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Ukiyo-e - grabado japonés
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Ukiyo-e - grabado japonés

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Ukiyo-e, imágenes del universo en mutación, es el nombre de un género artístico nacido en Japón durante el próspero período Edo (1615-1868). Estas impresiones típicas son resultado del trabajo colectivo entre un artista, un grabador y un impresor. Su auge y desarrollo se debió, en gran parte, a que los avances de la técnica permitieron una producción en serie accesible para muchos habitantes.
Estas estampas representan escenas de la vida cotidiana, retratos de mujeres, actores del teatro Kabouki o luchadores de Sumo. Los paisajes también fueron uno de los temas recurrentes. El fundador del movimiento, Moronobu, y también artistas como Shunsho, Utamaro, Hokusai o Hiroshige son algunos de los representantes más destacados.
A partir de 1868, Japón se abrió al mundo. La delicadeza y la precisión gráfica de estas estampas hechizaron a los artistas occidentales, y su influencia puede encontrarse en los impresionistas, Van Gogh o Klimt. En este análisis temático, los autores Dora Amsden y Woldemar von Seidlitz destacan la influencia de este movimiento en la escena artística occidental.
Estos grabados magníficos, que reflejan la evolución del ideal de belleza femenina, la mutación de los dioses y el significado de las escenas urbanas y naturales, son bellos testimonios para una mejor comprensión de esta civilización milenaria.
LanguageEspañol
Release dateDec 28, 2023
ISBN9781644618189
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    Ukiyo-e - grabado japonés - Dora Amsden

    Utagawa Kunisada, Retrato en memoria de Hiroshige, 1858. Impresión con bloque de madera en color, 35,5 x 23,4 cm. Leeds Art Gallery, Leeds.

    EL AUGE DEL UKIYO-E: EL MUNDO FLOTANTE

    El arte del Ukiyo-e es una «reproducción espiritual del realismo y la naturalidad de la vida cotidiana, una interacción con la naturaleza y la fantasía de una raza impresionable y llena de vida, inmersa en toda una marea de anhelo artístico». Esta caracterización de Jarves resume drásticamente el motivo central que caracterizaba a los maestros del Ukiyo-e, la escuela popular de arte japonés, interpretada poéticamente como «el mundo flotante».

    Para el peregrino apasionado, devoto de la naturaleza y el arte que haya visitado el Oriente encantado, es innecesaria una preparación del camino hacia la correcta comprensión del Ukiyo-e. Seguro que este jovial idealista confía menos en el dogma que en las propias impresiones. «No sé nada sobre arte, pero sé muy bien lo que me gusta», así se expresa el lenguaje de la sinceridad, una sinceridad que no se sustenta en un credo o una tradición ni en principios o convenciones establecidas. Se ha dicho con acierto que «sólo pueden aspirar a comprender a fondo la profundidad de los sentimientos y la belleza que encierra un arte extranjero aquéllos que adopten la firme resolución de escudriñarlo desde el punto de vista de un habitante del lugar donde ha nacido dicho arte».

    Lo que será tarea fácil para el cosmopolita capaz de asimilar ideas extranjeras por puro instinto o mediante una predisposición a la valoración de lo ajeno. Pero aquellos que carezcan de este talento intuitivo deberan recurrir a una especie de noviciado, para ser capaces de apreciar «algo tan recalcitrante como el arte japonés, que al mismo tiempo exige atención y desafía prejuicios». Estos esbozos no suponen una expresión individual, sino un deseo de transmitir de forma resumida las opiniones de las personas que, a pesar de sus estudios e investigaciones, están cualificadas para hablar con autoridad sobre la forma del arte japonés, cuya variante más concreta –el Ukiyo-e– reclama por derecho propio la atención del mundo del arte.

    El desarrollo de la impresión en color constituye únicamente el símbolo objetivo del Ukiyo-e, como declara nuestro oráculo occidental, el profesor Fenollosa: «La auténtica historia del Ukiyo-e, si bien incluye las impresiones como uno de sus procedimientos más fascinantes, no se reduce a una historia del arte técnico de la impresión, sino más bien, constituye una historia estética de un tipo de diseño».

    Resulta irresistible la tentación de emplear una cita más para concluir estas notas introductorias, ya que en ella Walter Pater imprime su visión sobre el arte, considerándolo una búsqueda legítima, independientemente de la forma que adopte, y en cualquier caso irreconciliable con ideas y tradiciones preconcebidas. «La confrontación legítima no se produce entre épocas o escuelas artísticas, sino que se trata de una lucha del conjunto de todas ellas contra la estulticia, contra la vulgaridad de forma».

    Dado que la Escuela Popular (Ukiyo-e) fue el fruto de más de mil años de crecimiento, es necesario echar un vistazo a sus orígenes a fin de poder comprender y hacer un seguimiento de los procesos que marcaron su desarrollo.

    Escuela de Tosa, Vista del monte Fuji (Fujimizu), Período Muromachi, siglo XVI. Biombo plegable de seis paneles «Wind wall» (byobu), 88,4 x 269,2 cm. Colección privada, depósito en el Museo Nacional de Tokio, Tokio.

    Escuela de Kano, Cacería con perros (Inuoumono), Período Edo, ca. 1640-1650. Biombo plegable (byobu), 121 x 280 cm. Tinta y color sobre hoja de oro. Colección privada.

    Utagawa Toyokuni, Vista de un teatro de Kabuki, ca. 1800. Impresión con bloque de madera en color, 37,7 x 74,7 cm. Museo Británico, Londres.

    Aunque el origen de la pintura en Japón está envuelto en una cierta oscuridad, no hay duda de que China y Corea fueron las fuentes directas de las que bebió Japón para su arte, si bien también recibió una influencia más indirecta de Persia y la India –fuente sagrada del arte oriental– y de la religión.

    En China, la dinastía Ming inició un estilo original que dominaría durante siglos el arte japonés; las amplias pinceladas caligráficas de Hokusai presentan la impronta de una herencia y sus talladores de madera, entrenados para seguir las líneas gráciles y fluidas de su arte puramente japonés, se quedaban a menudo atónitos por sus repentinas escapadas a un realismo de ángulos marcados.

    Las escuelas artísticas chinas y budistas datan del siglo VI, y en Japón el Emperador Heizei fundó una academia imperial en el año 808. Esta academia y la escuela de Yamato-e (pinturas derivadas del arte japonés antiguo, en oposición a la influencia artística de China), fundada por Fujiwara Motomitsu en el siglo XI, condujeron a la formación de la celebrada escuela de Tosa que, junto con la de Kano, su augusta y aristocrática rival, mantuvieron durante siglos una supremacía indiscutible hasta que se vieron desafiadas por la plebeya Ukiyo-e, la escuela de la gente corriente de Japón.

    La escuela de Tosa ha sido descrita como la manifestación de una fe ardiente a través de la pureza de un estilo etéreo. Tosa representaba el gusto de la corte de Kioto, y estaba relegada al servicio de la aristocracia; reflejaba el misterio esotérico de Shinto y el cortejo sagrado del Emperador, de ascendencia divina. El ceremonial de la corte, sus fêtes y solemnidades religiosas –bailes a los que asistían los daimios o señores feudales ataviados con ropas oficiales que caían formando armoniosos pliegues– se representaban con una elegancia consumada y un estilo muy delicado, lo que pone de manifiesto una cierta familiaridad con los métodos ocultos de la pintura de miniaturas persa. Los artistas de la escuela de Tosa utilizaban pinceles muy finos y afilados y basaban la brillantez de su colorido en fondos resplandecientes hechos de pan de oro, y precisamente a la escuela de Tosa le debemos los diseños intrincados, con detalles casi microscópicos, que pueden verse en los ejemplares más hermosos de obras barnizadas en oro, así como mamparas cuya riqueza nunca ha sido superada.

    Anónimo, estilo de Tomonobu, Acróbatas coreanos a lomo de caballo, 1683. Impresión con bloque de madera monocroma, 38 x 25,5 cm. Museo Victoria & Albert, Londres.

    Katsushika Hokusai, Teatro de Kabuki en Edo visto desde una perspectiva original, ca. 1788-1789. Impresión con bloque de madera en color, 26,3 x 39,3 cm. Museo Británico, Londres.

    Katsukawa Shunko, Los actores de Kabuki Ichikawa Monnosuke II y Sakata Hangoro III, mediados de la década de 1780. Impresión con bloque de madera en color, 34 x 22,5 cm. Museo Victoria & Albert, Londres.

    Toshusai Sharaku, Ichikawa Komazo en el papel de Chubei con Nakayama Tomisaburo en el papel de Umegawa, 1794. Impresión con brocados, 38 x 25,5 cm. Museo Nacional de Tokio, Tokio.

    El arte japonés estuvo siempre dominado por la jerarquía religiosa, pero también por los gobernantes seculares. La escuela de Tosa es un ejemplo destacado de esto último, dado que recibió un impulso decisivo del príncipe pintor Tsunetaka que, además de dar origen a un centro artístico, ostentaba el cargo de vicegobernador de la provincia de Tosa. Desde sus comienzos, Tosa recibió su prestigio del Emperador y de sus nobles, mientras que más tarde Kano se convertiría en la escuela oficial de los usurpadores Shogun. Como se puede comprobar, las historias religiosa, política y artística de Japón estuvieron siempre muy relacionadas entre sí.

    El estilo de Tosa fue combatido mediante la adopción de la influencia china, una tendencia que culminaría en el siglo XIV con la fundación de la escuela rival de Kano.

    La escuela de Kano tiene sus orígenes en China. El sacerdote budista chino Josetsu abandonó a finales del siglo XIV su patria en dirección del Japón, llevando consigo la tradición china, y fundó una nueva dinastía cuyos descendientes siguen representando lo más granado de la escuela pictórica japonesa. Hasta nuestros días, la escuela de Kano ha seguido siendo el baluarte del clasicismo, lo que en Japón es fundamentalmente sinónimo de adhesión a los modelos chinos, de la técnica tradicional y de la elusión de temas que representen la vida cotidiana. La pincelada caligráfica china se encuentra en la misma raíz de la técnica de la escuela de Kano, y el pincel japonés debió su instauración fundamentalmente al arte de la escritura. Para realizar esas pinceladas pronunciadas e incisivas es imprescindible un manejo diestro del pincel: los símbolos del alfabeto requieren poca expansión para dar lugar a formas adornadas y con la misma sencillez pueden descomponerse hasta alcanzar su elemento abstracto.

    Los artistas tempranos de la escuela de Kano redujeron la pintura a un arte académico, y destruyeron todo naturalismo hasta que el genio de Okumura Masanobu, que dio su nombre a la escuela, y aún en mayor medida el de su hijo Kano Motonobu, el auténtico «Kano», se adhirieron a la tradición de los modelos chinos y abandonaron la simplicidad de lo monocromático, aportando una calidez de color y una armonía de diseño que regeneraron e insuflaron una nueva vida a todo el sistema. Mientras Kano se sumó a la influencia china, Tosa la combatió y se esforzó por lograr un arte puramente nacional. Ukiyo-e, por su parte, intentó salvar las distancias y se convirtió en el exponente de ambas escuelas, dando lugar a un arte que de otra manera jamás podría haber sido materializado por los rivales aristocráticos antes mencionados. El vigor y la fuerza de los conquistadores Shogun servían de impulso a la escuela de Kano, mientras que el brillo de Tosa era como una emanación que derivaba del Emperador santificado e inalcanzable.

    Okumura Masanobu, Palacio del dragón bajo el mar, Período Edo, década de 1740. Impresión con bloque de madera (urushi-e); tinta en papel con color aplicado a mano y nikawa, 29,4 x 43,7 cm. Museo de Bellas Artes, donación de William Sturgis Bilegow, Boston.

    Okumura Masanobu, Imagen en perspectiva del escenario de un teatro, 1743. Impresión con bloque de madera (beni-e); tinta en papel, con color aplicado a mano, 32,5 x 46,1 cm. Museos Estatales de Berlín, Berlín.

    Katsukawa Shunsho, El actor Ichikawa Danjuro V como Sakata Hyogonosuke Kintoki, en la obra Los cuatro intrépidos sirvientes de Raiko, con el traje de la guardia nocturna (Shitenno Tonoi no Kisewata), 1781. Impresión con bloque de madera en color, hosoban, 32 x 14,9 cm. Instituto de Arte de Chicago, Chicago.

    Torii Kiyohiro, Nakamura Tomijuro en el papel de Musume Yokobue, 1753. Impresión con bloque de madera en color limitada, 43,5 x 29,3 cm. Museo de Arte de Chiba, Chiba.

    Toshusai Sharaku, Ichikawa Omezo en el papel de Tomita Heitaro y Otani Oniji III en el papel de Kawashima Jubugoro, 1794. Impresión con bloque de madera en color, 38,8 x 25,8 cm. Academia de Arte de Honolulú, Honolulú.

    Toshusai Sharaku, Matsumoto Koshiro IV y Nakayama Tomisaburo, 1794. Impresión con bloque de madera en color, 36,2 x 24,7 cm. Colección Baur, Ginebra.

    Los temas favoritos de los pintores de la escuela de Kano eran principalmente santos y filósofos chinos, así como héroes mitológicos y legendarios representados en diversas actitudes con fondos de nubes y brumas convencionales combinados con emblemas simbólicos. Muchos de los santos y héroes representados por la escuela de Kano reflejan un gran parecido con los temas medievales ya que a menudo se muestran surgiendo de masas de nubes onduladas, ataviados con ropajes etéreos y con las cabezas circundadas por un nimbo.

    El clasicismo formal se difuminó bajo el pincel de Kano Motonobu. En palabras de Kakuzo Okakura, en este nuevo movimiento «el arte fluía desde el hombre hacia la naturaleza, y en la pureza de los paisajes pintados con tinta, en los gráciles ramos de bambúes y pinos, el arte buscó y encontró su refugio».

    Por motivos de espacio, no podemos permitirnos analizar en detalle las muchas escuelas de arte japonés. Haría falta un extenso catálogo simplemente para enumerar a los maestros fundadores, ya que, cuando un artista japonés desarrollaba un talento excepcional, solía fundar una escuela y sus descendientes tenían la obligación de adherirse rígidamente a los principios iniciales, convirtiéndose así en esclavos de los métodos tradicionales.

    Durante la anarquía del siglo XIV en Japón, el arte se estancó momentáneamente, pero a continuación siguió un período de florecimiento que correspondió al Renacimiento europeo. En Japón, al igual que en Europa, el siglo XV fue esencialmente la «edad del renacimiento». Anderson resume en una sustanciosa frase este poder arrollador: «En cierto sentido, todas las épocas de prosperidad humana constituyen un renacimiento. Un pequeño estudio nos mostraría probablemente que la era ptolemaica de Egipto fue un renacer del esplendor de Tebas, en arquitectura y en otros aspectos, mientras que el período dorado de Augusto en Roma fue en gran medida un renacer de la antigua Grecia». Pareciera que en el arte japonés se habría producido una acción recíproca. Tosa, célebre por su estilo delicado, su detallismo y la brillantez de su colorido, se rindió al blanco y negro y a la fuerza vigorosa de Kano. Por su parte, la escuela de Kano se vio modificada por el color encendido que introdujeron Kano Masanobu y Kano Motonobu. Más adelante, la variada paleta de Miyagawa Choshun destronaría la simplicidad monocromática de Moronobu, cabecilla de los impresores de Ukiyo-e.

    El artista que marcó la pauta a principios del siglo XV fue Cho Densu (también conocido como Mincho, 1352-1431), equivalente japonés de Fra Angelico, era un simple monje que servía en un templo de

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