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El campo de Miraflores era una olla a presión, estaba lleno hasta la bandera,
incluso recuerdo que fuera del campo habían seguidores del
Mensajero , eterno rival del Tenisca, con voladores esperando
que no ascendiéramos para celebrarlo. En pocas ciudades se
vive el fútbol como se vive en esta isla, compañeros míos de la
península me decían que lo único que superaba esta rivalidad
era la que se vivía en la ciudad del Guadalquivir, entre el
Betis y el Sevilla.
Para acceder al campo los equipos y el trío arbitral debían pasar por un
pasillo estrecho al que nosotros denominábamos “EL PASILLO DE LA
MUERTE” eran sólo unos cinco metros, pero en ese recorrido los aficionados se
colocaban a ambos lados y los árbitros y el equipo contrario eran intimidados
de una manera bestial. Insultos, colillas encendidas, empujones, durante ese
pasillo se recibía tal presión que la pude comprobar a los dos años al ir ese
campo como visitante.
Los jugadores del equipo contrario debían pasar por el mismo calvario y
en ese pasillo nosotros ya habíamos conseguido nuestro primer gol.
Al llegar, les dije que estuvieran tranquilos, que la fuerza pública estaba
en zona y que habían pedido refuerzos.
Siempre he sido un jugador con carácter y temperamental y es verdad
que me sacaban bastante tarjetas por protestar, nunca me había parado a
pensar en que los árbitros son un elemento fundamental para poder practicar
este deporte que me apasiona. Simplemente hay que tener la empatía suficiente
para ponerte en lugar de ellos y comprobar lo difícil que es poder realizar esta
labor.