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Hace poco escribí esto:

Por mucho que me duela, si el Barça perdiera ante el Chelsea o ante el Madrid,
tendría que reconocer que éstos son el justo finalista y el justo campeón de liga. A pesar
del brillantísimo juego del Barça y de la inmensa calidad de la mayoría de sus jugadores.
Porque el fútbol es ante todo un juego de inteligencia, donde lo único que acaba
contando es que el balón rebase por completo la línea que hay entre dos postes y un
travesaño. Y el equipo que lo consiga, por muy "malo" que sea, merece la victoria si el
adversario no se ve capaz de lograr el mismo objetivo. Da igual que recurra a una defensa
de 5 ó 6, que gane de saque de esquina o de penalti en el descuento, o que el gol sea en
propia meta, o que el árbitro le beneficie porque se equivoca o el balón rebota en él, o
que el equipo gane como el Madrid, recurriendo a la épica más extravagante. Todo,
absolutamente todo, forma parte del juego y de los factores que la inteligencia debe saber
manejar.

Está ya más que demostrado que el fútbol, a diferencia del baloncesto, el balonmano
o el voleibol, no es un deporte para jirafas o carros blindados, y a Maradona, Romario,
Ribéry o Messi me remito, o a la última Eurocopa, especialmente a su final.

Corolario: me chirría que se diga "tal o cual resultado fue injusto". Si el Madrid gana
la liga, habrá acreditado tener más temple y más garra que el Barça, es decir, haber sido
más inteligente. Si el Recre y el Numancia descienden, habrá sido porque después de
tantas oportunidades, por torpeza, no han sido capaces de sumar más de una treintena de
puntos. Si el Chelsea gana en Londres, el Barça se habrá revelado como un equipo
inmaduro, pardillo, falto de inteligencia en los momentos decisivos, y en esa dirección
apuntan los últimos lloriqueos de Guardiola (incluido el que exhibió después del partido
contra el Chelsea), un entrenador que se decía al margen de las discusiones arbitrales.

Ahora escribo esto:

El Barça ha acabado superando una nueva prueba, la segunda después del partido
del Bernabéu. Ésta era mucho más dura: consistía en demoler un muro de once jugadores
de grosor, once jugadores que, sin excepción, renunciaron a jugar al fútbol. "Bueno, es su
forma de jugar, tan respetable como cualquier otra." Exacto, nada que objetar. El Chelsea
apostó por lo siguiente.

En primer lugar, atrincherarse entre el punto de penalti y el borde del área grande,
decisión inteligente donde las haya, porque justo ahí es donde el Barça desborda con sus
triangulaciones y paredes, donde culmina todas y cada una de las jugadas que comienza
trenzando en su propio campo con una precisión milimétrica. En segundo lugar, entre
ataque y ataque de la maquinaria azulgrana, todos abortados con eficaces patadas al
tobillo y pisotones en el gemelo, aprovechar algún error del contrario para colársela entre
los tres palos.

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No importa mucho que esa apuesta fuera cobarde, propia de un equipo de segunda
división e impropia de un semifinalista de la Liga de Campeones que juega en su propio
campo. Fue su apuesta y hay que respetarla.

Pero si le sale mal, también está obligado a acatar su resultado. Comenzó saliéndole
de maravilla, ni en el mejor de los guiones se habría escrito nada igual: golazo
intimidatorio en el minuto 9 y a partir de ahí reafirmación en la apuesta hecha ya en el
partido de ida, pero con menos pudor si cabe. Al fin y al cabo, ¿para qué renunciar a ella,
si estaba dando el mejor resultado? El Chelsea era el único equipo que estaba logrando lo
impensable, que un Barça mágico habituado a hacer ocasiones de gol como quien hace
rosquillas no disparara ni una sola vez entre los tres palos. Cech casi no tuvo que estirarse.

Y si lo que al final cuenta es que la pelota entre, el equipo inglés estaba haciendo el
partido redondo: él logró que entrara y el otro no sólo no lo logró, sino que estaba
quedando en ridículo. El Chelsea, no contento con aniquilar el ataque del Barça, consiguió
una gesta más: dejarlo con diez jugadores y a partir de ahí desarbolar al equipo entero,
desfigurarlo hasta hacerlo irreconocible. Pudo darle el puntillazo buscando el segundo gol,
pero Hiddink siguió fiel a su apuesta y, para que no quedaran dudas, sacó a un delantero
y metió a un defensa.

El Barça, con todo su armazón desmantelado, con Piqué haciendo de delantero


centro y con un fútbol diametralmente opuesto al que siempre había hecho, tiró de
corazón, de fe, de acometidas a la desesperada, de asaltos suicidas, y en uno de ellos,
gracias al único centro decente de Alves, gracias a un control defectuoso de Eto'o, gracias
a un desliz de Essien -que esta vez no llegó- y gracias a un zapatazo de Iniesta, que se
preparó con astucia para pegar con el empeine y alojar la pelota justo en el metro
cuadrado adonde no podía llegar el gigante Cech, el ariete abrió por fin un boquete en el
muro. Éste se vino abajo, el Barça ganó su apuesta y el Chelsea perdió la suya.

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Fue el único tiro entre los tres palos, fue la única estirada de Cech, fue el segundo
golazo de la noche, fue el único que el Barça necesitaba. Fue lo único que sacó al Chelsea
de su trinchera: hasta el portero se lanzó al ataque, pero ya no había tiempo para hacer
fútbol.

Y ésta es la única verdad de lo sucedido ayer en Stamford Bridge, por mucho que les
escueza a los medios y seguidores madridistas. Recurrir otra vez a la aburrida excusa del
arbitraje es de equipos perdedores. Entrar en la pelea de números, en si hubo mano o
sobaco de Ballack o Eto'o, en si esos penaltis se pitan o no en Liga de Campeones, en si
Anelka fue zancadilleado, se trastabilló o hizo el piscinazo, se lo dejo al Rayo Vallecano, al
Betis, al Sporting, a los niños para que se den pellizquitos en el patio del cole.

De eso parecen entender bastante Ballack y Drogba. Sólo diré que me sorprende que
el partido se lo tomaran así unos profesionales que en toda la semifinal no han jugado a
otra cosa que a destruir y a hacer teatro con el único fin de mantener el 0 a 0. El resto, que
lo diga la propia prensa inglesa, más objetiva y caballerosa que la madrileña y, me atrevo a
decir, que la española:

Didier Drogba jugó como un héroe anoche, pero perdió como una niña.

Sus patéticas pataletas y sus berrinches de bebé con chupete no harán sino recordarnos lo
dolorosa que fue la derrota del Chelsea.

Lo mismo cabe decir de Ballack persiguiendo al árbitro como un lunático e intentando


forcejear con él sólo porque se atrevió a no pitar un supuesto penalti fuera de tiempo.

Los dos sonrojaron a los aficionados del Chelsea que contemplaban el espectáculo.

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Consiguieron dar la impresión de que los equipos ingleses no aceptan las derrotas cuando
éstas llegan.

El Chelsea fue víctima de algunos errores arbitrales, pero también se benefició de otros. El
árbitro no tuvo la culpa del resultado.

Edición digital del Daily Mirror

Anoche el fútbol ganó al antifútbol, en el más amplio sentido de esta palabra.

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