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Triunfo Arciniegas
2 Las visitas del ángel
-No, no -dijo la otra, casi rogó.
-Ve, pues.
-Él es un ángel...
-¿No es un pariente?
dormitorio, sin atreverse a tocarla. Al otro lado del cuarto, tan grande como un
salón de baile, el muerto parecía feliz, sereno y feliz. Los algodones de las fosas
muerto, aunque cinco horas antes lo hubieran afeitado mientras las hacía reír hasta
Doménica, que sentía la respiración caliente de la otra en la oreja, cerró los ojos. El
intenso olor la distrajo. Pensó si tendría alas ese ángel, alas con plumas, ¿no? Para
-¿Les debes?
-Nada.
-¿Entrarán?
-Sólo es él.
-¿Cómo es?
-Oh.
-Es tímido.
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Los cuatro ojos revisaron los objetos de la casa: todo en orden. El reloj y el
años en su sitio ese montón de porcelanas, que sólo la vieja Carmela limpiaba de
cuando en cuando.
-¿Y para qué? ¿Para que nos diga lo que ya sabemos? ¿Para dañarle su fin
de semana en la finca?
-¿Saldrías por esa puerta en este momento? –dijo la vieja-. ¿Quieres que el
-¿Para qué la llamas? Es más sorda que una tapia y duerme como una foca.
-La pobre está más vieja que yo, y con esos bigotes.
Pasaron saliva.
-Murió.
-Dime cómo.
Johny?
-¿Y el perro?
-Un perro me lamía la cara. La cara y los brazos. Siempre iba a mi cama.
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Nada podía hacer hasta que me despertaba.
-Ay, viene por él. ¿Por qué no lo pensamos antes? ¿Verdad que viene por
él?
-Hizo dinero -dijo la otra, la vieja, y volvieron los ojos a la puerta-. Pero no
alejarse, con los blancos dedos se levantó la tela negra, y el ombligo quedó rozando
la nariz de la otra.
-Vendrá por eso -dijo, y se señaló el sexo, cubierto por los calzones celestes-
. Se llama sagrario porque guarda santidades.
-Blasfemas, hija.
-Podría sacrificarme –dijo, con ansia y terror-. ¿No tengo las piernas
bonitas?
escarbaba al otro lado. Un rumor, un quejido de amor, casi un lamento. "Sí, sí", y
-No puedo -dijo la vieja-. Creo que me estoy orinando, ¿por qué siempre me
pasa esto?
-¿Qué dices?
-No, no.
-No.
invisibles hormigas.
-La única vez que no me engarzo la camándula en el pescuezo, ay, Dios mío
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–dijo-. ¿Por qué nunca la usas?
si todo le picara.
-Conmigo lo hizo.
-Yo también.
-Pero...
orinaste", dijo la hermana Doménica examinando el piso. "Lo supe primero que tú,
mensa. Tengo todo empapado." Las cosas seguían en su puesto, nada levitaba, el
reloj detenido antes de las doce, las porcelanas dormidas y el muerto como si nada.
montón de pelos entre los tobillos. El bulto entre los pies. La otra vio surgir un gato
Nunca parimos. Los cuatro ojos se abrieron sin lágrimas. Un ángel detrás de la
puerta. Despedazado, conservando aún media ala, el escarabajo intentaba la torpe
huida, pero al gato le bastaba la ligera presión de la mano para asegurar la presa
cuerpo está dentro de su cuerpo", dijo la hermana Doménica. Un ángel que acezaba
como un perro. Con la garganta seca y un vacío en el pecho, las monjas esperaron
movía las patitas, así seremos destrozadas. Abrieron y cerraron los ojos: así movía
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las patitas.
La vieja dijo que sí. Sí, pero no. Aterradas, los ojos clavados en el gato, que
las observaba satisfecho, como un caballero que arroja la servilleta sobre la mesa y
-Qué noches.
-Días y noches. De niña me decían Lucy. Era una traviesa, una loquita,
-Me aguanto.
que se abre una sola vez en la vida: confesaría a la hermana, ese secreto envuelto en
negro.
-...ante Su Reverencia.
-Qué cosas.
mujercita que le desgració la vida. Decía quererme mucho pero yo no hallaba razón
-¿Te deshonró?
-Cállate.
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-No aguanto más, no aguanto las ganas, voy a abrir.
Rodaron hechas un solo bulto. “Dime una parte de tus pecados”, dijo Doménica,
montada sobre la otra, que pronto se liberó cambiando de lugar. Rodaron de nuevo.
“Sólo tengo un pecado mortal”, dijo la vieja. Más que pelear, parecían realizar una
Cuando por fin abrieron la puerta y contemplaron la gozosa luz del día, sus
mesa.
-Ya no estoy para estos trotes –dijo la vieja, jadeante, palpándose los
riñones.
-¿Por qué?
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