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Una cierta luz Juan Carlos Arenas Gmez

Pero tiene la luz recuerdos que son nuestros. Luis Garca Montero

Era sbado, haban transcurrido cuatro das de cualquier mes, de cualquier ao, de un siglo ya iniciado. La tarde y el sol iban juntos dndome la espalda, el sofoco an en mi cabeza. Esper a que el brillo se fuera rezagando junto con el astro; esper a que el viento fuera benigno y me ayudara trayndome el sereno; huracn no quera, pero s el viento juguetn de las montaas.

Fue subiendo la sombra, agravada por la luz indecisa del farol de la calle que an me serva de refugio. Caan estas luces o estas sombras, proyectando a su vez mi plido reflejo en medio del camino tapizado de polvo. Y senta que en otro lugar ya no en el polvo se reflejaba con ms fuerza otra sombra ma, otra que ni yo mismo conoca.

El sbado mora. Se iban alejando los sonidos que le dan forma al da: los autos, el freno de quien va muy de prisa, el ruido en muchedumbre, el caluroso asfalto y quienes lo transitan.

Derrumbado en la noche, tropec con la mesa y las sillas que habamos ocupado, mi sombra a la derecha del farol, yo simplemente sirvindole de apoyo. Las calles urdan soledades en gente que tambin oscureca, y la melancola habitante nocturno sin lmites vagaba entre las sombras infectas de nostalgia. Entre tanto, mi cabeza cansada desandaba caminos, urgida en esquivar aquello que vincula mi sombra y tu silueta, pero he aqu que el fantasma excede en tamao al cuerpo proyectado, y a contraluz todo adquiere su propia desmesura.

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