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Un pequeño país, Esparta, cuyos ciudadanos son virtuosos hombres de


honor, lucha contra el poder de un enemigo abrumador, los persas, cuyas
costumbres y tradiciones son infrahumanas, bárbaras, violentas, decadentes e
inmorales. Los persas son feos y deformes y se parecen a los orcos del Señor de
los Anillos. El rey persa es un megalómano corrupto y hedonista y sus seguidores
son fanáticos privados de su libre voluntad. En contraste, los valores de los
griegos suenan, de forma curiosa, bastante modernos: libertad, justicia etc.

Esta película cuenta la historia de 300 espartanos, guiados por su rey


Leónidas, que lucharon en la batalla de las Termópilas contra los ejércitos de
Jerjes, el rey persa. Sin embargo, podría haber sido también el argumento de
algún moderno thriller político, en el que los sitiados ciudadanos del mundo
occidental hacen frente a la amenaza de invasión por parte de las hordas del
Tercer Mundo. En un mundo ya dividido entre las fuerzas del Bien y del Mal, según
la dicotomía establecida por bush y sus aliados neocon, este contraste entre luz y
oscuridad es demasiado burdo para ser digerido.

La realidad es otra. Grecia en aquel tiempo era un conjunto de ciudades-


estado políticamente divididas, aunque unidas por el idioma y la cultura. Algunas
de ellas, incluyendo Argos y Tebas, se alinearon con Jerjes. El hecho es que
Persia y estas ciudades-estado griegas eran sociedades basadas en la esclavitud,
cuyas nociones de “libertad”. Los espartanos que se enfrentaron al ejército persa
en las Termópilas eran hombres crueles que hacían la guerra cada año a los
indefensos pueblos que habitaban a su alrededor. Esparta era una sociedad brutal
que sacrificaba a los niños débiles en el momento de su nacimiento. Así pues, las
escenas que muestran a sus soldados hablando de libertad y democracia son tan
ridículas como hilarantes.

Los reyes aqueménidas fueron constructores de imperios relativamente


benevolos, que liberaban esclavos y establecieron nuevos estándares para la
coexistencia pacífica entre naciones. Alejandro Magno, que derrotó al rey persa
Darío un siglo y medio después de la batalla de las Termópilas y adquirió un vasto
imperio, admiraba la cultura persa y promovió una síntesis cultural que es
conocida con el nombre de helenismo. Algunos siglos más tarde, los soldados
romanos llevaron a Roma el culto al dios persa Mitra. El culto de ese dios, nacido
el 25 de diciembre, fue un rival del Cristianismo hasta el siglo IV. Uno de los más
grandes filósofos romanos, Plotino, admiraba a los persas y trató de aprender de
ellos.

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