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Una vida de papel
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Una vida de papel

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Hace muchos años leí por primera vez las obras de Anthony de Mello. Como la pequeña semilla de una antigua parábola, sus escritos trabajaron por mucho tiempo en la profundidad de mi corazón y la semilla finalmente dio vida a una joven y robusta planta. Años después, mi planta ha extraído vida y energía de las personas que he encontrado, de los libros que he leído, de mis reflexiones y de todas las cosas que mis sentidos cogían y llevaban a la mente y al corazón. Una a la vez, de mi planta nacieron algunas frutas, hoy maduras. Su sabor es un poco ácido y ciertamente será desagradable para algunos, pero espero que otros lo sepan reconocer y apreciar. Yo os las ofrezco para respetar el sabio proverbio indio según el cual “todo lo que no es donado, se pierde”. En total son seis frutas, seis cuentos simples y… listas para ser consumidas.

LanguageEspañol
PublisherBadPress
Release dateMay 14, 2019
ISBN9781547578924
Una vida de papel

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    Una vida de papel - Marzia Bosoni

    INTRODUCCIÓN

    Hace muchos años leí por primera vez las obras de Anthony de Mello. Como la pequeña semilla de una antigua parábola, sus escritos trabajaron por mucho tiempo en la profundidad de mi corazón y la semilla finalmente dio vida a una joven y robusta planta. Años después, mi planta ha extraído vida y energía de las personas que he encontrado, de los libros que he leído, de mis reflexiones y de todas las cosas que mis sentidos cogían y llevaban a la mente y al corazón. Una a la vez, de mi planta nacieron algunas frutas, hoy maduras. Su sabor es un poco ácido y ciertamente será desagradable para algunos, pero espero que otros lo sepan reconocer y apreciar. Yo os las ofrezco para respetar el sabio proverbio indio según el cual todo lo que no es donado, se pierde. En total son seis frutas, seis cuentos simples y… listas para ser consumidas.

    CAPÍTULO I

    Hoy existe New Age, cientos de volúmenes sobre ángeles, sobre el crecimiento espiritual, sobre los caminos de iniciación… Una moda.

    Como los centros de Yoga, las manifiestas conversiones al Budismo, la espiritualidad oriental.

    ¿Y cuando la moda pasará? ¿Qué nutrimento obtiene nuestra alma de todas esas meditaciones entre perfumes de incienso y velas?

    Un bien pasajero, un hálito de aire fresco en una habitación que permanece cerrada. Nosotros nos quedamos encerrados. Hablamos, trabajamos, vamos, regresamos, poseemos objetos y tenemos amigos. Y la vida se nos escapa.

    Porque no sabemos hacer, decir y percibir las verdaderas cosas.

    Nos apoderamos ávidos de belleza y sabiduría, que en nuestras manos se transforman en vacios juguetes sin sentido.

    Tomamos una palabra que custodie una verdad y la hacemos Nuestra Verdad. Con nuestra arrogancia cancelamos de esa palabra cualquier indicio de verdad y luego, presuntuosos y prepotentes, la damos a los demás, es más la imponemos. Porque lo que es verdadero para nosotros debe ser verdad para los demás. ¡Y nadie se libra de nuestro celo evangelista! Precisamente como en estos dos mil años.

    Si uno tiene una sola Verdad, es monoteísta.

    Si uno tiene muchas, es politeísta.

    Si dice que ya no tiene Verdad, es ateo.

    Si no le importa nada, es agnóstico.

    Tenemos una palabra para todo.

    Y desgraciadamente el todo para nosotros es sólo una palabra.

    ¿Y si un día nos quedáramos sin palabras?

    CUANDO EL MUNDO SE QUEDÓ SIN PALABRAS

    La mamá se levantó más temprano esa mañana.

    Era Abril, un bonito Abril tibio y oloroso, pero la mamá tenía poco tiempo para gustar ese bonito cielo con rayos de colores imposibles: el papá tenía una reunión importante en la compañía (los grandes hacen siempre muchas reuniones y todas son siempre importantes) y ella debía prepararle el desayuno, una nota afectuosa para esconderla en el maletín, y luego estaban la ropa de los niños por preparar, su desayuno, y las meriendas… En resumen, era una mamá y no había tiempo que perder.

    Encendió la televisión automáticamente y se puso a escribir la nota. Pocas líneas, sonrió sabiendo que el papá pensaría que era terriblemente infantil y puso la nota entre los anónimos papeles del papá. Se levantó para preparar el café y, pasando frente a la televisión, se dio cuenta que no tenía audio. Subió el volumen: nada. Lo subió un poco más, y más, pero esos tipos seguían moviendo los labios inútilmente. Uno tras otro probó varios canales: inútil, estaba descompuesto.

    Luego miró escrito: Edición Extraordinaria de las Noticias.

    Junto al periodista con expresión incómoda y de sorpresa apareció en la pantalla un breve comunicado. Todo el mundo estaba sin palabras. Literalmente.

    La mamá no entendió qué significaba ese extraño mensaje que necesitaba incluso una edición especial y a esa hora de la mañana y, como si hubieran escuchado sus palabras, el periodista intentó hablar, se tocó la garganta y movió impotentemente la cabeza. ¡Pero qué broma era esa! Este pensamiento fue formulado en voz alta, o al menos así creía la mamá. Porque su garganta no emitió sonido. Ninguno.

    De nuevo intentó hablar, luego a gritar. El único ruido era el zumbido bajo de la televisión y los primeros chirridos de los pasantes. Olvidó inmediatamente las noticias y pensó que se había quedado muda. Corrió a llamar al papá, despertándose bruscamente por tirones y empujones no se dio cuenta que sus ruidos eran sólo silencio.

    Diez minutos después casi todos los canales transmitían mensajes similares al primero, pero la mamá y el papá no prestaban la mínima atención: asomándose por la ventana estaban intentando, con muchos gestos, comunicar su maravilla a la gente a pesar que la hora ya había bajado a la calle para entender qué estaba pasando.

    La hora siguiente transcurrió entre miles de gestos más o memos incomprensibles, algunas lágrimas de histeria de la mamá, de locura y de inútiles intentos de entender algo leyendo los mensajes televisivos. El mundo, el humano, había perdido la voz. Eso era todo.

    Desde entonces comenzaba la insensata procesión de profesores y expertos que, digitando lentamente y torpemente en teclados de enormes pantallas a sus espaldas, terminaban siendo aún más aburridos, si fuera posible, de lo que eran sus habituales discursos.

    ¡Pero era tarde! El papá tenía una reunión.

    Descartada la idea de llamar por teléfono para decir que no participaría (¡más que un teléfono se necesitaba un telégrafo!) decidió ir porque quizás la bizarra magia no había afectado a todos y en ese caso ¿cómo habría explicado su ausencia a una reunión tan importante? (Los grandes de hecho son así: siempre están preocupándose de qué podría pensar la gente si por un momento no se comportaran exactamente como lo exige su rol).

    La mamá se quedó sola con un pensamiento fijo: ¿cómo reaccionarían los niños? Y no sólo los suyos, sino ¡todos los niños del mundo!

    Ciertamente esperaba de todo – lágrimas, miedo, curiosidad, perplejidad, hasta que no reaccionarán de ninguna manera –, pero seguramente no esa loca e incontenible alegría e hilaridad que se apoderó de ellos (y casi de todos los niños) cuando comprendieron qué estaba pasando. Comenzaron a reír, o

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