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Aprendiendo a Respirar
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Aprendiendo a Respirar

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About this ebook

Ubicada en las famosas colinas de San Francisco y en las nevadas Montañas Sierra. Aprendiendo a Respirar es la intensamente dramática historia de la vida de una mujer, los momentos idílicos, su humanidad, su amor, y finalmente, el difícil camino que ella debe caminar sola... para descubrir a la mujer fuerte que está destinada a convertirse.

March Randolph se hace adulta en los tiempos turbulentos de las 1960s tardíos. Una artista, ella está viviendo su vida en la escena del rock en San Francisco cuando conoce a Mike Cantrell, un joven intenso con un gran sueño. Ella no tiene idea de cómo cambiará su vida, y cómo el tiempo la cambiará a ella. Por más de tres décadas ella y Mike forjan un matrimonio, una familia y un negocio juntos, ayudando a hacer del snowboarding un deporte invernal popular mundialmente, y criando cuatro niños de carácter fuerte e independientes hasta la adultez, sin temer ni una vez que el futuro no será tan dorado como su pasado.

En un santiamén March y su familia sufren un cambio trágico, uno que genera una escisión en su vida que alguna vez fue perfecta, y que pondrá a prueba los lazos de amor y familia mucho más allá de cualquier definición de recuperación. March está atorada en el pasado, incapaz de seguir adelante, hasta que, sola, encuentra la fortaleza y voluntad para avanzar, y el Destino interviene cuando ella conoce a un extraño en una ladera de montaña nevada.

LanguageEspañol
PublisherBadPress
Release dateSep 3, 2020
ISBN9781071564493
Aprendiendo a Respirar

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    Book preview

    Aprendiendo a Respirar - Jill Barnett

    Novelas por Jill Barnett

    MY SOMETHING WONDERFUL

    WICKED

    WILD

    WONDERFUL

    BEWITCHING

    DREAMING

    IMAGINE

    CARRIED AWAY

    JUST A KISS AWAY

    THE HEART'S HAVEN

    A KNIGHT IN TARNISHED ARMOR

    SAVING GRACE

    DANIEL AND THE ANGEL

    ELEANOR'S HERO

    MY LUCKY PENNY

    SENTIMENTAL JOURNEY

    THE DAYS OF SUMMER

    BRIDGE TO HAPPINESS

    ––––––––

    www.jillbarnettbooks.com

    Aprendiendo a Respirar

    Por

    Jill Barnett

    ––––––––

    Libros de Jill Barnett

    March no es nosotros, ni sus experiencias las nuestras. Esta historia es ficción. Pero nosotros conocemos su mundo, porque hemos transitado por los mismos suerte de caminos desconocidos, lodosos, porque tuvimos que superar el pasado para encontrar un futuro, por esto, y por mucho más, Aprendiendo a Respirar (previamente llamada Puente a la Felicidad) es para Jane, Cathy, JJ, Deb, Bettina, y para mí.

    ¿De qué se trata esto realmente? No presten atención a los convencionalismos y a las decisiones que hemos tomado juntos. ¿De qué se trata realmente?

    —Mike Nichols, Inside the Actor’s Studio

    PARTE UNO

    San Francisco es una ciudad loca – habitada mayormente por gente perfectamente demente cuyas mujeres son de una belleza excepcional.

    Rudyard Kipling

    Capítulo Uno

    ––––––––

    EL MES DE Marzo es un tiempo de leones y corderos, y en California, el tiempo del florecimiento de cuatro hojas de la mostaza, que algunos creen es de más suerte que el trébol. Ciertamente son más resistentes. Sin importar el clima: extraña nieve y hielo, incendios de arbustos, sequía crepitante o las lluvias del Expreso Piña que arrastraba casas por laderas que se desmoronaban, a pesar de todo lo que la Madre Naturaleza pudiera arrojar desde los cielos, cada primavera la mostaza vuelve a crecer.   

    March Randolph Cantrell fue nombrada por la época del año en que ella llegó al mundo y había vivido toda su vida en un estado dorado. Los Californianos nativos son seres inmanentes quienes pueden reconocer instintivamente el color y quietud del clima de terremotos y nunca están divididos por esa invisible latitud/altitud que separa al Norteño del Sureño; ellos entienden la geografía humana de uno cuya primera inhalación de aire fue en una tierra de fiebres del oro, laderas doradas, y puentes dorados.

    Un nativo puede pararse en el lugar arenoso donde el océano más grande y más azul de todos en el mundo toca tierra y sabe que hay más tiburones hambrientos detrás de él que delante suyo.

    Ser nativa de California era sólo una de las muchas cosas que definían a March: mujer, hija, artista, esposa, madre, amiga, empresaria, ahora abuela, un título que sonaba demasiado decrépito para alguien de los sesenta que todavía usaba ropa interior de bikini con hilos y escuchaba música de rock.

    Creciendo en la Costa Oeste en los 1950´s y 60´s, March y su hermana May eran conocidas como esas chicas Randolph con los nombres extraños. Allá en Connecticut, donde la familia Randolph  tenía raíces profundas, nombres como March (Marzo) y May (Mayo) eran una tradición simple, tan apropiados como Birch y Rebecca, y no tan inauditos para chicas con una tía abuela llamada Hester, quien había señalado durante una festividad familiar, California es un buen lugar para vivir si resulta que eres una naranja.

    Un brillante día azul cuando March tenía ocho, alguien llamó nativas de California a las chicas Randolph. Así que con las plumas de pavo real del florero de su madre sobresaliendo de su cola de caballo, March se puso de pie ante el espejo del gabinete de medicinas y se puso pintura de guerra en la cara con témpera azul y blanca que sobraba de las vacaciones en la escuela de la biblia.

    Por esas pocas semanas durante un incandescente y sombrío Agosto, ella corría por ahí con un tomahawk de goma Cochís metido en la cintura de sus pantalones cortos de lino, hablándoles a todos en un diálogo de una vieja película en blanco y negro del oeste.

    Una noche, en esas profundas, quietas horas azules, las chicas Randolph yacían en la cama con pensamientos de enamoramientos secretos y sueños de vidas adultas. Su hermana May soñaba con enamorarse de alguien como Cochís, un hombre noble con un gran sueño. Eso fue en 1958. Diez años después, ella lo conoció.

    Un año más tarde del Verano de Amor, 1968 estuvo lleno de juventud soñadora rápidamente desilusionándose. El dulce legado de Haight repentinamente se había convertido en odio. Todas las noches la transmisión de noticias sobre Viet Nam era demasiado desoladora para mirar y demasiado importante para perderse. En un solo año ambos Martin Luther King Jr. y Bobby Kennedy se habían ido. Las charlas de cafetería y la prensa clandestina comparaban eventos recientes a las anarquías de la historia. Los discípulos de la ciudad en las esquinas despotricaban ante la institución, agitando sus puños mientras gritaban sobre la injusticia de hombres asesinados aquí y en alta mar.

    En casa, donde se suponía que eran libres y estaban a salvo, alguien estaba asesinando a los héroes del país. La mayoría de la gente portaba un silencioso, oscuro pavor hasta sus huesos, y la juventud de San Francisco buscaba cualquier cosa disponible para alejarse de un mundo tan fuera de control que tenían que gritarle.

    El padre de March estaba a sólo una generación de distancia, sin embargo un continente se erguía entre las ideas de ellos. Él enseñaba matemática y geografía, era lógico, conservador, un genio, un veterano. La madre de ella era un ama de casa que cosía de moldes Butterick, jugaba al bridge y tocaba el órgano en la iglesia, y servía la cena a las seis en punto. March fue criada para ser estandarizada y convencional, la perfecta figura redonda que encajara en el agujero perfectamente redondo. Su hermana May encajaba precisamente en el molde Randolph. Ella era de medias y zapatos blancos. May era quien fue a Smith y fue elegida como una de las chicas Glamour del colegio, modelando en la revista en su falda escocesa y suéter de casimir, su cabello cortado en ángulos precisos y su sonrisa tan perfecta como teclas de piano, aun sin frenillos.

    March, sin embargo, era de pies descalzos y sandalias Bernardo. Ella regularmente olvidaba usar su ortodoncia y la perdía tan a menudo que tenía que tener moldes de su boca para unos nuevos al menos tres veces al año. Justo después de la graduación, ella estaba fuera de la casa de sus padres y viviendo por su cuenta cerca de Haight en un cuarto que era parte del ático en una vieja casa Victoriana. Trabajaba un pequeño turno de medio tiempo en la cafetería de una tienda de libros y asistía al Instituto de Arte, donde pensaba que era libre, sin género, y donde aquella suerte de tradiciones de la Costa Este que su hermana May escribía a casa estaban lejos de ser halladas.

    Los artistas de San Francisco trabajaban en los ruidosos, en-tu-cara-no-puedes-ignorarnos colores que definían el lugar y el tiempo. En el Instituto, entre tantos individuos únicos, March no tenía que ser exactamente como su familia.

    Un amigo cercano de una clase de gráficos creaba posters psicodélicos anunciando espectáculos locales de rock en los salones de baile de Fillmore y Avalon.

    Otra prenda de terciopelo diseñada, encaje y cuero, suéteres con flecos y tops con cuentas para una boutique de moda frecuentada por cantantes de rock del lugar. Algún trabajo para un poster le llegó a March a través de su amigo gráfico, y por conexión ella pronto fue parte de la escena musical de San Francisco la mayoría de los fines de semana.

    Estaba oscuro adentro del Fillmore esa noche a mitad de Junio, uno de esos momentos de calma entre oleadas de música. El lugar estaba lleno con tres veces más personas de lo que el ayuntamiento permitía, porque Joplin y Santana estaban en la cartelera. El empalagoso, dulce aroma del hachís flotaba sobre la multitud en nubes borrosas de ojos rojos, y cigarrillos burdamente enrollados que eran pasados de mano en mano, reluciendo como luciérnagas rojas entre los pequeños, compactos círculos de personas.

    Mientras uno de sus amigos la arrastraba entre la muchedumbre, ella detectó un extraño a unos pocos pies de distancia, de pie, solo, vistiendo una chaqueta Nehru, jeans desteñidos y sandalias. Su cabello era espeso y oscuro y casi hasta los hombros.

    Su perfil era noble. Aún la falta de luz y su negra barba recortada no podían ocultar su oscura, intensa apariencia, la clase de hombre que notan las chicas pero a quien solo la más valiente o la más tonta se acercaría. En segundos, la música comenzó nuevamente y ella lo perdió de vista cuando él fue engullido por una inundación de gente medio drogada acercándose al escenario.

    Hacia la medianoche la luz del Fillmore se elevó desde detrás de la banda en esos vibrantes matices como de un poster coloreado, pulsando con la voz rasgada de Janis cantando algo espiritual convertido en rock pesado por Big Brother y la Holding Company. Cerca del borde del escenario, March bailaba en un círculo, descalza, sus sandalias metidas en sus profundos bolsillos de su largo vestido de terciopelo, sus brazos levantados en el aire y cinco pulgadas de brazaletes desparejos tintineaban hacia sus codos.

    La libertad corría entre las notas de la música y las palabras de canciones: no había nada que perder, algo que se sentía más verdadero que nunca últimamente. Su cabello suelto, sin cortar, pendía libremente, y debajo del pesado vestido de terciopelo ella no usaba nada – libre tras ser mantenida cautiva por ligas elásticas y cinturones Kotex. Incluso las manzanas en una cacerola de cobre en el escenario Fillmore estaban para ser tomadas libremente, pero a menudo aderezadas con algo para hacer que tu humor se pusiera demasiado libre. Cuando ella levantó la mirada, él estaba de pie delante de ella, su mano extendida como si ellos se hubieran conocido uno al otro por siempre. Pero ella siguió bailando, gritando por encima de la música. ¿Qué quieres?

    A ti.

    Los ojos de él no estaban inyectados por drogas, sino despejados, sus modales demasiado confiados y con excesivo conocimiento para ella. Él la había pescado con la guardia baja y ella no supo cómo reaccionar, así que ella sacudió la cabeza y le dio la espalda, cortándolo en seco y sintiéndose sorprendentemente calma al respecto.

    Más temprano, en un salón de baile lleno de gente, ella lo había mirado y sintió algo que no podía nombrar, después una extraña sensación de arrepentimiento cuando él se había mezclado en la multitud. Cuando ella había pensado en eso un tanto más tarde, se dijo a sí misma que el momento había sido tonto y Hollywood, la clase de momento que requería de música de ascensor de fondo.

    Un entumecido segundo o dos pasaron antes que ella sintiera el aliento de él sobre ella, el calor de su cuerpo a medida que él se acercaba más. Los sujetos se insinuaban a las chicas todo el tiempo, tres, cuatro o más veces en una noche alguien se lanzaba con ella. Pero se rendían fácilmente cuando ella siempre dudaba. No podías ir dos cuadras sin ver un letrero que decía: haz el amor, no la guerra; el amor era tan libre como el pensamiento, tan libre como el habla, y tan libre como la mayoría de las chicas actualmente.

    Pero él no se le había insinuado a alguna otra chica que le daría lo que él quería. Él se quedó al lado de ella, pero no la tocó, algo bueno dado que ella podría haberse incinerado en ese mismo lugar.

    La música se detuvo con una ruidosa nota de la banda. En ese primer latido de silencio, él se inclinó y le dijo al oído, Eres un fraude.

    Ella lo enfrentó. ¿Qué?

    Veo a una chica delgada, bailando sola, vestida en terciopelo, y con listones en su cabello. Si me paro lo bastante cerca, cuando ella se mueve, su joyería suena como tambores. Él tocó el collar que ella usaba. Dime que esas son cuentas de amor.

    Ella retrocedió y retrajo el collar con ella. ¿Te conozco?

    No. Pero estoy tratando de arreglar ese error.

    ¿Quién eres? preguntó ella.

    No respondiste a mi pregunta.

    Tú me llamaste fraude primero. Sigamos extraños por ahora y lidia con eso.

    Él se encogió de hombros. Tú me desilusionaste, Solcito

    March. Mi nombre es March.

    Eso es diferente. Él sonaba sorprendido. Me gusta el nombre March.

    Mi madre estará encantada.

    Bien. Puedes llevarme a casa a conocerla. Las madres me aman. La mía puede hablar de mí por horas.

    No vivo en casa.

    Mejor aún. ¿Dónde vives?

    No voy a decirte donde vivo. Ella rio entonces. Ni siquiera sé tu nombre.

    Soy Michael Cantrell. No me decepciones, Solcito.

    ¿Solcito? La verdad era que a ella le gustaba que él la llamara Solcito, le daba un ligero caso de mariposas, pero por auto-protección ella ignoró eso.

    Okay, Michael. Mira, tú no me conoces así que ¿cómo podría yo decepcionarte?

    Él no respondió inmediatamente, pero la estudió pensativamente, pareciendo buscar sus palabras con cuidado.

    Ella sabía que le estaba dando un mal rato, y tuvo el horrible pensamiento de que la palabra que él podría decir a continuación sería Adiós. Él podría fácilmente darse la vuelta e irse, cuando secretamente eso era lo último que ella quería que él hiciera.

    Tú me pareces la clase de chica que elige caminar en la lluvia. Quien se para en el espigón, los brazos extendidos y riendo mientras que una tormenta arrecia. Una chica que canta, aun cuando no hay música sonando. Y recita poesía. Quien comerá ostras crudas y bebe Ouzo. La chica rara que saltará fácilmente de un avión o en mis brazos. Alguien que me amará tanto y por tanto tiempo que no podré ponerme de pie en la mañana.

    Tomó un minuto para que sus palabras fueran registradas. ¿Sus palabras? Oh... sus palabras. Tan distantes de lo que ella había esperado. Ella siempre había pensado en un sentido visual, la artista natural en ella, creyendo que la vida era más poderosa si se hablaba a través de los ojos. Mediante la visión, la vida tenía volumen y profundidad, color e impresión. Las cosas que veías, siempre las podías recordar en color.

    Pero las palabras de él venían con más sentimiento que cualquier primera impresión visual que ella pudiera pintar alguna vez en su mente. Ella comprendió claramente en ese momento el color de las palabras.

    Lo que él le dijo era tan diferente de lo que cualquier otro le hubiera dicho jamás. Hasta ese momento, de pie delante de este sujeto, ella nunca habría creído que un minuto de conversación podría afectarla tan completamente.

    Ella escuchó la voz de él otra vez en su cabeza diciendo esas cosas sobre ella. ¿Eso es lo que ella era? Un espíritu libre. ¿O eso era sólo lo que ella quería ser?

    Este extraño ante ella repentinamente era algo por entero distinto, y él la miraba como si la reacción de ella fuera lo más importante de su vida. Él estaba perfectamente serio, esperando, y un poquito en vilo. El modo en que él la miraba la hacía sentir expuesta, como sacada al sol del mediodía; vulnerable, como si él pudiera ver más allá de ella y en el futuro; y sexualmente cargada, desnuda y fuera de control.

    La música comenzó nuevamente, fuerte y vibrante, y la multitud se agolpó. Ella se había movido atrás tan lejos como pudo y sintió el borde rígido del escenario contra su hombro. Aun así, sólo unas pocas pulgadas la separaba de él – ellos estaban respirando el aire uno del otro – como un globo de helio, ella sentía como si necesitara ser anclada a tierra. La poesía de lo que él acababa de decirle, las imágenes creadas, su honestidad, todo merecía más que sus usuales respuestas ingeniosas y comentarios malhumorados.

    Claramente este era uno de esos momentos trascendentales en su vida cuando una nueva puerta se abría ampliamente. Ella podía elegir seguir de largo ante ella o atravesarla. Todavía había suficiente de la chica buena en ella para hacer una pausa. Su hermana May no lo entendería y correría en la otra dirección. Sus amigas podrían ver la posibilidad abierta. ¿Pero realmente importaba alguien más?

    En una multitud de casi mil, en ese momento singular, sólo estaban ellos dos. Michael Cantrell parado frente a ella pidiéndole que lo amara. Así que sin una palabra, ella le tomó la mano y se fueron.

    ––––––––

    Capítulo Dos

    Durante los seis meses tras esa noche en el Fillmore, Mike Cantrell había mantenido una parte de sí en secreto de March. Algunos días más que otros, era más sencillo creer que el momento justo para decirle simplemente nunca llegaba. Él se decía a sí mismo que ella estaba preocupada por reunir su renta cuando su turno en la tienda de libros fue eliminado, por un proyecto difícil para un examen final, o un amigo de la escuela que no podía encontrar su musa sin drogas psicodélicas. Ella tenía demasiado en su plato.

    Y en aquellas ocasiones cuando ellos se estaban divirtiendo – tan a menudo ahora – él pensaba, ¿por qué arruinarlo? En otras ocasiones, en su cabeza, él no podía encontrar las exactas palabras correctas que podría decir en voz alta. Qué raro que pudiera encontrar las palabras para justificación; él podía encontrar las palabras para sus excusas.

    Ocultar una pasión mientras que otra lo consumía no era una existencia sencilla, como estar a horcajadas entre dos mundos. Su vida era fantástica con ella en ésta. Tan fantástica que él quería pararse sobre una montaña y gritar. ¡Maravilloso! ¡Correcto!

    Pero la verdad era que March se estaba convirtiendo rápido en la mejor parte de él. Sin embargo ella no conocía una de las partes más grandes de quien era él; ella no conocía el sueño de él. Algunas heridas iban más profundo que el amor y la confianza, y se mezclaban en su cabeza cuando trataba de creer en todo eso a la vez. Lo que él creía era que las familias podían tan simplemente y sin saberlo causar las heridas más profundas uno al otro.

    Don Cantrell, su padre, era un ejecutivo en Spreckles, la compañía de azúcar, un éxito, un hombre de pocas palabras y muchas expectativas. Mike y su hermano mayor Brad habían crecido ante una mesa con sólo su madre la mayoría de las noches. Excepto los domingos. La única noche cuando su papá se sentaba a la cabecera de la mesa con porcelana fina china y dominada por un asado de costilla, jamón ahumado o pata de cordero, cuchillo en mano mientras intentaba y fallaba, de tallar alguna clase de relación con sus hijos durante una incómoda comida, demasiado formal. Ser padre era la única cosa en la cual Don Cantrell fallaba.

    El éxito de su padre era un asunto de orgullo, impulsado por algún gen innato, hambriento, que batallaba con las pocas células que su papá había heredado que eran gentiles y comprensivas. Él era hecho a sí mismo, el hijo de un granjero, nieto de un inmigrante Suizo quien se reubicó en América cerca del cambio de siglo para salvar a sus hijos de ser reclutado.

    El año pasado Brad había roto su tarjeta de reclutamiento, metió las piezas en el refrigerador junto con su notificación de reclutamiento, y ahora no estaba en ninguna parte de Canadá, un tema manejado en susurros por la familia y amigos y cualquiera que supiera la verdad sobre su hermano mayor. Que sus ancestros habían venido aquí para escapar el reclutamiento era casi tan irónico para Mike como la idea de que su padre trabajaba para una compañía que producía azúcar.

    Desde el día en que Brad se fue, todo lo que Don Cantrell había esperado de sus dos hijos recayó sobre los hombros de Mike. En un momento de tonto idealismo, Mike había cometido el error de contarle a su padre sobre su gran idea, y lo que quería hacer con eso y con su futuro.

    Su padre se rio, hasta que se dio cuenta que Mike estaba perfectamente serio. Don le dijo que él era un tonto que necesitaba madurar y dejara de pensar que la vida era sólo sobre diversión y juegos y cosas que no eran importantes. Lo que Mike necesitaba era pensar correctamente, ser un hombre, encontrar algo que él pudiera hacer para ganarse la vida honestamente para él mismo o para una familia, eso es... si él alguna vez elegía convertirse en lo suficientemente responsable para pensar en alguien más que él mismo.

    Porque el hombre más importante en la vida de Mike lo llamó un fracaso, Mike pensaba que todos los demás podrían creer eso también. Fue a la universidad que era lo que el mundo esperaba, y él no quería encontrar su trasero en Da Nang más que cualquier otro.

    Pero uno de sus amigos una vez bromeó que si hubiera habido seis pies de nieve en la jungla, Mike habría firmado los papeles de enrolamiento y tomado el juramento. La broma estaba demasiado cerca de la verdad. Mike se habría arrastrado por entre la jungla, por el desierto, entre clavos para obtener la colina perfecta, para encontrar las condiciones perfectas, para experimentar la nieve perfectamente compactada.

    Por casi una semana entera había estado nevando en las Sierras, una señal de que era hora de poner a prueba a March o a sí mismo, o lo que ellos eran juntos, así que con alguna cantidad de esperanza y falso coraje, él fue hacia la casa de ella a las cinco treinta en una mañana de sábado, se desplomó sobre la cama de ella, le dio una palmada al trasero más lindo que él había visto jamás y dijo, Empaca algo de ropa de abrigo. Te voy a llevar a las montañas.

    Ellos tuvieron que colocar cadenas en la Interestatal 80, pero llegaron a Tahoe Basin cuando la nieve se detuvo y crecieron manchones de azul en un enorme cuenco de un cielo de Sierra, el lago refulgiendo como plata como el mineral excavado por todos aquellos barones del siglo pasado. Mike salió del camino principal circunvalando el lago y pronto estacionó su viejo auto en el estacionamiento de una pequeña área de esquí North Shore.

    March se volteó en el asiento. ¿Qué es esto? Tú me dijiste que no trajera mis esquíes. Ugh. Odio rentarlos.

    No vamos a esquiar.

    Odio las sorpresas más que rentar equipos.

    No, no es así. Lo que odias es no saber de la sorpresa.

    Debo estar haciendo algo mal en esta relación, porque tú me entiendes. Se supone que yo sea la mujer misteriosa, capaz de sorprender. Ser un enigma. Mantenerte constantemente en vilo. Una verdadera paradoja. Quiero que me mires y veas vino fino, escocés de cien años. Suave e inesperado. Ella le frunció el ceño. En lugar de eso me he convertido en aburrida. Como la leche.

    Me gusta la leche, y tú nunca serás aburrida. Vamos.

    Él sacó equipos de la parte trasera de la van, colocó la gran bolsa sobre su hombro y cargó el resto. Ella tomó un bolso de lona de él, luego entrelazó sus dedos fríos con los de él y caminó a su lado.

    En el completo silencio de la nieve recientemente caída, la tela resbalosa de los trajes de invierno de ellos rozaba y hacía un sonido chirriante. El aire estaba frío y sabía puro. Mike estaba callado, un millón de cosas pasándole por la cabeza y todas ellas se centraban en el hecho de que ahora era demasiado tarde para regresar.

    Después de unos pocos minutos ella dijo, Mejor que esto sea bueno.

    ¿Estás lo bastante abrigada?

    Depende de para qué. No lo sabré hasta que vea adonde me estás llevando.

    Es una sorpresa, fue todo lo que el obstinado interrogatorio de ella obtendría de él. Él la llevó al edificio de mantenimiento – un trío de garajes demasiado grandes de metal donde la nieve ya se había compactado. Desde atrás venía el sonido de un motor de barredora de nieve, y un gran Cat amarillo tragaba y tosía a la vuelta de la esquina, deteniéndose delante de ellos.

    El motor se apagó, y Rob Cantrell se bajó de un salto en el polvo blando. Se quitó su máscara de esquí incrustada de hielo, enviando su negro cabello erizado en todas direcciones, y caminó hacia ellos, chaleco de esquí abierto sobre una camisa de franela, una bolsa de bota de cuero con una tapa plástica roja colgando de su cintura. ¡Mike! Hey, primo. Lo lograste. Genial.

    Rob. Esta es March.

    Rob miró fijamente a March por no más de par de respiraciones profundas y dijo, Creo que estoy enamorado.

    Ella rio, y Mike le dio un puñetazo en el brazo. Para atrás. Yo la vi primero.

    Tú siempre fuiste un suertudo. Aunque te diré algo, March. Él es la oveja más negra de la familia.

    ¿De veras? March enlazó su brazo con el de él en una manera que decía todo lo que Mike no tenía que hacerlo. ¿La oveja negra de la familia? Me alegro de oír esto. Odiaría pensar que arruiné a uno de los buenos.

    Una cosa sobre March, ella no era de las que se alteran fácilmente. Ella raramente perdía una batalla verbal, raramente se le movía un pelo.

    Ella me gusta, dijo Rob, recuperándose bien para un primer encuentro con March Randolph. Y, supongo que yo estaba equivocado. Tu hermano mayor Brad se ganó la distinción de oveja más negra. ¿Alguna noticia del evasor de reclutamiento?

    Lo último que escuché fue que él estaba haciendo autostop por British Columbia. Pero eso fue hace unos meses.

    ¿Y el Tío Don?

    Todavía un imbécil.

    Ese es el hermano de mi padre, dijo Rob. El mismo grupo genético. El mismo grupo de personalidad. El héroe de guerra en mi papá aún no puede perdonarme por ser 4-F (no apto para el servicio). Mira. Pon tu equipo en el camión y súbete a bordo. Le ayudaré a March.

    Sólo mantén tus manos donde yo pueda verlas, dijo Mike.

    Pasaron minutos mientras ellos transitaban en el Cat alrededor de la base de la montaña, y Rob le contó a March cada historia estúpida de cuando-Mike-y-yo-éramos-niños que pudo reunir: la vez que robaron dulces de un centavo del mercado del vecindario y fueron atrapados por un escuadrón y llevados a casa con las sirenas resonando; un domingo cuando pusieron Leche de Magnesia en el famoso pastel de manteca de su abuela; cuán fuerte había gritado Mike el día que el abuelo le cortó la cabeza a un pollo y el ave decapitada vino directo hacia él; y el día que ellos fueron a pescar tortugas mordedoras y fueron arrinconados por el toro premiado de su abuelo, un animal que Rob juraba que era del tamaño de Godzilla.

    Mike soltó algunas terribles historias de Rob-atormentando-a-su-hermana-menor, hasta que, sacudiendo la cabeza, March dijo, Ustedes dos no tienen idea de cuánto me alegro de que nunca tuve hermanos.

    El Cat tomó una curva cerrada y fácilmente rugió entre los árboles y en un claro donde había una corta ruta escarpada con una cuerda de remolque, encadenada con un letrero de Cerrado. Su primo apagó el motor y se bajó. Ven, niña bonita. Salta a mis brazos y huye conmigo. Deja a este cerebrito raro. Juro que seré dulce contigo.

    ¿Dulce como tú fuiste cuando encerraste a tu pobre hermana en ese maletero? March saltó por su cuenta y le dio a Rob una rápida palmada sobre el hombro. Gracias, pero no lo creo.

    No creas que soy terrible. Ella sólo lloró por una hora. Demonios, no pude sentarme por días, él levantó su mano hacia Mike. Dame un minuto. Desengancharé esa cadena y arrancaré el remolque. Después el camino es todo tuyo.

    Mike soltó los bolsos. Traje tres tablas. ¿Te vas a quedar?

    Rob se dio vuelta, caminando hacia atrás y sonriendo. Absolutamente.

    ¿Qué tablas? March miró por encima del hombro de él mientras Mike hurgaba entre los equipos, tomaba sus antiparras, y se ponía sus guantes de esquí. Ella se inclinó más. ¿Vas a decirme qué estamos haciendo ahora?

    No. Él abrió el cierre de una larga bolsa de esquí y sacó tres de las mejores y más nuevas tablas de esquí que él había hecho en su garaje durante el verano. Las tablas eran anchas y formadas como una patineta sin las ruedas. Tenían placas para pie y correas con hebillas para sujetar botas de cuero para nieve regulares, y él había elaborado los bordes de cada tabla tan cerca como pudo a los bordes metálicos de sus esquíes Rossignol.

    ¿Mike? preguntó March, frunciendo el ceño. ¿Qué estás haciendo?

    Él se puso una tabla al hombro. Te mostraremos. Míranos. Cuando ella comenzó a discutir, él agregó, Quédate aquí, mujer, y observa.

    Ella le hizo un saludo irreverentemente, después le mostró el dedo.

    La cuerda de remolque era lenta como un glaciar y pareció tomarse una eternidad para llegar al tope de la ruta. Pero una vez allí y posado sobre su cresta, un amplio tobogán de blanco ante él, el aire como de ropa recién lavada, el sol

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