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Noviciado Claretiano Interprovincial de Centroamérica

Comentario a “Los Sacramentos de la Vida”, de Leonardo Boff. Julio Arváez Polanco.

Un vaso, el pan que hacía mamá, la colilla del último cigarro de papá, una vela roja de navidad, el profesor de
primaria, la historia de la vida de uno ¿qué relación pueden tener estos elementos con los sacramentos de la Iglesia?
Primero, comparten la dimensión de lo simbólico, que hace trascender las cosas simples y hace también que los
sacramentos nos remitan a Dios. Este es el punto de partida con el que Leonardo Boff presenta la realidad de los
sacramentos, desde lo simbólico, con el fin de superar una escisión entre la experiencia humana de la realidad y
Dios. Al respecto dice: “Cuando las cosas comienzan a hablar y el hombre a escuchar sus voces, emerge el edificio
sacramental: todo lo real no es sino una señal. ¿Señal de qué? De otra realidad, realidad fundante de todas las cosas,
Dios.” (p 10). Porque las cosas nos hablan de lago mucho más profundo, también los sacramentos son vínculos con
Dios.

Boff se propone en este libro "despertar la dimensión sacramental dormida o profanizada en nuestra vida" (p 17).
La causa en parte es el estilo de vida actual, que debido a la cultura imperante, contempla las cosas sólo como
objetos, e imposibilita encontrar otra realidad más profunda. Quien ve las cosas por dentro, “percibirá en ellas una
grieta por la que penetra una luz superior” (p 22). “Sacramento significa…era realidad del mundo que, sin dejar de
ser mundo, habla de otro mundo, el mundo humano de las vivencias profundas, de los valores incuestionables y del
sentido plenificador de la vida. Comprender esta forma de pensar es abrirse a la acogida de los sacramentos de la
fe. Ellos radicalizan los sacramentos naturales entre los que vivimos en nuestra permanente cotidianidad.” (p 24).

Desde esta perspectiva es que el teólogo Boff sostiene que “Todo es sacramento o puede volverse sacramento.
Depende del hombre y de su modo de ver. Si ve humanamente, relacionándose, dejando que el mundo penetre
dentro de él y se convierta en su mundo, en la misma medida el mundo revela su sacramentalidad.” Las realidades
con las que nos relacionamos pueden servirnos de puente para trasladarnos a otros niveles de significación, en la
medida en que estas son importantes para cada uno, cuando estas evocan algo más de lo que simplemente vemos.
Cuando algo se convierte en un sacramento para una persona, se vuelve trascendente pues evoca algo más allá de lo
que es, pero esto sin perder su realidad y sus cualidades materiales.

Sin embargo, esta afirmación puede ser equívoca si la dejamos en el plano humano, pues nos puede dejar la duda de
si sólo evoca recuerdos y sentimientos, o de si la realidad puede mostrarnos a Dios. En este sentido, Leonardo Boff
nos recuerda las palabras de san Irineo: “Ante Dios nada es vacío. Todo es una señal de Él” (p 43). Dice que Dios
ante el hombre se presenta como “…un misterio radical y absoluto…todo cuanto existe es revelación de él…Para
quien contempla todo a partir de Dios, todo el mundo es un gran sacramento; cada cosa, cada suceso histórico, se
destacan como sacramentos de Dios y de su divina voluntad.” (p 43).

Esto nos lleva a entender la función “indicadora” que tienen los sacramentos, pues por medio de los objetos que se
dan en ellos, nuestra atención no se dirige a la cosa en sí, sino que en ellos nuestra mirada se dirige hacia Dios
presente en el sacramento. Pero, de todos los signos, Cristo es el sacramento por excelencia d Dios. “En la medida
en que encarna el plan salvífico de Dios que es la unión radical de la creatura con el Creador y muestra
anticipadamente cuál es el destino de todos los hombres redimidos, Jesús de Nazaret se presenta como el
sacramento fontal de Dios.” (p 59). Damos así otra profundidad a las palabras de Jesús en Jn 14,9: “Quien me ve a
mí ve al Padre”. En Jesús encontramos ese puente de Dios a la humanidad y de la humanidad a Dios.

De Cristo entonces comprendemos a la Iglesia como sacramento, pues ella es “…algo más que la sociedad de los
bautizados; es el sacramento de Cristo resucitado, haciéndose presente en al historia.” (p 43). “La Iglesia se vuelve
sacramento en cuanto participa y actualiza constantemente el sacramento de Cristo” (p 64). En este ámbito,
encontramos que en la Iglesia todo puede llevarnos a Dios y ser vehículo de su gracia, no por sí misma, sino por el
Espíritu Santo que la anima para que cumpla su función cristificadora en el mundo. La presencia del Señor
crucificado es una realidad transparente en el elemento humano de la Iglesia, que le sirve y lo hace histórico (cf. P
66).
Estas explicaciones nos llevan a cuestionar del por qué en la Iglesia sólo haya siete sacramentos, si se entiende que
en ella, y para el ser humano, todo es sacramento. Boff, orientará la explicación a un nivel histórico y a un nivel
estructural.
En cuanto lo histórico, señala el autor que hasta el siglo XII se empleaba la palabra sacramento en el sentido
descrito antes; incluso san Agustín llegó a enumerar 304 sacramentos. Pero con los teólogos Rudulfus Ardens
(1200), Otto de Bamberg (1139) y Hugo de San Víctor (1141), se comenzó a destacar en la Iglesia siete gestos
primordiales, que fueron definidos solemnemente como los “sacramentos de la nueva Ley” por el concilio de
Trento en 1547. (cf. p 70-71). A un nivel más profundo, en la dimensión estructural-inconsciente, se entiende que
estos siete sacramentos de la Iglesia no se dan por un razonamiento arbitrario: “…los siete sacramentos traducen, al
nivel ritual, los ejes fundamentales de la vida humana…los nudos existenciales en los que se entrecruzan las líneas
decisivas del sentido trascendente de lo humano… Tales nudos existenciales adquieren un carácter eminentemente
sacramental. Constituyen por excelencia los sacramentos de la vida porque en ellos se condensa de modo
transparente la vida de los sacramentos… Donde se experimenta radicalmente la vida, allí se experimenta a Dios.”
(p 72).

Que sean siete sacramentos puede o no sostenerse, pero en esta cantidad de sacramentos lo que se quiere expresar
es totalidad, “el hecho de que la totalidad de la existencia humana en su dimensión material y espiritual está
consagrada por la gracia de Dios…la totalidad de la salvación se comunica a la totalidad de la vida humana y se
manifiesta de forma significativamente palpable en los ejes fontales de la existencia. En eso reside el sentido
fundamental del número siete.” (p 75).

Esto nos obliga a preguntarnos sobre el origen de los sacramentos, pues si la Iglesia es la que los ha precisado,
entonces cabe cuestionar ¿el origen de los sacramentos es eclesial o divino? Boff cita al respecto al concilio de
Trento que es solemne en definir que los sacramentos cristianos fueron establecidos por Jesucristo (DS 1601; cf.
1804, 2536). Sin embargo, el autor procura adentrarnos en todos los matices de esta afirmación teológica. Primero
nos recuerda que “en la mediad en que el plan salvífico tiene por autor al Verbo eterno y preexistente, podemos
decir que los sacramentos, en su referencia última provienen del Verbo eterno…podemos decir que los sacramentos
que hoy poseemos en la Iglesia, ya preexistían a la Iglesia. En formas diversas, la salvación comunicada era
idéntica a la que se desborda de forma plena e infalible en los sacramentos de la Iglesia.” (p 79 y 80). Es decir, que
lo sacramental de la Iglesia le proviene de la acción salvífica de Dios para todo el mundo, que la utiliza como
instrumento en la historia, como punto de encuentro entre la Gracia y la humanidad, por medio del sacramento. En
este sentido los sacramentos cristianos son una explicitación en Cristo de los que Dios quiere para toda la
humanidad (cf. P 81).

Boff ahonda en la expresión de Trento de que Cristo es quien instituyó los sacramentos, aclarando que el sentido
último de esta expresión es: “Jesucristo es quien confiere eficacia al rito celebrado. No quiso (Trento) definir la
institución del rito, sino la fuerza salvífica del rito, que no procede de la fe del fiel o de la comunidad, sino de
Jesucristo presente.” (p. 82). “Al querer la existencia de la Iglesia, sacramento universal de salvación. Cristo quiso
también la existencia de los sacramentos que particularizan, en lo concreto de la vida, el sacramento universal. En
este sentido, no deseó únicamente los siete sacramentos, sino la misma estructura sacramental de la Iglesia.” (p 83).

Teniendo esto presente es como mejor se puede entender que el sacramento actúa “ex opere operato” (en virtud del
propio rito realizado), es decir, que en ellos Jesucristo se hace presente, no por los ritos o signos del sacramento en
sí, sino por la voluntad de Dios de darnos su gracia. “La gracia acontece en el mundo siempre victoriosa,
independientemente de la situación de los hombres…una vez realizado el rito sagrado tenemos la garantía de que
Dios y Jesucristo están ahí presentes.” (p 89). Más rotundamente Boff nos explica que los sacramentos son
“principalmente gesto de Cristo a través de su cuerpo que es la Iglesia, gestos de garantía permanente,
definitivamente, sensible y reconocible de la gracia para el hombre concreto; independientemente del mérito o
demérito del hombre, Dios pronuncia su sí categórico.” (p 90).

Pero a pesar de esta iniciativa de Dios, el sacramento requiere la respuesta humana a la propuesta divina. No se
fuerza la gracia en el sacramento. Por lo tanto al buscar un sacramento debe ir implícito un proceso para abrirse a
esa gracia que Dios quiere dar, un camino de conversión que prepare el corazón para el encuentro con Dios en el
sacramento. “Sin la conversión la celebración del sacramento es una ofensa hecha a Dios…Un encuentro
semejante hay que esperarlo con el corazón en la mano. Un tal amor hay que esperarlo puro; una fiesta semejante,
reconciliado. Sin la preparación, el encuentro es formalismo; el amor, pasión; la fiesta, orgía.” (p 94). Y este
proceso de preparación y conversión debe involucrar la toma de conciencia del compromiso con Cristo y su Iglesia.
El compromiso con la fe cristiana debe llevarnos a ver “como cosa normal, el ser perseguido, apresado y muerto
violentamente…” (p 95) tal como lo asumió Jesús, a quién nos adherimos en el sacramento.

Como compromiso, se entiende que el sacramento tenga una dimensión simbólica, pues ellos son señales que dan
entender de quienes los celebran y reciben que tienen una fe, misma que se supone y expresa en cada sacramento;
los sacramentos simbolizan y alimentan la fe, vinculan a una comunidad de creyentes, y son presencia y
encarnación de una experiencia de gracia y salvación, que se dio en el pasado, pero que por su medio se hacen
presente con toda la liberación que trae el misterio de Jesucristo y nos anticipan la vida futura en Dios. Sin esa
dimensión de compromiso el sacramento de sim-bólico de la fe y la gracia, puede pasar a ser dia-bólico; pues se les
ve como ritos mágicos, llevados al sacramentalismo o consumismo sacramental. Al igual que paso a Jesús con los
de su tiempo, los sacramentos pueden ser entendidos de forma equivocada, pervertir su sentido y rechazar la gracia.

Finaliza Boff el contenido de su obra haciendo un resumen de los puntos fundamentales de lo que son los
sacramentos, partiendo de la realidad simbólica en lo humano, lo sacramental como medios que simbolizan el
encuentro con Dios, y toda la experiencia sacramental de la Iglesia que tienen su sentido y origen en la acción
salvadora de Jesucristo, gracias que hay que acoger con fe y en actitud de conversión.

Resonancias personales
- Lo primero es resaltar lo ameno y conciso de la obra. A pesar de que el tema es llevado a una profundidad
teológica y hasta antropológica, en ningún momento se siente que sea una elaboración racional impenetrable. Más
bien la obra se destaca por su claridad y capacidad de simbolizar grandes verdades en experiencias y explicaciones
sencillas.
- Me uno a la proposición del autor de que los sacramentos en la Iglesia, más allá de ser o no 7, son vínculos que
nos simbolizan la gracia de Dios, su deseo de salvación y plenitud en cada momento de nuestra vida.
- Me sigue invitando esta obra a no vivir mi fe sólo desde los dogmas y los ritos, sino principalmente abierto a los
dinamismos del Espíritu: que sopla donde quiere y como quiere. El tema sacramental puede ser una puerta para
comprender y vivir la alegría del amor de Dios, o grilletes que nos reprimen a causa de la mentalidad del Dios juez.
- Me deja criterios prácticos para orientar mi práctica pastoral e inquietudes y temas nucleares para los estudios de
la teología, como lo es el tema de los sacramentos universales de Dios, la catequesis sacramental, etc.
- En mi experiencia de Iglesia puedo confirmar lo que insinúa Boff en sus últimos capítulos, sobre lo diabólico en
que se pueden convertir el símbolo sacramental. No sólo por la indiferencia de quienes nos acercamos a recibir los
sacramentos, sino por la superficialidad y mercantilismo sacramental en el que ha caído la Iglesia. A pesar de que
la mayor parte de las fuerzas pastorales se dedican a lo sacramental, esto a la larga ha complicado el quehacer
evangelizador y ha burocratizado lo que en esencia Dios está dando gratuitamente: hemos convertido en ritos vacíos
los que deben ser algunos de los medios vitales para vincularnos al Misterio de Cristo Muerto y Resucitado.
- La obra cuestiona mi sensibilidad y apertura a la presencia de Dios en todas las cosas, precisamente en las más
comunes o cercanas, en la historia y en mi propia vida. Ciertamente, me hace falta mucho para ahondar en mi
experiencia simbólica. Como misionero creo que debo pedir a Dios esa gracia, de estar más atento a lo que es su
presencia, y en aquello en lo que los pueblos encuentras y sienten su presencia. Esto me permitirá entender mejor
la fe de la gente, potenciar la evangelización y ser respetuoso de la manera en que Dios quiere llegar a ser conocido,
amado y servido.

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