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Gracias a la vida

Las horas que pasaba en la selva siguiendo, observando o simplemente estando con los chimpancs no slo arrojaban datos cientficos, sino que me colmaban de una paz que me llegaba a lo ms profundo. Estaba all tumbada, como un fragmento ms de la naturaleza y experiment de nuevo aquella mgica intensificacin del sonido, aquella riqueza de percepcin aumentada. Tena clara conciencia de movimientos secretos en los rboles. Una pequea ardilla, con pelaje a rayas, suba por un tronco en tpicas espirales, metiendo la nariz en los agujeros de la corteza, con ojos brillantes y orejas redondas, alerta. Un gran abejorro de terciopelo negro visitaba minsculas flores prpura, y cada vez que en su vuelo atravesaba uno de los rayos de sol que se filtraba en la selva, la punta de su abdomen emita un intenso destello rojo anaranjado...... Una repentina ducha de ramitas y el ruido de un higo demasiado maduro aplastndose cerca de mi cabeza rompi la magia. David Barbagrs bajaba del rbol pasando de una rama a otra. Alcanz el suelo, dio unos cuantos pasos en mi direccin y se sent. Dedic un buen rato a asearse, despus se tumb en el suelo, con una mano bajo la cabeza, totalmente relajado, y se puso a contemplar la bveda verde y frondosa que nos cubra. Una suave brisa mova las hojas, que lanzaban brillantes parpadeos de luz. Y all sentada, vigilante, pens en el asombroso privilegio de verse as, totalmente aceptada por un animal libre y salvaje.

Cuando David Barbagrs se levant y se adentr por un camino bien trazado le segu. Pero cuando se desvi del sendero y penetr en la espesura prxima a una corriente de agua, cre que lo perda, porque me haba enredado sin esperanza en las lianas. Pero lo encontr sentado en la orilla, como si me hubiera estado esperando. Le mir a los ojos, grandes y relucientes, muy separados; de alguna manera parecan expresar toda su personalidad, su tranquila seguridad en s mismo, su dignidad. Mientras estbamos all sentados, divis en el suelo el fruto rojo ya maduro de una palmera de aceite. Alargu el brazo y se lo ofrec con la palma de la mano. Me mir y se estir para cogerlo. Lo dej caer pero cogi suavemente mi mano. No fueron necesarias las palabras para comprender su mensaje tranquilizador: no quera el fruto, pero haba entendido mi motivacin, saba que mis intenciones eran buenas. An hoy recuerdo la suave presin de sus dedos.

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