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Gombrowiczidas
Juan Carlos Gómez

2009

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WITOLD GOMBROWICZ, ADOLFO DE OBIETA Y EDUARDO GONZÁLEZ


LANUZA

Cuando a fines de 1945 Gombrowicz anuncia en el café Rex que va a regresar a la


literatura con la traducción de “Ferdydurke”, sus amigos se proponen ayudarlo. Era
preciso asegurarle la subsistencia para que se dedicara exclusivamente a la traducción;
Adolfo de Obieta se ocupa de organizar a los amigos.
“En lugar de buscar un mecenas habíamos tenido la idea de reunir a una docena de
amigos de buena voluntad cuya contribución sería de cien pesos cada uno, lo que nos
permitiría reunir mil doscientos pesos, o sea una subvención de trescientos pesos por
mes. Se precisaba que no se trataba de un regalo sino de un préstamo, pues los cien
pesos les serían devueltos a cada contribuyente cuando se cobraran los derechos de
autor. Era una especie de fondo nacional para las artes... Pero en esta ocasión, como en
tantas otras, la solución vino de parte de Cecilia Benedit de Debenedetti a quien
Gombrowicz dedicó la edición argentina de „Ferdydurke‟ (...)”

Adolfo de Obieta había publicado, antes de que Gombrowicz emprendiera la traducción


de “Ferdydurke”, un cuento que forma parte de esta novela: “Filifor forrado de niño”. A
pesar de la buena voluntad que le manifestaba el hijo de Macedonio Fernández
Gombrowicz no hacía excepciones con él.
“Hubiera podido escribir un libro sobre el arte de caer en desgracia. Creo que González
Lanuza ha dado cátedra acerca de las cien maneras de hacerse querer; Gombrowicz
hubiera podido describir las cien maneras de resultar desagradable (...) A parte del
hecho de que diera vueltas en torno a su órbita solitaria, era capaz, en el momento de
sus apariciones, de dar pruebas de un talento único para desagradar. Hubiera podido
escribir un libro sobre el arte de caer en desgracia (...)”

“No hacía como algunos aristócratas que se muestran groseros durante dos minutos para
liberarse para siempre de una persona molesta, sino que a veces se entusiasmaba con sus
maniobras de autodefensa y era capaz de alienarse a personas que podrían admirarle y
ayudarle. Ese demonio nunca lo abandonó (...)”
“Me gustaría añadir, para rendirle un homenaje, que nunca lo he oído quejarse. Este
hombre que había escrito „Ferdydurke‟, que se había quedado sin nada, encontraba
probablemente más gracia y más lógica que nosotros en su propia vida. El aristócrata
podía ser incisivo, excesivo, antipático, pero no podía ser amargo. Su respuesta no era el
gruñido, ni la irritación, ni la resignación, su respuesta era Gombrowicz”
Eduardo González Lanuza padeció el exceso de antipatía que despertaba Gombrowicz
más que ningún otro hombre de letras argentino.

Cuando apareció el “Diario argentino” escribió una nota excelente para la revista “Sur”,
un texto que la Vaca Sagrada le pidió como testimonio para su “Gombrowicz en
Argentina”, pero no lo publicó. De igual modo le mandó un ejemplar dedicado a través
de Alicia Giangrande.
“Debo agradeceros los trabajos que os habéis tomado para enviarme el tomo del
repelente Gombrowicz, o como sea, aunque acaso hubiese sido mejor que directamente
se lo hubierais entregado a alguno de sus admiradores. No sé por qué la señora Rita se
tomó el trabajo de pedir mi autorización para publicar mi artículo de „Sur‟ y, a última
hora, decidió prescindir de él, pero no de alguna carta de ese caballero en la que me
alude con su habitual insolencia.: „Está aquí González Lanuza que huye ante mí tal un
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conejo ante un león embravecido, pero no tiene donde escaparse así que lo agarro y lo
jodo‟ (carta desde Piriápolis, 14 de febrero 1963 a Mariano Betelú a quien en otras
cartas le llama „cariñosamente‟ con el significativo sobrenombre de „Flor de
Quilombo‟!!!) (...)”

“En verdad, cuando lo veía llegar con su estampa de antipático profesional, de haber
sido ello posible, mi primer deseo hubiera sido desaparecer, no por el insensato temor
conejil que me atribuía, sino por liberarme de la presencia de su presuntuosa y presunta
superioridad, que me producía, no temor, sino algo muy distinto: aburrimiento. La
pedantería siempre me ha resultado insoportable: era bastante sintomática su preferencia
por la inmadurez juvenil, no del todo desprovista de cierto matiz pederástico”
Hay que decir, sin embargo, que González Lanuza escribió hace más de cuarenta años
un buen texto sobre el “Diario argentino”, una pequeño ensayo que aventaja con holgura
muchas intervenciones posteriores de los escritores hispanohablantes. Algunos de sus
pasajes nos muestran cuánta era la paciencia que tenía con Gombrowicz.

“Erguido, con el aire de quien se ha tragado un asador y se siente feliz al no acabar de


digerirlo, sentado frente a su interlocutor, pero no del todo de frente, sino de modo tal
que su mirada forme un ángulo, no excesivo pero evidente, digamos de unos quince
grados, para que esa pequeña pero significativa desviación señale las diferencia entre el
ser y el no-ser, accediendo al reconocimiento del semi-ser ajeno, no por caridad, sino
por necesidades intelectuales imprescindibles para no confesarse que está hablando a
solas (...) Nos dice que durante un tiempo se hizo pasar por conde. En realidad habría
que reprocharle la excesiva facilidad del embuste, pues su natural empaque lo hace de
una verosimilitud abrumadora (...)”

“Padecí el flagelo de su inteligencia, tan lúcida como inaguantable por su inmisericorde


falta de intermitencias, durante las largas tardes arruinadas por ella, de un verano entero
en mi retiro piriapolitano (...)”
“Llegaba con el confesado propósito de discutir conmigo. Ver disminuir la numerosa
soledad de mis pinos marítimos por la condescendiente presencia de un caballero polaco
que venía a imponerme su personal necesidad de training intelectual adjudicándome una
hipotética, y desde luego provisoria, existencia, sin otra finalidad que la de cerciorarse
de la indiscutible seguridad de la suya, no era para mí, ni desde luego para mi mujer, un
especial motivo de deleite (...) No soy un excesivo cultor de lo que se llama „urbanidad‟.
Lo declaro antes de referir una anécdota reveladora de que a todo hay quien gane (...)”

“Una de esas tardes estaba en casa nuestro amigo Franco de Segni que preparaba una
exposición de „móviles‟, y que había hecho con algunos de sus modelos, unos graciosos
dijes de oro. Mi mujer tenía uno puesto cuando apareció el inevitable Gombrowicz. El
encuentro entre Franco y Witold no era de los fáciles. Para tratar de facilitarlo, mi mujer
se sacó el dije y se lo alargó al recién llegado, diciéndole: –Es obra de nuestro amigo.
Gombrowicz se limitó a tomarlo entre sus dedos con la asqueada curiosidad con que
podría haberlo hecho con un bicho poco interesante, y tras muy breve silencio emitió su
inapelable veredicto al tiempo que devolvía el cuerpo del delito: –Inmoral. (...)”
“Una de sus fobias de entonces era Borges, que acababa de recibir el premio Formentor,
poco después adjudicado al propio Gombrowicz, y como conocía mi admiración por su
obra, procuraba estimular mi indolencia polémica con sus ataques ingeniosamente
malévolos de divertida arbitrariedad (...)”
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“De pronto se me hizo sospechosa cierta actitud reticente que en vano trataba de ocultar
lo ya inocultable: –Gombrowicz –le dije– ¿Ud. ha leído a Borges?; –Naturalmente que
no –respondió imperturbable– ni pienso, con la pobre opinión que tengo sobre su obra...
Nunca he oído dicterio más borgiano contra Borges, cosa nada extraña, pues en materia
de arbitrariedad es más lo que les asemeja que lo que les diferencia entre sí”
Puede ser que en la naturaleza de las provocaciones de Gombrowicz esté presente el
conflicto sartreano de la lucha de las trascendencias en la que cada uno trata de exceder
al otro con la suya... puede ser. “El Gran Dictador” es una película de Chaplin en la que
Hitler y Mussolini, sentados en los sillones de una peluquería, levantan sus asientos con
una palanca buscando ambos elevarse sobre el nivel del otro y sobrepasarlo, un símbolo
de la lucha entre dos trascendencias.

La casa de González Lanuza en Piriápolis fue un lugar de maniobras en el que


Gombrowicz se introdujo cuanto quiso sin que nadie lo llamara. Acostumbraba a
caracterizar estas intrusiones estrafalarias en la correspondencia que mantenía con
nosotros.
“Está aquí González Lanuza que huye ante mí tal un conejo ante un león embravecido,
pero no tiene donde escaparse así que lo agarro y lo jodo”
El pobre González Lanuza, miembro ilustre de la Academia Argentina de Letras, que
quería parecer una persona respetable, de repente se dio cuenta que a esa augusta
sociedad de escritores había entrado un mono por la ventana que les saltaba de un lado a
otro y no lo podían atrapar. El mono, nacido en Polonia, con el tiempo llega a tenerles
cariño y confianza a esos desgraciados y los empieza a morder. Y los pobres hombres
de letras tranquilizados a duras penas después de muchos años de lucha con su
neurastenia y con sus infortunios, no saben qué hacer.

WITOLD GOMBROWICZ Y JAN LECHON

Gombrowicz pronunciaba con picardía la palabra Lechon, pues el nombre del poeta se
nos asociaba en el café Rex con el cerdo mamón o con el aspecto de un joven obeso.
Son bastante conocidas las diferencias que Gombrowicz mantenía con Jan Lechon: la
del caballo de la nación, la del cambio de opinión y la de los judíos. Jan Lechon era un
miembro distinguidísimo del grupo de los Skamandritas.
Los escritores polacos no le habían proporcionado a Polonia ninguna transformación
excitante, expresiva y definida. El grupo Skamander estaba constituido por jóvenes
agradables pero sin peso, y la vanguardia pergeñaba panfletos grandiosos y
revolucionarios concebidos por cabezas provincianas y desesperadas. Polonia se había
convertido en un país que soñaba ponerse a la altura de París, entonces, Gombrowicz
rompió las relaciones con la gente de su país y con lo que creaban, se dispuso a vivir su
propia vida, fuera la que fuese, y a ver con sus propios ojos.

Gombrowicz no se sentaba a la mesa de los Skamandritas en los café legendarios de


Ziemianska, de Ips y de Zodiak, él actuaba casi únicamente en la planta baja de los
cafés, mientras las plantas más altas prácticamente las ignoraba. Boy Zelenski era muy
asiduo a esos cafés: –Oiga, dicen que es usted quien reina en el Ziemianska, y que no
admite en su mesa a ninguno de nosotros.
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“Efectivamente, no los admitía, era profeta y payaso, pero sólo entre seres iguales a mí,
aún no del todo formados, sin pulir, inferiores..., a los otros, los honorables, con quienes
no me podía permitir una broma, una mofa, una provocación, a quienes no podía
imponer mi estilo, prefería no tratarlos; me aburrían y sabía que yo también los aburría
(...) Los poetas de Skamander eran conscientes de su lugar sólo hasta cierto punto,
conocían su lugar en el arte, pero no sabían cuál era el lugar del arte en la vida.
Conocían su lugar en Polonia, pero ignoraban el lugar de Polonia en el mundo, ninguno
de ellos se elevó tan alto como para ver la situación de su propia casa”

Las diferencias que mantenía Gombrowicz con Lechon respecto al caballo de la nación
surgieron a propósito de una conferencia que dio el Skamandrita en Nueva York para la
colonia polaca.
“Nuestros sabios de la escritura, ocupados generalmente en la salvaguarda del idioma
polaco, no pudieron cumplir con su papel de asignarle a nuestra literatura el lugar que le
correspondía entre las otras, de conferir rango mundial a nuestras obras maestras. Sólo
un gran poeta, un maestro de la lengua, podría dar a sus compatriotas una idea acerca
del nivel de nuestros poetas, situados a la altura de los más grandes del mundo,
convencerles de que nuestra poesía está hecha del mismo metal noble que la de Dante,
Racine y Shakespeare”

A Gombrowicz le pareció que Lechon quería hacerse pasar por ese gran poeta y maestro
de la lengua que daría a sus compatriotas la idea del nivel universal de la poesía polaca.
“Pero me gustaría llegar a ver el momento en que el caballo de la nación agarre con los
dientes la dulce mano de los Lechon”
Las diferencias que Gombrowicz mantenía con Lechon respecto al cambio de opinión
tienen que ver con una particularidad muy especial de la crítica literaria. Una de las
ocupaciones principales que tienen los hombres de letras es la de leer, pero acostumbran
a decir que leen más de lo que en realidad leen. Gombrowicz hizo experimentos
memorables en Polonia y en la Argentina para demostrar que esta afirmación es hasta
cierto punto cierta.

En dos momentos distintos y no muy lejanos entre sí, Jan Lechon, escribía sobre
Gombrowicz cosas contradictorias. Que era loco, sórdido y hediondo, y poco tiempo
después, que su obra era excelente y que le producía mucho placer. ¿Por qué cambió de
opinión? Gombrowicz descubre que cambió de opinión porque nunca la había tenido.
¿Y por qué nunca la había tenido? Porque no había leído a Gombrowicz, o porque lo
había leído así nomás, echándole un vistazo, que es lo mismo que había hecho
Gombrowicz con los poemas de Jan Lechon. De este modo concluye que ésta es la
razón por la que existe una mayor orientación en las lecturas que hacen los estudiantes
obligados a leer, que en muchos literatos profesionales que hablan con maestría de
textos que no conocen.

Para conocer con más detalle las diferencias que Gombrowicz mantenía con Lechon
respecto a los judíos tenemos que saber antes qué relación tenía Gombrowicz con los
judíos.
“Esos terribles destructores, esos revolucionarios eran en su mayoría benévolos como
niños, bastaba rascar un poquito para descubrir su tendencia soñadora, impregnada de
una fe casi mística, su mordacidad se unía en forma extraña a la blandura (...) Yo
torturaba cuanto podía su ingenuidad, toda mi táctica se centraba en invertir los papeles
a fin de que ellos y no yo se convirtieran en románticos”
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Mientras Polonia fue para Gombrowicz un surtidor de formas rígidas, la Argentina lo


regresó a ese tiempo de la vida en que las formas son más blandas.

Las convulsiones europeas tenían una réplica en América, pero débil, alcanzaban a un
conjunto reducido de personas, mientras Europa estaba completamente movilizada. Y
las formas polacas tenían aún un grado mayor de esclerosis que las de Occidente.
Algunos miembros de la nobleza polaca se unían a los judíos para darle un poco de aire
financiero a sus blasones, eran unas uniones desgraciadas pues sus hijos no llegaban
nunca a ser reconocidos en los salones.
Los integrantes de la clase alta se comportaban como si nada se supiera, la buena
educación los obligaba a evitar en presencia de esas familias la más ligera alusión a los
judíos. En su familia el antisemitismo estaba considerado como una prueba de estrechez
mental y nadie sentía hostilidad hacia ellos, aunque sí conservaban prejuicios de
carácter social. Gombrowicz tenía por costumbre poner en evidencia lo grotesco de la
actitud de la nobleza hacia los judíos.

Fue en la universidad donde se aproximó verdaderamente al medio semita y descubrió


muy pronto que con ellos podía moverse más libremente que con los demás, en todo lo
que la libertad tenía de locura y de descontrol. En el café lo llamaban “el rey de los
judíos” porque a su mesa concurría una gran cantidad de semitas, eran sus oyentes más
fieles. Pero no era solamente la libertad y la audacia el atractivo que tenían los judíos
para él, tardó algún tiempo en descubrirlo pero, finalmente, se dio cuenta que tenía con
ellos algo más en común: la actitud frente a la forma.
No era de extrañar que ese pueblo trágico, sufriendo a través de los siglos enormes
deformaciones, tuviera una forma grotesca: barbudos, con levitas, poetas en éxtasis
concurriendo a los cafés, millonarios en la bolsa, unos personajes increíbles.

Los judíos sienten en su propia carne la vergüenza de este ridículo, pero no saben
liberarse de la deformación que los oprime, por tal razón se perciben a sí mismos como
una caricatura, como una broma extraña del Creador. Esta actitud tensa de los judíos
hacia la forma que les impide ser del todo judíos, como son del todo campesinos o
nobles los campesinos o nobles con una forma heredada por generaciones, lo fascinaba
a Gombrowicz, era eso precisamente lo que destacaba en sus creaciones: la pugna del
hombre con la forma para descubrir su tiranía y para luchar contra su violencia.
“Eran entonces problemas casi inconcebibles para la gente de mi medio, que se movía,
pensaba y sentía según un modo establecido de una vez por todas, heredado de sus
antepasados (...)”

“Sólo cuando la guerra y la revolución vinieron a romper este ritual y se pusieron a


modelar a la gente como muñecos de cera, cuando todo lo que parecía eterno resultó ser
frágil y huidizo, entonces mis ideas adquirieron peso. Pero yo ya me había dado cuenta
antes cómo, justamente, respecto a los judíos, esas maneras soberanas y altivas de la
gente de mi esfera se derrumbaban penosamente. Los judíos parecían ser un elemento
comprometedor ante el cual uno no podía comportarse adecuadamente”
Gombrowicz ha manifestado en más de una oportunidad que le debía mucho a los
judíos, era un filosemita que consideraba al antisemitismo polaco como bonachón.
En el contraste con los judíos se le revelaba la torpeza de la formas ancestrales polacas,
su falta de adaptación a la vida.
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El modo judío incorporado al modo polaco era un elemento explosivo que debía dar la
oportunidad de elaborar un nuevo tipo de polaco capaz de encarar el presente.
“Ayer lo escuché atacando la ingenuidad judía; –¿Qué quiere decir?; –Verá, es que los
judíos y yo somos carne y uña, me he especializado tanto en judeología, que podría
escribir sobre ellos un tratado. Quienes no conocen a los judíos piensan que son astutos,
perversos, refinados, fríos. Pero, en verdad, solamente cuando uno ha comido con ellos
un barril de arenques se entera de hasta qué punto son ingenuos. Sin embargo, el caso es
que es una ingenuidad ligada a la astucia, así como su romanticismo (ya que son más
románticos que Chopin) está ligado a la lucidez; verá, ellos son ingenuamente ladinos y
románticamente lúcidos; –No es tanto así; –Oiga, ayer al escuchar cómo los pinchaba,
me dije en seguida: vaya, éste les dará una lección, éste sí que ha encontrado su talón de
Aquiles”

Gombrowicz no estaba de acuerdo con estos comentarios de Jan Lechon, tenía con los
judíos una unión espiritual nada superficial, fueron siempre y en todas partes los
primeros en comprender y valorar su trabajo de escritor, sin embargo, sus relaciones
intelectuales no se extendieron nunca al terreno de la amistad personal. No era tanto la
frialdad intelectual de los judíos lo que le chocaba, sino la ingenuidad con la que se
dejaban impresionar por el intelecto, una admiración confiada e infantil por la razón
científica, las teorías y la cultura en general.
Los judíos desempeñaron un papel muy importante en el desarrollo polaco de la época
de Gombrowicz. Él se sentía atraído desde su juventud por sus inquietudes intelectuales,
por su racionalismo y porque, al mismo tiempo, le proporcionaban una gran variedad de
elementos cómicos que tenían mucho que ver con sus debilidades y ridiculeces.

No todos los judíos piensan que el antisemitismo polaco era bonachón, como lo pensaba
Gombrowicz. Una tarde, jugando al ajedrez, le transmití a Najdorf la invitación a la
Embajada de Polonia que le estaba haciendo el embajador Noworyta, tenía muchos
deseos de conocerlo: –Vea, Gómez, voy a aceptar porque soy polaco y porque no quiero
hacerlo quedar mal a usted pero, me cuesta, los polacos no nos quieren, odian a los
judíos.
El único personaje judío de la obra artística de Gombrowicz que yo recuerdo es la
madre de Stefan, en “El diario de Stefan Czarniecki”, un prototipo de la monstruosidad
y del poder del dinero. En el “Diario” también metió un personaje judío, pero Eisler, a
diferencia de la madre de Stefan, tuvo que pagarle a Gombrowicz para que lo incluyera
en sus escritos.
“De allí, alrededor de las doce, me fui al Rex a tomar un café. Se sentó a mi mesa
Eisler, con quien mis conversaciones suelen ser más o menos como sigue: –¿Qué hay de
nuevo, señor Gombrowicz?; –Pero, por favor, señor Eisler, entre usted en razón, se lo
ruego”

WITOLD GOMBROWICZ Y ANDRÉ GIDE

La actividad más importante de Gombrowicz en su vida, y casi única, fue escribir. Sin
embargo no fue un escritor prolífico, le costaba trabajo pasar de una obra a otra, le
costaba también terminarlas, el final le parecía siempre arbitrario. Esta dificultad para
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asomar la cabeza con sus escritos lo hacía sufrir, no tenemos que olvidarnos que
Gombrowicz era más un hombre de ágora que de claustro.
Cuando empezó a colaborar en “Kultura”, la revista más importante de la emigración
polaca publicada en París, con algunos fragmentos de “Transatlántico”, se le dio por
escribir unos artículos en forma de diario que le gustaron al redactor: –Este género le va
bien, ¿no querría usted continuar?

“Un amigo me había prestado el „Diario‟ de Gide en francés. Witold se mostraba


desdeñoso con respecto a Gide: –Ese francés y sus historias de homosexuales. Como no
había leído casi nada de él, hablaba más bien de la idea que se había hecho. Insistí para
que leyese el „Diario‟, y al final fui yo el que no pudo terminar el libro porque Witold
no quería separarse de él. Sus comentarios se referían a la significación de diario como
género literario. Descubrió un nuevo modo de expresión, un instrumento, y reflexionaba
sobre el modo de utilizarlo. Leyó el „Diario‟ de Gide en la posición de escritor, es así
como él leía siempre, como creador, como artista. Esta lectura le despertó la idea de
escribir su propio „Diario‟, tan distinto, sin embargo, al de Gide”
Este relato del Esperpento pone al descubierto que los inconvenientes que tenía
Gombrowicz para cerrar la obras y André Gide dieron nacimiento a sus diarios.

Dos de los reproches más frecuentes que suelen hacerle a Gombrowicz son los de su
falta de sinceridad y su histrionismo, cargos que son más bien aplicables a sus diarios
que a su obra artística. Sin embargo, hay que decir que los diarios de Gombrowicz
tienen una génesis particular. En efecto, los empieza a escribir porque, según lo sentía
él, su empleo de bancario le impedía emprender proyectos literarios de mayores
alcances. Comienza a publicarlos cuando todavía no había alcanzado la celebridad pero,
lamentablemente para Gombrowicz, la gente sólo compra diarios de escritores famosos.
“Posiblemente sea injusto y algo cruel que mi alta vocación haya estado marcada por
una falta de ilusiones tan terrible, por una lucidez tan implacable que me persigue todo
el tiempo (...)”

“La ira que me acomete cuando pienso en un artista como Gide, ¿no estará relacionada
con el hecho de que él, a pesar de todo, era capaz de leerle a alguien un texto suyo sin
esa desesperante sospecha de estar aburriendo? También pienso que un poco de
conciencia de lo que llamamos la importancia social del artista me hubiera sido más
conveniente que esta certeza mía de ser socialmente un cero, un marginal”
Tuvo que vencer inconvenientes importantes para continuar el desarrollo de este género
literario durante diecisiete años (1953-1969), diez en la Argentina y siete en Europa.
“Además yo..., con mi vida... Si se suprimiera del „Diario‟ de Gide toda la parafernalia
de nombres ilustres, imagino que perdería buena parte de sus clientes. Yo me veía en el
café Rex con Eisler, a quien conseguía sacar algunas monedas ganándole al ajedrez. Mi
vida secreta no poseía la fuerza ni el color que nutren las memorias de los vagabundos
auténticos”

Las cosas cambiaron radicalmente cuando se mudó a Europa, allá empezó a


comportarse como un mutante, como esos vegetales que adquieren el tamaño del lugar
donde los transplantan. Quizás lo que ocurrió fue que se convirtió en una persona seria,
en un adulto, en un inmaduro viejo.
“(...) hoy, por ejemplo, me levanté a las 9 (me levanto temprano) desayuné (...) me puse
a escribir una nota política (pues la grandeza me obliga a tomar la palabra en asuntos de
excepcional importancia)”
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De apuro, también, se tuvo que construir un pasado familiar, un árbol genealógico


(dibujado ya lo tenía, lo había desarrollado en sus horas de ocio mientras que fingía que
trabajaba en el Banco Polaco), pues la fama lo obligaba a esclarecer su pertenencia a
una familia de linaje noble, según lo imaginaba Gombrowicz.

En el Rex nos decía que no podía comprender cómo Gide podía hacer tantas cosas en el
mismo día: –Yo apenas tengo tiempo de escribir un par de renglones y comerme un
sandwichito.
Sus historias con Gide comenzaron en el año 1928, con su primer viaje a París, cuando
se hizo amigo de Jules, un joven de una cultura muy refinada que conocía a Gide y lo
visitaba en la casa que tenía en la isla de Cuverville. Treinta y seis años después
Gombrowicz vuelve a visitar con su imaginación a André Gide.
“En Royaumont, cerca de París, pasé tres meses. Después huí del otoño, primero a la
Messuguier, en la proximidades de Cannes. Alquilé la habitación donde antaño había
vivido Gide. Mi senda sigue por fin la huella de los hombres que conozco bien desde
hace años, como si los alcanzara físicamente post mortem, y siento en mí una voz que
dice: estabas desterrado”

De Jules no se sabía a qué debía ese honor que le dispensaba Gide, si a su catolicismo, a
su talento literario o a su tez melocotón, ya que Gide poseía una naturaleza tan universal
como sorprendente. Tenía un gran entusiasmo por los asuntos del espíritu, no faltaba a
ninguno de los grandes conciertos ni a ninguna exposición importante.
“Un día fuimos al circo con Jules y las payasadas de dos clowns nos parecieron
divertidas: –¿Por qué no traes aquí a Gide para que descanse un poco de sus obras
maestras?; –Me gustaría, pero si se pone a llorar...; –¿A llorar? Será de risa; –No. Él
siempre llora cuando algo le gusta mucho. Es capaz de deshacerse en lágrimas mirando
la mejor comedia precisamente porque es buena y divertida. Me pareció grotesco y
comencé a burlarme de Gide, al fin y al cabo no era la primera vez, pero Jules se
ofendió”

En el año 1960 un diario de Berlín Oeste, el “Tagesblatt”, publicó una encuesta


internacional a la que respondieron treinticinco grandes maestros de la literatura. Les
preguntaron cuáles eran los cinco escritores que más habían influido en ellos. Entre los
interrogados estaban Herman Hesse, André Breton, John Dos Passos, Georg Lukácz.
Gombrowicz también figuraba en esa lista, aún vivía en Buenos Aires, acababan de
traducirlo al alemán y su fama europea crecía semana a semana, en medio de la más
ciega indiferencia argentina. Gombrowicz incluyó en el quinteto de los grandes
maestros de la literatura a Dostovieski, Nietzsche, Thoman Mann, Alfred Jarry y André
Gide.
“André Gide. Los Diarios. Tal vez porque yo también escribo un Diario... y sólo Gide
ha emprendido con seriedad la elaboración de este género tan amplio y tan existencial,
que habrá de prevalecer, sin duda, sobre el relato contemporáneo”

A mí me parece que entre Gide y Gombrowicz hay algo más, algo más que pasa por el
camino de Sartre: las cuestiones del acto gratuito y de la representación de los
sentimientos.
Para Sartre, sea como fuere, siempre hay que elegir, y si no se elige también se elige.
Sartre tiene la costumbre de poner ejemplos, es una costumbre que tienen todos los
pensadores que comprenden claramente lo que dicen y se sienten seguros aunque
simplifiquen las expresión de sus ideas. El hombre es un ser sexuado que puede tener
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relaciones con seres del otro o del mismo sexo, puede tener hijos o no tenerlos, la
elección que haga lo hace responsable y lo compromete con la humanidad entera.
Aunque ningún valor a priori lo determina, su elección no tiene nada que ver con el
capricho. Gide teoriza sobre el acto gratuito porque no sabe lo que es una situación, él
obra por simple capricho.

Y aquí Gombrowicz se pone de parte de Gide, el acto de elegir es para él una nebulosa
de la que no puede surgir ninguna responsabilidad.
Pero la cuestión más importante era la de la representación de los sentimientos, y en
esto estaban de acuerdo los tres: Gide, Sartre y Gombrowicz.
Cuando un discípulo le pide consejo a Sartre durante la guerra sobre si tenía que
quedarse con la madre o enrolarse en la Resistencia, el filósofo hace una serie de
reflexiones.
El hijo puede saber si quiere más a la madre sólo si se queda junto a ella, no lo puede
saber antes. No puede determinar el valor de este afecto sino con un acto que lo
ratifique y defina. Pero el hijo le pide al afecto que justifique el acto, entonces se
encuentra encerrado en un círculo vicioso.

“Gide ha dicho muy bien que un sentimiento que se representa y un sentimiento que se
vive son dos cosas casi indiscernibles: decidir que amo a mi madre quedándome junto a
ella o representar una comedia que hará que permanezca con mi madre, es casi la misma
cosa. Dicho de otro modo, el sentimiento se construye con actos que se realizan; no
puedo pues consultarlo para guiarme por él. Lo cual quiere decir que no puedo ni buscar
en mí el estado auténtico que me empujará a actuar, ni pedir a una moral los conceptos
que me permitirían actuar”
Quien conozca bien a Gombrowicz sabe que podría haber puesto su firma debajo de
estas palabras de Sartre, la idea de la representación de los sentimientos es el centro de
gravedad alrededor del cual giran las ideas de Gombrowicz. Gide le dio entonces más
que un modelo para escribir los diarios, él también creía que los sentimientos empiezan
a existir cuando se representan.

WITOLD GOMBROWICZ Y PABLO NERUDA

Gombrowicz se veía a sí mismo como un hombre de una naturaleza noble pero también
débil, como un rebelde con un reflejo moral simple pero a la vez fuerte. Esta naturaleza
lo inclinó a manejarse con una moral granulada para enfrentar a las morales del siglo, el
comunismo y el existencialismo, y a la moral milenaria del cristianismo de la que
rechazaba sus concepciones erróneas de la igualdad y de la inmortalidad del alma.
En los diarios analiza la posición moral de Camus como uno de los casos de los
moralistas en la literatura de posguerra. Así como es cierto que la cantidad de los que
sufren le pone límites a la comprensión del dolor, como cumplidamente lo había
mostrado en el cuento de los escarabajos, también es cierto que la cantidad de los que
hacen sufrir le pone límites al sentimiento de culpa, hecho que Camus escamotea para
alcanzar sus propósitos. Separa al hombre de su relación con los demás, necesita
realizar esta operación para llevar a buen fin su maniobra con la tragedia.

Los moralistas no confrontan el alma individual con la existencia, sus proposiciones


teóricas andan detrás del perfeccionamiento de la conciencia. Pero la cuestión para
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Gombrowicz es otra, es saber hasta qué punto su conciencia es suya. La conciencia es


un producto colectivo, así que con ella no se lo puede tratar al hombre como si fuera un
alma autónoma.
La actitud trágica de Camus es diferente a la de Schopenhauer, la del alemán es la
consecuencia del desarrollo de un pensamiento que se manifiesta como una expansión
de una función vital, la del francés es fría y oculta el hecho de que su infierno es
intencionado. Camus renuncia al placer que produce la comprensión del mundo para
quedarse a solas con la tragedia, porque en nuestra época el hombre trágico es grande,
es profundo y es sabio, pero no es el mundo el que se ha vuelto más trágico, sino el
hombre.

Gombrowicz piensa que a la literatura le resulta indispensable una moral, que sin moral
no existiría la literatura, que la moral es el sex appeal de la literatura puesto que la
inmoralidad es repulsiva y el arte debe ser atrayente. Una de las razones por la que le
resulta difícil darle un tratamiento literario a la moral es porque el sentido moral posee
un carácter individual y procede de la idea de un alma inmortal, y en el mundo de
Gombrowicz el hombre es creado por los otros hombres. Sin embargo, la moralidad en
sus obras se manifiesta con mucha intensidad, es más fuerte que Gombrowicz, él no la
busca, pero ella lo busca a él y lo gobierna.
La posguerra trajo una ola moralizadora en la literatura a caballo de los comunistas, los
existencialistas y los católicos, pero en esta literatura resulta casi imposible separar la
moral de las comodidades.

Desgraciadamente, el lujo parece acompañar a esta moralidad también en un sentido


concreto. Gracias a este tipo de moralidad Sartre, Camus, Mauriac, Aragon, Neruda…
tuvieron una gran influencia en las jóvenes generaciones, fueron premiados con el
Nobel y con la Academia, y consiguieron de un sistema capitalista inmoral riquezas,
honores y amor.
Con la moral el artista seduce a los demás y embellece a sus obras, es su sex appel, en
consecuencia debería tratarla con la mayor delicadeza. El arte explícitamente
moralizador era para Gombrowicz un fenómeno irritante. Que el escritor sea moral, pero
que hable de otra cosa, que la moral nazca de sí misma al margen de la obra. Se propuso
debilitar en sus escritos todas las construcciones de la moral premeditada con el fin de
que nuestro reflejo moral espontáneo pudiera manifestarse por sí mismo.

Esta moral del artista se desarrolla con plenitud en la poesía, y es ahí donde apunta
especialmente Gombrowicz. La conferencia que dio Gombrowicz en la librería Fray
Mocho el 28 de agosto de 1947 fue una reunión tumultuosa, los poetas presentes se
empezaron a alterar, reaccionaron con insultos y un viejo poeta le revoleó su bastón. Las
palabras que pronunció resultaron tan elocuentes que Nowinski se decidió y lo empleó
en el Banco Polaco a fines de ese año en el que hacía su segundo debut su obra más
querida: “Ferdydurke”. Gombrowicz dice en “Contra los poetas” algo que muchos años
atrás le había manifestado a su profesor de polaco en el liceo y que ya había escrito en
“Ferdydurke”. Los versos no le gustaban en absoluto y lo aburrían, una afirmación que
Gombrowicz utiliza contra la poesía en verso y no contra la poesía que aparece
mezclada con otros elementos más prosaicos, como en los dramas de Shakespeare, en la
prosa de Dostoyevski y en una corriente puesta de sol.

El leguaje de los poetas es para Gombrowicz el menos interesante de todos y la manera


en que los poetas hablan de sí mismos y de su poesía es ridícula y del peor estilo.
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“Contra los poetas” es un ensayo belicoso que le nació a Gombrowicz de la irritación


que le habían producido los poetas de Varsovia, su poeticidad convencional lo tenía
harto, pero la rabia lo obligó a ventilar todo el problema de escribir versos. A parte de la
alteración que se produjo en el público presente y del bastonazo que le quiso pegar el
viejo poeta, se desató una batalla tremebunda en la prensa. Gombrowicz no podía
esperar que los signos de interrogación que le había puesto a la poesía fueran a ser
enriquecidos por los periodistas. Su razonamiento antipoético merecía un análisis bien
hecho, no se lo podía despachar en cinco minutos con cuatro garabatos, su idea era
nueva y estaba basada en un sentimiento auténtico.

Gombrowicz tenía clavada una espina, especialmente con la poesía de Neruda. Cuando
algún joven despistado se le presentaba como admirador de Neruda y de sus “Veinte
poemas de amor y una canción desesperada”, Gombrowicz se retorcía en la silla, no
podía soportar la presencia del cuerpo viejo y corrompido de Neruda al lado de ese
canto al amor.
Aunque no está debidamente registrado ni en sus diarios ni en sus innumerables
biografías hay que decir que Gombrowicz se encontró una vez con Neruda en una
residencia cordobesa.
En una de las vacaciones que Gombrowicz pasó en la ciudad de Córdoba se alojó en la
residencia de un nuevo rico argentino que había llegado al lugar con unas monedas en el
bolsillo y que en la actualidad poseía doscientos millones, un Rolls Royce, un yate, un
avión y una piscina de tres plantas que se adaptaban a cada nivel del terreno.

“Soporto mal la riqueza, la brutal preponderancia del dinero por lo general me ofende,
de modo que interiormente me preparé para mostrarme disgustado y rebelde. Pero
resultó que mi rebeldía estaba fuera de lugar”
Gombrowicz se fue dando cuenta de que en la mesa donde estaba cenando había una
especie de sinceridad infantil y una falta total de afectación y arrogancia. El dueño de la
casa, a diferencia del tío en “Ferdydurke”, miraba sin temor a los criados, y eso porque
aún hoy seguía trabajando duro, probablemente más duro que sus propios sirvientes. No
había reticencias entre el magnate y los empleados, la situación era evidente para todos,
en la vida unos tienen suerte y otros no la tienen.
“Es cierto que en la Argentina, y quizás en toda América, se da menos importancia al
dinero que en Europa. El dinero es más ligero. Es más inocente. Tiene menos
pretensiones. Y cambia de manos con facilidad”

El vecino de mesa, un coronel simpático y conversador, le señala discretamente a un


señor corpulento sentado junto a la señora de la casa: –Es Neruda.
Y aquí comienza el desarrollo de un malentendido que tiene un final inesperado, como
tantos otros finales inesperados que lo persiguieron durante el cuarto de siglo que vivió
en la Argentina.
Neruda era un bardo comunista que tenía mucha suerte, pero el pobre Gombrowicz era
un burgués instalado en el capitalismo que vivía apenas mejor que un obrero.
El cantor del proletariado, censor de la explotación del hombre por el hombre, se
revolcaba en millones largos gracias precisamente a su melopea revolucionaria recitada
a los cuatro vientos.

“No hay mejor cosa que ser un poeta rojo en el podrido Occidente: se goza de una fama
universal, también detrás del „telón de hierro‟, se gana un montón de dinero y encima
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todos los placeres de ese capitalismo podrido están a mano. Sin hablar de que una
situación casi oficial te convierte en una especie de embajador o ministro”
Cuando se había realmente contrariado con todos estos pensamientos que le habían
venido a la cabeza se la acerca la señora de la casa: –Señor Gombrowicz, el señor
Neruda es un gran admirador suyo.
Gombrowicz no comprendía nada, ¿cómo ese enemigo suyo podía ser su admirador? El
coronel, muy nervioso, le da un codazo: –Es Neruda, pero no el que usted piensa. Es
otro Neruda. Éste es del Chaco.

Juró para dentro de sí aprovechar la primera ocasión que se le presentara para vengarse
de ese coronel gracioso, mientras tanto salieron a pasear por el campo. Pero,
lamentablemente para Gombrowicz, la primera ocasión para hacer una nueva broma se
le volvió a presentar al coronel. A la vuelta del paseo se sentaron en el salón, y como las
puertas estaban abiertas se metió una serpiente.
“Perdí la conciencia de lo que pasaba conmigo y sólo al cabo de un rato constaté que
estaba de pie sobre una frágil mesita de caoba: un milagro de equilibrio, que no sé cómo
se produjo”
Antes de irse a dormir en la maravillosa residencia del magnate Gombrowicz fue
víctima de otra broma del coronel.

“El coronel me preguntó si me gustaba que me gastaran bromitas. Le contesté que sí,
que un hombre dotado de un sentido del humor como el mío puede deleitarse con
cualquier bromita. El coronel se alejó un momento para beber agua, mientras yo pegaba
un brinco impresionante, debajo de mi sillón se produjo un estallido ensordecedor. ¡Me
había puesto un petardo!”

WITOLD GOMBROWICZ, MIGUEL GRINBERG Y ALEJANDRO VACCARO

El Zorro, Embajador de la República de Polonia, me mordía los tobillos y me daba


golpes en las costillas, quería que consiguiera participantes para la mesa redonda de la
Feria del libro en el año del centenario, no le entraba en la cabeza cómo podía ser que
todos se negaran, era un desaire para Gombrowicz, para los ponentes polacos: el
Pequeño K y la Vaca y, en fin, para todos los polacos que vivían en la Argentina. El
Pato Criollo, que se le había retobado personalmente al Zorro, me sugirió que, perdido
por perdido, lo invitara a Revólver a la Orden, un filósofo escritor consultado
frecuentemente sobre una gran variedad de asuntos, pero no me atreví a tanto, me
pareció un desatino de parte del Pato Criollo, casi con seguridad tenía la intención de
que yo introdujera en la mesa a un participante que, por distinguiese del resto, podía
despacharse con cualquier extravagancia.

Que sea lo que Dios quiera, pensé para mis adentros, hablé con el Zorro y le sugerí que
invitara al Buhonero Mercachifle. Si bien es cierto que el estilo de este gombrowiczida
connotado es un tanto anacrónico y tiene un comportamiento propenso a los desvaríos,
había conocido a Gombrowicz y esto para mí era suficiente. El Buhonero Mercachifle
aceptó, pero una semana antes del día de la mesa redonda fue a la embajada y tuvo una
conversación con El Zorro. Le dijo que para él era un honor que lo hubiera invitado
como ponente pero que sólo participaría si le pagaba doscientos pesos.
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El Zorro en un primer momento quedó sorprendido, cuando recuperó la calma le explicó


que la historia de Polonia estaba llena de infortunios desde la conversión de Mieszko al
cristianismo.

A continuación le hizo un relato pormenorizado de los grandes escollos que habían


tenido que sortear el rey Estanislao, los mariscales Kosciuszko y Pilsudski y,
finalmente, remató el discurso con un breve comentario sobre los contratiempos
económicos que habían tenido en la época del comunismo. Estas desgracias habían
empobrecido a Polonia de tal manera que él no estaba en condiciones de pagarle lo que
le pedía, pero que reconocía el valor de su obra. El Buhonero Mercachifle no participó
de la mesa redonda.
El Zorro es polaco, el Buhonero Mercachifle es hijo de polacos, como se ve ambos
tienen una sangre que se pone muy espesa cuando hay que negociar. La pregunta de qué
relación tenía Gombrowicz con el dinero no es fácil de responder porque durante mucho
tiempo no lo tuvo y cuando empezó a tenerlo debía regularlo con cuidado y controlar
muy bien sus desembolsos, pero su actitud siempre era la de un terrateniente
administrando los gastos del campo.

Cuando lo conocí, en el año 1956, ya no usaba las triquiñuelas de las tres palabras
consecutivas ni la de la inclusión del nombre de los contertulios en los diarios que le
habían servido para conseguir un poco de plata en los momentos de apuro, por entonces
se comportaba como un verdadero señor, pagaba sus cuentas, dejaba propinas, otorgaba
becas y hasta hacía regalos.
En la época de su mayor miseria era más lírico con el contante y sonante, nos contaba
que había inventado una estratagema para hacerse de algo de dinero, aunque no sé si
tuvo la oportunidad de ponerla en práctica. Consistía en lo siguiente: –¿Puede usted
prestarme veinte pesos? Se los devolveré, digamos, el jueves. El martes pediré treinta
pesos a otra persona y se los devolveré el viernes. Entonces, de esos treinta pesos que
pido prestados el martes, meto diez en el bolsillo y los otros veinte serán para usted. El
miércoles pido otros cuarenta pesos prestados, devuelvo los que me habían prestado el
martes y los diez restantes son para mí. Es una cadena. De este modo todo el mundo
tiene confianza en mí; –Sí, ¿pero qué pasará con el último préstamo?; –¡Ah, eso sólo
Dios lo sabe!

En la Embajada de Polonia, el día de la presentación de “Gombrowicz, este hombre me


causa problemas”, hablaba con la Poetisa Impenitente Piquetera, un apodo que le fue
puesto por su amor al pueblo: –Che, Goma, ¿vos sos loco?, ¿cómo le fuiste a pedir al
Buhonero Mercachifle que te presentara el libro?, ¿no sabés que es tarado?; –Sí, pero
fue de relleno, lo presentaron también el Zorro, el Negroide Piquetero, el Socialista y el
Régisseur Fanfarrón, además fue amigo de Gombrowicz; –Dejate de joder, ¿y por qué
nadie habló del prólogo de Aira?; –¿Y quién iba a hablar, si ese prólogo es una
verdadera mierda?; –Ah, no, no puede ser; –¿Vos lo leíste?, Aira se está cayendo, ¿viste
lo del “Gauchito”?; –Sí, no pude terminar el libro; –Claro, yo tampoco, ese pelotudo se
está convirtiendo, si es que no lo fue siempre, en un escritor para mujeres. Aquí la
Poetisa Impenitente Piquetera se me escapó.

El Buhonero Mercachifle integró el quinteto que presentó “Gombrowicz, este hombre


me causa problemas” en la Embajada de Polonia. Su intervención se convirtió en un
delirio inexplicable, durante algún tiempo me estuve preguntando por qué lo había
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invitado, más aún me lo preguntaba después de que la Poetisa Impenitente Piquetera me


dijera en la embajada que era medio tarado.
A pesar de que el Buhonero Mercachifle pareciera que sobrara en los asuntos de
Gombrowicz, el Esperpento decía por ejemplo que había sobrado en la película de
Fischerman, se las arregló bastante bien para permanecer entre los miembros de los
gombrowiczidas legendarios. Es quizás por esta pertenencia conservada
misteriosamente a través de los años que aparece tan sonriente en la fotografía.

El lenguaje vive el mismo proceso de abstracción que el dinero, ambos resultan


reunidos en la misma vorágine circulatoria que licúa las pasiones humanas a la misma
velocidad que achata las cosas. El dinero es un Esperanto limitado, pero justamente por
eso comprensible por todo el mundo pues es muy claro lo que quiere decir un billete, el
dinero tiene un solo significado.
Yo había construido un sistema circulatorio entre las palabras y el dinero que pasaba por
los Protoseres. Cuando el Embajador de Polonia, motejado el Zorro por sus profundos
conocimientos de la estrategia diplomática, empezó a moverse para preparar la
celebración del año centenario de Gombrowicz se vio en apuros, no había plata para la
celebración y no había libros de Gombrowicz, entonces me invitó a un almuerzo en su
casa de San Isidro para elaborar un plan. Fue entonces que construí otro sistema
circulatorio entre las palabras y el dinero que pasaba por Polonia.

Yo ya le había adelantado al Zorro que todos los caminos conducían al Socialista y al


Homúnculo, pero resultó que los caminos hacia los libros de Gombrowicz y hacia el
dinero estaban cortados.
El Socialista empezó a esconderse en las copas de los árboles cuando se enteró de que
los de la Seix Barral no lo autorizaban a imprimir los libros de Gombrowicz en la
Argentina, por lo menos para antes de las jornadas del Centro Cultural Borges y de la
Feria del Libro. El Zorro, que se había empezado a poner intranquilo, le pidió ayuda a la
Vaca Sagrada y la viuda se la pidió a los españoles, pero la intermediación no dio
resultado, es decir, el resultado fue tardío, tres de las novelas de Gombrowicz
aparecieron recién cuando las jornadas del Borges y de la Feria ya se habían extinguido.

La campaña del Homúnculo, recientemente nombrado presidente de la Sociedad


Argentina de Escritores, tuvo grandes altibajos. Yo supe que este personaje siniestro
invertía dinero en proyectos polacos cuando llegaron a la Argentina el Larguirucho y el
Pegajoso, dos cineastas polacos miserables que aparecieron por acá para filmar “List z
Argentyny”, una película que utilizaron para burlarse de nosotros con el cuento del hijo
ilegítimo de Gombrowicz al que finalmente habían encontrado viviendo en la
Argentina. Para cerrar el negocio del año del centenario organizó una excelente cena en
su casa de la Recoleta en la hizo todo lo posible por mostrar su liberalidad y su
magnificencia.
El Homúnculo es un adorador devoto del Asiriobabilónico Metafísico, pero las escasas
intervenciones que ha tenido para meter la nariz en los asuntos de Gombrowicz
terminaron siempre mal.

Después del horrible esperpento de “List z Argentyny”, una película en la que el


Homúnculo aparece como un bondadoso benefactor, el Lechuguino, director del
Instituto Cervantes de Varsovia, lo invitó a un seminario que se hizo en Polonia sobre
Gombrowicz para que hablara de las huellas que había dejado Witold en la Argentina,
pero como el pobre Homúnculo no pudo encontrar ninguna huella en la Argentina ni en
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ninguna otra parte del mundo pues no había leído ni media línea de Gombrowicz, faltó a
la cita.
En la cena se puso de manifiesto que estaba dispuesto a colaborar con el proyecto pero
sólo con ideas y no con dinero. Esta decisión le produjo una cierta zozobra al Zorro que
intentó convencerlo, pero lo único que se llevó en los bolsillos fue la idea de que tenía
que pedirle plata a los empresarios polacos radicados en la Argentina y a un socio del
Homúnculo.

El tiempo empezó a galopar y no aparecía ni la plata que se necesitaba para realizar el


homenaje ni los libros de Gombrowicz. El Zorro trataba de tranquilizarme con discursos
vanos que no tenían ningún contenido, mientras tanto yo me fui dando cuenta que el
embajador no estaba bien preparado ni predispuesto para pedir dinero. Entonces ocurrió
un episodio confuso en el que las partes se acusaron mutuamente. Según parece el Zorro
habló con el socio del Homúnculo y le pidió plata, pero no para la embajada sino para el
mismísimo Homúnculo a efectos de que él y no la embajada pudiera llevar a cabo con
sus propias manos el proyecto de “El enigma de Gombrowicz” en el Centro Cultural
Borges. Este malentendido puso en peligro las buenas relaciones de los socios, todo
hacía presumir que la plata no aparecería y la aventura terminaría en un desastre.

Pero en ese momento se produjo un milagro. El Ministerio de Cultura de Polonia en


forma providencial creó el Instituto del Libro dos meses antes del comienzo de los
homenajes. A partir de ese momento el Burócrata abrió los grifos del dinero, los billetes
empezaron a caer sobre el Borges y la Feria del Libro, y la aventura tuvo un final feliz.
Mientras tanto, el Socialista seguía escondido en las copas de los árboles, recién bajó
cuando la Seix Barral lo autorizó a que imprimiera tres novelas de Gombrowicz en la
Argentina. El Homúnculo también empezó a esconderse porque yo lo acorralaba para
que se avergonzara de sus orígenes. El Dandy cuenta que para fabricar un argentino se
necesita un poco de barro y un poco de bosta, en partes iguales, que si al fabricante se le
va la mano con la bosta, sale un uruguayo, y que si se le va la mano un poco más, esto
lo cuento yo, sale un Homúnculo.

WITOLD GOMBROWICZ Y TADEUSZ BOY-ZELENSKI

Las polacas de su generación tuvieron un verdadero maestro en Tadeusz Boy-Zelenski.


Médico, poeta, escritor, crítico literario y teatral, traductor de más de cien títulos de
literatura francesa, desmitificador de las tradiciones nacionalistas de la nobleza y de la
iglesia, fue asesinado por la Gestapo en 1941.
Pertenecía a la generación anterior a la de Gombrowicz, inteligente y talentoso dedicó
buena parte de sus energías a achicar la brecha que existía entre Polonia y Occidente.
Gombrowicz se le presentó una tarde en el café Zemianska: –¿Señor Zelenski?; –Sí; –
Me permitiría unas palabras, aunque no tengo el honor de ...; –Siéntese; –Verá usted, yo
soy un pasajero sentado sobre una silla, la silla está sobre una caja, la caja sobre unos
sacos, los sacos sobre un carro, el carro sobre un barco, el barco sobre el agua... Pero,
¿dónde está la tierra firme y cómo es...? Nadie lo sabe; –No lo sabemos. Navegamos y
navegamos en este barco polaco pero no tocaremos tierra hasta que no nos hundamos.
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Gombrowicz no se sentaba a la mesa de Boy en los café legendarios de Ziemianska, de


Ips y de Zodiak, actuaba casi únicamente en la planta baja de los cafés, mientras las
plantas más altas prácticamente las ignoraba. Boy era muy asiduo a los cafés: –Oiga,
dicen que es usted quien reina en el Ziemianska, y que no admite en su mesa a ninguno
de nosotros.
“Efectivamente, no los admitía, era profeta y payaso, pero sólo entre seres iguales a mí,
aún no del todo formados, sin pulir, inferiores a los otros, los honorables, con quienes
no me podía permitir una broma, una mofa, una provocación, a quienes no podía
imponer mi estilo, prefería no tratarlos; me aburrían y sabía que yo también los aburría
(...) Los poetas de Skamander eran conscientes de su lugar sólo hasta cierto punto,
conocían su lugar en el arte, pero no sabían cuál era el lugar del arte en la vida.
Conocían su lugar en Polonia, pero ignoraban el lugar de Polonia en el mundo, ninguno
de ellos se elevó tan alto como para ver la situación de su propia casa”

Gombrowicz se veía poco con Boy, apenas tenía contacto con las mujeres que lo
rodeaban, un séquito de segunda mano, mujeres de letras entradas en años que
constituían el estado mayor femenino del maestro. También había mujeres jóvenes y
hermosas, actrices, poetisas o a veces simplemente muchachas atraídas por un ambiente
donde su belleza podía resplandecer si correr riesgos. Pero estas jóvenes que venían a
buscar la vida fácil en la órbita de Boy, tenían una actitud deliberada, y su deseo de
emancipación era demasiado estereotipado, entonces, no resultaban atractivas y hasta
llegaban a ser irritantes.
“De todos modos debo reconocer que realizó grandes cosas en favor de la
normalización de la mujer polaca. Utilizo el término normalización teniendo en cuenta
la situación que se había creado”

La vieja generación de las mujeres de la intelligentsia cargaba con los lugares comunes
que había heredado de la tradición y de la literatura de la época anterior, unas mujeres
que estaban dispuestas a cumplir una misión y hablaban en nombre de principios
superiores. Eran unas señoras un tanto exageradas, poco flexibles, ingenuas y casi
infantiles frente al papel glorioso que habían elegido.
Las hijas de estas señoras ya ejercían un mayor control sobre sí mismas. Una señorita
normal, que no rehuía ni a la diversión ni al flirteo, que deseaba casarse, no se sentía
cómoda en la armadura de sus madres que no estaba hecha a su medida, a menudo
perdía el sentido de la proporción, comprendía mal lo que se le pedía y cuáles eran sus
deberes.

A todo esto se agregaba una contradicción entre el ambiente de los establecimientos de


enseñanza donde reinaba el liberalismo y el espíritu de austeridad que alimentaba su
casa.
“Este desequilibrio en las mujeres era para nosotros, los jóvenes, un gran problema.
Nunca se sabía con qué mujer se iba a tropezar uno y qué clase de suplicios sufriría con
ella”
La actividad periodística de Boy dio buenos resultados combatiendo la falta de
equilibrio de estas mujeres a las que le faltaba naturalidad y que no tenían una medida
para regular sus palabras ni su comportamiento. Fue una buena escuela de humor, de
conocimiento de la realidad y de convivencia con la sociedad moderna.

“El sentido común de Boy influía incluso en aquellas que lo consideraban un demonio,
o peor aún, un masón; a través de sus amigas, de su compañeras, penetraba en los
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ambientes más conservadores, y poco a poco cambiaba la manera de ser femenina, esa
forma a la que yo atribuía tanta importancia, viendo en ella la clave de muchos frenos y
el secreto de numerosos males. Las adversarias más encarnizadas de Boy se tornaban,
en el curso de la lucha contra él, más libres, más elásticas, diría, más hábiles”
Boy estaba acercando el modelo de la femineidad polaca al modelo francés, pero
entonces vino la guerra y el comunismo y la historia dejó descalzos a los hombres.
Polonia se estaba transformando lentamente pero, de pronto, la historia empezó a
moverse otra vez bajo sus pies.

El contacto de Gombrowicz con las mujeres era muy distinto al que tenía Tadeusz Boy-
Zelenski.
Gombrowicz no le tenía odio a las mujeres, no era misógino, pero, ¿y miedo?, ¿no será
que era ginófobo? La cuestión de que su homosexualidad le produjera vergüenza y la
heterosexualidad de sus relaciones con Rita dan para pensar que le tenía miedo a las
mujeres y que el miedo era el origen de su homosexualidad. Dejemos este dilema para
otra oportunidad, pero si fuera cierto que era ginófobo, el miedo se convertiría en el
archiorigen de los dolores de Gombrowicz.
“Personalmente no sabía tratarlas, me refiero a las mujeres, pues me comportaba
realmente como no debía (...)”

“Me vengaba de ellas haciéndome el loco y el payaso cuanto podía, y en el fondo de mi


alma odiaba a esas maestras indulgentes y presumidas, esas guías, institutrices y...
desgraciadamente, a menudo... críticas (...) Por fin llegó un momento en que me rebelé
y saqué la conclusión de que había que exterminar la feminidad de la literatura (...)”
“Pero yo no me enterado nunca si las mujeres en la literatura y la femineidad literaria
eran verdaderamente enemigos míos, y si mis reproches eran justos. Puesto que de la
justicia de nuestras pretensiones no nos convencemos hasta que comenzamos a luchar
por ellas”
Sus contactos con las actrices en Polonia dejaban mucho que desear. Cuando se propone
llevar al teatro a “Ivona, princesa de Borgoña”, lo consulta a Tadeusz Boy-Zelenski: –
Pregúntale a Mira, ella te dirá.

Mira Ziminska era actriz, a más de ser inteligente tenía un gran sentido del humor, pero
Gombrowicz se llevaba mal con los actores, especialmente con las actrices, consideraba
que los intérpretes pertenecían a una clase inferior de artistas.
“Con las actrices me mostraba aún más implacable que con los actores, y tenía la
costumbre de fingir que no las conocía; me presentaba solemnemente a cada una de
ellas en cada encuentro. Un día, cuando me presenté cortésmente por quinta vez a una
diva, ésta agarró un vaso de agua y sin pensarlo dos veces me lo vació en la cabeza (...)”
“Mira, por suerte, no me guardaba rencor, pero sus horizontes teatrales no eran tan
amplios como para poder apreciar una obra tan innovadora como „Ivona‟. Me dijo que
el principio no estaba mal, pero que el resto no valía nada”

Iba de fracaso en fracaso y los escritores seguían mofándose de Gombrowicz por las
dificultades que tenía con las mujeres. Janusz Minkiewicz, un poeta satírico famoso por
sus conquistas en el mundo de la galantería, le dijo una tarde en el café: –Ahora regreso
a casa porque espero una llamada de Lala... A las cinco he quedado con Cela, y a las
once me espera una locura con Fila. ¡Hasta la vista!
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A Gombrowicz le empezaron a molestar las damas de la sociedad ya desde joven, la


más de las veces le resultaban insoportables por su grandilocuencia ingenua y
supercómoda.
El programa sublime de estas mujeres era conseguir un marido que ganara dinero o que
sacara beneficios de sus dominios, mientras ellas desempeñaban el papel de guardianas
de unos ideales a los que no les miraban los dientes porque les venían de unos padres y
abuelos venerados.

La nueva generación estaba irritada con esta falsedad de su actitud y de su tono, cada
vez más evidente.
Estos estilos agonizantes de las formas polacas que se remataban como a un animal
enfermo, fueron una verdadera ganga para Gombrowicz en los tiempos que escribía
“Ferdydurke”. Pero los problemas no sólo estaban afuera de Gombrowicz, también
estaban dentro de él.
“Y yo también, sólo al cabo de cierto tiempo, tomaba conciencia de que nada podía salir
de semejantes amores basados en una mistificación (...) Efectivamente, no salía nada.
Todos ellos terminaban dolorosamente cuando la joven descubría que yo, aunque
encantado con ella, no le permitía acceder a mí, siempre hermético, entregado a mis
asuntos, nunca verdaderamente sincero y abierto, ni por un minuto (...)”

“Sin embargo, yo, por mi parte, no podía ser diferente, ya que hubiera sido más fácil,
por ejemplo, comprender la naturaleza de un cocodrilo que la mía, formada por
influencia y factores que eran completamente desconocidos para ellas”
Hace ya algún tiempo me anda dando vueltas por la cabeza una idea extraña que se me
está formando acerca de Gombrowicz, una idea que no es tan descabellada como
pudiera parecer a primera vista, y que también se la puede asociar a una historieta
cómica famosa en la que un día dialogan en una plaza la estatua de un filósofo y el
protagonista: “–Todo lo que el hombre hace es pa‟ levantar minas; –Pero, maestro, ¿y
las matemáticas?; –Pa‟ levantar minas; –¿Y la filosofía, maestro?; –Pa‟ levantar minas;
–¿Y el estudio de nuestros antepasados?; –Pa‟ levantar minas…

WITOLD GOMBROWICZ Y MARCEL PROUST

Gombrowicz devoraba a los polacos con la vista para investigar las características de
sus movimientos, su forma de hablar y sus caras. Mientras vivió en Polonia no estuvo
seguro de las impresiones que le despertaban los polacos, pero aquí, en la Argentina,
pudo contrastar esas impresiones con un material humano de los más variado,
compuesto de todas las razas y de todas las naciones posibles.
“Es para mí como una especie de placer doloroso el mirar de improviso a un polaco y
verlo de esta nueva forma, igual que se ve a un extranjero, pudiendo verificar de ese
modo mis impresiones anteriores cuando estaba aprisionado por la polonidad y, ¿para
qué ocultarlo?, bastante atormentado por ella. Hace poco, en Buenos Aires, experimenté
de un modo repentino e inesperado una confrontación así”

Se refiere al encuentro con un director de orquesta polaco del que fui testigo. Mientras
el público escuchaba con atención un concierto en la Facultad de Derecho, Gombrowicz
sacó un gotero del bolsillo, lo ascendió cuanto pudo con el brazo bien extendido y
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empezó a descolgarse gotas en la nariz desde lo alto, haciendo todos los aspavientos
posibles para llamar la atención. Cuando terminó el concierto fuimos a ver al director
polaco, Stanislaw Skrowaczewski, habló un rato con él incomodado por el placer
doloroso de la confrontación, acordaron un encuentro para el día siguiente y nos fuimos.
Después de un tiempo le pregunté a Gombrowicz qué le había parecido nuestra orquesta
al maestro polaco: –Vea, no quiero desanimarlo, me dijo que tiene el nivel, más o
menos, de las bandas de música que tocan en las plazas de Varsovia.

“Fui por casualidad a un concierto, llegué tarde, entré en la sala cuando ya sonaba el
tema del primer alegro de la „Eroica‟; no tenía idea de quien era aquel tipo delgado que
dirigía, pero la ejecución de la sinfonía beethoveniana era notable y en algunos detalles
tan original que discutí sobre el asunto con Gómez, el amigo argentino que me
acompañaba”
Las características físicas y espirituales del maestro Stanislaw Skrowaczewski que
Gombrowicz había notado durante el concierto, se le organizaron en esa forma de tipo
polaco que ya conocía, igual que lo que ocurre con un paisaje cuando un detalle nos lo
permite identificar como algo familiar.
“Pero al mismo tiempo, creedme, todo eso estuvo acompañado de una desagradable
puntada en el corazón, quizás a causa de tantos enfrentamientos míos con aquel „tipo
polaco‟ al que yo también pertenecía”

No hay que buscar en esta reacción de Gombrowicz un complejo de inferioridad, su


condición de forastero impenitente lo había curado de ese problema y se sentía cómodo
en cualquier ambiente. Ese exotismo de su país que le recodaba el director de orquesta
no era solamente misterioso, también parecía una forma de huir de las preocupaciones y
de las luchas de cada día muy típica de los polacos.
“Lo captó el ilustre Marcel Prust al describir sus encuentros con un pequeño grupo de
„muchachas en flor‟; al conocerlas más de cerca, cuando le fueron reveladas sus
preocupaciones, intereses, sueños y penas, las encantadoras muchachas dejaron de
encantarle; y lo mismo le ocurrió con los salones de la aristocracia parisina, que se le
convirtieron en aburrimiento cuando dejaron de ser algo desconocido y misterioso.
Pero para Proust la vida consistía sobre todo en conocer, o sea en matar el encanto
que nace de nuestra ignorancia”

El propósito que tenía Gombrowicz cuando se encontraba con algún polaco era el de
verlo en su misterio.
No obstante el misterio polaco tenía los pies de barro. Polonia era un país que no se
destacaba demasiado, que carecía de una cara propia, pero los polacos, sin embargo, no
pasaban por el mundo desapercibidos, aunque en la mayoría de los casos llamaban la
atención por sus extravagancias. A pesar de todo, el misterio polaco existe, una cierta
manera polaca que atrae e interesa al extranjero.
El ilustre Marcel Proust podía alcanzar algunas verdades sobre el misterio con su
refinamiento pero Gombrowicz andaba buscando una actitud más drástica, no tan
protegida por los afeites y los bibelots.

“¿Por qué lo admiramos? Lo admiramos ante todo por haber osado ser delicado y no
haber vacilado en mostrarse así, tal como era... un poco en frac y un poco en bata de
casa, con una frasco de medicamentos, con una pizca de maquillaje homosexual-
histérico, con fobias, neurosis, debilidades, esnobismos, con toda la miseria de un
francés ultra sutil. Lo admiramos porque detrás de ese Proust contaminado, raro,
21

descubrimos la desnudez de su humanidad, la verdad de sus sufrimientos y la fuerza de


su sinceridad. Pero, ¡ay!, cuando examinamos mejor volvemos a descubrir detrás de la
desnudez a Proust en bata, en frac o en camisón junto con todos los accesorios, la cama,
las medicinas, los bibelots. Es un juego a la gallina ciega. No se sabe aquí qué es lo
definitivo, si la desnudez o la vida, la enfermedad o la salud, la histeria o la fuerza (...)”

“Por eso Proust es un poco de todo, profundidad y superficie, originalidad y banalidad,


perspicacia y candor... cínico e ingenuo, exquisito y de mal gusto, hábil y torpe,
entretenido y estudioso, ligero y pesado... ¡Pesado! Este primo me aplasta. Soy de su
familia... yo, ultra sutil, pertenezco al mismo medio. Sólo que... sin París. Me ha faltado
París. ¡Y mi delicado cutis no protegido por los afeites siente la mordida del áspero
Tandil”
Para combatir a Proust Gombrowicz busca una figura de contraste, y a pesar de todas las
diferencias que tiene con él elige a Sartre. Su obra fundamental, “El ser y la nada”, era
practicamente desconocida en Francia, pero igualmente los franceses hablan pestes de
Sartre.

Lo acusaban de repetirse demasiado, de estar desfasado en el tiempo, de que sus novelas


y su teatro eran ilustraciones de sus teorías, de que su filosofía era una teoría de su arte,
y de que, en fin, Sartre estaba acabado.
Proust es colmado de mimos hasta en la tumba, Sartre, en cambio, es tal vez el único de
los grandes artistas franceses detestado por sus compatriotas.
“Quién demonios es, en comparación con las montañas de revelaciones sartrianas, un
Borges argentino, sopita aguada para literatos? Pero a Borges lo tratan con guantes de
seda, mientras que a Sartre lo zamarrean... ¿Será sólo a causa de la política? ¡Sería una
mezquindad imperdonable! ¿Mezquindad? ¿Acaso no será la política, sino simplemente
la misma mezquindad lo que está en la base de esta animosidad? ¿Se detesta a Sartre
porque es demasiado grande?”

Francia se le había dividido en dos en esos diarios que estaba escribiendo: Sartre y
Proust. Nos habla de su piadosa peregrinación a la plazoleta de Des Deux Magots,
donde observa desde la calle las ventanas del piso de Sartre, y donde se da cuenta que
los franceses habían elegido a Proust en contra de Sartre.

“Si bien es cierto que Proust tiene un componente trágico, duro y cruel, no es menos
cierto que esa tragedia es comestible, contiene una intención gastronómica, está
relacionada con el plato, la verdurita y la salsa”
En el lado opuesto, el de Sartre, está el pensamiento francés más categórico desde
Descartes, rabiosamente dinámico y que echa por tierra los placeres sibaritas de toda
Francia. Proust es impotente en comparación con la tensión creadora por Sartre.

Pero gran parte de las deducciones de “El ser y la nada” eran inaceptables para
Gombrowicz, a pesar de la unicidad de su pensamiento se hacía sentir la falta de un
principio complementario fundamental en el cogito de su sistema, su teoría pecaba de
una terrible unilateralidad y Sartre, como moralista, psicólogo, esteta y político, sólo era
la mitad de lo que debía ser.
Pero es Sartre quien echa abajo las puertas cerradas; aquello que en Proust y en toda la
literatura francesa es continuación, en Sartre toma el carácter de una iniciación.
Sartre recupera el orgullo y la fuerza creadora contra la conciencia de Proust, todavía
ávida, pero ya en un nivel más bajo que la de Montaigne.
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Para desenmascarar el refinamiento y la falsa desnudez de ese espíritu francés que tan
bien representaba Proust Gombrowicz decide hacer una experiencia crucial.

Estaba almorzando en un local muy distinguido a orillas del Sena conversando


animadamente con franceses muy atildados del ambiente literario: –¡Quién es ese
escritor; –Es un escritor eminente; –Sí, eminente, pero ¿quién es?; –Viene del
surrealismo y se pasó al objetivismo; –Muy bien, objetivismo, pero ¿quién es?; –
Pertenece al grupo Melpomène; –No tengo nada en contra de Melpomène, pero ¿quién
es?; –Una combinación de géneros: el argot con una metafísica de elementos
fantásticos; –Sí, la combinación me parece bien, pero ¿quién es?; –Cuatro años atrás le
concedieron el Prix St. Eustache..., y tú ¿cómo te consideras?; –Yo no soy escritor, ni
miembro de nada, ni metafísico ni ensayista, soy yo mismo, libre, independiente,
vivo...; –Ah, sí, eres existencialista.

Los contertulios estaban turbados con la mirada ingenua de Gombrowicz que les
traspasaba la ropa, y es aquí cuando decide hacer el experimento: se empieza a bajar los
pantalones.
“(...) cundió el pánico, salieron rajando por puertas y ventanas. Me quedé solo. El
restaurante estaba desierto, hasta los cocineros habían huido... Sólo entonces me di
cuenta de lo que estaba haciendo, de lo que pasaba..., y me quedé así, hecho un tonto,
con una pernera puesta y la otra en la mano”
Kot Jelenski lo ve y entra al restaurante: –¿Qué pasa? ¿Te has vuelto loco?; –Empecé a
desvestirme y todo el mundo se dio a la fuga; –Eres un insensato, ¿a quién pensabas
asustar con la desnudez?

En ningún lugar del mundo encontrarás tanta afición por quitarse la ropa como aquí. Te
has encontrado con unos conejos, yo te traeré unos leones que aunque bailes en cueros
sobre la mesa no moverán una pestaña.
Hicieron una apuesta al estilo de los caballero polacos del el siglo diecinueve. Los
invitados estaban imperturbables hasta que llegaron a los postres y Gombrowicz se
empezó a quitar los pantalones; –Excúsennos, por favor, la hora, se nos hace tarde.
Gombrowicz y Kot se miraron: –No es posible que se hayan asustado, si la desnudez es
su especialidad.
“Observa, la cosa es que esa gente, incluso al desnudarse se viste, y la desnudez sólo
significa para ellos unos calzones más. Pero cuando yo me he bajado sin más los
pantalones, les ha dado un soponcio, más que nada porque no lo he hecho según Proust,
ni a lo Jean Jacques Rousseau, ni según Montaigne o en el sentido del análisis
existencial, sino simplemente para quitármelos”

WITOLD GOMBROWICZ Y MICHEL MOHRT

Sin saber a qué santo encomendarse con ese Gombrowicz tan difícil Jeremi Stempowski
decide presentarle a algunos polacos de la colectividad y también a algunos escritores
argentinos como Manuel Gálvez y Arturo Capdevila.
Estos dos distinguidos escritores le brindaron a Gombrowicz una exquisita hospitalidad,
pero la sordera de Gálvez, las ocupaciones de Capdevila y su propia falta de seriedad lo
23

pusieron finalmente en las manos de unas jóvenes estudiantes que lo iniciaron en el


mundo de la galantería argentina. En esta prehistoria de sus aventuras en la Argentina el
grupo de Victoria Ocampo brillaba como una estrella.
La actividad de escribir le proporciona a los hombres de letras una mayor facilidad de la
que tienen los hombres que no escriben para darle distintos aspectos a lo que son y a lo
que les ocurre, siendo Gombrowicz un buen ejemplo de todo esto.

Siete años antes de la conferencia que pronunció en la librería Fray Mocho a la que
tituló “Contra los poetas”, los argentinos lo pasaban de mano en mano: Manuel Gálvez
a Arturo Capdevila, Arturo Capdevila a su hija Chinchina, y Chinchina a sus amigas. En
el año mortal de 1940 Gombrowicz flirteaba con esas chicas que lo llevaban a los
museos, lo invitaban con masas, mientras él les retribuía con charlas que armaba sobre
el amor europeo.
En ese año fatídico Roger Pla le había presentado a Antonio Berni y en la casa del
pintor dio una charla sobre el por qué y el cómo Europa había sentido el deseo del
salvajismo, y cómo esta inclinación enfermiza del espíritu europeo podía aprovecharse
para la revisión de la cultura demasiado alejada de sus propias bases.

Pero le falló el estilo, las palabras que pronunció resultaron mediocres y Pla le reprochó
el tono sentimental de la conferencia y el carácter elemental de unos razonamientos que
rozaban la ingenuidad. Eran los tiempos de su prehistoria argentina, debería correr
todavía mucha agua para que la Condesa, esa dama argentina que había "resultado ser
un báculo de virtudes y un calor de encantos, a pesar de la neurastenia que la
perseguía", le abriera paso a la resurrección de Gombrowicz apoyando la edición
argentina de “Ferdydurke”.
La razón por la que Gombrowicz haya sido tan mal recibido por el Asiriobabilónico no
es demasiado comprensible. Si bien es cierto que era algo arrogante e histrión se
encontraba en una situación marcadamente inferior, era un extranjero sin prestigio ni
fortuna.

Un hombre cuya patria y familia habían sido destrozadas y que podía haberle
despertado un sentimiento protector como se lo había despertado a Manuel Gálvez y a
Arturo Capdevila, en cambio le despertó desprecio desde un principio. El
Asiriobabilónico y el Dandy eran joviales y sarcásticos pero en el caso de Gombrowicz,
una persona en un completo estado de inferioridad, debieron haber atenuado la
mordacidad que utilizaban con los otros integrantes del gremio, pero no lo hicieron.
A pesar del derrumbe social e intelectual que padecía Gombrowicz en sus primero años
de vida en la Argentina se empecinaba en seguir dando clases de aristocracia. Antonio
Berni observaba en la Fragata cómo Gombrowicz hacía muecas delante de un espejo
mientras tomaba actitudes de emperador, de obispo o de militar.

¿Qué, está dialogando con sus dobles?; –Miro mis rasgos de aristócrata, parece que mis
facciones, día a día, registran mejor todo mi linaje. ¿Qué cosas diferenciaban a un
verdadero aristócrata de una persona sin nobleza?: el sombrero, las pipas, unos zapatos
lustrados, un impermeable sucio pero, muy especialmente, los tobillos. Era terrible la
manía que tenía con los tobillos, nos hacía exhibiciones de tobillo, en este punto se
decidía la verdadera raza del aristócrata.
A pesar de la incertidumbre y de la angustia, cuando Gombrowicz se va de la Argentina
se divertía estimulando a algún periodista amigo para que publicara alguna nota
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destacando su situación estrafalaria y situándolo en algún balneario brasileño de moda,


seduciendo a famosas estrellas de cine como Zsa Zsa Gabor.

“Me olvidé del asunto de Berlín. Todo anunciaba una diversión formidable, tal como a
mí me gusta, desconcertante, que desequilibra, a medio hacer”
Estas maniobras quedaron en muy poco y prácticamente nadie se enteró de nada,
Gombrowicz tuvo que esperar todavía un tiempo más para que se le abrieran las puertas
de esa formidable diversión. Pero el momento finalmente le llegó.
Cuatro años más tarde, en 1967, recibe el Premio Internacional de Literatura por el que
se le había despertado un apetito feroz al enterarse, leyendo una nota de “Le Monde”,
que el galardón había pasado de diez mil a veinte mil dólares.
Lo primero que atinó a hacer cuando supo que lo había ganado fue preparar una lista de
sus enemigos literarios, regocijándose de antemano con la amargura desesperante que
les iba a despertar.

Ya con el premio en la mano escribe el diario del hijo ilegítimo para mortificar a sus
enemigos polacos de Londres. Y unas horas antes de recibirlo Michel Mohrt, un ilustre
francés distinguido con los más altos honores, que corona su carrera siempre ascendente
con el nombramiento en la Academia Francesa, le pone el broche de oro al irresistible
ascenso de Gombrowicz.
“El crítico francés Michel Mohrt, al defender mi candidatura en su magnífica
intervención en la sesión del jurado, dijo entre otras cosas: „En la creación de este
escritor hay un secreto que yo quisiera conocer, no sé, tal vez es homosexual, tal vez
impotente, tal vez onanista, en todo caso tiene algo de bastardo y no me extrañaría nada
que se entregara a escondidas a orgías al estilo del rey Ubú‟ (...)”

“Esta perspicaz interpretación de mis obras y de mi persona, de acuerdo con el mejor


estilo francés, fue pregonada con bombos y platillos por la radio y por la prensa
internacional y, en consecuencia, los jóvenes que se reúnen en la plazoleta de Vence al
verme pasar comentan por lo bajo: –Mirad, ése es el viejo bastardo, impotente y
homosexual que organiza orgías. Y puesto que la delegación sueca me había apoyado en
ese jurado por mi condición de escritor humanista, algunos informes de prensa llevaban
un título rimado y muy llamativo: ¿Humanista u onanista?”
La culpa de que la intelligentsia argentina lo haya ignorado y maltratado durante un
cuarto de siglo la habían tenido los hipopótamos polacos, según lo manifestaba el
mismo Gombrowicz.

“Escuchadme, hipopótamos: yo no me quejo de que vuestra estupidez profesional o


articulista haya difamado sin cesar mi trabajo literario, que como se ha comprobado
hoy, tiene algún valor. Hicisteis lo que pudisteis por fastidiarme la vida y en parte lo
conseguisteis. Si no fuera por vuestra mezquindad, vuestra superficialidad, vuestra
mediocridad, tal vez no hubiera pasado hambre durante tantos años en la Argentina, y
también otras humillaciones me hubieran sido ahorradas. Os interpusisteis entre yo y el
mundo, banda de infalibles maestros de escuela y periodistas, deformando,
tergiversando, falseando los valores y las proporciones. Bien, al diablo con vosotros, ¡os
perdono! Y no espero que ninguno balbucee hoy algo parecido a unas tímidas disculpas,
sé demasiado bien qué es lo que se puede esperar de unos pillos como vosotros (...)”

“Pero ¿cómo perdonaros el que hayáis logrado vencerme en mi victoria final sobre
vosotros? Sí. Alegraos. Habéis ganado en vuestra derrota. Porque habéis hecho que mi
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éxito haya llegado demasiado tarde..., diez, veinte años más tarde..., cuando ya estoy
demasiado cerca de la muerte y ella contamina de derrota hasta mis triunfos...; ¿sabéis?,
ya no soy lo suficientemente vigoroso para poder disfrutar de mi desquite, ¿Triunfo?
¿Megalómano? ¿Presumido? Pero si hasta de esto me habéis privado, no puedo gozar ni
de mi ascensión ni de vuestra derrota, ¿cómo voy a perdonarlo?”
Cuando al final de su vida le preguntan si la holgura europea no le había llegado un
poco tarde, Gombrowicz se acuerda de los hipopótamos polacos y de los empecinados
argentinos que le habían dado la espalda durante un cuarto de siglo.

“Evidentemente, para mí es un poco triste porque no sólo la edad, sino también la


enfermedad, me impiden gozar de todas estas cosas. Pero yo he tenido siempre la
sensación de que el arte no puede dar dividendos. Un artista que se siente, ante todo,
creador de una forma profunda o personal, no puede pretender además unos ingresos;
por algo así más bien hay que pagar. Hay un arte por el cual se es pagado, y otro por el
cual hay que pagar. Y se paga con la salud, con las comodidades, ... Naturalmente, no sé
si soy un artista importante o no, pero de todas formas, en ese sentido, mi vida ha sido
más bien ascética”

WITOLD GOMBROWICZ Y RAJMUND KALICKI

Mi relación con el Pequeño K tiene más de dos lustros de existencia, empezó en 1997 y
padeció, como todas mis otras relaciones, algunos contratiempos. Es traductor, miembro
de la redacción de la revista “Twórczosc”, y de vez en cuando se le mete en la cabeza
que tiene que escribir, por esta razón ya tiene publicados algunos libros.
Existen dos compilaciones de testimonios argentinos sobre Gombrowicz: “Gombrowicz
en Argentina” de la Vaca Sagrada y “Tango Gombrowicz” del Pequeño K, un libro que
lleva el título del nombre que le puso el Asno a su testimonio.
“Ella no me quiere a mí por una envidia estúpida, porque sabe que mi „Tango
Gombrowicz‟ es mejor que su „Gombrowicz en Argentina‟, y no digo esto para
jactarme; mi selección es mucho más personal, más abierta, con emociones, y su versión
de las cosas es seca, académica, más bien aburrida (por no decir „muerta‟)”

El Pequeño K está blasfemando contra la Vaca Sagrada, este Marco Aurelio moderno
que odi profanum vulgus, sangra por la herida. Pero él dice que no, que él no es un
escritor, por lo menos así nos lo quiere hacer creer.
“Aquí, en una realidad bastante burocratizada, opté por apartarme; soy misántropo,
suelo repetir a menudo, es una enfermedad que no causa dolores y hasta da un cierto
placer, casi aristocrático. Por la misma razón no me veo como escritor, de vez en
cuando escribo algo, tal vez sea un traductor pero un escritor no, nunca. Por eso no me
interesan los lectores ni los críticos. Puedo menospreciarlos. Si hago algo, lo hago tan
solo para mí mismo. Soy dueño de mí mismo (...) Es un tema bastante trillado –but it
works”
El Pequeño K se mueve en una dimensión desconocida para mí, es el amigo del que más
sé y del que menos sé, a veces, Elías Canetti me ayuda un poco a comprenderlo.

“A medida que crece, el saber cambia de forma. No hay uniformidad en el verdadero


saber. Todos los auténticos saltos se realizan lateralmente, como los saltos del caballo
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en el ajedrez. Lo que se desarrolla en línea recta y es predecible resulta irrelevante. Lo


decisivo es el saber torcido y, sobre todo, lateral”
En la época en la que el Pequeño K traducía “El túnel”, el Pterodáctilo le escribía cartas
que tenían un tamaño no mayor al de un boleto de colectivo, pero ahora Don Arnesto no
lo recuerda.
¿Quién lo hizo?; –Kalicki, un polaco que te tradujo a vos y a Borges; –¿Y dónde vive?;
–Vive en Polonia, claro, dónde va a vivir; –¿Y qué hizo?; –Se olvidó de traducir todo lo
que le dije a Peicovich sobre tu relación con Gombrowicz; –¿Sabés?, seguramente lo
hizo por algún resentimiento; –¡Pero qué resentimiento ni qué pelotas, lo hizo porque es
un boludo!; –¿Quién es un boludo?; –Kalicki es un boludo; –Ah, ¿y quién es Kalicki?

El Pequeño K es muy orgulloso, una debilidad que yo aprovecho para mortificarlo, para
herirlo en la carne viva. Él responde desde lo alto y con gallardía, me ignora en forma
olímpica, pronuncia palabras apodícticas llenas de desprecio hacia el vulgo y se esconde
detrás de los siglos.
“La jerarquía es la hija primogénita y preferida del Absoluto y por eso no cualquiera
puede darle palmadas en el culo. El vulgo tiene preferencias poco individualizadas,
mide la calidad por los aplausos, no creo que dentro de dos o tres generaciones sigan
leyendo a Joyce con tanta emoción como hace años, en cambio Marco Aurelio
perdurará dos mil años más, ¡qué raras son las cosas sin pretensiones! Odi profanum
vulgus et arceo también tiene dos mil años”

De vez en cuando me convierto en un poseso, el diablo se apodera de mí para


transformarme en un íncubo endemoniado que desea tener comercio carnal con alguna
polaca pero, como no puedo tener ese comercio, me veo obligado a descargar ese
impulso malsano que me domina por completo en alguna persona.
El Pequeño K me venía anunciando desde hacía algún tiempo que en el “Diario
patagónico” me elevaba a alturas increíbles así que le pedí a la Madame du Plastique
que me tradujera los pasajes en los que se refería a mí, exclusivamente a mí, y esto por
dos razones importantes: para ahorrarle trabajo a la polaca, por un lado, y para evitar un
contacto prolongado con la forma de escribir del Pequeño K, por otro.

La Madame du Plastique me tradujo una docena de líneas y de lo primero que me enteré


es de que el Pequeño K me estaba presentando en su libro como un gordo barrigón
medio bajo que le gritaba a los periodistas como un energúmeno. Me quedé esperando
las siguientes líneas a ver cómo se las arreglaba ese degenerado para elevarme a esas
alturas increíbles, pero, nada, la Madame du Plastique enmudeció, pasó una semana sin
dar señales de vida.
Ese tiempo fue más que suficiente para que se formara dentro de mí un estado de cólera
incontenible, no sé si éste no habrá sido justamente su propósito, a lo mejor resulta que
es una mujer perversa a pesar de que va a misa todos los días, o también podría ser que
el demonio se hubiera apoderado de ella y la hubiera convertido en un súcubo así como
a mí me había convertido en un íncubo.

La cuestión es que no me quedó más remedio que tratarlo de contrahecho, reptil, cínico,
desfachatado, payaso, gusano y víbora mientras le daba, y para toda la eternidad,
cristiana sepultura al “Diario patagónico”. Como yo no soy el hijo del dueño, es decir,
no dispongo de las facilidades que tiene él de hacerse publicar cualquier cosa, decidí
bautizarlo por los siglos de los siglos con el mote de Pequeño K.
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“(…) te diré que en mi „Diario patagónico‟ sos mi hermano mayor (…) Salió así y me
quedé sorprendido pero ya no tenía ganas de desarticular la cosa, de romper un todo que
tiene sus ritmos y sus misterios (…) Creo que mi diario tendrá una vida más o menos
larga aunque no para muchos. Exige imaginación y cierta preparación intelectual, yo
soy parco en palabras (…)”

“Y cuanto más hablo yo en el diario menos convincente me vuelvo. Y vos creciendo. Y


ahora, boludito, date cuenta de mi grandeza espiritual y de mi generosidad: cuando
advertí que las cosas en mi texto ocurrían así, no modifiqué nada. Sí señor, para ser
grande hay que achicarse un poco (¡Vos sos grande por grande y yo por generoso!) Y la
despedida sí que me salió como una obra maestra, muy pausada, muy conmovedora (…)
Sí, en mi texto te reprocho benignamente que sos monotemático y tautológico, pero,
ojo, todo esto para elevar tu originalidad artística. Porque sos un artista y a la vez una
obra artística viva, caminante, respirante. Una obra maestra en su categoría”
Este elogio tiene algo de irreal, pareciera que el Pequeño K me estuviera diciendo: te
doy para que me des, en todo caso resulta claro que tiene algo de ridículo y de falso, es
un elogio calculado, arrogante y de una falsa modestia cuando se compara conmigo.

A pesar de todas sus diferencias los polacos se unen en Gombrowicz, pero


recientemente se ha producido un cambio muy importante, y según parece el Pequeño K
había previsto ciertos acontecimientos que dan cuenta de un giro siniestro de la historia,
un giro muy negativo a los que está muy acostumbrada Polonia.
“La suerte de Gombrowicz corre ahora un peligro enorme, está entre la espada y la
pared, por un lado los curas y por otro lado los admiradores, todo esto va a terminar
mal. „Ferdydurke‟ se ha convertido en una lectura obligatoria en los colegios y con el
tiempo lo van a banalizar por completo, jodiendo con su obra, simplificándola y
convirtiéndola en un lugar común. La única salvación sería prohibir su lectura en todo el
país por una o, mejor, dos generaciones”

Cuatro años después de que el Pequeño K escribiera estas palabras proféticas, los
comandantes de esa región de Europa que en la antigüedad se llamaba el País a las
orillas del Vístula, los Gemelos Pimentones, prohibieron la lectura de la obra de
Gombrowicz en todos los colegios de Polonia.
De cómo escriben los polacos sobre Gombrowicz poco puedo decir porque no conozco
el idioma, pero lo poco que conozco no es bueno. La Vaca es un gombrowiczólogo
que, como muy bien dice el Viejo Vate, lo plancha a Gombrowicz, escribe para los
congresos, para las editoriales y para el público y quiere quedar bien con todo el mundo.
El Pequeño K no es gombrowiczólogo, pero también lo plancha, sus textos están
dictados por la falta de esfuerzo, por la ligereza y por la pereza, Gombrowicz se hace
humo entre sus manos.

El Viejo Vate es otra cosa, es un poeta. En el número de noviembre de “Twórczosc”


comenta el “Diario patagónico” del Pequeño K, y otra vez habla de mí.
“Las opiniones de Kalicki sobre Gombrowicz se deben tal vez a su espíritu de
contradicción, especialmente para con Juan Carlos Gómez quien es para mí el más
importante exégeta de Gombrowicz entre los escritores vivientes de todo el mundo.
Ningún espíritu científico puede competir con él teniendo en cuenta su unión espiritual
muy particular con el maestro y sus competencias intelectuales tan singulares de las que
surgió como prueba sugestiva su brillante e insuperable trilogía gombrowicziana
publicada en „Twórczosc‟ (2004). Uno no llega a entender por qué esa trilogía no ha
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despertado interés en ningún editor de la patria del gran escritor a quien los
manipuladores de la autoridad nunca podrán esconder ni destruir”

WITOLD GOMBROWICZ Y ANTONI SOBANSKI

El Pato Criollo escribe en el prólogo de “Gombrowicz, este hombre me causa


problemas” unas palabras que me llamaron la atención, y no porque sean paradojales
como suele ocurrir a menudo con las afirmaciones de este notable gombrowiczida, sino
porque a primera vista parecen ciertas.
“El argentino y el extranjero: el extranjero asciende un escalón más en lo concreto de la
realidad al desterrase. Si bien suele hablarse del exilio como de un universal del que se
predican angustias y productividades, no se lo puede generalizar porque es un producto
biográfico de la Historia. El desterrado hace una construcción imperfecta, arma un país
con los fragmentos de otro. Es un trabajo parecido al de construir la felicidad, que se
arma con fragmento de otras vidas, fragmentos cuyos bordes nunca coinciden
exactamente”

Inspirado en este pasaje del Pato Criollo sobre el argentino y el extranjero me puse a
buscar algunos de los fragmentos de Polonia y de Europa con los que Gombrowicz
había armado a la Argentina y me encontré con algunas dificultades desde el mismo
comienzo del proyecto pues Gombrowicz no había asimilado muy bien que digamos en
su juventud esas partes con los que debía construir otro país.
En la Polonia de Gombrowicz no se daban cuenta de cuáles eran las verdaderas
relaciones que existían entre el arte y el mundo espiritual con la enfermedad. Para los
polacos el artista no era un neurótico que se curaba a sí mismo como dice Freud, sino un
creador con un exceso de fuerza vital y salud llamado talento. Mientras tanto
Gombrowicz andaba penando con las perturbaciones psíquicas de su herencia y con su
anormalidad, y esta falta de valor personal y estas anormalidades eran justamente las
que le permitían ubicar su obra en un clima más real y más trágico.

Le permitían también adquirir una distancia en relación a su debilidad y un sentido más


agudo sobre la salud y la normalidad. Pero los polacos no entendían que un enfermo
sabe mejor que un sano lo que es la salud, al igual que un hambriento sabe mejor lo que
es el pan.
Los ladrillos de París tampoco le sirvieron de gran cosa a Gombrowicz para armar a la
Argentina, especialmente en lo que concierne a una belleza argentina de la que estaba
enamorado.
“–¿Le gusta París?; –Así, así. A decir verdad no he visitado nada; –¿Por qué?; –No me
gusta levantar la cabeza delante de los edificios y, en general, las visitas turísticas me
aburren y deprimen; –¿Así que París no ha tenido la suerte de caerle en gracia?; –
Bueno... más o menos... no mucho; –Pero, cómo, ¿no le gustan las perspectivas de la
Place de la Concorde?; –Cómo no, siento respeto por todo ese Gótico y por el
Renacimiento. Lástima que la población no esté a la altura... Para ser sincero los
parisinos son más bien feos y carecen de encanto...”

Sobre el aspecto y el encanto de los polacos tampoco estaba muy seguro, pero algunos
polacos le resultaban realmente atractivos, como por ejemplo su amigo Antoni
29

Sobanski. Tonio era un periodista e hijo de una familia de la nobleza rica y


terrateniente, una persona de gran cultura, aunque no había terminado ninguna carrera
universitaria a pesar de que había comenzado varias.
Pertenecía al mundo cultural de la Polonia de antes de la guerra. Su libro, “Un civil en
Berlín”, reeditado hace unos años en Polonia es una colección de sus reportajes de
Alemania en los años 30. Viajó a Berlín varias veces y comentó el nacimiento y el
desarrollo del fascismoen Europa. Son textos muy buenos y muy profundos: vio los
peligros que pasaron desapercibidos para los gobiernos europeos, se dio cuenta cómo
terminaría todo esto. Durante la guerra se fue a Londres y allá murió. El punto flojo de
Tonio era su donjuanismo impenitente con el que había malogrado más de una familia.

Antonio Sobanski, uno de los hombres más característicos de la Varsovia de preguerra y


de las transformaciones que se producían en Polonia, no confiaba demasiado en las
caras de los polacos. Sobanski era un conde terrateniente, un bohemio que detestaba el
campo, que había roto con las tradiciones y que había asimilado todos los fermentos
intelectuales y artísticos. Gombrowicz estaba deslumbrado con ese aristócrata
extraordinariamente inteligente, un europeo de una gran cultura y de modales perfectos.
No era snob ni un pedante amanerado, era un hombre de elite, pero su terreno de acción
se limitaba a la clase superior. Más que nadie sabía que el encanto de una nación, su
capacidad de fascinar y seducir, eran armas más poderosas que los cañones, y que el
mundo trataba de un modo totalmente diferente a un pueblo que lo impresionara por su
estilo y por su encanto en cambio de por su poder de fuego.

“Veía en el país un material de primera categoría, creía que los polacos, llenos de
temperamento, fantasía, sensibles al arte, hubieran podido seducir al mundo si no fuera
por una terrible combinación de esclerosis, de provincialismo, de falsa vergüenza, de
pathos y de una virilidad militar forzada, una mezcolanza que les confería una rigidez
atroz”
Con estos fragmentos tan heterogéneos Gombrowicz llegó a la Argentina y se propuso
armar un país caracterizado por su diversidad de razas.
Si bien es cierto que los inmigrantes de todos los países del mundo suelen vanagloriarse
llenando de alabanzas a su país natal, los polacos son una caso muy especial, tanto que
Dostoievski acostumbraba a decir que cuando los polacos se van de Polonia y pisan
suelo extranjero se declaran condes.

Gombrowicz mismo escribió en los diarios muchas páginas referidas a esta


característica que tienen los extranjeros de hacerse su propia propaganda, maniobra de
la cual Gombrowicz no estaba exento.
Y puesto que desde su llegada a la Argentina se había especializado en dar charlas
sobre el amor europeo tomando como ejemplo el modelo del donjuanismo de Sobaiski,
empezó a incursionar en el amor de los jóvenes argentinos en las reuniones que tenía
con Chinchina Capdevila y sus estudiantes amigas.
“La amargura de la parte masculina de los jóvenes argentinos respecto al amor libre es
enorme, tanto más que la imaginación y las mentiras de los europeos les pintaban a la
lejana Europa como un lugar donde ocurrían maravillas”
El joven inmigrante le llenaba la cabeza al joven argentino, recurriendo a un tono de
superioridad despreocupada, con historias de mujeres que en su país eran más modernas
y no ponían inconvenientes, y el joven argentino escuchaba todos esos relatos lleno de
admiración y de envidia.
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Para Gombrowicz la esencia de una nación no se manifiesta en los análisis sino en la


acción. El arte y el hombre son imprevisibles para sí mismos, la literatura no soporta los
programas ni el sometimiento a las teorías, sólo acepta la audacia y el descaro creativos.
La falta de una relación directa con la vida es la causa del carácter secundario de las
culturas de las naciones secundarias, naciones tímidas y sin desenvoltura, que no son
creativas porque no tienen contacto directo con la vida.
Cuando Canal Feijoo y Gombrowicz se encuentran en Mendoza por casualidad se dan
unas palmaditas en el hombro: –¿Qué hace usted por aquí?; –He venido por negocios.
Venga conmigo. Allí, a la vuelta de la esquina, se está celebrando un encuentro de
poetas de Catamarca con ocasión de un concurso de belleza.

Era una reunión de ínfima categoría, un público grosero hacía ruidos estrepitosos,
mientras las candidatas asustadas, temblaban y se agitaban como mariposas. Los poetas
encargados de honrar a la reina esperaban junto a la pared muy bien vestidos. A
Gombrowicz le vinieron a la memoria los jóvenes poetas polacos de antes de la guerra,
vestían una ropa que era el colmo de la miseria y el descuido pero escribían un poco
mejor que los argentinos.
“Conmigo muestran desconfianza –ya me conocen–, y uno de ellos me advierte de
entrada: –Tú, Gombrowicz, ¡sobre todo no hagas el tonto!; –¿Yo? ¡Qué va! –digo
pacíficamente– ¡Jamás! La pena es que vosotros sí que hacéis el imbécil. Os han traído
aquí para que cantéis la elección de la reina de la belleza, siendo la cosa menos poética
que podía ocurrirle a un poeta moderno. ¡Una trivialidad antipoética y sentimentalona!
¡Puro kitsch!; –¡Eres un bobo! Se trata de provocar un escándalo. Somos seis y cada
uno de nosotros va a declamar su poema para reivindicar la libertad sexual.
¿Comprendes?”

La prudencia femenina en la Argentina no procede solamente de España, es también el


resultado de una manera de vivir tranquila y burguesa, pensada para fundar una familia
e instalarse en una casita con jardín.
La joven argentina tiene todas las posibilidades de casarse bien y de pasar el resto de su
existencia honradamente y sin riesgo.
“A esas vírgenes una aventura, sencillamente, no les va bien. Por tanto, todo aquí está
calculado para obligar al hombre a casarse, política femenina que ha triunfado
incondicionalmente sobre el deseo de aventuras del hombre (...)”
“Lo que pasa es que... el diablo está al acecho. El hombre está al acecho. Y mis poetas
se estaban preparando para una ofensiva”

WITOLD GOMBROWICZ Y CHARLES BAUDELAIRE

En su estudio sobre Baudelaire Sartre trata de mostrar de manera concreta que lo que se
denomina el destino de un hombre es siempre idéntico a su libre elección de sí mismo.
Baudelaire eligió siempre existir para sí tal como apareció en la mirada de los demás, es
el hombre que ha elegido verse como si fuera otro ser, su vida es sólo la historia de ese
fracaso.
También Gombrowicz quería existir para sí tal como aparece en la mirada de los demás
cuando hace conocer en los diarios su intención de que los lectores vean en él lo que él
les sugiere que es. Quería imponerse a los hombres con esa personalidad sugerida para
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quedar luego sometido a ella por el resto de su vida. Quería diferenciarse en los diarios
del pensamiento dominante y obligar a los lectores a confirmar esa diferencia que él
mismo establecía, para descubrir la naturaleza de su presente y unirse a los lectores en
una nueva actualidad.

Baudelaire eligió verse en su madre como si fuera otro ser, y Gombrowicz eligió a los
lectores con el mismo propósito. Los lectores eran respecto a él esa misma mirada
paterna que demandaba en su niñez para que observara el despachurramiento al que
sometía a las pobres ranas.
Las madres de Gombrowicz y de Baudelaire, sin proponérselo, empujaron a sus hijos a
un desatino y a un absurdo que ellos más tarde convirtieron en uno de los elementos
más importantes de sus arte, pero por caminos muy diferentes.
La relación que Gombrowicz mantenía con su madre tenía todas las características de
un drama clásico, a veces cómico y otras veces trágico, una relación en la que sus
verdaderos sentimientos eran contradictorios.

Luce el sol; –Pero ¿qué dices?, ¡si está lloviendo!; –¡Qué manía tenéis de decir siempre
tonterías!; –Bueno, digamos que no llueve, pero si empezara a llover, llovería. Era un
deporte con el que su hermano Jerzy y él arrastraban a la madre a discusiones absurdas,
una de las primeras iniciaciones en el ejercicio de la dialéctica que tuvo Gombrowicz: –
¡Otro divorcio en la familia!; –¿Qué estás diciendo?, ¿otro divorcio en la familia?, ¡no
es posible!; –Te lo aseguro, me lo contó la tía Rosa, parece que ella se enamoró de su
peluquero; –Cielos, qué escándalo. Al final de esta conversación teatral entre Jerzy y
Witold aparecía la madre temblando de indignación: –¡Si la mujer de Henryk es tan
desvergonzada no volveremos a recibirla!: –Pero, ¿por qué?, la tía Ela se divorció dos
veces y ahora juega al bridge con sus tres maridos, dice que forman un equipo perfecto
y que gracias a sus divorcios sus hijos tenían el doble de parientes.

No le reprochaba a su madre el ser como era. En otros órdenes, tenía cualidades


excelentes: bondad, nobleza, probidad, inteligencia, mientras sus debilidades eran un
poco el producto de sus nervios y el resultado de la vida artificial y de una educación no
menos artificial que había recibido. Pero el hecho de no querer ser lo que era, de no
reconocerse a sí misma, terminó vengándose de ella, porque los hijos le declararon la
guerra. Fue allí donde Gombrowicz comenzó su dolorosa aventura con las diversas
distorsiones de la forma polaca.
“En el mismo año 1933, en que se publicó mi primer libro, murió mi padre. Hacía
meses que estaba enfermo, pero su empeoramiento se produjo en forma repentina, de
modo que sólo mi madre y yo asistimos a su muerte (...)”

“Mis hermanos no llegaron del campo hasta el día siguiente. Esa muerte me ha dejado
recuerdos bastantes vergonzosos. Cuando expiró, intenté abrazar a mi madre para al
menos de esta forma mostrarle mis sentimientos, pero el gesto me salió con torpeza y en
un abrir y cerrar de ojos me di cuenta de toda mi miseria: era incapaz de tener unos
sencillos reflejos humanos, de mostrarme cordial, cariñoso, estaba paralizado por la
forma, por el estilo, por toda esa maldita manera de ser que me había creado... ¡resulta
pues que no había sido capaz de aportar un poco de calor a mi propia madre en
semejante momento! En nuestra familia vivíamos distanciados, éramos demasiado
críticos, irónicos, sarcásticos, teníamos un exagerado sentido del ridículo, lo cual
mataba en nosotros cualquier reflejo espontáneo (...)”
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Baudelaire, a diferencia de Gombrowicz, había elegido verse en su madre como si fuera


otro ser. Cuando murió su padre Baudelaire vivía adorando a su madre, ignoraba que
existía como persona, se sentía unido al cuerpo y al corazón de su madre por una
especie de participación primitiva y mística.
“Yo estaba siempre vivo en ti, tú eras únicamente mía. Eras un ídolo y un camarada a la
vez.”
La madre era un ídolo, el hijo estaba consagrado por el afecto que le profesaba la
madre; lejos de sentirse una existencia errante, vaga y superflua, se piensa como hijo de
derecho divino. Está siempre vivo en ella: esto significa que se ha puesto al abrigo en un
santuario. Y precisamente porque se absorbe entero en un ser que le parece existir por
necesidad y por derecho, está protegido contra toda inquietud, se funde con lo absoluto,
está justificado.

Este poeta maldito, comprometido por su participación en la revolución de 1848 y por la


publicación de “Las flores del mal” en 1857, acabó por desatar una violenta polémica
gestada en torno a su persona. Los poemas fueron considerados ofensas a la moral
pública y a las buenas costumbres y su autor fue procesado.
“Todos los imbéciles de la burguesía que pronuncian las palabras inmoralidad,
moralidad en el arte y demás tonterías me recuerdan a Louise Villedieu, una puta de a
cinco francos, que una vez me acompañó al Louvre donde ella nunca había estado y
empezó a sonrojarse y a taparse la cara. Tirándome a cada momento de la manga, me
preguntaba ante las estatuas y cuadros inmortales cómo podían exhibirse públicamente
semejantes indecencias”

Las cartas que Baudelaire le escribe a su madre son un relato completo de su vida
personal, en las que le habla de las deudas, de los escándalos, de los disgustos y de una
humillación continua que va transformándose en un reclamo desesperado de dinero y de
amor.
“Mi querida madre: si posees realmente un alma maternal y si todavía no estás harta,
ven a París, ven a verme, e incluso ven por mí (...) Ya no soy aquel niño ingrato y
violento. Largas meditaciones sobre mi destino y sobre tu carácter me han ayudado a
comprender todas mis faltas y toda tu generosidad. Pero, en resumidas cuentas, el mal
ya está hecho, hecho por tus imprudencias y por mis faltas. Es evidente que estamos
destinados a querernos, a vivir el uno para el otro, a acabar nuestra vida lo más decorosa
y lo más tranquilamente que sea posible (...)”

“Y no obstante, en las circunstancias terribles en que me encuentro, estoy convencido


de que uno de nosotros matará al otro y de que terminaremos por matarnos mutuamente.
Después de mi muerte, tú no podrás seguir viviendo, eso está claro. Yo soy el único
motivo que te hace vivir. Después de tu muerte, sobre si todo si murieses a
consecuencia de un choque causado por mí, me mataría, eso es indudable (...) Hubo en
mi infancia una época de cariño apasionado hacia ti; escucha y lee sin temor. Nunca te
habré dicho tanto (...) Más tarde, sabes que atroz educación quiso tu marido que me
diera; tengo cuarenta años y no puedo pensar sin dolor en los colegios, lo mismo que en
el temor que me inspiraba mi padrastro (....) Finalmente, pude hacer mi vida y desde ese
momento se me dejó caer del todo (...)”

“Sólo me atraía el placer, una excitación permanente; los viajes, los muebles preciosos,
los cuadros, las mujeres, etc. Hoy recibo cruelmente el castigo por ello (...) Es evidente
que si no hubiera habido tutor, todo se lo hubiera llevado la trampa, no habría habido
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más remedio que tomarle el gusto al trabajo. Ha habido tutor, „todo se lo ha llevado la
trampa y soy viejo y me siento desgraciado‟ (...) Sé que esta carta te afectará
dolorosamente, pero en ella hallarás de buen seguro un tono de dulzura, de ternura e
incluso de esperanza que muy rara vez has oído. Y te quiero”

WITOLD GOMBROWICZ, KRYSTYNA RODOWSKA Y KLEMENTYNA


SUCHANOW

“En nuestro país la inteligencia, la sutileza, la razón, el talento, están indefensos ante
toda clase de inferioridad proveniente de los bajos fondos de la sociedad, la miseria, las
extravagancias, el salvajismo, las desviaciones y desenfrenos, el embrutecimiento y la
brutalidad; por eso a quien llamamos intelectual ha estado siempre y sigue estando algo
atemorizado... Lo único que quizás haya cambiado es que hoy en día esa violencia del
inferior sobre el superior está mejor organizada...”
Yo no sé si será por estas palabras que Gombrowicz escribió hace casi medio siglo, o
por alguna otra razón, la cosa es que cuando pienso en Polonia tengo un poco de miedo
aunque, lo reconozco, no esté amenazado por sus bajos fondos ni por ninguna otra cosa
de la que tenga conciencia.

“Literatura na swiecie” es una revista literaria polaca que compite con “Twórczosc”, el
órgano de prensa de los homoeróticos a juicio de la Vaca que publica mis escritos; los
jóvenes hacen cola detrás de la primera revista y los más añosos detrás de la segunda.
Krystyna Rodowska, integrante de la familia de la Madame du Plastique, es una poetisa
polaca ilustre y eximia traductora, publicó en “Literatura na swiecie”, “El jueguito
continúa”, una nota que no está nada mal en la que hace reflexiones sobre “Cartas a un
amigo argentino”, el libro editado por “Emecé”.
En un momento determinado del escrito se pregunta sobre mis verdaderas intenciones.
“¿Qué es lo que se esconde detrás de esa determinación y de esa obsesión con la que
ahora Gómez se está esforzando por conseguir la gloria, no solamente la del querido
„Maestro‟, sino también la suya?”

En ese tiempo Krystyna Rodowska mantenía un conflicto amargo con Klementyna


Suchanow y con la Vaca a causa justamente del desempeño que tenía la joven
gombrowiczida en la revista de los jóvenes.
“No sólo yo, sino todos los integrantes de la revista estuvimos de acuerdo respecto de su
incompetencia e insolencia. Por esto, el nombre de la co-traductora que aparece en la
revista no es abiertamente el mío (...), de acuerdo a un buen consejo que me dio Piotr
Sommer, pues Klementyna no merecía el respaldo que hubiera podido darle mi nombre
(...) La actitud de Jarzebski hacia mí es de mala fe, lo hace para ponerse del lado de su
joven amiga, Klementyna (...) Jarzebski es un psicólogo tan capaz y listo como lo es
Klementyna en materia de traducciones y escritura”

Cuando la Suchanow vino a Buenos Aires y trajo en su cartera “El drama del ego en el
drama de la historia”, una nota escrita por la Vaca, pensé que era una de esas jóvenes
adoratrices de las que él me hablaba en sus cartas. Como a la oportunidad la pintan
calva decidí aprovechar esta ocasión para desacreditar la actividad de Klementyna en
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Buenos Aires y para darle celos a la Vaca, entonces le escribí una carta uno de cuyos
pasajes dio la vuelta al mundo.

“Klementyna Suchanow se vino con tu „El drama del ego en el drama de la historia‟
debajo del brazo; nos comportamos como dos actores consumados, mientras ella
destacaba tu actividad sobresaliente de investigador gombrowiczida yo le deslizaba
sobre la mesa el „Goma‟ de Henryk Bereza. Con apuro y muy poco interés cada uno
leía, o fingía que leía, yo tu texto, y la Suchanow el del Viejo Vate (...) Ahora bien, ¿de
dónde sacaste que Klementyna no me gusta?, me gustó y muchísimo, el que parece que
no le gustó a ella fui yo. Date cuenta, la vi una sola vez durante siete horas seguidas al
cabo de las cuales yo tenía, por la parte baja, unas diez ginebras encima. Al principio
me pareció una espía tuya, una ayudante de la facultad, una especie de Vaca pero de un
nivel más bajo, sin embargo, a medida que pasaban las horas y las ginebras, me empezó
a deslumbrar su encanto, en parte espontáneo pero en mucho mayor medida,
premeditado”

“Cuando sacó una banana del bolso y se la comió ya era para mí una diosa de la
juventud. No recuerdo ni media palabra de la conversación, lo que sí recuerdo es que
pasadas más o menos dos horas empecé a tener ensueños eróticos con la joven, me
imaginaba que se iba desnudando poco a poco, que empezaba a jadear, le recorría el
pubis y los senos con los ojos de la imaginación, yo no participaba con mi presencia en
ese sueño, era sólo para Klementyna, no la iba a atormentar a la pobre con mi aparición
ni siquiera en sueños, y ella seguía revolviéndose los cabellos, cerrando los ojos... No
me volvió a llamar, y yo, después de ese encantamiento que ella, por lo menos en parte,
debió percibir, no podía insistir. Aunque sé muy poco de lo que hizo por acá es seguro
que su paso despertó sentimientos variopintos y enamoramientos ocasionales”

“Pero, che, ¿qué hay detrás de la Suchanow? Supe recientemente que en “Literatura na
swiecie” no tienen una buena opinión de ella, dicen que detrás de esa carita inocente y
bella (sí, sí, hermosa como Isabella Rossellini) se esconde una arpía terrible, una
farsante desvergonzada, una arribista ignorante, gente de Polonia le está pidiendo a la
Madame du Plastique, desconsolada, que le corte el paso en Buenos Aires, que no le dé
apoyo, y la pobre Madame no sabe qué hacer porque la admira, es decir, la admiraba.
Resulta que Klementyna hizo su segunda aparición rutilante por la Argentina, ahora
como ponente en un congreso de literatura, esto me lo cuenta la Madame du Plastique
que no es muy buena relatora que digamos: le interesa muchísimo el reino mineral,
también el vegetal, el animal menos, las personas casi nada”

“El día de la ponencia la pobre Madame du Plastique se vino a las corridas desde San
Isidro con la esperanza luminosa de participar en la consagración de Klementyna, pero...
La conferencia sobre las relaciones de la literatura polaca con la cubana (Gombrowicz
vs Piñera) no despertó un gran entusiasmo; sus cuatro oyentes, entre los que se
encontraba la Madame du Plastique con su marido, que igualaban en cantidad a los
expositores, escuchaban atónitos la voz de la Suchanow casi inaudible que pronunciaba
palabras ininteligibles a una gran velocidad, y eso fue todo. María estaba muy
contrariada porque le había prometido una copia del texto de la ponencia, y no se lo
había dado. ¿Un pubis farsante?, ¿unos senos ignorantes?, ¿los cabellos y los ojos de la
Medusa?”
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Los investigadores de los pasos que han dado los hombres de letras en el transcurso de
sus vidas son unos obsesos que persiguen los detalles. Gombrowicz carga sobre sus
espaldas unos cuantos de estos especialistas, algunos de ellos forman parte del club de
gombrowiczidas.
La Suchanow, verbigracia, está juntando papeles de Gombrowicz y sobre Gombrowicz
casi desde el nacimiento y los cataloga con un cariño maternal, con el mismo que tienen
los entomólogos cuando clasifican los insectos. El riesgo que uno corre al ponerse en
contacto con estos investigadores especialistas es que, por la fuerza de la costumbre, nos
conviertan también a nosotros en un papel.
Gombrowicz estaba harto de estos expertos come papeles y de los que le cuentan el culo
a las hormigas.

“¿Qué impresión experimentáis al leer mi diario? ¿No la de un campesino de la región


de Sandomierz que se ha encontrado en una fábrica agitada por unas tremendas
sacudidas y vibraciones y se pasea por ella como si anduviera en su propia huerta? Aquí
tenemos el horno incandescente, en el cual se fabrican los existencialismos, aquí Sartre
prepara con plomo licuado su libertad responsable. Allá, el taller de la poesía, donde mil
obreros, sudando a mares y en medio de una carrera alucinante de cadenas de montaje y
engranajes, trabajan materiales cada vez más duros con un cuchillo
superelectromagnético cada vez más afilado; allí, unas calderas sin fondo en las que
bullen distintas ideologías, visiones del mundo y diversas fes. Aquí tenemos la vorágine
del catolicismo (...)”

“Allá, más lejos, los altos hornos del marxismo; aquí, el martillo del psicoanálisis, los
pozos artesianos de Hegel y las fresas fenomenológicas; después, las pilas galvánicas e
hidráulicas del surrealismo o del pragmatismo. La fábrica, gimiendo y precipitándose
entre estrépitos y torbellinos, va produciendo instrumentos progresivamente más
perfectos que a su vez sirven para perfeccionar y acelerar la producción, de tal modo
que todo se vuelve cada vez más poderoso, más violento y más preciso (...)”
“Pero yo me paseo entre estas máquinas y sus productos con gesto ensimismado y por
lo demás sin demasiado interés, igual que si me paseara por mi huerta, allá en el campo.
Y de vez en cuando, al probar este o aquel producto (como si fuera una pera o una
ciruela), me digo: –Hm, hm..., era un poco duro para mí. O bien: –Al diablo con esto, es
incómodo, demasiado rígido. O también: – ¡No estaría mal si no estuviera tan caliente!
Los obreros me lanzan miradas hostiles. ¡Acaba de aparecer un consumidor entre los
productores!”

WITOLD GOMBROWICZ Y ALICIA GIANGRANDE

Alicia Giangrande nacida en Polonia terminó sus estudios en la Facultad de Derecho de


la Universidad de Varsovia en el mismo año en que apareció “Ferdydurke”.
Emigrada a la Argentina después de la guerra se dedicó a la pintura, se casó con Silvio
Giangrade y fue una buena amiga de Gombrowicz.
“Estuve presente en el „bum‟ de „Ferdydurke‟ en Polonia cuando los periódicos
principales le dedicaron grandes artículos. A Gombrowicz lo conocí personalmente en
la Argentina en 1950, yo todavía vivía en el centro de Buenos Aires y de vez en cuando
venía a visitarme.
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Finalmente Alicia se mudó a la “Piedra amorosa”, así se llamaba la casa que tenían los
Giangrande en una quinta de Hurlingham, y es allí donde yo la conocí una tarde en que
le contaba a los invitados cómo había estado presente en la casa de Zofia Nalkowska el
día en que Bruno Schulz la visitó y le dio a leer “Las tiendas de color canela”.

Alicia y Silvio eran buenos, cordiales y lo querían a Gombrowicz. En esa quinta tuve
que padecer el primer encuentro con los Giangrande por culpa de una broma pesada que
me gastó Gombrowicz aprovechándose de mi ignorancia.
Desde muy joven la admiración había constituido para Gombrowicz un problema muy
especial. No sé que es lo que habrá hecho en Polonia pero por aquí entraba a las
exposiciones renqueando apoyándose en alguno de nosotros; si alguien le preguntaba
por qué renqueaba respondía que lo hacía para compensar algún desequilibrio de la
propia exposición, o que renqueaba porque le dolía mucho una pierna y que era una
verdadera lástima que la belleza de la pintura calmara mucho menos el dolor que una
aspirina.

Cuando me presentó las esculturas metálicas del esposo de Alicia hizo todo lo posible
para que yo no me pusiera en pose de admirador: –Vea, son unos pluviómetros muy
especiales que se fabrican aquí para una empresa agrícola. Yo no supe a qué atenerme
pues las esculturas de Chio no se diferenciaban gran cosa de esos artefactos, pero tenía
mis sospechas de que no eran pluviómetros.
Alicia Giangrande organizaba reuniones literarias en su casa con temas elegidos de
antemano, había preparado en su quinta una mesa redonda a la que dio en llamar: “La
influencia nefasta de Gutenberg en la literatura de nuestro tiempo”. Los invitados
principales eran Gombrowicz y Sabato, pero también estaban González Lanuza, Julio
Payro, Guillermo de Torre y otros más. Gombrowicz empezó a hablar de los escritores
en general y de los hombres de letras presentes en particular.

“Ustedes hablan de literatura sin parar pero en realidad ninguno ha leído a Shakespeare
ni a Cervantes; –¿Pero qué barbaridades está diciendo usted?; –Bueno, pero aunque los
hayan leído es seguro que no los comprendieron bien pues sólo un genio puede
comprender a otro genio”
Los viajes que hacía con Gombrowicz a Hurlingham a veces se convertían en una
aventura que poco tenía que ver con la literatura. Una noche regresábamos a Buenos
Aires. El tren estaba repleto, los coches de pasajeros estaban completos, viajábamos en
un coche de cargas. Un grupo de brutos fumaba e imprecaba cerca nuestro, y como
Gombrowicz los miraba con una mirada intensa de desprecio, ellos también nos
empezaron a mirar. Mientras crecía la tensión Gombrowicz empezó a hablar en francés,
un poco para mí pero, más bien, para la ciudad y para el mundo.

Yo no tenía ganas de meterme en líos con esos brutos, así que lo miraba y sonreía
beatíficamente. A Gombrowicz, sin ningún punto de apoyo, se le fue transformando la
mirada; del desprecio pasó al disgusto, del disgusto a la neutralidad, y de la neutralidad
al miedo. Estas situaciones se le debieron presentar con alguna frecuencia, Gombrowicz
que era un busca pleitos y un provocador.
“A veces venía a tomar el té con su amigo Gómez. Me acuerdo un día en el que quiso
oír unos discos. Escuchaba religiosamente la música con Gómez. En un momento dado,
salí al jardín. Todavía era invierno y encontré una gran flor de magnolia que acababa de
abrirse. Entré para decirle que viniera a ver lo bella que era. Witold me respondió sin
moverse: –Le creo, Alicia. Y siguió escuchando la música”
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En la casa de Hurlingham de los Giangrande se filmaron algunos pasajes de


“Gombrowicz o la seducción”, la película de Fischerman, el más entrañable de todos
resultó el de la pequeña niña polaca recitando el chip chip.
Antes del viaje que hicimos con Gombrowicz a Piriápolis, a fines de 1961, Gombrowicz
pasó unas vacaciones en la quinta de Alicia y Silvio Giangrande. Llevaba en la valija
varias decenas de páginas de “Cosmos” y el libro de un grabador alemán que le dedica a
Alicia.
“Noble Alicia, este regalo es de mi editor alemán. A mí, que soy un profundo ignorante
de la pintura, me deja indiferente. Piense un poco, Alicia, ¿dónde podría conseguir los
tratados de Lhote (en español) para Flor de Quilombo, mi protegido de Tandil. Hoy he
comido una milanesa con puré, lo que demuestra que mi hígado funciona más o menos
bien. Esta dedicatoria es existencialista al nuevo estilo. Me inclino ante usted y ante el
Gandhi (Silvio) de Hurlingham. W. Gombrowicz”

Los intentos que hizo Alicia para ayudar a Gombrowicz, igual que tantos otros intentos,
resultaron vanos. A pesar de todos los infortunios que había padecido no ponía ninguna
voluntad por aceptarlos.
Lo habían zamarreado en las pensiones cuando se escapaba sin pagar, había llegado
desfallecido a la casa de algún polaco para que le dieran de comer, había dormido sobre
papeles de diario en una casa de Morón, había recorrido los suburbios para que los
cadáveres le dieran de almorzar en los homenajes que le hacían al muerto. El hambre, el
frío y las chinches no le faltaron en los primeros años de vida en la Argentina.
“A veces me pregunto qué hubiera pasado si la seriedad con la que me toman en Europa
me hubiera sido demostrada allá, en la Argentina. Creo que hubiera sido un factor
negativo, porque mi literatura tenía que formarse en la soledad”

Grandes árboles, una casa blanca de una sola planta, y unos perros negros y greñudos
que demostraban su afecto saltando sobre los invitados. Silvio había sido capitán de la
marina de guerra italiana, y hablaba poco.
“Uno llega a un lugar, toma té, conversa, después abre la valija, dispone las cosas en la
habitación de los invitados... ¿No es uno de los temas centrales de mi vida? Escuchar
nuevos susurros, respirar aire extraño, penetrar en un sistema desconocido de sonidos,
olores, luces”
Gombrowicz había ido a Hurlingham a descansar y a encontrarse consigo mismo para
seguir con “Cosmos”. Alicia era pintora y Silvio escultor, se habían convertido poco a
poco en una pareja de plásticos.

“Al hablar con ellos, su dedicación al arte en esa quinta y ese proyecto suyo tan
mimado, me ha parecido próximo a la bancarrota; en lo que decían no había alegría,
sino más bien amargura, decepción, en fin, esas muestras de desencanto con que ahora
me encuentro continuamente en el mundo de la pintura”
En las artes plásticas se ha impuesto una manera de ver y de recrear que hace que una
persona del todo mediocre pueda llegar a crear una obra nada mala. Gombrowicz estaba
complacido con la decadencia de ese arte impuro que siempre había estado ligado al
instinto de posesión y al comercio, más que al placer estético.
Poco a poco Gombrowicz se fue dando cuenta que Helena, la sirvienta de la casa, no se
comportaba de un modo normal.
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Era aplicada y amable, pero... Alicia le cuenta que es paranoica, que el diagnóstico se lo
había hecho el psiquiatra.
“A veces tiene ataques, y me hace escenas, pero después se le pasa. Lo peor es que,
como dice el médico, es peligrosa, en el momento menos pensado puede tener una crisis
de verdad y agarrar un cuchillo; –¿Y no tenéis miedo de estar con ella? Cio pasa mucho
tiempo fuera de casa y usted está sola; –¿Y qué podemos hacer? ¿Despedirla? ¿Quién
emplearía a una loca? ¿Y su hija? ¿Qué hacer con la niña? ¿Enviar a Helena al hospital?
No está lo bastante loca, sería inhumano encerrar en un manicomio a una persona como
ella... Además los manicomios están repletos, son un verdadero infierno”
Había dos asuntos que Gombrowicz distinguía muy especialmente en sus rituales: el
placer que le proporcionaba la comida y el miedo a ser asesinado. Con el cuento que le
estaba contando Alicia Gombrowicz enseguida pensó que podía ser asesinado.

Comía con buen apetito, de una manera disciplinada y ceremoniosa y se negaba


sistemáticamente a compartir su habitación con nadie por temor a que lo estrangularan.
Esta aprensión la usó como argumento para escaparse de las casas de los Giangrande y
de los Swieczewski después de haber pasado unos días de vacaciones en ellas.
No existe manía de Gombrowicz de la vida de todos los días que no aparezca en sus
creaciones. El asesinato toma las formas de la antropofagia en el cuerpo de un niño al
que unos aristócratas se manducan en un almuerzo, de la estrangulación de animales y
de personas y, en fin, de todo tipo de muertes como en las obras de Shakespeare.
Mientras toma una decisión sobre qué hacer con la locura de la sirvienta sigue
meditando en esa casa de Hurlingham; a su juicio el hombre nunca se ha planteado
suficientemente el problema de la cantidad.

No es lo mismo ser un hombre entre mil millones que sólo entre doscientos mil. No es
lo mismo un hombre de la época de Demócrito que de la de Brahms.
“Vive en nosotros la conciencia del hombre único del tiempo de Adán. Nuestra filosofía
es la filosofía de los Adanes. El arte es el arte de los Adanes”
La expresión no sólo debería estar separada entre la fase ascendente de la juventud y la
descendente de la vejez, sino también debería identificar a qué cantidad de hombres
expresa.
La épica, la sociología y la psicología a veces expresan al rebaño humano, pero desde el
exterior, como a cualquier otro rebaño. No es suficiente que Homero o Zola se ocupen
de la masa ni que Marx la analice, esas voces deberían tener algo que nos permita saber
si pertenecen a un mundo de miles o de millones hombres, deberían estar saturadas de la
cantidad hasta la médula.

Estas reflexiones sobre la cantidad las hace a propósito de la sirvienta Helena. Si él no


se apiada de ella quién se va a apiadar. Pero no es la piedad de una sola persona,
también la piedad se ha multiplicado, sólo en Buenos Aires debe haber en ese momento
una cien mil almas apiadándose de alguien.
Y la piedad en grandes cantidades le produce risa, una risa muy particular y
tremendamente humana. Quiere comprobar si este problema es real o imaginario, pero
no tiene tiempo de saberlo, tiene que huir, que otros centenares de miles de cabezas se
ocupen de todo esto, él tenía miedo de ser asesinado.
Era tal la atracción que el asesinato ejercía sobre Gombrowicz que cuando sospechaba
que alguno de nosotros no había leído “Ferdydurke”, o lo había leído en forma
incompleta, nos preguntaba en qué capítulo asesinaban al conejo.
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Alicia era menos formal con otras personas que con Gombrowicz. Una tarde entró con
el Pterodáctilo a una casa de electrodomésticos de un amigo. Como el amigo no estaba,
en un descuido de la empleada, el Pterodáctilo agarró una aspiradora y los dos salieron
corriendo del negocio. Entraron al Petit Café de Santa Fe y Callao donde estaba sentado
el amigo conversando tranquilamente; –¿Qué hacen ustedes con esa aspiradora?; –No
sabés, es lo único que pudimos salvar, un robo con armas de puño en tu local, ¡qué
susto! El amigo salió corriendo del Petit Café como un loco, con la aspiradora en la
mano.

WITOLD GOMBROWICZ, RAFAEL CIPPOLINI Y MARCELO DAMIANI

El Cebollita es un distinguido integrante del club de gombrowiczidas al que conocí


junto al Aceitoso en el Centro Cultural de España cuando el Bucanero tiró la casa por la
ventana para presentar “Cartas a un amigo argentino” en una noche memorable.
Siempre aparecían juntos, llegué a pensar que eran una pareja, pero en lo que respecta a
Gombrowicz andaban detrás de cosas diferentes, el Aceitoso detrás de la
correspondencia y el Cebollita detrás de la traducción de “Ferdydurke”.
El Porcus Hungaricus, por aquel entonces un sombrío profesor de Literaturas Eslavas de
la Universidad de Barcelona y director de la revista “Lateral”, le pidió al Aceitoso que
se pusiera en contacto conmigo después de la aparición de “Cartas a un amigo
argentino” pues tenía interés en publicar parte del epistolario y un reportaje que tenía
que hacerme el Aceitoso.

Tuve algunos encuentros con el Aceitoso, en uno de ellos con mucha mala suerte pues
se le ocurrió regalarme un libro suyo dedicado. A pesar de todo eran más los
entretenimientos que los disgustos pues el Aceitoso sabía jugar al ajedrez. Nos
pasábamos las horas jugando, era muy buen jugador y me ponía en aprietos, estábamos
postergando el reportaje para el final pero finalmente el Porcus Hungaricus le puso un
plazo perentorio.
Para salir del apuro, yo no estaba muy inspirado que digamos para hacer un reportaje
con el Aceitoso al que consideraba un don nadie, se me ocurrió darle los reportajes que
ya me habían hecho Cristina Mucci, Roberto Alifano y Esteban Peicovich. Tan mal no
le salió, aunque se le notaban las partes pegadas, pero al lado de algunas cartas de
Gombrowicz y de otras mías que aparecieron el la publicación del Porcus Hungaricus,
pasó desapercibido.

El Pterodáctilo y el Buey Corneta presentaron en el Centro Cultural de España “Cartas a


un amigo argentino”, y debieron hacerlo junto al Asno, pero como el Asno no pudo
venir desde Tandil le escribió algunas cartas al Cebollita.
“(...) me imagino a Gómez hablando sin parar y riendo a carcajadas. Una vez me salvó
la vida porque estaba en un hospital con un ataque de hipo que me impedía tomar los
remedios que me salvaron la vida, y sólo de verle la cara, el ataque de risa (en el borde
de la muerte) me quitó el aterrador hipo que duraba tres días (...) Creo que el joven Alan
lo va a sobrellevar. Horas con Arnesto no son tan malas como horas con Goma (...) Yo
apuesto a que Goma no parará de hablar. Que todo sea a la mayor gloria de Witoldo (...)
Él era el interlocutor filosófico de Witold, encarnó la voz antagónica del diálogo en
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presencia del viejo (...) Yo mantuve una distancia que Witold siempre advirtió y tal vez
respetó más allá de las chicanas y las bromas. Goma fue más generoso (...)”

Como el Cebollita, a pesar de sus desvaríos patafísicos, quería aparecer como un


escritor serio y muy documentado, me pidió ayuda para escribir una nota sobre la
traducción de “Ferdydurke”.
Saqué copias de algunas páginas del “Gombrowicz íntimo”, la versión española pirata
de “Gombrowicz en Argentine” de Marcos Ricardo Barnatán que apareció en 1987, y
concerté un encuentro con el Cebollita en el Centro Cultural Borges, quería retribuirle la
gentileza que había tenido conmigo copiándome las cartas que le había escrito el Asno.
Pero el Cebollita me jugó una mala pasada y faltó a la cita. Se me ocurrió pensar que se
estaba vengando seguramente de algo que le había hecho yo, como se vengaba
Gombrowicz del Asno en Tandil cuando el Asno le hacía bromas pesadas, pero como
no sabía de qué se estaba vengando lo mandé a la mierda que lo parió.

Pasó el tiempo y la vida volvió a reunirnos junto al Esperpento en una mesa redonda del
Malba a la que dieron en llamar “Gombrowicz y los argentinos”.
El título de la ponencia del Cebollita, no podía ser de otra manera, tenía que ver con el
contenido de los documentos que me había pedido a mí: “La traducción al castellano de
„Ferdydurke‟ es un mito porteño”
El conocimiento que mostró en la disertación sobre este asunto no puede superarse, está
a la altura de las mejores exposiciones.
“Son muchos los que coinciden en que Gombrowicz conocía „Ferdydurke‟
absolutamente de memoria. Hace apenas unas horas, Juan Carlos Gómez (más conocido
en los círculos gombrowiczianos por su apodo, „Goma‟) volvió a narrarme
minuciosamente la portentosa escena (...)”

“El polaco ofrecía a su nuevo interlocutor (fuera quien fuese) la edición argentina de su
novela y le exigía que buscase y optase por tres palabras cualesquiera, pero
consecutivas; el desafío, curiosamente, era pare él mismo: se obligaba a responder con
exactitud la página en cuestión, ahí donde el desafiado subrayaba su arbitrio. Parece ser
que lo hacía por dinero y casi nunca se equivocaba (...)”
Así empezó el Cebollita una exposición muy documentada que cautivó a un público
entusiasta. La cantidad de enlaces que estableció para explicar esta traducción de
“Ferdydurke” fue muy grande, vasta nombrar el elenco de hombres de letras que
aparecieron en su discurso: Virgilio Piñera, Humberto Rodríguez Tomeu, Adolfo de
Obieta, Luis Centurión, Manuel Gálvez, Eduardo Mallea, Arturo Capdevila, Lafleur,
Roger Plá, Antonio Berni, Carlos Mastronardi, Coldaroli, Jorge Calvetti, Ernesto
Sabato, Raimundo Lida...

Y remató la conferencia haciendo mención a las segundas partes que, según todos
sabemos, nunca fueron buenas.
“Cuando hacia 1964 la Editorial Sudamericana decide sumar a su catálogo la novela que
es un éxito en Francia desde su publicación en 1958, Sabato vuelve a embestir y
aconseja reemplazar la histórica traducción por una nueva. Juan Carlos Gómez,
militante ferdydurkista desde 1956, año en que conoció a Gombrowicz en la Rex, le
escribe a Vence, donde reside, anoticiándolo de la intención sabatina. El polaco
responde de inmediato, defendiendo la labor del Comité: a fin de cuentas, no hacía otra
cosa que defender su memoria. Miles de palabras en su lugar exacto”
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Yo mismo estaba deslumbrado con el conocimiento del Cebollita, pero hacia el final de
la mesa redonda ocurrió algo que me hizo dudar sobre si la seguridad con la que hablaba
el expositor tenía un buen fundamento.

En efecto, el Cebollita le estaba comentando a una parte del público que se le había
acercado para felicitarlo, algunos de los contratiempos padecidos por Gombrowicz
mientras administraba justicia en los tribunales de París.
Alrededor de Gombrowicz suelen formarse algunas confusiones aunque no sé si alguna
alcanza la altura de ésta en la que el Cebollita lo pone a Gombrowicz administrando
justicia en los tribunales de París, pero hay una que le pasa raspando.
Gombrowicz y el Asno hacen un viaje a Montevideo y van a una conferencia que da
Dickman en la Asociación de Escritores. En la sala flota en el aire la cortesía, la
banalidad y el aburrimiento. Paulina Medero preside la sesión: –Tenemos el honor de
presentar al señor Gombrowicz a quien saludamos; quizás quiera decirnos unas
palabras; –Bien, Paulina, pero de hecho ¿qué es lo que he escrito? ¿Cuáles son los
títulos? Dickman acude en auxilio de Paulina: –Yo sé, Gombrowicz publicó una novela
en Buenos Aires traducida del rumano, no, del polaco, “Fitmurca”... no, “Fidefurca”. Se
produce un malestar generalizado.

WITOLD GOMBROWICZ Y ARTHUR SANDAUER

“¡Mísero de mí! Estoy en cama. Lumbago (...) Le aconsejo, Dominique, que no vaya en
coche con Sandauer; es un pésimo conductor (...) Desgraciadamente no puedo hacer
nada por el momento. Dentro de unos días me propongo elegir para usted un texto de
igual longitud que „Dante‟. Hitler es demasiado breve, son apenas dos páginas del
„Diario‟ (...)”
Las relaciones de Sandauer con Gombrowicz eran ambiguas. Sandauer tenía las manos
atadas en la Polonia Popular, además quizás estuviera tomando alguna revancha de lo
que Gombrowicz había escrito en los diarios sobre él. Lo había caracterizado como una
especie de escarabajo solitario que seguía su propio camino, un mastodonte, un monje,
un hipopótamo, un excéntrico, un inquisidor, un mártir, un aparato, un cocodrilo... un
sociólogo.

“En una literatura patriótica y moralizante como la polaca, Gombrowicz representa un


fenómeno excepcional. Basta con recorrer cualquiera de sus libros para convencerse de
que, en el lugar del patriotismo, lo que aquí domina es el egotismo, que el único
imperativo de esta obra es la fidelidad hacia sí mismo”
A juicio de Sandauer las tendencias progresistas se vieron contrastadas por el
implacable culto a la separación de la literatura de la vida. Fue el tiempo en que
Gombrowicz quería 'cuculizar' la literatura polaca, ejerciendo una gran influencia sobre
sus contemporáneos con su literatura dominada por el infantilismo y el subconsciente.
En su novela, cuyo título constituía ya de por sí un programa (puesto que 'Ferdydurke'
no significa nada), quiso reducir la vida humana a unos reflejos infantiles, y las
cuestiones sociales a la época de la niñez y a la esfera de los reflejos subconscientes.

Sandauer centró sus críticas a Gombrowicz sobre su homosexualidad y sobre su


fascismo.
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“Apuesto a que estos recuerdos de Berlín caerán las manos de gacetilleros, a que la
política bailará a su alrededor una danza negra, a que yo, artista, seré entregado al
articulista, yo, hombre, me convertiré en pasto de redactores, en blanco de los ataques
de publicistas, seré bocado de nacionalismos, capitalismos, comunismos y el diablo
sabrá qué más, me convertiré en víctima de ideologías y mitologías, además, seniles,
aniñadas, escleróticas, burocráticas y, en definitiva, perfectas para tirarlas a la basura”
Pero no solamente de gacetilleros, también había caído en las manos de Sandauer, que
después de los siete años de silencio que le venían de Polonia desde la época del
deshielo, escribe sobre su fascismo y sus perversiones sexuales.

Las confidencias que hace Gombrowicz sobre su homosexualidad son confesiones a


medias, porque no siempre lo había sido, y porque, a su juicio, casi no había hombre
que no hubiera experimentado esa tentación.
“¿Qué puede saber ese cactus de Sandauer, me pregunto, sobre el Eros, pervertido o no?
Para él el mundo erótico siempre será una habitación aparte, cerrada con llave, que no
se comunica con otras habitaciones de la vivienda humana. La sociología, sí, la
psicología..., éstas son las habitaciones donde se siente como en su casa. Pero el
erotismo es para él una monomanía (...) Algunos verán en mi mitología del „Joven‟ la
prueba de mis inclinaciones homosexuales; pues bien, es posible. No obstante, deseo
hacer una observación: ¿es seguro que el hombre más hombre permanece insensible por
completo ante la belleza del muchacho? (...)”

“Y aún más: ¿cabe decir que la homosexualidad, milenaria, extendida, siempre naciente,
no es otra cosa que extravío...? Y si ese extravío es tan frecuente, si se halla tan
universalmente presente, ¿no es acaso porque prospera sobre el terreno de una atracción
innegable?”
Las fábulas volátiles de los artistas son consistentes sólo cuando nos revelan alguna
realidad, la que fuere, y la pregunta que nos debiéramos hacer sobre las perversiones
eróticas de Gombrowicz es si ellas han llevado al descubrimiento de alguna verdad; si
no fuera así no vale la pena romperse la cabeza, sería un caso para ser tratado por la
medicina. Para Gombrowicz el hombre joven debe convertirse en un ídolo del hombre
realizado que envejece.

El dominio orgulloso del mayor sobre el menor sirve para borrar una realidad, la
realidad de que el hombre en declive sólo puede tener un vínculo con la vida a través
del joven, ese ser que asciende, porque la vida misma es ascendente.
La naturaleza insuficiente y ligera del joven es un factor clave para la comprensión del
hombre y del mundo adultos, existe una cooperación tácita de edades y de fases de
desarrollo en la que se producen cortocircuitos de encantamientos y violencias, gracias a
la cual el adulto no es únicamente adulto.
Estas afirmaciones, aunque no están formuladas abiertamente en “Pornografía”, son las
que determinan la naturaleza del experimento que lleva a cabo Gombrowicz con sus
tendencias homosexuales.

Pero, para cierta especie de críticos, la acción de esta novela es un fábula arbitraria y
mágica que ocurre simplemente por orden de Fryderyk, un personaje sobrenatural y casi
divino, que vendría a ser algo así como el alter ego de Gombrowicz.
Las naturalezas no eróticas como la de Sandauer tienen dificultades para penetrar en los
mundos eróticos, además, las obras de Gombrowicz son difíciles, sin embargo, la
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estupidez de los críticos debiera tener un límite, el límite de no escarbar en las


perversiones de Gombrowicz sin la capacidad de descubrir a qué consecuencias llevan.
El fascismo de Gombrowicz, en cambio, es irreal, de vez en cuando aparece como un
reflejo de su crítica al comunismo y especialmente al provincialismo polaco que lo
había atormentado desde su más tierna juventud.

En el año 1938 viajando de Roma a Venecia Gombrowicz conversa en el tren con


cuatro pilotos italianos: –¿Y si el Duce os ordenara bombardear todo esto, la iglesia, el
palacio, la procuraduría?; –Entonces no quedaría de esto ni una piedra. Esta respuesta
era de esperar, pero fue sorprendente para Gombrowicz la alegría con la que se lo
anunciaban de una manera triunfal. Lo que les encantaba tanto era el hecho de que se
sentían creadores de la historia, el pasado para ellos había llegado a ser menos
importante que el futuro, podían destruirlo. Este sentimiento de omnipotencia, aunque
no referido a las campañas militares y a los bombardeos, también lo tenía Gombrowicz.
Gombrowicz vivió en una época que experimentó un ascenso irresistible de la actividad
política cuyas formas más representativas fueron el fascismo y el marxismo.

Todas las posiciones políticas de Gombrowicz son ajustes de cuentas que hace entre el
individuo y la nación, un pedido de cuentas a ese pedazo de tierra creado por las
condiciones de su existencia histórica y por su situación especial en el mundo. El
propósito de Gombrowicz es reforzar y enriquecer la vida del individuo haciéndola más
resistente al abrumador predominio del estado y de las instituciones colectivas que
presionan sobre el hombre.
“La derecha veía en mí a un bolchevique, mientras que para la izquierda yo era un
anacronismo insoportable. Pero de alguna manera veo en ello mi misión histórica. Ah,
entrar en París con una desenvoltura ingenua, como un conservador iconoclasta, un
terrateniente vanguardista, un izquierdista de derechas, un derechista de izquierdas, un
sármata argentino, un plebeyo aristócrata, un artista antiartístico, un maduro inmaduro,
un anarquista disciplinado, artificialmente sincero, sinceramente artificial (...)”

Pero Gombrowicz se había tomado un descanso de un cuarto de siglo alejándose de


todas estas tensiones que lo habían perseguido en Europa.
“Veinticuatro años de esta liberación de la historia. Buenos Aires: un campo de seis
millones de personas, un campamento de nómadas, una inmigración procedente de todo
el globo terráqueo: italianos, españoles, polacos, alemanes, japoneses, húngaros, todo
mezclado, provisional, viviendo al día... Los auténticos argentinos decían con
naturalidad „qué porquería de país‟, y esa naturalidad me sonaba a maravilla después de
la furia sofocante de los nacionalismos”

WITOLD GOMBROWICZ Y CECILIA BENEDIT DE DEBENEDETTI

“Precisamente en la casa de los Berni conocí a Cecilia Debenedetti en su casa de


avenida Alvear donde hacía reuniones con un grupo de personas bohemias. Cecilia vivía
dentro de una especie de halo brumoso: conmovida, embriagada, espantada por la vida,
se despertaba de un sueño para sumirse en otro sueño aún más fantástico, luchando a la
manera de Charles Chaplin con la substancia misma de la existencia... no, era incapaz
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de soportar el hecho de existir, se trataba de una mujer de cualidades eminentes y


excepcionales, un alma muy noble de aristócrata”
Gombrowicz había conocido a la Condesa en la recepciones que hacía en su casa de la
avenida Alvear. Reuniones de bohemios, bailarines y chicas monísimas en las que
Gombrowicz se recuerda siempre con una copa en la mano.

“¿Conoces a aquellas dos chicas de allí, de aquel rincón?; –Son hijas de la señora que
está hablando con La Fleur. Te diré lo que cuentan de ella: se llevó dos chicos de la
calle a un hotel; para excitarlos les puso una inyección..., pero uno de ellos tenía el
corazón débil y se murió. ¡Ya puedes imaginarte! Una investigación, la policía..., pero
estaba bien relacionada, echaron tierra sobre el asunto, ella se marchó un año a
Montevideo”
Los jóvenes eran para Gombrowicz víctimas propiciatorias de la muerte y del sexo en
sus formas más intensas. El orden social descansaba sobre esos esclavos, que apenas
adolescentes eran tomados por el cuello para el servicio militar, obligados a jurar
obediencia ciega, preparados para matar y dejarse matar.

Gombrowicz consideraba a la juventud como un valor por debajo de los otros valores,
sin embargo, también como un valor cruel que destruye a los otros valores, un valor que
se bastaba a sí mismo, y hasta llega a decir que entre Dios y el joven se quedaba con el
joven. Pero los jóvenes de sus narraciones, por lo general, están en apuros.
Cecilia era una dama de los tiempos de su prehistoria argentina, debería correr todavía
mucha agua para que la Condesa, esa dama que había “resultado ser un báculo de
virtudes y un calor de encantos, a pesar de la neurastenia que la perseguía”, le abriera
paso a la resurrección de Gombrowicz apoyando la edición argentina de “Ferdydurke”.
Cuando a fines de 1945 Gombrowicz anuncia en el café Rex que va a regresar a la
literatura con la traducción de “Ferdydurke”, sus amigos se proponen ayudarlo. Era
preciso asegurarle la subsistencia para que se dedicara exclusivamente a la traducción.

“En lugar de buscar un mecenas habíamos tenido la idea de reunir a una docena de
amigos de buena voluntad cuya contribución sería de cien pesos cada uno, lo que nos
permitiría reunir mil doscientos pesos, o sea una subvención de trescientos pesos por
mes. Se precisaba que no se trataba de un regalo sino de un préstamo, pues los cien
pesos les serían devueltos a cada contribuyente cuando se cobraran los derechos de
autor. Era una especie de fondo nacional para las artes... Pero en esta ocasión, como en
tantas otras, la solución vino de parte de Cecilia Benedit de Debenedetti a quien
Gombrowicz dedicó la edición argentina de „Ferdydurke‟ (...)”
Cuando Gombrowicz traduce “Ferdydurke” al español, los miembros del comité de
traducción se empiezan a entusiasmar, de este entusiasmo Gombrowicz deduce algo que
anota en sus diarios mucho tiempo después.

“Era, pues, un libro universal. Era uno de esos pocos libros, poquísimos libros polacos
capaces de conmover realmente a los lectores extranjeros de la mejor categoría. ¿Y en
París? Me di cuenta de que la carrera mundial de „Ferdydurke‟ no era algo que
perteneciera sólo al dominio de los sueños, cosa que ya sabía de antes, pero se me había
olvidado”
Pero también hace una referencia a la indicación que le da a los lectores en el prefacio
para que se toquen la oreja derecha, la izquierda o la nariz según fuera el sentimiento
que les hubiera despertado el libro.
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“Con esta ligereza, incluso frivolidad, introduje a „Ferdydurke‟ en el mundo argentino;


y lo hice así porque ante este segundo debut mi postura era aún más intransigente con
respecto al lector y a su aceptación o su rechazo”

En las vísperas de la aparición de “Ferdydurke” Gombrowicz se refiere a la Condesa en


su casa de Salsipuedes pensando en millones de pesos.
“(...) estoy muy bien, en un lindo chalet con buena cocina y en compañía de la Condesa.
Ocurre que mi estadía aquí puede ser muy fructuosa y la Condesa es tan amable
conmigo que quiere presentarme a su prima que tiene dos millones y a varios otros
miembros de su familia que suman alrededor de diez millones, pero tengo que mantener
a toda costa mi prestigio y dignidad (...) ¡Qué culta, qué inteligente, qué fina es esta
mujer!”
La Condesa estaba deslumbrada con Gombrowicz y posiblemente también algo
enamorada.

“Nos veíamos a menudo en casa de los Berni; después Witold vino a nuestra casa.
Quería que abriera un salón: –No sea perezosa, Cecilia, celebre reuniones intelectuales
en su casa, la vida social es una obligación y no un placer (...)”
“A veces me invitaba al Rex y jugaba al ajedrez. Yo me quedaba sola sentada a una
mesa esperándolo. Esperaba, esperaba... y cuando había terminado de jugar, me
acompañaba a casa. En ocasiones, por la noche, íbamos a cenar al Sorrento de la calle
Corrientes, y cenábamos tranquilamente, contentos de nosotros mismos. Era un gran
amigo (...) En la calle Venezuela tenía colgado un cuadro que había pintado yo, era un
desnudo colgado al revés, quizás trataba de disimular el hecho de que le había gustado.
En el banco polaco le hacía creer a los empleados que yo era una condesa (...)”

“En mi casa de Salsipuedes, después de cenar, nos sentábamos en el porche a charlar.


Durante aquellas largas veladas se hablaba de todo (...)”
“Cuando terminábamos de conversar se iba al garaje donde estaba su habitación, yo veía
cómo se alejaba completamente solo. Todas las veces tenía la misma extraña impresión
al verle la espalda, se repetía todas las noches. Siempre de espaldas alejándose
completamente solo”
Seis años después de la legendaria traducción de “Ferdydurke” Bondy lee esta versión
argentina y escribe una nota, la primera aparecida en Europa Occidental después de la
guerra, una nota que le va abriendo el camino a Gombrowicz para su entrada triunfal en
París.

“Se trata de las aventuras de un hombre maduro, reintegrado por la fuerza a la


adolescencia y a la escuela, que se convierte en objeto de diversas empresas de
infantilización y de adultización. Publicaremos próximamente algunas páginas
características con la esperanza de que los amantes de Jarry se alegrarán de descubrir a
un Gombrowicz que, con una tradición eslava y gogoliana, payasesco, desafiante e
irónico, crea una obra que llega a ser hasta genial, en todo caso de una sorprendente
extrañeza”
Bondy no le pierde pisada a Gombrowicz y sigue escribiendo sobre “Ferdydurke” hasta
que, finalmente, la editorial Julliard le abre las puertas a un mundo que en Polonia y en
la Argentina le había sido hostil.

El restaurante Sorrento, donde acostumbraba a comer con Cecilia, se convirtió para


Gombrowicz en una especie de santuario gastronómico. Allí recibí enseñanzas sobre
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los modales de la mesa: el cuchillo sólo se utiliza si no se puede prescindir de él, nunca
para una omelette, una tarta, con el tenedor alcanza; la cuchara debe ingresar de costado
a la boca, nunca de punta; el caldo se debe absorber en silencio; no se deben tomar los
alimentos con las manos; lo que ingresa a la boca no puede salir por la boca: –¿Y los
carozos y las espinas?; –Arréglese, hay que sacarlos antes; jamás usar mondadientes y
mucho menos llevarse una mano a la boca para ocultar las maniobras que se hacen con
él.
Basta decir que Gombrowicz violaba una por una todas estas prohibiciones: –¿Qué
hace, Gombrowicz?; –Vea, Gómez, una vez que se sabe, está permitido.

Y es el Sorrento el que le da una idea sobre la que escribe un pasaje célebre en las
páginas de los diarios en el que convierte a la comida en un mecanismo que baila al son
de una música metafísica.
“A derecha e izquierda, burguesía. Las mujeres se meten en sus orificios bucales trozos
de carne mortecina y mueven la bocacha –eso les pasa al esófago y después al aparato
digestivo–, todo ello con cara de sacrificio, y de nuevo abren el orificio para llenarlo...
Los hombre se valen de cuchillo y tenedor; entre otras cosas, sus pantorrillas embutidas
en las perneras se nutren aprovechando el trabajo de los órganos digestivos..., ¿sería
francamente extraño abordar la actividad de la gente aquí reunida como la nutrición de
las pantorrillas...? (...)”

“Pero el mecanismo de sus movimientos está fijado en los más mínimos detalles, todas
estas operaciones están definidas y formadas desde hace siglos: alargar la mano para
alcanzar el limón, untar los trocitos de pan, conversar entre dos tragos, llenar los vasos o
servir los platos al margen de una conversación, con una sonrisa oblicua –una
uniformidad de movimientos casi como en los conciertos de Brandeburgo–; se ve aquí
la humanidad que se repite a sí misma sin descanso. La sala, rebosante de comilona, se
manifiesta en una infinidad de variantes, como una figura de vals repetida por los
bailarines; y la cara de esta sala concentrada en su eterna función era la cara de un
pensador”

WITOLD GOMBROWICZ Y MIHÁLY DÉS

El Porcus Hungaricus era el editor responsable, ésta es una manera de decir, de la


revista “Lateral”, una publicación de la misma “terra mítica” del Orate Blaguer.
Cuando el Aceitoso nos puso en contacto el Porcus Hungaricus sufrió una
transformación notoria y, aunque magiar, las cosas entre nosotros tampoco terminaron
bien, como no lo habían terminado con el catalán, no podía ser de otra manera.
Este sombrío profesor de Literaturas Eslavas de la Universidad de Barcelona le pidió al
Aceitoso que se pusiera en contacto conmigo después de la aparición de “Cartas a un
amigo argentino” pues tenía interés en publicar parte del epistolario en su revista, cosa
que hizo en mayo del año 2000.

Mientras que mi relación con el Orate Blaguer tuvo un ascenso rápido, un


amesetamiento prolongado y un final en caída libre con un intento de eliminación, la
que tuve con el Porcus Hungaricus fue distinta, al ascenso rápido lo siguió simplemente
la desaparición.
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“Tu último fax me fascinó. Me sentí partícipe impostor de una vieja pieza teatral que no
cesa: tú haciendo el perenne papel del Goma brillante y susceptible (...) he actuado
como un porcus hungaricus pero he cumplido con los grandes objetivos esenciales: 1)
Crear un maravilloso material con y sobre tu correspondencia con Gombrowicz 2)
Iniciar una amistad que va más allá de una mera y vulgar correspondencia y, en su falta,
puede convertirse en un metacarteo 3) Lograr que las chicas laterales se enamoraran de
ti”

El metacarteo del que habla el Porcus Hungaricus se debió en parte a una forma de ser
mía que con el transcurso del tiempo se vuelve inaceptable, y también al hecho de que
la mismísima revista había desaparecido.
Las razones que la llevaron a la bancarrota no son bien conocidas, pero no son pocos los
que piensan que algo que ver tuvo con su destino malogrado el aspecto un tanto dudoso
del elenco editorial que aparece en la fotografía en la que el Porcus Hungaricus se
distingue por su cabellera blanca.
La feliz circunstancia de que haya coincidido la reedición de “Gombrowicz en
Argentina” con el renacimiento de “Lateral” nos obliga con el Porcus Hungaricus, por
lo que lo estamos haciendo miembro otra vez del club de gombrowiczidas.

Yo vengo sometiendo a los editores, a los escritores y los embajadores a lo que


podríamos llamar las ordalías de los tiempos modernos para poder explicar los cambios,
mutaciones y metamorfosis que sufren mis relaciones con ellos con el transcurso del
tiempo. Una característica común que tienen estos juicios de Dios es que los acusados
son sometidos a pruebas invasivas pero extra corporales para encontrar la causa de la
transformación.
La repetición de este fenómeno se ha convertido para mí en un objeto decisivo, del
mismo modo que le había ocurrido a Gombrowicz con un cenicero.
“Yo miro esta mesa y me fijo en el cenicero. Si me fijo sólo una vez no pasa nada. Pero
si vuelvo al cenicero y lo miro otra vez, entonces me voy a preguntar por qué el
cenicero se ha convertido en un objeto más interesante que los demás (,,,)”

“Y si vuelvo a mirarlo una tercera y una cuarta vez, el cenicero se convierte en un


objeto decisivo. Por la repetición de un acto de conciencia se llega a dar una
importancia terrible a una cosa que no tiene aspecto de ser tan importante. Esta
emboscada de la conciencia tiene una gran importancia en mis obras”
Las transformaciones que sufren mis relaciones con algunos gombrowiczidas tienen un
cierto parecido con las mutaciones que observa Gombrowicz sobre la mano de un mozo
del café Querandí, una mano que pasa de una inocencia absoluta a una posesión
diabólica.
A las diez de la mañana estaba tomando un café en el Querandí. El mozo se le acerca y
Gombrowicz empieza a ponerle atención a su mano que cuelga silenciosa, secreta y
desocupada pero, de pronto, sin saber por qué, sus pensamientos vuelan hacia un árbol
que había visto una vez desde la ventanilla del tren.

La mano del mozo lo había asaltado de repente en medio del silencio. Al volver a su
casa la mano ya no estaba con él, pero una lectura que estaba haciendo de la conferencia
de Heidegger sobre Zarathustra le inyectó a la mano una nueva dosis de existencia. La
idea que lo llevó nuevamente al Querandí fue la del eterno retorno. Mientras se
preguntaba si debía preparar la ropa para lavar, en el mismo momento, ese ser de
Nietzsche que venía desde los primeros orígenes hasta las últimas realizaciones, estaba
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con él. Un ser representante de la amargura, la furia y el silencio de la humanidad.


Silencioso como la mano del mozo. ¿Qué estaría haciendo la mano en el Querandí
mientras Gombrowicz estaba en casa? Aquí ya podemos observar cómo por la
repetición de un acto de conciencia se llega a dar una importancia terrible a una cosa
que no tiene aspecto de ser tan importante.

Si dejara de pensar en la mano del mozo la mano se disiparía en la facilidad de la nada,


pero la mano volvía a él porque el había vuelto a ella con Nietzsche y poco tiempo
después con la mano del Embajador de Polonia con quien ahora estaba conversando.
Miraba esa mano diplomática apoyada en el brazo del sillón, pero no era ésa la mano,
sino aquella otra abandonada allá, como un punto de referencia. Gombrowicz empieza a
tener miedo del diablo, un sentimiento extraño para un incrédulo, pero la presencia del
mal convertía su ser en una existencia azarosa, inquietante y susceptible del diabolismo.
Le resultaba difícil aceptar cualquier tipo de certeza en un asunto en el que la falta de
datos tenía el mismo significado que su abundancia.
Su propia mano descansaba tranquila en el bolsillo, también descansaban tranquilas las
manos sobre las rodillas de los automovilistas que corrían en sus coches.

¿Y la mano del Querandí qué estaría haciendo? Estaba vagabundeando en la periferia de


sus límites en busca de no se sabe qué. ¿Y si Gombrowicz de repente se arrodillara ante
la mano? Sería un intento fallido, como siempre, de construir un altar cualquiera. Una
desesperación por agarrase de algo, de la mano del mozo del café Querandí.
Más tarde, en el restaurante Sorrento, se le acercó el mozo, también con una mano
desocupada igual que en el Querandí, una mano que sólo era importante porque no era
aquélla. Está adorando un objeto que él mismo enaltece. Se arrodilla frente a un objeto
que no tiene derecho a exigir que se postren ante él, de modo que el ponerse de rodillas
sólo depende de Gombrowicz. Escogió esa mano del Querandí para agarrarse de algo,
para tener un punto de referencia.

Pero no quiere que la mano haga algo con él, o de él. Ya es de noche, llega a un café de
Lavalle y San Martín. Discute con Gómez sobre el tema de Raskólnikov. Su punto de
vista es que en “Crimen y Castigo” no existe un drama de conciencia en el sentido
clásico de la palabra. El juicio de Raskólnikov no es de su conciencia, es un juicio
surgido de un reflejo, un juicio de espejo. Este tipo de reflejo se convierte también en un
mecanismo que nos lleva a decir todo lo que nos pasa por la cabeza. Esta conciencia de
espejo es como fijar la mano en alguna parte, fuera de nosotros, por la fuerza de un
reflejo. Así como se iba construyendo la conciencia de Raskólnikov, así es como se le
estaba construyendo esa mano a Gombrowicz. Esa mano se ha convertido en un
parásito, ahora se está alimentando de Dostoievski, no parará hasta chupar de
Gombrowicz todas las palabras que necesite.

Llegó la medianoche, habían pasado catorce horas desde el comienzo de la aventura.


¿Dónde estará la mano en ese momento? ¿Todavía en el Querandí? ¿Descansará en
alguna almohada y se habrá puesto a dormir?
“Me pareció tranquila al verla por primera vez en el Querandí... , pero se ha vuelto cada
vez más posesiva... , y yo mismo ya no sé qué es la que podría frenarla allá, en la
periferia... , donde está mi límite”
49

WITOLD GOMBROWICZ, INGEBORG BACHMANN Y GÜNTER GRASS

Todos los hombres, según sea el lugar donde nazcan, empiezan a tener desde jóvenes
algún sentimiento negativo hacia alguna nación, pueblo o religión. La geografía y la
historia pusieron a los polacos en el trance de temer y de odiar a los alemanes y a los
rusos.
Recién llegado a la Argentina Gombrowicz se niega a alistarse en el ejército polaco
cuando un emisario viene de Londres para convocar a los compatriotas a pelear contra
los nazis: –Un papel ingrato el incitar a la gente al heroísmo, cuando uno mismo está al
resguardo del peligro.
Pero veintitrés años más tarde se decide a correr el riesgo, aunque más pequeño que el
de la guerra, y se va a Berlín invitado por el senado alemán y por la Fundación Ford
para gozar de una beca de un año de duración.

El cambio brusco de la Argentina por Alemania es amortiguado por la poetisa austríaca


Ingeborg Bachmann, también con una beca de la Fundación Ford, de la que se hace muy
amigo.
Gombrowicz venía de un país como la Argentina con una inmigración procedente de
todo el globo terráqueo: españoles, italianos, polacos, alemanes, japoneses, húngaros...
“(...) ¿acaso la Argentina no me estaba predestinada cuando de niño, en Polonia, hacía
cuanto podía para no llevar el paso en un desfile militar?”
Ingeborg lo sentía como a un hombre solitario, abandonado por Polonia, por la
Argentina y por su médico, con poca voluntad de hablar o discutir con los berlineses y,
especialmente, como un hombre enfermo.

Ella vio detrás de su altivez, la bondad y la delicadeza que enmascaraba, sin embargo,
igual que a nosotros, también la torturaba: –Usted complica todo... espero que no llore,
sólo la quería torturar un poco, está bien así, y basta.
“En ese momento hubiera tenido que llorar, pero también reír. Tal vez era uno de sus
aspectos más reales, le gustaba torturar y, al mismo tiempo, no podía torturar (...) Era un
grandísimo escritor, muchos no se dieron cuenta de esto pero, no se les puede reprochar
nada, ya que Gombrowicz era muy extraño, orgulloso, y con unas poses que a veces
resultaban terroríficas”
Durante su estada en Berlín Gombrowicz intentó defenderse de los automatismos que le
venían desde la historia respecto a Alemania, motivo por el cual que se declaró un ser
ahistórico.

Las primeras impresiones que le dieron los berlineses tenían que ver con el idilio, la
cortesía, la corrección, la moralidad, la bondad, la tranquilidad, la cordialidad y la
belleza, por lo menos así nos lo dice en sus cartas.
“Que cosa extraordinaria los alemanes, difícil decirlo, me da una especie de risa crónica.
En esta ciudad que ha sido un infierno no se ve otra cosa sino salud, sonrisa,
tranquilidad, inocencia, perritos, amabilidad, cordialidad, bondad, aquí donde todo
estaba arruinado el nivel de vida es increíblemente elevado, si los mozos de café no
tienen coche como en Francia es porque el espacio es reducido. Todos tienen plata y
bastante, ni se sabe lo que es el proletariado, todos andan vestidos como usted o mejor
aún. Estuve en la ciudad estudiantil, mas coches que estudiantes, ahora bien, todos los
alemanes padecen de una estupidez extraordinaria, de veras que son estupidísimos (...)”
50

“Además no comen pan, el café es horrendo, no hay casi sandwiches y cuando sirven
ponen delante de la persona el plato con tostadas (hay), y el café con leche (crema) más
allá. Cada alemán sabe lo que tiene que hacer y lo hace así toda la vida sin el más
mínimo cambio. Ya sabe cómo son los mozos en Buenos Aires: envidiosos, amargados,
peronistas, bien, aquí son todos atentos, sonrientes, amabilísimos, corriendo, con
vocación verdadera de mozo, con profundo y sincero respeto. Cuando uno se da cuenta
de que casi todos eran asesinos torturadores (tienen arriba de cuarenta años)... esto es
realmente genial, no hay caso. Bolches no hay. Aman tiernamente a los yanquis. Son
cien por ciento europeos, antinacionalistas, pacifistas. Son geniales no cabe ninguna
duda”

Poco a poco, a pesar de que quería colocarse en la posición de un visitante ahistórico, el


pasado lo empieza a morder ya que, al fin y al cabo, el hoy es el resultado del ayer y el
ayer había sido monstruoso. Escuchaba cosas terribles: –Sabe usted, aquí cerca hay un
hospital en el que están encerrados para siempre hombres mutilados, demasiado
horrorosos para mostrarlos siquiera a sus allegados. A los familiares se les dijo que
habían muerto.
“Los mejores escritores Günter Grass, Peter Weiss, Uve Johnson, están aquí, no es gran
cosa que digamos, Arnesto es mejor, no es literatura espiritual sino social, estética etc.
Me respetan. En realidad Berlín es muy provinciano, casi como Santiago, o mejor
dicho, increíble mezcla de lo provinciano con lo ultra cósmico (...)”

“Anteayer inicié en el café Zuntz las reuniones artísticas pues quiero dotar a esta ciudad
de un café artístico (...) Lamentablemente, por ahora, no puedo insultar a nadie, lo que
otorga no sé qué de irreal al ambiente”
Desde Europa nos escribía que sus conocimientos sobre Sartre y sobre Heidegger le
alcanzaban y le sobraban para poner en aprietos a los más agudos intelectos de Francia
y Alemania, que Günter Grass no era gran cosa, que John Steinbeck era aburrido, que
Gabriel Marcel era un viejo boludo, que los escritores de Francia se parecían a los
perros de Pavlov y que sus cocineros deberían ocuparse de la literatura pues tendría
mejor gusto, y, en fin, que él era un gran escritor al que los demás no le llegaban ni a la
suela de los zapatos.

Los alemanes lo trataban con una hospitalidad y una amistad enormes, pero importaba
mucho para que fuera así su condición de polaco, era un hecho que pesaba en sus
conciencias, se sentían culpables.
Pero sus sonrisas no podían borrar la enorme agonía polaca; no podían seducirlo a
Gombrowicz, porque él no los podía perdonar. Hitler estaba presente en todos los
polacos asesinados y seguía presente en cada uno de los polacos sobrevivientes. Pero la
condena y el desprecio no eran los métodos que había que utilizar. Despotricar
continuamente contra el crimen solo contribuye a perpetuarlo, había que digerirlo,
porque el mal sólo se puede vencer en uno mismo.
Berlín Oeste era un caos que se ordenaba al azar, pero en Berlín Este imperaba la idea,
inflexible, silenciosa y rigurosa.

Resulta extraño que el espíritu reine con más facilidad en las tinieblas que en algo más
humano. Gombrowicz habla con un berlinés sobre este asunto.
“Vea usted, si uno mira por la ventana, tiene aspecto de siniestro. Pero, sabe usted, en
Berlín del Este la gente es mucho más simpática... Son amables, amistosos...
Desinteresados. No hay ni comparación con el berlinés occidental, tan materialista...; –
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¿O sea que usted es partidario de aquel sistema?; –No, todo lo contrario. La gente es
mejor porque vive en la miseria y en la represión... Siempre es así. Cuanto peor es el
sistema, tanto mejor es el hombre...”

Gombrowicz acostumbraba a dar consejos sobre los buenos modales y la elegancia. Si


bien la vida modesta que llevó en la Argentina lo tenía maniatado respecto a la
vestimenta, nos daba lecciones sobre cómo había que vestir. El principio general era que
no había que ponerse ropa demasiado nueva ni muy ajustada.
Como a Grass le reprochaban que acudía a las recepciones con ropa deportiva, encargó
un esmoquin violeta nuevo y muy ajustado para lucir en los desayunos y en los tés; la
impresión que causaba era horrible.
Gombrowicz sabía que la filosofía no le gustaba demasiado a Grass, entonces, en unos
de esos tés en los que había empezado a lucir el esmoquin violeta, llevó la discusión
hacia el terreno filosófico. Grass se inclinó hacia Gombrowicz de una manera amable: –
Disculpe, Gombrowicz, pero es que mi a hermana aquí presente le da un ataque de tos
nerviosa cuando se enumeran ante ella a más de seis filósofos a la vez.

“(…) „Peter Pan‟ fue reescrito por lo menos dos veces en el siglo XX. La primera en
1937 por el polaco Witold Gombrowicz, en su novela “Ferdydurke”; y la segunda en
1959, por el escritor alemán Günter Grass, en “El tambor de hojalata”. Son dos
versiones de Peter Pan, dos destinos diferentes (...)”
En cada una de estas novelas se perfilan rumbos distintos, itinerarios diferentes para los
Peter Pan del siglo XX. La bondad que le adjudica Gombrowicz contrasta con la maldad
que le endosa Grass al niño protagonista de su novela. Si en un caso la juventud se
presenta como promesa en la otra se la postula como problema.
En la novela de Gombrowicz el protagonista es un adulto que por un extraño hechizo,
una mañana se sorprende haciendo el papel del pavo, degradado a la condición de
adolescente.

Pero a la confusión original le sucederá un estado de plenitud. Al fin y al cabo no se la


pasa tan mal siendo un niño. Además se tiene el privilegio de la verdad sin que haya que
rendirle cuentas a nadie por ello.
La vida es un divertimento donde la transgresión a las reglas del mundo de los adultos,
carga con el consuelo de que se trata de una etapa que, tarde o temprano, va a pasar.
En cambio, Oskar, el protagonista de “El tambor de hojalata”, es un niño que vive con
vergüenza el mundo de los adultos. Alguien que se atrevió a pispiar el mundo mediocre
de los padres y decidió no crecer más. Se convirtió en un enanito monstruoso de tres
años de edad que se la pasa taladrando el tímpano de los mayores con el repiqueteo de
su tambor y los gritos distorsionados que pegaba.

La juventud es ambivalente. La inocencia puede asumir formas distintas y sacar a la


superficie experiencias muy diferentes entre sí. En los dos casos la juventud es algo más
que una estética, es una manera de habitar la sociedad.
Para Gombrowicz la juventud se vuelve una idea positiva, está relacionada con el santo
decir sí del niño y con una juventud que es la oportunidad de poner a la voluntad en el
centro de la escena, una voluntad que apunta a la creación y que lucha para conquistar
su mundo. Para Günter Grass, por el contrario, la juventud está vinculada a experiencias
negativas, autodestructivas, que socavan las bases de cualquier sociabilidad, que no
tardará en volverse contra su mundo.
52

No es tan fácil establecer un paralelo entre Gombrowicz y Günter Grass, algo que tienen
en común es que ambos pertenecían a la generación de las alforjas vacías cuando los
valores tradicionales del pasado dejaron de ser un refugio para los hombres.

“Me ha afectado el telegrama de Christian Bourgois a propósito del Premio Nobel que,
desgraciadamente, se me ha escapado con sus setenta mil dólares. El año que viene se lo
darán a un negro, después a un mulato, después a Günter Grass y después a mí, y
entonces me compraré un Mercedes deportivo de dos puertas”

WITOLD GOMBROWICZ Y MARTIN BUBER

“El casamiento” es una obra oscura, sonámbula, extravagante; ni yo mismo sabría


descifrarla por entero, tanta sombra hay en ella”
Gombrowicz empezó “El casamiento” durante la guerra con el propósito de escribir la
parodia de un drama genial al estilo de Shakespeare. Se propuso mostrar a la humanidad
en su paso de la iglesia de Dios a la iglesia de los hombres, pero esta idea no le apareció
al comienzo de la obra, en la mitad del segundo acto todavía no sabía bien lo que quería.
“El casamiento” representa la teatralidad de la existencia, una realidad creada a través
de la forma que se vuelve contra Henri y lo destruye. En esta obra Gombrowicz le abre
la puerta a sus percepciones proféticas. Es el sueño sobre una ceremonia religiosa y
metafísica que se celebra en un futuro trágico en el que el hombre advierte con horror
que se está formando a sí mismo de un modo imprevisible como un acorde disonante
entre el individuo y la forma.

Si no hay Dios, entonces los valores nacen entre los hombres. Pero el reinado de Henri
sobre los hombres tiene que hacerse real, las necesidades formales de la acción para
hacerlo un rey verdadero terminan por derrumbarlo y toda la transmutación fracasa;
Henri ha recibido un zarpazo de Dios.
En esta pieza de teatro se cuenta el sueño de un soldado polaco alistado en el ejército
francés que está peleando contra los alemanes en algún lugar de Francia. Durante el
sueño se le abren paso las preocupaciones que tiene por su familia perdida en alguna de
las provincias profundas de Polonia y se le despiertan los temores del hombre
contemporáneo a caballo de dos épocas. Henri ve surgir de ese mundo onírico a su casa
natal en Polonia, a sus padres y a su novia.

El hogar se ha envilecido y transformado en una taberna en la que su novia es la


camarera y su padre el tabernero, y ese padre miserable y degradado en una posada
miserable, perseguido por unos borrachos que se mofan de él, grita al cielo que es
intocable, y alrededor de esta exclamación se empieza a hilar toda la trama de la
historia.
“Por favor, no piensen que pueden permitírselo todo porque esto es una posada. ¿Pero
qué es esto? ¡Eh! Les entran las ganas, también es una calamidad que a esta arrastrada
todos la quieran manosear, no piensan más que en tocarla, todos la tocan y la sofaldan,
día y noche, sin parar, siempre igual, frotarla, sobarla, sofaldarla, y eso trae problemas
(...) ¡No te cases con ella! Porque el viejo borracho dijo la verdad”
53

“Ella tonteaba con Jeannot, en el pasado (...) ¡También yo los sorprendí sobándose junto
al pozo en pleno día, se toqueteaban y se buscaban, él a ella y ella a él, Henri, no te
cases!”
El padre tenía una idea un tanto rancia sobre su autoridad sobre el hijo y sobre la
humanidad.
“Y quien alce su mano sacrílega contra su padre cometerá un crimen espantoso,
inaudito, infernal, diabólico y abominable, que irá de generación en generación,
lanzando gritos y gemidos terribles, en la vergüenza y los tormentos, maldito de Dios y
de la Naturaleza, marchito, estigmatizado, abandonado”
Henri utiliza, a efectos de alcanzar sus propósitos, un procedimiento drástico para
hacerse de la autoridad que le arrebata al padre y, por lo tanto, a Dios.

“Es la paz. Todos los elementos rebeldes han sido detenidos. El Parlamento también ha
sido detenido. Aparte de eso, los medios militares y civiles, y grandes sectores de la
población, así como la Corte Suprema, el Estado Mayor, las Direcciones Generales, los
Departamentos, los Poderes públicos y privados, la prensa, los hospitales y parvularios,
todos están es prisión. Hemos encarcelado también a los ministros y, en general, a todo.
También la policía está en la cárcel. Es la paz. La calma”
Sin embargo, la verdadera autoridad de “El casamiento” Gombrowicz la encuentra en el
poder que tienen las palabras.
“¡Todo eso es mentira! Cada uno dice lo que es conveniente y no lo que quiere decir.
Las palabras se alían traicioneramente a espaldas nuestras (...)”

“Y no somos nosotros quienes decimos las palabras, son las palabras las que nos dicen a
nosotros, y traicionan nuestro pensamiento que, a su vez, nos traiciona. ¡Ah, la traición,
la sempiterna traición! (...)”
“Las palabras liberan en nosotros ciertos estados psíquicos, nos moldean... crean los
vínculos reales entre nosotros. Si tú dices algo como: „Si tú lo quieres, Henri, me mataré
de mil amores‟, parece en principio algo extraño, pero yo puedo responder con algo más
extraño aún, y así, ayudándonos el uno al otro, podemos llegar lejos (...) Asiste a la
boda, Jeannot, y cuando llegue el momento, mátate con este cuchillo”
Si el mundo existe como yo lo percibo o como una realidad anterior a la división en
sujeto y objeto, no son asuntos que le hayan quitado el sueño a Gombrowicz, pero sí se
lo quitó la consecuencia que se desprende de ellos: el carácter originario de su yo.

El yo es una idea poderosa porque es el origen de todas las cosas, y también por la
grandeza que puede alcanzar ese yo en la forma de una personalidad. Que el yo sea el
origen de todas las cosas es una cuestión a la que le sale al paso Martín Buber cuando
lee “El casamiento”.
Había caído en las manos de Gombrowicz, “¿Qué es el hombre?”, un libro de Martín
Buber que había alcanzado una gran difusión, y descubre leyéndolo que el filósofo
utilizaba el concepto del “entre” en el mismo sentido que lo usaba él, entonces se anima
y le manda “El casamiento”.
Buber le escribe una carta muy cordial en la que le dice que era un experimento audaz y,
como tal, más importante que las curiosidades de Pirandello.

Pero también le dice que la tragedia sólo es posible si hay por lo menos dos personas, si
existe un antagonismo real entre dos personas diferentes, ajenas una a la otra que, por
esa diferencia, se pueden destruir mutuamente. Pero si lo que ocurre, ocurre entre una
persona y un mundo cuya existencia está tan solo en el poder de su imaginación, el
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resultado puede ser irónico o paradójico, satírico o burlesco, todo menos dramático,
pues no existe drama donde la resistencia del otro no es real. El psicodrama no es un
drama porque el otro que se encuentra en el fondo del alma, como espejismo o imagen,
no es y no puede ser una persona.
Los argumentos de Buber no le resultaron convincentes a Gombrowicz. Le contestó que
si una persona padece una enfermedad incurable, el drama se realiza entre el enfermo y
la enfermedad.

El sueño de “El casamiento” es un sueño sobre la realidad, y los miedos que enfrenta el
protagonista provienen de un contacto real con la vida, aunque sea un contacto con
personas creadas por su imaginación. Los hombres independientes no existen, y
nuestras ideas y sentimientos no vienen de nosotros mismos, se forman entre los
hombres, en una esfera peligrosa y poco conocida. Buber y Gombrowicz tuvieron una
corta y buena relación, el filósofo le dio la mano que le pidió el artista, pero al final del
cuento cada uno se quedó con su punto de vista.
“Se equivoca usted señor Gombrowicz: cuando tengo ante mí un auténtico autor, no
pregunto más, poco me importa que vea el mundo de la misma manera que yo o de otra
diferente, le digo lo que pienso de él y si puedo lo apoyo (...)”

“Pero usted vuelve a equivocarse. No poseo ya la misma influencia universal (...) No


obstante, como ya he dicho, tengo buena voluntad, pero como no sé a quién dirigirme
añado algunas palabras bastante claras en la tarjeta adjunta sin indicar destinatario y le
pido que las utilice como lo juzgue más conveniente(...)”
Gombrowicz responde esta carta de Buber con cierta desesperanza amarga pero con
agradecimiento.
“(...) Sin embargo, señor Buber, yo tenía la esperanza de que por algunas inclinaciones
de su espíritu podría haber gustado de “El casamiento”, no sólo como una obra literaria,
sino además como algo concebido no muy lejos de usted (...) Usted me parece una
persona muy interesante, aunque temo no conocerlo suficientemente, pero usted sabe lo
complicada que es la existencia, sobre todo para alguien como yo que tiene que perder
siete horas al día en asuntos que no tienen nada que ver con la filosofía ni con la cultura
en general (...)”

WITOLD GOMBROWICZ, LUCIEN GOLDMANN Y JORGE LAVELLI

Mientras la aproximación a “Ferdydurke” fue para nosotros, los de la barra del Rex, una
empresa más o menos normal, “El casamiento”, aun después de los procesos de
simplificación al que lo sometía Gombrowicz para facilitar su comprensión, se
constituyó en una especie de elemento rítmico que colaboraba con nuestra relación. El
“tempo poco claro” alcanzó alturas inconmensurables y servía para cualquier cosa, tanto
para delimitar algún principio filosófico como para dar cuenta de alguna ambigüedad
erótica. Y los versos: ¡Qué agradable en el five o‟clock del rey/ Llevar un flirt liviano en
forma discrecional!/ Embriaga y fascina de las mujeres el dorso/ ¡Y de los hombres el
torso!, fueron usados como una coda brillante que nos servía para pasar de un tema a
otro sin solución de continuidad.
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“El casamiento” produjo una gran confusión a la que no poco contribuyó el mismo
Gombrowicz. De ahí sacó una enseñanza que vale para la interpretación de toda su obra:
la primera aproximación a un texto no debe ser demasiado profunda, sólo poco a poco
se busca lo profundo, si es necesario.
Hay que tener como principio que si se puede acceder a una obra mediante una
interpretación simple, se debe prescindir de la difícil. “Metafísica, de acuerdo, pero hay
que empezar con la física”
Gombrowicz mantuvo una conversación con Diego Masson, el compositor de la música
para “El casamiento”, un diálogo extraño que contiene algunas apreciaciones estéticas
que no están hechas tan en broma como parece.

–He oído que el decorado estaba hecho con restos de coches viejos; –Sí, era excelente; –
¡Oh, qué feliz me siento de no haberlo visto, esos restos de coches!, me hubiera gustado
mucho más un lindo decorado gótico con muchos colores. Usted compuso además la
música para la batería, ¿no es cierto?; –Sí, es verdad, la música fue escrita para dos
bateristas, detrás de las cortinas había un gran número de instrumentos de percusión; –
¡Oh, qué feliz estoy de no haberlo escuchado!, sabe usted, a mí me hubiera venido
mucho mejor algo como Beethoven o Chopin.
Un episodio ilustrativo sobre si los espectadores habían entendido lo que Gombrowicz
había querido decir en “El casamiento” fue la participación de Lucien Goldmann, un
eximio profesor universitario presente en el estreno que tuvo lugar en París.

En la discusión que tuvo lugar al finalizar la representación y en un artículo publicado


en France Observateur titulado “La crítica no ha entendido nada”, Goldmann se
despachó sobre el que, a su juicio, era el secreto de la obra.
“El casamiento” era para Goldmann una narración traspuesta de los cataclismos
históricos de nuestro tiempo, la crónica de una historia tomada por la locura, una
parodia grotesca de acontecimientos reales.
Hasta aquí el profesor va más o menos bien, pero de repente empieza a desvariar con
sus representaciones mentales. El Borracho viene a ser el pueblo rebelde, la novia de
Henryk es la nación, el Padre es el Estado, y Gombrowicz mismo es un noble polaco
que había encerrado en estos símbolos un drama histórico.

“Intenté protestar tímidamente, de acuerdo, no lo niego. „El casamiento‟ es una versión


loca de una historia loca; en el desarrollo onírico o etílico de su acción se refleja lo
fantástico del proceso histórico, pero ¿qué Mania sea la nación y el Padre el Estado...?
¡Todo en vano! ¡Goldmann, profesor, crítico, marxista, cargado de espaldas, sentenció
que yo no sabía y él sí sabía! ¡El imperialismo rabioso del marxismo! ¡Esa doctrina les
sirve para agredir a la gente! Goldmann, armado de marxismo, era el sujeto, yo,
desprovisto de marxismo, era el objeto; unas cuantas personas que escucharon nuestra
discusión no mostraron ninguna sorpresa de que Goldmann supiera más de „El
casamiento‟ que yo mismo”
Goldmann insistió, con posterioridad escribió dos estudios sobre el teatro de
Gombrowicz, “Estructuras mentales y Creación cultural”, pero el pobre profesor,
después de esta experiencia gombrowiczida, nunca recuperó del todo la cordura.

“El casamiento” es la única obra que Gombrowicz publicó en español antes que en
polaco, un año después de “Ferdydurke”, pero todo ese mundo teatral tuvo que esperar
mucho tiempo, recién el 1963 el Régisseur Fanfarrón la puso en escena en París.
56

Gombrowicz nos da su opinión sobre el trabajo del régisseur y sobre los comentarios de
los críticos.
“(...) el régisseur asesinó el texto y su alto sentido espiritual-artístico (...) nadie
comprende nada de nada”
A pesar de las dudas que tenía Gombrowicz el ascenso de “El casamiento” fue
vertiginoso, tanto que no puede ocultar en las cartas que nos escribe la exaltación que le
producía su estreno en París y la hazaña que resultó su puesta en escena.

Como el Régisseur Fanfarrón andaba por Buenos Aires en agosto del año del centenario
le pedí que me ayudara a presentar “Gombrowicz, este hombre me causa problemas” en
la Embajada de Polonia.
Esta solicitud resultó ser un desatino enorme que cometí con el propósito de darle lustre
a la presentación de mi libro del que me voy a arrepentir toda la vida, el régisseur se
comportó como un maníaco presuntuoso y ególatra sin ningún atenuante.
Las ideas centrales y únicas del Régisseur Fanfarrón eran las de que Gombrowicz había
sido descubierto por él, lanzado a la fama por él, paseado por toda Europa por él. Al día
siguiente tuvimos una conversación en la que puso al descubierto todo lo presuntuoso
que era.

–Tuviste una intervención teatral muy europeizada, te agradezco mucho la mano que me
diste; –Sí, pero a vos el Buhonero Mercachifle te hundió; –No me parece, estaba de
relleno, además tené en cuenta que él es un representante típico del carnaval que armó
Gombrowicz con los mufados; –Mirá, para mí ocurrieron cosas imperdonables; –¿Qué
cosas, che?; –El boludo del embajador no sabía cómo me llamaba, yo soy una persona
muy importante, tampoco sabía dónde había estrenado “El casamiento”, yo soy una
persona famosa, estoy condecorado por el gobierno polaco, yo cobro por estas
intervenciones, imaginate, mi persona tiene que quedar destacadísima en cualquier lugar
porque yo soy una persona muy destacada; –Che, ¿sos tan importante?; –
Importantísimo, y a vos no te perdono que no hayás suplido al boludo del embajador
para anunciarme debidamente en la reunión, no te lo voy a perdonar nunca...

–¿Y para quién sos tan importante vos?; –Para el mundo; –Mirá, vos para mí sos un
fanfarrón, los directores de teatro, de igual manera que los directores de orquesta y que
los solistas de instrumentos musicales, tienen un plus de valor derivado, y ese plus de
valor es inauténtico, les viene del autor, ustedes son medio payasos ¿sabés?
A decir verdad el Régisseur Fanfarrón es una persona importante, a partir de sus
escenificaciones el teatro de Gombrowicz empezó a ser conocido en Europa pero, la
cuestión consiste en saber cuánto de importante es una persona importante, y cuánto de
silencio debe guardar sobre la importancia que tiene.
Cada profesión tiene sus vicios, el Gnomo Pimentón, un lacaniano de primera cepa,
repasando la obra de Gombrowicz descubrió que ni en sus narraciones ni en sus piezas
teatrales hay consumaciones sexuales, afirmación que caracteriza con claridad los vicios
de su profesión.

Yo, por mi parte, he descubierto que en la obra de Gombrowicz existe un solo llanto,
descubrimiento que me ha producido un cierto desasosiego, en primer lugar, porque no
estoy seguro de que no se me esté escapando por ahí algún llanto escondido en algún
rincón pequeño y obscuro y, en segundo lugar, porque no puedo ubicar con exactitud la
profesión a la que corresponde el vicio de descubrir llantos.
De una cosa estoy seguro, existe un único llanto en los diarios de Gombrowicz.
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“Cuando estaba escribiendo: Jeannot. –Nada. Henri. –Nada. El padre. –Transformado.


La madre. –Dislocado. Jeannot. –Derribado. Henri. –Alterado... rompí a llorar de pronto
como un niño. Jamás me ha vuelto a ocurrir algo semejante. Los nervios, sin duda...
Sollozaba amargamente, y las lágrimas caían sobre el papel”
Estalló en un llanto inconsolable cuando escribía este pasaje de “El casamiento”. A la
vida de Gombrowicz no le faltan momentos dramáticos y motivos para el llanto tiene de
sobra, pero sólo llora aquí.

WITOLD GOMBROWICZ Y MANUEL GÁLVEZ

“Jeremi Stempowski se ocupó de mí y me presentó a uno de los más eminentes


escritores de la Argentina, Manuel Gálvez. Gálvez se mostró como un auténtico amigo
para mí y me ayudó mucho, pero la sordera que padecía lo mantenía lejano”
Como si estuviera cruzando un río Gombrowicz navegó por el Océano Atlántico para
enfrentar un futuro brumoso, saltando de piedra en piedra para no mojarse se instaló en
Buenos Aires.
Por qué se fue Gombrowicz de Polonia y no volvió es un misterio que nadie sabe
explicar, ni él mismo lo entendía con claridad. Todo empieza en un café, como tantos
otros asuntos de Gombrowicz.
Un día, en el Zodiac, un café de Varsovia, se encuentra con un amigo escritor, Czeslaw
Straszewicz: –Me voy a Sudamérica; –¿Cómo es eso?; –Dentro de un mes, el nuevo
transatlántico polaco Chrobry leva anclas para Buenos Aires, será su primer travesía. En
este momento Gombrowicz se prepara para saltar a la primera piedra.

–He sido invitado como escritor para publicar algunos artículos en los periódicos; –
Oiga, ¿y no podrían invitarme a mí también?; –Podemos probar. Les propondré su
candidatura. ¿Quién sabe? Quizá resulte. Siendo dos el viaje sería más agradable.
Después de sortear algunos inconvenientes de último momento Gombrowicz se
embarcó en el Chrobry, y la compañía de su amigo Czeslaw le resultó de veras
agradable.
En el café Rex relataba a los contertulios que en el barco había sido invitado de honor,
que almorzaba en la mesa del capitán con el que sostenía conversaciones filosóficas y al
que le daba consejos místicos. También repetía hasta el cansancio que no le había
gustado Río de Janeiro porque su vegetación era demasiado verde y porque los morros
eran un tanto dudosos.

Y tantas veces como el cuento de la vegetación, repetía que no había regresado a


Polonia por los intensos estudios del alma sudamericana que había iniciado el día
anterior a la partida del barco.
“Seguía viviendo en el barco con mi amigo Straszewski. Al enterarse de la declaración
de la guerra, el capitán decidió regresar a Inglaterra (ya no se podía pensar en llegar a
Polonia). Straszewski y yo celebramos un consejo de guerra. Él optó por Inglaterra. Yo
me quedé en la Argentina”
Mientras Straszewski se embarca en el “Chrobry” de regreso a Europa Gombrowicz se
queda flotando en las aguas del puerto de Buenos Aires como una tabla en el mar
después de un naufragio, de allí lo rescata Jeremi Stempowski.
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“Witold estaba muy nervioso. Dudaba entre regresar o bien permanecer en la Argentina
a la espera del fin de las hostilidades. Yo no sabía que aconsejarle, aquí, en Buenos
Aires, no se sabía nada de la auténtica situación, entonces acompañé a Witold al puerto.
Hizo que le subieran el equipaje, se despidió y embarcó. Yo me quedé en el muelle, diez
minutos más tarde sonó la sirena anunciando la partida del “Chrobry”, y en ese
momento vi que Gombrowicz cruzaba la pasarela con sus maletas y bajaba rápidamente
al muelle. Era el único momento en que podía tomar una decisión y la tomó. Temblaba:
–No lo sé, se trata del momento más trágico de mi vida”
Sin saber a qué santo encomendarse con ese Gombrowicz tan difícil Stempowski decide
presentarle a los polacos de la colectividad y también a algunos escritores argentinos
como Manuel Gálvez y Arturo Capdevila.

La dotación de elementos que Gombrowicz traía en las maletas para enfrentar en la


Argentina las cuestiones relacionadas con el trabajo y con la actividad de escribir era
muy escasa.
Es muy difícil imaginárselo a Gombrowicz en Polonia manejando asuntos
administrativos, o alguna otra cuestión que tenga algo que ver con el trabajo. Sin
embargo, había ocasiones en que tomaba responsabilidades no carentes de cierta
importancia. En los tribunales de Varsovia, cuando se desempeñaba como auxiliar en
una de las secretarías, los jueces le habían encargado un proyecto para cambiar los
formularios impresos porque lo consideraban el mejor de los pasantes. Y ya
treintiañero, sus hermanos le pedían de vez en cuando que buscara administradores para
las fincas que tenían en el campo, lo que ponía a Gombrowicz en una situación
equivalente a la de un gerente de personal.

Su pertenencia a dos mundos, tan fuertemente marcada desde su juventud, fue muy
clara hasta la muerte del padre, después las cosas fueron cambiando. En vida del viejo
Gombrowicz entraba a la oscuridad y volvía a la luz con alguna facilidad, cruzaba la
línea de sombra en las dos direcciones lo que le permitía comportarse como un
camaleón. Esa doble personalidad se prestaba a la mistificación, su apariencia de
terrateniente más que de asiduo de cafés y de escritor vanguardista le producía todo tipo
de malentendidos.
Yo creo que la atracción fatal que tenía para Gombrowicz el mundo de la inmadurez
tiene origen en este doble mundo que nunca perdió ni quiso perder. La inmadurez fue el
salvoconducto que le permitía entrar en el campo del enemigo cuando iba de la clase
social a la intelligentsia, y viceversa.

Quien conozca bien sus obras podrá descubrir también como una inmadurez
premeditada es la llave que utiliza para componer literariamente los pasajes de
situaciones contradictorias, pero esta manera de ver las cosas le hacía difícil su ingreso a
la literatura.
Ocho años después de su desembarco en Buenos Aires, Nowinski, el presidente del
Banco Polaco, deslumbrado con la seguridad que había demostrado Gombrowicz
conduciendo la conferencia que había dado contra los poetas, pensó que esa maestría la
podía aplicar en el trabajo, entonces lo contrató.
El desempeño de Gombrowicz en el Banco Polaco fue distinto al de sus experiencias
laborales en Polonia, especialmente por el tiempo que duró. Comenzó haciendo
pequeños trabajos de secretario, pero enseguida consiguió que Nowinski le diera
permiso para escribir sus cosas en la oficina.
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Se aprovechó de la situación y se paseaba en forma arrogante delante de los otros


empleados fumando nerviosamente en busca de inspiración; así escribió el
“Transatlántico”, su segunda novela.
Manuel Gálvez le había brindado a Gombrowicz una exquisita hospitalidad, pero la
sordera de Gálvez y la propia falta de seriedad de Gombrowicz lo pusieron finalmente
en las manos de unas jóvenes estudiantes que lo iniciaron el mundo del flirteo
argentino. En esta prehistoria de sus aventuras en la Argentina el grupo de Victoria
Ocampo brillaba como una estrella.
“(...) una dama ya entrada en años y aristócrata, que nadaba en millones largos y que
con su tenacidad entusiasta había conseguido hacerse amiga de Paul Valéry, invitar a su
casa a Tagore y Keyserling, tomar el té con Bernard Shaw y hacer buenas migas con
Strawinski (...)”

“Un escritor francés de renombre había caído ante ella de rodillas gritando que no se
levantaría hasta recibir el dinero suficiente para fundar una „revue‟ literaria: –¿Qué iba
hacer con un hombre arrodillado y que no quería levantarse? Tuve que dárselo”
A pesar de que unos pocos miembros de la „intelligentsia‟ argentina habían reconocido
en Gombrowicz un escritor de talento, la única pieza de triunfo que podía exhibir para
que reconocieran su importancia era una carta de Manuel Gálvez.
Este ilustre hombre de letras, de una familia tradicional que tenía parentesco con Juan
de Garay, fue uno de los representantes más conspicuos de la literatura argentina en la
primera mitad del siglo XX.
Cuando Gombrowicz se tomaba vacaciones llevaba consigo la carta de Manuel Gálvez
con el propósito de vencer la desconfianza que despertaba en los sitios que visitaba.

“(...) Che, Asno, devuélvame enseguida la carta de Gálvez (...) si no me vas a devolver
la carta de Gálvez, ya verás (...) Te prevengo, Asno, que sí, como parece, en tu escuela
perdieron la carta de Gálvez te voy a joder, escribiré al director, exigiré devolución y
que no se crean que conmigo se pueden permitir tales bromas, por suerte tengo entrada
al Ministerio y, en general, soy hombre que sabe defender sus intereses y sus bienes.
Mandame enseguida la dirección de la escuela. No digas nada. No me obligues a que yo
mismo la tenga que buscar (...)”
La carta de Manuel Gálvez es una manifestación elocuente de cómo algunos argentinos
habían tratado con generosidad a Gombrowicz, muy lejos del desprecio que le había
mostrado desde el principio el Asiriobabilónico Metafísico.

“Como no me conformo con tocarme la oreja derecha cuando lo vea, ahí va mi opinión
sobre „Ferdydurke‟. No he leído en mi vida libro más original ni más raro. No se parece
en nada a Rabelais, salvo en la invención de palabras. Pero pertenece a una corta familia
de libros muy raros, entre los que yo colocaría, además de la obra de Rabelais, el drama
„Le roi Bombance‟ de Marinetti, varios libros futuristas, dadaístas y ultraístas y algo de
Ramón Gómez de la Serna (...)”
“Si „Ferdydurke‟ no es una obra genial, está muy cerca de serlo. Tiene usted una
imaginación formidable y un poderoso sentido dramático. Sobre lo segundo, le diré que
muchas escenas me han apasionado por su dramaticidad, a pesar de tratarse de asuntos
en cierto modo absurdos, como me apasionaron escenas realistas o sentimentales,
escritas por verdaderos maestros (...)”

“Acaso lo que más me ha gustado sea el capítulo „Filifor forrado de niño‟. Lo mismo la
pelea en la casa de los Juventones. A pesar de ser, en apariencia, lo opuesto a una
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novela realista, hay en su libro un fondo realista y humano. Ha dado usted una
representación en cierto modo simbólica de la realidad. O mejor que simbólica,
algebraica (...)”
“Hay un extraño humorismo en su libro. Y cosas excelentes (...) Algunas intenciones
que hay en su libro son difíciles de ser comprendidas, y no sé si las habré alcanzado (...)
No quiero olvidarme del enorme contenido que hay en su libro: contenido filosófico,
poético, idiomático (...) La traducción me parece buena, sin conocer el original (...)”

WITOLD GOMBROWICZ Y GUSTAVO LEGUIZAMÓN

“Los ajedrecistas consideran el ajedrez como la cumbre de la creación humana, tienen


sus jerarquías, hablan de Capablanca como los poetas hablan de Mallarmé y,
mutuamente, se rinden todos los honores”
A pesar de que el ajedrez fue una compañía constante de Gombrowicz durante toda su
vida, habla poco de este juego en sus diarios. Desde muy joven era conocido por su
afición al ajedrez, al punto que cuando hizo su pasantía de abogado en los tribunales de
Varsovia el juez lo distinguía con los asuntos más interesantes porque sabía jugar al
ajedrez.
El café Rex fue un salón mundano y aristocrático para ese noble polaco en bancarrota
que era Gombrowicz, allí jugaba al ajedrez mientras fumaba con avidez sosteniendo los
cigarrillos al modo de los fumadores de pipa.

Los cigarrillos que fumaba eran horribles y muy fuertes, dejaba el paquete sobre la
mesa, y si alguien le ofrecía cigarrillos importados, los rechazaba con dignidad: –No,
gracias, yo fumo Tecla.
El alguien que le ofrecía frecuentemente cigarrillos norteamericanos era un personaje
del Rex, un suizo alemán al que todo el mundo llamaba Philip Morris. Elegante, serio,
puntual, sólo fumaba esa marca de cigarrillos. Gombrowicz le despreciaba
sistemáticamente esas invitaciones, pero en cambio lo desplumaba jugando al ajedrez
ping pong por muy poca plata, apenas le alcanzaba para pagarse una comida.
“(...) El ajedrez lo ayudaba más que ninguna otra cosa a calmar los nervios en la difícil
situación en la que se encontraba. Al concentrarse en las partidas, se olvidaba de todo.
Esta disciplina le fue muy útil durante la guerra y en los momentos de mayor pobreza y
soledad. El Rex era como un segundo hogar para él (...)”

Gombrowicz nadaba en la pobreza como si estuviera de vacaciones en un balneario de


moda, siempre por encima de las circunstancias y poniéndole buena cara al mal tiempo.
Entre los recuerdos de sus miserias argentinas, incluidos los de sus días entre rejas, el
que permanecía en Gombrowicz como un símbolo misterioso era el de Morón.
“Me dirijo a la plaza de Morón. Cada vez que vuelvo aquí, voy en peregrinación a la
plaza para echar una mirada a mi pasado del año mil novecientos cuarenta y tres.
Pero ya no existe la pizzería donde solía tener conversaciones con los contertulios, ni el
café donde jugué una memorable partida de ajedrez bailando boogie-woogie con el
campeón de Morón; los dos bailábamos y bailando nos acercábamos al tablero de
ajedrez para cada nuevo movimiento (...)”
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“En Morón gocé de gran popularidad, tanto en la pizzería de la plaza como en el café,
donde se podía jugar al billar y al ajedrez. Me bebía un litro de leche diario y me comía
mi pan sentado en el suelo, sobre el pasto del chalet, mientras contemplaba la calle. En
la pizzería, un mozo al que le caía simpático, me daba un sandwich por veinte centavos,
pero con una feta de jamón cuatro veces más gruesa de lo normal, casi como un bistec.
Y, en eso, he aquí que en el suplemento literario de „La Nación‟, un periódico muy
popular, aparece en primera plana un artículo mío. Desde ese momento mi posición
social en Morón quedó liquidada. La gente empezó a darme muestras de consideración”
El ajedrez, la historia y los zapatos pusieron en contacto a Gombrowicz con Gustavo
Leguizamón, nos falta decir algo entonces sobre la historia y sobre los zapatos.

Hegel introduce un sistema para estudiar la historia de la filosofía y el mundo mismo,


llamado a menudo dialéctica, una progresión en la que cada movimiento sucesivo surge
como solución de las contradicciones inherentes al movimiento anterior.
El mundo hegeliano es una verdad en marcha, es el lugar donde la humanidad forma sus
leyes y el hombre se convierte en un peldaño de la historia. La importancia que Hegel le
dio a la historia contribuyó en forma excepcional a la difusión de sus ideas. A este
filósofo que era capaz de deducir la racionalidad del mundo a partir de un lápiz no le
costó mucho trabajo demostrar que lo inmoral de la guerra deviene en moral y que el
estado se va transformando en la encarnación de lo divino.
Mientras Hegel se desvivió por encontrarle un sentido a la historia, Gombrowicz se
colocó en una posición ahistórica y más bien era partidario de liquidar el pasado.

La idea de la historia está relacionada con el pasado, la causalidad, el determinismo, la


dialéctica histórica, unas formas del pensamiento que no andaban bien con el talante de
Gombrowicz. Vivió en una época que experimentó un ascenso irresistible de la
actividad política cuya forma más representativa fue el marxismo, intentó entonces darle
una forma artística a estas transformaciones de la historia en su última obra.
Gombrowicz acostumbraba a recurrir a la desnudez del cuerpo para debilitar el exceso
de estructura de la forma humana. Empieza con el cuculeilo en “Ferdydurke” y termina
justamente con en los pies, mejor dicho, con los zapatos en el final de su obra.
Los pies en Polonia formaban una línea cruel que separaba la miseria extrema del resto
de los hombres, pues los pies de la miseria iban sin zapatos tanto en el campo como en
la ciudad.

En su obra final Gombrowicz se propuso liberar a los hombre desnudándolos, con una
desnudez parcial o total, pero desnudándolos al fin y al cabo.
En el primer proyecto intentó liberarlos descalzándolos, pero este bosquejo le pareció de
alcances reducidos y no llegó a convertirlo en obra, le sirvió sin embargo de base para
un segundo intento de alcances más amplios en el que la desnudez abarca al cuerpo
entero de Albertina. Al proyecto le llamó “Historia” y a la obra le llamó “Opereta”.
En “Historia” intervienen como personajes el mismísimo Gombrowicz y el resto de la
parentela, el padre, la madre y sus tres hermanos, con sus verdaderos nombres.
A medida que se desarrolla la acción estos fantasmas se van transformando en
personajes históricos de las cortes europeas de principios del siglo XX, entre los que
Gombrowicz se mueve como un enviado especial que se pasea descalzo invitando a los
reyes a que hagan lo mismo, es decir, a que se quiten los zapatos.

Se propone liberar a los hombres pidiéndole a los emperadores que dejen de representar
sus papeles, que se quiten los zapatos y que se queden descalzos. Esta manera de ver las
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cosas tiene mucho ver con las fuerzas que habían hostigado a Polonia durante siglos, la
aristocracia por un lado que la empujaba hacia lo alto, y el fango y los pies descalzos de
los campesinos con abrigos de piel de cordero por otro, que ligaba a Polonia con la parte
más atrasada de Europa.
En el libreto de “Historia” Gombrowicz entra descalzo a su casa junto con el hijo del
portero. A partir de ese momento la familia se convierte en un jurado que examina esta
confraternización entre clases y se pregunta si Gombrowicz será capaz de graduarse de
bachiller debido a esta circunstancia.

De junta examinadora la familia se transforma en un tribunal militar y, de delirio en


delirio, llega hasta la corte del zar Nicolás II, a las puertas de la primera Guerra
Mundial.
Desde la Argentina Gombrowicz observa cómo Polonia es destruida y empieza a
desaparecer. Pero no sólo Polonia desaparece, desaparece también la Europa de la alta
cultura, de la alta costura, de la alta cocina, de la aristocracia, de las ideas, del
romanticismo; desde nuestras pampas ve caerse el inmenso y majestuoso edificio
europeo. Gombrowicz se convierte finalmente, a través de su obra, en un arquetipo al
que terminan reverenciando los ricos y los pobres, la izquierda y la derecha, la saciedad
y el hambre.

En la Argentina existen artistas de apellidos tradicionales emparentados con la nobleza


española del mismo temple universal y extravagante que tenía Gombrowicz.
Un músico y abogado salteño, uno de los más grandes folkloristas argentinos, a poco de
llegado al mundo, como era muy flaco, recibe un mote que parece sacado de la casa de
los gombrowiczidas.
La madre quiere comprar unos chanchos: –¡Pero si están tan flacos como este cuchi!
Desde entonces Gustavo Leguizamón fue para siempre “El Cuchi”, un vocablo quechua
que significa justamente chancho.
Este brillante compositor y pianista, irrespetuoso de toda formalidad y también de sí
mismo, admiraba a Beethoven tanto como lo admiraba Gombrowicz.

“Estoy fascinado con las locomotoras, ese instrumento musical maravilloso que tiene
fácilmente dieciocho escapes de gas que son sonidos, y un pito con el cual se pueden
hacer maravillas, por no contar su misma marcha”
Hizo fundir una quena, se la agregó a la máquina y le daba conciertos a los ferroviarios
que lo miraban como a un bicho raro.
La vida de estudiante trajo a Gustavo Leguizamón de su Salta natal a Buenos Aires. En
El Olimpo, un café del bajo cercano a Retiro donde se jugaba al ajedrez, conoció a un
Gombrowicz de zapatos rotosos pero inmensos: –El único que puede tener patas de este
tamaño es Ariel Ramírez. Y, efectivamente, eran zapatos que le había regalado Ariel
Ramírez a un pobre Gombrowicz que en esos años mendigaba en los cafés de Buenos
Aires el alojamiento, la comida y la vestimenta.

WITOLD GOMBROWICZ Y JÓZEF PILSUDSKI

“Tenía dieciséis años y acababa de termina el sexto curso, cuando sobrevino el


dramático verano de 1920”.
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Gombrowicz se refiere al mes de agosto de 1920, cuando el ejército bolchevique se


acercaba a Varsovia. El mariscal Pilsudski, gracias a una hábil maniobra envolvente,
logró derrotar al ejército invasor.
“Todos los jóvenes se alistaban entonces como voluntarios, casi todos mis colegas se
paseaban ya en uniforme, las calles estaban llenas de carteles con un dedo índice que
apuntaba y un eslogan del estilo „La patria te llama‟, y en las alamedas las jovencitas
preguntaban a los muchachos: –¿Por qué no está usted todavía en el ejército?”
Gombrowicz no se enroló, la oposición determinante de su madre venció la voluntad de
su padre que, en principio, exigía que cumpliera con su obligación.

Su abuela Aniela también estaba escandalizada: –Imagínate, Tosia, qué tiempos, qué
poca educación tienen esas jóvenes, paran a los hombres en la calle sin ninguna
vergüenza. Cualquiera les puede responder: –Pero si usted a mí no me gusta, señorita.
Los protagonistas de la obra artística de Gombrowicz no son grandes, ninguno de ellos
tiene nobleza, valentía ni siquiera dignidad, y la grandeza para ellos vendría a ser algo
así como una pasión fracasada.
La grandeza del hombre clásico se expresa en su voluntad de dominio, es una postura en
la que el hombre trata de ser dueño y señor. La postura romántica, en cambio, se
expresa en el sometimiento del hombre, en el aguante y en el sufrimiento, la grandeza
del hombre romántico recién aparece cuando se convierte en víctima de un mundo que
lo supera.

Mickiewicz tiene la postura romántica del aguante y el sufrimiento, su grandeza


proviene de su lucha contra una fuerza que lo somete, pero el mariscal Pilsudski tiene
una postura ambigua.
La fiereza de su expresión se corresponde con la grandeza del hombre clásico, pero el
mariscal estaba aplastado por la dimensión histórica de Polonia y por la misión que se le
imponía, entonces su grandeza se volvió romántica como la de Mickiewicz, ambos
fueron víctimas de un mundo que los superaba.
Gombrowica tenía una relación especial con la política, se interesaba más por el estilo
de los políticos y de los jefes militares que por las ideas que representaban, a veces
utilizaba las formas políticas y militares como si fueran un juego.

Tanto era así que él y sus hermanos se declararon partidarios fervientes de la coalición
de Francia e Inglaterra tan sólo por el hecho de que su madre tenía una ligera tendencia
proalemana. Tampoco quiso tomar parte en el festín de la independencia.
“(...) me mantenía a distancia y cuando me topaba en la calle con los ruidos de una
marcha militar y el ritmo de una tropa que desfilaba a mi lado, hacía todo lo posible
para no seguir su compás. ¿Estaría buscando quizás mi propia música y mi propia
marcha? (...) La vida política no me interesaba”
Pero la figura del mariscal Józef Pilsudski era demasiado imponente como para que le
pasara desapercibida. Lo que realmente le disgustaba a Gombrowicz del mariscal
Pilsudski no es que fuera un hombre de izquierdas, sino la propaganda pomposa e
ingenua que le hacían sus partidarios, y también la actitud de Pilsudski hacia su propia
grandeza.

El mariscal estaba aplastado por la dimensión histórica de Polonia y por la misión que
se le imponía. Pero la historia no sólo trata a la gente con crueldad sino que, además, se
burla de ella; ninguna iniciativa radical podía llevarse a cabo en las condiciones de esa
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Polonia de entre guerras, y hombres eminentes como Pilsudski estaban condenados a la


insignificancia.
Pilsudski hizo lo todo lo que pudo y como pudo con realismo, valor y virilidad contra
los pacifismos cobardes de los burgueses presumidos tanto de Francia como de
Inglaterra. A Gombrowicz, en tanto que artista, le encantaba y lo divertía el estilo
impresionante del mariscal, su manera imponente y pintoresca, y su grandeza tan
personal y auténtica.

No obstante, en las discusiones que mantenía con otros colegas escritores sobre ese
personaje predominaba el sentimiento y el respeto que tenían por él, por eso se hacía
imposible el análisis, la grandeza de Pilsudski permanecía fuera de toda discusión como
algo establecido de una vez y para siempre.
Pero esta predisposición hacia la admiración y la obediencia tan generalizada, aún entre
sus adversarios, no le convenía a la elite de Polonia, lo que es bueno para un soldado no
siempre es recomendable para un intelectual. Y esa impotencia romántica, sentimental e
ingenua de la intelligentsia polaca respecto a Pilsudski le hacía daño, ya que él mismo
era la primera víctima de su propia leyenda. A veces se atacaba algún aspecto de su
política, pero no se ponía en discusión ni se analizaba su propia grandeza:

“Puede ser que fuera grande, no lo niego. A mí lo que me enervaba no era su grandeza
sino la pequeñez de los que se sometían a ella con tanta facilidad. No le reprochaba en
absoluto a las masas que lo siguieran ciegamente; sin embargo, me preocupaba la
ligereza con la que la capa social más avanzada de la nación renunciaba a su derecho a
la crítica, al escepticismo y, ésta es la palabra precisa, al control. (...)”
“Mientras la fuerte personalidad del mariscal dominó el panorama de la vida política e
incluso espiritual, las cosas se sostuvieron bastante bien, tanto más porque Pilsudski se
alejaba de toda teoría, nadie sabía a ciencia cierta cuáles eran sus principios, no obstante
infundía la confianza que puede dar un hombre altruista y capaz, acaso genial o incluso
providencial”

Gombrowicz se las tuvo que ver desde el nacimiento con el romanticismo polaco al que
enfrentó con un apego premeditado y sistemático por la realidad. Despotricaba contra
Adam Mickiewicz, Juliusz Slowacki y Zygmunt Krasinski, los tres poetas profetas del
romanticismo, guías espirituales de la nación polaca, pues absorbían la inteligencia y el
tiempo de los jóvenes estudiantes dejándolos atrás del pensamiento europeo, pero a
pesar de sus protestas él mismo quería ser como uno de ellos.
En el medio de un mundo de hombres paralizados a Gombrowicz se le ocurre ponerse
en contra del lema del romanticismo polaco que convocaba a los jóvenes a medir las
fuerzas por las intenciones y no las intenciones por las fuerzas, y escribe “Ferdydurke”
con un propósito restringido, pero la obra se la va de las manos, le sale el tiro por la
culata y se pone en línea con la “Oda a la juventud” de Adam Mickiewicz.

“(...) „Ferdydurke‟ nació en mí como un „Pan Tadeuz‟ al revés. El poema de


Mickiewicz, escrito también en el exilio hace más de cien años, la obra maestra de
nuestra poesía nacional, supone una afirmación del espíritu polaco suscitada por la
nostalgia. También en „Transatlántico‟ yo quería oponerme a Mickiewicz”
Gombrowicz había empezado a lidiar con el espíritu romántico en “Ferdydurke”,
burlándose del mariscal Pilsudski.
“A Nalkowska le debo el haber retirado a tiempo de „Ferdydurke‟ un pequeño verso que
parodiaba „La primera Brigada‟ de las Legiones de Pilsudski. Puso el grito en el cielo
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(...) Pero, aunque todo lo que se refería al mito de Pilsudski y las Legiones estaba lejos
de poder ser comentado libremente en la prensa o en los libros, cada uno podía hablar
de ellos lo que le viniera en gana”

Desde muy joven Gombrowicz meditaba sobre cuál podría ser la causa que lo obligaba
a oscilar entre el valor y la tontería en una forma tan pronunciada. Un snobismo
bobalicón al lado de un espíritu crítico y un gran sentido del humor, un snobismo que lo
ponía al borde de la demencia. En el momento en que los combates contra los
bolchevique del año 1920 llegaban a su fase decisiva muy cerca de Varsovia,
Gombrowicz se entretenía mostrándole de refilón una foto a su jefe en la oficina donde
trabajaba de voluntario enviando paquetes a los soldados. La foto era la de un edificio
público de Lublin bastante conocido, sin embargo, le dijo al jefe, que para su desgracia
había visitado el edificio un par de veces: –Es el palacio de mi prima Tyszbiewicz. Sus
artificios eran provocantes y se volvían indigeribles.

El comportamiento de Gombrowicz cuando murió Pilsudski tampoco estuvo a la altura


de las circunstancias.
“Por fin comprendí, se trataba de Pilsudski. Hacía unos días que se sabía que su estado
de salud era alarmante (...) De repente una fila de Cadillacs empezó a entrar en el patio
del palacio Belweder: era el Gobierno, con el primer ministro Skalkowski a la cabeza,
que iba a despedirse del Mariscal (...) Miré con ira los pálidos semblantes de unos
cuantos de mis colegas escritores y dije en voz alta: –¡Qué bonitos coches! Es fácil
imaginarse el efecto producido por semejantes palabras... Los más benévolos,
explicaban a los demás, menos indulgentes, que yo estaba un poco loco, que era un
poco comediante, que no era más que una pose y que jugaba a ser un cínico y un tipo
grosero”

WITOLD GOMBROWICZ Y MARCELINA ANTONINA KOTKOWSKA

“En el mismo año 1933, en que se publicó mi primer libro, murió mi padre. Hacía
meses que estaba enfermo, pero su empeoramiento se produjo en forma repentina, de
modo que sólo mi madre y yo asistimos a su muerte. Mis hermanos no llegaron del
campo hasta el día siguiente. Esa muerte me ha dejado recuerdos bastantes vergonzosos.
Cuando expiró, intenté abrazar a mi madre para al menos de esta forma mostrarle mis
sentimientos, pero el gesto me salió con torpeza y en un abrir y cerrar de ojos me di
cuenta de toda mi miseria: era incapaz de tener unos sencillos reflejos humanos, de
mostrarme cordial, cariñoso, estaba paralizado por la forma, por el estilo, por toda esa
maldita manera de ser que me había creado... ¡resulta pues que no había sido capaz de
aportar un poco de calor a mi propia madre en semejante momento! (...)”

Para bien y para mal las madres tienen una importancia fundamental en la organización
de nuestra personalidad, al punto que los gombrowiczólogos y los psicoanalistas están
convencidos de que la madre de Gombrowicz está presente en toda su obra en forma de
tía, de prima, de novia, de esposa... y también de madre.
Una de las característica más señaladas de la sangre de los Kotkowski era su propensión
a la locura, sin embargo, o por esa misma razón, los primeros aliados incondicionales
que tuvo Gombrowicz fueron su madre y su abuela materna, Aniela Kotkowska.
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A lo largo de los años Aniela siempre tomó partido por Gombrowicz. La abuela
habitaba una casa grande y bastante aislada en Bodzechów. Un hijo demente que vivía
con ella, por las noches se animaba con cantos terribles para combatir el miedo, estos
cantos se convertían en unos aullidos que le ponían los pelos de punta a cualquiera que
no estuviera acostumbrado.

Aniela tenía una criada joven y muy guapa, Marysia. En una ocasión en la que fue con
su padre a hacerle una visita, Gombrowicz le propuso a la sirvienta que lo acompañara
al teatro el próximo domingo, pero resulta que para ese domingo la abuela tenía
invitados: –¿No puedes venir el domingo, Marysia, y dejar para otro día tus horas
libres?; –No puedo, el señorito me ha invitado al teatro.
Aniela tomó enseguida partido por Gombrowicz mientras miraba de reojo al padre: –
Ah, en ese caso, hija, si vas al teatro con el señorito, es otra cosa.
El padre se puso inmediatamente en contra, no era capaz de tolerar una democracia
llevada a tal extremo, y cuando Marysia se retiró lo reprendió severamente: –Tu
conducta desmoraliza a la servidumbre: –No entiendo, Marysia tiene sus horas libres, y
durante esas horas libres deja de ser sirvienta. No entiendo realmente por qué no puedo
ir al teatro con una sirvienta, ¿qué hay de malo en ello?

La madre fue la primera quimera que Gombrowicz combatió, era para él la


representación de la irrealidad, era en verdad un exceso de irrealidad.
El catolicismo de la madre era espontáneo, natural y despreocupado, cuando abordaba
cuestiones teológicas lo hacía con indolencia y sin preparación. Era católica ferviente de
la misma forma que era polaca y nacida de terratenientes.
Las madres son las primeras que nos dan afecto y son las primeras que nos enseñan a
querer, algo debió pasar entonces entre Marcelina Antonina Kotkowska y Witold
Gombrowicz para que después de sesenta años de nacido la siguiera sintiendo como la
fuente de su irrealidad.
Las discusiones que Gombrowicz mantenía con su madre lo iniciaron en las burlas a
unos principios morales y a un estilo demasiado rígidos.

Marcelina Antonina participaba de la vida social, durante un tiempo presidió la


Asociación de Mujeres Terratenientes, una institución terriblemente devota que se
caracterizaba por una incurable grandilocuencia de estilo. Gombrowicz experimentaba
un salvaje placer haciendo caer esos altos vuelos del cielo a la tierra, más aún, le
gustaba escuchar detrás de la puerta el contenido de esas sesiones para obtener material
satírico.
La nobleza terrateniente vivía una vida fácil y no conocía la lucha esencial por la
existencia y sus valores. Jan Onufry, su padre, sólo muy de vez en cuando se daba
cuenta de lo anormal de su situación social, para él un lacayo era algo absolutamente
natural, se comportaba con los sirvientes como un señor, relajadamente, con gran
desenvoltura.

Su madre también aceptaba su posición social como algo completamente lógico,


pertenecía a una generación que no había experimentado lo que Hegel llama mala
conciencia. Pero la siguiente generación empezó a sentir el peso de este problema.
Con el material satírico que sacaba de las reuniones de la madre escuchando detrás de
las puertas más algunas otras ocurrencias ajusta las cuentas con su familia y con su clase
social provocando un verdadero descalabro en el final de “Ferdydurke”, su primera
novela.
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De la combinación de los Gombrowicz con los Kotkowski resultó una familia que
empezó a decaer. La sangre enfermiza de los Kotkowski y el orgullo impenetrable de
los Gombrowicz ejercieron una influencia muy importante en Witold.

“(...) mi madre era toda vivacidad, sensible, dotada de una excesiva imaginación, poco
práctica, perezosa, indolente, demasiado nerviosa (...) en la familia de los Kotkowski
había muchos casos de enfermedades mentales (...) No reprocho en absoluto a mi madre
de ser como era (...)”
“En otros órdenes, tenía cualidades excelentes: bondad, nobleza, probidad, inteligencia,
mientras sus debilidades eran un poco el producto de sus nervios y el resultado de la
vida artificial y de una educación no menos artificial que había recibido (...)”
“Pero el hecho de no querer ser lo que era, de no reconocerse a sí misma, terminó
vengándose de ella, porque nosotros, sus hijos, le declaramos la guerra. Nos enervaba.
Provocaba (...)”

“Y fue allí, seguramente, donde comenzaron mis dolorosas aventuras con las diversas
distorsiones de la forma polaca que producían en mí un efecto parecido al de las
cosquillas: uno se troncha de risa, pero no resulta agradable (...) Como éramos tres –mi
hermana no participaba de ese deporte– nuestra casa iba alcanzando lentamente la
fisonomía de un manicomio y tan solo la severidad y el rigor de mi padre nos salvaba de
la catástrofe total”
La sexualidad de Gombrowicz se fue formando entonces un poco frente a esa pureza
inocente de la madre y otro poco frente a la sangre enfermiza de los Kotkowski.
En el año del centenario yo estaba en el Centro Cultural Borges tomando un café con el
Pequeño K y con el Pato Criollo hojeando un calendario muy bonito editado por los
polacos para la ocasión.

Yo hacía de cicerone con las fotos pero el Pato Criollo siempre tenía algo que objetar.
La réplica que se llevó las palmas de oro fue la que hizo cuando mirábamos una foto de
Gombrowicz a los tres años en la que Marcelina Antonina lo había vestido y peinado
como si fuera una nena. Cuando el Pequeño K señaló que al presentarlo de esa manera
la madre había sellado el destino sexual del pequeño Witold, el Pato Criollo contestó
que a muchos niños de buenas familias de esa época los vestían de esa manera: –¿Sí, a
ver, dame un ejemplo?; –Oscar Wilde sin ir más lejos.
Gombrowicz lleva el componente de pureza inocente que tenía Marcelina Antonina a un
extremo paroxístico convirtiéndolo en virginidad en una de sus obras.

La mayor virtud residía en la virginidad, este valor condicionaba el espíritu y en torno a


él se situaban los instintos superiores.
La virginidad asciende del ser más bajo en la escala biológica y llega al hombre, y del
hombre salta a los ángeles y de los ángeles a Dios, para perderse en el infinito.
De una pequeña particularidad puramente corporal nace el inmenso mar del idealismo y
de los milagros, en evidente contraste con nuestra triste realidad. Los hombres habían
perdido el Paraíso al probar del fruto del árbol del conocimiento tentados por Satanás.
Le suplicaron entonces al Todopoderoso que les concediera un poco del candor y de la
inocencia perdidos. Dios se apiadó de ellos y creó la virgen, el recipiente de la
inocencia, la selló y la envió a vivir entre los hombres que sintieron de inmediato una
nostálgica languidez. Las casadas eran una pura patraña, una botella abierta y
evaporada.
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Este ideal de pureza y virginidad es puesto en tela de juicio en “Pornografía”, una


novela realmente libidinosa.
Amelia, la madre de Waclaw, era cortés, sensible y espiritual, sencilla y de una rectitud
ejemplar, unas virtudes parecidas a las de la madre de Gombrowicz. En ella regía el
Dios católico, desprendido de la carne, un principio metafísico, incorpóreo y majestuoso
que no podía atender las majaderías que tramaban los adultos con Henia y con Karol.
Estaba subyugada con Fryderyk, ese ser terriblemente reconcentrado que no se dejaba
engañar ni distraer por nada, un ser de una seriedad extrema.
Pero es justamente en la finca de Amelia donde tiene lugar la segunda caída de Dios
después del derrumbe de la misa que había ocurrido en la iglesia.

Joziek, un ladronzuelo de la edad de Karol, entra en la casa para robar. Según todo lo
hacía parecer la señora descubre al ladrón, toma un cuchillo y lucha con Joziek.
Transcurren unos minutos y llega a la mesa tambaleándose donde están su hijo y los
invitados, se sienta lentamente y cae muerta con el cuchillo clavado mirando un
crucifijo. La situación no estaba clara, nadie sabía lo que había pasado realmente porque
Amelia no pudo contar nada y Joziek decía que sólo se habían revolcado, que había sido
un accidente.
Fryderyk era mal psicólogo pues tenía demasiada inteligencia y por lo tanto era capaz
de imaginarse a doña Amelia en cualquier situación. La sospecha que flotaba en el aire
era la de que esa mujer tan espiritual y guiada por los principios de Dios había
prologado demasiado la lucha con Joziek revolcándose en el suelo de puro placer y, por
accidente, se le había clavado el cuchillo.

WITOLD GOMBROWICZ Y DAMIÁN RÍOS

Hubo un tiempo en que me dedicaba a estimular a algunos hombres de letras


gombrowiczidas connotados mandándoles las cartas que Gombrowicz le había escrito a
Flor de Quilombo y haciendo publicar en Polonia notas escritas por ellos mismos.
Los resultados fueron exiguos, o para decirlo en un lenguaje culto: “parturiunt montes,
nascetur ridiculus mus”. En cierto sentido el Pato Criollo fue una excepción, se animó a
escribir un prólogo para “Gombrowicz, este hombre me causa problemas”. Después de
que lo escribió las únicas razones que me decidieron a mantenerlo en el libro fueron, el
prestigio indudable que tiene el escritor, y el incremento incalculable de la venta de
ejemplares que imaginaba el Negroide Piquetero, habiendo sido esta última suposición
completamente falsa.

En la Feria del Libro se homenajeó el centenario del nacimiento de Gombrowicz.


Participé en la mesa redonda: “Gombrowicz, ¿escritor polaco o argentino?”, junto al
Pequeño K y a la Vaca. Y no sólo estuve con ellos, también con la Hierática, el Pato
Criollo y el Negroide Piquetero. Cuando promediaba el desarrollo de las ponencias
ingresó a la sala un hombre bajito vestido de negro con un moñito en el cuello. El
Embajador de Polonia se inclinó ceremoniosamente, se trataba de un altísimo
funcionario polaco recién llegado a la Argentina.
Para quedar bien, el Embajador de Polonia le pidió a la directora de la Feria que lo
anunciara y la directora me lo pidió a mí, pero yo me negué terminantemente con una
mueca de disgusto, entonces lo anunció ella.
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Con mi gesto de desdén cometí una torpeza que comprendí luego. El hombre bajito pero
altísimo funcionario de Polonia se acercó a nosotros cuando terminaron nuestras
exposiciones y nos saludó muy efusivamente mostrándose emocionado. El Pequeño K
le preguntó entonces al hombre bajito cómo era posible que lo hubieran emocionado
tanto unas ponencias que se había pronunciado en español si éste era un idioma que él
no comprendía en absoluto, a lo que el funcionario le contestó que se había emocionado
por la emoción misma, una respuesta para la que nosotros no estábamos preparados
pero que nos dejó completamente satisfechos.
Estaba discutiendo animadamente con los dos representantes del Instituto del Libro de
Polonia, en un momento determinado de la conversación le dije al Burócrata que si la
Perdularia hubiera comprendido el español yo la hubiera conquistado.

La Perdularia esperó atentamente a que le tradujeran lo que yo había dicho y me


respondió con una risa burlona: –¿Y para qué? De veras me puso en un apuro, y como
no sabía que decirle le rogué que fuera más cortés, que se comportara como se había
comportado la Argentina que nunca le había preguntado a España para qué la había
conquistado.
En un aparte del cóctel, la Hierática, el Pato Criollo, el Negroide Piquetero y yo hicimos
el juramento de los mosqueteros: –Uno para todos y todos para uno. Pero este juramento
no soportó el paso del tiempo.
La mayoría de los Protoseres son empleados de sociedades anónimas que se hacen
llamar editores. La carrera de estos Protoseres es tortuosa, algunos utilizan la ley del
gallinero para ascender y otros terminan siendo lectores, como le ocurrió al Negroide
Piquetero que poco antes de ser lector había publicado “Gombrowicz, este hombre me
causa problemas” en Interzona.

Con “Gombrowicz, este hombre me causa problemas” ya en los estantes de las librerías
llamé a la editorial del Negroide Piquetero para saber algo de cuál era el desempeño del
libro. A más de informarme sobre el desempeño del libro la Hacker me comunicó que se
habían mudado y que el Negroide Piquetero quería decirme algo.
Siendo la mudanza un síntoma de crecimiento o de decadencia que en sí mismo no me
decía nada me quedé esperando a ver de qué quería hablarme el Negroide Piquetero.
En verdad lo único que tenía para decirme es que debía cortar porque lo estaban
llamando por la otra línea, y ésta es otra de las técnicas que utilizan los Protoseres hijos
de Gutemberg: la de darse importancia.
Pero yo había llamado para saber cuántos ejemplares de “Gombrowicz, este hombre me
causa problemas” se habían vendido en un semestre.

Y ésta es la cuestión, si los libros de los otros autores tenían en promedio un desempeño
semejante al del mío, entonces, la mudanza que hicieron del Centro a Palermo era un
síntoma indudable de la decadencia de la editorial y la bancarrota debía estar próxima.
“Gombrowicz, este hombre me causa problemas” es un libro bueno, tiene una jerarquía
que no es producto de mi imaginación. ¿Y entonces, a quién puedo echarle la culpa?, ¿a
los lectores hispanohablantes que no lo quieren leer? ¿Y qué editor en su sano juicio,
conociendo la perfomance de este libro, va a querer publicar “Gombrowicz, y todo lo
demás”?
Si el Negroide Piquetero hubiera sabido de antemano los ejemplares que iba a vender de
ese libro es seguro que no hubiera publicado “Gombrowicz, este hombre me causa
problemas”.
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Lo que yo debo hacer entonces es ocultar esta información y buscar un editor que
comprenda el valor de Gombrowicz y aprecie el nivel de mis escritos.
Para el caso de que la historia de esta obra, a la que el Alfajor calificó de exquisita,
hubiera empezado de otra manera quizás su destino no hubiera sido tan aciago, pero
miremos con atención algunos de los acontecimientos que precedieron a su puesta en
los estantes de las librerías.
Sin que esté tomándome la mano ninguna sombra interior que pese sobre mi alma con
un sentimiento de culpa por alguna mala acción que hubiera cometido injustamente.
debo hacer una declaración para hacerle justicia a un hombre de letras que no vaciló en
ponerse de mi parte en los momentos oportunos.

El Pato Criollo jugó un papel importantísimo en la publicación de “Cartas a un amigo


argentino” y de “Gombrowicz, este hombre me causa problemas”, habiendo actuado en
el primer caso sobre la Hierática de Emecé y en el segundo caso sobre el Negroide
Piquetero de Interzona. La verdad es que el Pato Criollo estuvo presente con su ciencia
infusa y sus poderes mágicos en las dos únicas ocasiones en las que los editores de
papeles en la Argentina se ocuparon de mí.
Mis aventuras con el Negroide Piquetero empezaron en el café Tortoni de una manera
amable, con el paso del tiempo entraron en crisis, y finalmente tuve que hacer las paces
con él el día que presentamos “Gombrowicz, este hombre me causa problemas” en la
Embajada de Polonia. Nos habíamos peleado a muerte, pero yo conozco la técnica para
manejar a los negros.

Los negros son más parecidos a los animales que nosotros, los blancos, aunque los
blancos ya estamos pareciéndonos bastante. Le temen a lo desconocido, se deslumbran
con las cosas brillantes, son más sensuales y lascivos.
La cuestión es que resulta mucho más complicado hacer las paces con un blanco que
con un negro, a un negro hay que sobarlo un poco, y ya está.
Cuando descubrí que era un negro mentiroso e irresponsable hablé directamente con
uno de los dueños de la editorial utilizando cierta información escabrosa que me había
suministrado el Perverso en carácter de venganza –le tenía mucha rabia no solamente a
él sino también a Guadalupe Salomón apodada la Mejillona– y el Negroide Piquetero
empezó a temblar como una hoja.

Aproveché ese estado de terror a lo desconocido que se había apoderado de él, muy
característico de los negros, un pánico que le malograba la naturalidad del
comportamiento, y entonces lo invité a sentarse a mi lado, cosa que hizo sin chistar.
Luego, mientras los otros presentadores hablaban y hablaban sin parar, lo empecé a
sobar, comencé con el hombro derecho, después bajé un poco y lo masajeé en las
costillas y terminé sobándolo en la rodilla izquierda, lo derretí, estaba tan contento
como un perro, terminamos mucho más amigos que antes de la pelea. Pero esta
reconciliación duró poco tiempo.
La foto que acompaña a este gombrowiczidas es muy ilustrativa de la forma en la que
me lo habían presentado. El Pato Criollo me había informado que el Negroide Piquetero
resultó elegido el sex symbol de la poesía en un congreso realizado por las poetisas más
señaladas de nuestro medio, y él estaba muy orgulloso de este nombramiento.

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