De. Alferse Reyes, D "bss
lelras de Cortés - Bernal Dre
Cashlle! | betas dag Nveva Espana.
Mexice + FCEY ae ee
"7, Nuestra literatura es hecha en casa. Sus géneros na-
ieates son la Crénica y el Teatro Misionario o de evange-
lizacién.
Si la cultura indigena, vistosa y frégil como la flor, s¢
contenté con vivir al dia, la hispénica, como todas las eu-
‘vive de preservarse. De aqui una temprana acumu-
Tacién de materiales, arranque de nuestra historiografia,
{nico momento que aqué nos concierne.
‘La crénica primitiva no corresponde por sus fines @
das bellas letras, pero las inaugura y hasta cierto instante las
acompafa. Fué empefio de conquistadores, deseosos de
perperuar su fama; de misioneros que, en contacto con el
Ha indigena y desdefiosos de la notoriedad, ni siquiera
se apresuraron muchas veces a publicar sus libros, y a quie-
nnes debemos cuanto nos ha legado de la antigua poesta
autécrona; y en fin, de los primeros escritores indigenas
(que incorporados ya en la nueva civilizacién, y a torra-
tados entre dos lenguas, no se resignaban a dejar morir et
reenerdo de sus mayores. Pronto aparecen tal o cual enco-
mendero reciente que distrafa, escribiendo, los ocios de su
bienestar, o algin catedritico universitario comisionado para
juntar noticias.
3. La historia de la conquista fué inaugurada por los
smismos conquistadores. Ellos representan aquella tradicién,
ilustrada en los Quinientos por tantos guerreros espafioles
‘como escribieron con buena mano el relato de sus episo-
dios, parente en las Crénicas del Gran Capitin y cortejo
tebrico a la superioridad de las infanterfas imperiales.
Hemin Cortés, en sus cinco famosas Cartas de relacién
disigias al Emperador de 1519 a 1526, cubre el panorama
completo, desde el arribo a Cozumel hasta la expedici6n
EIS CHER «16
Tete ie,
"a cRONICA 47
alas Hibueras.® Pudo haber escrito unos secos partes mi-
Titares; movido de su indole epistolar, nos leg6 un documen-
to aprsionador y leno de vida, en so aparence objetivided
y mesura
"Acostumbré el conquistador escribir siempre con Iane~
za, atropellamientos de lengua hablada, sabores de Tocucién
cera y aun proverbios —no obstante que sus epfstolasiban
enderezadas 4 la persona imperial y, en suma, esa estilis-
tica viva que Vossler justfica en su estudio sobre Benve-
rato Cellini. Con todo el respeto que nos merece una de las
utoridades eriticas que mis veneramos, nada encontramos
cen el rasgo de aquella plama que pueda llamarse “rhpido”
“nervioso”. Al contzario, lo sorprendente es quella mar
era solazada y lenta, en medio de las alarmas militares
preciosista extremado para quien el enigma
Eicética y “el jugar a juego descubiesto ni es
de utlidad ni de gusto”, dice que Cortés, magnifico en las
armas, si llega a consagrarse a las letras nunca hubiera pa
sedo de una discreta medianfa, que ¢s jugar de lo que no
ristié, Quevedo afirma que se equivoca quien llamé her-
manas los letras y las armas, “pues no hay més diferentes
Tinajes que hacer y decir”. Lo desmienten muchos ejem-
pls, y més cuando se dice lo que se supo hacer, de cuyos
aciertos estin eos los libros.
Desde Tuego, el antiguo estudiante de Salamance, que
cconocfa sus latines, era algo poeta; segin Diaz. del Castillo,
Se manifestaba con muy buena retdrica en sus charlas con
Tes entendidos, sembraba sus arengas de heroicidades ro-
mranas amén de su ingénito don de convencer y atraer—
no carecia de letras, Y a elas volverd en la desengaiads
ejez, fundando en su propia casa la primera academia al
node italiano que se conozca en Espafia, donde se congre-
«Ver Ramén Iglesia, Cronistas ¢ bisoriadores de ls Conquista de
“Mésioos El cielo de Hernin Cortés, El Colegio de México, 194.
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$4B LA CRONICA,
gaban, en busca de plitica sustanciosa, hombres tan emi-
nentes en humanidades y en gobiernos como “el liberal Car-
denal Poggio, el experto dominico Pastorelo —arzobispo de
Callar—, el docto fray Domingo del Pico, el prudente
D. Juan Destéiiiga —Comendador Mayor de Castilla, el
grave y cuerdo Juan de Vega, el inclito D. Antonio de
Peralta -Marqués de Falces~, don Bernardino su hermano,
el del excelente juicio, D. Juan de Beaumont, y otros que
por no ser largo dejo de nombrar”.*
Con ojo y pincel maravillados, retrata Cortés la vida y
ccostumbres del pais, sus ciudades, sus artes, sus ceremonias;
a todo lo cual comunica una animacién y da un tratamiento
‘minucioso que nunca concede a sus propios actos. Pues, en
ara armonia de célculo y temperamento, se explica poco
sobre si mismo y acepta con sobriedad y sin embriaguez
sus éxitos y sus reveses. Viajero dispuesto a entender, no se
desconcierta ante lo exético. Narrador incomparable, des-
criptivo de singular nitidez, no disimula su pasmo ante la
cultura indigena. Sus Cartas resultan un himno a la “gran
deza mexicana”, tan expresivo en su prosa espesa y emba-
razada de artejos como el que mis tarde entonaré, con
atuendo artistico y sonoras silabas contadas, el elegante Ber-
nardo de Balbuena; y acaso también sea més sincero, La
emocién auténtica ante las maravillas del Nuevo Mundo
-advertia Humboldt— se nota mejor en los cronistas que
en los poetas.
Pero, a poco que un rasgo o una circunstancia, por ines-
perados que sean, acomode en sus planes y le ofrezca alguna
utilidad, y aunque hoy a nosotros nos parezca una de las
fantastas mayores de Ia historia —asi cuando Moctezuma,
temblando de pavores misticos y transido por la angustia
de los presagios, le revela aquellas profecias de Quetzaledatl
+ D. Pedro de Navarra, Dislogos de la preparacin a la muerte (el
tema de una de las sesiones), Zaragoza, 1567, fol. 39.
‘LA CRONICA, 49
que lo han desarmado moralmente, nuevo rey Latino ante
Eneas, el emisario de la fatalidad~, Cortés se queda al ins-
tante frio y frfamente mueve la pieza en su ajedrez, Se
apagan sus ojos, se le seca el alma, ya no ve més que su
provecho. Fl orden de la accién, 0 mejor el orden cere-
bral, domina al orden contemplativo. Es el espiritu de con
guista que reclama sus fueros.
Esta alternativa corresponde a las dos etapas de la cam-
pafia, discernidas por la perspicacia de Mora. La primera
rapa es de persuasién, de encantamiento; se cierra con la
Negada a Tenochtitlin, y a lo largo de toda ella Cortés
ha venido sofiando en un posible arreglo, en quedarse aca-
so con su presa mediante Ja sola astucia, En el abrazo
con que Cortés se acercaba a su conquista, si hay sangre,
también hay amor, y él mismo se siente conquistado. Por
eso se ha dicho que, si las Cartas son nuestros Comentarios
de las Galias, Cortés, incapaz. de medirse con César en la
purcza de un estilo profesional, lo supera por el entusias-
mo y la simpatia. Hasta se lo ve ilusionado con una qui-
mera politica tan inmensa, que relega al segundo plano et
primer impulso de la codicia. Mas tarde, y a pesar de los
contratiempos que lo esperan, esta quimera —tal vez aca-
riciada en Ia intimidad de la familia, al punto que pudo
inspirar las ambiciones de autonomia en el corazén de sus
hijos— asume Ia figura de un vasto orbe chino-mexicano
que hubiera mudado la gravitacién de Ia historia y que el
Virreinato corrige con preciso dibujo.
Pero, al sobrevenir la segunda etapa, cuando sc levanta
Tenochtitlin como una fiera que despierta y Cortés tiene
que escapar precipitadamente, en fuga desastrosa; cuando
comprende que tampoco él esta en un lecho de rosas y no
todo habia de ser “vida y dulzura”; cuando cae la venda
de sus ojos y, desde lo alto del templo de Tacuba, se lo oye
suspirar contemplando a la ciudad perdida, padece la crisis50 LA CRONICA
iis amarga de sa existencia; reacciona como el amante
goes clego y egolsta anee el ajeno albedfo, se halla de
pronto amante engafiado. Y empieza a etapa propiamente
Pilar. Sucede al seductor el guerrero. Ya no ve delan-
te de sus ojos més camino que la violencia.
“Tal es la dinémica de Ia conquista en las disyuntivas
de su Snimo. Ellas explican crueldades e imprudencias,
(que mis de una vez desgarran la malla tejida astutamente
sreante sa ascension hacia la meseta de México; ellas, la
impaciencia con que quiere colmar aquel abismo de la rei-
gidn que lo separaba del objeto descado, como sila decisin
de un solo hombre en un solo instante bastara para reali-
var el portento en que se agotaron las misiones. Cortés
veusa de todo al error que significé la expedicién de Nar~
vier, al celo de Velézquez. para sostener su endeble principio
Ye aatoridad. Pues las reyertas entre unos y otr0s espafio-
Jes corrompieron el prestigio, casi divino, de que ya empe-
‘aban a gozar los Hijos del Sol entre aquellos recelosos
festigos de su conducta, Pero la culpa es més honda: esté
ten dl desaire de Cortés para el sentimiento religioso y na-
‘ional del pueblo indigena; en su desconocimiento, a veces,
de aquella energia fundamental que se llama de mil maneras
yy que nos subleva contra todo empeio de sujecin 2 Ta
voluntad extrafa.
“4, Uno de los hombres de Cortés, Bernal Diaz del Cas-
tillo, combatiente en més de cien batalla, y al fin Regidor
fn Santiago de Guatemala —donde gozosamente cortaré un
dia los fratos de los siete naranjos cuyas semillas trajo de
fa Peninsula, asf como el anciano Andrés de Vega com-
parcré con sus camaradas los eres primeros espirragos que
pdieron en el Ilano del Cuzco, escribiré, éste si que a I
pata Ia Ilana, en Ja hispida lengua del eampamento y con
Mecenfado de soldadén, aquella Historia verdadera de la
conquiste de la Nueva Espata, cuyo solo titulo es ya la res-
LA CRONICA s.
puesta al desafio de Gémara; obra imponderable en s)
peridad y encanto sin aeites, “alarde de memoria. IxB0
cuento de un viejo que hilvana sus recuerdos junto al fo-
gon”,* y que, a la lectara, suelea el olor amargo y salubre
Tel mpatojo silvestre. Por supuesto que tampoco deja de
Sentirse en estas paginas ~aunque Bernal Diaz ‘no es latino
i sabe del arte” aquella impregnacién humanistica de la
poca, que le permite aludir muy a propésito a los hhechos
eee tla
colares.t
Diaz del Castillo afronta Ja realidad con buen sentido
de Juan Espafiol y popular crudeza, reacia 2 las milagre-
fas, las intervenciones del Apéstol Santiago y las exagera-
ones legendarias que ya comenzaban a adulterar Ia ima:
gen de los paladines de carne y fnew, Alli el valor no 5°
avergiienza de temblar, como en la realidad aconrece- La
gloria no esté hecha de mérmol y oro monumentale, ino
ae miserias y fatigas; “de polvo y sol”, dijo el roméntico.
Sin asomo de desacato al jefe, siempre lealmente obedecido,
pero ivitada contra quienes ignoran la verdadera frarern
rad del peligro, en que rodos se dan Ja mano, I vor de Ie
tropa reclama alli su puesto en el triunfo y pide wn gajo
de Ta guimalda que s6lo se ovorga a los capitanes. atte
tos dos adoradores del héroe tnico, Gémara y Sols, st alza
Ia protesta de Bernal Disz: “bello ejemplo de indignacién
mir”, nota con justicia Fitzmaurice-Kelly. El eronist
vecuerda a todos y a cada uno de sus compatieros de armas,
Y seria capaz de pintarlos, aunque son como unos quinien-
Jory para todos exig, al menos, un triburo de gratitnd.
5 ian del Castillo no le va en zaga a Cortés como pa-
dre de la historia y relator de los sucesos, acaso se le siente
«+ J, Jiménez Rueds,
TE NneeSe, Plncarte, Los fundadores del bumaniono ameriena,
Bogotd,Insicuto Caro y Cuervo, 195, p- 2hLa cRGNTCA
mis'el-corazéa,' Hay en él gritos patéticos y conciencia
de las hazatias, propias o enemigas. Es ridiculo que los his-
toriadores de gabinete le anden buscando los relieves de
vanidad, por acciones y heroicidades de que todavia se es-
panta el mundo. Su embeleso ante las sorpresis que en
nuestro pals lo esperaban suelta la rienda y pierde los ¢s-
tribos. No se cansa de ponderar tanta y tan desusada exce-
lencia. En su hipérbole de ingenio lego, compara a los
artifices indios (;oh Marcos de Aquino, Juan de la Cruz, el
Crespillo!) con Miguel Angel y Berruguete. Todo le pa-
rece aqui mejor que en parte alguna. Y nada iguala su
éxtasis y arrobo a la vista de|la Tlién Azteca: obra de en-
cantamiento —dice— y sueio del Libro de Amadis.