DE LA PAZ Y LA GUERRA
Los LENGUAJES DE LA GUERRA
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Desde qu Herdclito erigiera al pélemos como padre de todas las cosas, filosofta y meditaciéin sobre
a guerra han ido inescindiblemente unidas, De manera que sblo la hicida aceptacién de nuestra
propia condicién de mortales (lo cual incluye la posibilidad —a duras penas refrenada— de dar
muerte) puede paliar, mas no erradicar, la agres
ividad humana. De agi parte el interesante
«avticulo de Félix Duque que, junta al licido andlsis de Antonio Elorza sobre los lenguajes del
primer franquismo y el tstimonio autobiogrdfico de J. Zugazagoitia estudiado por Evelyne Lopez
Campillo y Jean Bécarud, constituyen una tentadora invitaci6n a la reflexion.
LA GUERRA COMO PROMOCION Y LIQUIDACION
DE EXIST!
Feux D
En la geografia mitico-politica existe un
cabsurdo lugar» (un lugar que no «ha lugar),
ENCIAS
LUQUE,
que hubiera un lugar sefialado «donde se
pone el Sol», de manera que ese nombre pas6
pomposamente llamado Occidente. Absur-| a ser entendido alegéricamente como caput
do, por doble motivo: primero, porque co-|
menz6 a autodenominarse asf justamente en
la Era Moderna, es decir cuando el descubri-
miento de la redondez de la Tierra desmenca
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mundi —pero con ello, parecia renegar de su
propio sentido como «postrimeria» (guarda-
do sin embargo en la nueva denominacién
como «Viejo Mundo») —; y en segundo lu-
Avchiidag 129DELA.PAZ YLA GUERRA.
gar, porque los valores tecnoideoldgicos occi-
dentales estén en trance de expandirse por
toda la haz de la Tierra, de modo que ya no
seria ni lugar postrimero: el Sitio de la Muer-
te, ni tampoco cabeza de nada, sino a lo
sumo una red ganglionar, tendente a una ple-
na descentralizacién y a una retertitorializa-
cién virtual y telematica (en este sentido es
correcta la expresién ofrecida por Javier
Echeverrfa: Telépolis la Ciudad diseminada, a
distancia de s{ misma).
Sin embargo, justo en el momento de esa
expansién triunfal, los valores que la impulsa-
ron planetariamente pueden considerarse ya
obsoletos, aunque no parece viable —al me-
nos por ahora— su sustitucién por otros nue~
vos, porque es la misma idea de Valor la que
ha entrzdo en crisis. El Valor es un principio
regulativo (sensu kantiano) que anticipa teleo-
Idgicamente el Futuro como aquello que
adebe ser», segiin ef Concepto, e impele re-
troactivamente a los hombres a cambiar el
Presente —eel sem-— y reinterpretar el Pasa~
do (los whechoss, lo ya sido), estableciendo de
este modo los medios de reforzamiento y
consolidacién de una identidad colectiva,
continua a través de la sucesién temporal
Llamamos «Historia» a esa continuidad ideal,
en cuanto proceso orientado, con sentido (y
por ende, valioso). ‘Todos los demas walores»
(incluyendo el «valor» 0 coraje para realizar-
los) dependen de esa conjuncién del Tiempo
dela Historia y del Légos (el pensamiento va-
lorativo que, estando ya al Inicio del tiempo,
se desplaza con éste, confiriéndole justamente
orientacién y valor). Cabe sospechar, hoy,
que esa conjuncién se ha perdido para siem- |
pre, sin que —tras lo dicho— sea posible sus-
titucién alguna, mas sin que ello deje tampo-
co lugar para la nostalgia o la desesperacién,
ya que el Valor (y los Valores capitales en que
éte se despliega) sigue perviviendo, pero
ahora de una manera deformada, en una
suerte de ironta sobre si mismo. Algunos lla-
man a esa ironla Posmodernidad o Poshistoria.
Si la conjuncién del Ser y del Pensar a tra-
vés del ubucle de retroalimentacién» de la
Historia («La Historia es una cancién que se
Ahipidage 129 84
canta entera», decia Ortega) ha sido formal-
‘mente el Valor absoluto de Occidente, su con
tenido tendré que coincide por fuerza con esa
forma (de lo contrario, no podriamos hablar
de «absoluto»). Pero coincide obviamente por
via negativa, excluyente de lo Otro (sino,
tendriamos una misera tautologia). En efec-
to, qué es lo que puede impedir esa deseada
conjuncién? Dicho con la mayor abstraccién
posible: el Mal. Ahora bien, al igual que to-
dos los valores coinciden en un tinico Valos,
los diversos males (antes divididos en fisicos,
metafisicos y morales) coinciden en uno: la
Muerte. ‘Todas las culturas han sabido inte-
grar en su modus vivendiel hecho de la muer-
te (ya sea como absorcién y disolucidn en el
Cosmos divino, como restauracién de dese-
quilibrios césmicos, como sacrificio o como
orgia de reabsorcién por destruccidn: el po-
latch, etc.). Todas, -nenos Occidente (segu-
ramente obsesionad por ser justamence «el
Paraje de la Muerte»). Ahora bien, hay para
empezar dos tipos de muerte: la fisica y ena-
ural», paradigméticamente ejemplificada en
los Patriarcas biblicos, que morfan «saciados
de vivir, y la violenta. Y de esta tleima ate-
rroriza —como forma absoluta de muerte y
negacién total del Valor— la muerte cole
vva y organizada, es decir, la Guerra, porque
& ta contradice abiertamente el ideal de cum-
plida identidad colectiva (al limite, como
Humanidad) al cual se debiera encaminar la
Historia como a su final: la Paz Perpetua,
La idea absoluta de la Paz Perpetua (cel
bien supremo sobre la Tierra», la llamaba
Kant) no es, pues, sino la inversién de la
Guerra: la Muerte capaz de violentar, de su
perar a la Muerte violenta. Ya con estos tér-
minos se presenta empero una doble parado-
ja: en primer lugar, a la Paz definitiva solo se
puede llegar por una Guerra definitiva, ya
que el lado natural, «salvaje», de los hombres,
que establece diferencias insalvables entre
los, es una impronta imborrable que la Cul-
ura puede dulcificar y persuadis, pero no
destruir por entero (el egofsmo seria ast la
raiz de todo mal; también, pues, de la Gue-
rra, llevada a cabo por Individuos colectivos—los Pueblos— para mejor subvenir a sus
necesidades naturales). Pero ademis, si elimi |
namos la base natural de los individuos, su
«Redencién» completa equivaldria a su des-
truccién complera. La tinica salida astuta de
la Razén serfa dominar a la Naturaleza exte-
rio, fisica, para que se pusiera a disposicién
del Hombre Civilizado. Esa dominacién se
lleva a cabo idealmente mediante el conoci-
miento de las Leyes que rigen a esa Naturale-
za (enacura non nisi parendo vincitur», decia
Bacon) y realmente mediante el trabajo, que,
si se planifica y plasma en la Maquina, se
convierte en técnica, Sin embargo, no es tan
ficil dominar a la naturaleza interiorizada, 0
sea a ese fluido manojo de instintos, deseos y
pasiones que constituyen el «fondo» «el indi-
viduo. Con esa dificultad se presen'a, ade-
mis, la segunda paradoja: la Razén- Valor, y
las Ideas en que ella se despliega, son ideales,
Y por tanto impotentes contra el «énimo» del
individuo (eran en cambio eficaces contra lo
externo, porque el hombre concreto, singu-
lar, se hace cargo de ellas y las lleva a efecto,
convencido de que redunda en su propio he- | la
neficio esa abstraccién que «mata» primero 2|
Ja naturale.a al disponerla cientificamente,
para luego tratarla como un «bien» legalmen- |
te intercambiable a través de contratos regu
Jados por el derecho). A la naturaleza interion,
humana, sélo se la puede persuadir—nunca
dominar—, mosteandole los beneficios resul-
rantes de Ia deposicién del uegoismo», ha-
ciendo ver la importancia del sacrificio por
tuna Causa que, aun ideal, podré redundar en
su provecho, en el de su prole o en el del gru-
po al que pertenece.
{Qué motivos de persuasién pueden ser
tan poderosos como para pedir al individuo
singular que haga donacién —al extremo—
de su propia vida, o bien que destruya una
vida ajena? La antigiiedad greco-romana ha-
bia descubierto uno, relativamente eficaz: la
idea de Patria como un particular colectivo,
en cuyas leyes estaba inmerso el individuo
como per en el agua. A este respecto, la con-
signa «Todo por la Patria» es absolutamente
clésica». Sélo la pélis (ese soberano ser vi-
DELAPAZYLAGUERRA
viente) es realmente un «individuo», no los
miembros que componen ese organismo, La
fuerza de persuasién de esta idea estribaba en
el hecho negativo de que, fuera de la pélis, el
hombre dejaba de ser libre, y podia por ende
ser muerto o esclavizado. Pero ella perdié
toda su fuerza cuando la combinacién del
Cristianismo y del Imperio Romano sustitu-
yeron la idea de sujecién del singular a leyes
particulares (fuera de las cuales puede éste
perder la libertad e incluso la vida) por la su-
jecién interna de la conciencia a la Palabra
que promete un Reino que no es de este
mundo (y condena con una Muerte eterna,
superior a la natural, a quien no experimente
esa metdnoia) y el sometimiento externo a
una ley abscracta, formal e igualitaria (justa-
mente la del Derecho Civil y Penal), endere-
zada a la defensa de la propiedad privada.
Esta doble solucién dividi6, empero, al sin-
gular concreto en dos mitades dificilmente
conciliables: por la primera, el individuo es-
taba realmente dispuesto a ofrendar su vida
(pero no a matar —todavia— en nombre de
idea cristiana de Salvacién de la Muerte
Ererna, frente a la cual la muerte fisica era
despreciable: un mero grdnsito). Esa «often.
da» dejaba pues al mundo ahf fuera, intacto,
Si se llevara a efecto, la sociedad se autodes-
truiria, Baste recordar algunos preceptos: vi-
vir como los lirios del campo 0 las aves del
cielo —olvidando que los litios viven de la
transformacién de la tierra, el agua y Ia luz, 0
que las aves eroban» el fruto del tiabajo del
campesino—, 0 dar todo el dinero a los po-
bres: si el reparto es equitativo, se diluye
como gota en el mar; si no lo es, hace injusta-
mente a los unos ricos —sin esfuerzo por su
parte— y mantiene a los otros en la desigual-
dad. Ast pues, la idea cristiana (a solucién
sinteriom) va directamente en contra de la
idea del derecho, basada en la propiedad y el
trabajo. Por otra parte, esta tiltima idea es por
definicién ineficaz para pedir el sacrificio al
individuo (la persona juridica). Este puede
muy bien ordenar la muerte violenta a quien
pretenda arrebatarle sus propiedades, jpero
no morir por ellas, ya que entonces cesaria el
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