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Tus ojos,
dos cárceles humildes,
reciben uno a uno los cristales invisibles de la noche.
Y el viento rodea tu fijeza.
Recogida en tu intimidad,
desnuda y helada,
como abrazándote tú misma el alma.
I
Buscas un milagro
en los túneles invisibles,
en el mármol de los portales
y las esquinas asmáticas de las avenidas.
Todo lo que te deniega
otro sueño al tiempo
traza un nuevo arco en tus ojos,
otra vaga sonrisa a tus dedos.
Y así se suceden los días,
los quiebros interminables
de este laberinto helado,
como una espiral sin cielo
dibujando sobre tu piel
otro ser que nunca conoces.
V
La soledad
y esos recodos que te rescatan
y te convierten en un perfil
entre el viento y la luz de las farolas
logran mantener la presencia de la realidad.
El trajín, el tiempo de mercurio a oscuras
que alguna vez deseaste
desgajan tu alma
en fragmentos sonámbulos
que no pueden entender las melodías
y en los que olvidas las identidades, los rasgos,
las concordancias ya remotas del mundo.
VI
La ciudad se tiende
en su silueta mítica
crucificada entre el cielo y las afueras.
El sol mira en las ventanas,
incrédulo de este espejismo de aves
que buscan un resquicio caliente en los salones.
FUEGOS DE ARTIFICIO
Giras.
Giras.
Y el torbellino de tus ojos
desmiente las formas del tiempo.
El rito antiguo
de astros
de misterios
inscritos en el zigzag de una vasija
de cintura arqueada.
El rito de astros
girando hacia su centro desconocido.
Todo simulacro:
tus ojos fugaces,
la apariencia estática del mundo
en tu girar eterno.
I
Estás lejos,
muy lejos,
acorazada,
mucho más allá
de los cables que guillotinan tu garganta.
IV
E S T E LAS S O B R E LA L U Z
Eres la fatiga de un crepúsculo.
Espejo de voces evanescentes y sin gestos.
Recorres pasillos en tinieblas
y cualquier ruido te hace correr
hacia los cuartos cubiertos por la luz.
Huyes de las piernas cruzadas sobre ti.
Recorres invariables pasillos
llenos de la tibia oscuridad
de las farolas en las aceras.
Te reconozco
sin nunca haber rozado el acorde de tu alma.
Sé que todo carece apenas de importancia,
que el prestigio de las estrellas
depende en este instante
del brillo de tus ojos.
Sé que tu huída
coincide con los ríos,
con el abrazo de los labios.
Nada
al otro lado de la calle y del aire.
Inventas
la suavidad
y el espacio
con el recorrido apenas
de tu silencio.
I
L A FUGA DE UN ASTRO
¿Adónde me conduces?
¿Por qué me emociona aún
el instante primero en que tu movimiento
da forma a los seres,
a ti misma,
asaetada por la luz y lo presentido?
Nunca entenderás
ese sucederse de tus gestos hechizados.
¿Hacia dónde vas?
¿Adónde quieres llevar mis ojos desposeídos como agua?
Tantos lugares,
tantos,
desde los que partir para siempre
con el abandono de lo irremediable.
Adiós, adiós.
Las rosas suspiran por una melodía de hierro
y una luz dulcísima como la luz que acaricia sin despertar.
I
Inútilmente,
como los muros de piedra
al borde de los caminos,
te preguntas tu nombre
y tu pertenencia.
Sólo sabes que el aire que respiras
tiene piel de kilómetro,
que todo comienza
en su posibilidad y en su esperanza,
cuando el cielo queda perforado
por tus ojos y tus manos.
II
Cuando alguien te tuvo
desnuda
sobre sus piernas
y acarició las brisas de tu piel,
tus muslos, tu espalda,
los faros apagados de tus pechos,
pensaste en un camino largo,
en un viaje
que devora los pensamientos,
los paisajes valiosos como manuscritos,
los recuerdos acaramelados
convertidos en trastos sin valor.
Imaginaste travesías nocturnas
donde sólo alcanzabas a ver
la luz de sus ojos
y las sombras de la luna
fingiendo formas deformadas por los cristales.
Pensaste en las voces picadas de los acantilados,
en las dársenas finales de tu huída,
mientras atravesabas los surcos de su pelo.
Viste amables astros en fuga,
la calma de lo que jamás se detiene
y es al fin el consuelo del olvido,
como una caricia no es más que una curva dulce.
III
Por el mercurio,
por el filo de un espejo caminas,
al borde de escenarios casi simétricos
hilvanados de nada y abismo.
Hacia adelante,
ese designio exhausto de perseguir.
En los lados,
horizontes infinitos
de colores y líneas
inalcanzables
al otro lado de las almenas invisibles
que lo separan
de nuestro destino longitudinal,
hacia adelante,
en esta línea afilada
que atraviesa los trigales y los pueblos,
instinto de lo infinito,
eternidad en el deseo y lo futuro.
VI
Ya no es la pasión de lo posible,
sino la fatalidad que ensambla
los distintos mundos en que habitas,
incompleta en la permanencia,
enrarecida de continuo
por lo inestable y lo provisional
de lo que a veces ni el reencuentro al fin
logra rescatarte.
Quizás porque nada puede recomponer
ese vértice roto y agitado
en que todo se convierte en voces,
en sombras,
en vacío.
X
EL ECO INMÓVIL
Inmóvil
como el invierno
entre hojas y nubes
sin aire que respirar
has escuchado el silencio,
la quietud,
alma,
vida o muerte
entre el bosque desnudo,
entre el cielo y sus astros
detenidos.
Permaneces
aún un poco más,
unos segundos,
disuelta
antes del tiempo primero
que sucedió a la lluvia.
Un vago sueño
romántico,
un vago gesto
religioso.
No recuerdas nada,
te abrumas en el silencio.
Y por un instante
eres tú
sola, inmensa
frente al mundo.
Por un instante,
un instante sólo,
antes de que un motor,
o las campanas de la torre,
como la estridencia de un despertar,
muevan tus piernas,
tus ojos, tu pecho,
el arco de tu boca
y te pierdas ya para siempre
y recobres
el ritmo de la sangre,
de los gestos,
del tiempo
en que se erigen fugas, espirales,
que esquivan la vida detenida,
el mundo aniquilador
-hechizos subterráneos
locuras afiladas-
del silencio.