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En mi carrera como futbolista me han acaecido bastantes anécdotas, unas

divertidas y otras no tanto. Pero me acuerdo de una muy en especial que me


ocurrió cuando jugaba en La Palma en el Tenisca, equipo de la capital palmera.

Recuerdo que en un partido de liguilla para el ascenso a segunda B,


nos enfrentábamos al filial de Las Palmas. Durante toda la semana los medios
de comunicación y la afición se estaba volcando con este importante partido,
pues era la primera vez que el Tenisca tenía opciones de subir a la división de
bronce del fútbol español. Pero no dependíamos de nosotros, teníamos que ganar
nuestro partido y que el C. D. Corralejo, el otro equipo con opciones, perdiera su
partido que le enfrentaba con la U. D. Orotava. Todo hacía prever que tanto el
trío arbitral como el equipo contrario iban a estar muy presionados, de todos
era sabido que la afición palmera es una de las más fogosas del archipiélago y
no nos cabía duda que iban a poner todo su empeño en este partido.

El campo de Miraflores era una olla a presión, estaba lleno hasta la bandera,
incluso recuerdo que fuera del campo habían seguidores del
Mensajero , eterno rival del Tenisca, con voladores esperando
que no ascendiéramos para celebrarlo. En pocas ciudades se
vive el fútbol como se vive en esta isla, compañeros míos de la
península me decían que lo único que superaba esta rivalidad
era la que se vivía en la ciudad del Guadalquivir, entre el
Betis y el Sevilla.

Para acceder al campo los equipos y el trío arbitral debían pasar por un
pasillo estrecho al que nosotros denominábamos “EL PASILLO DE LA
MUERTE” eran sólo unos cinco metros, pero en ese recorrido los aficionados se
colocaban a ambos lados y los árbitros y el equipo contrario eran intimidados
de una manera bestial. Insultos, colillas encendidas, empujones, durante ese
pasillo se recibía tal presión que la pude comprobar a los dos años al ir ese
campo como visitante.

Recuerdo al trío arbitral, sus caras eran bastante elocuentes y seguro


que esos cinco metros les parecieron cinco kilómetros. Pero lo peor quedaba por
llegar que era volver a pasar por el mismo sitio al terminar el partido.

Los jugadores del equipo contrario debían pasar por el mismo calvario y
en ese pasillo nosotros ya habíamos conseguido nuestro primer gol.

El arbitraje fue casero, sin duda, aunque no influyera en el resultado, sin


embargo la grada estaba muy caliente por que el Corralero ganaba en La
Orotava, y de nada nos servía la victoria.

Nos quedamos sin ascenso, cuando el árbitro


pitó el final, la desilusión fue mayúscula, los
aficionados invadieron el campo, unos para
felicitarnos por el esfuerzo realizado, pero otros (los
pocos) fueron con otra intención.

En ese momento me olvidé del resultado y del


varapalo sufrido, simplemente quería que los árbitros
llegaran al túnel de vestuarios sin ningún tipo de problemas. Me fui con ellos
esquivando a los aficionados e intentando calmar los ánimos, al llegar al
famoso pasillo, todo fue más complicado, les dije que al llegar a esa zona había
que sprintar para poder llegar al vestuario, que no se pararan ni se encararan
a los aficionados, en 10 segundos logramos llegar a la caseta, sufrimos pequeños
daños colaterales sin importancia, pero accedimos al interior del vestuario sin
problemas.

Al llegar, les dije que estuvieran tranquilos, que la fuerza pública estaba
en zona y que habían pedido refuerzos.
Siempre he sido un jugador con carácter y temperamental y es verdad
que me sacaban bastante tarjetas por protestar, nunca me había parado a
pensar en que los árbitros son un elemento fundamental para poder practicar
este deporte que me apasiona. Simplemente hay que tener la empatía suficiente
para ponerte en lugar de ellos y comprobar lo difícil que es poder realizar esta
labor.

Después de ese día empecé a ver desde otro prisma al


colectivo arbitral, valorando su afán por mejorar en esta
difícil profesión que desempeñan, ahora con mi nueva faceta
de entrenador, es verdad que sigo teniendo el mismo
temperamento que cuando jugaba, pero siempre con una
actitud de respeto hacia su tarea e intentando inculcar a mis
jugadores que se olviden del árbitro y se centren
simplemente en el partido, sabiendo asimilar que el árbitro
es un elemento más y que sus decisiones tanto malas o
buenas no nos deben descentrar, ni buscarlo como responsable de un resultado.

Desde aquí quiero agradecer al colectivo arbitral su afán por mejorar,


he hablado con amigos árbitros y me dicen que cada vez salen menos árbitros,
y los que salen nuevos no es por vocación si no por ganarse algunos euros, creo
que de alguna manera habría que incentivar a los chavales jóvenes para que
progresen dentro de este mundo, para ver si puede salir una buena camada de
colegiados canarios que nos puedan representar en el fútbol nacional.

SALUDOS FRANCIS SANTANA

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