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LA DESTRUCCIÓN DE LA BIBLIOTECA DE

ALEJANDRÍA.

LA MUERTE DE HIPATIA.

La tradición pagana de libertad religiosa quizá


sobreviviera al último emperador pagano, pero sólo por unas
décadas: la historia nos ofrece una serie de hitos que marcan
la victoria final y total del monoteísmo en la guerra de Dios
contra los dioses.

En 390, por ejemplo, una turba de zelotes cristianos


atacaron la antigua biblioteca de Alenjandría, lugar donde se
conservaban obras de la mayor rareza y antigüedad. Allí se
guardaban los manuscritos más antiguos de la Biblia y otros
escritos de origen judío y cristiano, mucho más viejos que los
Rollos del mar Muerto, y los textos paganos eran incluso más
antiguos y abundantes, unos 700.000 volúmenes y rollos en
total. Prendieron fuego a la colección entera de pergaminos y
papiros, derribaron la biblioteca en sí, y la pérdida para la
civilización occidental va más allá de lo que puede calcularse
o incluso imaginarse.
Al año siguiente, Teodosio I ordenó la destrucción del
Serapeo, un magnífico templo que era el principal santuario
de Isis y Serapis y «el monumento más importante del
Imperio después del Capitolio de Roma». La orden la ejecutó
con fervor el patriarca cristiano de Alejandría: se llamaba
Teófilo, y es memorable la descripción que hace Gibbon de
«un hombre malo y atrevido, cuyas manos estaban
contaminadas a partes iguales de oro y de sangre». Los
paganos acérrimos fortificaron el santuario, pero se vieron
abrumados por los atacantes cristianos, y el Serapeo fue
reducido a escombros. Los desolados defensores se
consolaron con la idea de que los dioses habían abandonado
el santuario «y regresado a los cielos». Entretanto, los
cristianos se regodearon cuando al romper una estatua de
madera de Serapis descubrieron que estaba infestada de
bichos.

«¡El dios de los egipcios se había convertido en vivienda


de ratones! —exulta el historiador antiguo Teodoreto—. De
modo que lo despedazaron y lo lanzaron a las llamas. Sin
embargo, la cabeza la arrastraron por toda la ciudad para que
sus adoradores la vieran, y con ella la impotencia de los
dioses a los que habían rezado.»

El incidente más conmovedor, sin embargo, tuvo lugar en


415. Una pagana llamada Hipatia, a la que se recuerda como
bella a la par que brillante, consiguió escandalizar a los
cristianos de Alejandría, no sólo por su fe sino también por su
sexo. Participaba en el estudio de los viejos textos paganos
sobre astronomía, matemática y filosofía, y lo hacía junto con
el profesorado y los estudiantes, que salvo ella eran todos
varones.

El poeta pagano Paladas, entre los últimos de la antigua


Roma, la saluda como la «[E]strella inmaculada de la
auténtica filosofía». Sin embargo, Hipatia sólo inspiraba
desprecio y repugnancia en el celoso arzobispo Cirilo de
Alejandría, sobrino de Teófilo, que convenció a los «hombres
de negro» de que hicieran algo contra esa inmunda mujer. Así
fue que un «ejército negro salvaje», como describe el
novelista inglés E. M. Forster a la turba, siguió su carruaje
cuando se dirigía hacia el pabellón donde la esperaban sus
estudiantes: la sacaron a rastras, la llevaron a la propicia
oscuridad de una iglesia cercana, la desnudaron, la torturaron
con fragmentos de cerámica rota y por último despedazaron
su cuerpo. Entonces exhibieron sus despojos como
escarmiento público y, por último, arrojaron sus restos a una
hoguera.

«Con ella expiró la Grecia que es un espíritu —escribe


Forster en su homenaje a Alejandría y su legado pagano—,
la Grecia que intentó descubrir la Verdad y crear Belleza.»

Fragmento cortesía de la obra:


Dios contra los dioses - Historia de la guerra entre monoteísmo
y politeísmo. Jonathan Kirsch. “B”.
(Pág.: 273,274,275.)

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