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acabarian por reflejarse en forma muy grave en la misma posibilidad de conservar el pa- timonio del pasado, La historia de la deca- dencia cientifica hasta el siglo x1 ofrece —se- gun ya lo sefialamos al comienzo de este capi- tulo— una notable confirmacién de esta verdad. Todo pensamiento cientifico eficiente ha de saber cémo sopesar ambos impulsos, inte- gtindolos mutuamente. Y ha de saber con tal objeto cémo eliminar de la conservacién todo caracter de servidumbre al pasado y de la in- novacién, todo cardcter de pura negatividad. Debe transformar Ja herencia cientifica del pasado en instrumento de nuevos desarrollos. Todo aquello que no puede asumir una fun- cidn de instrumento positivo se convierte poco a poco, irremediablemente, en lastre, en peso totalmente iniitil, en obstéculo a todo pro- greso serio. Toda construccién teérica 0 prictica sera verdaderamente “nuestra” (“humana”) sélo en [a medida en que nosotros, hombres, seamos capaces de obrar eficazmente con ella; de do- minarla, no de ser dominados. El pensamiento cientifico no lograra sino perder su condicién de ciencia si pierde esta caracteristica de ins- trumento humano. Para evitar que tal cosa ccurra, debemos sobre todo preocuparnos de que no se cristalice, que no se repita; debemos derribar todas las barreras que lo estorban © limitan, debemos ponerlo en situacién de renovarse constantemente y de profundizar el sentido de tal renovacién. CAPITULO VI EL NACIMIENTO DE LA CIENCIA EXPERIMENTAL 1. El nacimiento de la ciencia experimental guatda rélacién con el descubrimiento —nada simple, aunque hoy pueda parecernos obvio— de que existen técnicas muy precisas para do- minar racionalmente ef curso de la experiencia, ¢s decir, para provocar ciertos fendmenos que pueden repetirse a voluntad y medirse con exactitud matemitica, en condicidnes contro- ladas por nuestro intelecto. Fue necesario un profundo cambio filosdfico para inducir a los espiritus cultos a estudiar ordenada y seria- mente dichas técnicas, es decir, para superar el doble prejuicio de que toda actividad pric- tica resultase demasiado inferior para ser digna de investigacién racional, o demasiado recén- dita y misteriosa para ser accesible a las fuer- zas humanas. “La antigiedad —escribe Charles Adam (Galileo - Newton) caracterizando Ja nueva actitud de Descar- tes— (y podemos agregar: de Galileo y de los demis creadores de la ciencia moderna) habia creido demasiado, confiaba en la palabra de Aristételes, que la ciencia no debia ser sino una actividad del espiritu en si y por si, por encima de todas las demas, contemplacién pu- ra, sin efecto practico alguno... La Edad Media, en cambio, habia creido sobre todo en el arte, en el gran arte: arte secreto en el que no se temia Ia invocacién de los poderes so- brenaturales; el objeto era actuar sobre la na- turaleza, transformar los cuerpos, acaso crear- los... Pero se imaginaba que este objeto podia alcanzarse a tientas; se investigaba al azar, sin método. Esto ocurria en todas las artes particulares: cada una poseia sus propios procedimientos y sus ingredientes y, 2 veces, 33 lograba realizar obras maestras, pero con me- dios empiricos; era necesario para ello el genio” de un artista 0, por lo menos, la habilidad de un artesano. No se pensaba que la ciencia pu- diera prescribir reglas al trabajo humano, que pudiera hacerlo al mismo tiempo mis simple y mis fecundo, que lo colocase, con un poco de estudio, al alcance de todos” (Oeuvres de Descartes, ed. Adam-Tannery, vol. XII, Pa- ris, Cerf, 1910). El ideal de Galileo, Desca tes, etcétera, “serd el de unir intima y defini- tivamente la concepcién de la ciencia de la antigiiedad con la del arte de la Edad Media”, es decir, edificar un saber fundado sobre nue- vas técnicas, racionales, validas ya no sélo en el campo de las ideas abstractas, sino en el campo mucho mis rico de las experiencias con- cretas. No es dificil comprender el supuesto social que posibilité este cambio filosdfico: se trata de la consolidacién victoriosa, decidida, de nuevas riquezas directamente vinculadas con el trabajo y —por tanto— del surgimiento de grupos cada vez mis numerosos de cienti- ficos profundamente sensibles a los intereses de la produccién y capaces de darse buena cuenta de ia unidad indisoluble entre la préc- tica y 1a teoria. Y la propia organizacién nueva del mundo politico-econémico fue la que impuso originales problemas a la investiga- cién cientifica, apartindola de las discusiones generales, de orden metafisico, para vincularla 2 cuestiones concretas. “Las obras de paz y de guerra —escribe A. Banfi en su hermoso vo- Jumen sobre Galileo Galilei (Milin, 1949)—, la canalizacién de los rios, la construccién de puentes, la excavacién de puertos, Ia ereccién de fortalezas, el tiro de la artilleria, ofrecen a Jos téenicos una serie de problemas que no pueden resolverse empiricamente y que exigen necesariamente un planteo tedrico. ¥ los nue- vos estudiosos no egresan de las aulas acadé- micas sino de los ambientes del humanismo libre, de las profesiones civiles.” Una impor- tancia especial adquirieron los problemas préc- ticos planteados por la navegacién, que en aquella época debia afrontar nuevos viajes, ca 34 da vez més extensos, hacia las ricas tierras recientemente descubiertas. 2. Para darnos una idea exacta de los obs- téculos que debian superarse bastard refle- xionar —aunque sea brevemente— sobre la complicada historia del ingreso de! anteojo en el mundo de Ia investigacién astronémica. Las més minuciosas biisquedas actuales no permitieron establecer quién fue el primer in~ ventor de las lentes; muy probablemente fue’ algtin oscuro maestro vidriero que las cons- truyd por azar y también por azar advirtié su utilidad para corregir los defectos mas co- munes de la vista. “El nombre lentes —escribe Vasco Ronchi en su obra ya citada (ver cap. TV), nombre que’ significa, justamente; la le- gumbre lenteja—: es: muy vulgar, y basta por si solo para colocar fuera del Ambito culto el otigen del okj2to indicado con tal nombre, Para ser mais precisos hay que observar que, en verdad, se trataba de la lente de vidrio o de la lente cristalina, pues si alguien hubiese ha~ blado de lentes, omitiendo la calidad del mate~ rial empleado, todos habrian creido que se trataba de lentejas. Pero la mejor demostra- cién de que las lentes nacieron fuera del émbi to culto la proporciona, justamente, el modo con que dicho Ambito las traté una vez intro- ducido su uso: las juzgé indignas de ser toma- das en consideracién, y no se hablé mis de ellas en ninguna parte por mas de tres siglos. Ninguna otra conjuracién de silencio fue tan undnime ni duradera.” Todavia a comienzos del siglo xvut Ia igno- rancia de los “cientificos” sobre las lentes era casi completa, y no debe asombrarnos —con mayor razén— su desconfianza respecto de los primeros anteojos construidos por simples artesanos. “El anteojo —escribian— hace ver figuras mas grandes 0 més cercanas de los objetos verdaderos, las hace ver coloreadas y deformadas; por tanto, engafia y no hace co- nocer la verdad. No puede, entonces, ser uti- lizado como instrumento de observacién.” Fue necesario el genio y la energia de Ga- lileo para sacudir este seudorraciocinio. “Es cierto que el anteojo da figuras distintas de Ja realidad, por cuanto las hace ver mds gran- des 0 mis pequefias, mas préximas o més dis- tantes, coloreadas y a veces confusas, pero eso no quiere decir que engaiie siempre, pues pue- de ocurrir que, a través de las figuras vistas en el anteojo se logre conocer Ia realidad mejor que a simple visea.” “Galileo fue el primero en l’mundo de la cultura y de Ia filosofia —agrega Ronchi— que llegd a la conclusién de que se debia creer en Jo que sé veia en el anteojo. Con esta pre- misa de orden filoséfico dirige su anteojo al cielo y hace descubrimientos admirables, que siembran la confusién en la astronomia, la fi- sica y la medicina de Ia época. Cuando los hizo publicos .... todo el ambiente académico, con unanimidad impresionante, enfrent6 a Gali- Jeo acusandolo de atribuir importancias a cier~ tas observaciones y de difundirlas como, ver- daderas a pesar de que, por haber sido hechas solamente con el anteojo, instrumento fala misterioso, no podian ser sino ilusiones y qui- meras. Pretender revolucionar Ja ciencia con semejantes observaciones estaba completamen- te fuera de lugar.” iSin embargo fue precisamente aquel acto de confianza de Galileo en los productos de la industria de la artesania el que inicié una de Jas revoluciones cientificas més profundas! Aunque su origen —probablemente— obede- ci mas a una ‘decisidni instintiva y valiente que 2 una meditada conciencia critica, sin duda tomé aquella actitud como simbolo de todo un‘ movimiento amplio y profundo que transformé sustancialmente el viejo. con- cepto de ciencia. “Las lentes y Ia brijula, y una ‘cantidad de instrumentos y de procedi- mientos de las actividades practicas —escribe J. Dewey—, fueron utilizadas y adaptadas pa- ra las exigencias de Ia investigacién cientifica. ‘Aquellos procesos ordinarios que durante mu- cho tiempo habian encontrado aplicacién en Ia artesania —debilitar e insensificar, combi- nar y separar, disolver y evaporar, calentar y enfriar, etcétera— ya no fueron desdefiados. Fueron adoptados para sustraer algiin secreto a Ja naturaleza, en lugar de empledrselos ini camente para producir objetos de uso y fun- cién practicos.” 3. @Podemos percatarnos de Ia’ transfor- macién que fue menester introducir en los trabajos de artesania para transformarlos en trabajo cientifico? Ya explicamos en el §1 que el primer im- pulso para acometer seriamente los trabajos, que habian sido hasta entonces prerrogativa de la artesania, los creadores de la, ciericia ex- perimental moderna Jo recibieron del interés cada vez mayor que Ja sociedad de la época manifestaba por la produccién y, por ende, de las exigencias siempre mayores de nuevas y mis eficientes obras de paz y de guerra. Se ha demostrado, por ejemplo, que Leonardo da Vinci, en virtud de las dificuleades intrinse- cas de las tareas que se confiaban a su arte de ingeniero, se vio obligado a investigar de ma- nera nueva y original los principios de la me- cénica, de la dinamica y de Ja estética: los modelos muy ingeniosos que dibujé (y en parte construyé) de toda clase de maquinas ofrecen atin hoy un sorprendente testimonio del interés practico que le guiaba en sus pri- meras investigaciones cientfficas. También en las investigaciones de éptica y de anatomia se vio guiado, como es sabido, por las necesidades especificas de su propio oficio (en este caso, el oficio de pintor). Lo mismo podria repe- tirse de muchos otros: desde Leén Bautista Alberti y William Gilbert, Galileo, etcétera. Frente a estas tareas practicas, limitadas, de nada servian las concepciones generales de la antigua filosofia de la naturaleza. “La opinién, de Aristételes —escribe Dampier— servia muy poco para corregir la mala perspectiva de un cuadro, encauzar las aguas de riego 0 construir una ciudad fortificada. Para estos problemas el comportamiento de las cosas rea- les era mucho més importante que las opinio- nes del enciclopédico griego.” Pero si las cosas, eran asi y no resultaba posible utilizar la més antigua y respetada cultura en el estudio de nuevos problemas, ga qué método podia acu- dirse para diferenciar el trabajo cientifico del trabajo ordinario de millares de artesanos? No es posible establecer linea precisa de demarcacion entre estos dos tipos de trabajos. Seria absurdo, histéricamente, pretender in- troducir entre ellos una discontinuidad neta. Sin embargo, algo nuevo aportaban enton- cos aquellos que, a siglos de distancia, llama- mos hoy cientificos; pero no es un método perfecto, vilido para toda investigacién, cons- ciente de si mismo. En cambio, es, sobre todo, un nuevo espiritu, una nueva manera de en- carar el trabajo. Quiz’ podriamos intentar su determinacién con los dos caracteres siguientes: 1) introduc- cién de una instancia racional en él estudio de los problemas; 2) conciencia de la necesidad de lograr, para tal estudio, la mis amplia co- laboracion. En cuanto al primer cardcter, debe recor- darse en seguida que ya la filosofia de la naturaleza griega y medieval habia tratado de insertar los fenémenos de ésta en un esquema de conceptos racionales. Pero este esquema era demasiado general; pretendia ser una ex- plicacién completa de todo el curso de la naturaleza; en cambio, ahora se introducian esquemas limitados, se intentaban modelos tedricos de un campo circunscrito de fendme- nos (Ia caida de los graves, Ja trayectoria de for proyectiles, el funcionamiento de las len tes, la atraccién magnética, etcétera) deduci- dos de Ia observaciin de relaciones precisa Y esto no bastaba: apenas formulada una hi potesis, se ensayaba su validez, verificando si Tas consecuencias que se deducian de ella ha- aban 0 no confirmacién en los hechos. Los resultados de estas comprobaciones se explota- ban a su vez para retocar la hipétesis, forman- do asi un circulo ininterrumpido entre la teo- ria y la prictica. En la solucién de yn problema particular comienza a sentirse un interés que excede los limites del problema en si, Ya no se trata solamente de cjecutar bien una determinada “obra de arte”, sino de arrancar un secreto a la naturaleza. Y por eso se’ difunde —aunque con extremada lentitud— la conviccién de que es absurdo trabajar en el seereto del propio 36 laboratorio, ocultando a los dems las tentax tivas realizadas, los métodos que hayan per- mitido algin éxito. Se reiliza el esfuerzo de describir con maxima precisién cl procedi- miento empleado y, si bien con cautela, se lo comunica a otros investigadores para que tam bin ellos lo experimenten con Ia intencidn comin de conocer la verdadera realidad del fendmeno. Esa colaboracién depara inmedia- tamente todas sus ventajas, y se abren nuevas sendas con posibilidades cada vez més amplias, {Ser posible —segiin el ejemplo helénico dela matemética— construir también ahora un lenguaje técnico preciso para la formula cién de las teorias del enunciado de las leyes, de Ia descripcién de los problemas? En algunos campos de fendmenos como, por ejemplo, en Ia mecinica, esta tarca se vio muy facilitada por la posibilidad, vislumbrada in- mediatamente y pronto ensayada con gran éxito, dé aplicar a la ciencia experimental el mismo Ienguaje usado en matemitica (f5r~ mulas, figuras geométricas, eteétera). Los pri- meros resultados admirables de Galileo, Ke- pler, etcétera, fueron logrados, pyecisamente, mediante este camino. En otros campos, en cambio, la situacién ve presentaba muy distinta y mas ardua. Asi, por ejemplo, en el de los fenémenos quimicos, donde no sélo resultaba casi imposible aplicar inmediatamente a matemitica a la natura~ leza, sino que era ante todo necesario penetrar con valentia en la secular tradicin de los tra~ bajos de los alquimistas, Iuego liberar paula~ tinamente sus métodos y conceptos de un sinnimero de prejuicios de toda indole que Jos. envolvian y estorbaban, limitar las tareas de la investigacién y proceder con gran caute- Ia y constancia. Para captar en toda su -complejidad esta fase primitiva de Ia ciencia moderna me pa- rece de sumo interés recordar que hombres de tanto valor como Newton —que indudable- mente habian alcanzado alto nivel cientifico en las investigaciones mecinicas y dpticas— tropezaban con enormes dificulrades para di- ir sus propias investigaciones quimicas ferenci de las de los alquimistas; sin embargo, no de- jaron de reconocer la impurtancia de estas in- vestigaciones, muy alejadas atin de la exacti- tud cientifica, y las continuaron tenazmente, de modo que sus largos y pacientes trabajos resultaron premisas indispensables para los es- pléndidos éxitos del siglo siguiente. Si los ‘an- tiguos historiadores de la ciencia preferian pasar por alto esta actividad poco rigurosa de Newton, hoy semejante silencio seria inadmi- sible. En efecto: es muy cierto que dedic6, por Jo' menos durante muchos aitos, mas tiempo y energia a las investigaciones alquimisticas que a sus celebérrimas investigaciones mateméticas y mecinicas. En conelusin: seria ridicula la pretensién de establecer una fecha precisa para senalar el pasaje del trabajo experimental precientifico al propiamente digno de, entrar en la ciencia. Més que la fecha del nacimiento del pensa- miento cientifico moderno, podemos:estable- cer Ja época de su adolescencia, es decir, el momento en que, ya.afirmado ese pensamiento en algunos campos particulares, comenz6 a desarrollarse con ritmo creciente, a adquirir cada vez mayor confianza en sus propias fuer- zas y a afrontar nuevos problemas cada vez mis dificiles. La técnica dé Ia ciencia experimental mo- derna no surgié de golpe; se formé poco a poco y, a través de una larga serie de éxitos y de derrotas parciales, logré adquirir final- mente esa estructura sdlida que constituye el nuevo tipo de racionalidad prictica caracte- ristica de nuestra era. Es una técnica aiin hoy en continuo desarrollo, que se ramifica en un niimero cada vez mayor de lenguajes particu- lares (para la termologia, Ia éptica, Ia elec tricidad, Ia quimica, etcétera), todos vincu- Iados ‘entre si y relacionados con el lenguaje ‘matemitico, pero manteniendo —respecto de este tltimo —una caracteristica bien deter- minada: la caracteristica de que Ja precision de los conceptos utilizados aparece indisoluble~ mente vinculada con Ia precisién de los ins- trumentos experimentales y, por lo tanto, con el grado de perfeccién logrado en la compleja preparacién de estos instrumentos (clabora~ cién del vidrio, de los metales, de los genera dores de energia, etcétera). 4. Hemos dicho antes que en algunos cam> pos particularmente simples de los fendmenos naturales Ja fractura entre el trabajo precien- tifico y Ia ciencia propia y verdadera fue seialada por el uso sistematico del algebra y de la geometria. gCémo justificar esta afirma- cién si —segtin acabamos de explicar— la ciencia natural se caracteriza por un lenguaje propio, vinculado operativamente con Ia expe- riencia y, por tanto, irreducible al lenguaje abstracto de las disciplinas mateméticas? Aludimos aqui a uno de los mas grandes problemas del pensamiento cientifico moder- no: explicar cémo los conceptos y veoremas matemiticos pueden utilizarse con tanto éxito en Ia tcorizacién de los fendmenos naturales. Desde el punto de visea histérico, recorda- remos que la confianza en el valor cognosci- tivo de la matematica pudo sostenerse, en sus comienzos, sobre un postulado metafisico- religioso que, si hoy puede parecernos casi pueril, poseyé seguramente mixima eficacia prictica en tiempos de Galileo. Se trata del postulado segiin el cual Dios mismo, en el acto creador, impuso al universo un sistema de le- yes concebidas matematicamente, es decir; que el gran libro de la naturaleza fue escrito por su creador en simbolos matemiticos, de modo que para leerlo fuera necesario y suficiente conocer estos simbolos y usarlos con rigurosa precisién. El resultado mas importante de tal acticud (desde el punto de vista general) es que el investigador ya no va en busca de oscuras “esencias” de los fenémenos, ni de remotas causas metafisicas, ni de inverificables causae finales, El lenguaje matematico no puede cap~ tar sino relaciones entre los fendmenos, pero estas relaciones son algo que puede medirse, y, por lo tanto, algo que puede verificarse o falsi- ficarse '. Quien pretenda utilizarlo debe limi- 2 “Falsificar una. proposicién” significa —en el Ten= guaje metodolgico moderno— demostrar que es falsa. 37 tarse a estudiar las leyes de Ia experiencia y renunciar a interesarse por su pretendido sus- trato metafisico. “El método cientifico —ex- plica muy bien Banfi en su ya citada obra sobre Galileo— no es sino Ia extensién del mé- todo matemitico; y consiste en analizat un fenémeno fisico en sus varios momentos, de- terminando las relaciones tanto reciprocas como constitutivas del propio fenémeno, Es obvio que el fendmeno considerado no puede analizarse en su complejidad inmediata, en todo el conjunto de las relaciones que lo cons- tituyen, sino sdlo paulatinamente segiin los varios planos que se intersecan, de esas rela- ciones. El fenémeno sufre de tal manera un. proceso de abstraccién; y s6lo sucesivamente los distintos planos de abstraccién, a los cuales corresponde el sistema complejo de leyes, se van sistematizando, unificando, y reciproca- mente ordenando.” {Existira un plano privilegiado de esas abs- tracciones en que sea més facil la reduccién del fendmeno a fas relaciones que lo determi- nan? La respuesta de los primeros cient{ficos modernos es positiva: el plano privilegiado es el de Ia mecénica, donde entran en juegos los conceptos sugeridos més inmediatamente por Ja técnica de las Ilamadas miquinas simples. Por lo demas, este plano tiene la ventaja de poderse determinar por relaciones expresa- bles en forma matemitica clemental, forma que nos permite penetrar en las propie- dades mis caracteristicas del plano inclinado, de las palancas, etc. El extraordinatio éxito logrado sobre este plano por Ja aplicacién’ de las férmulas matematicas constituye —segift al juicio de los primeros investigadores— una confirmacién indiseutible del valor cognosci tivo del método adoptado, y les estimula para extender el modelo de Ia interpretacién me- canica a todos los planos de las relaciones in- terfenoménicas. Se convierten asi las leyes de Ia mecinica en los principios generales de toda teoria {‘sico-matematica del universo. 5. Los desarrollos de la investigacién ex- perimental modificaron poco 2 poco la vision ‘que acaba de mencionarse. E! hecho mismo de 38 que la matematica comenzara a sugerit nuevos métodos (por ejemplo, el andlisis infinitesin mal) y que estos métodos se revelaran ex. traordinariamente fecundos en la investigacién fisica, aun antes de encontrar una precisa jus» tificacién légica en el edificio de la matemitica clisica, sugirié Ia idea de interpretar el len~ guaje matemitico no ya como el modelo per- fecto del saber cientifico, sino —més simple- mente— como un auxiliar ‘itil en el estudio de la nacuraleza. Rebajada al rango de instrumento puro, la matemitica perdia gradualmente el valor ab: soluto que Ie atribuyeron los griegos y termi naba buscando su propia justificacién sélo en la amplitud de las aplicaciones logradas. Ya en Galileo (que para justificar su propio método habia acudido al postulado de que Dios mismo habia escrito en términos geométricos el gran libro de la naturaleza) Ia teoria matemética de los infinitésimos, que apenas nacia’ enton- ces, se considera no como un capitulo cabal y propio de la ciencia, sino tnicamente como un método util para las ciencias fisicas. Igual opinién sostendra varios decenios después el gran “Newton, que, rehusando publicar. sus grandes descubrimientos sobre el cilculo de Is fluxiones * (inseguto sobre su valor teérico y deseoso de no dejarse arrastrar a discusiones jargas y abstractas) los utilizara correctamen- te en las investigaciones fisicas, convencido de que bastard el éxito de las comprobaciones ex- perimentales para garantizar el valor logico del procedimiento empleado. 1 BI mécodo newtoniano de las fluxiones parte de la comprobacién intuitiva de que las lineas “no se des- criben mediante Ia adicién de sus partes, sino por el movimiento continuo de puntos, las superficies por el movimiento de lincas, etc.” “Llamando, en general, “fluences” a las cantidades producidas por tales movie mientos continuos, Newton da ef nombre de “fluxio- nes” a las velocidades de crecimiento de esas fluentes, pero. observa que no iateresan en si mismas, sino s6lo én sus razones reciprocas. Las reglas a que obedece el cileulo de las fluxiones cuando se dan las fluentes co- reesponden a las reglas del actual célculo de derivadass en cambio, aquéllas, para el cilculo de las fluences, cuando se dan las fluxiones, corresponden al actual cileulo integral. ¢Estamos atin dentro de la tradicién eueli- dea o nos hallamos mas cerca de Herén que de Euclides? No es facil responder a esta pre- gunta, porque la concepcién clisica de Ia geo- metria como ciencia perfecta es atin admitida por varios contemporineos de Newton y con- stinuaré su predominio en muchos espiritus egregios. A su lado, sin embargo, nos hallamos con algunas actitudes singulares que tienen ex- traordinario valor sintomatico. Si bien falta todavia una conciencia metodolégica clara de la verdadera estructura de la matemitica y de la fisica, la buena senda ya esti individua- lizada. Habra que aprender 2 seguirla hasta sus consecuencias extremas. 6. Hoy el fisico sabe que nada garantiza 2 priori la aplicabilidad, al tipo de fendmenos que estudia, de una determinada teoria. ma- temitica con preferencia a otra; por lo tanto siempre estara dispuesto —cada vez que ella no logre la explicacién buscada— a intentar Ia aplicacién de otra teoria. Que cierto tipo de funciones 0 cierto gru- po de postulados geométricos 0 mecinicos resulten utiles en el examen de este o de aquel fenémeno no es para él sino una hipétesis de trabajo, sugerida por el éxito ya comprobado en fenémenos andlogos. Ningin fisico, para aplicar determinado capitulo de anilisis 0 geometria o de cilculo de probabilidades, et- cétera, necesita apelar al acto de fe segin el cual Dios ha escrito justamente en ese lenguaje especial el libro de la naturaleza, Ensaya, y si.un lenguaje no resulta util, no se ofende ni lo apostrofa (puede resultar util en otras oca~ siones) ; se limita a buscar un nuevo lenguaje, igualmente exacto pero estructurado en forma distinta. Por otra parte, el desarrollo de la matemé-. tica més moderna ha demostrado, segiin ve~ remos en el capitulo IX, que no existe un solo Ienguaje matemitico, como si debiera hacerse uso de él o renunciar a toda la matemitica. En verdad, los lenguajes matematicos son mu- chos, cada uno de ellos provisto de alguna caracteristica peculiar que pueda hacerlo ade- cuado a un capitulo especial de la fisica. Con- ceder @ priori un privilegio a uno respecto de Jos demas no puede ser sino el fruto de un grave dogmatismo. El criterio ultimo, decisivo, para la adop- cin de un tipo de funciones, de un grupo de postulados, etc., seré siempre, y solamente, Is experiencia. La mas hermosa teoria matem4- tica, la mas coherente, la mds rica en desarro- Ios analiticos, carecera de interés fisico si no logra vincularse de algiin modo con los datos empiricos. 7. La aplicabilidad de los lenguajes mate- miticos (ya de uno, ya de otro de ellos) a la teorizacién de los fendmenos ex hoy un hecho indiscutible en ciertas ramas de la ciencia na~ tural. Para otros fenémenos, empero, la cues- tion atin permanece sib indice, y quizas aqué- Ilos son justamente los mis inceresantes desde el punto de vista metodolégico. En efecto: confirman lo que ya podemos descubrir mediante el estudio de la historia de Ia ciencia, es decir que el uso de un lenguaje matemitico constituye siempre, para cualquier teoria cientifica, un notable progreso en el rigor. O sea: emplear un lenguaje matemitico significa utilizar una técnica expositiva parti- cularmente controlada, donde cada término, cada operacién, cada regla, se define exacta- mente; donde cada contradicién surge eviden- te, y cada tentativa de evadirse de ella ha de revelar todos los instrumentos indispensables para tal objeto. in embargo, todas las téenicas de las cien- cias de la naturaleza poseen algo irreducible a matematica pura. Y este “algo” es la base fenoménica, es el llamado a'la experiencia, la vinculacién de las formulas con el dato ob- jetivo. Esta vinculacién surge a través de la pre- paracién y ejecucién del experimento, a tra- ‘vés de las mismas operaciones elementales im- plicitamente envueltas en Ia determinacién de los conceptos fisicos. Extender sobre ella un velo de silencio significaria desconocer la es- tructura mis intima de las ciencias de la natu- raleza. Reconocer su existencia, en cambio, no significa aceptarla tal cual e, en su esponta~ 39 neidad intuitiva, sino corregirla, precisarla, perfeccionacla, La partida de nacimiento de la moderna ciencia de la naturaleza aparece ligada al re- conocimiento de que Ix vinculacién de que estamos hablando no constituye de por si una derrota de la razén humana como, en cambio, Io creia Platon. Es decir, aparece ligada al re~ conocimiento de que Ja razén humana no reniega de si misma, sino que se refuerza y se completa cuando intenta Ia construccién de teorias no ya desvinculadas enzre abstraccio« nes puras, sino viriculadas por la rigurosa co- rrespondencia entre los propios conceptos (con sus reglas de aplicacién) y los datos de Ia realidad (con sus relaciones empiricas). Galileo descubrié que el hacer descender los conceptos y los debates cientificos del cielo de Tas abstracciones a Ja tierra concreta no equi- vale a disminuir su racionalidad viva. Sobre todo, descubrié que este descenso, esta vincu- Iacidn con la tierra, podia dominarse por obra del hombre, y no constituia necesariamente un hecho casual, como ocurria con los expe- rimentos de los artesanos. Asi fueron cayendo, uno por uno, los an- tiguos prejuicios contra cl estudio de las ma- 1. En cuanto la ciencia demostrd que podia insertarse con éxito en el tipo de investigacio- nes que durante milenios habian quedado re- servadas a las artes secretas y misteriosas de la alquimia, astrologia, etcétera, también heredé las ambiciones de esas artes y, en primer tér- mino, la de actuar sobre Ja marcha de la natu- 40 quinas, de los materiales pricticos, de los apa- ratos de los artesanos, Estos aparatos pudicron ingresar en las técnicas cientificas y someterse con ellas a un control continuo, a continuos anilisis y recomposiciones. Constituyeron el punto de partida de nuevas investigaciones y, a su vez, fueron arrastrados por el desarrollo de estas investigaciones. La nueva senda abierta de esta manera a la actividad humana logré tales éxitos que ha demostrado a todos que acudir a ella signifies una valorizacién de la razén humana, no un) envilecimiento, Los escasos adversarios que hoy se atreven a estorbarla ya no lo hacen en nombre de la razén, sino en contra de ella: son los denigradores del poder humano, son aque- os que intentan sustraernos a Is lucha activa que tenemos Ia obligacién de emprender en este mundo. No obstante todas Jas argumentaciones ar- tificiales, anticientificas, el hombre de hoy advierte que ya no podra renunciar a Ia sen- da de Ja ciencia experimental. Es la senda mis idénea para la actuacién del reino conereto de Jn humanidad. Una renovacién critica de esta ciencia siempre podra ser itil: su abandono significaria una traicién a fo que constituye el fundamento de nuestra civilizacién. CAPITULO VII LA CONFIANZA EN LA RAZON HUMANA (Descartes - Los iluministas) raleza para dominarla, trasformarla y ‘some- terla al género humano. Pero este programa exigia, ante todo, que Ia propia cienciz se concibiera como una cons- truccién esencialmente humana, es decir, como un instrumento creado por nosotros para nuestro uso y provecho; ya no como un ob-

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