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CEFEIDA

(ballet poético en cinco


movimientos)

JOSÉ ANTONIO SÁINZ


MOVIMIENTO I

ESPIRAL SIN CIELO


Recogida en tu intimidad
como abrazándote tú misma el alma.
El mundo se descompone,
se desprende, se desploma,
único modo de que todo continúe existiendo.

Las tardes de invierno en el pasado,


el frío de las noches y las aceras vacías
buscando con urgencia cabinas desocupadas
desde donde lanzar el veloz aliento de su voz
hasta regiones inéditas y oscuras.
Reinos del arrayán.
Hierros, ojos de alabastro modernista
que contemplan el tráfico sacudido por los semáforos
y te espían bajo la herrumbre de las camas.

Tus ojos,
dos cárceles humildes,
reciben uno a uno los cristales invisibles de la noche.
Y el viento rodea tu fijeza.

Las cosas tienen de pronto


ante tu piel y tu memoria
ángulos extraños y gestos oblicuos,
y no es sólo por robar miradas
a los pliegues de tu cuerpo.

Antiguos ríos heridos por los puentes,


tardes astilladas de cúpulas,
de veletas y torres.
Una ráfagas de sabores acumulados
en el polvo y los trazos de aquel cielo
salpicado en esta luz de ahora.

Recogida en tu intimidad,
desnuda y helada,
como abrazándote tú misma el alma.
I

Tijeretean, ruedan las horas,


tatuajes sobre los setos y las estatuas.
Contemplas la misma superficie de las aceras
mientras se va tu alma desplomando,
la luz rutilante que creíste compartir con las nubes.
Debajo de una constelación de tarde agrietada
congelado todo en lo invisible.
Ya no puedes mirar tu cuerpo,
transparente en esta quietud,
en esta ausencia inmóvil de aire y oro
que destiñe los bastidores últimos del día.
Igual que cuando el sueño,
sin piel y sin formas,
arropa la oscuridad de la noche y del vacío.
II

La urgencia acelerada de los días,


la excusa para el viaje inútil
bajo las calles
te hace olvidar
la caricia despreocupada,
la penumbra de los rincones
que ríe como licor vertido.
No intentes vivir en el pensamiento.
El tiempo transcurre
incansable sobre las generaciones
ciego a las ideas, al instante, a la vida.
III

El cielo es una eternidad


que se confunde con la memoria.
Te asomas, pues,
a la contorsión sin gracia de los rascacielos,
vértigo del horizonte
en la ruta imposible entre el cristal y el ansia.
Nunca viste a nadie detenerse y descansar bajo sus som-
bras
porque son sólo la imagen de una conjetura sin perfiles
llena de distancias y cosas inexplicables,
como si a veces la ciudad imitara sin fruto
el deseo de tu paso frágil
en su sonrojo petrificado de hormigón y duda.
IV

Buscas un milagro
en los túneles invisibles,
en el mármol de los portales
y las esquinas asmáticas de las avenidas.
Todo lo que te deniega
otro sueño al tiempo
traza un nuevo arco en tus ojos,
otra vaga sonrisa a tus dedos.
Y así se suceden los días,
los quiebros interminables
de este laberinto helado,
como una espiral sin cielo
dibujando sobre tu piel
otro ser que nunca conoces.
V

La soledad
y esos recodos que te rescatan
y te convierten en un perfil
entre el viento y la luz de las farolas
logran mantener la presencia de la realidad.
El trajín, el tiempo de mercurio a oscuras
que alguna vez deseaste
desgajan tu alma
en fragmentos sonámbulos
que no pueden entender las melodías
y en los que olvidas las identidades, los rasgos,
las concordancias ya remotas del mundo.
VI

Soportas las luces que te iluminan


sólo por la certeza
de que existen costas, campos lejanos,
pueblos de calles abandonadas al cierzo,
rincones y sombras de piedra
que nunca rozaste,
espigas de cristal
en el itinerario de los espejismos.
Si respiras
es apenas por ese aire atónito
de una nostalgia ficticia.
VII

La ciudad se tiende
en su silueta mítica
crucificada entre el cielo y las afueras.
El sol mira en las ventanas,
incrédulo de este espejismo de aves
que buscan un resquicio caliente en los salones.

Desde tu tiempo indiferente


donde perfeccionas el color blanco de la nada,
donde sólo el artificio te emociona,
te inquieta, de pronto, presentir
que la realidad y lo ficticio
tienen el contorno de este instante.
VIII

Te acorazas en tus gestos, en tu ropa,


corres a tus dominios de ámbar,
te encierras sobre ti,
como un abrazo impreso
en la ternura y la indiferencia.
Nunca m s ignorada
y m s deseosa de tu olvido.
Nunca tan adentro de la soledad
ni tan desamparada en tu calor.
IX

Como la lluvia debiera ser vida


lejos de este autobús
que te lleva al centro del mundo,
la tormenta y el viento
debieran fructificar la alegría
de lo inesperado bajo la luz inoxidable.
La metralla inútil del agua
sombrea la prisa de los soportales,
borra el sentido unívoco de los gestos.
Lejos del rumor virgen,
sin fe en el éxito de las bellas hipótesis,
el autobús arranca
y tus ojos se quedan atrás,
atrapados en la espiral transparente
de los sumideros enrejados junto a los bordillos.
X

El vuelo desquiciado de los gorriones


regateando las esquinas,
los setos, las farolas,
a ti,
bajo la tarde bandera
de cielo azul
y cornisas de oro.
Paseas despacio,
sin nada importante que contemplar
que no sea este sol impropio
o la desarmonía de un héroe
que derroca el tiempo
en las bocacalles infinitas.
Paseas despacio,
con la mirada indiferente
y la ciudad desaparece en tu pensamiento.
MOVIMIENTO II

FUEGOS DE ARTIFICIO
Giras.
Giras.
Y el torbellino de tus ojos
desmiente las formas del tiempo.

El rito antiguo
de astros
de misterios
inscritos en el zigzag de una vasija
de cintura arqueada.
El rito de astros
girando hacia su centro desconocido.

Idéntica a una cefeida


en su soledad oscura
de días alrededor de un pensamiento impreciso,
el metal, el barro,
el olvido,
las encrucijadas de bruscos o tenues pasos.

No sabes si eres tiempo o materia,


si algo ajeno a tu movimiento
podría resistir la densidad de la espuma.

Tienes estrías invisibles


estrías que parecen alma
a punto de caer desde tu frente,
a punto de enrojecer tus mejillas.

Nunca hasta ahora miraste tus manos,


arrecifes de cielo
cegadas por la oscuridad
de lo que era falso
y sin embargo amas.

Todo desaparece en su apariencia


mientras giras
y te alivia el espasmo de la simetría.

Todo simulacro:
tus ojos fugaces,
la apariencia estática del mundo
en tu girar eterno.
I

Detener los instantes.


Mentir al tiempo y al recuerdo
con una realidad alcalina
de palabras, gestos y espacios
inalcanzables a los sentidos.
El engaño te hace creer
en esa forma apócrifa
de tu piel y tu sonrisa.
Trasladar el recuerdo
a una ficción
de nostalgia en lo inexistente.
II

La barbilla sobre la mano,


tus sueños deslíen un poliedro de luz.
Quisieras llorar,
quisieras, tal vez,
arrasar las conjugaciones
porque una galaxia entera
refleja eternamente la luz muerta.
Los puntos cardinales
se ofrecen como una ruleta aburrida.
Jamás fuiste tan sincera,
tan mentirosa,
como cuando el tiempo se escurre
entre túneles falsos de claridad.
III

La voz se ha desprendido de tus labios.


Vagas sobre un fondo negro
bajo la luz de un instante cualquiera
que hace incomprensible
el color inconcreto de tus ojos.

El viento se cuela alrededor de tu cuerpo.


Intenta hablar la sima de aire
irrespirada entre tus manos.

Estás lejos,
muy lejos,
acorazada,
mucho más allá
de los cables que guillotinan tu garganta.
IV

Otro cuerpo se superpone a tu piel.


Trae en su luz
la forma del relámpago que deslumbra
y un reflejo violeta sobre tus mejillas.
Trasmuta tu rigidez,
murmura un desnudo distinto de las mañanas.
Es el disfraz que dicta tus gestos,
tu suavidad dorada
y el relieve de las sonrisas nocturnas.
V

Esta música casi de silencio


te convierte en mármol ingrávido.
Igual que la gracia transparente
de las palabras sin nombre,
te afina el alma,
te la pierde
en el aire acuchillado
por la claridad veloz del viento ausente
de la luz ausente,
de la oscuridad muda.
VI
Llorar con tus lágrimas
de cartón,
casi un sueño repetido
en un tren lento
que atraviesa túneles y túneles,
continentes, sueños,
como una espada azul
que nunca se detiene
frente a tu cuerpo doblado
que llora,
que sonríe
entre abrazos y muertos,
entre ahogos presentidos
de corazones de plata,
de falsas antigüedades
mientras tú,
inmóvil sobre los desiertos
y los mares deshelados,
lloras tristezas de cartón,
rubias sonrisas, fin de destellos
sobre tus ojos deshelados,
grises, violetas,
en tu gesto doblado.
VII

Los recodos no están inertes.


No es sólo de densidad y materia
este espacio que fuerza al cielo tu mirada
o hacia la luz de tarde que se extingue
sobre las aceras sentimentales y huidizas;
la claridad, tus piernas,
las voces que rebotan sobre el mármol
son distintas
-esas notas de fagot o de granito-
bajo los pórticos de los árboles,
bajo el aire que sostiene las bóvedas,
desde el lugar preciso que tu voluntad ocupa.
VIII

Todo lo que provoca un sentimiento


no puede ser súbdito de lo inmóvil,
de la rigidez lunar de la muerte.
Hasta los cadáveres olvidados
han preferido huir,
dejar de ser el dolor ajeno
que eran ya perdido
y son disfraces
o esculturas muy antiguas
con escudos y perros a los pies.
Los objetos que sostienes
en la levedad de tus manos,
los que te miran desde tu mesa, en la calle,
tienen piel de países exóticos,
almas cálidas o transparentes
que te proponen huir,
que te desengañan
del tibio deseo de tus pasos.
Los nombres misteriosos,
las múltiples direcciones
de esos cauces oscuros
te llenan de tropiezos cotidianos,
de desapercibidos pensamientos de pronto
del color del alumbre.
IX

Viven en una dirección vertical,


imitan tus gestos y las curvas de tus brazos.
Alcanzan el firmamento
con el vaho ocioso de una espada,
modelan las estrellas en noches de verano
y descienden, luego, veloces
como ángeles de plomo
para susurrar nombres a los tomos.
Odian las voces desacordadas,
los féretros cárdenos de las verdades.
Desconocen los robledales del granito,
los jardines desprendidos del hierro,
el paso sin tristeza de las fuentes.
Huyen hacia las sombras de los techos
y saborean desde allí,
siempre a mano,
la vida.
X

Una torre crucificada


en los campos de las afueras,
cientos de torres crucificadas
contra un horizonte convertido en camino.
Huecos helados que esperan
atrapar el destino último
de esta ruta imposible.
Estatuas sin luz luminosas
que persiguen tu mirada siguiente
con un grito hacia las nubes,
con el mismo grito trenzado
en la misma rigidez simétrica.
Soledad de dioses tristes
condenados a nunca ser árboles
ni huella,
sólo deseo y lejanía.
MOVIMIENTO III

E S T E LAS S O B R E LA L U Z
Eres la fatiga de un crepúsculo.
Espejo de voces evanescentes y sin gestos.
Recorres pasillos en tinieblas
y cualquier ruido te hace correr
hacia los cuartos cubiertos por la luz.
Huyes de las piernas cruzadas sobre ti.
Recorres invariables pasillos
llenos de la tibia oscuridad
de las farolas en las aceras.

Te reconozco
sin nunca haber rozado el acorde de tu alma.
Sé que todo carece apenas de importancia,
que el prestigio de las estrellas
depende en este instante
del brillo de tus ojos.
Sé que tu huída
coincide con los ríos,
con el abrazo de los labios.
Nada
al otro lado de la calle y del aire.

Las esquinas son dóciles a tus pasos.


No hay trampas en la inmovilidad de los objetos.
A veces la noche puede ser también
la ilusión y el alivio.

Alargas con tus pasos el silencio del aire.

Tienes sabor a hierro y a arcilla,


llena tan sólo del deseo de paisajes desconocidos,
de lejanía entregada al destello recortado de las palabras.

Es en esta quietud repentina


donde un pensamiento
no roza con sus aristas
el aire tierno y mate,
el bálsamo delgado desprendido de la luz.

Inventas
la suavidad
y el espacio
con el recorrido apenas
de tu silencio.
I

Rodeada de aire oscuro,


de incertidumbre,
nada te protege,
inútil para siempre
el instante petrificado,
las manos que moldearan
las medidas de tu deseo.
Necesitas para alzarte
sobre este aire oxidado
girar y perderte
en el torbellino de las luces,
aquilatar así
la certeza de lo que huye,
la razón única
de los cometas y los mares.
II

Esos cambios intranscendentes,


apenas perceptibles,
te producen una tristeza absorta.
No es sólo el traspié lunático del tiempo,
sino también el descubrir
la arritmia de tus ojos y el mundo.
Sin duda estuviste anclada
en los ojos de otro universo
hasta que de repente,
con esa saña inmisericorde de los matices,
te empapó esta lluvia
de nombre fenecidos.
III

Tan acostumbrada vives


a la velocidad y el desequilibrio
que te resulta abrumador
el molde invariables de los días.
No es posible tanta fijeza en la nada.
Sólo puede existir aquello que contemplas
cegado entre la distancia
y el breve transcurrir de las cosas,
sombras
que son luz porque cambian
en el transcurso del signo y el pasmo.
IV

Existe un tiempo vago e inconsciente


en que los seres por fin se transforman
en existencia descifrada.
Hasta entonces,
son sólo una imagen borrosa,
unos ojos,
una presencia sin ritmo.
Se acepta
con voluntad casi enajenada
su generosa desvergüenza,
su ofrenda de sentidos y de instantes;
se acepta apenas por esa quietud
que sólo existe, escurridiza desde el pasado,
en la memoria.
V

El nacimiento de las cosas


pertenece a un movimiento oscuro
y a los labios que distinguen.
Contemplas admirada
los gestos intermitentes,
los filos innombrables de la vida,
de un mundo que te persigue
como si guardara para ti
una caja de agua alumbrada con sorpresas.
VI

El encuentro de los ojos es efímero


y m s aún es efímero
ese esfuerzo de mecánica del alma
que procura el encuentro de los labios,
que dura aún menos que el beso
o las palabras breves,
pues traza una curva infinita
que recorre distancias insalvables.
Desde un lugar desconocido
a las regiones fronterizas
de un ser cuyos límites le construyen.
Allí, donde nunca penetrarás,
como sólo es impenetrable
el espacio desarbolado de las ruinas.
VII

La tristeza tiene otra velocidad.


Hay cefeidas casi torrentes
que saben del júbilo de la prisa,
pero tus ojos ahora abrazan
lentamente el pálpito retardado
del aire de la mañana
y la niebla apenas gatea,
y hasta el mar, quizá, guarde el silencio
de sus olas no vendidas a los acantilados,
Y todo aquello
que aún duerme, hoy más que nunca,
los objetos de la mesa,
el aire todavía oscuro de las habitaciones,
el tictac parado de tus labios,
desconocen otro gesto
que la densidad del óleo de tu tristeza.
VIII

Los altares cosmológicos,


como la pureza y la verdad,
son frutos grises de la quietud,
de la gravedad inane
que dicta la densidad y la fijeza.
Las sombras y la luz,
la apariencia,
lo que contemplas,
y el alma inaprensible
son direcciones persistentes, imprevistas.
No buscas la verdad,
sino recorrer las distancias,
acercar tus gestos a la belleza
que se consume,
efímera al menos su impresión.
Tú nunca serás tú,
desmentida por tus giros, transparentes,
por el deslizarse de tu cuerpo en el aire,
tú, licor cambiante
entre la certeza y el desengaño.
IX

No sólo lo que es materia


tiene cuerpo de fuga.
El miedo acelera tu sangre
y es, de algún modo,
esa velocidad sin destino.
El tiempo,
que se asoma en sus espejos,
en las palabras olvidadas,
en el precipicio de las edades y la lluvia,
no es sólo el deslizarse
como cinturas de los astros.
También el trazo invisible,
la razón de las cosas,
el suspirar del viento en tu piel.
X

Hechizo que absorbe hasta el corazón,


caudal de delirio.
Embriagada
por ese sonido que nadie detiene,
por ese ansia ya olvidada
tus pies tropiezan en el aire,
tus manos se lanzan al futuro
sin que nadie pueda detenerte
en la inercia de tu deseo.
MOVIMIENTO IV

L A FUGA DE UN ASTRO
¿Adónde me conduces?
¿Por qué me emociona aún
el instante primero en que tu movimiento
da forma a los seres,
a ti misma,
asaetada por la luz y lo presentido?

Te has perdido en la desnudez de la noche


y el miedo y la sorpresa
guían tus pasos por balaustradas de espejos.
Como si arañases el cristal de un sueño.
Como si más allá fueras a descubrir
tu propia luz y tu inconsciencia.

Nunca entenderás
ese sucederse de tus gestos hechizados.
¿Hacia dónde vas?
¿Adónde quieres llevar mis ojos desposeídos como agua?

Te seguiría hasta el final


de ese adarve de las últimas horas,
hasta la cuneta sin huellas
donde el cielo me contempla como desnudo.

Tardes muertas en el recorrido familiar,


detrás de los cristales y el horizonte.
Sabías el misterio de los reencuentros
y también el de descubrir
con el rostro puro de lo deseado.
Tantas galerías descifradas,
tantas esquinas nunca mordidas por la hiedra.
El decorado era el lugar
que ocupabas en el mundo
y sólo para ti sonreían las estrellas.

Tantos lugares,
tantos,
desde los que partir para siempre
con el abandono de lo irremediable.

Adiós, adiós.
Las rosas suspiran por una melodía de hierro
y una luz dulcísima como la luz que acaricia sin despertar.
I

Inútilmente,
como los muros de piedra
al borde de los caminos,
te preguntas tu nombre
y tu pertenencia.
Sólo sabes que el aire que respiras
tiene piel de kilómetro,
que todo comienza
en su posibilidad y en su esperanza,
cuando el cielo queda perforado
por tus ojos y tus manos.
II
Cuando alguien te tuvo
desnuda
sobre sus piernas
y acarició las brisas de tu piel,
tus muslos, tu espalda,
los faros apagados de tus pechos,
pensaste en un camino largo,
en un viaje
que devora los pensamientos,
los paisajes valiosos como manuscritos,
los recuerdos acaramelados
convertidos en trastos sin valor.
Imaginaste travesías nocturnas
donde sólo alcanzabas a ver
la luz de sus ojos
y las sombras de la luna
fingiendo formas deformadas por los cristales.
Pensaste en las voces picadas de los acantilados,
en las dársenas finales de tu huída,
mientras atravesabas los surcos de su pelo.
Viste amables astros en fuga,
la calma de lo que jamás se detiene
y es al fin el consuelo del olvido,
como una caricia no es más que una curva dulce.
III

Por el mercurio,
por el filo de un espejo caminas,
al borde de escenarios casi simétricos
hilvanados de nada y abismo.

Sucede sin rastro


la verticalidad de una línea.

Todo se descompone en lo inmediato.

Cambia de pronto el ritmo de las cosas,


su altura,
y entras,
sin sentir el vuelo del aire,
en el cristal o en el azogue,
en el misterio del tiempo y el espacio,
rota de horizonte la mirada,
mercurio quebradizo por el suelo y la tierra.

Es este el camino que da nombre a las cosas,


que arrastra contra el viento,
el destino sin lógica de tu mirada.
IV

El alma como el vaho sobre el acero,


apenas una sombra sin sombra
que se funde en la nada,
ciega,
fuera del tiempo,
en ese ideal aséptico
para sólo ser un suspiro ignorante
que cae en la noche.
V

Hacia adelante,
ese designio exhausto de perseguir.
En los lados,
horizontes infinitos
de colores y líneas
inalcanzables
al otro lado de las almenas invisibles
que lo separan
de nuestro destino longitudinal,
hacia adelante,
en esta línea afilada
que atraviesa los trigales y los pueblos,
instinto de lo infinito,
eternidad en el deseo y lo futuro.
VI

Y todo para no encontrar


en este instante detenido de tu viaje
más que esa mentira disfrazada de luz
de calles y casas petrificadas en el vacío.
El faro seductor y solemne
de las nubes sobre las colinas y los rasantes
que ocultan la ciudad.
Esa otra ciudad esforzada
en mitad de la noche y el perfume del frío,
hecha sólo de luz y falso milagro,
destinada sólo para tu mirada,
la única mirada
en esta noche de tu insomnio único.
VII

Te precipitas hacia el futuro,


guillotinas
aparentemente
las aceras de los pueblos,
el paso sigiloso de los gamos,
la sombra endeble de los robles.
Quiebras la rotunda aspereza
de lo que no apuesta su destino.
Y olvidas la forma del mundo
en ese lugar en que la luz
se recoge en las aristas de las piedras.
En tu fuga eterna de fragmentos,
tus ojos se desploman,
caen sobre un punto indiferente
y como un agujero azul
todo lo reducen a esa imagen,
a ese instante único.
Y todo se detiene.
VIII

Has recorrido tantos kilómetros


que los ojos se limitan a confirmar
la forma del futuro.
Has recorrido tantos kilómetros
que ha desaparecido el gesto
brusco de las distancias
y permaneces en esa línea
que abraza el tiempo y las cumbres sin nieve.

Los kilómetros se han desgastado


en el regazo de tu piel.

Eres ya sólo tú,


estigma suspendido sobre la tierra,
trazando geometría inmóvil
entre los hilos del aire.
IX

Ya no es la pasión de lo posible,
sino la fatalidad que ensambla
los distintos mundos en que habitas,
incompleta en la permanencia,
enrarecida de continuo
por lo inestable y lo provisional
de lo que a veces ni el reencuentro al fin
logra rescatarte.
Quizás porque nada puede recomponer
ese vértice roto y agitado
en que todo se convierte en voces,
en sombras,
en vacío.
X

Vas despacio hacia ti.


Las autopistas no te conocen;
sólo este camino entre el barro y las hojas
tiene la materia y la forma
de tus brazos, de tus piernas,
de tu alma.
Lejos y despacio.
Hecha de luz de tarde,
de sombra
y de algo desconocido
como aroma y temblor.
Ilimitada es la profundidad de tu mirada
sobre las cosas que te rodean,
del mismo tejido
que la hierba y el viento,
que tu paso leve sobre el aire.
MOVIMIENTO V

EL ECO INMÓVIL
Inmóvil
como el invierno
entre hojas y nubes
sin aire que respirar
has escuchado el silencio,
la quietud,
alma,
vida o muerte
entre el bosque desnudo,
entre el cielo y sus astros
detenidos.

Una cúpula vacía,


el respirar de las piedras,
la sensación ingrávida
de una estrella diurna:
tampoco la claridad es la forma
del silencio.

Eres un peso ingrávido,


la voluntad
sin límites
que puede convertirse en silencio
y deshacer
el espejismo
con un movimiento,
con un solo movimiento.

Permaneces
aún un poco más,
unos segundos,
disuelta
antes del tiempo primero
que sucedió a la lluvia.

Un vago sueño
romántico,
un vago gesto
religioso.
No recuerdas nada,
te abrumas en el silencio.

Y por un instante
eres tú
sola, inmensa
frente al mundo.

Por un instante,
un instante sólo,
antes de que un motor,
o las campanas de la torre,
como la estridencia de un despertar,
muevan tus piernas,
tus ojos, tu pecho,
el arco de tu boca
y te pierdas ya para siempre
y recobres
el ritmo de la sangre,
de los gestos,
del tiempo
en que se erigen fugas, espirales,
que esquivan la vida detenida,
el mundo aniquilador
-hechizos subterráneos
locuras afiladas-
del silencio.

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