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Un río dos riveras
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Un río dos riveras

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Solamente su hija, Guadalupe Rivera Marín, puede describir sobre las entrañas de la vida con Diego Rivera.

Un río dos Riveras no es una biografía de Diego Rivera, sino el testimonio de la relación entre un padre y su hija. En este retrato escrito, Lupe Rivera nos muestra los rasgos de personalidad de Diego, su padre, que solamente se pudieron comp
LanguageEspañol
PublisherEditorial Ink
Release dateFeb 14, 2019
Un río dos riveras
Author

Guadalupe Rivera Marín

Nació el 23 de octubre de 1924, hija del gran maestro Diego Rivera y la escritora Guadalupe Marín. Es licenciada en Derecho, maestra en Administración Pública y doctora en Historia del Derecho Colonial por la Universidad Nacional Autónoma de México. Inició su carrera profesional colaborando en diversas entidades del Gobierno Federal, como en la Nacional Financiera, donde tuvo su primera experiencia en el ramo; la última fue como Vocal Ejecutiva en el Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana. Obtuvo el Premio Nacional de Economía del Banco Nacional de México y actualmente es integrante destacada de organizaciones de carácter cultural, como el International Women’s Forum, la Sociedad Mexicana de Bibliófilos y la Sociedad Mexicana de Planificación Familiar. En materia política, se desempeñó en el Congreso Mexicano, en tres ocasiones como Diputada Federal en el Congreso Mexicano, y como Senadora en el estado de Guanajuato. Fue honrada como Embajadora de México ante la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura en Roma. Es autora de libros como el Mercado de trabajo, relaciones obrero-patronales en México; Bases para la planificación del Desarrollo; e Historia de la Secretaría de Gobernación. Su dedicación a la tradicional cocina mexicana la llevó a publicar el diccionario de cocina mexicana titulado Las fiestas de Frida y Diego. Ha escrito también diversas obras ocupándose de la vida de su padre, ejemplo de ello es el libro Diego el Rojo. Ha sido conferencista en diversas universidades de los Estados Unidos y en Centros Culturales de España, Estados Unidos, Francia, Italia, Noruega, y Perú, en los cuales ha expresado siempre su interés por la vida política, social y cultural de México. En la actualidad se desempeña como presidente de la Fundación Diego Rivera con sede en la Ciudad de México.

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    Estupenda versión de vida de la distinguida
    primogénita de una pareja caótica.

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Un río dos riveras - Guadalupe Rivera Marín

PREFACIO

Empecé a escribir en San Miguel de Allende, Guanajuato, en abril de 1985. Termino ahora, en otro abril, cuatro años después, también en Guanajuato. Inicié este libro motivada por las lecturas y trabajos que hube de realizar al aproximarse la fecha del centenario del nacimiento de mi padre, el pintor Diego Rivera, que ocurriría en diciembre del año siguiente.

Al iniciarse los preparativos y sucederse una tras otra las múltiples entrevistas realizadas por las y los interesados, percibí mi ignorancia acerca de él, de su vida y de mí misma. Y si casi nada sabía de nosotros como padre e hija, resultó más evidente aún el desconocimiento de su mundo, su arte y su política.

Este encierro ante una realidad ocurrida muchos años atrás no fue gratuito. Los recuerdos de mi infancia eran chispazos en el fondo oscuro del abandono, del miedo, de temor. Viví ignorante ante la posibilidad de aumentar mi angustia, pero recapacité a tiempo.

Las circunstancias habían cambiado y me encontré, de pronto, capaz de saber la verdad, una verdad buscada y analizada por mí misma que fue quedando escrita: primero, en las páginas de un cuaderno de trabajo íntimo, como todo lo relatado por primera vez; después y paso a paso, en el manuscrito formado por varios capítulos de un texto tímido. Finalmente, ampliando y seleccionando párrafos e ideas, produje mi primera obra narrativa.

Hurgué en el pasado hasta saber el origen de la familia Rivera. Detrás del pomposo nombre de Diego María de la Concepción Juan Nepomuceno Estanislao de la Rivera Barrientos de Acosta Sforza y Rodríguez de Valpuesta, ¿qué había? Y así encontré abuelos, bisabuelos, tatarabuelos y choznos; ya era un buen camino. En seguida aparecieron los demás parientes y amigos de mi padre para protagonizar toda una comedia humana a la guanajuatense que fue trasladada al marco de la capital de la República con el mismo contenido. Las relaciones familiares endebles, generadas desde su nacimiento, lo acompañarían a lo largo de su vida.

Aparecí en escena en 1924, a los tres años del regreso de Diego de Europa. Vivió en el Viejo Continente de 1907 a 1921, con un corto viaje intermedio a México en 1910. Lupe Marín, mi madre, y su familia me presidieron, irrumpiendo en 1921 en la ya para entonces intensa vida del pintor. Casi al nacer, papá me llamó Pico, una fracción de Lupe Marín. Al nacer Ruth mi hermana, pasó a ser Chapopote o, más cariñoso aún, Chapo. Vivimos en familia hasta 1929 cuando Diego se casó con Frida Kahlo y Lupe con Jorge Cuesta. El libro termina con estos dos acontecimientos, que fueron la clausura de mi posibilidad de disfrutar una infancia más o menos normal.

A partir del doble matrimonio, cambió el tono emocional de nuestra relación, hasta llegar a convertirse en un todo nebuloso e incierto. Durante los diez años siguientes, supe de Diego y de Frida principalmente por las notas periodísticas donde se agrandaban o reducían sus figuras. A cambio de ello Lupe y Jorge se volvieron personajes principales de otra comedia humana.

Esto explica por qué mi libro se interrumpe en 1929 de manera un tanto abrupta. Al separarnos fui otra, otro fue mi padre, otra fue la vida. Las nuestras fueron, a partir de entonces, dos vidas paralelas. Cada uno en la orilla de enfrente del mismo río; cada quien en su propia ribera.

Guadalupe Rivera Marín

Abril de 1989

I

ENTRE MILITARES Y MINEROS

Desde niña aprendí que la vida tiene dos aspectos: positivo y negativo o bueno y malo; con tales criterios, el ser hija de quien se ha convertido con el paso de los años en DIEGO, así con mayúsculas, ha sido positivo, negativo, bueno y malo. De todo he tenido, como en la viña del Señor, pero particularmente de todo tuve mientras él vivió.

Así, por ejemplo, me pregunto: ¿cuál es el primer recuerdo que guardo de mi padre? Y surge el de su partida, el abandono, la soledad... Papá ¿todo se muere?... Sí, Piquitos, todo se muere. Papá ¿se muere el fierro?... Sí, Piquitos, se muere el fierro. Y yo preguntaba esto mientras jugaba con la herrumbre del barandal y papá traspasaba la reja de madera cargando su valija gris. Ese día, en cierta forma, también Piquitos murió prendida a una de las barras de fierro forjadas a la usanza colonial que rodeaban el corredor del primer piso de la casa donde vivíamos. A este recuerdo malo, puedo oponer un buen recuerdo: el del café El Oriental, situado a un costado de la plaza de Santo Domingo y enfrente de la Escuela de Medicina. Ahí merendábamos un rico pan de huevo relleno de queso. Era el sitio de reunión de mi padre y sus amigos los comunistas, adonde íbamos él y yo, después de las juntas del Partido, porque desde el momento en que pude caminar me convertí en su compañera inseparable.

Esa época de influencia roja selló mi vida. Cuando alguien me preguntaba: ¿Qué serás de grande?, contestaba con la valentía de cualquier niño perteneciente a la vanguardia comunista: Voy a ser pionera para irme a Rusia a matar purititos burgueses. En tanto niñas y niños cantaban en la calle Naranja dulce, limón partido, dame un abrazo que yo te pido, si fueran falsos mis juramentos en otros tiempos se olvidarán; toca la marcha mi pecho llora, adiós señora , yo ya me voy, a mi casita de sololoy, yo aprendía mi primera lección cívica en Italiano y cantaba:


Avanti popolo a la riscossa, bandiera rossa, bandiera rossa;

bandiera rossa questa trionfera,

soltanto il comunismo è la libertà.


Buena enseñanza para mis dos años, un himno del socialismo europeo, ajeno a los cantos revolucionarios del México nuevo, como eran: Vayamos agraristas a los campos, a sembrar la semilla del progreso, o bien, las canciones de vanguardia cantadas por los obreros ex miembros de los Batallones Rojos. En pocas palabras, recuerdo haber sido el primer producto vivo de la infiltración comunista en el país y casi en el continente. Con ese sentimiento crecí y sobreviví a pesar de las críticas y conmiseraciones de propios y extraños, pero especialmente de mis abuelos maternos, tías o tíos, quienes pensaban que mi padre era el Anticristo vuelto a nacer. El lado bueno fue cuando años después, durante el gobierno del general Lázaro Cárdenas, se modificó el artículo tercero constitucional y todos los niños comunes y corrientes íbamos a las escuelas oficiales y nos volvimos socialistas; saqué diez en canto, porque además de cantar La Internacional en su versión soviética, cantaba la Bandera Roja en italiano.

Pero me adelanto a los a contecimientos. Debo ser congruente y empezar por el principio, cómo y por quiénes fui concebida. El diccionario dice: "Concebir (del latín concipere) intr. Quedar preñada la hembra. U. t. c. tr." Ahora bien ¿a qué hembra preñó mi padre? y ¿en cuáles circunstancias ocurrió? Aquí es donde empieza el problema, porque necesariamente en este libro tendrá que aparecer DOÑA LUPE, y debo escribir su nombre también con mayúsculas.

Como comprenderá el lector, al narrar mi vida al lado de mi padre Diego Rivera, habré de referirme a mi madre; ambos seres extraordinarios que aunque vivieron unidos por un corto espacio temporal, influyeron recíprocamente su vida hasta el día en que murieron.

Pero empecemos por conocer a los familiares de Diego María Rivera Barrientos y a descubrir lo que cada uno de ellos dejó en su formación.

Las versiones sobre el origen de la familia Rivera Barrientos en las tierras guanajuatenses varían según se trate de los datos proporcionados por mi padre, por la tía Aurora, por la tía María del Pilar o por el resultado de mis propias investigaciones. Éstas son las más recientes, pero quién sabe si las más objetivas.

Como sea, los padres del profesor Diego de la Rivera, padres de mi padre, y en consecuencia mis bisabuelos paternos, fueron don Anastasio de la Rivera y Sforza y doña Inés de Acosta y Peredo; don Anastasio llegó a Guanajuato procedente de la península ibérica, en tanto que doña Inés fue sobrina de don Benito León Acosta, reconocido aeróstata mexicano de origen guanajuatense. Los padres de la maestra María del Pilar Barrientos y Rodríguez de Valpuesta —mi abuela— fueron don José Barrientos Hernández, de Salamanca y doña Nemesia Rodríguez de Valpuesta, de San Francisco del Rincón, ambos guanajuatenses.

El liberal Anastasio de la Rivera

El porqué Anastasio de la Rivera llegó a Guanajuato se explica por tres razones: la primera porque un antepasado suyo, minero también, había emigrado a estas tierras a mediados del siglo xviii; la segunda por ser minero y desear continuar en su oficio, y la tercera porque en Guanajuato podría encontrar seguridad, refugio y trabajo para rehacer su capital. La defensa de los fueros provinciales, de oficio y propiedad, condujeron su actuación política en Navarra, su lugar de origen; como todos sus coterráneos se unió a la guerra iniciada en 1833 con objeto de defender los derechos del infante don Carlos, disputados por la reina María Cristina, quien reclamaba el trono vacante, a partir de la muerte de Fernando VII, para su hija Isabel.

Los carlistas perdieron la batalla cuando los liberales se unieron a la reina María Cristina, gobernante regente, ofreciéndole su apoyo a cambio de la aplicación de un sistema político en beneficio de la aristocracia y de una burguesía que, por su parte, pareció dispuesta a aceptar la participación decisiva de la Corona en el proceso político. El Estatuto Real de abril de 1834 fue el símbolo de la transacción ofrecida por los isabelinos a los liberales, y si bien es cierto que limitó el poder de la monarquía en favor de las Cortes, al constituirse éstas por representantes elegidos en elecciones políticas con representación de partidos, la Corona continuó en pleno uso y abuso de la aplicación de la ley. Contra el Estatuto propuesto se levantó la oposición liberal formada por la burguesía de las ciudades organizada en milicias urbanas, movimiento al que se unió Anastasio de la Rivera en su carácter de representante del valle de Navarra. Como consecuencia se crearon las Juntas Provinciales y entre ellas las de las provincias vascongadas, que continuaron siendo carlistas hasta 1837, cuando pactaron la pacificación a cambio de obtener del gobierno isabelino el reconocimiento de fueros, trato que por no cumplirse, obligó a vascongados y navarros a mantenerse en armas.

Don Anastasio, militar de reconocido prestigio, se incorporó al partido progresista, cuyos postulados estaban en contra de la nueva constitución que mantenía el absolutismo real, sólo que disfrazado con formas aparentemente democráticas. Los progresistas, al perder las posibilidades de influir en el gobierno no consolidado de Isabel II, se dispersaron exiliándose donde pudieron. De la Rivera salió de España dejando en Navarra su primera familia envuelta en serias luchas hereditarias que además ponían en peligro su propia vida. Se dirigió a la República Mexicana y ya aquí a tierras guanajuatenses. En 1943, cuando el partido progresista volvió a consolidarse, se llamó a los exiliados: don Anastasio, que entonces tendría sesenta años de edad, ya era minero, estaba casado con la hermosa joven criolla Inés de Acosta y acababa de nacer su primer hijo, Diego de la Rivera, todo ello en el Real de Santa Fe de Guanajuato, donde se estableció además como comerciante, con lo cual tuvo una muy reconocida situación en la ciudad capital del estado. Vivía con su familia en la esquina de las calles de la Condesa y Juárez, domicilio donde también tenía establecido su comercio. Mi abuelo Diego fue el mayor de la familia y la formación militar y liberal de don Anastasio no sólo influyó en él, sino también en sus otros dos hijos varones, quienes desde muy jóvenes salieron a luchar en favor del ejército juarista, con tan mala fortuna que desaparecieron de este mundo sin dejar huella. El primogénito, por el contrario, aunque luchó desde los trece años en contra de la intervención francesa y asistió a la batalla del 5 de Mayo, pudo cumplir con la encomienda que le había hecho su padre cuando al partir para la guerra le recomendó que si podía liberarse del miedo, peleara haciendo gala de fuerza y energía, con la idea de triunfar. Y así regresó triunfante.

Don Anastasio tuvo además cuatro hijas: Amalia, Adela, Emilia y Concepción; tres de ellas se casaron con prominentes caballeros guanajuatenses como fueron don Pablo Alcocer, don Maximiliano del Valle y don José Natividad Macías. Conchita permaneció soltera.

La familia Alcocer vivió en Guanajuato y sus dos hijas, Aurora y Guadalupe, se trasladaron posteriormente a Querétaro donde fueron maestras y preceptoras de los hijos de una rama de sus parientes también Alcocer.

Las familias Del Valle y Macías vivieron en México y fueron no sólo las relaciones más cercanas que tuvieron los Rivera cuando el profesor tuvo que salir de Guanajuato y trasladarse a la capital de la República, sino en buen grado sus protectores y apoyos definitivos.

Conocí y traté a la tía abuela Aurora Alcocer, a quien mi padre se parecía físicamente. Pudiera decirse que Diego era Aurora con pantalones o a la inversa, que la tía Aurora era Diego con faldas. De ella grabé la versión siguiente sobre quién y cómo era la familia Rivera.

Historia del minero Anastasio de la Rivera contada por su nieta Aurora Alcocer, hija de Pablo Alcocer y Amalia de la Rivera, hermana del profesor Diego de la Rivera


Mi abuelita se llamaba Inés Acosta y Peredo, esposa de don Anastasio de la Rivera, quien vino de España. Entonces tenía cerca de cincuenta años, era viudo y los hijos de su esposa quisieron matar a mi abuelito; cuestión de capitales. Querían ellos todo el capital y pos seguro no. La esposa tenía capital y mi abuelito tenía capital también, pero ellos querían todo el capital. Entonces, mi abuelito les dejó el capital y violentamente, con lo que pudo, se vino a México porque lo querían matar los entenados; nomás con lo que pudo se vino para que no lo persiguieran... Yo encontré un papelito que decía que era de la América del Sur, pero no, eso lo dijo él para que no dieran con él, para que si veían su nombre dijeran que era de la América del Sur. Mi mamacita y mi abuelita decían que era español... quién sabe... Mi tío Diego, en el colegio, se quitó el de la porque cuando fue a estudiar no lo bajaban de hijo de gachupo. Estaban todavía los ánimos muy exaltados porque los españoles habían tenido ratos muy terribles. Cuando la Independencia —esto no lo dice la historia, pero los que vivieron en aquel entonces lo sabían— pusieron horcas en Guanajuato; ahorcaban ya a los jóvenes de dieciséis, de dieciocho años. Los ánimos estaban sumamente en contra de los españoles, una cosa espantosa; con esa conducta asustaron a otros de mis antepasados y huyeron. En Guanajuato la Alhóndiga de Granaditas era conocida como el Castillo; entraron al Castillo y vieron al pueblo cómo cogía a los españoles de los cabellos y les cortaban la cabeza, y ellos hincados decían: ¡Perdónenos padrecito, perdónenos padrecito! ¡Qué perdónenos ni qué perdónenos!, y fueron corte y corte cabezas de españoles, pues sí estaban ardiendo en contra de ellos.

El gobernador era muy amigo de mi abuelito, tengo yo idea que oí que era Doblado. Doblado le pidió que le llevara aquella carta que le urgía mucho, dijo: Puede ser que no lo esculquen porque usted es extranjero, puede ser que no lo esculquen. Pero cómo no lo habían de esculcar, si en tiempos de revolución a nadie perdonan. Lo esculcaron, le encontraronla carta y le formaron cuadro. La cosa estaba terrible y se oyó un grito: ¡Enemigo al frente! Los que tenían el cuadro formado corrieron y dejaron a mi abuelo. Entonces se dejó caer a un desbarrancadero, ha de haber sido en algún cerro, y como pudo salió de ahí y luego a la casa; llegando a la casa, le dijo a mi abuelita: Llama a mi compadre y al doctor porque me vengo muriendo, tengo un dolor horrible en la cabeza... pos sería el golpe, o la impresión que recibió de que ya lo iban a fusilar y el golpe, y ya cuando llegó el doctor y el padre, ya no habló, murió.

Murió intestado, de suerte que mi abuelita ni supo qué era de mi abuelito. En aquella época no dejaban que las mujeres aprendieran a leer ni a escribir, ¡válgame!, porque decían que le escribían al novio. Mi abuelita no sabía ni leer ni escribir.

Mi abuelito, luego que vino a vivir acá a la República, giró en las minas y en el comercio pues era de muy buena suerte. Nuestro Señor lo favoreció mucho, hizo mucho capital, otra vez fue millonario. En la época de bonanza de las minas tenía acciones de la mina de la Asunción, la Asunción de La Luz. Eran dueños: el hijo del conde de Gálvez, don Tomás de Iriarte y mi abuelito. Entonces la mina estaba dividida en veinticuatro acciones y les tocaban ocho acciones a cada uno, acciones que tenían pagadas, eran acciones... no me acuerdo cómo se llaman cuando están pagadas. Eran los únicos dueños y dieron con la bonanza; encontraron los hilos de plata, pura plata. Era una veta —según decían— que once hombres con los brazos extendidos no habrían alcanzado a abrazar; dijeron que era la veta madre de todas las minas.

Maravillados de aquel hallazgo tan hermoso, de encontrarse la plata ya pura, fundida, una cosa maravillosa. Todo Guanajuato —decía mi mamacita— estaba muerto de gusto; música por todos lados; una cosa grandiosa; decían que era superior a la veta de La Luz. La veta de La Luz había dado las tres cuartas partes del dinero que había en el mundo.

Yo visité la mina La Sirena; es muy triste la vida del minero; desnuditos llegan, se hincan, tienen su imagen a la entrada y ya dentro se hincan y rezan; se saludan uno a otro: Dios te conceda volver con vida, Dios te conceda salir con vida, es el saludo de los mineros, porque las minas se derrumban.

Ahí en La Sirena —no sé si todas las minas eran lo mismo— tentaba uno las paredes y hagan de cuenta que fueran de azúcar, se desmoronaban, blanditas, y muy constantes eran los derrumbes y morían muchos mineros. En esa mina de La Sirena... quién sabe si así serán todas. Un día amaneció llena de agua la mina, hasta la boca. De ahí sacaban agua las gentes para hacer su quehacer. Pusieron máquinas especiales para desaguar, duraron meses sacando agua y siempre al mismo nivel, al mismo nivel; dijeron los ingenieros que sólo rajando el cerro por la base para darle corriente al agua ésta bajaría, pero ya no pudieron. Mi abuelito Anastasio dejó por la paz la mina y los otros también. Ahí está ese tesoro. Nadie ha agujerado el cerro. Mi tió Diego cogió los papeles de la mina de la Asunción y se los vendió a una compañía norteamericana. Mi abuelito, cuando vio la bonanza tan hermosa, le dijo a mi abuelita: Tú serás la condesa o marquesa de la Asunción de la Navarra... No, pues no le tocó ser la condesa... se llenó de agua la mina. A la fecha, creo que está llena de agua.


Hasta aquí la transcripción del relato de la tía Aurora; de su queja por la pobreza de los mineros y del destino que no permitió a su abuela convertirse en condesa o marquesa. La abuela de Diego Rivera y de Aurora Alcocer fue Inés de Acosta y Peredo. La bella jovencita era huérfana de padre, por lo que vivió bajo la protección de su tío paterno Benito León Acosta, célebre en Guanajuato por sus viajes en globo. La placa alusiva a su nacimiento, colocada en la puerta de la casa donde nació, lo hace originario de Guanajuato, pero sabemos que llegó de Portugal. ¿Será esto a lo que Diego Rivera se refería cuando afirmaba tener sangre hebrea? Las últimas investigaciones parecen confirmarlo. Los Acosta procedían de la villa de Medinacelli, conocida como reducto de judaizantes. Por lo pronto, Peredo, el apellido materno de la abuela Inés, es muy conocido en Guanajuato y lo llevan miembros de familias decentes y católicas como afirman por ahí, pero venir de Medinacelli los hacía dudosos en cuanto a la pureza de sangre.

La crónica de la tía María Rivera

El relato de la tía Aurora se complementa con los comentarios de la tía María del Pilar, conocida cariñosamente como la Chata, hermana de mi padre. En la crónica familiar que escribió en 1960, publicada en 1986 bajo el título Mi hermano Diego,¹ se refiere a sus padres en los términos siguientes:


Mis padres contrajeron matrimonio en 1882; para entonces ya mi padre había participado en la guerra contra la Intervención y el Imperio. Acompañó a Juárez hasta el Paso del Norte después de haber peleado en el sitio de Puebla y caer prisionero; volvió a incorporarse al ejército republicano y asistió al sitio de Querétaro y al fusilamiento de Maximiliano. Al vencer el ejército republicano regresó a Guanajuato. Fue entonces cuando comenzó a interesarse por las minas y sus trabajos y al fracasar en el reacondicionamiento de la mina de la Asunción vendió sus títulos. Sin embargo, continuaba su pasión por las minas; adquirió acciones de otras dos: de La Luz y de Los Locos, pero tampoco tuvo fortuna por lo que se inició en la carrera de ensayador de metales y posteriormente en la de profesor normalista. Entonces escribió una gramática para la enseñanza de la materia en las escuelas de Guanajuato, siendo merecedor de varias medallas de plata por su obra, hecho que enorgullecía a toda la familia Rivera.

Antes de incorporarse al ejército liberal reafirmó su posición política y doctrinaria suprimiendo del apellido familiar el aristocrático de la, quedando a nivel de simple ciudadano y firmando Diego Rivera Acosta.

Uno de los comentarios esporádicos que escuché a mi padre acerca del abuelo Diego es el siguiente:

Mi padre estaba loco por las minas, siempre compraba títulos con la esperanza de encontrar una gran veta y enriquecerse de un día para otro. Ésa fue la causa de nuestra gran pobreza, pues compraba y compraba títulos sin nunca encontrar oro y plata.²


Don Diego debió de tener, además de estas características que hicieron decir a su hijo que era un hombre modesto y oscuro, virtudes extraordinarias como su nacionalismo y el apego a las causas progresistasy liberales, según se llamaba a las doctrinas defensoras del ejercicio democrático del poder. Fue un liberal cabal, como su propio padre don Anastasio. Fue juarista hasta el día de su muerte.

Por el lado materno, o sea por lo que respecta a la familia Barrientos y Rodríguez de Valpuesta, la historia es más sencilla: el abuelo materno fue don Juan Barrientos Hernández y la abuelita doña Nemesia Rodríguez de Valpuesta. La tía María los coloca entre la casta de los criollos; como ella afirmaba: gente blanca y

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