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Paul Gauguin
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Ebook100 pages29 minutes

Paul Gauguin

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About this ebook

Paul Gauguin fue primero un marino y luego un exitoso corredor de bolsa en París. En 1874 comenzó a pintar los fines de semana, como pasatiempo. Nueve años después, tras la caída de la bolsa de valores, se sintió lo bastante confiado en su habilidad para ganarse la vida pintando, que renunció a su puesto y se dedicó a la pintura de tiempo completo. Siguiendo el ejemplo de Cézanne, Gauguin pintó naturalezas muertas desde el principio de su vida artística. Incluso poseía una naturaleza muerta de Cézanne, que aparece en el cuadro de Gauguin Retrato de Marie Lagadu. El año de 1891 fue crucial para Gauguin. En ese año dejó Francia y se marchó a Tahití, donde permaneció hasta 1893. Su estancia en este país determinó su vida y trayectoria futuras, ya que, en 1895, después de pasar una temporada en Francia, volvió a Tahití para siempre. En Tahití, Gauguin descubrió el arte primitivo, con sus formas planas y los colores violentos de una naturaleza salvaje. Con sinceridad absoluta, los transfirió a sus lienzos. A partir de ese momento, sus pinturas reflejaron este estilo: una simplificación radical del dibujo, colores brillantes, puros y vivos, una composición de tipo ornamental y una deliberada falta de contraste en los planos. Gauguin bautizó su estilo como “simbolismo sintético”.
LanguageEspañol
Release dateJul 15, 2019
ISBN9781644617397
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    Paul Gauguin - Nathalia Brodskaya

    NOTAS

    Paul Gauguin muere el 8 de mayo de 1903, agotado por su inútil combate contra los funcionarios coloniales, vencido, desamparado, amenazado con una gran multa por haber incitado a los indígenas a la rebelión y haber calumniado a las autoridades locales, en completa soledad. Así acababa la vida del pintor que había dedicado su obra a glorificar la armonía original de la naturaleza generosa de Oceanía que lo había acogido. Los nombres que Gauguin había dado a su casa de Atuana y a los paneles de madera esculpida que la decoraban: La casa del placer, enamoraos y seréis felices, sed misteriosas resuenan con una ironía amarga. Sólo algunos nativos acompañaron a Gauguin hasta su última morada. No se pronunció ninguna oración fúnebre, ni siquiera una inscripción grabada en su tumba.

    En el informe que enviaba regularmente a París, el obispo mencionaba: "No ha habido aquí nada más destacado que la muerte súbita de un triste personaje llamado Gauguin, artista de renombre, pero enemigo de Dios y de todo lo que es honesto[1]".

    El nombre de Gauguin no se grabó en la tumba hasta veinte años más tarde y su descubrimiento fue cuanto menos un acontecimiento original.

    En efecto, un artista miembro de la Society of American Fakirs encontró su tumba. Francia no rindió homenaje a su célebre ciudadano hasta pasados cincuenta años de su muerte, y se consiguió gracias a la iniciativa de Pierre Bompard, que había realizado los planos para un monumento y había participado en su erección. La presencia de ciertos aficionados al arte entre los viajeros y los colonos, así como la avidez de aquellos que habían denigrado al artista, pero a los que no les disgustaba enriquecerse a su costa, permitieron salvar parte de la herencia artística de Gauguin. De esta forma, el brigadier de Atuana, al regresar a Europa, abrió una especie de museo Gauguin que presentaba las obras que había requisado y escondido. De hecho, en Tahití no se encuentra ninguna de las producciones de Gauguin.

    La noticia de la muerte de Gauguin llega a Francia cuatro meses más tarde. Su vida y su obra provocaron entonces un interés sin precedentes. Las palabras del pintor, así como las predicciones de Daniel de Monfreid, sobre un reconocimiento póstumo resultan proféticas: "Es de temer que su llegada estorbe un trabajo, una incubación que tiene lugar en la opinión pública en cuanto a usted, escribía Daniel de Monfreid a Gauguin meses antes de su muerte. Usted es actualmente el artista increíble, legendario, que desde el fondo legendario, desde el fondo de Oceanía envía sus obras definitivas, las de un gran hombre por decirlo de alguna manera, desaparecido del mundo. Sus enemigos (y tiene una buena cantidad de ellos, como todos aquellos que molestan a los mediocres) no dicen nada, no se atreven a combatirlo, ni lo piensan: ¡usted está tan lejos! Por consiguiente, no debe arrebatarles el hueso que tienen entre los dientes. En resumen, usted goza de la inmunidad de los grandes difuntos,

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