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Una historia de India moderna: Volumen I: India colonial
Una historia de India moderna: Volumen I: India colonial
Una historia de India moderna: Volumen I: India colonial
Ebook496 pages6 hours

Una historia de India moderna: Volumen I: India colonial

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Los dos volúmenes de Una historia de India moderna abordan los procesos históricos sucedidos entre los siglos XVIII y XX en India y Gran Bretaña (y en el mundo) que dieron forma a la primera como una nación moderna e independiente. Escritos en la tradición hermenéutica con impulsos derivados de las perspectivas de los estudios subalternos y de géne
LanguageEspañol
Release dateJul 24, 2019
Una historia de India moderna: Volumen I: India colonial

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    Una historia de India moderna - Ishita Banerjee-Dube

    Traducción de María Capetillo

    Primera edición, 2018

    Primera edición electrónica, 2019

    D.R. © El Colegio de México, A.C.

    Carretera Picacho Ajusco núm. 20

    Ampliación Fuentes del Pedregal

    Delegación Tlalpan

    14110, Ciudad de México, México

    www.colmex.mx

    ISBN (electrónico) 978-607-628-835-1 (volumen 1)

    ISBN (electrónico) 978-607-628-704-0 (obra completa)

    Libro electrónico realizado por Pixelee

    Para Carlos Marichal, historiador distinguido,

    colega generoso y ser humano ejemplar

    ÍNDICE

    PORTADA

    PORTADILLAS Y PÁGINA LEGAL

    DEDICATORIA

    AGRADECIMIENTOS

    INTRODUCCIÓN: EL IMPERIO Y LA COLONIA

    1. EL COLORIDO MUNDO DEL SIGLO XVIII

    El fin de un imperio

    Causas y consecuencias

    El norte: Rajastán

    India Occidental: los poderosos marathas

    El este: los nawab de Bengala

    El Decán y el nizam

    Malabar: el edén del oriente

    El sur: Mysore y los mercaderes entrometidos

    Albores de un nuevo imperio

    ¿Un siglo independiente?

    Lucknow, una vez más

    2. LA APARICIÓN DEL RAJ DE LA COMPAÑÍA

    La primera revolución

    Mercaderes, comercio y un gobierno dual

    Escalones

    Gobernanza orientalista

    El orden público

    ¿Un Acuerdo Permanente?

    El impacto de la ideología

    Conquista y consolidación

    La doma del Déspota de Oriente Tipu Sultan

    Los jefes marathas

    La administración de Wellesley

    Nuevas medidas

    3. UN SIGLO INAUGURAL

    Fuerzas de cambio: Librecambistas, evangélicos, utilitarios

    La Era de reforma

    Lo clásico y lo moderno

    Reformas relativas a los hombres y las mujeres

    Repensando la religión

    Tendencias en el islam

    Tierra e impuestos

    Bosques y fronteras

    Agitación y levantamiento

    1857: visiones diferentes

    Procesos en desarrollo

    ¿Una guerra popular?

    4. REEDIFICACIÓN

    Proclamas y promesas: el nuevo gobierno imperial

    Conocimiento imperial y gobernanza imperial

    Casta e identidad de casta

    La minoría musulmana

    Temas de economía

    Sobre las hambrunas

    REFERENCIAS

    SOBRE LA AUTORA

    COLOFÓN

    CONTRAPORTADA

    AGRADECIMIENTOS

    Hace años Debjani Mazumder, de Cambridge University Press, me invitó a escribir un libro de texto que cambiaría el modo de ver la historia de India moderna. Acepté la invitación con estremecimiento y arrebato. La tarea era audaz e inspiradora al mismo tiempo. Dediqué más de cinco años a leer, aprender, asimilar, interpretar y redactar A History of Modern India (publicado por Cambridge University Press en 2015). Agradezco sinceramente a Debjani y su equipo de Cambridge University Press por impulsarme a aceptar el reto y por acompañarme en cada paso de su realización con pericia, cuidado y cariño. Agradezco también la generosidad de Cambridge University Press al cederme los derechos para sacar a la luz una versión en español de este libro.

    Me ayudó a retomar el trabajo de hacer una versión modificada del libro en español en dos volúmenes el entusiasmo contagioso de mis colegas de El Colegio de México, en particular el distinguido historiador Carlos Marichal, del Centro de Estudios Históricos (CEH); el de Gilberto Conde, Saurabh Dube y Marisela Connelly, y el de varias generaciones de estudiantes de maestría del Centro de Estudios de Asia y África (CEAA). Los dictámenes muy positivos de la propuesta de la versión en español fueron cruciales en mi decisión de publicar este libro: expreso mi gratitud a los dictaminadores anónimos. El apoyo del equipo de publicaciones tanto del CEAA como de El Colegio de México ha sido fundamental: el libro no hubiera sido posible sin la solidaridad y el trabajo meticuloso de Cynthia Godoy, y el apoyo de Magdalena Bobadilla y de José Antonio Cervera. Gabriela Said y todo su equipo han brindado su trabajo profesional y su cariño personal para dar forma al libro. Les agradezco mucho. María Capetillo ha hecho un trabajo ejemplar al traducir el libro poniéndose en constante contacto conmigo para aclarar cualquier duda, para solicitar mi opinión sobre la traducción de conceptos, frases u oraciones complicadas, y para preservar el espíritu y el estilo narrativo de la versión original. Muchas gracias, María. Agradezco también al Sr. Raúl Lemus Pérez por su ayuda en la elaboración de los mapas.

    Édgar Pacheco y Aldo Morales, mis colegas y ayudantes de investigación, han colaborado de manera excepcional al buscar referencias bibliográficas, revisar la traducción y corregir las pruebas; incluso brindaron su apoyo técnico para formar el libro adecuadamente. Su ayuda ha sido esencial. Les doy las gracias de todo corazón. Luis Quiñones y Eduardo Luciano Acosta aportaron de manera incondicional observaciones acerca del libro y sugerencias técnicas. Quiero extenderles mis agradecimientos a ambos.

    La lectura cuidadosa del libro en inglés por parte de Carlos Marichal, sus comentarios muy generosos y su insistencia sobre la publicación del libro en español me han hecho sentir honrada y privilegiada. Quiero dedicarle los dos volúmenes de Una historia de India moderna a él con mi profunda gratitud.

    INTRODUCCIÓN: EL IMPERIO Y LA COLONIA

    Enseñar historia moderna de India a varias generaciones de estudiantes de posgrado en El Colegio de México ha sido fascinante y desafiante. Los términos colonialismo y nacionalismo y la entidad-concepto de lo moderno poseen un significado muy particular para los estudiantes de México y Sudamérica, donde el colonialismo se relega a un pasado lejano y el nacionalismo se rememora en las espectaculares celebraciones de la nación. Simultáneamente intimida, intriga e inspira la tarea de señalar las historias conectadas del imperio y la colonia; la influencia perdurable del colonialismo junto con los más nuevos conocimientos, y las construcciones y despliegues de la nación y el nacionalismo.

    Emprendí esta tarea con un espíritu aventurero. Las historias referidas en los dos volúmenes pretenden narrar los procesos socioculturales y político-económicos, los eventos y las acciones que contribuyeron a la constitución de India como una nación moderna. El esfuerzo es riesgoso en tres sentidos. Primero, porque se trata de contar una historia sin clausura, una historia no acabada que no propone explicar los acontecimientos como un todo. Segundo, porque se intenta leer la evolución de la sociedad india a través del colonialismo junto con las corrientes ideológicas, los eventos y los procesos en Inglaterra (Gran Bretaña) para subrayar la conexión íntima entre la colonia y la metrópolis, lo que a su vez agrega nuevas dimensiones al colonizador y al colonizado, y cambia nuestra idea de lo moderno mientras inaugura un espacio de debate sobre la nación y el nacionalismo. Finalmente, porque se ofrecen nuevas lecturas de los procesos y los eventos en India durante los siglos XVIII a XX desde la perspectiva de los grupos subordinados y de género, y propone nuevos caminos para trabajos ambientales.

    La decisión de trabajar de esta particular manera se fundamenta en mi propio enfoque y entendimiento de la historia y del método histórico. Décadas atrás, R. G. Collingwood, un renombrado filósofo inglés de la historia —aun cuando reconocía que ésta podría ser y era científica, y que trataba de las acciones de seres humanos para dar a conocer a humanos del presente lo que son y fueron—, afirmó que esa disciplina era autorreferencial y subjetiva, y señaló que había evolucionado históricamente desde el tiempo de Heródoto y Tucídides (siglo V) hasta principios del siglo XX, porque su definición había cambiado con el paso del tiempo. El pasado de la humanidad, que según Collingwood constituye el tema principal de la historia, no podía observarse de la misma forma que los fenómenos naturales: el pasado sólo puede imaginarse y reconstruirse (Collingwood, 1946).

    Esta disciplina académica es consciente de su tensión constitutiva: entre los hechos del tema y la narrativa de tales hechos, así como entre la acción y la narración, y entre la ocurrencia y la representación. En otras palabras, incluso cuando la historia pretende recuperar lo que sucedió en el pasado, lo que realmente recupera es lo que se dice que ha sucedido (Trouillot, 1995, p. 2). En la enunciación sucinta de Michel-Rolph Trouillot la primera parte, lo que sucedió, enfatiza los procesos sociohistóricos, mientras que la segunda, la narración de lo que sucedió, destaca nuestra percepción de la acción o la historia de la recuperación de dicha acción (Trouillot, 1995, p. 2). Los esfuerzos por conciliar esta tensión han encontrado articulación en las principales tradiciones de la historiografía. La historia, escribía Donald Kelley en 1998, siempre ha tenido dos caras: la analítica (científica) y la hermenéutica (interpretativa), representadas por Tucídides y Heródoto, respectivamente (Kelley, 1998, p. 262).

    Una historia de la India moderna sigue la tradición hermenéutica, donde una aproximación tanto a los acontecimientos como a los procesos y su comprensión e interpretación abiertas, así como la atención a la experiencia y la emoción adquieren primacía sobre una mera recuperación y una exposición de los hechos. La narrativa intenta urdir el hecho y la interpretación de manera tal que ésta disuelva su singularidad sin abandonar el rigor y la coherencia; asimismo, ofrece un tapiz de historias sobre acontecimientos y procesos que permitan al lector obtener sus propias conclusiones.

    Los cuatro capítulos del primer volumen pretenden traer a colación los mundos evolutivos y emocionantes de los siglos XVIII y XIX de la India y más allá. De igual manera, ofrecen vistazos de las vibrantes culturas del comercio del océano Índico; del cosmopolitismo mogol y el desplazamiento gradual del Estado mogol por los principados regionales emergentes, y de la transformación lenta de una empresa comercial, la Compañía Inglesa (Británica) de las Indias Orientales, en una potencia colonial y sus cambiantes relaciones e interacciones con los gobernantes y príncipes, y con los banqueros y comerciantes indios. Del mismo modo, indagan en la elaboración de culturas coloniales conformadas por ideologías británicas, prácticas de los gobernadores de la Compañía y una interacción con los intelectuales indios y la gente ordinaria. Analizan además la construcción y el establecimiento de las cambiantes ideas del colonizador y el colonizado que produjeron una variedad de respuestas entre los mismos colonizados. También centran su atención en la transformación administrativa de la Compañía a la regla de la Corona en la segunda mitad del siglo XIX, y sus repercusiones de largo alcance.

    Los capítulos de este primer volumen procuran crear un diálogo con estudiantes y estudiosos sobre la apreciación de los pasados. La narrativa del texto es impulsada por la curiosidad y no por la certeza (Guha, 2007, p. 14); además, se intenta estimular al estudiante para que considere si las historias del colonialismo y de la India colonial se pueden escribir como historias-abiertas para evidenciar hasta qué punto éstas confunden nuestros entendimientos establecidos del colonialismo y del colonizado.

    El primer capítulo inicia con una incursión en el colorido mundo del siglo XVIII, tiempo en el que sucedía el colapso del imperio mogol e iniciaba el surgimiento de los principados regionales. La historia no comienza en Delhi, sino en la capital provincial de Lucknow, en donde los nawab (gobernadores y gobernantes musulmanes) y los europeos competían entre sí como coleccionistas de arte y de antigüedades, y europeos de distintas nacionalidades creaban exitosas carreras al servicio de la Compañía Inglesa a fin de adoptar el exuberante estilo de vida de los nawab. Hablamos de un mundo en el que los límites entre política, cultura y consumo eran borrosos, y las fronteras e identidades nacionales aún no estaban definidas. Así pues, el capítulo ofrece indicios del próspero mundo de las ciudades portuarias del comercio del océano Índico y su paulatina transformación en razón de su interacción con las empresas comerciales europeas.

    Asimismo, se examina la estructura del estado mogol a fin de construir un mejor entendimiento de los factores y los procesos que contribuyeron a su caída, y del surgimiento de regiones, poderes y culturas locales, para obtener una visión no enfocada exclusivamente en el Estado central. Este análisis va acompañado de un bosquejo del debate historiográfico acerca de la naturaleza del siglo, es decir, el cuestionamiento de validez de abstraer un siglo para su análisis a fin de ahondar en las discusiones historiográficas al respecto en India, por ejemplo, un periodo de decrepitud o un intermedio entre la caída del imperio mogol y el surgimiento de la Compañía Inglesa, como el gobernador de Bengala. Indica también cómo la conexión estrecha entre los acontecimientos en Europa e India repercute en las batallas entre las compañías inglesa y francesa por el control sobre el negocio y la política interna de diferentes regiones de India, lo que termina con la derrota del nawab Siraj-ud-daula de Bengala en 1757 por parte de la Compañía Inglesa. El capítulo concluye con una exploración del concepto de la modernidad temprana para cuestionar el concepto mismo de la modernidad desde el principio.

    Los siguientes dos capítulos demarcan los múltiples e intrincados procesos, eventos, ideas e ideologías que configuraron la regla de la Compañía Inglesa de las Indias Orientales junto con la sociedad india durante aproximadamente 100 años. La creación de culturas coloniales, su confluencia con las ideas y prácticas indias, y los esfuerzos de los indios para negociar con la Compañía y sus respuestas constituyen los temas de ambas secciones. Asimismo, el segundo capítulo muestra los procesos políticos y culturales que conllevaron al surgimiento de la Compañía Inglesa como el combatiente más poderoso en Bengala durante la segunda mitad del siglo XVIII; también señala sus intrigas con los financieros y comerciantes locales para superar al débil emperador mogol y al nawab de Bengala a fin de ganar por la fuerza el derecho de recolectar el impuesto sobre esta región. Igualmente, se bosqueja la elaboración paulatina del sistema de gobierno que adoptó la Compañía durante la segunda mitad del siglo XVIII, elaboración que determinó la transformación de los comerciantes de la Compañía en gobernadores. Además, se explora la conexión entre las diferentes corrientes de pensamiento en Europa e Inglaterra y el estilo de la gobernanza de los primeros administradores importantes ingleses en Bengala —el cosmopolitismo orientalista de Warren Hastings, el estilo Whig inglés de Cornwallis y el imperialismo público de Wellesley, que resulta en la conquista de una gran parte de India hasta finales del siglo XVIII—. Por otro lado, se analiza el impacto duradero de las políticas de estos gobernadores: la búsqueda y la codificación de las leyes del Gentoo que realizó Warren Hastings; el intento de Cornwallis de hacer más inglesa la administración y de arreglar permanentemente el sistema de la recolección de impuestos sobre la tierra, y el esfuerzo de Wellesley de formar bien a los administradores ingleses reflejado en el establecimiento del Colegio Fort William en Calcuta. Finalmente, se desentraña la conexión entre el surgimiento de la idea de nacionalidad fuerte en Europa y Gran Bretaña a partir de las guerras napoleónicas y los intentos de hacer más inglés al gobierno junto con las consecuencias de esto para la sociedad india.

    El capítulo tercero sigue el impulso de contar una historia compartida entre la metrópolis y la colonia enfocándose en los debates parlamentarios en Inglaterra sobre la renovación de la licencia de negocios de la Compañía Inglesa y la entrada de la triple fuerza de cambio a India: los proponentes del libre comercio, los evangelistas y los gobernantes influidos por la ideología liberal y utilitarista. Estas tres fuerzas, junto con el hecho de que la Compañía había conquistado una gran parte del territorio hasta principios del siglo XIX y lo había vuelto más británico, inauguraron un nuevo siglo con nuevos procesos e ideas. La deuda enorme acumulada por la Compañía debido a sus batallas costosas desmentía toda justificación de su presencia para comerciantes con el monopolio en India; esto, aunado a la entrada de los evangélicos y liberales, dio pie a la misión civilizatoria, que llegó a ser la razón de la presencia de los ingleses en la región. Los debates acerca de la reforma social y la condición de las mujeres en India, además de las acciones contra las costumbres barbáricas del hinduismo —la práctica del sati, por ejemplo—, mediante la iniciativa por parte de una élite pequeña india de introducir la educación occidental, produjeron fuertes discusiones acerca de la razón y la validez de la tradición hindú. Estos debates, ligados a los diversos arreglos de la recolección del impuesto introducidos a finales del siglo XVIII, iniciaron procesos importantes que tuvieron un impacto profundo en la sociedad india, la cual llegó a ser un objeto digno de analizar y clasificar. Las élites indias comenzaron a pensar en su sociedad y en la condición de la mujer de otra manera. La razón y la ciencia adquirieron nuevas connotaciones y se redimensionaron; las mujeres, aun cuando quedaron fuera de los debates masculinos, entraron como sujetos en la conciencia de los hombres, que recibieron una educación inglesa, lo cual se verá reflejado en el discurso cultural del nacionalismo, tema del segundo volumen.

    El capítulo tercero concluye con un detallado debate sobre la reacción de los diversos sectores de la población con respecto a los cambios profundos impulsados por la política del gobierno de la Compañía, enfocándose particularmente en la demarcación de fronteras entre las sierras, las junglas y los planes; la devastación de los bosques ocasionada por la introducción del ferrocarril; las discusiones ambientales entre los ingleses y su esfuerzo para limitar el uso de los bosques; el efecto devastador del intento de maximizar el impuesto terrenal, y, finalmente, la incertidumbre en general causada por los cambios en el ritmo de vida, la presencia y las actividades de liberales y protestantes, así como la idea de un gobierno peculiar y extranjero que resultó en la revuelta de 1857. En último lugar, se examinan los procesos y los eventos de la revuelta junto con el cambiante análisis de este acontecimiento en la historiografía.

    Las transformaciones ocasionadas por la revuelta constituirán el tema del último capítulo. El término del gobierno de la Compañía, debido a la proclamación de la reina Victoria en 1858, provocó que India pasara de ser un país gobernado indirectamente por Inglaterra a una colonia bajo el régimen directo de la Corona y el parlamento británicos. La proclamación de la reina que sujetó a India bajo su régimen prometió reformas institucionales que prepararían a los indios, lentamente, para su autogobierno. La sociedad india fue sometida nuevamente a escrutinio y la clasificación feroces para asegurar el buen gobierno. Los censos panindios, los surveys fotográficos, los manuales y los District Gazetteers hechos por y para los administradores clasificaron a la población india en términos de religión y casta, estatura y complexión, vestimenta y costumbres dinámica y significativamente, debido a que la política del estado colonial se basaba en estos estudios. Casta y religión, reconocidos por los estudiosos orientalistas del siglo XVIII como importantes para entender la sociedad, llegaron a ser las claves sociológicas de la sociedad india. La enumeración demográfica de las castas y de las religiones, por otra parte, cambió el papel de la gente en el texto social de manera permanente (Cohn, 1996). Los musulmanes, una comunidad vasta y heterogénea, y sus élites, de donde procedían los gobernantes y la aristocracia antes de la llegada de los ingleses, fueron clasificados como una minoría atrasada permanente. Las castas bajas y los intocables se dieron cuenta de la discrepancia entre su gran número y su pobre representación en las instituciones educativas y los empleos gubernamentales. Paulatinamente, la política de representación llegó a asumir el papel central en el drama social de India. Los diversos procesos, fomentados por una interacción variada pero intensa de la Compañía, la Corona y las ideas, así como las políticas y los prejuicios de los ingleses acerca de India, la transformaron como nunca antes había ocurrido: India moderna tomó forma en virtud de estos procesos. El nacionalismo incipiente de las últimas décadas del siglo XIX, así como la lucha nacionalista del siglo XX quedaron marcados también por estos procesos, tema principal del primer capítulo del segundo volumen.

    En fin, este volumen espera mostrar el panorama de un mundo conectado, cosmopolita y globalizado desde la modernidad temprana en partes del globo no consideradas propiamente modernas para ampliar nuestra visión sobre tierras ajenas y tradicionales. También procura generar un interés en procesos entremezclados que dan sentido al colonialismo y a la colonización, y confluyen en la creación del imperio y la colonia, impulsando la reflexión sobre las bases excluyentes de las ideologías liberales y las repercusiones contradictorias de la aplicación de ideas orientalistas y cosmopolitas. Al mostrar las intersecciones constantes entre el colonizador y los colonizados, pero en relaciones de poder asimétricas, y las vastas consecuencias de categorizar y clasificar la sociedad india en modos que no se habían hecho antes para gobernarla bien, se pretende inspirar reflexiones acerca de los imperios y colonias en otras partes y otras épocas del mundo, y sobre los alcances duraderos de tales acontecimientos y procesos.

    1. EL COLORIDO MUNDO DEL SIGLO XVIII

    Jab chod chale Lucknow nagari… [Mientras/cuando deje la ciudad de Lucknow], se lamentaba el nawab poeta Wajid Ali Shah en la víspera de su partida de Lucknow, cuando la Compañía Inglesa de las Indias Orientales anexó formalmente a Awadh en 1856. ¿Qué era esta nagari de Lucknow y cómo se había vuelto tan preciada para el nawab? Para comprender este lamento y esta nostalgia, debemos adentrarnos en la Lucknow de finales del siglo XVIII, la ciudad vibrante y dinámica adonde Asaf-ud-Daula trasladó su capital en 1775. Asaf-ud-Daula sucedió a su padre, el valeroso rey guerrero Shuja-ud-Daula, quien había unido fuerzas con el nawab de Bengala, Mir Qasim, y con el emperador mogol Shah Alam II para luchar contra la Compañía Inglesa de las Indias Orientales en la batalla de Buxar en 1764, y había resguardado celosamente la autonomía de Awadh hasta su muerte.

    El joven nawab Asaf-ud-Daula, quien era gordo y disoluto y adverso a la política, dejó los engorrosos asuntos de gobierno en manos de su segundo al mando, Murtaza Khan, desmanteló la corte en Faizabad y se mudó a la pequeña ciudad provincial de Lucknow, lo que le permitió evadir la influencia de su poderosa madre y de los empleados y dependientes de su padre. La mudanza volteó de cabeza la administración de Awadh y destrozó la autonomía que Shuja había fomentado. Sin embargo, la falta de prestigio político se compensó con la prominencia cultural que Lucknow adquirió con el paso del tiempo. El nawab, que era depravado, corrupto y extravagante y, al mismo tiempo, refinado, dinámico y generoso, fundó una ciudad que reflejaba su vistosidad. Lucknow estaba repleta de extravagancia y excesos y atrajo a pioneros, vagabundos y otros que buscaban progreso social y económico. Sus filas se llenaron con los ‘imperialistas’ menos probables del siglo XVIII y los perfiles más destacados de entre aquellos que se forjaron a sí mismos (Jasanoff, 2005, p. 51).

    Esta imagen de India en el siglo XVIII contrasta marcadamente con aquella evocada en los debates que la rodean. Durante mucho tiempo, el siglo XVIII se consideró como un periodo de decadencia y caos para India, un interludio inexorable entre el colapso del imperio mogol y el ascenso del británico. Al mismo tiempo, esta noción y la separación arbitraria de un siglo como categoría de análisis independiente motivaron que se trabajara intensamente al respecto, lo que generó una comprensión más rica y modificó las percepciones que se tenían sobre el asunto anteriormente. El hecho de que el siglo XVIII mantenga su importancia como materia de análisis se refleja en la publicación continua de antologías sobre el tema (por ejemplo, Alavi, 2002; Marshall, 2005). Resulta interesante notar que el estudio del siglo XVIII no sólo se considera relevante para India, sino también para Asia. La historiografía de India se ajusta al debate más amplio sobre el siglo XVIII como un periodo de deterioro para el continente asiático en términos de comercio marítimo y del ascenso y la intrusión de intereses comerciales, mercantiles e imperiales europeos en países asiáticos debido a ciertos desarrollos significativos en Europa. En la década de 1930 Job van Leur, un historiador y administrador holandés, contrarrestó este análisis eurocéntrico que se enfocó en el siglo XVIII únicamente en términos de lo que ocurría en Europa y sus implicaciones para la misma.

    En una reseña pionera del cuarto volumen de Geschiedenis van Nederlandsch Indië [Historia de las Indias Holandesas] que se escribió en 1940, Van Leur defendía una historia asiacéntrica yuxtaponiendo la vitalidad y la fuerte continuidad de la historia asiática con los cambios trascendentes y abruptos que se daban en Europa. En el siglo XVIII dicha continuidad se confirmó con la presencia de entidades políticas dinámicas en Asia a las que no interrumpió la invasión europea, desde Persia en el occidente hasta Japón en el Lejano Oriente.

    El análisis de Van Leur presenta problemas evidentes, pero su provocativa tesis inspiró una gama de escritos revisionistas que debatieron vigorosamente los modelos de continuidad y de cambio en Asia. Para el historiador de Cambridge Christopher Bayly, gran defensor de la tesis de la continuidad, el ensayo de Van Leur es más heurístico que un ejercicio de historiografía sustantivo. De acuerdo con Bayly, lo que hay que preguntarse sobre el siglo XVIII no es si hubo cambio, continuidad, disolución o resiliencia en las sociedades asiáticas, sino por qué permanecieron muchas características del orden anterior a pesar de la transformación de la economía mundial y del trasplante del Estado europeo a Asia (Bayly, 1998b, p. 301). Para nosotros, la pregunta es, más bien, cuáles fueron los efectos del trasplante del Estado europeo sobre las características duraderas de las sociedades asiáticas y cómo esta resiliencia afectó al Estado europeo que se intentaba trasplantar. Además, ¿este traslado ocurrió sólo en el siglo XVIII, o la presencia europea desde el XVI y el XVII afectó la naturaleza de las entidades políticas incipientes (Subrahmanyam, 2001, pp. 3-4)? ¿Es posible que la combinación de cambios en proceso y sucesos nuevos produjera fascinantes enredos y le otorgara una nueva vivacidad al siglo XVIII?

    EL FIN DE UN IMPERIO

    En 1707, el año en que murió Aurangzeb, el imperio mogol había alcanzado sus confines físicos más lejanos. La conquista de los reinos de Bijapur y Golconda a finales de la década de 1680 causó la expansión del imperio hasta el límite sur de la península de Decán y colocó a casi todo el subcontinente bajo dominio mogol. No obstante, la estructura imperial mogola colapsó en los 40 años posteriores a la muerte de Aurangzeb. Para mediados de siglo, el imperio estaba en ruinas y sus vastas posesiones se habían reducido a un pedazo de territorio más o menos rectangular de unas 250 millas de norte a sur y 100 millas de ancho (Spear, 1951, p. 5). ¿Cómo debemos entender esta aparente paradoja?

    Para ello debemos describir brevemente las líneas de falla del sistema administrativo mogol (Metcalf y Metcalf, 2003, p. 28). Para empezar, el emperador mogol era Shah-en-Shah, rey de reyes, un soberano entre muchos (Bayly, 1988a, p. 13), no el único soberano déspota. Por tanto, el imperio tenía amplia experiencia en dar cabida a la competencia y negociar entre diferentes grupos de nobles y aristócratas, de funcionarios militares y recaudadores, entre quienes la autoridad se distribuía jerárquicamente. El emperador se ubicaba en la cúspide de esta estructura segmentaria (Stein, 1980; 2010) y los miembros de la aristocracia le debían lealtad personal en diversos grados. El funcionamiento efectivo del sistema dependía de que el emperador manipulara juiciosamente los conflictos y mantuviera el equilibrio.

    Asimismo, había un aparato administrativo centralizado que desarrolló el genial emperador Akbar en el siglo XVI y que vinculó íntimamente a la burocracia y a la aristocracia militar. El poder se distribuía y se delegaba entre la élite de una manera que fortalecía la base militar del estado de guerra y mantenía la supremacía del emperador. El sistema mansabdari confería a cada mansabdar, u oficial militar, un rango numérico doble de jat y sawar, donde el jat significaba el rango personal y el sawar denotaba el número de jinetes que el mansabdar debía mantener para el Estado mogol. En la mayoría de los casos el pago del servicio y la manutención de los soldados y los caballos se realizaban con la asignación del derecho a recaudar impuestos de un jagir (latifundio). Había dos tipos de jagir: el tankha (transferible) y el vatan (intransferible), pero dada la lógica del sistema, la mayoría eran transferibles. Los vatan jagir representaban un acuerdo con príncipes y terratenientes locales poderosos, quienes ofrecerían lealtad al emperador sólo con la condición de que sus tierras se reconocieran como vatan. Si bien algunos príncipes y terratenientes se convirtieron en funcionarios mogoles por medio del reconocimiento de jagires vatan en regiones controladas directamente por el imperio, los príncipes poderosos de las periferias mantuvieron su autonomía sobre asuntos internos y sólo estuvieron de acuerdo en pagar un tributo anual al emperador en reconocimiento de su condición general como monarca protector.

    Sin duda, el sistema mansabdari consolidó la posición del emperador como Shah-en-Shah: él otorgaba, transfería o rechazaba a voluntad rangos y jagires, y el poder se confería con base en la lealtad directa que se le guardara. El gobierno imperial ejercía el derecho a convocar y despachar mansabdares con sus contingentes a cualquier lugar y en cualquier momento necesario. Este aparato centralizado permitió a una monarquía absoluta mantener su control y posición y funcionar durante 150 años sin ninguna amenaza seria (Habib, [1963] 1999a, pp. 364-365).

    Al mismo tiempo, el sistema produjo una intensa competencia entre varios grupos étnicos y de casta que conformaban la nobleza mogola. Además, empujó al Estado mogol a expandir sus territorios constantemente, pues era la única manera de aumentar los recursos y de asignar nuevos jagires.

    Las guerras de Aurangzeb en Decán fueron onerosas y llevaron a la tesorería a sus límites. La adquisición de nuevos territorios incluyó a nuevos jugadores en la lucha por prestigio y autoridad. En particular, la incorporación a la aristocracia de lo que se conoce como grupo del Decán acrecentó la tensión y los conflictos entre la nobleza establecida, que se componía de facciones iraníes, turaníes e indostanas. Estos grupos resentían el favor que Aurangzeb mostraba como gesto diplomático a los nuevos mansabdares y comandantes reclutados en los territorios derrotados de los sultanatos de Bijapur y Golconda en el sur (Stein, 2010, p. 181). Por otro lado, los oficiales estacionados en el Decán se quejaron de que los escasos impuestos generados por sus jagires resultaban insuficientes para solventar sus gastos, por lo que los vínculos que unían a funcionarios nuevos y antiguos en ese territorio con el imperio mogol perdieron fuerza gradualmente. De hecho, los mansabdares, afectados por la brecha en la demanda y la recaudación real de impuestos, redujeron el número de soldados y de caballos que debían mantener y trataron de extraer el mayor tributo posible de los terratenientes y los campesinos, lo cual generó descontento entre estos últimos y a la vez debilitó el poder militar del imperio.

    En los años que transcurrieron entre 1689 y 1719 hubo agitaciones en el corazón del imperio. Los jefes jats y los zamindares en Agra y en Mathura se rebelaron abiertamente y utilizaron su posición estratégica para interceptar y saquear los trenes tirados por bueyes repletos de tesoros y comercio que se introducían en la cuenca del Ganges desde el Decán, lo que provocó el abandono de esa ruta (Stein, 2010, p. 182). El ejército de Aurangzeb, que se había desplegado para subyugar a los jats, sufrió una humillación, y los siguientes intentos por sofocar la revuelta hicieron que algunas casas rajputs descontentas apoyaran a los jats, decididas a oponerse a la reinstauración del control imperial. Aurangzeb falleció en esta coyuntura crítica, lo que dio lugar a una lucha de poder entre los tres hijos que le sobrevivieron. El ganador, Muazzam, ascendió al trono con el título de Bahadur Shah. En ese momento tenía 63 años de edad y moriría al transcurrir los siguientes cinco.

    Bahadur Shah no pudo hacer mucho para detener la decadencia. La revuelta de los jats había alentado a otras fuerzas recalcitrantes —los sikhs en Punjab y los marathas en el Decán— a desafiar la autoridad mogola. Los sikhs, un grupo desarticulado y divergente que se encontraba diseminado por el norte de India, sobre todo en los centros urbanos de la vasta llanura del Ganges (Oberoi, 1997, p. 42), eran seguidores del gurú Nanak (1469-1539), un hindú de casta superior que fundó la comunidad sikh en el Punjab central en la década de 1520 (Mann, 2001, p. 3). Bajo la guía de una línea de gurúes, la comunidad evolucionó y expandió su base, y para inicios del siglo XVII llegó a percibirse como una amenaza para la administración

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