Altazor
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Altazor - Vicente Huidobro
EDICIONES UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE
Vicerrectoría de Comunicaciones y Extensión Cultural
Av. Libertador Bernardo O’Higgins 390, Santiago, Chile
editorialedicionesuc@uc.cl
www.ediciones.uc.cl
ALTAZOR
Vicente Huidobro
Edición revisada y corregida por Patricio Lizama y
Miguel Gomes.
© Derechos reservados
Noviembre 2023
ISBN N° 978-956-14-3210-9
ISBN digital N° 978-956-14-3211-6
Diseño: Karin Piwonka-Museal.
CIP-Pontificia Universidad Católica de Chile
Gomes, Miguel, 1964- autor.
Altazor : y los protocolos de la experiencia lectora: estudio preliminar / Miguel Gomes. -- Incluye bibliografía.
1. Huidobro, Vicente, 1893-1948. Altazor
2. Huidobro, Vicente, 1893-1948 - Crítica e interpretación
I. Poesía chilena - Historia y crítica
2023 Ch861 + DDC23 DA
Diagramación digital: ebooks Patagonia
www.ebookspatagonia.com
info@ebookspatagonia.com
La reproducción total o parcial de esta obra está prohibida por ley. Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y respetar el derecho de autor.
Esta edición contó con el apoyo y auspicio de BancoEstado, entidad propietaria del manuscrito original de Altazor.
ÍNDICE
Estudio preliminar
ALTAZOR
Prefacio
Canto I
Canto II
Canto III
Canto IV
Canto V
Canto VI
Canto VII
ESTUDIO PRELIMINAR
Altazor y los protocolos de la experiencia lectora
Miguel Gomes
The University of Connecticut
Pocas figuras tan emblemáticas de la vanguardia han surgido de la lengua española como Vicente Huidobro; pocas, en efecto, con una importancia tan grande a la vez «eventual» e «intrínseca», según términos de Saúl Yurkiévich, con los que se refería, por una parte, a la absoluta sintonía del individuo con su circunstancia y los ideales definidores del momento histórico y, por otra, a la calidad de su obra literaria, cuyo empuje, versatilidad y ansia experimentadora le infundieron carácter ejemplar y colocaron al autor como protagonista de una escena cultural transatlántica, en la estela de lo que Rubén Darío había logrado antes («Vicente Huidobro» XVII). Sin duda el carisma y el sabio manejo de su imagen pública tuvieron que ver con la proyección que logró su escritura —aludo a la sabiduría del escándalo (político, sexual, moral, intelectual) a la hora de generar capital simbólico en un campo de producción cultural donde la infracción de las convenciones sociales o estéticas se recompensaba en el «mundo al revés» de los sectores letrados más jóvenes y progresistas—; pero el aura de extravagancia y de sabotaje de lo normativo habría muy pronto pasado al museo de las curiosidades si una labor pionera de escritura no hubiese quedado, fundando nuevas tradiciones, alterando el conjunto de condiciones de posibilidad que contribuyen a identificar y delimitar la experiencia puesta en juego cuando leemos poesía, y ese es el caso de Huidobro.
Cabe apuntar, con todo, que el «personaje» del autor no debería separase tajantemente de su producción literaria. El miembro de una familia de aspiraciones aristocráticas, descendiente de marqueses, que hace, de paso, circular la idea de pertenecer al linaje de Rodrigo Díaz de Vivar; el blasfemo pródigo, condenado uno de sus libros a la hoguera de su padre; el enamoradizo seductor de aventuras extremadas y rocambolescas, en las que terceros ofendidos amenazan con matarlo; el secuestrado adversario del imperialismo, agitador víctima de golpizas y atentados; el movilizador de utopías angoleñas que nunca prosperaron; el sudamericano que, estando en Europa, no solo es corresponsal de guerra, sino que se involucra en diversas actividades antifascistas y asegura haber entrado en el refugio de Hitler en los Alpes para sustraer, como souvenir, el teléfono del Führer; el litigante en feroces polémicas literarias con Neruda, Rokha, César Moro; el amigo de grandes artistas europeos de la época: Picasso, Gris, Arp, por no mencionar que miembro privilegiado de las redes pensantes y actuantes que constituyeron la vanguardia francesa y española de 1916 a 1925 y de 1928 a 1932: todo ese tejido de hechos y habladurías, estrategias publicitarias e iniciativas sociales, se integra en una performance autoral que es, ya de por sí, un componente del programa vanguardista, claro heredero en ello —y en otros aspectos— del romántico, que clamó por la fusión y confusión de empresas vitales y artísticas. Jacques Rancière, de hecho, traza una genealogía del «régimen estético» que se remonta, desde nuestros días, a la comunión de lo artístico y lo político en el seno del Romanticismo germánico (40-41). Lo estético, si se entiende con Rancière, no está en riña con la participación en la vida social; por el contrario, hace de ella una obligación, pues dicho régimen supone que el arte se nutre de prácticas cotidianas para integrarse a su vez en ellas poniendo en entredicho los significados que se les ha conferido a los objetos, los seres y sus acciones. Tampoco ha de ignorarse que según otros estudiosos de la vanguardia lo que precisamente encarna este movimiento —compartimentado en múltiples ismos— es el intento de negar los reclamos de autonomía del arte con respecto a la praxis de la vida (Bürger 47-54). Los experimentos de Huidobro tanto en su conducta privada como en su conducta cívica, tanto en el orbe de la existencia cotidiana como en el de la creación literaria, parecieran su forma personal de materializar dichos ideales.
Su legado como poeta es representativo de toda una época de profundas transformaciones en las letras hispánicas, pues, si en su primer poemario, Ecos del alma (1912) el rastro de un lenguaje romántico tardío es innegable, ya en La gruta del silencio (1913) apreciaremos la absorción de la poética modernista, a la que seguirá fiel en Canciones en la noche (1913) y Las pagodas ocultas (1914), mientras que a partir de Adán (1916) notaremos un cambio de paradigma, en el que irá gestándose la estética creacionista y la entrega del autor a exploraciones vanguardistas diversas, tanto en español como en francés. Este proceso se hará notorio, en efecto, en su poesía dispersa publicada entre 1914 y 1916, en El espejo de agua (1916 o 1918), Horizon carré (1917), Ecuatorial (1918), Poemas árticos (1918) y otros libros, hasta ir a dar a Altazor o el viaje en paracaídas y Temblor de cielo, ambos aparecidos en 1931, usualmente considerados cimas de su labor poética, con una fase ulterior en la que se incluyen los volúmenes Ver y palpar (1941), El ciudadano del olvido (1941) y, publicado póstumamente por su hija, Últimos poemas (1949), en los cuales la crítica por lo general observa residuos creacionistas o búsquedas que intentan superar esas u otras supervivencias de la vanguardia (Bary 126-127). No podemos ignorar que la poesía —aunque muy importante— no agota sus quehaceres y Huidobro ocupa un lugar en la historia cultural hispánica y francesa por su narrativa, sus ensayos y sus manifiestos, así como por las diversas empresas editoriales en las que participó como editor o patrocinador, sobre todo las revistas que actuaron como órganos vanguardistas.
Su mayor aporte a dicha estética fue, por supuesto, el creacionismo, cuyos postulados dejan huellas innegables en otros poetas de su tiempo, entre ellos los españoles Gerardo Diego, Juan Larrea y Mauricio Bacarisse, sin que podamos ignorar los homenajes que en vida le rindieron al autor jóvenes escritores conterráneos, entre ellos Eduardo Anguita y Volodia Teitelboim, editores de la Antología de poesía chilena nueva (1935), donde el espacio que se le concede a la obra huidobriana es sustancial. También es difícil imaginar una descripción de la poética de Omar Cáceres, redescubierto a fines del siglo XX tras un largo e inexplicable olvido, sin el ascendiente de Huidobro, quien prologó y describió la empresa de Defensa del ídolo (1934) en inequívocos términos creacionistas. Que sean escasos los nombres que podamos identificar como seguidores