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http://www.tendencias21.net/crist/El-llamado-Concilio-deJerusalen-3-08-05_a139.html
convertidos a la fe de Jess. Se lleg a un acuerdo: Los jefes o notables (literalmente las columnas: 2,9) de la Iglesia no modificaron su evangelio (Nada nuevo me impusieron: 2,6). Se admiti que la autoridad de Pedro y la de Pablo eran iguales; pero cada uno en su campo de trabajo (2,8). Las columnas de la Iglesia estrecharon su mano y reconocieron la gracia a l concedida (2,9): aprobaron que predicara a los gentiles con las condiciones de libertad por l propuestas frente a las exigencias de la ley de Moiss (2,8-10). El que los paganos no tuvieran obligacin ninguna de circuncidarse se ejemplific con el caso de su discpulo Tito, que era griego (2,3), que no fue obligado a someterse a la circuncisin. Parece ser por el contrario que en el caso de Timoteo, de madre juda, transigi el Apstol y lo hizo circuncidar aunque de mala gana, achacando este hecho a la presin sobre l de hermanos en la fe, que en realidad eran falsos hermanos (2,4-5, texto oscuro que puede referirse a lo que complementa Hch 16,3 y 1 Cor 9,20). Estos hermanos falsos eran probablemente una faccin radical de Jerusaln que en el fondo no estaban de acuerdo con el pacto. Probablemente estaban liderados por el que aparentemente lo haba firmado, Santiago, el hermano del Seor. Luego veremos en la Carta a los Romanos cmo Pablo parece admitir sin dificultad, finalmente, la posibilidad de que los cristianos procedentes del judasmo sigan guardando la Ley, pero de ningn modo ser sta obligatoria para los cristianos que proceden del paganismo. As queda redondeado el argumento completo: el apostolado de Pablo no slo no depende de la Iglesia de Jerusaln (hombres al fin y al cabo), sino que el consigui all que los jefes aceptaran su modo de entender el evangelio; ste es correcto respecto a no exigir a los gentiles convertidos ni la circuncisin ni la observancia de otras partes de la Ley. Hoy da estamos ya muy acostumbrados a esta conclusin, pero en su momento era una radical novedad. Los gentiles la saludaron con gozo, pero para los judos y muchos judeocristianos era una verdadera blasfemia que mereca la muerte: negar la validez de la ley de Moiss...!