Ojos en las sombras
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¿Qué harías si unas presencias sombrías y aterradoras estuvieran persiguiéndote toda tu vida?
Viajando entre mundos, Danái descubre qué son las sombras y qué quieren de ella. Junto a una niña sin hogar y a Irini, su única amiga, experimentan las revelaciones y el terror que furtivamente se ha infiltrado en sus vidas. Realidad y magia se entretejen en un peligroso día a día, con traiciones y peripecias. En su pasado acecha un enigmático legado, el presente es incomprensible y el futuro es incierto. Las marcas en su cuerpo, surgidas tras pesadillas junto a mensajes de mundos oníricos, le hacen comprender que la lucha que se avecina es tan importante como impredecible. Las sombras han regresado para quedarse, más fuertes que nunca, y ya nada será igual.
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Ojos en las sombras - Margia Venios
1. Paseo
2. Pesadillas
3. Encuentro
4. Rapto
5. Desesperación
6. Explicaciones
7. Regresión
8. Doña Teodora
9. El viaje
10. La ciudad de los reptiles
11. La cueva esmeralda
12. La tortuga dorada
13. Sentimientos
14. Reencuentro
15. Caza
16. Huida
17. Renacimiento
18. Contacto
19. Visita
20. Sorpresa
21. ¿Traición?
22. Prisión
23. Mazmorra
24. Salvación
1. Paseo
Ahí está otra vez. Otra vez me persigue. Otra vez me encontraron. Tantos años han pasado y cada vez la siento como la primera. Acelero mi paso y miro atrás por un instante. No es uno de los de siempre, ni se parece a los que se acercan a hablarme. Empezó a llover, como había previsto. Algunos desaparecen con la lluvia, y espero que este sea uno de ellos. «¿Quién me mandaría a mí dar paseos nocturnos?». «¿Por qué no me quedaría en casa, sabiendo que por allí no van?». A veces se acerca, a veces se aleja; cuanto más cerca, más intenso es el dolor de cabeza. Vienen de pronto, como olas. Quizá emiten algún tipo de energía descomunal que no puedo aguantar. Aún no lo entiendo.
La lluvia aprieta y la silueta parece debilitarse. Intento calmarme y disfrutar del paseo por el empedrado lo máximo posible para que no se alimente de mi miedo. Estamos a finales de septiembre, está amaneciendo y hace frío, aunque en este momento no siento nada. «¡Un poco más y ya llego a casa!». Las calles están desiertas a estas horas, así que no necesito pararme en ningún sitio. Tuerzo en el callejón donde está mi casa, buscando mis llaves para no perder tiempo. Por fin llego, abro la puerta del viejo bloque de pisos y subo apresuradamente las escaleras hasta el tercero. Giro la llave en la cerradura, abro la puerta y la cierro con fuerza, apoyando en ella la espalda. Me siento en el suelo en el tiempo que se desvanece el eco del portazo. Me quedo allí un momento y miro al vacío, helada. La oscuridad de la habitación y los juegos que hace la escasa luz que se cuela por las rejillas sobre los muebles me hipnotizan. Silencio absoluto. Me quedo inmóvil hasta que el corazón recupera su ritmo natural. Pero, ¿por qué los sigo temiendo?
2. Pesadillas
Me levanto tarde y, con mucho esfuerzo, consigo llegar hasta la cocina para beber un poco de agua. Aún seguía jadeando, y teniendo el vello de punta. Noto un increíble vértigo y, cuando intento concentrar mi mirada en un punto, la habitación comienza a dar vueltas como una imagen en un caleidoscopio. Todo desaparece. Siento que me caigo.
Cuando vuelvo en mí, mi reloj marca las ocho y media. Por suerte, hoy es domingo y no tengo que ir a la oficina. Basta con que piense en el trabajo que me espera para que me aumente el dolor de cabeza. Stéfanos me recrimina constantemente en la oficina que una buena abogada no deja sus casos a su suerte, y no se cree que tenga tanto éxito. Puede que lo deje todo para el último momento, pero nunca a su suerte. Sé manejar las situaciones. Consigo sacarlo todo adelante perfectamente, incluso los casos difíciles. En fin, que recrimine lo que le plazca. Lo mismo hacía cuando estábamos casados. Por eso me separé.
Me preparo una manzanilla y me siento en el escritorio de la biblioteca que me he hecho en cuartito de atrás. Es el momento de pensar con más claridad. Seguramente aquello que vi hoy era distinto. La silueta era aterradora, como la de los otros; pero los ojos, la única cosa con luz que tenía, eran rojos como la sangre. Sus extremidades eran esqueléticas y de la joroba le sobresalían unas puntiagudas protuberancias. Podía caminar a cuatro patas y cuando hablaba producía un sonido desgarrador, como uñas arañando una pizarra.
No aguanto seguir pensando y decido irme a la cama. Sacudo la cabeza para dejar de pensar y me dirijo al dormitorio. Me tapo hasta la cabeza y dejo que me venza el cansancio. Cuando percibo que estoy a punto de conciliar el sueño, me despierto de golpe, constantemente, porque siento que me caigo. Lucho contra mí misma una eternidad hasta que consigo dormirme.
***
Me encuentro en un lugar desierto. A mi alrededor, muchas casas abandonadas, y yo corro sin saber qué me persigue. El aire es seco y me doy cuenta de que estoy en un sueño, porque esquivo una bala que se dirige a donde estoy. Me escondo entre las casuchas. Busco alguna que no esté tan derruida para resguardarme. Consigo encontrar la puerta de una casa mejor conservada. El techo es bajo y hay muchas ventanas, y en el interior veo muchos dibujos pintados con colores azules y celestes. Parecen mosaicos babilónicos. Voy pasando de un dormitorio a otro hasta que llego a una sala enorme que parece un museo. A mi alrededor veo gente, pero no hablo con nadie. Solo sigo avanzando. De pronto me acuerdo de que estoy con unos amigos y que en algún momento nos hemos separado, pero no puedo recordar nada más. Sigo andando, hasta que me transporto a un antiguo mercado medieval, que está situado encima de una escalinata de mármol. La bajo corriendo para escapar de un perro con tres cabezas y ojos rojos. Grito y me agazapo en una rendija del muro antes de que finalmente me despedace.
Me despierto empapada en sudor y con un dolor en la mano como si de verdad me hubiese mordido. La miro y veo que la sangre fluye como un río sobre las blancas sábanas. Voy corriendo al baño y la pongo bajo el chorro de agua fría, mientras sigo con la mirada el remolino rojo que se ha formado en el centro del lavabo. En la mano se observan marcas de dientes, no muy profundas para mi suerte. La vendo con fuerza y reflexiono sobre qué otra cosa podría haber ocurrido tras eso. Me retiro el pelo de la cara con la mano. «¿Por qué a mí?».
3. Encuentro
El sonido del timbre se escucha desde el salón. Improviso un vendaje para cubrirme la mano. Sea quien sea, no debe ver este desastre.
—¿Quién es? —grito desde el otro extremo del pasillo.
Se escucha levemente la cansada voz de Irini, que dice:
—Soy yo. Abre.
La energía melancólica que desprende mi amiga invade el lugar, antes de darle tiempo a dirigir sus pasos hacia dentro. La primera cosa en la que piensas cuando la ves es en una persona gruñona, cerrada. Sin embargo, yo la conozco mejor que nadie. Nos conocemos desde hace ya más o menos diez años, de cuando todavía estaba en la facultad.