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‘Ramon Goines ee Ec el ear mat Cece Taxe)l La polémica sobre tos limites al crecimiento — Alianza Universidad Alianza Universidad Ramén Tamames Otras obras de Ram6n Tamames en Alianza Editorial: Ecologia y desarrollo. . tos rie — Estructura Econémica de Espata, 2 vols. (AUT 12 y La polémica sobre los limites 13), 14.? edicién, 1982. ae — Introduccion a la Economia Espanola (LB 90), 14.* al crecimiento edici6n, 1982. — Estructura Econdémica Internacional (AU 338), 7.* edi- cién, 1982. — Fundamentos de Estructura Econémica (AUT 137), 5.* edici6n, 1982. — Ia Repitblica. La Era de Franco (AU 51), 9.2 edicién, 1982. — El Mercado Comin Europeo. Una perspectiva espanola y latinoamericana (AU 313), 1982. — Introduccion a la Constituctén Espanola (LB 785), 2.* edici6n, 1982. 7 - Alianza Editorial Primera edici6n en «Alianza Universidad»: 1977 Segunda edicién en «Alianza Universidad»: 1979 Tercera edici6n en «Alianza Universidad»: 1980 Cuarta edicién en «Alianza Universidad»: 1983 © Ramén Tamames © Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1974, 1977, 1979, 1980, 1983 Calle Milén, 38; 20000 45 ISBN: 84-206-2198-6 Depésito legal: M. 3.331-1983 Impreso en Closas-Orcoyen, S. L. Polfgono Igarsa Paracuellos del Jarama (Madrid) Printed in Spain INDICE GENERAL Nota preliminar a Ja cuarta edicién Prélogo a la segunda edicién .. Nota preliminar del autor a Ja primera edicién CAPITULO 1 Los antecedentes de la polémica en los clasicos y en Marx 1.1. EL optimismo de Smith . 1.2, El pesimismo de ‘Malthus en su ley ‘de Ta poblacién 1.3. La critica de Marx a Malthus . 1.4. Ricardo y su ley de los rendimientos dectecientes 15. La sintesis de los clasicos: J. $. Mill y el estado estacionario CAPITULO 2 EI replanteamiento de la polémica: Hansen, Keynes y Schumpeter ... 2.1. La gran depresién, Keynes versus Hansen ... ... 2.2, Schumpeter, y el socialismo como secuela de la depresién . . Al margen de la depresién: el socialismo como crecimiento CAPITULO 3 La polémica en sus términos més actuales, Los s capitalistas mas ex- pansivos . . 3.1. Un intento 5 de clasifcacion .. fees een tee ree eee 3.2. Las etapas del crecimiento ‘de > Rost gun camino de im- perfeccién? .. noe ee 7 Paginas 11 13 5 33 33 35 36 39 39 8 Indice Péginas 3.3. Las expectativas futuristas de Colin Clark - 43 3.4. El crecimiento exponencial de los Kahn y Wiener . 44 3.5. Los planes indicativos como institucionalizacién frustrada del crecimiento exponencial . 47 CAPITULO 4 Comunistas, socidlistas y desarrollismo . 49 4.1, De Lenin al desarrollismo ... 49 4.2. El futuro como suefio: el afio 2017 . 50 4.3. 315 millones de soviéticos en un mundo de 7.000 millones SL 4.4. La controversia entre marxistas: ¢Marchais contra Marx? ¢Sweezy y Bettelheim contra la URSS? 352 45. «La alternativan de Ri 55 4.6. La excepcidn al desarrol 56 CAPITULO 5 La reestructuracién del modelo capitalista. La primera escuela francesa 59 5.1. Dos escuelas francesas 59 5.2. Sauvy contra el crecimi 60 La sociabilidad y el compromiso en . 62 La politica de felicidad de Philippe D’Iribarne .. 63 CAPITULO 6 Los problemas ecolégicos y la economia mixta 67 6.1. Econom{a mixta y cooperacién 67 6.2, Samuelson entre la economia mixta y el Bienestar Econémico 6.3. ae ido Se Ande $ logos “segue lores de Samuelson Ramsey yA letson 71 64. La dificil planificacién mundial: Jan Tinbergen .. 72 CAPITULO 7 La conservacién de la naturaleza y los poderes supranacionales 75 7.1. Una cierta moderacién ... ... 75 7.2. Philippe Saint Marc y la naturaleza como variable ‘Principal 75 7.3. La célebre «Carta Mansholt» ... .. 78 7.4. La necesidad de un segundo Marx: " ¢Marxholt? 81 CAPITULO 8 Necesidad y anuncio de la utopia... ... 85 8.1. Boulding: desde la economia del. «cow-t boy» a . Madrid, 31 de enero de 1983. 1 Publicado por Ia Editorial Nuestra Cultura, Madrid, 1982. 2 Publicado en la revista Quercus, enero de 1983. 3 Realizada por José Marfa F. Brandao de Brito para Publicagées Dom Qui- xote, Lisboa, 1983. DEL PROLOGO A LA SEGUNDA EDICION En esta nueva versién de La polémica sobre los limites al creci- miento he procurado revisar, actualizar y completar, hasta tal punto que, como iremos viendo, en buena parte es un libro nuevo; y de ahi la incorporacién a su titulo de la expresién previa Ecologia y desarrollo. Ante todo, he revisado enteramente el texto. Creo que ningtin capitulo quedé sin volver a leerlo y releerlo; y aparte de subsanar Jas erratas no advertidas en las correcciones de pruebas, y ademés de retocar algunos giros y expresiones, procuré abreviar determinados pasajes que tres afios después de haberlos escrito me parecieron exce- sivamente largos. Para facilitar la lectura, también pensé en la conve- niencia de subdividir todos los capitulos en secciones de una cierta homogeneidad, poniendo al frente de cada una de ellas epigtafes ex- ptesivos de su contenido. Pero a pesar de tales revisiones, de estilo y presentacién, la estructura del libro se mantiene; basicamente sigue siendo una excursién mental a través de la larga polémica sobre los Imites al crecimiento. En segundo término, he procurado actualizar estas paginas, a dos niveles distintos. Primero, el referente a cuestiones ya tratadas con anterioridad, pero fijandome en una serie de detalles en los que anteriormente no habia entrado. Tal es el caso de algunos pasajes nuevos sobre Malthus (Cap. 1), desarrollismo y planificacién indi- cativa (Cap. 2), ecologia y sistema mixto (Cap. 6), reflexiones adi- cionales de Mansholt y Garaudy (Caps. 7 y 8), y ciertas apreciacio- 13 “4 Ramén Tamames nes sobre marxismo y darwinismo en su relacién con el informe Forrester-Meadows (Cap. 10). Pero Iégicamente, donde mds he actualizado es en lo que con- cierne a la fase més reciente de la polémica, esto es, en lo referente a los nuevos trabajos para el Club de Roma: el elaborado por Mesa- tovic y Pestel —«La humanidad en la encrucijada», 1975—, y el coordinado por Jan Tinbergen (el «Informe RIO», sobre el nuevo orden internacional, 1977). Ambos estudios los examino con dete- nimiento en el capitulo 11, como nuevas aportaciones que son a la secuencia iniciada en 1972 con el primer Informe del MIT que tan enorme sacudida mental produjo en los medios ecologistas y crecimentistas. Por ultimo, entre los elementos complementarios que por primera vez figuran en la presente edicién, he incluido dos capitulo entera- mente nuevos: el 12 y el 13; titulado «Ecologia, poblacién y todo lo demés», el primero, y «La conservacién del planeta azul», el se- gundo. Al escribirlos, mi aspiracién no ha sido otra que proporcionar al lector algunos elementos cuantitativos y cualitativos en torno a los problemas de fondo a que se refiere el debate. En el capitulo 12, cen- tro la atencién en la erosién del medio humano y en la expansién demogrdfica; el capitulo 13, lo dedico al examen de los esfuerzos hasta ahora desplegados frente al peligro creciente que para la natu- raleza representa la sistematica ocupacién que el hombre viene ha- ciendo del planeta Tierra. El libro termina con el capitulo 14 —«Ultimas reflexiones»— que, como sucedfa en la primera edicidn, deja abierta la polémica a nuevas comparecencias futuras. En fin de cuentas, se trata de una controversia cuya duracién ser4 practicamente indefinida. Deseo dejar la expresién de mi reconocimiento a quienes me hi- cieron llegar sus observaciones y criticas sobre este libro. También doy las gracias a los profesores que lo incluyeron como texto a co- mentar por sus alumnos —en muchos casos muy jévenes— para originar en ellos una cierta preocupacién por los problemas del desarrollo econémico y de la conservacién del medio humano. Y sa- ludo desde aqui, igualmente, a todos mis lectores, y de manera muy especial a los amigos de los paises hispanohablantes de América, que a ne principio brindaron a esta obra una acogida especialmente favorable, Madrid, 1 de octubre de 1977. NOTA PRELIMINAR DEL AUTOR A LA PRIMERA EDICION Todo tiene su génesis, y un libro no es ninguna excepcién en ese sentido. Y creo, ademés, que explicar esa génesis es incluso una obligacién del autor; de este modo, desde un principio se entra en diélogo con el lector —mondlogo por el momento, pero que después, én multitud de comentarios, se convierte en efectivo didlogo— que puede servir de base para participar en reciprocas inquietudes, refle- xiones y enfoques. Estas paginas son fruto de un largo proceso de gestacién. Ahora que la biologia lo impregna todo, me atreveria a decir que tienen su propio cédigo genético, y si no intentaré descifrarlo —lo que parece diffcil— si quiero referirme a sus antecedentes. El punto de arranque concreto, yo lo fijarfa en 1969, cuando estaba terminando de redactar una che anterior también publicada por Alianza Editorial '.Por entonces fue bien consciente de que en el referido trabajo no habia incluido explicitamente un esquema del complejo escenario en que se produce la estructura econémica inter- nacional. En la medida de lo posible, procuré subsanar esa laguna con una nota preliminar en la que, con cierta extensién, aludi a las tres grandes amenazas que desde hace afios se ciernen sobre la socie- dad humana: explosién demogréfica, deterioro del medio ambiente, y carrera armamentista con un énfasis especial en el peligro nuclear. 1 Ramén Tamames, Estructura econdmica internacional, Alianza Editorial, 1 ed., Madrid, 1970; 4° ed. en 1975. 5 | ; 16 Ramén Tamames Después, no tardé en volver a ocuparme con més atencién del teferido escenario, cierto que en el contexto de un progreso indu- dable de la atencién general por las cuestiones medioambientales. Recuerdo, asi, una confetencia que sobre el equilibrio ecoldgico pro- nuncié en el auditorio de El Norte de Castilla (Valladolid) a finales de 1970; para meses después volver sobre el tema en el seminario de protesores de la Universidad de Santiago de Compostela, donde tuve ocasi6n de referirme a la creciente inquietud de los economistas sobre los métodos de medicién del bienestar econdmico. Més adelante, ya en 1972, y poco antes del verano, llegaron a Espafia las primeras resefias sobre los trabajos del MIT para el Club de Roma. Recuerdo muy bien que fue en Vitoria, en una re- unién de trabajo con varios directivos de las Cajas de Ahorro del Pais Vasco y Navarra cuando por primera vez intervine en un largo coloquio informal sobre Ia cuestién, en el curso de la cual Miguel Javier Urmeneta y yo actuamos de hecho como ponentes también informales. El momento era propio para esta clase de con- versaciones, pues hacia pocas semanas que habfa terminado la Con- ferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano (Estocolmo, junio de 1972) y en la prensa ya eran muy numerosas alusiones a jos problemas ecolégicos, que ponfan en tela de juicio muchas de las ptevisiones futurolégicas «a lo Herman Kahn» que tanto interés habian despertado dos afios antes, y que ptofesores y alumnos habfa- mos analizado en los cursos de Estructura Econémica de la Univer- sidad Auténoma de Madrid. Mi interés por estas cuestiones enlazé ulteriormente, en una pri- mera conexién con Ia revista Triunfo, en julio de 1972, donde parti- cipé ex post en el coloquio sostenido en el foro del Nouvel Observa- teur sobre temas de contaminacién, junto con José Luis L. Aranguren. También en 1972 Iegé a Espafia, con sélo el retraso de unas pocas semanas, la célebre «Carta Mansholt», que tan extenso revuelo produjo en el 4mbito europeo a causa de su utilizacién en la cam- pafia francesa del referéndum sobre la entrada del Reino Unido y los otros nuevos Estados miembros en Ia CEE. Tal resonancia no era de extrafiar, pues en la carta Mansholt, y en las discusiones que siguieron a su imprevista publicacién, se plan- teaba una de las claves de la polémica sobre los limites al creci- miento: cémo configurar una nueva sociedad. Y precisamente a la necesidad de abordar decididamente este tema hubo amplias alusio- nes en un coloquio organizado en la HOAC de Madrid el dia de San Isidro de 1973, en el que participé como ponente junto con mis colegas J. R. Lasuén y R. Martinez Cortifia. Aunque el asunto central Nota preliminar 7 de ese coloquio eran las empresas multinacionales, por derivacién Iegamos a tan importante «escollo», Iégico en cualquier controversia sin limites demasiado rigidos. x oe oe En 1973, el trabajo que ahora ve la luz, fue tomando forma. A ello contribuyeron otros componentes. El primero, un estudio que con el titulo «1985, asi puede ser Espafia» publiqué en la revista Actualidad Econémica? a principios del verano, y donde planteé con no pocos elementos de revisidn de nuestro desarrollismo al uso (fijéndome en la futura evolucién demogréfica y en las reformas de base) un modelo de posible crecimiento de la Economia Espafiola que llamé «Albordn 85». Este nuevo trabajo fue a su vez el origen de una propuesta que varios economistas hicimos al Instituto de Estudios Fiscales, para elaborar una extensa investigacién sobre «Transformaciones de la sociedad espafiola durante el periodo 1976-1985: un estudio pros- pectivo». La proposicién fue aceptada, y al iniciar su elaboracién me parecié que un emprendimiento de tal alcance requeria toda una amplia meditacién sobre el tema de los limites al crecimiento no estrictamente incluida en el programa de trabajo. Todavia hubo una serie de elementos complementarios. Me re- fiero a la entrevista que a finales de 1973 me hizo Vicente Verdi con destino a Cuadernos para el Didlogo*, y que se publicd con el titulo de «Economfa: ¢el fin de una época? Conversacién con R. Ta- mames». En esa larga platica habia no pocas reflexiones del mismo tenor de las que aquf se tratan in extenso. soe Gon todas las mencionadas elaboraciones patciales y sucesivas, a principios de 1974 contaba ya con una cierta idea embrionaria de lo que seta este libro, que empezé a configurarse cuando los amigos de Triunfo me pidieron un articulo amplio sobre el tema de los limi- tes al crecimiento *. Por entonces también habfa sido invitado a par- 2 Actualidad Econdmica, nimeros ae 801, correspondientes al 14 y al 21 de julio de 1973. Después, en octubre celebré un coloquio sobre «La eco- nomfa espafiola dentro de quince afios», en el que participé con diversos colegas de toda Espafia. 3 Numero 124, enero 1974, pags. 17 a 29. 4 El largo artfculo resultante se publicé en entregas sucesivas en los niime- tos 604, 605 y 606 de Triunfo, correspondientes al 29 de abril y al 4 y al 11 de mayo de 1974. 18 Ramén Tamames ticipar en un «Seminario sobre Grandes Dilemas Medioambientales» organizado por Jaime Lleé de la Vifia en el Centro de Perfecciona- miento Profesional y Empresarial del Colegio de Ingenieros de Ca- minos, Canales y Puertos, y que se celebré a finales de febrero. Alli presenté un primer avance de mis trabajos, que por entonces se hallaba en el tipico estado coloidal del que no se sabe atin a ciencia cierta como se saldra 5. En la exposicién que hice en el Seminario sobre Grandes Dilemas Medioambientales, empecé por recordar cual es la acepcién nica que da el Diccionario de la Real Academia del término dilema: «ar- gumento formado de dos proposiciones contrarias disyuntivamente, con tal artificio que, negada o concedida cualquiera de las dos, queda demostrado lo que se intenta probar» *. En realidad, con esta definicién, la Academia incurre més bien en un retruécano, en vez de atenerse a su lema de «limpia, fija y da esplendor». Me parecid interesante, por tanto, recurrir a otto dic- cionario, el Webster’s —tal vez el més difundido de la lengua in- glesa—, cuya conceptuacién del término resulta mucho més en consonancia con lo que normalmente se entiende —incluso entre nosotros— por dilema: «un argumento que ofrece a su oponente la eleccién entre dos o més alternativas, si bien, cualquiera que sea la que se elija, resulta igualmente contraria al mismo; situacién que implica una eleccién entre dos alternativas andlogamente insatisfac- torias; problema dificil, que aparentemente no presenta una solu- cién satisfactoria». La ultima de las acepciones, que subrayo, es la que estimo més conveniente. En este sentido, lo que vamos a analizar en este libro son, efectivamente, problemas dificiles y que aparentemente no presentan soluciones satisfactorias. En otras palabras —y as{ for- mularé desde un principio la tesis a discutir—, si se sigue creciendo como hasta ahora, vamos hacia el abismo; y si dejamos de crecer como hasta ahora, se presentan nuevos planteamientos y necesidades de accién, que resultan extremadamente dificiles en cuanto a su acep- tacién generalizada, y mds probleméticas ain en lo que respecta a su aplicacién. Con la particularidad adicional de que tanto en el diag- néstico como en las soluciones existen —como es obvio en cualquier dilema— posturas encontradas, que son las que precisamente cons- 5 Las ponencias del simposio se publicaron por el propio Colesio de Tnge nieros de Caminos, Madrid, 1974. Los otros ponentes eran A. Blanch, A. Ga- lego Gredilla, F. Gonzdlez Berndldez, J. Lled de la Vifia, Amando de Miguel, M. Palao y J. Ruiz de la Torre. 6 Del latin dilemma, y éste del griego SuAnupa, de Bic‘dos y Mapp, pre misa. Nota preliminar 19 tituyen toda la vasta polémica de la que, por lo menos en parte, voy a ocuparme a lo largo de estas paginas. Como decia Schumpeter, al referirse a William Petty (a quien Marx Ilamé padre de la Ciencia Econémica), los hechos sin teoria no son nada; y precisamente lo que traté de hacer Petty fue «domi- nar el material (estadistico) teéricamente, en manera que hasta en- tonces nunca se habfa hecho. Para ello cred, para si mismo, instru- mentos tedricos con los cuales intents forzar el camino a través de la maleza de los hechos» *, Precisamente eso es lo que me propongo en este libro: abrir camino a través de Ia maleza de hechos y tendencias que nos rodean, apreciando la calidad de las visiones teéricas que han ido formul4n- dose, fundamentalmente en los dltimos tiempos, en torno a la vasta polémica sobre los Ifmites al crecimiento. ee En la preparacién del antes mencionado articulo para Triunfo me surgieron, ldgicamente, una muy amplia serie de inquietudes. Y una vez terminada la primera versién, volvié a sucederme lo mismo en el proceso de su discusién. De este modo, el texto publicado en Triunfo fue engrosando con nuevas adiciones. Muchas de ellas se suscitaron de forma directa en una serie de conferencias que pronuncié en la primavera de 1974, en el Instituto Balear de Estudios de Direccién de Empresas (IBEDE), en los Colegios de Economistas de La Corufia y Bilbao, y en la Facultad de Ciencias Econémicas de la Universidad de Mé- laga. En los coloquios que siguieron a mis diversas exposiciones, se suscitaron muchos interrogantes, y de este modo localicé no pocas omisiones o puntos oscuros en la larga y apasionante polémica de los limites al crecimiento. En buena medida, en estas pdginas he tratado de renovar y am- pliar mis contestaciones de entonces, y asimismo he intentado resol- ver los interrogantes que en su momento no fueron objeto de una respuesta mds 0 menos definitiva. Asi las cosas, en mayo de 1974, Alianza Editorial me propuso la pubicacién del ya extenso manuscrito que habia venido formando. Y pensé que si bien no estaba atin lo suficientemente elaborado, podria ser de interés darlo a la imprenta sin grandes demoras, como 1 Joseph Schumpeier, Economic Doctrine and Method. An Historical Sketch. versién inglesa del original en alemén, George Allen and Unwin, 2.* impresién, Londres, 1957, pag. 30. 20 Ramén Tamames aportacién a la propia polémica sobre los limites al crecimiento. Sobre todo, en la idea que estas paginas serfan objeto de nuevos comentarios criticos, que permitirian ir profundizando y matizando més en su contenido. Siempre he sido de la opinién —y creo que en mis trabajos hay no pocas muestras de ello— de que ab initio no existen «obras pet- fectas» (dentro de lo relativo que es todo), y que precisamente el posible camino de perfeccién pasa ineludiblemente por el extenso y a veces abrupto territorio de la critica. Como también pienso que nuestra obligacién como profesionales de las Ciencias Sociales consiste en plantear las inquietudes de cada hora, sin esperar a encontrar «soluciones definitivas», entre otras cosas, porque lo més seguro es que no existan con tal «definitividad». Esto Ultimo es especialmente cierto en el caso del presente trabajo, pues su ptopésito primordial es inducir a la reflexidn al lector. t ® Muchos lectores tal vez pensardn que con este libro hago el papel de «aguafiestas»; en el supuesto —claro estéa— de que el desarro- llismo fuese una fiesta, cosa por lo demds harto dudosa. Pero en realidad no es el papel de aguar nada lo que me indujo a escribirlo. Mas bien fue algo que surgi6 —como he tratado de exponer hasta aqui— paulatinamente, en el curso de la preocupacién por el entorno del propio crecimiento. A la postre, la preocupacién que ha originado estas péginas —tributarias de tantos otros escritos previos que se citan en las notas— es un intento més de, en alguna medida, esclarecer lo que constituye el devenir de la sociedad humana. Preocuparnos por un tema asi, pienso que en manera alguna equivale a perder e] tiempo, pues es lo que puede dar sentido a todas esas otras preocupaciones cotidianas, y a nuestros trabajos a corto y medio plazo. Sin ser todavia conscientes de ello, vivimos ya hoy en los inicios de una vasta Repiblica Humana y, por tanto, el cémo se organice ésta de cara al futuro es algo Ileno de interés. Ello mismo es lo que justifica los esfuerzos de comprensién de en dénde estamos y hacia dénde vamos. Madrid (Universidad Auténoma), 2 de mayo de 1974. Capitulo 1 LOS ANTECEDENTES DE LA POLEMICA EN LOS CLASICOS Y EN MARX 1.1. El optimismo de Smith El crecimiento es un tema fundamental desde los mismos orige- nes de la Ciencia Econémica. El propio Adam Smith en su Rigueza de las Naciones, se planted la forma en que el dividendo nacional podria crecer mds r4pidamente. Para ello preconizé el progreso en la divisién del trabajo, con su complemento en una méxima proporcién de trabajo productivo !. Por supuesto, Smith no hacia sino sistematizar y racionalizar las tendencias de la economia britd4nica de entonces, que anunciaban un verdadero cambio revolucionario: el paso del rigido mercantilismo a un nuevo orden de mayor flexibilidad, de libre comercio inter- nacional, y de supresién de los vestigios feudales y de las interven- ciones estatales en lo interno. De esta forma, quedarian eliminados Jos obstaculos institucionales que frenaban una répida expansién econémica, ya perfectamente posible en base a la nueva tecnologia Postnewtoniana (Revolucién Industrial), Se abria asi una era de‘opti- mismo, de confianza en la capacidad creadora del hombre, de creci- miento sin limites, lo cual resultaba bastante Iégico en un mundo escasamente poblado y con amplios espacios virgenes. En tan prome- 1 A, Smith, Rigueza de las Naciones, versin espaiiola de Amando Lazaro Ros, Aguilar, Madrid, 1956, especialmente pags. 3 y 4. La edicién principe data de marzo de 1776. La versién espafiola es traduccién de la quinta edicién inglesa —de 1789—, la dltima que revis6 el propio Smith. 21 22 Ramén Tamames tedora perspectiva, Inglaterra serfa !a potencia dominante, y sélo paulatinamente irian surgiendo nuevos focos de industrializacién al aplicarse el maquinismo a los restantes «paises civilizados», que abar- caban a poco mds de Europa Occidental. Sin embargo, la anterior afirmacién hecha sobre el «crecimiento sin limites» en Smith, debe ser matizada. Como recuerda W. J. Bar- ber, Smith Ilegé a advertir que «cuando en un pajs cualquiera crecen los capitales, los beneficios que pueden derivarse de su aplicacién, necesariamente disminuyen. Gradualmente, se hace mds y més dificil encontrar un método provechoso de emplear cualquier nuevo capi- tal»?, No obstante, el propio Barber subraya que a Smith la hipé- tesis asi enunciada, de un posible estado estacionario, le parecta «demasiado remota como para requerir un andlisis serio» >. Lo cual, cierto que en mucha menor medida, habria de sucederle también a Ricardo, segtin veremos més adelante. Smith no Ilegé a considerar los dos elementos basicos que des- pués operarian a favor de tesis mds pesimistas, concretamente, la relacién recursos/poblacién planteada por Malthus, y la ley de los tendimientos decrecientes de Ricardo. La conjuncién de esas dos vi- siones tedricas es lo que sf permitirfa a John Stuart Mill referirse, pasados setenta afios, al estado estacionario. En realidad, lo que hizo Mill fue sintetizar el andlisis de sus predecesores en un mundo més conflictivo desde el punto de vista social; en el que las crisis indus- triales ya se mostraban en toda su evidencia. 1.2. El pesimismo de Malthus en su ley de la poblacién La concepcién de los «economistas cl4sicos» en su optimismo sobre el futuro, fue perturbada primeramente por Thomas Robert Malthus, quien en 1798 publicé su obra hoy més conocida, cuyos origenes son bien interesantes. Fue el padre del futuro autor, Daniel Malthus, quien le pidié que leyera el trabajo de William Godwin titulado «La injusticia politica», por el cual Malthus senior sentia una gran admiracién, pues en él se anunciaba un futuro en el que «ya no habria un pufiado de ricos y una multitud de pobres... No habria puetras, ni crimenes, ni administracién de Ja justicia —como suele llamarsele—, ni siquiera gobierno. Tampoco habria enfermedades, angustias, melancolias o resentimientos». Sin embargo, a pesar de 2-W. J. Barber, History of Economic Thought, Penguin, Londres, 1968, pég. 43. Hay traduccién espafiola: Historia del pensamiento econémico, Alianza Editorial, Madrid, 1971. 3 Ibidem, pag. 45. Ecologia y desarrollo 23 tan bellas promesas, a lo largo de la lectura el punto de vista de Robert Malthus Ilegs a ser muy diferente del que sostenia su padre, y precisamente para convencerle de que Mr. Godwin no tenia raz6n fue para lo que escribid su célebre «Ensayo sobre el principio de ja poblacién», con el extenso subtitulo alusivo a las tesis de Mr. Godwin *. Concretamente, lo que Malthus vino a decir es que mientras la poblacién se desarrollaba en progresién geométrica (crecimiento expo- nencial) la produccién de alimentos tendia a hacerlo en progresién aritmética (crecimiento lineal), por lo cual no podria por menos su- ceder que en un momento dado, los recursos alimenticios resultasen insuficientes, y los salarios llegaran a situarse incluso por debajo del nivel de subsistencia. La tinica manera de evitar esa situacién seria el control de la expansidn demogréfica a través de la reduccién de la natalidad. Para ello, Malthus proponia el casamiento tardio y la abstinencia del matrimonio; aunque reconociendo de antemano que tales restric- ciones no tendrian mayor predicamento «entre el elemento masculino de la sociedad». Por ello, en cierto modo acababa cifrando su espe- ranza en lo que él mismo Ilamé las «limitaciones positivas» —ham- bres, epidemias, pestes, y guerras— que efectivamente contribuyeron a mantener muy alto el indice de mortandad, lo cual, en consecuencia. hizo posible una cierta estabilidad de la poblacidn. Asi pues, Malthus vino a marcar el comienzo de una corriente pesimista de cara a la pujanza del capitalismo industrial naciente. Desde entonces, siempre ha habido malthusianos, y ahora neomalthu- sianos, que han tratado de frenar —por lo menos en el campo dialéc- tico— el crecimiento sin limites. Los antagonistas de Malthus fueron y son de una potencia indudable. En apariencia paradéjicamente, en el frente antimalthu- siano confluyeron catélicos y marxistas. Los primeros, por razones teligiosas de oposicién al control de la natalidad, en base al mensaje natalista del antiguo testamento *. 4 Su titulo completo es An Essay on the principle of population as it affects the future improvement of society with remarks on the speculations of Mr. Godwin, Mr. Condorcet and other writers. Existe una edicin reciente de Penguin Books, Londres, 1970. Hay traduccién espafiola. Primer ensayo sobre la poblacién, Alianza Editorial, Madrid, 1966. Sobre la penetracién de las ideas de Malthus en nuestro pafs (muy anterior —1808— a la traduccién de su libro completo —1846—) puede verse la aportacién de Vicente Llombart, «Anotaciones a la introduccién del Ensayo sobre la poblacién, de Malthus en «Espafian, en Moneda y Crédito, nameto 126, septiembre 1973, pags. 79-86. 5 Que se refleja claramente en el_Génesis (1, 27 y 28): «¥ creé Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo cred, y los creé macho y hembra; 24 Ramén Tamames 1.3. La critica de Marx a Malthus Por su parte, los marxistas, desde el propio Marx, entendieron que la tesis de Malthus no hacia otra cosa que disculpar a los pro- pietatios y acusar a sus victimas, los pretendidos «obreros proli- ficos». La realidad, segdn Marx, era muy otra; la misetia no pro- viene de un némero excesivo de habitantes, sino de la persistencia del modo de produccién capitalista, es decir, del régimen de propie- dad privada con todas sus secuelas. Més concretamente, en su Teoria de la Plusvalia Marx no dudé en afirmar que «el odio de las clases trabajadoras contra Malthus —el pérroco charlatén, como brutalmente le Wamé Cobbet— estaba plenamente justificado. El pueblo tenia tazén en esto, al sentir instintivamente que se enfrentaba no a un hombre de ciencia, sino a un abogado comprado, a un defensor repre- sentante de sus enemigos, a un desvergonzado sicofante de las clases dirigentes» °. Pata mejor entender la posicién de Marx en este tema concreto, es preciso recordar que su libro m4s importante, El Capital, es una critica del modo de produccién capitalista, expresién que nunca defi- nieron de forma expresa ni Marx ni Engels, y que tal como ha subrayado Marta Harnecker, «es el concepto que nos permite pensar y conocer una totalidad social» ’. En este sentido, el modo de pro- duccién lo constituye una estructura global, que est4 formada a su vez por tres estructuras parciales: econémica, juridico-politica (leyes, Estado, etc.) e ideologfa (ideas, costumbres). En la estructura global, una de las estructuras parciales domina siempre a las otras dos. Pero no necesariamente la estructura econémica, como con frecuencia y los bendijo Dios, diciéndoles: ‘Procread y multiplicaos, y henchid la tierra; sometedla y dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre los ganados y sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra’» En tealidad, el natalismo ¢s la mayor defensa de los pueblos perseguidos, amena- zados o esclavizados. También en el Biblia (Exodo, 1, 6 a 9) se aprecia esto claramente en el perfodo de servidumbre del pueblo de Israel en Egipto: «Murié José y murieron sus hermanos y toda aquella genetacién. Los hijos de Israel crecieron y se multiplicaron, Uegando a ser muchos en némero y muy poderosos, y lenaban aquella tierra, Alzése en Egipto un rey nuevo, pero no sabia de José, y dijo a su pueblo: ‘Los hijos de Israel forman un pueblo mds numeroso que nosotros. Tenemos que obrar astutamente con él, para impedit que siga creciendo y que, si sobreviene una guerta, se una contra Nosotros a nuestros enemigos y logre salir de esta tierra’.» P wet es pnsels on Malthus, editado Por Ronald 1, Meek, International ‘ul ers: ), cita por illiam J. en iste Economic Thought, ob. cit. 151. J ory of 7 En El Capital: conceptos fundamentales, Siglo XXI de yafia, Madrid, 1974 (12 ed. en Santiago de Chile, noviembre de 1970), we. i Ecologia y desarrollo 25 pretenden algunos vulgarizadores del marxismo; aunque, ciertamen- te, la estructura econémica —conjunto de relaciones de produccién y de cambio— condiciona cul de las estructuras parciales desempe- fiard el papel dominante. En definitiva, frente al «estado estacionario» de los clasicos, Marx entiende que el modo de produccién del capitalismo es incom- patible con una tendencia evolutiva al estado estacionario del tipo que segtin veremos después preconizaba Mill. «El monopolio del ca- pital —decia Marx— se convierte en el grillete del modo de pro- duccién que ha crecido con él, bajo él. La centralizacién de los me- dios de produccién y la socializacién del trabajo Iegan a un punto en que se hacen incompatibles con su envoltura capitalista. Esta salta hecha afiicos. Ha sonado la hora final de la propiedad privada capi- talista. Los exptopiadores son expropiados» *. Para Marx, el modo de produccién capitalista implicaba ademés que cada trabajador se vefa aprisionado por una actividad especifica alienante, de la cual no se podia salir socialmente sino cambiando el propio modo de produccién en su conjunto. En un conocido pasaje, Marx ilustta lo que en esa perspectiva podria suponer el paso del capitalismo al comunismo: «... Cuando se distribuye el trabajo [en el capitalismo], a cada hombre le toca una esfera de actividad parti- cular y exclusiva, una esfera que le es impuesta y de la cual no puede estapar. Es cazador, pescador, pastor o critico, y lo ha de seguir siendo si no quiere perder sus medios de vida o de subsistencia; en cambio, en la sociedad comunista, donde nadie estd limitado a una esfera exclusiva de actividad, sino que puede realizar su personalidad en la esfera que més le plazca, la sociedad regula la produccién gene- tal y le permite (al hombre) hacer hoy una cosa y mafiana otra, cazar por la mafiana, pescar por la tarde, criar ganado al atardecer y dedi- carse a la critica después de cenar, sin convertirse nunca en cazador, pescador, pastor o ctitico» °. Esta vida multifacética, libremente ele- gida, se convierte en un ideal andlogo al que intentan vislumbrar los criticos de la sociedad consumista actual. Para Marx, por consiguien- te, la tinica alternativa al «estado estacionario» no podia ser otra que el cambio revolucionario al socialismo, al comunismo. ® Carlos Marx, EI Capital, versién espafiola de Wenceslao Roces, FCE, México, 1946, vol. I, pgs. 648 y 649. Roces traduce «régimen de produccién» en vez de «modo de produccién». Esta segunda expresién, que me parece més correcta, es la que he introducido en su traduccién. 9 Del capitulo «Relacién del hombre con el trabajo, del hombre con el hom- bre y del hombre con el Estado», en la antologia de Marx titulada Teoria econdmica, edicién y seleccién preparada por Robert Freedman, versién espa- fiola, Ediciones Peninsula, Barcelona, 1968, pag. 294. 26 Ramén Tamames Pero el hecho de que Marx atacara a fondo las tesis de Malthus no significa que no hubiera ni en él ni en Engels ni sombra de preo- cupacién por los problemas del entorno del hombre. Por el contra- tio —y aparte de otras manifestaciones a las que nos referiremos en 10.5.— los fundadores del marxismo incidieron en una serie de cuestiones medioambientales con observaciones que atin conservan toda su frescura y plena virtualidad. Engels, en 1845, puso de relieve con toda crudeza las consecuencias mds _negativas de la revolucién industrial especialmente én Io telativo al crecien jaro urbano. Sus referencias a los barrios obreros de Manchester son bien expre- sivas: «... los cottages son viejos —decia—, sucios, y del tipo més pequefio; las calles, abruptas, y en parte sin pavimentar y sin alcan- tarillado; en medio de charcos estancados y por todas partes, se en- cuentra una cantidad enorme de inmundicias, desperdicios y detri- tus; la atmésfera apesta a causa de las emanaciones y aparece oscure- cida y viciada por el humo de docenas de chimeneas de fabricas» ®. Pero Federico Engels no se limité a una mera desctipcién de casos concretos, sino que supo generalizar sus iniciales observacio- nes urbanas a todo el medio ambiente: «Tanto de cara a la natu- raleza como a la sociedad —advirti6—, en las formas de produccién actual no se consideran con atencién mds que los resultados inme- diatos, los més tangibles; y después nos asombramos de que las consecuencias ulteriores de las acciones sean bien distintas de las previstas, y muy frecuentemente radicalmente opuestas» '. A la pos- tre, seguin el propio Engels, no habria que vanagloriarse demasiado de las victorias sobre la naturaleza, «ya que ésta por cada victoria, se toma una venganza sobre nosotros». Por su parte, Marx, aunque fuera de pasada, también tuvo obser- vaciones atinadas sobre los problemas del entorno. «Las culturas que se desenvuelven ‘desordenadamente y no son dirigidas consciente- mente —decia—, dejan desiertos a su paso» 2. Como también se encuentran en él no pocas apreciaciones de interés sobre lo que hoy Mamamos despilfarro y detroche. Sus alusiones a los vertidos de re- siduos de la gran ciudad fueron verdaderamente premonitorias: «en Londres —subrayaba—, la economia capitalista no ha sabido encon- trar mejor destino al abono procedente de cuatro millones y medio 10 F. Engels, El problema de la vivencia y las grandes ciudades (1845), ver- sién espaola, Gustavo Gili, Barcelona, 1974, pag. 20. 1B Engels, Dialectique de la Natura, Editions Sociales, Paris, 1971, p&- gina 183. 12 Citado por Busch en «The soviet response to environmental disruption», en Volgyes, Environmental deterioration in the Soviet Union and Eastern Eu- rope, Praeger, Nueva York, 1974, pdg. 28, Ecologia y desarrollo 27 de hombres que el emplearlo, con unos gastos gigantescos, en conver- tir el Témesis en un foco pestilente» ™. Por lo demés, en El Capital se encuentran pasajes sobre el posible reciclaje de las materias primas, que exigian segtin Marx una serie de requisitos que él mismo mencioné cuidadosamente: «trabajo en gran escala; que se perfeccione la maquinaria, para que las materias primas que en su forma existente no eran aprovechables antes, puedan transformarse ahora de un modo apto para la nueva produccién; que la ciencia, especialmente la quimica, realice progresos en los que se descubran las propiedades titiles de los desperdicios» “. 1.4. Ricardo y su ley de los rendimientos decrecientes Después de Adam Smith, la segunda posicién importante y clara entre los clésicos en lo relativo al crecimiento econédmico, se aprecia en David Ricardo '. En su andlisis, Ricardo se basaba fundamentalmente en la ley - de los rendimientos decrecientes, que para John Stuart Mill pasaria a ser la «proposicién mds importante en la economia politica» es En frase de un reciente estudio de Ricardo, esta Ley, generalizdn- dola, viene a decir que «al aumentar las cantidades de un factor vatiable (capital o trabajo) aplicadas a una cantidad fija de otro factor (tierra), el incremento en la produccién total (cereal) que resulta de cada unidad adicional del factor variable (capital o trabajo), iré eventualmente decreciendo, de modo que con los sucesivos insu- mos del factor variable (capital o trabajo) se agregarén incrementos dectecientes, cada vez menores, de producto (cereal)» ”. a Asi pues, Ricardo partfa de la hipétesis del cardcter limitado de los recursos (tierra). Por tanto, en caso de quererse obtener mayor ptoduccién, serfan necesarias aportaciones sucesivas de trabajo y ca- 13 C, Marx, El Capital, vol. I (1865), versi6n espafiola ya citada (nota 8), . 112. \4 Tbidem. . 15 Son interesantes las apreciaciones que sobre el tema en Ricardo hace William J. Barber en History of Economic Thought, ob. cit., pégs. 87 a 89. 16 Citado por R. M. Hartwell en su introduccién a la obra de D. Ricardo Principles of Political Economy and Taxation (basada en la 3. ed., Londres, 1821), Penguin, Londres, 1971, pag. 16. La versién espafiola més utilizada en buestro pais es la de Valentin Andrés Alvarez (Principios de economia politica y tributacién, Aguilar, Madrid, 1955), que no se dice en qué edicién de Ricardo std basada, si bien parece que es en la tercera. ‘7 R. M. Hartwell, ob. cit., pégs. 16 y 17. 28 Ram6n Tamames pital, lo cual de modo inevitable deberfa comportar una menor re- tribucién del primero, en caso de querer mantenerse la tasa de beneficio, tinica forma en definitiva, segin Ricardo, de asegurar la aportacién de nuevos recursos financieros. De este modo, para Ricardo quedaba claro que el crecimiento a largo plazo conducirfa a una reduccién progresiva de los salarios, que en el limite se situarfan al nivel de la subsistencia. Por ello, advertia que «con una poblacién que presiona sobre los medios de subsistencia, la Gnica solucién hay que verla en reducit la pobla- cidén, 0 en una més répida acumulacién de capital» *. En definitiva, a largo plazo, Ricardo preconizaba controlar la poblacién; tras un andlisis previo por separado, acababa por genera- lizar sus observaciones de freno demogréfico a los dos supuestos que se pianteaba de pafses ricos y pobres. «Los amigos de la humanidad —afirmaba— no pueden sino desear que en todos los paises las clases trabajadoras Ileguen a apreciar las comodidades y diversiones, y, por tanto, deberfan ser estimuladas por todos los medios legales en sus esfuetzos pata procurarse ambas cosas. No puede haber mejor garantia contra una poblacién sobreabundante» ”. La Idgica de Ricardo en el anterior pasaje era contundente: crean- do nuevas necesidades de consumo («comodidades y diversiones») a las clases trabajadoras, se contribuye a reducir el tamafio de la familia y de la poblacién global. No otra es la tendencia que efectiva- mente ha mostrado la evolucién demogréfica en los paises ricos, donde las clases trabajadoras se han «aburguesado» en cuanto a su modo de vida, en un «efecto demostracién» —dentro de lo posible, dirfamos— respecto a las clases econémicamente més favorecidas. De este modo, por lo general, el ritmo global de crecimiento de la pobla- cién en los paises industriales se sittia actualmente por debajo del 1 por 100 anual acumulativo, en contraste con el 2 por 100 de pro- medio mundial y del 3 por 100 en los paises pobres que, «més cortésmente», hoy Iamamos paises menos desarrollados o en des- arrollo. Ricardo, al preconizar que se estimulase el gusto de los pobres por el consumo, actuaba en funcidn de los debates de su tiempo ysu pafs. En realidad, lo que hacfa era denunciar como condenables todas las Poor Laws —literalmente las leyes de pobres— que se introdu- jeron en Inglaterra a partir de 1601 para acudir en socorto de los 18 D. Ricardo, Principles..., ob. cit., pag. 121. 19 Por lo cual, casi explicitamente est4 recomendando Ia reduccién de pobla- cién para los paises ricos y Ja acumulacién en los pobres, en donde todavia hay tierras fértiles. Ecologia y desarrollo 29 nuevos tipos de miseria que empezaban a surgir en una sociedad més urbana, y en la que el orden medieval (con su principio un tanto eufemfstico de la caridad) se dilufa progresivamente. En los tiempos en que Ricardo escribfa sus Principles, la regula- cién vigente en cuanto a los pobres, era el llamado «Speenhamland System». Introducido por los jueces del condado inglés del mismo nombre, la mecénica consistia en que los salarios situados por debajo de lo que ellos consideraban un minimo absoluto, debian comple- tarse por la parroquia, de acuerdo con el precio del pan y el nimero de allegados que tuviese cada cabeza de familia. . El ejemplo de Speenhamland se siguié en otras dreas de Ingla- terra, y en 1796 fue consagrado en el Parlamento ™. David Ricardo atremetié contra estas leyes de pobres, poniendo de relieve que «es una verdad que no admite duda el que las comodidades y el bienestar del pobre no pueden asegutatse permanentemente sin algtin cuidado por su parte; o sin algun esfuerzo por parte del Parlamento para regular el incremento de su nimero, y pata hacer menos frecuente entre ellos los matrimonios prematuros y faltos de previsidn. El fun- cionamiento del sistema de las leyes de pobres ha sido directamente fo contrario. Ha hecho superflua la moderacién y ha invitado a la imprudencia, al ofrecer al pobre una parte de los salarios de, quien si es prudente y laborioso» “". . . Ricardo indicaba, para terminar su argumentacidn, que esta bene- ficencia habfa sido soportable en una fase de crecimiento. «Pero si el progreso se hiciese més lento, si alcanzdramos el estado estacio- nario, del cual creo todavia estamos bien distantes, entonces la natu- raleza perniciosa de estas leyes se harfa més manifiesta y elocuente; y entonces, también, su renovacién se veria obstruida por muchas dificultades adicionales» ”. 15. La sintesis de los cldsicos: J. S. Mill y el estado estacionario Pasamos ahora a lo que podriamos lamar la sintesis final de la Escuela clésica en torno al tema de los posibles limites al creci- miento. Me refiero a John Stuart Mill, que en sus Principles of 2 Para mayor extensién sobre este tema, puede verse el amplio ¢ intere- sante tinue “Poor Law», de la Encyclopaedia Britannica, vol. 18, pigs. 226 2 232 (edicién de 1969), con numerosas referencias bibliogtéficas. 21 Ibidem, pég. 127. 2 Thidem, pag. 129; el subrayado es nuestro. 30 Ramén Tamames Political Economy”, y concretamente en su capitulo VI, fue quien de modo més amplio se ocupé del estado estacionario. Un concepto que, como después podré verse, resurgiria en la literatura econémica de los afios treinta del siglo xx con Alvin Hansen, aunque en cir- cunstancias bien distintas de las imperantes en tiempos de Mill; esto es, cuando el progtesivo crecimiento que los economistas cldsicos habfan vivido se vefa ya en dificultades serias, a causa de todos los elementos desencadenados en la crisis que en 1929 abrié el perfodo que después se lamaria la Gran Depresién. En ello radica precisamente Ja grandeza de la concepcién y pers- pectiva de Mill: supo anticiparse. Es decir, no formuld su teorfa del estado estacionario bajo Ja presién de una crisis general ya existente en el sistema, sino que la concibié como algo Idégico e inevitable al final de una larga fase de crecimiento. «gA qué punto ultimo tiende la sociedad —es lo que él se preguntaba— con su progreso indus- trial? Cuando el progreso cese, en qué condiciones podemos espe- rat que dejarg a la humanidad?» **, Mill fue terminante, pues como punto de partida de toda su argumentacién se fijé en el principio de que el crecimiento de la riqueza no puede carecer de limites. Para él, era completamente seguro que al final del estado progresivo se Gignatig; ‘por mucho que les costase aceptarlo a quienes por entonces identificaban todo lo econémicamente deseable con el estado pro- gresivo. Mill reconocié a Malthus como el primero en advertir seriamente sobre el problema de la expansién sin freno de la poblacién, que, con el tiempo, podria llegar a aventajar el propio crecimiento del capital, de forma que incluso en pleno estado progresivo 1a condicién de los més pobres descenderfa al punto més bajo. Pero comparativamente con Malthus, en Mill la argumentacién se enriquecié de modo notable. Ya no se trata s6lo de un problema de subsistencia. Mil imero en fijarse en los dolores.del cre: nto, y-por.ello contempla_el estado estacionario sin aversién. onfiesa que no le encanta la idea de que el estado notmal de Jos seres humanos sea el de luchar permanentemente para hacerse un hueco. Textualmente, no acepta que «el pisotearse, empujarse, darse codazos y propinarse patadas en los tobillos unos a otros —todo lo cual constituye la forma actual de vida— sea \a més deseable suerte 3 La primera edicién de los Principles data de 1848. Para este trabajo hemos utilizado Ja versién editada por Donald Winch (para Pelican Classics, Penguin, Londres, 1970), que se basa en Ja ultima edicién de Mill, de 1871. % J. S. Mill, Principles, ob. cit., pag. 111. Ecologia y desarrollo 31 del género humano; o que, simplemente, todo ello no represente sino los sintomas més desagradables de una de las fases del progreso industrial» *. , En este sentido, J. S. Mill subraya que s6lo en. los paises més atras: undo sigue siendo un objetivo i nen fe 1a produccién, «en tanto que en los mas avanzados lo econdmica- mente necesario es una mejor distribucién, para lo cual uno de los medios indispensables es un freno més estricto de la poblacién» ees Sin embargo, el objetivo de acabar con la lucha cotidiana a lo largo de toda Ja vida y el propésito de redistribuir ¢ igualar, no son las tnicas ventajas que Mill aprecia en el estado estacionario. Hay una tercera razén, que muchos no vacilarfan en calificar de «la més mo- derna», puesto que engarza con toda una éptica de valores estéticos y también —implfcitamente —ecoldgicos. Esto se ve claramente en la dltima seleccién de parrafos que transcribimos del gran economista: «Sin duda hay espacio en el mundo, incluso en los pafses viejos para un gran aumento de poblacidn... Pero veo muy pocas razones para desearlo. La densidad de poblacién necesaria para permitir a la humanidad obtener, en el més alto grado, todas Jas ventajas, tanto de la cooperacién como del intercambio social, se ha alcanzado ya en los paises mas populosos. Una poblacién puede resultar excesiva aunque esté ampliamente alimentada y vestida. Serfa un ideal muy pobre un mundo del cual se extirpara la soledad. La soledad, en el sentido de estar solo con frecuencia, es esencial para cualquier nivel de meditacién o de cardcter; y la soledad en presencia de la belleza y grandiosidad de Ja naturaleza es la cuna de los pensamientos y de las aspiraciones que son buenas para el individuo, y sin los cuales no podrfa pasarse la sociedad. Tampoco serfa para estar satisfechos el contemplar un dia un mundo en el que no quede nada para Ja vida espontdnea natural; el suelo, cultivado hasta el ultimo dpice..., todas las tierras de pastos, aradas... con todos los cuadrapedos o pajaros que el hombre no puede domesticar exterminados por set sus rivales en la alimentacién... Si la tierra tiene que perder esa gran porcién de Jo que en ella es agtadable, y que se debe a cosas que el crecimiento ilimitado de la tiqueza y de la poblacién habrfan de extirpar para poder soportar una poblacién mds amplia pero no més feliz, sincera. mente espero, para bien de la prosperidad, que los pattidarios del estado progresivo se conformardn con ser estacionarios mucho antes de que Ja necesidad les obligue a ello» ”. 25 Ibidem, pég. 113. % Tbidem, pég.115. 2 Ibidem, pag. 116. 32 Ramén Tamames En realidad, en las palabras de Mill hay toda una secuencia de grandeza mental, de previsién a muy largo plazo. Con él, lo sustan- cial de gran debate en su primera fase, me parece que queda cerrado. En lo sucesivo, la discusién se hard en otras circunstancias, o bien de crisis econémica, o bien de crisis global ecolégica. Ya no ser4 —sobre todo en su etapa actual— una polémica serena, de filésofos para minorfas més o menos nutridas. Por el contrario, se tratar4 de una agria controversia, en la que no se vacilar4 en recurrir a toda clase de informaciones, hipétesis, encubrimientos y exageraciones. Capitulo 2 EL REPLANTEAMIENTO DE LA POLEMICA: HANSEN, KEYNES Y SCHUMPETER 2.1. La gran depresién. Keynes versus Hansen En realidad, seguir la polémica sobre los limites al crecimiento —y lo que ello implica en cuanto a organizacién de la sociedad— seria algo realmente inacabable si quisiéramos entrar en todos sus detalles. Especialmente, si tenemos en cuenta que sus orfgenes pue- den encontrarse en los tiempos mds remotos (por ejemplo, Platén con su didlogo sobre «La Republica»), como ha puesto de manifiesto Alfred Sauvy '. Por ello, me he limitado al arranque de la polémica en su fase moderna (Smith, Malthus, Ricardo, Mill y Marx), para después hacer abstraccién de toda una serie de protagonistas de la larga discusién hasta bien avanzado nuestro siglo. Si se me disculpa el amplio lapso, reanudarfamos nuestro reco- rtido en los afios treinta, durante la Gran Depresién, cuando se-for- mularon toda una serie de tesis sobre el estancamiento en que por entonces estaba debatiéndose la economia capitalista. Con la depresién iniciada en 1929, parecfa como si el capitalismo hubiese entrado en una fase de freno definitivo, incluso con posibi- lidades reales de desaparicién o de colapso del propio sistema”. Re- 1 En su libro Croissance Zero?, Calmann-Levy, Parfs, 1973, especialmente pégs. 15 a 20 (existe versién espafiola de DOPESA, Barcelona, 1973). 2 De esta época son libros como el de John Strachey, The Coming Struggle for Power, Victor Golancz, 4." ed., Londres, 1934, donde se afirmaba (pag. 8) que «todo el mundo capitalista se encuentra camino de la barbarie». Por la 7 33 34 Ramén Tamames surgid asi la tesis de J. S. Mill —explicitamente reformulada por Alvin Hansen— del «estado estacionario» 3, La falta de oportunida- des de beneficio —venfa a decir Hansen— inducia una grave escasez de inversiones, con lo cual el estancamiento inicial tend{a a conver- tirse en un fenémeno permanente, a largo plazo..Tesis frente a la cual lo que hoy llamamos la revolucién keynesiana surgi6 como una réplica esperanzadora para la supervivencia del capitalismo. John Maynard Keynes no aceptaba el estado estacionario de la depresién. El impasse podfa romperse por medio del gasto piblico, las polfticas monetaria y fiscal, y otros instrumentos para estimular la inversién y el empleo. No obstante, al considerar la posicién de J. M. Keynes, debemos distinguir entre su actitud a corto y a largo plazo. A corto, le preocupa no el «demonio malthusiano» del creci- miento de Ja poblacién (demonio P), sino «el aumento del desempleo» (demonio U, de unemployment) *. Por el contrario, a largo plazo Keynes tarnbién crefa en lo inevitable de un estado estacionario, que en su opinién no Ilegarfa antes de cien afios, y en el cual el hom- bre habria de enfrentarse «con su verdadero problema permanente, esto es, cémo usar de su libertad tras superar las dificultades eco- némicas acuciantes, cémo ocupar el ocio que la ciencia y el interés compuesto le habrian hecho ganar, para vivir sabiamente, de forma agtadable y bien». Keynes terminaba sus reflexiones con un tono profético: «sere- mos capaces de desprendernos de muchos de los principios pseudo- morales que nos han atado durante doscientos afios... El amor al dinero como posesién —a diferencia del amor al dinero como un medio para los goces y realidades de la vida— se reconocer4 como lo que verdaderamente es, una cosa morbosa y un tanto desprecia- ble...» Y después de referirse a la vuelta a una serie de principios teligiosos y virtudes tradicionales que podrfan estar vigentes de nuevo (la consideracién de la avaricia como un vicio, la de la usura como misma época Arthur Salter (en The Second Effort, G. Bell & Son, Londres, 1934) decia: «Los defectos del capitalismo han venido privdndonos cada vez més de sus beneficios. En Ja actualidad estén amenazando su existencia» (pa- gina 180). 3A. Hansen, Full recovery or stagnation, Nueva York, 1938, Del mismo autor, «Economic progress and declining population growth», en American Economic Review, marzo de 1939; existe versién espafiola en el volumen Ensayos sobre el ciclo econdmico, scleccionados pot Gotfried Haberler, 2.* ed., FCE, México, 1956, pags. 379 a 397. 4’J. M. Keynes, «Some economic consequences of a declining population», Eugenics Review, abtil de 1937, citado por K. L. R. Pavitt, en «Malthus and other economists. Some doomday revisites», en la obra colectiva Thinking about the future, Chatto and Windus, Londres, 1973, pag. 146. Ecologia y desarrollo 35 una aberracién, la de la obsesién por el delito como algo detestable, etcétera) y tras subrayar que la evolucién hacia esas actitudes seria gradual, Keynes se fijaba en las cuestiones instrumentales. Llegaba as{ a la conclusién de que «el ritmo al que podemos alcanzar nuestro destino de bienaventuranza econémica estar4 determinado por cuatro elementos: nuestra capacidad para poder controlar la poblacién, nues- tra determinacién en evitar guerras y disensiones civiles, nuestra voluntad de confiar a la ciencia la direccién de aquellos asuntos que esttictamente son cometido de la ciencia, y el tipo de acumulacién que se fije como margen entre nuestra produccién y nuestro con- sumo...» °. 2.2. Schumpeter y el socialismo como secuela de la depresién Algo posterior en el tiempo, pero todavia inmerso en las secuelas de la Gran Depresién, se sitda el punto de vista de Joseph Schum- peter sobre el futuro de una sociedad con més ocio, con menos presién de los acuciantes problemas econémicos; una previsién menos optimista que la de J. M. Keynes a largo plazo. As{ lo subraya K. L. R. Pavitt * al referirse a la «sentencia» del gran economista austriaco cuando afirmaba que «la mejora secular dé la educacién, que se considera como supuesto garantizado, acom- pafiado de la inseguridad individual... es, desde luego, la mejor férmula para crear el desasosiego social» ’. ‘Segén Schumpeter, con el avance en las tensiones provocadas por la inseguridad individual, Jos intelectuales desempefiarfan un papel clave en explotar el desaso- siego; entendiendo por intelectuales aquellas personas en posesién del don de la palabra escrita y hablada, «pero que se diferencian de otras personas que hacen lo mismo por su carencia de responsabilidad directa para los asuntos practicos... A no dudarlo —proseguia Schum- peter—, la fuerte expansién educativa en los niveles superiores, evi- dente en los diltimos estadios del desarrollo capitalista, podria ampliar el grupo intelectual, al crecer el desempleo o el paro encubierto entre los graduados universitarios, quienes de esta forma se convertirfan en tas huestes de los intelectuales. Se agudizaria, pues, el proceso de criticismo social, fruto del descontento que se transforma en resen- 5 J. M. Keynes, «Economic possibilities for our grandchildren», en Essays on Persuasion, Macmillan, Londres, 1931, pags. 358-373. © K. L. R. Pavitt, «Malthus and other economists...», ob. cit., pég. 150. 7 J. Schumpeter, Capitalism, Socialism and Democracy, 4. ed., Allen and Unwin, Londres, 1954, pdg. 155. I { i 36 Ramén Tamames timiento, actitud tfpica del intelectual espectador de los hombres, de 1as clases y de las instituciones... Desde luego, la hostilidad del gtupo intelectual —que asciende hasta la desaprobacién moral del orden capitalista— es una cosa; y otra distinta es la atmésfera de hostilidad generalizada que rodea al capitalismo. Esta iltima es el fenémeno realmente significativo; y no es simplemente un resultado de la primera sino que proviene en parte de fuentes indepen- dientes...» ®, Estos pasajes de Schumpeter son de una crudeza y una profun- didad de anélisis —y de previsisn— realmente impresionantes, si recordamos que la primera edicién de Capitalismo, Socialismo y De- mocracia se publicé en 1943. ¢Cudl si no ha sido y es el «rol» de los Sartre, Marcuse y Chomsky, y de tantos otros intelectuales que des- pués han venido arengando a las masas de universitarios insatisfe- chos? En realidad, su papel ha consistido en racionalizar esa insatis- faccién, pero siempre con resultados efectivos bastante limitados; sobre todo si se comparan con los verdaderos agentes de la trans- formacién como los Mao, Ho-Chi-Minh, Fidel, etc. Al final, el socialismo podrfa venir para Schumpeter no de la accién de esos intelectuales, sino a través de un proceso gradual de burocratizacién, 0 por obra y gracia de la mds pintoresca revolucién °. 2.3. Al margen de la depresién: el socialismo como crecimiento sin limites Tras la visién occidental de los Ifmites al crecimiento en la fase de la Gran Depresién, debemos hacer una referencia a la actitud de los pafses socialistas durante ese perfodo, y concretamente en la URSS, Era el tiempo de los primeros planes quinquenales, confi- gurados como proyectos para la construccién de una nueva economia y de una nueva sociedad sin clases; con posibilidades ilimitadas de crecimiento, a base de aprovechar los amplios recursos del inmenso espacio del antiguo imperio zarista, poniendo en tensién todas las fuerzas creadoras del nuevo sistema socialista recién surgido a la vida hist6rica. En esta fase inicial del socialismo, la Idgica del crecimiento acele- rado, con todas las aberraciones que después puedan haberse apre- 8 Ibidem, pag. 143. 9 Tbidem, pag. 167. Ecologia y desarrollo 37 ciado al criticar el stalinismo, es indudable: o crecer 0 morir, o el socialismo aunque fuese (o precisamente porque nists era asi) en un solo pais, o renunciar a resistir los embates del capitalismo. De otro modo, el peligro de perecer era mds que evidente. Otra cosa bien distinta —segtin veremos luego— es el crecimiento actual y futuro en los paises socialistas. Capitulo 3 LA POLEMICA EN SUS TERMINOS ACTUALES. LOS CAPITALISTAS MAS EXPANSIVOS 3.1. Un intento de clasificacién Fue tras la secuencia «Gran Depresién/Segunda Guerra Mun- dial/reconstruccién econdémica/guerra fria» cuando la polémica sobre los limites del crecimiento surgié con toda su fuerza y se difundié a miltiples niveles, sobre todo en los paises desarrollados. En com- binacién, ciertamente, con los estudios de prospectiva que ya 4 mediados de la década de 1960 empezaron a cobrar un importante impulso'. En lo que sigue, haremos una revisién de la tesis que sobre el futuro del crecimiento han enunciado en los tltimos afios toda una serie de autores. Sin pretensiones ni mayorativas ni peyorativas, los clasifico en orden decreciente en cuanto a su expansionismo, es cir, segdn su posicién en el amplio espectro que va desde el «creci- miento sin limites» hasta «el crecimiento cero» ?: 1 A este campo de la previsién a largo plazo tuve ocasién de referirme, con carécter muy general, en el articulo «1985, asf puede ser Espafia», que publiqué en los niims, 800 y 801 de Actualidad Econdmica, 14 y 21 de julio de 1973. 7 No se trata en realidad de un intento de resolver cn una clasificacién lineal, como en un continuo, la multitud de matices que pueden apreciarse en diferentes opiniones. Tal como puso de relieve Amando de Miguel en el «Seminario sobre grandes dilemas medioambientales», habria que dar entrada 8 dos, tres ¢ incluso mas elementos para encajar con cierta precisién cada punto de vista sobre el tema. Creo que tal apreciacién es acettada, pero después de Teflexionar me parece que en vez de un intento taxonémico con pretensiones de 39 40 Ramén Tamames 1. Los capitalistas mds expansivos: C. Clark, W. W. Rostow y H. Kahn. Los comunistas y socialistas més desarrollistas. Expansivos con tendencia a la reestructuracién del modelo actual. La «escuela francesa»: Sauvy, D'Iribarne y otros. 4. La consideracién de los problemas ecoldgicos en la dptica de la economia mixta: P. A. Samuelson y Jan Tinbergen. EI énfasis en la conservacién de la naturaleza y en los pode- res supranacionales. Dos economistas radicales: K. Boulding y R. Heilbroner. Construccién de una utopfa razonable. La otra escuela fran- cesa: los casos de René Dumont y Roger Garaudy. los limites al ieee ante la amenaza global del agota- lento progresivo de los recursos y la i io: los informes al Club de Roma. et imeliss 9. Partidarios explicitos del crecimiento cero. vn eS oND yw Dedicaré un cierto espacio a los nueve grupos mencionados repre- sentados Por sus protagonistas fundamentales, no sin antes insistir en el cardcter no exhaustivo; ni de la relacién de grupos, ni del contenido de cada uno de ellos. Y al final del libro, expondré algunas reflexiones tiltimas. , 32. Las etapas del crecimiento de Rostow, ¢un camino de imperfeccién? Entre los autores de marco capitalista y de visién més expansiva hay que citar en primer término a Walt Whitman Rostow, histo- tiador y economista norteamericano conocido mundialmente por su teorfa sobre «las etapas del crecimiento econémico» *. _ En su libro del mismo nombre, Rostow propone clasificar las distintas sociedades, segtin su posicién en el proceso de crecimiento econémico, en las siguientes etapas: sociedad tradicional, condiciones previas para el despegue, despegue (take-off), camino hacia la ma- durez, y era del alto consumo en masa. Tedricamente, cada pais, en un momento dado, se encuentra en una de estas etapas, y todos los pafses que aspiran a crecer han de pasar mds o menos nitidamente por cada una de ellas. gran rigor, lo que ahora nos interesa es ver las distintas posici Presuncién menos rigida, todavfa con ciertas holguras. na The stages of economic fram, publicado por primera vez en 1952. La segunda edicién, en W. W. Notton and Company, Nueva York, 1962. Existe versién espafiola del Fondo de Cultura Econdémica, 3.* ed., México, 1965. Ecologia y desarrollo a Si adoptésemos, sin més, el esquema de Rostow —y dejando aparte el complejo problema del dualismo existente en cualquier so- ciedad capitalista— podriamos decir, a titulo ilustrativo, que Nepal se encuentra hoy en la fase de sociedad tradicional, México se halla en las condiciones previas para el despegue, Italia en despegue ya avanzado, Francia camino de la madurez; en tanto que en Estados Unidos viven en la era del alto consumo en masa. Esquematizando al maximo, la visién de W. W. Rostow hace pensar como si cada pais hubiese de «esperar su turno», 0 més dind- micamente, como si no tuviese més remedio que «ir saltando las vallas» de una etapa a otra, para al final alcanzar 1a del alto consumo en masa. Aparte de que en esta tesis se desconoce la limitacién insos- layable de recursos, y la imposibilidad material, por tanto, de que todos Ieguen a disfrutar de un consumo al estilo de Estados Unidos (con todas las contradicciones a nivel mundial que esto puede plan- tear), lo cierto es que a los propios paises que ya se encuentran en el Ultimo estadio del esquema se les presentan no pocos problemas. Al término del «camino de perfeccién», la perfeccién tampoco existe. En la fase final del proceso, la sociedad se urbaniza hasta limites antes inconcebibles. Las industrias m4s présperas son las que atien- den el consumo masivo de toda clase de bienes duraderos. El pujante sector terciario Mega a superar en porcentaje de poblacién activa a los otros dos grandes sectores. La sociedad'se motoriza fuera y dentro de las viviendas ampliamente mejoradas, y respecto a la semana de trabajo, ya reducida a cinco dias, empieza a preverse una nueva reduccién que proporcione tres dias de ocio, que ya no son propiamente de descanso. Segtin Rostow, en la sociedad de alto consumo en masa empieza a meditarse sobre qué hacer en el futuro: gincrementar el consumo?, ¢ampliar la dimensién de la familia como sélo transitoriamente su- cedié en Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial? ¢O simplemente dedicar més tiempo al espatcimiento y al cultivo per- sonal? En cierto modo, son las mismas opciones de la tercera gene- racién de los héroes de Thomas Mann en Los Buddenbrook, después de que sus antecesores hubieron paladeado el sabor de la riqueza y del poder. Claro es que paralelamente a la aparicién de esa sociedad de consumo en masa (la «sociedad opulenta» a que se han referido Galbraith y Myrdal con todas sus secuelas de corrupcién publica, vicio, crimen, abandono de los servicios colectivos, indisciplina social generalizada, falta de ideas comunes, egoismo individual, etc.) en a Ramén Tamames otros paises se aprecian més claramente que nunca las dificultades para el desarrollo. Cabrfa pensar, pues, y no sin cierta ingenuidad, que el hombre desarrollado ah{to de guerra, poder y riqueza, cansado de la sociedad opulenta, tal vez podrfa deciditse a ayudar de forma decisiva a su hermano postrado en la ignorancia, la enfermedad yla pobreza. Postura que ya se ha preconizado en la UNCTAD, desde 1964 en Ginebra, a 1376 en Nairobi, pasando por Nueva Delhi en 1968 y Santiago de Chile en 1974, hasta ahora siempre sin ningdn éxito espectacular. Esa sociedad humanista a nivel mundial —que pondria verda- dero fin a la prehistoria inhumana de la Humanidad— serfa tal vez la ultima y deseable etapa del crecimiento econdmico, no prevista en el esquema rostowiano, en el que, por otra parte, no se analizan los pasos de una a otra fase con la visién dialéctica que seria precisa. EI modelo es sugestivo; peto los hombres de los pafses menos des- artollados (PMD), no pueden esperar a que la cadencia desde la so- ciedad tradicional hasta el consumo en masa se cumpla parsimoniosa- mente segtin una especie de esquema de inspiracién sobrenatural, De ahf que en nuestra época de aceleracién, los pueblos de los paises menos desarrollados y las clases sociales menos favorecidas —o los simplemente ah{tos de la sociedad de consumo y de su hipécrita falta de solidaridad humana— no puedan «sentarse en la puerta de su casa_a ver pasar el cad4ver de su amigo». En este sentido, es cierto que en los grandes pafses industriales hay ya una «quinta columna» —muchos de los estudiantes, buena parte de los intelectuales, las masas partidarias de la paz y contrarias a toda clase de segregaciones o racismos— favorable al cambio. Se trata de un gran efectivo progresista nuevo, distinto de la tradicional fuerza de las clases trabajadoras, que en buena parte, seria estipido negarlo, se hallan integradas en el sistema. Pero también es verdad que esa «quinta columna», objeto de interesantes andlisis por perso- nas tan dispares como Marcuse, Sartre o Chomsky, probablemente no serd capaz por sf sola de materializar el embrién de socialismo que el propio capitalismo Ileva en su matriz, para poner en marcha un desarrollo integral a escala universal. Pero s{ es posible que aliada con una parte importante de las fuerzas trabajadoras y con los desfa- vorecidos del Tercer Mundo pueda llegar a ser una de las artffices del nuevo alumbramiento. También es preciso observar que en la estructura econémica inter- nacional de nuestro tiempo se aptecian algunos sintomas de que puede quebrarse la dicotomfa, que nos parecia «eternamente desfa- Ecologia y desarrollo 4B able», entre pafses desarrollados y subdesarrollados. La crisis enerpética yde mateties primas que se inicid en 1973, planted nuevas situaciones de transferencia de recursos financieros de los primeros a los segundos, en cifras inimaginables pocos afios antes. De ahi que la ayuda que durante decenios se negaron a prestar Jos desarrollados a los subdesarrollados, ahora se ven pericialmente obligados a «concederla» los primeros en forma de altos precios por las materias primas y recursos energéticos de los segundos. Cosa bien distinta, desde Iuego (y en la que ahora no vamos a entrar aqut) es si en los pafses subdesarrollados, sus gobiernos, generalmente oli- grquicos, dedican esos ingentes fondos financieros al desarrollo integral de sus paises; 0 si, por el contrario, los devuelven, al menos en patte importante, a los propios desarrollados a través de inver- siones estériles en armamento o mediante operaciones mds 0 menos especulativas. 3.3. Las expectativas futuristas de Colin Clark Como se recordaré, también dentro del grupo de los capitalistas desarrollistas sin limites incluimos a Colin Clark. La visién de Clark es mucho menos sistematica que la de Rostow, dirfamos incluso que in4s desenfadadamente optimista, hasta caer en las secuelas de la prospectiva; es decir, en la ciencia-ficcién, que en este caso seria mejor denominar ficcién pseudocientifica. a En su libro Abundancia y hambre*, C. Clark prevé posibilidades ilimitadas de poblacién en nuestro planeta, de forma que se cons- truirdn «palacios flotantes en alta mar, lo que liberarfa todavia més tierra para el cultivo...»; y lo mismo sucederfa «si la gente aceptase residir en zonas de clima frfo, donde el sactificio de tierra cultivable tendria menos importancia que en las tierras célidas», Ilegando a proponer incluso el poblamiento de Groenlandia. ; Aceptando incluso que fueron algunos centenares de miles los que quisieron habitar en esas latitudes, el planteamiento de Colin 4 Citamos la versién francesa de su libro Abondance et famine, Stock, Parls, 1971, pég. 17, Colin Clark se hizo conocido en el mundo de los econe mistas por su libro The condicitions of Economic Progress, cuya primera edici vio la Tuz en 1940. La tercera, de 1957 (Oxford Economic Press, Londres), sigue siendo un intento de medicién en términos reales de la Renta Nacional on ana larga serie de pafses, con comparaciones entre ellos e incluso con el mundo de la antigiiedad. Hay traduccién al espafiol: Las condiciones del progreso eco- némico, 2 vols., Alianza Editorial, Madrid, 1970. “4 Ram6én Tamames Clark nos parece sin sentido. Recordemos las reflexiones finales que de J. S. Mill recogfamos en 1.5, para i > n i- cas sobre una posicién tan soptimnsten, =a mae 3.4. El crecimiento exponencial de los Kahn y Wiener En Estados Unidos, entre los desarrollistas, ha Ei s , entre > jue destacar |, Posicién, también de crecimiento sin Ifmites, del Tnsiituto Hudson, ¥, pe nee ae de Herman Kahn y Anthony Wiener, autores los res libros (El afio 2000 y Hacia el aft , i traducidos a nuestra lengua 5. —_—— En El afio 2000, Kahn v Wiener, sigui , yW , Siguiendo en parte a W. W. Ros- tow, y para hacer Ja prospeccién de los crecimientos futuros, estable- cieron cinco categorfas de pafses segtin los intervalos de rentas per capita (en délares de Estados Unidos de 1964), en las que cada uno de ellos podria situarse al final del presente milenio. Esas categorfas eran las siguientes: Preindustrial: 50 a 200 délares per capita. Industrializacién parcial o de transicién: 200 a 600. Industrial: 600 a 1.500. Consumo en masa 0 industrial avanzado: quizd d : 1.500 délares a algo més de 4.000 délares per capita, . 5. Postindustrial: algo por encima de 4.000 dél zd los 20.000 délares per capita. =e AYeNe La metodologia prospectiva empleada por Kahn y Wiener fue, en términos de proceso ‘de informacién, la més completa, por lo me. nos hasta el momento de !a aparicién de su obra (1967). El andlisis de tendencias se fij6 en trece variables, entre ellas poblacién, cons- titucién, de élites entre la poblacién, institucionalizacién del cambio institucionalizacién de la investigacién, alfabetizacién, educacién, etc. Y tal vez lo més interesante es que estudiaron las posibilidades de crecimiento en tres diferentes hipétesis. A la hipétesis de «mundo normal» corresponderfan unos tipos de crecimiento que permitirian que el afio 2000 todos los pafses, menos Madsid, 19605, de los mismos autores’y otros, Hacia el afio 2000, Kairos, 5 Herman Kahn y Anthony Wiener, El afio 2000, Revista de Occidente, Ecologia y desarrollo i algunos situados en la categoria preindustrial, fuesen avanzando hasta situarse en la escala en la forma que se detalla en el cuadro nimero 1. La hipétesis segunda, de guerra nuclear, no resulté —Idgica- mente— cuantificable, y la tercera (el mundo en una fuerte crisis econémica) tampoco fue objeto de cuantificacién, si bien Kahn y Wiener hicieron una serie de reflexiones, entre las cuales incluyeron una muy conocida referente a Espafia, por lo pintoresca °. Bésicamente, la critica que se ha hecho y que nosotros hacemos al grupo del «Afio 2000» es bien sencilla. Adn tomando un ntimero importante de variables, Kahn y Wiener se limitaron a extrapolar las tendencias del pasado; sin considerar que el crecimiento exponencial, e incluso superexponencial en algunos pafses industriales (por ejem- plo Japén durante los afios 50-60) leva, en el limite, a resultados ateéricos» literalmente absurdos. Fijémonos, por ejemplo, que un crecimiento al 5 por 100 acumu- lativo conducirfa desde la base 1965 = 100 a un volumen de PNB de 552 en el afio 2000 y a 6.325 en el afio 2050. En tanto que con el 7 por 100 se legarfa a 1.067, y a 31.449 en los afios 2000 y 2050, respectivamente. ¢Y qué sucederfa si en vez de aplicar esos Htmos de crecimiento «europeos» introdujésemos uno de intensidad japonesa del 12 por 100 (el promedio alcanzado por los nipones ‘en los afios 60)? Los resultados serian, simplemente, alucinantes: con base = 100 en 1965 se alcanzaria un PNB de 5.913 en el afio 2000, y de 1.709.028 en el 2050. Se trata, pues, por simple reduccién al absurdo, de algo totalmente imposible, pues eso significarfa que en el afio 2000 Japén habria de tener un PNB de alrededor de 6.000.000 de millones, esto es, seis billones de délares de 1964. Es decir, algo asf como cinco veces el PNB de Estados Unidos en 1973. ¢Quién puede creer esto? ¢De dénde surgirfan las materias primas y los recursos energéticos para hacer posible tan monstruoso Japén? eD6n- de tendria que ingeniérselas este pais para verter sus desechos indus- triales? En definitiva, y como después tendremos ocasién de reiterar, en sus primeros estudios el grupo del A#io 2000 cayé en la euforia de las extrapolaciones exponenciales, sin tener en cuenta algo tan simple como que el crecimiento infinito es imposible en un mundo ito. 6 El afto 2000, ob. cit., pags. 423 y 425. Ramén Tamames CUADRO NUM. 1 DISTRIBUCION DE PAISES Y POBLACION 2000 (EN MILLONES DE HABI (5 bis) Claramente postindus- triales (20.000 $ RPC) USA . Japén Canadé . Escandinavia y Suiza . Pete Oo () Powtindustrides en su pri- mera etapa (4.000-30.000 RPC) ‘ Reino Unido ..... Unién Soviética Italia, Austria Alemania Oriental, Checoslova- quia Israel Australia, Nueva Zelanda ...... (4) De consumo en masa (1,500-4.000 $ RPC) ESPANA, Portugal, Poloni Yugoslavia, Chipre, Grecia, Bulgaria, Hungria, Irlanda. Argentina, Venezuela .... a Formosa, Corea del Norte, Co- rea del Sur, Hong-Kong, Ma- lasia, Singapur ..... POR CATEGORIAS ECONOMICAS EN EL ANO ITANTES), SEGUN KAHN Y WIENER (3) Con industrializacion avan- zada (600-1500 $ RPC) Unién Sudafricana 50 México, Uruguay, Chile, Cuba, Colombia, Per’, Panaind, Ja” maica, etc. .. 250 Vietnam del Norte, Vietnam del Sur, Tailandia, las Filipi- nas . 250 wb) 75 700 (2) Amplia, aunque parcials te industrialigados mr (200600 $ RPC) Brasil 210 Pakistén . 250 China 4.300 India 950 Indonesia . 240 RAU . Nigeria . 3.180 (1) Preindustriales poco cialmente industridlizadys (50-200 $ RPC) Resto de Africa ..... 350 Resto del mundo érabe 100 Resto de Asia 300 Resto de Hispanoamérica 100 “850 RPC = Renta per capita en délares de 1964. FUENTE: EI afio 2000, Ecologia y desarrollo 47 3.5. La planificacién indicativa como institucionalizacién frustrada del crecimiento exponencial Con una diferencia de grado pero no cualitativa, puede decirse que los planes indicativos representaron en Europa Occidental la institucionalizacién del desarrollismo exponencial. A favor de una fase alcista de la coyuntura, con el Plan, llegé a pensarse que el crecimiento ya nunca volveria a detenerse, y que asi podria colmarse de satisfaccién a todos. Pero la realidad fue muy otra. Como han puesto de relieve Jacques Attali y Marc Guillaume, en Ja planifica- cién indicativa las mitologfas més simples son las més eficaces; pero sélo a efectos publicitarios, porque en definitiva no pueden resolver los graves problemas econémicos y sociales que se derivan de la desigual distribucién de riqueza y renta y de la subsiguiente lucha de clases. Asf sucedié en Francia, donde el «modelo fisico-financiero» del VI Plan —el FIFI como por contraccién se le conocfa— llegé a convertirse en una especie de falso ordculo. «El ordenador (otro mito de la sociedad tecnocratica) hacia cdlculos (el ntimero de ecua- ciones era la inica garantia de su seguridad) y si los resultados eran decepcionantes, pues que FIFI rebiciese los cdlculos, como escribié la gran prensa en aquel momento» ’. Frente a éstas y otras aproximaciones tecnocrética-econdémicas a les problemas de hoy, lo cierto es que la reaccién teérica més impor- tante en el campo de la economfa occidental proviene de la economia radical, cortiente de pensamiento que se formalizé en EE. UU. en 1968 en la «Union of Radical Political Economy» (URPE) con sede en la Universidad de Michigan, y que en 1974 ya contaba con 1.500 miembros. Tan répida expansién del niimero de afiliados cabe atri- buirlo a la crftica generalizada por la falta de objetivos convincentes . en el crecimiento capitalista, la oposicién a la guerra de Vietnam —por entonces el caballo de batalla de los progresistas—, la aversién creciente al tradicional american way of life, y la denuncia de los problemas ignorados por la oficializada ciencia econémica, los mo- nopolios, la desigualdad, el sistema politico de EE. UU. 8, el centra- lismo burocrético, etc. 7 En El Antiecondmico (1974), versién espafiola, Labor, Barcelona, 1976, Pag. 36 y ss, 8 “Al que Fusfeld, uno de Jos economistas radicales més conocidos ha dado «una democracia fascista». Capitulo 4 COMUNISTAS, SOCIALISTAS Y DESARROLLISMO 4.1. De Lenin al desarrollismo La tradicién marxista de preocupacién por la naturaleza a que ya me he referido en el capitulo 1 al comentar varios pasajes de Engels y Marx, incidié claramente sobre Lenin, en quien también dejé su influjo el estrecho contacto que mantuvo con el medio na- tural durante su destierro en Siberia. Precisamente de los primeros tiempos de la revolucién rusa datan una serie de decretos del méxi- mo interés sobre la proteccién de los bosques (1918), y la preserva- cién tanto de la caza como de las aguas y de las reservas naturales (1919). En los afios siguientes a la guerra civil, el nuevo régimen soviético dicté toda una larga serie de normas sobre la tutela de la fauna del Mar Blanco, la proteccién de los parques, y las reservas Piscicolas. Mas tarde, en 1924, se cred la Sociedad Panrusa de Pro- teccién a la Naturaleza!. Pero con todo, esos primeros planteamientos, no tardaron en verse interferidos en alto grado por las decisiones de la politica de gran potencia de la URSS. No es extrafio, pues, que el punto de vista Soviético? sobre el crecimiento futuro sea tan expansivo como el de __| Biolat, T., Marxisme et environement, Editions Sociales, Paris, 1973, pé- |, 2 Sicomo tal podemos tomar la recopilacién de articulos que contiene el libro The Year 2017, editado por la ia de Prensa Novosti, Moscd, 968, que incluye articulos de astronautas, académicos y periodistas. 49 50 Ramén Tamames los capitalistas desarrollistas que acabamos de examinar, aunque sin caer en la trampa cuantitativa de las extrapolaciones de tendencias exponenciales a largo plazo. 4.2. EI futuro como sueiio: el aiio 2017 El lema oficial de cara a la segunda mitad de lo que en la URSS se llama el «siglo soviético» (1917-2017), es una antigua frase de Lenin que literalmente dice: «Debemos sofiar.» Aclaremos que al hacer una afirmacién en apariencia tan normativa, Lenin partia de! concepto de ensuefio implicito en un pasaje de Dimitri I. Pisarev *, que bien merece la pena transcribir: «Si el hombre fuera totalmente incapaz de sofiar, de mirar adelante de tiempo en tiempo, y de ver en.el ojo de la mente la forma final de un trabajo recién comenzado entonces no nos resultarfa comprensible lo que le impulsa a empren- der y completar sus amplias y laboriosas obras en el campo del arte y de la ciencia, o en las tareas practicas que exigen tiempo y energfa» *. Lo cierto es que con esa recomendacién de sofiar el mafiana, en el libro El afio 2017, como en una anterior obra auspiciada por la propia Academia de Ciencias de la URSS°, se ofrece toda una serie de maravillas sin fin de cara al futuro, en un ctecimiento que no tendria limites, siempre —claro esté— que el socialismo acabase siendo el sistema politico y social triunfante en el mundo. Segiin este enfoque, mds propagandistico que cientifico, la técnica podria origi- nar un universo totalmente dominado por el hombre, con productos tales como «invernaderos girando alrededor del sol», «lagos interio- res del tamafio de mares en Siberia y en la Amazonia», «un oasis en el Sahara de diez veces el tamafio de Francia», etc. Pero, por desgracia —dirjamos—, en estas visiones futuristas soviéticas nada se dice sobre cémo sera posible que el mundo, glo- balmente, pueda hacerse socialista sin un modelo generalmente acep- table. Como tampoco nada se aclara sobre los problemas actuales que confronta la URSS y que suponen auténticos limites al creci- tmiento, en raz6n a lo menguado de las libertades personales (que generan falta de informacién), al atraso tecnolégico en muchas ramas 3 Pisarev (nacido en 1840) ‘murié ahogado a los veintiocho afios. En los cuatro afios y medio que pasé en prisidn por defender a su maestro Herzen, escribié un gran ntimero de articulos criticos que Je caracterizan como uno de los «nihilistas» rusos més destacados en el pensamiento prerrevolucionario. 4 The Year 2017, ob. cit., passim. 5 Nos referimos a la compilacién de M. Vasiliev, Reportaje desde el siglo XXI, versi6n espafiola, Alianza Editorial, Madrid, 1970. Ecologia y desarrollo a de la economfa (que hace depender al socialismo del capitalismo), al derroche de recursos por ineficiente planificacién, etc. En otras palabras, la planificacién de toda una serie de aspectos sociales y polfticos, y esencialmente de la libertad, estén ausentes de los esquemas soviéticos a largo plazo. Asf lo ponfan de relieve Jos fisicos Sajarov y Turchin y el historiador Medvedev en la carta que dirigieron el 19 de marzo de 1970 a Breznef, Kosigin y Pod- gorny °. Los hechos acaecidos desde entonces no han dejado de dar Ja tazén a los tres sabios, en cuanto a lo que esa falta de planifica- cién de la libertad supone de negativo, tanto para el progreso de la propia URSS como para su imagen en el exterior y sus relaciones con otros paises socialistas. 4.3. 315 millones de soviéticos en un mundo de 7.000 millones Si del plano de las visiones futuristas pasamos a los estudios a largo plazo de base més cientifica, lo cierto es que seguimos encon- trandonos con una previsién soviética de crecimiento sin lfmites. Este es el caso del trabajo de T. S. Khachaturov, de la Academia de Ciencias, que lleva por titulo Planificacién y previsiones a largo plazo en la URSS?. ~ En el citado estudio se pone de manifiesto que «el crecimiento de la poblacién estimula la expansién econémica. Este factor, asi como la baja densidad de poblacién en muchas partes de la URSS —se asegura— nos muestra que durante las préximas décadas difi- cilmente habr4 ninguna necesidad de limitar el crecimiento de la poblacién de la URSS»*, que para el afio 2000 habr4 aumentado aproximadamente en un 30 por 100 respecto a 1970, llegando a 315 millones de habitantes (242 en 1970). Para el afio 2000 se estima que los gastos en educacién serén en la Unién Soviética del orden de 4 6 5 veces los de 1970, y el con sumo por cabeza se incrementard (fundamentalmente por el creci- miento de la productividad) hasta 4 veces, llegando a unos 3.800 tublos*. Todo esto significa que como conjunto, en sélo 30 afios, la URSS tendrfa que consumir materias primas y energia por un Monto que en principio equivaldria a 5,2 veces el de 1970; y aunque © Los principales pasajes de esa carta aparecieron en Newsweek de 13 de abril de 1970 y en los nimeros de ABC de los dias 26 y 28 de abril. _7 «Long-Term Planning and Forecasting in URSS», American Econo- mic Review, mayo de 1972, pags. 444 a 455. 8 Ob. cit., pag. 446. % En 1970, 1 rublo = 1,1 délares. 52 Ramén Tamames se mejorase el coeficiente de aprovechamiento de la energia y de ma- terias primas, reduciéndolo de 1 a 0,8, el total de insumos seria 4,16 veces el de treinta afios antes. No obstante lo inmenso de su territorio, y ain teniendo en cuenta las tibias medidas conservacionistas a que se hace referencia en el articulo de Khachaturov ", un esfuerzo extractivo de ese orden seria realmente fantdstico. ¢Qué no sucederfa, pues, si a ello se hubiese de agregar el excedente que habria de generarse como contrapresta- cién de la asistencia tecnolégica y de capital que los soviéticos habrian de recibir de EE. UU., Japén y Europa Occidental para llevar ade- lante sus grandes planes? Por otra parte, en la previsién soviética a largo plazo, a diferencia de lo que sucede con otra andloga para EE. UU. incluida en el mismo ndémero de la American Economic Review", no se hace ninguna referencia a posibles cambios en la estructura de consumo o, simple- mente de transformacién en las aspiraciones de los ciudadanos. Nos encontramos, pues, ante una economia desarrollista nacional, en don- de tampoco hay lugar para pensar en ayudas decisivas al Tercer Mundo, quedando el privilegiado espacio soviético exclusivamente dedicado a sus propios nacionales. ¢Podria hacer esto un pais so- cialista en un mundo con 7.000 millones de seres humanos? 44. La controversia entre marxistas: ;Marchais contra Marx? ¢Sweezy y Bettelheim contra la URSS? Cierto que con menos intensidad, no son pocos los comunistas en Jos paises occidentales que en la misma linea del triunfalismo futu- rista —casi siempre combinado con planteamientos conservadores en términos electorales a corto plazo— preconizan un esquema de sociedad desarrollista sin fin; criticando, como lo hace Marchais 10 Especialmente en la pagina 448, al referirse al uso de Ja tierra con fines agricolas y a la escasez incipiente de agua en determinadas regiones. 41 Nos referimos al artfculo de Lester C. Thurow «The American Economy in the Year 2000», AER, mayo 1972, pags. 439 a 443. En este articulo sf que se tienen en cuenta con toda claridad lo que al autor, no sin ironfa, lama la «Santfsima Trinidad»: contaminacién, congestion humana y agotamiento de los recursos naturales animados o no animados. En realidad la mayor parte del articulo se dedica a apreciar este triple problema, no s6lo en términos de ZPG y ZEG, sino también teniendo en cuenta los indices de bienestar_econémico relaciondndolos con los planteamientos de A. M. Okun («Should GNP Measure Social Welfare?», Brookings Bulletin, Washington, verano de 1971) y de E, F. Denison («Welfare Measurement in the GNP», Survey of Current Bus- siness, Washington, enero de 1971), Ecologia y desarrollo 53 —secretario general del P. C. francés— a la sociedad capitalista «porque representa un freno al consumo de las masas». Cuando en realidad, como pone de relieve su compatriota Barnaley, lo que deberia reprocharse al capitalismo «no es que limite el consumo, sino més bien lo contrario, que lo estimula por todos los medios. Hasta tal punto que las necesidades espontdneas del hombre no bas- tan para ampliar su frenes{ productivo, siendo un sector de actividad especializado —el aparato publicitario— el que genera las necesi- dades mismas» ”. Esta clase de argumentaciones criticas respecto del consumismo y la publicidad son bastante frecuentes hoy en dia. Pero ya mucho antes de que tales fendémenos alcanzasen una cota minimamente comparable con la actual en los pafses mds desarrollados, Marx se habia fijado en el mecanismo en cuestién en toda su profundidad, cuando afirmaba que «la produccién da lugar... al consumo: a) pro- porcionéndole su materia, b) determinando el modo de consumo, ¢) suscitando en el consumidor la necesidad de productos que ella ha creado materialmente. Por consiguiente, produce el objeto, el modo y el instinto del consumo. Por su parte, el consumo suscita la predisposicién del productor y despierta en él una necesidad ani- mada de una finalidad» *. Las contradicciones del actual sistema productivo soviético, a que aludiamos més arriba, requieren mayor atencién. Han sido duramente criticadas, hasta el punto de llegar a afirmarse que hoy el modo de produccién en la URSS no puede Ilamarse estrictamente socialista Bettelheim en su libro La transition vers l'économie socialiste , a la vista de la extensién de los principios del mercado y de otros aspec- tos de la evolucién soviética, se refiere concretamente a una «nueva burguesia», esto es, a una nueva clase dominante, la burocracia, que detenta la posesién real de los medios de produccién, lo cual es algo tan importante como la misma titularidad de la propiedad. «Fun- damentalmente —afirma Bettelheim— el avance hacia el socialismo Ro es més que la creciente dominacién por parte de los productores inmediatos sobre sus condiciones de existencia, y por consiguiente. y en primer lugar, sobre sus medios de produccién y sobre sus pro- ductos. Esta dominacién sdlo puede ser colectiva, y lo que se llama plan econémico es uno de los medios para esta dominacién; pero s6lo cuando se dan unas condiciones polfticas determinadas, sin las 2 En «Croissance et capitalisme», en Politique Hebdo, citado por Philippe @'Iribarne en La politique du Bonheur, Seuil, Paris, 1973, pag. 138. 13 Carlos Marx, Fundamentos de la critica de la economia politica, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1970, pag. 31. 4 Francois Maspero, Paris, 1968. Hay versién espafiola, Barcelona, 1974. 34 Ramén Tamames cuales el plan no pasa de ser un medio particular utilizado por una clase dominante (distinta de la de los productores inmediatos que viven del producto de su trabajo) para asegurar su propia domina- cién sobre los medios de produccién y sobre los productos corriente- mente obtenidos» *, En la controversia sobre este tema, de cudl es el verdadero ca- récter del modo de produccién en la URSS —suscitado a rafz de la invasién soviética de Checoslovaquia en 1968—, Paul Sweezy habfa hecho precisiones interesantes, conctetamente sobre las causas de que en la URSS se produjese la desviacién del poder real en favor de una managerial elite desvirtuadora de Jos principios del sistema socialista. «Yo entiendo —decia en concreto— ... que en este pro- ceso la relacién entre el desarrollo de una burguesia y Ja extensiéa del mercado no es una simple relacién de causa y efecto, sino una telacién dialéctica, de reciproca interaccién. En primer lugar, tene- mos la consolidacién en el poder de una capa burocrdtica gobernante (todavia no una clase gobernante) acompafiada y seguida por la des- politizacién de las masas. Sin entusiasmo revolucionario y sin parti- cipacién de las masas, la planificacién centralizada se hace luego cada vez més autoritaria y rigida. Y da lugar a una multiplicacién de fracasos y dificultades econémicas. En un intento de solucionar estos problemas que progresivamente se agravan, los gobernantes vuelven a emplear técnicas capitalistas; aumentando el poder de los gerentes en cada empresa y confiando cada vez menos para la direccién y con- trol de las mismas en la planificacién centralizada, y mds en las pre- siones impersonales del mercado. En estas circunstancias, las formas juridicas de propiedad estatal pierden sentido progresivamente, trans- firiéndose el poder real sobre los medios de produccién, que es la base del concepto de propiedad, a manos de la élite directorial (Ma- nagerial Elite). Este grupo, que posee los medios de produccién, tiende a transformarse en un nuevo tipo de burguesfa y, natural- mente, favorece una mayor y m4s répida ampliacién de las relacio- nes de mercado. Este proceso implica la erosién del poder y privile- gios de la ‘vieja’ capa burocrdtica gobernante, dando lugar a que se agudicen los conflictos entre lo que la prensa capitalista lama los Loeralizadores (la nueva burguesia) y los conservadores (los viejos Lurdécratas)» %, 15 Paul Sweezy y Charles Bettelheim, Algunos problemas actuales del socia- lismo, versién espaiiola, Siglo XXI, Madrid, 1973, pag. 54. oa Paul Sweezy y Charles Bettelheim, Algunos problemas..., ob. cit. pagi- nas y 45. Ecologia y desarrollo 55 45, «La alternativa» de Roger Garaudy En la misma tesis expuesta por Paul Sweezy, coincide, desde en- foque muy diferente, Roger Garaudy, al ocuparse de quiénes son Jos verdaderos vencedotes de las revoluciones. «En todas las revolu- ciones de la historia —afirma—, en todas las luchas de la clase oprimida frente a Ja clase opresora, jamas aquélla ha legado al poder. Toda revolucién conocida termina con el establecimiento en el poder de una tercera clase. La prolongada batalla entre esclavos y duefios no terminé con la victoria de los esclavos, sino con la instauracién de Ja clase feudal, y la lucha de los siervos contra sus sefiores feudales no concluyé con el triunfo de los siervos, sino con la aparicién de la burguesfa. La lucha, en fin, de los obreros contra los burgueses no @sté conduciendo hacia el éxito a los trabajadores, sino, como en la URSS, hacia Ja aparicién de un nuevo poder monopolizado por la, sacnobu: jan,” = See definitiva, el socialismo no es una mera socializa- cién de Jos medios de produccién, sino un principio de organizacién social por el pueblo, en base a la autogestién de los trabajadores. «La coopetacién —decfa Lenin al criticar las tendencias burocraticas que presentaba el uso del anterior apartado administrativo heredado del zarismo— coincide del todo con el socialismo. Pero tal condicién exige tan alto grado de cultura, que el modelo de organizacién en erativas no es posible sin una verdadera revolucién cultural»..., ica forma de que un pafs llegue a ser plenamente socialista, «por- @e Efectivamente, en 1945 y en 1949, Boulding se refirié a las premisas te6- Ticas de la cuestién, en sendos articulos: «The Consumption Concept in Econo- mic Theory» (American Economic Review, mayo 1945, pags. 1-14); «Income 85 hag Ramén Tamames Boulding, en su razonamiento, parte de una premisa: que en el futuro la economfa del planeta tendr4 que concebirse como un siste- ma cerrado. Ello exigiré principios econémicos bien diferentes de Jos que imperaron para la explotacién de la Tierra como sistema abierto, que deben arrumbarse como perteneciente al pasado. Bould- ing los caricaturiza como propios de una «Econom{a de cow-boy», esto es, basada en una abundancia aparentemente ilimitada, de recur- sos y de espacios libros para la expulsién y el vertido de toda clase de contaminantes y desechos. Lejos de esa visién de cow-boy, nuestra economia actual se pa- rece cada vez mas a la de un recinto cerrado, a un auténtico «Navio Espacial Tierra», que dispone de recursos limitados, y de espacios finitos para la contaminacién y el vertido de desechos. La conclusién es clara: «el hombre debe encontrar su lugar en el sistema ecolégico ciclico, de forma que éste sea capaz de una reproduccién material continua» *. Por consiguiente, a diferencia de lo que sucedfa —y sucede— en la «Economia de cow-boy», que mide sus éxitos a través de la evo- lucién del PNB sin parar en los aspectos negativos que pueda entra- fiar, en la nueva economfa las medidas esenciales ya no estarén ni en Ja produccién ni en el consumo, sino en «la naturaleza, extensién, calidad y complejidad del total del stock de capital, incluyendo el estado en que se encuentren los cuerpos y las mentes humanas °. De ahi que en vez de obsesionarnos con el crecimiento del PNB, nuestra atencién ha de referirse, sobre todo, a la conservacién del capital. Y, por tanto, cualquier cambio tecnolégico que contribuya a mante- ner ese stock de capital —con todas sus calidades, hombres inclui- dos— debe considerarse como un adelanto, como un verdadero Progreso. Una actitud asi, implica, lé6gicamente, una preocupacién por el futuro, En otras palabras, ha de traducirse en el rechazo de pre- guntas del tipo de «¢Qué me ha dado a mf la posteridad?», o de sentencias de corte borbénico —pero muy generalizada en el fondo— como aquélla de «Después de mf, el diluvio». La base para repeler las actitudes de egoismo a ultranza, hay que buscarla en el sentimiento de que el bienestar no puede venir sino or Welfare?» (Review of Economic Studies 1949-1950, pdgs. 77-86). El autor todavia se lamentaba, en 1966, de Ja escasa resonancia que ambos artfculos tuvieron entre los economistas como critica del PNB a efectos de medidor bisico. 4K. E. Boulding, «The Economics of the Coming Spaceship Earth», ob. cit, pag. 96. 5 Ob. cit., pag. 97. Ecologia y desarrollo 87 de la identificacién con el resto de la comunidad. Y si se habla de solidaridad, «ésta no tiene por qué constrefiirse Gnicamente en el espacio, sino que debe extenderse también en el tiempo. Hasta el punto de que una comunidad que pierde su identificacién con los intereses de la posteridad y que pierde, por tanto, su imagen del futuro, pierde también su capacidad para tratar de problemas del pre- sente y pronto pierde incluso su rumbo» °. Todos los argumentos anteriores los refuerza Boulding observan- do que no se trata de que el mafiana esté muy prdximo, «sino que en muchos aspectos estd aqui y, por tanto, la sombra del Navio Es- pacial se proyecta ya sobre nuestra alegria manirrota» ’. En realidad, Ja visién de Boulding se eleva muy por encima de los estrictas planteamientos economidistas, y penetra en capas que fi dudamos_¢n calificar de filoséficas. S instancia. a Se trata, en ulti 8.2. Heilbroner: viajeros de segunda clase y efecto estufa Por su parte, Robert Heilbroner comienza sus reflexiones sobre el-tema haciendo uso de dos puntos de vista: los provenientes del propio Boulding, y los elaborados por Paul y Anne Ehrlich, funda- dores del movimiento ZPG y a los que hemos de referirnos con mayor atencién en el capitulo 9. «Fundamentalmente —dice Heil- broner—, la. crisis ecolégica representa nuestro tardfo despertar al hecho de que vivimos en lo que Kenneth Boulding ha llamado, con una frase perfecta, nuestro Navio Espacial Tierra. En ésta, como en cualquier aeronave, la sobrevivencia de los pasajeros depende del equilibrio entre la capacidad de carga del vehfculo para asegurar la vida y las necesidades de Ios habitantes del aparato» *, Para Heilbroner Ia cuestién est4 mds que clara: ya hemos sobre- pasado el punto limite de capacidad de la nave, si consideramos como nivel medio deseable para toda la humanidad los recursos de © Este pasaje Boulding lo atribuye a Fred L. Polak, The image of the Future, Sythoff, Leyden, 1961 (ob. cit., pag. 100). 7 Ob. cit, ‘pag. 101. Boulding, para ilustrar su afirmacién se refiere al DDT, a la contaminacién de fos, fagos y océanos, a los peligros presentes y fu- turos de Ja atmésfera. . 8 Robert L. Heilbroner, Entre capitalismo y socialismo, versién espafiola, Alianza Editorial, Madrid, 1972 (1.* edicién en inglés en 1970), pég. 250. 88 Ramén Tamames que dispone y los desechos que hoy genera el habitante promedio de Estados Unidos y de Europa occidental. Incluso més: la nivelacién de los promedios entre desarrollados y subdesarrollados a la altura de los primeros, serd imposible con los recursos esperables del mundo y con las tolerancias admisibles del medio ambiente. Por tan simple raz6n, la mayorfa de los pasajeros del Navio Espacial Tierra serén siempre de segunda clase; @ menos que dentro de ella se impongan tales cambios que todos los viajeros pasen a ser «de clase unica» °. A juicio de Heilbroner, la saturacién se debe a tres factores, cada uno de los cuales por separado supone muy serias limitaciones a la capacidad de vida del planeta, y que en su confluencia le sobre- cargan definitivamente. Se trata de la poblacién galopante, tema atribuible a los «viajeros de segunda», y al que ya hemos hecho suficientes referencias a lo largo de este trabajo. El segundo factor tadica en los efectos acumulativos de la tecnologfa, lo cual es impu- table casi por completo a los «pasajeros de primera»: motores de combustién, procesos industriales, técnicas agricolas, etc. El efecto més dramético de todo ello es la acumulacién de CO en la atmésfera, que podrfa llegar a producir hacia el afio 2000 —de seguir las ten- dencias actuales— el denominado «efecto estufa», esto es, la eleva- cién de la temperatura de la atmésfera, con el consiguiente deshielo de los polos y la inmersiéa de todas las zonas costeras a menos de 30-50 metros de altitud sobre el nivel del mar. La tercera causa de sobrecarga del navio en que viajamos es el hambre, que literalmente puede Ilegar a producirse, a pesar de las «revoluciones verdes» ha- bidas y por haber. En el momento en que Heilbroner analiza esos tres grupos de elementos, el Club de Roma atin no habfa patrocinado sus célebres trabajos que examinaremos en los capitulos 10 y 11. A pesar de lo cual, Heilbroner no duda en concluir sus apreciaciones con palabras que resultan incluso mds apocalfpticas que las del MIT: «A excep- cién de las migraciones forzadas de la Edad del Hielo, la humanidad se enfrenta con el problema mis terrible de su historia, que empieza ahora en nuestros dias, y que aumentard en grandes proporciones durante las generaciones venideras» !°. 9 Este planteamiento, o mejor, Ia primera fase del mismo la hizo Lyndon B. Johnson hace afios en una célebre conferencia de prensa que produjo verdadero escdndalo. Poco tiempo después, refiriéndose en cierto modo al «navio EE. UU.», Nixon establecié un cierto paralelismo aludiendo a los blancos (pasajeros de primera) y a los negros de su pafs (viajeros de segunda). 10 Robert Heilbroner, Entre capitalismo..., ob. cit., pag. 259. Ecologia y desarrollo 89 8.3. Ni capitalistas ni socialistas: una economia cerrada a salvar por todos ¢Y qué hacer frente a esa situacién que se cierne no tan lejana? Nada menos que cambiar las orientaciones de los tres grandes blo- ques de habitantes del planeta. Por parte de los subdesarrollados, convencerse desde ahora que es imposible alcanzar las «cotas occidentales de bienestar» —un deseo que tantas veces expresan sus dirigentes—.y Ilevar a cabo una reorientacién profunda en sus aspiraciones. En el Occidente desarrollado, el replanteamiento consistiré en abandonar el culto del PNB [que més bien habrfa que denominar Costo Nacional Bruto '] para conseguir el maximo grado de recu- peracién de los recursos no renovables y alcanzar una estabilidad demogréfica. Pero el problema es més profundo. No se trata de simples reto- ques. En el fondo —viene a decirnos Heilbroner— se plantea en nuestro tiempo la verificacién de los puntos de vista antagonistas de John Stuart Mill y de Karl Marx en torno al propio futuro del capitalismo como sistema. Mill —ya vimos en el capftulo 1— sos- tenfa que con el tiempo el objetivo final seria un estado estacionario, de equilibrio; con beneficios insignificantes, en un entorno de sobre- abundancia y en una situacién en la que el empresario como tal aceptarfa su propia eutanasia social. Por el contrario, Marx _afirmaba i i a del cay xpansién, teniendo iqueza a través del ‘ i constituirfa una fadictia in termainis.del sistema; como lo seria la pretensi También dentro de los partidarios del crecimiento cero debemos incluir al amplio grupo de cientificos relacionados con la revista briténica The Ecologist. Su editor, Edward Goldsmith, promovié €n 1971 la publicacién de una obra bien significativa —Can Britain Survive?— en la que se plantearon crudamente los problemas ecolé- Bicos de Gran Bretafia. Trabajo que fue el origen de un emprendi- 7 Paul Ehrlich, The population crisis..., ob. cit. pag. 10. ® Conservar para sobrevivir. Una estrategia ecoldgica (1972), versién espa- fiola, Diana, México, 1972, pg. 383.

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