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POR LAS FRONTERAS DEL NORTE Una aproximacién cultural ala frontera México-Estados Unidos Jost MaNueL VaLenzurta Arce (coordinador) Ga JO NACIONAL PARA LA CULTURA Y LAS ARTES FONDO DE CULTURA ECONOMICA MEXICO II, Consideraciones hist6ricas sobre la conformacién de la frontera norte mexicana! Manuet Cenatos Ramirez Lucax sincutar pe ta Historia sociat y de la geografia humana, Ja frontera norte mexicana y el sudoeste de los Estados Unidos “han cumplido ya el sesquicentenario de su instauraci6n actual. Enefecto, entre 1846 y 1853 ocurrieron los hechos hist6ricos que dieron origen a la actual linea divisoria entre ambos paises. La rimera de las fechas es el inicio de la guerra entre los Estados Inidos y México, que terminé con el Tratado de Guadalupe Hi- algo, ratificaco en 1848, El afto de 1853 se reviere al asi llamado ado de la Mesilla, por el cual México vendis el territorio de nombre, situado al norte del estado de Chihuahua. Aunque debe olvidarse, desde luego, que desde 18% la independencia Texas es un antecedente muy importante que moviliza y con- ona la historia posterior. La DIFERENCIADA DEFINICION DE LA FRONTERA ‘embargo, el establecimiento de la frontera no responde slo a inaciones politicas o jurfdicas, sino también a mecanismos t6ricos que implican una serie de determinaciones culturales, ficas, sociales, geopoliticas, éticas, econsmicas, fiscales, co- ales, Han sido de tal magnitud las caracteristicas de los he- Sistcrctn ce ersrteuln Uno ue pecnioemchisisSectatseer, a fronteray del noreste histérico”, en Memorias dela Academia Mexicana de ia t 42,1999, pp. 155-203, El segundo aparecers can el itulo de Lafont "México, fue elaborado en coaitoria con Octavio Herter 7 a _ANAMNESIS SOCIOHISTORICA DE LA FRONTERA cchos hist6ricos que la determinacién juridica de establecer una linea divisoria se encuentra con la realidad sociol6gica e hist6rica, ‘ya que lo que se esperaba fuera ura linea indubitable y geomé- trica de demarcacién se ha convertido en un espacio complejo, asimétrico y, en ocasiones y tiempos intercambiables, no siempre claro y distinto; pero eso si, de una intensa y constante interac- in, particularmente en esos centros comunes que son las llama- das ciudades gemelas. La frontera se ha construido con tal complejidad, que en ella se entrecruzan tiempos y espacios, acontecimientos politicos y s0- ciales, influencias locales, nacionales e internacionales, intereses creados y derechos hist6ricos, policfas y delincuentes, pasajeros y residentes, mitos y realidades; angloamericanes, indigenas y mexicanos. El cine de México y el de los Estados Unidos han inventado su frontera; los corridos y los héroes populares, con su. pistola en la mano, han inventado la suya; los historiadores han ‘explicado otra mas, y hoy quienes destacan las creaciones cultu- rales aprecian raices que nadie habia visto antes. Por otra parte, si la frontera norte no es s6lo una linea o una guardarraya que han de proteger los policfas, sino un inmenso espacio biterritorial y binacional donde viven y se desarrollan asentamientos y sociedades estables, parece tener simulténea- ‘mente grandes intersticios vactos. Vacfos de sentido, de cultura, de historia y aun de leyes. Tal sensacién de vacuidad en la fronte- ra la han tenido José Vasconcelos y Carlos Fuentes en México, yen los Estados Unidos han hablaco de ella Paul Theroux y Gra~ ham Greene. Se trata de momentos, de espacios, de estados de 4nimo que habrén de enfrentar quienes estén de uno u otro lado de la linea fronteriza. Se parecen a las confusiones de identidad 0 a las largas moratorias que han de ser satisfechas luego de percibir yno poder resolver de inmediato inéditas demandas identitarias. Fuentes escribié que entre las dos fronteras “existe una tierra de nadie” donde el inmigrante debe enfrentarse a la vigilancia de las patrullas fronterizas. Vasconcelos, apasionado y despiadado, hablé de la “extensa no men’s land del espiritu” y del “desierto de las almas” que existen en el norte mexicano y en una gran exten- sidn de los Estados Unidos. Para Fuentes (1992, p. 371) el vacio lo ilenan los inmigrantes a base de cultura, pues “la tercera hispani- dad, la de los Estados Unidos, constituye no s6lo un hecho politi- CONFORMACION DELA FRONTERA NORTEMEXICANA 73 0 0 econémico. Es, sobre todo, un hecho cultural. Toda una civi- lizacién ha sido creada en los Estados Unidos con un pulso hispa- nico”. Para Vasconcelos, aun con lo desitusionado que estaba cuando escribia la segunda parte del Ulises criollo, “La tormenta”, fue también la cultura —asf haya sido la cultura culinaria— la que atenué sus apasionados juicios sobre el norte mexicano. En oca~ sin de una visita que realiz6 con el general Antonio I. Villarreal a Lampazos en 1915 hizo una mordaz critica al texanismo, la incul- tra, la haraganeria, la vacuidad y la pretendida sencillez de los nortenos. Critica de la que hub de relractarse cuando legé 1a hora de la comida: Proxima del agua clara y ala sombra de &tbolesfrondosos se sirvié la ‘mesa. Los buenos copiosos manjares estilo espanol, de arroces, ensa- ladas y asados; el ate para disponer una buena comida son en aque Ila desolacion un resto de vieja herencia. Lo iitimo que pierde un pueblo que degenera es su cocina. Y aun ésta se ve cada dia bastar- Geada, por la infiltacién de inferioridad que hace mas de un siglo tamina, de norte a sur Se sirve en el norte, la fitada o cabrito en st sangre [1 Y todavia hubo cerveza. Poco més tarde, en los dias de la ‘administracién Morrow, bajo el zegente Portes Gil, en los banquetes exicanos se brindaria con agua helada, se comerian lechugas sin aceite de olivo [..] hubo hasta vinos de Expafaen el banguete a Villa- rreal [Vasconcelos 1948, pp. 124-125 Pero dichas apreciaciones de la vacuidad de la frontera con- trastan y se traslapan con otra profunda entidad que coexiste con esta real sensacin y percepcién de la vacuidad: las sociedades stables que se han formado en las fronteras. En efecto, existe una sociedad en la frontera que intenta llenar la vida fronteriza de sentido. Hay una historia de mujeres y hombres que han cons- truido e inventado otra frontera que, a contrapelo y divergente, corre paralela a la de la leyenda negra. Hay otra sociedad que vive y muere en la frontera, ahi educa a sus hijos, ah encuentra sus propios espacios y sus propios tiempos pera crear su cultura Cuando Vasconcelos afirmé que la cultura mexicana tenia por extremo norte a Chihuahua y a Durango, y si “acaso a Saltillo", estaba pensando y comparando al Norte cor el Altiplano y con el Sur: ™ ANAMNESIS SOCIOHISTORICA DE LA FRONTERA, segresamos otra vera Monterey para compart gia de Villareal por algunas aldeas de Nuevo Laén entre ota, ou err, Lampazos. ‘eanlguera de estos everios sin pavimiento mi tadiion municipal felellaa ere nosotvs cluded] simpatco y lamentable es Lar pazos, que blen puede pase por puso tipo dela fomera (La ak tna Lampazos jas ve ellie arguetinieo de ls aes el ne ror de México. Quien haya recor asta de Pui, la meset do Oxac, ya n0 dig el Baio Jalo,comprenderd en segulda la Impresin dl mexicano del interee cuando avanaa hacia l norte Toes tabari, mena elega Neve York, donde ya cujo une calle dstina de testa, pers al fn cultar [Entre estas dos Ciilaaconey Ia opal nected ocola epi ment cana, ln anglosajonn que tene por cleo a Nueva York¥ a Boston, hay una extensa no mors lnd dl eps, un desert eas lms unm barat con magunasyrascaclas en la region sajna arbre ‘on mitacion de mdguinasysacailesen a ogion mencana, de Mantersey al norte 198; pp. 124125) Quizé tuvo alguna razén Vasconcelos al comparar la pobreza y la incuria de las poblaciones nortefias con las de las del altiplano. Tavo alguna razén porque comparé los espacios; pero no la tuvo porque olvidé que, junto a esos espacios, y coexistiendo con ellos, hhabfa toda una historia llena de contradicciones, de esfuerzos, de lealtades y de luchas por la sobrevivencia. Es més, a pesar de ha- ber vivido parte de su infancia en Piedras Negras, Vasconcelos parece desconocer la historia del norte. Y su ignorancia era justifi- cable, ya que para entonces entre las poblaciones fronterizas s6lo Nuevo Laredo contaba con una historia escrita, la de Juan E. Richer, Es més, la apreciacién de Vasconcelos bien podia haberse fundamentado en la que 70 afios antes, en 1843, habia emitido Manuel Payno al escribir en EI Sigle Diecinueve un extenso articu- Jo con el titulo de “El Rio Bravo del Norte”. Luego de un recorri- do de un par de dfas por Reynosa, Payno escribic: Decididamente éstos son unos paises —pensé yo sin recuerdos y sin porvenir. Sin recuerdos, porque eso se queda para esas viejas ci dades de la Europa, que han tenido arquitectos y ruinas, capitanes e historia, poesia y poetas, pintores y pinturas. Sin porvenit, porque amenazadas pot los barbaros y tejanos,y escasas de poblacion, pasa- rn afos y siglos sin que mejoren un punto. Contentémonos con que no desaparezcan (1999, p. $3}. ‘CONFORMACION DE LA FRONTERA NORTENEXICANA 75 ‘Més adelante, aunque constaté que en las regiones fronterizas la civilizacion habia puesto muy poco de su parte”, no pudo sino encontrar contrapeso a st muy realista narracién al perca~ tarse de algunas de sus construcciones, pero sotre todo al obser- var la conducta de sus habitantes. Al igual que Vasconcelos, quien destacé la cordialidad social y el trato de igualdad que se daban entre silos fronterizos, Payno, al recordar Matamoros, ase- guraba que ricos y pobres iban vestidos de manera semejante, y que tenian “poco mas o menos la misma educacién, comen los ‘mismos alimentos, son blancos, bien hechos y de formas robus- tas; y no se distinguen unos de otros por los vicius groserus que degradan a los que en las poblaciones del interior se llaman lépe~ 108”. Poco después, no pudo menos de reconocer también que “las mujeres de las orillas del Bravo son por lo comtin encantado- ras, y esto es tan general en la frontera que aun en los mas insig- nificantes y lejanos ranchos se encuentra una bonita joven”. Es- fando en Monterrey observé que: Salvo algunas afecciones pronunciadas de provincialismo, es la clase de gente mejor que yo he conocido: amables y hospitalarios, no desdi- cen del cardcter mexicano. Habiendo ademas la ventaja de encontrar, particularmente entre las mujeres, una sencillez, un candor y modes- tia apreciabilisimos. Si Monterrey estuviera completamente libre de la terrible plaga de los indios barbaros, que en tiempo de invierno sue- Jen cometer sus depredaciones en las cercanias, sin duda que progre- ssaria mucho y seria uno de los més deliciosos paises para pasar una vida quieta y tranquila [1999, pp. 102-103]. Esta visién contradictoria de Payno en sus observaciones sobre frontera fue modificandose poco a poco. A lo largo de la segun- mitad del siglo xr hubo una serie de acontecimientos que con- buyeron a dicha modificacién. Entre ellos se pueden destacar siguientes: la instauracién de la zona libre y sus diversas apli- ciones segiin las circunstancias de tiempo y lugar (Herrera, 9); la guerra civil norteamericana, que movilizé los intercam- jos comerciales en toda la linea del Bravo; a intensificaci6n de actividades mercantiles, particularmente en el noreste (Cerutti jonzélez, 1999); la transformacién de los espacios —especial- te de Coahuila, Chihuahua y Sonora— en verdaderos lugares frontera, es decir, de intercambio, en vez deser sélo espacios % ANAMNESIS SOCIOHISTORICA DE LA FRONTERA, de enfrentamientos con los indigenas (Katz, 1982, pp. 23-36); la terminaci6n de las invasiones de estos tiltimos (Vizcaya, 2001; Rodriguez, 1998); la introduccidn paulatina del ferrocarril hacia Laredo y Ciudad Juarez primero, y luego hacia Piedras Negras y Matamoros. Todas estas circunstancias fueron modificando los espacios y ajustando la centralidad de algunas poblaciones y de sus habitantes. Cuando, a mediados de la década de 1880, el pro- tohistoriador fronterizo Juan E. Richer tuvo la inspiracién de escribir la historia de Nuevo Laredo, pudo revertir la opinion de Payno de que los pueblos fronterizos no tenfan pasado ni por- venir. Una de las principales motivaciones Ue Riches al recobrar el pasado trigico de Nuevo Laredo era demostrar e6mo el pro- greso habfa llegado a ser el estimulo principal de los habitantes de aquella naciente poblaci6n de fontera. Al referirse a la nueva fundaci6n frente al antiguo Laredo, enajenado a México luego del Tratado de Guadalupe Hidalgo, asent6: . ijl i aoe pla palais oa Meee Ye ‘ell latel de Sts ics bailar an aad atpuctl ha Psd dae ipl ani mand cn iad edicts en aaron ase una ila bastante considerable por poba- rdlca [al Cull do loo psiivos habltantes pudopofar ars el Sve Lod qucenel pea Serra ea eve fil legpaticos! Geandeabsiculos se opusiron al po te pacle Merle Gr pokagton oboe taro cumasiecen cha Sr cike ones ie re a eomue ae teen sparecends foro qué plc tes crmantesochosWagtngs gue se caimesutde clipe kine ageey epicidelanepishebaes fueron su tinica salvaguardia [Richler, 1958, pp. 12-13]? Asi, los textos de Payno, Richer y Vasconcelos hablan de las contradicciones y dificultades inherentes a la vida en la frontera; pero también de los seres humanos que, a pesar de todo, subsis- {en en esa region. Es mas, a pesar del realismo de estos y otros autores que llegan a dar la impresi6n de acritud y menosprecio, 2 Juan E Richer, Resa tr de Nico Lae, Junin Fes de Mejores Materia Muay Lara, 1986 pp. 2-1 #1 prime mani de obra de cr peblcada ea 1901, data 184, se hewenrn ene Archivo istreo “Municipal de Nuevo Laredo. oe CONFORMACION DELA FRONTERA NORTE MEXICANA 77 hay en todos ellos un rescoldo de comprensién desu cultura y de {os valores que la sustentan. Vasconcelos habl6 de “la reciedum- bre y buena cepa castiza de los habitantes que Ia soledad del de- sierto” vuelve de vez en vez inconscientes; Payno se refirié tam- bién a “los hombres de fierro, de roble del desierto”, de “cardcter naturalmente moral’, y a “la sencillez de las costumbres de todo pueblo virgen’ que tienen los fronterizos, aduciendo que “as flo- fes, cuando estdn en un jardin, no son tan bellas como cuando fnacen en las grietas de las rocas y entre las malezas y espinos de una soledad”. En este sentido, las fronteras no son sélo lugares geograticos donde existen pasajeros y asentamientos humanos tfimeros, por mas que su precariedad original no haya corres pondido ala vastedad de las poblaciones del atiplano mexicano. Son espacios donde los seres humanos que los habitan han cons- truido una historia, y que también la han escrito para percibirse e interpretarse a s{ mismos. Son locis gestorum: lugares privilegia~ dos donde se han generado hechos histéricos significativos. Pri- vilegiados, porque son lugares de encuentro y desencuentro de cculturas y sociedades, de pasados y presentes. Y también pueden llegar a ser locis philosophicus, porque Hevan a la reflexiGn de las diferencias y de las identidades en confrontac:6n; es decir, del sentido de lo que se es y de lo que se opta por ser: de la mismidad y de la continttidad. De ello ciertamente da cuenta la geografia, pero sobre todo la historia recordada, inventada, aprenclida, res- Eatada, Porque, como bien lo establecié Enrique Florescano (1987, p7h Los grupos que poblaron el territorio nacional ro produjeron una, ‘sino muchas imagenes del pasado, provocado por diferentes estimu- Jos: para liberarse del paso corrosivo del tiempo sobre las creaciones shumanas, para tejer solidaridades fundadas en origenes comunes, para dematcar la posesin de un terstorio, para afirmar identidades Erraigadas en tradiciones remotas, para sancionac el poder estableci- do, para respaldar con el prestigio del pasado vindicaciones del pre- sente, para fundamentar en un pasado compartido la aspiracién de constcuir una nacién, 0 para darle sustento a proyectos disparad hacia la incertidumbre del futuro. En estos y en otros casos, la recupe racién del pasado, o a invencién de un pasado propio, se manifiestan ‘Como una compulsién irreprimible cuyo fin ultimo es afirmar la exis- fencia historica del grupo, el pueblo, la patria o la nacién. 75 ANAMNESIS SOCIOHISTORICA DE LA FRONTERA, Considerar todas esas posibilidades de la historia es un ejerci- cio intelectual basico sin el cual las fronteras se quedarian osci- lando entre el folclor y el contrabando, entre sus aduanas y sus lugares de paso —legales o ilegales, que por cierto los hay en todas partes—, entre sus estereotipos y su leyenda negra. Para decirlo con la ironia de Arnold Toynbee, la frontera no es slo parte del paisaje, sino una entidad sustancial, como todas las demas donde habitan y mueren seres humanos. De esto da cuen- ta toda una historia fronteriza necesitada de otros planteamientos tedricos, de nuevas fuentes documentales y de inéditas investiga- ciones. DE LA CONCIENCIA GEOGRAFICA & LA CONCIENCIA HISTORICA Durante la tiltima década del siglo x1x las élites intelectuales y politicas de los Estados Unidos y de México tuvieron una aguda conciencia de su propia identidad. Ambas idgntidades estuvieron ligadas de modo diverso —si bien no exclusivamente— a sus fronteras recfprocas (Aguilar, 1990, pp. 185 y ss). Elafio de 1893 seha considerado el momento intelectual y tex tual en el que los norteamericanos cayeron en la cuenta de que su {frontier era parte constitutiva de ellos mismos y de sus institucio- ‘nes, si atendemos a la tesis de Frederick Jackson Turner, que puso alla frontera en el centro de la evolucién de la sociedad, de la eco- nomia y de las instituciones politicas estadunidenses. Las condiciones dela vida defronteradieron lugar arangosintelee- tales de profunda importancia [.] Elzesultado es que el intelecto norteamericano debe ala frontera sus notables caracterftins [..] ese individualism dominante que labora para el bien y para el mal, yal trismo llempo esa vivacidad y esa exuberancia que resullan de la libertad, és0s son los rasgos del rantera o aquellos producidos en ots sitios como consecuencia dela existencia dela frontera[..] a energia nortenmeticana seguits pidiendo constantemente un campo smis amplo para su gercici, Pero nunca se ofecerin de nuevo esos dlones de tierras libres [..] Lo queel Mar MediterrSneo fue para los gregos, rompiendo laos de a costumbre, ofreciendo nuevas expe Feneis, dando lugat a nuevas insiucionesy actividades, fue la fron- tera siempre en retirada para los Estados Unidos [1 y ahora, cuat CONFORMACION DELA FRONTERA NORTEMEXICANA 79 siglos después del descubrimiento de América, al cabo de cien afios de vida constitucional, la frontera ha desaparecido y con su desapari- cidn se ha cerrado el primer periodo de la historia norteamericana [Turner, 1987, pp. 206-207] Sin duda, como afirma David J. Weber, las “perdurables, y muy disputadas” tesis de Turner no han sido compartidas por todos los, historiadores, incluidos los norteamericanos; pero no se puede decir que no provocaron una reformulacién de la historiograffa des- de finales del siglo xnx que ha marcado las visiones hist6ricas de los norteamericanos (Weber, 1988, p. 367).’ Por los aftos en que Tur nner publicaba sus estudios, en México hacia otro tanto Justo Sierra Ciertamente para los mexicanos el significado de la frontera no tuvo la misma intensidad ni la misma naturaleza que para los angloamericanos. Sin embargo, la independencia de Texas y la pérdida del territorio una década después contribuyeron a acre- centar una grave crisis nacional que parecfa no tener fin. Uno de los mayores problemas habia sido la incapacidad para establecer una forma de gobierno estable y legitima. Luego del fracaso del imperio de Iturbide se promulg6 la Constitucién de 1824, que im- plant6 el federalismo. Este duré hasta 1835, en que se instauré el centralismo, que fracas6 con la intervencién norteamericana de 1846, y que por muchos motivos contribuy6 a intensificar los ya de por si agudos problemas de las provincias mexicanas. La posibilidad del fracaso de México como un proyecto nacio- nal les parecié a muchos intelectuales de la época una cuestién no muy remota? tal y como sucederia después con América Central, que se resquebrajaria en varias reptiblicas independientes. Hablando de la pérdida de Texas, Sierra escribfa (1984, p. 220): Es cierto que la historia que, en nuestro tiempo, aspira a ser cientifica, debe vedarse la emoci6n y concentrarse en la fijacién de los hechos, 2 A propssito de este asunto, David J. Weber escribe: “Turner exagers sbre~ implies y firms cosas que no resisten el escrutini ciontfico moderno, pero en tuna forma modificada y refinada, la tesis de Turner sigue siendo una clave !amplinmente aceptada y de gran info para entender el pasado y el presente de los Estados Unidos. Aunque todavia hay historiadores que no estan de acuerdo fe cuanto al alcance dela influencia de la frontera, son muy pocos los que sostie~ fen que [a frontera no desempens ningiin papel en la conlormacin del caricter rorteamericano” “Véase el caso de Lucas Alaman y Luis G. Cuevas en Tavera, 1961, 0 _ANAMNESIS SOCIOHISTORICA DELA FRONTERA, cen su anilisis y en la coordinacién de sus caracteres dominantes, para verificar la sintesis; pero abundan los periods de nuestra historia en que las repeticiones de los mismos errores, de las mismas culpas, con su higubre monotonia, comprimen el corazSn cle amargura y de pena. {Cusnta energia desperdiciada, cuinta fuerza derramada en la sangre de perennes contiendas, cuanto hogar pobre apagado, cudnta, cusn infinita cantidad de vejaciones individuales, preparando la definitiva hhumillacion de la patria! YY para Sierra la “humillaci6n definitiva” no era otra que la inva- ssién norteamericana de 1846, con la consiguiente pérdida territo- rial en 1848. Apenas a 25 aftos de consumada la Independencia, el pais ya era victima de una guerra extranjera de tal magnitud, pero sobre todo lo era de la propia incapacidad de los mexicanos para darse a si mismos un sistema politico. Aunque Sierra no fue el inico ni el primero en ofrecer una amplia reflexién del signi- ficado hist6rico del enfrentamiento entre mexicanos y norteame- ricanos, su influencia fue mayor en un momento decisivo de la construccién de la identidad nacional, de ta integraci6n de la fron- tera a esta nacionalidad a un precio muy costoso, pues segiin Sie- 1a, al contrario de los Estados Unidos —que para Turner se cons~ tituy6 como una nacién mediante la expansion—, los mexicanos llegaron a serlo muy dolorosamente por la supresién. Al estreme- cera los mexicanos y al romper de cuajo su territorio la guerra de 1846-1848 los situé en las propias y posibles dimensiones a que habian llegado en esos momentos c-iticos de su historia. En sinte- sis, para Sierra México no hubiera sido nunca un Estado nacional sin la guerra, aunque duela decirlo. En su Evolucién politica del pueblo mexicano explica los elementos fundamentales de esta visién: EI 1S de septiembre de ese mismo afo de 47, el ejéeito vencedor ocu- pé la capital [...] La paz era una necesicad antes de la anexién de Texas, una necesidad apremiante inmediatamente después; una sal- vvacién después de la guerra [del 47} a guerra nos habia desarmado; ni teniamos soldacios, ni artlleria,nifusiles. ;Oh!, era muy facil decla- ‘mar y tomar actitudes de augusta intransigencia en la tribuna y en la prensa; quienes supieron sacrificar su popularidad y sus dolores ppatristicos a una obra indispensable y terrible, ésos fueron los bene- iméritos, 60s son los que merecen el respeto profundo de la historia. (CONFORMACION DE LA FRONTERA NORTE MEXICANA 81 Sélo quien ignore cual era la situacién de anarqu’a del pais, las ten- dencias al desmembramiento ya claras en diversos Estados, la facili- dad con que gran parte de la sociedad aceptaba la tutela norteameri- ‘eana por cansancio de desorden y ruina, las ideas de anexién que surgian en grupos compuestos de gente ilustrada [..] un combate ‘mds, que habria sido tun nuevo desastre y una humillacién nueva, y tuna parte de Chihuahua, Sonora y Coauhila se habrian perdido. Y Iuego de pintar el triste cuadro en que se encontraba el pais, Sierra explie6 y justificé la conducta de los negociadores del Tra- lado de Guadalupe Ilidalgo y del entonces presidente Manuel de la Peta y Pea. Fue en esas circunstancias cuando esgrimié el meollo de su argumentacién: El principio de que no se puede ceder el teritorio en ningtin caso, es absurdo y jamas ha podido sostenerlo una nacién invadida y vencida El verdadero principio es este otro: bajo el imperio de una necesidad suprema, puede y debe una nacién cecer parte de su territorio para salvar el resto. .] perdiamos lo que estaba perdido de hecho: Califor nia, Nuevo México, Texas y la zona tamaulipeca de allende el Bravo [.-] Results un convenio doloroso, no ignominioso. [Otros] tratados de paz [...] nos obligan, por comparacién, a ser mas justos con esta obra inevitable de nuestros padres. Hicieron cuanto pudieron, hicie- zon cuanto debieron (Sierra, 1984, pp. 247-249]. Durante los tiltimos afios del siglo x1x, siguiendo las tesis, expansionistas de Turner y las concentracionistas de Sierra, los dos paises inventaron una frontera hist6rica, no s6lo geografica. Es decir, fueron capaces de establecer algo mas que una linea divisoria geométrica, Ambos paises tuvieron la posibilidad de establecer cada uno una sociedad propia que fuera capaz de una interaccion madura y de una relaci6n que, aunque termin6 por ser asimétrica, no siempre lo fue. La invencién de una frontera histérica fue un proceso muy complejo, cruento, asincrénico, diverso y contradictorio. Sin duda, historicamente las tesis de Turner y Sierra pueden considerarse las conceptualizaciones mas importantes para el establecimiento de la frontera mexicano-estacunidense a fina- Ies del siglo xrx. Pero para entonces resultaba indudable la exis- tencia de una realidad doble y contradictoria: ‘a frontera no era 82 ANAMNESIS SOCIOHISTORICA DE LA FRONTERA s6lo un punto de relacién privilegiado e indiscutible entre los dos paises, sino un elemento explicativo esencial de la identidad de ambos. No era ya una frontera que los separaba, al estilo de lo que intenté hacer en su momento Sebastian Lerdo de Tejada, quien pretendi6 que entre los dos paises prevaleciera el desierto (en ‘Cuevas, 1986, p. 1023). La frontera se conceptuaba desde enton- ‘ces como un lugar renovado de contacto, de intercambio, de di- ferenciacion y de maduracién. Ciertamente habfa una extensa regién del Rio Bravo, entre Laredo y Matamoros y entre Laredo y EI Paso, donde no eran nuevos los acercamientos y contacts entre mexicanos y norteamericanos. Sin embargo, la novedad estable- Cida a finales del siglo fue la conciencia de que la frontera era parte de la definicién de los dos paises. Sea como fuere, a base de enfrentamientos o conciliaciones, al final del siglo xxx y al principio del siguiente se inauguré entre los Estados Unidos y México una etapa de diferenciacién e instaura- cién de las identidades en que la idea de la frontera tuvo una importancia primordial. Desde entonces la frontera no seria s6lo el limite o, si se quiere, “Ia piel a la que le corresponde el cambio armonioso entre lo propio y lo ajeno”, como afirmé Alfonso Reyes (1989, p. 52), sino uno de los elementos constitutivos in- discutibles de ambas idemtidades. La identidad mexicana del siglo xx es deudora de su frontera norte, al igual que la identidad norteamericana lo es de su frontier. No se puede explicar la histo- ria del siglo xx mexicano sin integrar a la frontera norte; no se dard raz6n completa de los Estados Unidos sin la inclusién del sudoeste. LA ACTUAL FRONTERA Y SU CENTRO CRONOLOGICO De este modo, la frontera histérica mexicana y norteamericana se explica no por un proceso cronolégico que parte de un principio y tiende a un final, sino por un proceso cronolégico que tiene un acontecimiento central, con sus antecedentes y sus consecuencias; ‘es decir, un acontecimiento que tiene un antes y un después. De lo que se trata, en primer lugar, es de fijar el punto de partida para la consideracién de la frontera actual. Bernardo Garcia Mar linez (s.a., p. 157) se ha referido a la peculiaridad que hace tinica CONFORMACION DE LA FRONTERA NORTE MEXICANA 8&3 a Jo que denomina la vertiente mexicana del norte, y es la de no tener un litoral determinado, sino que “ha tenido diversos limites definidos por la experiencia hist6rica”. Uno de ellos, para nos- ‘otros central, es el momento textual en que los dos paises acorda~ ron establecer unos linderos comunes. Independientemente de las circunstancias que en ese momento afectaban profundamente Ja vida mexicana, el Tratado de Guadalupe Hidalgo puede verse como el inicio de un proceso histérico que a modificado la estructura social, politica, econdmica y cultural de México y de Jos Estados Unidos. No solamente de la frontera mexicana 6 del sudoeste norteamericano, sino de la vida nacional en su totalidad. Insistimos: no es concebible ni explicable ninguna de las dos his- torias nacionales sin la frontera norte mexicana o sin el sudoeste estadunidense. Es por ello que la frontera reciproca ha sido un lugar singular de la historia social, de la geografia humana y de la vida econdmica. Es cierto que el Tratado de Guadalupe Hidalgo, como todo decreto legal, no tuvo una aplicacién inmediata en la vida politica ni en la vida juridica, ni siquiera en sus prescripciones técnicas, que hubieron de irse modificando a lo largo de los siglos xix y xx; y mucho menos atin en lo referente a la vida social 0 cultural de la regidn; en unos lugares, por encontrarse despoblados; en otros, porque los habitantes no iban a modificar de un dia para otro sus costumbres, sus habitos y sus tradiciones. Aun asi, el tratado fue, como anotabamos, el inicio de un proceso y un parteaguas con- vencional en la historia de los actuales espacios fronterizos. Es por esto que la historia de las sociedades de la frontera podrfa ser ms racional y comprensiva si se realiza no desde sus origenes, sino desde un centro cronolégico concreto. El Tratado establecfa en su articulo quinto: La linea divisoria entre las dos Repaiblicas comenzara en el Golfo de México, tres leguas fuera de tierra, frente a la cesembocadura del Rio Grande, llamado por otro nombre Rio Bravo del Norte, 0 del més pro- fundo de sus brazos. Si en la desembocadura tuviere varios braz0s, correra por mitad de dicho rio ...] hasta el purto en que dicho rio corta el lindero meridional de Nuevo México; continuaré luego hacia ‘el occidente por todo este lindero meridional (que corre al norte del pueblo llamado Paso) hasta su término por el lado de oceidente; des- e alli subira la linea divisoria hacia el norte por el lindero occidental 8 ANAMNESIS SOCIOHISTORICA DE LA FRONTERA cde Nuevo México, hasta donde este lindero esté cortado por el primer brazo del rio Gila [1 y del ro hasta su confluencia con el rio Colora- do, y desde la confliencia de ambos ros la linea divisoria cortando el Colorado, seguiré el limite que separa la Alta de la Baja California hasta el mar Pacifico [Torre, Gonzalez y Ross, 1964, p.230.] Enseguida el mismo articulo del Tratado aclaraba que serfa elmapa de John Disturnell, en su edicién neoyorquina de 1847, el que deberfa consultarse para dilucidar los limites prescritos por los negociadores Aunque el mapa de Disturnell no estaba exento de inexactitudes, sirvié para efectuar las prinwras demarcacionies (Zorrilla, 1981, pp. 13-14). Se especificaba también que debfa tt zarse el plano de 1782, elaborado por Juan Pantoja, de la marina espafiola, para normar el criterio que establecerfa la division entre las Californias. Para entonces, hacia poco més de25 afios que se habfa publica- do en espafiol la magna obra de Alejandro de Humboldt titulada Ensayo politico sobre el reino de ta Nueva Espaia, En ella, ya Hum- boldt (pp. 87-88) habia detectado la controversia que se tendria al tratar de fijar los “verdaderos confines” de la Nueva Espafia con los Estados Unidos: “Esta disputa (...] no tendré mayor impor- tancia hasta que algunos terrenos destrozados por los colonos de la Luisiana, toquen inmediatamente con los que estén habitados por colonos mexicanos guando se construya un pueblo de la Pro- vincia de Tejas cerca de otro del Condado de los Opelousas”. Humboldt (tomo 1, p. 293, y tomo 2, p. 86) habia escrito tam- bién acerca de la discusién politica “tan larga como infructuosa” de los integrantes del Congreso de Washington, quienes preten- dian extender el territorio de la Luisiana hasta las margenes del Rio Bravo del Norte. Muy contrariado debié sentirse Humboldt a fines de la década de 1840 por las determinaciones de los nortea- mericanos, ya que no s6lo estrechaban los limites de la antigua Nueva Espafia hasta el Bravo apoyados en la tesis de la extension de la Luisiana, sino que se expandian hacia Nuevo México y la Alta California. Su conclusi6n, escrita a inicios de siglo, sobre los territorios septentrionales de la Nueva Espafia, no patecia tampo- co oportuna: ‘5 Véase dicho mapa en Reyes Vayssade, 1990, p. 25. CONFORMACION DEA FRONTERA NORTE MEXICANA 85 Seria indtil extendernos aqui sobre la defensa de las fronteras en las Provincias Internas, cuando los prineipios sabios y moderados que animan al gobierno de los Estados Unidos, hacen esperar que por medio de un concierto amistoso se fijaran muy en breve los limites entre dos pueblos, de los cuales tanto el uno como el otro ocupan muchisimo mas terreno del que pueden cultivar [Humboldt, 1985, 14, p. 315] Independientemente de que aquellos “principios sabios y moderados” no fueran patrimonio de todos los norteamericanos, habfa otro asunto que ya Humboldt habia detectado: la dificultad de determinar los limites territoriales en las sabanas inmensas del septentrién, donde las haciendas estaban distantes unas de otras, hasta 15 0 20 leguas, y donde apenas habia la menor sefial de des- monte o cultivo (Humboldt, 1985, tomo 2, p. 81). En realidad, a Humboldt no le tocé asistir a la modificacién conceptual de la idea de frontera que se llev6 a cabo a lo largo del siglo xrx. To- mando las palabras de Lucien Febvre escritas en 1928, podemos decir que Humboldt no asistié al “espectaculo que se traza gene- ralmente de la evolucién de las fronteras: de la zona de separa- cin larga, estéril, vacia; a la simple demareacién sin espesor. De Ja indeterminaci6n de un trazo a menudo aberrante, a la determi- nacién rigurosa de un contorno definido matematicamente” (en Foucher, 1991, p. 59). Segiin Michel Foucher, la nocién de frontera lineal es relativa- mente reciente, Con la tinica excepcién de la muralla china, ese diseno de la frontera es un fenémeno de origen europeo; y es invencién moderna que surge como corolario dbligado de cierto tipo de Estado. Aunque también haya habido antecedentes importantes, como los limes del Imperio romano 0 los horoi de las ciudades griegas, Fouicher (1991, p. 57) asienta que el “encasilla- miento de la totalidad del espacio terresire en estados y entidades bordeadas de fronteras lineales es un hecho reciente. La extension de ese modo de recortar en lo sucesivo el mundo no data sino del fin del siglo xix”. Segiin esto, el establecimiento de la frontera decretado por el Tratado de Guadalupe Hidalgo toma otro sesgo en cuanto al re- acomodo del espacio que, en una perspectiva de larga duracién —hoy por lo menos sesquicentenaria—, muesira una vastisima 86 ANAMNESIS SOCIOHISTORICA DE LA FRONTERA extensi6n de més de 3000 kilémetras entre México y los Estados Unidos. Por otra parte, aunque la divisién y monumentacién de la frontera norte se inici6 unos cuantos afios después de celebra- dos tanto el Tratado de Guadalupe como el de la Mesilla, fue has- ta 1889 cuando cobré mayor relevantia el astunto de la separacion ‘entre las dos naciones, al establecerse la Comisi6n Internacional de Limites, Por todo ello, el establecimiento de los espacios fronterizos no hha sido un proceso univoco y sincrénico, sino intensamente equi- voco y diacrénico en su formacién. La justificacién tedrica de esta proposicién es que una de las tareas fundamentales de la historia es la explicacién critica y racional del presente. El historiador debe ofrecer las razones que hagan entender por qué se ha construido tal o cual sociedad de ese modo y no de otro, y cémo se ha llegado este estado de cosas. Sila historia se ocupa del pasado es para es- Clarecer el presente, no para solazarse en él como lo hace un anti- ‘cuario con los articulos de una coleccién. Esto mismo nos lleva a di- ferenciar los procesos hist6ricos de la macrofrontera frente a las dimensiones de los acontecimientos hist6ricos cuando se regiona- liza la frontera o al observar los procesos microhistoricos de pue- bios, villas y ciudades. BIBLIOGRAFIA [Aguilar Mora, Jorge, Una muerte sencila, usta, eterna: cultura y guerra ‘durante la Revolucion mexicana, era, México, 1990. Cerutti, Matio, y Miguel A. Gonzélez Quitoga, El norte de México y Texas 1848-1880, Instituto Mora, México, 1999. ‘Cuevas, Mariano, Historia de la nacin mexicana, México, Porrta, 1986. Florescano, Enrique, Memoria mexicana, Joaquin Mortiz, México, 1987. Foucher, Michel, Fronts etfrontieres, Fayard, Paris, 1991. Fuentes, Carlos, El espe enterrado, rcx, México, 1992. Garcia Martinez, Bernardo, “Tiempo y espacio en México: las ultimas ‘décadas del siglo xx”, en José J. Blanco y José Woldenberg (comps.), ‘México a fines de siglo, t. 1, Conacult, rce, México, 1993, Herrera Pérez, Octavio, La zona libre. 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