protección arancelaria y se amplía el crédito con la creación de la banca regional de fomento –con bancos locales en el Callao, Piura, Trujillo, Cuzco, Huancayo, Iquitos y Arequipa–. En lo concerniente a la navegación aérea la línea aérea nacional TAPSA pasa a convertirse en Transportes Aéreos Militares (TAM), siendo dividida hacia 1960 en dos: Transportes Aéreos Nacionales de Selva (TANS) que inicia sus operaciones en 1963, teniendo como centro la ciudad de Iquitos y dependiente de la Fuerza Aérea del Perú; y Servicio Aéreo de Transporte Comercial (SATCO), igualmente dependiente del servicio militar. Eran empresas de acción cívica; es decir, de apoyo fronterizo y a zonas no cubiertas por la aviación comercial.

    El gobierno de Prado cuidó además de estimular el desarrollo de empresas privadas en esta actividad. Así se crea Aerolíneas Peruanas S. A. (APSA), que empezó a funcionar en 1957, primero con aviones C-46, luego con un avión C-47, de 119 pasajeros, el primer jet en introducirse en la aviación comercial peruana, y luego con Douglas DC-6 y otros modelos. Era una empresa del norteamericano Newton Shelton –que poseía otras líneas en América– y de un grupo de inversionistas locales, que llegaron a ser 700 –entre los cuales figuraban los Prado y los Cisneros–, representando el 76% del capital pagado. El primer vuelo fue entre Lima-Antofagasta-Santiago y luego, poco a poco, se extendería la compañía a otros puntos de Centro y Sudamérica. También cubría vuelos locales –a Talara y Arequipa– complementando la labor de Faucett, que era la empresa que controlaba buena parte del negocio aéreo local.

    Portada de Caretas con imagen de Juliane Köpcke, sobreviviente del accidente de LANSA de 1971.

    Con los años se

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