Aunque nacido en La Corufa en 1941, su fami-
lia es leonesa y él pasé su infancia y juventud
en Leén. Acivalmente reside en Madrid. Ha pu-
blicado, entre otfos, los libros de poomas Sitio
de Tarifa (1972), Cumpleafos fejos de casa
(1973) y Mirame, Medusa (1984), ol libro do
relatos Cuentos de! reino secroto (1982), el
bro de viajes Los caminos def Esla (1980) y las
Rovelas Novela de Andrés Choz (1978), Ei cal-
dero de oro (1981) y La orilla oscura’ (1985).
Obtuvo el Premio Novelas y Cuentos on 1976 y
ha sido finalista del Premio Ocnos en 1970 y del
Premio de la Critica on 1981.
imal
1Onaga
LA ULTIMA TONADA
Cuando 10 vio por primera vez, contemplaba dis-
traidamente, como todas las tardes, el lento repliegue
de 1a lus,
Apoyado en la barandilla del baleén, con las pun-
teras colocadas entre los geranios que esparcian su
aroma en el caldeado allento vespertino, inventariaba
Jas rutinas de la calle. La panaderia estaba a punto
de cerrar: se apagarian las luces de 1a tienda y per-
maneceria solamente el suave fulgor relampagueante
que, desde el fondo, en el lugar de la vivienda, daba
testimonio de que la familia se habia reunido en
torno al televisor. HI duefio del puestecillo de frutos
secos habia retirado los baldes en que se almacenaba
su mercancia y empujé con esfuerzo la trapa metallica
para cerrar Ia tienda, antes de marcharse calle abajo,
con un paquete de papel de periédico bajo el brazo.
Ahora, en las habitaciones de la casa frontera, se
irlan encendiendo luces de bomnbillas y televisores, se
irfan alzando persianas para dar entrada a un freseor
nocturne que estos dias se hacia esperar. Bn un recodo
de a calle, aprovechando una pequefia amplitud de
Ja acera, se instalarfa pronto una tertulia de mujeres;
algunas ya empezaban a aproximarse con sus sillitas
de anea. De la calle perpendicular Uegaba intermi-
tentemente el bramido de los coches ante el cambio
de semiforo. En Jo alto, por encima de los tejados,
como una corriente oseura que encavzasen 10s edi-
173fielos, el cielo sin estrellas iba adquiriendo el reftejo
sanguiinolento de las Iuces eludadanas,
Se admiraba de tanta resignacion, Sin duda la
veiez amortiguaba de modo poderoso las pasiones y
Jas penas. Sentia sobre todo la sorpresa de haber
perdido ya cualquier sentimlento de nostalgia. ¥
cuando, contemplando esta calle estrecha, tan evi-
dentemente urbana, por donde cirelaba apenas un
soplo canieular impregnado de humos, evocaba el
pueblo natal, Ios tejados que se alargaban por el de-
clive, en Yorno a a iglesia, y la larga perspectiva que,
@ lo lejos, se iba aupando hasta las cumbres del
monte, no sentia ya ninguna tristeza, ningune afo-
ranza, Sin duda esto era un destierro; pero, de algiin
‘modo, en su corazén se hablan extinguido todas Ins
brasas y lo aceplaba con fria docilidad. La hoz som-
bria de esta calle aqui, y un ealor pesado ¥ pegajoso;
alli, el lomo largo del Teleno dormido, en el atardecer
Meno de estrellas, y 1a brisa nocturna que tha encres-
pando sus soplos; el respectivo simbolo del eastigo ¥
del premio. ¥ sin embargo, ya no le importaba,
Sabia que a los viejos no Tes queda sino aguantar,
resistir lo posible, aceptar lo que venga ¢ intentar
mantenerse. Esta fonda era su prisién, y este verano
su exilio, Acaso nunca volviese a la casa de sureos
‘muros, ante el horizonte montuoso, ocre, verde y azul,
escuchar los latidos profundos de los dias y de las
noches, Alli, al eabo, ya no quedaba nadie, y el verano
anterior, 1a estancla en Ia casa vacia, en la aldea
medio abandonada, habia resultado un fracaso: s6lo
el hijo recuperé con fruicién los recuerdos infantiles,
pero Ia nuera se aburria, considerando que Ie habian
Tobado sus vacaciones, y los nletos, tras recorrer una
y otra vez con sus motos rugientes Ios alrededores,
se manifestaban también slleneiosos, presos de un
marasmo hastiado,
Ahora, se encenéié 1a Iuz tras la persiana del
bale6n frontero: habia alli una mujer, también an-
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clana, que tejia sin cesar hasta que la luz se difu-
minaba del todo, y se ayudaba Iuego de una lampara
amarillenta, El muchacho del perro lobo pasaba por
Ia acera, distraido en la contemplacién de los husmeos
del animal, La tertulia del recodo estaba ya completa,
¥ las cinco mujeres, inméviles un instante, parecieron,
Tiguras inanimadas que estuviesen puestas allt perma~
nentemente.
Si, 61 se sorprendia de haber aceptado con tanta
resignacion este confinamiento. Pero 1a firme reso-
Iueién de la nuera y los nietos no permitia obje-
clones: si no queria ir a la playa, tampoco era posible
dejarle en el pueblo, que estaba tan lejos y donde
nadie podia hacerse cargo de su culdado, Se convino
fal fin que quedarfa en Ia ciudad, hospedado en Ia
fonda de Ia viuda de un policia secreta originario
del pueblo. Al fin y al cabo, s6lo seria un mes.
Lo acepté en silencio, renunciando sin protestas,
sin que dentro se le sublevasen las afloranzas. Debia.
estar ya muy viejo, muy consumido, pensaba. ¥ se
instal en ta fonda. La patrona, una gorda parlan-
china que pasaba de los eineuenta, le ineitaba a salir,
‘a dar algim paseo, pero él permanecia todo el dia
sentado en Ia silla de su cuarto, con una mano soste-
niendo la flauta y 1a otra extendida delante, paralela
al suelo, sujetando la vieja eacha de negritio que
remataba un taco de goma en el extremo inferior,
‘S6lo se levantaba para las eomidas. Después de comer,
se tumbaba un rato sobre Ia cama, vestido, y quedaba
ssin dormir, buseando en las manchas de humedad del,
techo perfiles evocativos de figuras y paisajes. Des-
pués de cenar salia al bale6n, se apoyaba en la baran-
ila, 1as plernas entre los gerantos, y eontemplaba,
el apagén progrestvo del atardecer.
En esta actitud estaba cuando Io vio por pri-
mera vez
Aquella rutina de inmovilidad y silencio le habia
levado a una gran abstracciin, Incapaz de conseguir
175de €1 otra cosa que monosilabos, 12 patrona habia
renuneiado a las chatlas intentadas los primeros dias.
Aquella negativa a la comunicacién era también uns
venganza: el primer dia, después de comer, tumbado
en la cama, él habia comenzado a tocar una tonads
y ella Nam6 a la puerta, entré y, tras mirar desapro-
batoriamente sus pies calzados, le pidié que no albo-
rotase. A veces, 61 so encontraba levando maquinal-
mente Ia mano al bolsilio interior de su chaqueta,
donde guardaba 1a flauta, pero el recuerdo de aquel
firme requerimiento le hacia desistir de su idea inme-
diatamente. Se conformaba con levarse el pico de In
flauta a 10s labios, como si la besase, Era una flauta
de boj, ya muy oseura por el paso de los afios y el uso,
Habia pertenecido a su abuelo, que Ia hiciera él mismo.
Bra la mejor flauta que habia conocido; una vex ca-
Uente, tenia una pureza de sonidos inigualables, Su
contemplacién, su manoseo, le Hevaban muchas veces
por los senderos de Ia memoria, como si la flauta
recuperase por si misma, arrastrandole, los alientos
y lugares del pasado. Sostenida entre el mefique y
el anular, con el corav6n y el indice tapando los dos
agujeros superiores y el pulgar tapando el inferior,
se sentia de pronto como transportado a aquellas Ie
janas ceromonias que, durante tantos afios, habla
protagonizado con esta misma flauta y su viejo tam-
borin de nogal,
Eran breves ensofiaciones. Luego, quedaba atra-
pado otra vez por el calor viscoso del verano, por los
olores rancios de la casa ciudadana, mezelados con
los de la ealle, espesos, sofocantes. Acaso no volviese
al pueblo nunea més. ¥ comprendia que todos los
recuerdos habian quedado irremisiblemente al otro
Indo de alguna frontera, como referidos a cosas que
nunea Ie hublesen sucedido.
Estaba pues asf, con los brazos eruzados sobre
Ja barandilla, cuando advirtio que aguéllo no era una
sombra, sino algo que se movia. A aquellas alturas de
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su vida, seguia manteniendo una vista excelente para
Jo lejano, aunque era incapaz de distinguir claramente
Jas cosas mas inmediatas.
Era una gran masa alargada, que terminaba en
punta, La oscuridad no permitia distinguir el color
y tampoco muy bien la forma, pero por un momento
pensé en Ia cola de algiin inmenso reptil. Asomo 1a
‘cabeea todo lo posible: ancha como Ia puerta, la masa
oscura se fue introduetendo en el portal de la casa,
con lento vaivén de culebreo, hasta desaparecer.
‘Una inusitada estupefaceién se apoderd de él
La calle habia recuperado instanténeamente el as-
ecto habitual, en un anochecer agoblante de agosto,
Dud6 entonees de haber visto realmente aguel rabo
monstruoso: a pesar de todo, acaso, se habla tratado
de una sombra, y sus ojos empezaban a engafarse.
Sin embargo, no pudo apartar de su imaginacién el
ondulante avance de aquella gran masa oscura y
sintid en el pecho una leve quemadura de angustia.
Entrd pues en la habltacién, encendio 1a luz y se
senté en la cama, apretando firmemente 1a cacha.
Al fondo de 1a casa, se ofa el rumor del aparato de
television: I patrona permanecia sin duda absorta
ante é1 hasta dormirse, segin su costumbre, y des~
pertar s6lo cuando, concluidos los programas, Ia sin-
tonfa fuese sustituida por el estridente crepitar sin
imagenes.
Lo oyé por encima del rnido de Ia tele, Bra el eco
de un poderoso arrastre, que retumbaba en las esca~
leras de madera, Luego el sonido estuvo dentro det
piso y se fue aproximando pasillo adelante. Era el
roce sordo de un cuerpo gigantesco que se deslizabs
por el viejo lndleo del suelo, que se frotaba en los
vvanos y¥ los zcalos ¥ que, al cabo, se detuvo ante su
‘aleoba. Algo olisqueaba al otro lado de Ia puerta, con
resuello ronco y fuerte, Algo se apoyaba en la hoje
y ésta tombl6, erugid: Ia fuerza era tan poderosa que
la puerta tba a saltar, deseneajada de su marco.
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