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Arnold Hauser, en su libro ‘Origen de la Literatura y del arte modernos’ (1974), explica
que el nuevo estilo artístico que se suele nominar como propio del Renacimiento no fue
en ninguna medida algo prolongado, sino que fue breve, pues dio paso rápidamente a
nuevas maneras y estéticas. Además se desarrolló de manera específica en las artes
plásticas: “A comienzos del siglo XVI, y durante un período de poco más de veinte años,
se impone en Italia un espíritu artístico estricto en la forma, idéntico consigo mismo y, al
parecer, en armonía perfecta con el mundo, espíritu al que, por su equilibrio interno y por
su carácter de plenitud, se le suele designar como ‘clásico’. Incluso durante este breve
período, este espíritu no domina íntegra e incontrovertidamente más que a las artes
plásticas, y ni en la literatura ni en la música produce obras que puedan equipararse
estilísticamente con las creaciones de Leonardo, Rafael o Miguel Ángel. Sólo en un
sentido limitado puede por eso hablarse, en principio, de un ‘clasicismo’ del
Renacimiento; más aún, habría que preguntarse si es posible un clasicismo riguroso en
una cultura dinámica, como la del Renacimiento, que llevaba en sí todos los fermentos
del mundo medieval en disolución y de la crisis del equilibrio acabado de alcanzar”
(Hauser, 1974: 19).
De esta manera, si bien el vuelco al pasado clásico fue suficiente para inspirar a los
artistas renacentistas, llega un momento en que “ya no bastan la belleza y el rigor
formales del arte clásico, y frente a las contradicciones que determinan el sentimiento
vital de la nueva generación, el equilibrio, el orden, y la serenidad del Renacimiento
aparecen como algo trivial, por no decir falso” (21).
Hauser se preocupa del sentimiento de crisis inserto en el Renacimiento. Para él,
toda época histórica es una época de crisis y de tránsito. En este sentido, el Renacimiento
se erige en un comienzo como manifestación de la armonía y de la unidad, todo
impregnado en el arte de reminiscencia inminentemente clásica. Sin embargo, para el
autor, el elemento de crisis existe también inherentemente en el Renacimiento, sobretodo
si pensamos en que incluye aún los elementos del ocaso medieval: “La crisis del
Renacimiento, que denominamos ‘manierismo’, es un período de tránsito en un sentido
mucho más estricto que la mayoría de las otras épocas históricas. La crisis del
Renacimiento se encuentra apresada entre dos fases relativamente unitarias de la historia
occidental: entre la estática Edad Media cristina y la dinámica Edad Moderna de las
ciencias naturales. Es una crisis que dirige la mirada a la Edad medieval, de la que se
incorpora momentos de inspiración religiosa, así como momentos del pensamiento
escolástico y de la estilización artística, que había sido abandonados por el Renacimiento,
mientras que, de otro lado, prepara la visión científica del mundo que había de imperar en
los siglos siguientes” (23).
“El clasicismo del Renacimiento creía poder retornar a la antigua objetividad, al
culto griego del cuerpo, al estoicismo romano, a la plena serenidad en la finitud, y creía, a
la vez, que podía seguir siendo espiritualizado, interiorizado, diferenciado. Esta creencia
iba a revelarse como una funesta ilusión” (29).
La crisis del Renacimiento es también la crisis y la crítica al Humanismo,
sometiendo a revisión “la validez de aquella grandiosa visión sintética del universo que,
centrada en el hombre y en sus necesidades espirituales, trataba de unir la herencia de la
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Antigüedad clásica y la de la Edad Media y aspiraba a conciliar tanto sus oposiciones
internas como las que separaban a esas épocas de las exigencias del presente” (24).
La crisis del Humanismo tiene que ver con lo que estos tenían por ideales y cómo
ellos se van derrumbando. “Lo que los humanistas valoraban más que los autores
clásicos, y lo que trataban de encontrar siempre en ellos, era la restauración de aquella fe
en el hombre, que el cristianismo tanto había hecho descender de la escala de los valores.
Los humanistas habían creían haber alcanzado su más alto fin con la recuperación de una
nueva confianza en la esencia fundamentalmente moral del hombre. El optimismo de los
humanistas se basaba en la fe, en la coincidencia del orden divino con el humano, de la
religión con el derecho, de la fe religiosa con la moral. Ahora, de pronto, va a afirmarse
que la voluntad divina no se encuentra vinculada a ninguno de estos cánones axiológicos,
que Dios decreta la salvación o la condenación con arbitrio despótico, por encima de lo
justo y lo injusto, de lo bueno y lo malo, de la razón y la sinrazón. “(24-25).
Uno de los aspectos fundamentales de la ideología renacentista en creer que cuerpo
y espíritu, esto es, lo sensible y lo moral del hombre, constituirían una unidad armónica o
armonizable. En este punto encontramos las reminiscencias del estoicismo griego y del
dominio de las pasiones, sentidos y del cuerpo mediante la razón. “La crisis del
Renacimiento comienza con la duda de si son realmente compatibles las necesidades
espirituales y corporales, el cuidado por la salvación y la persecución de la dicha. De
acuerdo con ello, en el arte manierista lo espiritual no es representado como algo que se
agota en las formas materiales, sino como algo tan singular y tan irreductible a figura
material, que sólo en lucha con esta última y solo por su oposición de los límites
materiales, puede ser sugerido, y siempre nada más que sugerido” (30).
Entonces, entre este Renacimiento clásico y el posterior Barroco se inserta,
incómodamente y con mucha resistencia, el concepto de Manierismo. Este concepto se
entiende en primera instancia, y siguiendo a Friedländer (1925), como un estilo
‘anticlásico’, esto es, obras artísticas anormativas, irracionales y antinaturalistas, opuestas
al arte del Alto Renacimiento (objetivo, sometido a reglas y paradigmático). Sin embargo,
esta es una definición insuficiente, negativa y simplista. El manierismo se debe entender
justamente como la constante tensión dicotómica entre clasicismo y anticlasicismo,
naturalismo y formalismo, racionalismo e irracionalismo, sensualismo y espiritualismo,
tradicionalismo y renovación. “La esencia del manierismo consiste en testa tensión, en
esta unión de oposiciones aparentemente inconciliables” (35).
En relación al manierismo es importante destacar que “No todos los maestros del
Renacimiento se convierten en manieristas, pero casi sin excepción se ven afectados por
la crisis estilística manierista” (Hauser, 1974: 20).
Una de las características principales de las obras manieristas es la ‘exaltación’.
“Una desviación frívola o forzada de lo normal, un juego afectado o una mueca
atormentada, es lo que revela el carácter manierista de una obra. A este carácter exaltado
contribuye también el ‘virtuosismo’, pues siempre está presente el alarde de habilidad.
Ahora bien ¿cuál es la explicación de dicha tensión dicotómica? Pues bien, “la
pugna de las formas expresa aquí la polaridad de todo ser y la ambivalencia de las
actitudes humanas, es decir, aquel principio dialéctico que penetra todo el sentimiento
vital del manierismo… se trata de la equivocidad inevitable y de la discordia eterna tanto
en lo grande como en lo pequeño, de la imposibilidad de pronunciarse por algo unívoco”
(37).
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“Los artistas del manierismo no sólo se planteaban el problema de la insuficiencia
del pensamiento racional, no solo sabían que la realidad era inagotable e inaprensible
conceptualmente, sino que, pese a su irracionalismo y escepticismo fundamentales, no
podían renunciar a los artificios mentales, al juego con los problemas, a plantearse y
captar interrogantes” (41).
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espiritualistas y sensualistas de la época, y el barroco como una conciliación de ésta
contradicción sobre la base del sentimiento. La historia del arte del siglo XVI se reduciría
en base a esto a un choque repetido entre el barroco y el manierismo, con un triunfo al
principio de la dirección manierista y un triunfo definitivo de la dirección barroca (52).
El anticlasicismo del manierismo.
El Antinaturalismo.
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El clasicismo renacentista idealizaba, intensificaba y elevaba la significación, belleza y el
formato de los fenómenos naturales, pero permanecía siempre dentro de los límites de lo
natural y verosímil. La rigurosidad formal, el sentido del orden, la medida y la proporción
implicaban una cierta tensión respecto a la realidad, pero el arte clásico no permitía una
ruptura con ella. Su esfuerzo estaba dirigido a mantener a toda costa la ficción de la
verdad natural (69).
En el manierismo en cambio, encontramos por primera vez una deformación consciente
de las formas naturales, y con esto, entramos en una etapa “crítica”, es decir, de
autorreflexión artística que pone en crisis los valores estéticos clásicos. “El manierismo
está unido a una voluntad artística plenamente consciente, en la que no sólo la elección de
los medios, sino también el objetivo de la reproducción de la realidad es el objeto de la
reflexión” (70).
“La mezcla estilística que se manifiesta en la unión de elementos naturalistas y
antinaturalistas es característica del manierismo porque las distintas partes y estratos de la
misma obra mantienen una distancia distinta respecto a la realidad. Lo característico de
esta mezcla estilística no es solo la distinta inmediatez de las diferentes secciones de la
obra en cuestión ni la distribución de las proporciones en los diversos sectores de la
composición, sino también la diferente sustancia, densidad y firmeza de la materia con la
que se conforman las figuras” (75).
Para Briganti no sería posible hablar de unidad manierista, pero sí de unidad Barroca. No
se puede hablar de una edad manierista pues no se pueden señalar coincidencias de rasgos
entre el arte, la literatura, el pensamiento y la vida, como si se da en el barroco. (42).
“El fenómeno es comprobable, sin embargo, en el campo literario en la cristalización de
los ideales humanistas renacentistas, en necesidades expresivas de sutileza,
rebuscamiento y complicación de raíz pura y propiamente artísticos. En los dos vemos
una alteración de las formas clasicistas, tanto en lo literario como en lo plástico, pero esa
alteración se produce en el cuadro manierista como algo que le sobreviene a los cuerpos y
formas desde fuera, como algo racional, previo e impuesto. Porque las figuras movidas de
los cuadros manieristas son esencialmente figuras puestas, colocadas en posturas difíciles,
incómodas, en las que, incluso, podrían mantenerse algún tiempo, sin más dificultad que
el soportar esa incomodidad. La figura barroca, en cambio, es la figura sorprendida en un
momento de su transitorio y agitado moverse, algo pasajero, imposible de mantenerse.
El fenómeno manierista no es un fenómeno que arranque de lo humano todo, tiende a
actuar sobre el intelecto, a recrear racionalmente; no se dirige a la vida en su integridad.
BIBILIOGRAFÍA
Hauser, A. (1974). ‘Origen de la literatura y del arte modernos. El manierismo, crisis del
Renacimiento’. Madrid: Guadarrama.