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LA VIDA ADULTA: Transiciones y retos desde la vida laical.

por Manuel Lozano.

“Todo tiene su final/ nada dura para siempre/ tenemos que recordar/ que no existe eternidad”.
“Todo tiene su final”, Rubén Blades.

LO QUE NOS DICE LA EXPERIENCIA.

Una de las claves desde donde también deberíamos recoger mensajes y retos para la vida laical
son las lecciones que nos da el proceso del ser humano. Creo que en la vida cristiana vamos como en
una calle, en donde por una vereda va lo trascendente con todos sus contenidos, significados y
experiencias, pero por la otra vereda va lo cotidiano, lo psicológico, lo biológico, el día a día. Para
comprender bien nuestro compromiso hay que andar como en la calle. A retos por una vereda y a
ratos por la otra, pues la verdadera comprensión de nuestro proyecto de vida cristiana está en conocer
plenamente esta calle que es la vida, que es nuestra vida: recorrerla y conocer todas sus casas, sus
esquinas, sus personajes, contemplarla cuando hay luz de día, reflexionando cuando se acerca la
penumbra y estando atentos cuando la noche tiende su manto dejando ver tan sólo lo que realmente
sabemos. Pues nuestra existencia es como una calle, que cambia según la hora en que vamos a
transitarla, llena de experiencias y novedades en cada una de las etapas que nos toca vivir.

En esa perspectiva, la vida adulta, aquella que actualmente recordamos cuando comenzamos a
perder juventud, en una sociedad que a veces trata a los que ya no son jóvenes con la dura etiqueta
de “cercanos a la fecha de vencimiento”, como productos sin frescura, más lentos, menos “eficientes”,
o poco productivos, resulta estar mucho más llena de retos y compromisos, y quizás sea la
oportunidad más clara de demostrar el verdadero sentido de nuestra vida.

En un mundo como el actual, a nadie le interesa ser adulto, pues toda la cultura de masas, la
economía y el mundo laboral se han “juvenilizado”. Mucho de lo que llamamos madurez, ha dejado de
verse como algo interesante, y hoy una persona llega a la adultez con no poca tristeza, y hasta con
resignación. Lo que quiero decir es que, lejos de ver a la vida adulta como una etapa, ha comenzado a
pensarse en ella como un triste final, en donde lo más importante no es lo que conseguimos, sino lo
que estamos “comenzando a perder”.

ALGUNOS APORTES PARA LA REVISIÓN.

Desde la psicología. Hoy sabemos por los estudios de los psicólogos que el estadio del proceso
humano llamado adultez es una meseta que se extiende desde los tempranos veinte años hasta los
sesenta. Y comprende tres etapas:

a) La adultez temprana. Desde los 18 a los 30. La tarea principal es lograr la intimidad, que es
distinta al aislamiento. Tiene resuelto el “quien soy”, por lo tanto, no tiene miedo a perderse en
la multitud. Las tendencias extremas son la promiscuidad como exceso de apertura, con una
tendencia superficial y poco dada al respeto de la intimidad propia y ajena. El otro extremo es
la exclusión, como tendencia de aislamiento máximo. Tiende a la separarse de sus seres
queridos y crea un ambiente de amargura que le sirve de compensación. Atravesar esta etapa
es llegar al amor, como la experiencia que nos lleva a la vida armónica y respetuosa con los
otros.

b) La adultez media. Desde los 20 y pico a los 50. Etapa relacionada con la crianza de los niños.
La tarea en esta etapa es lograr un equilibrio entre la productividad y el estancamiento. Los
extremos en esta etapa son la sobreextensión, o el excesivo esfuerzo por hacer algo para los
demás que no permite tener tiempo para uno mismo, y el rechazo o la actitud de baja
productividad y excesivo estancamiento. En esta etapa se da también la crisis de identidad en
la etapa adulta, que a veces se desencadena en una desesperación por recapturar la juventud.

c) La adultez tardía. Desde los 50 a los 60.Marcada por la jubilación laboral, la despedida de los
hijos y el advenimiento de los signos de desgaste físico y las enfermedades. La tarea principal
es lograr una identidad lo más completa posible, con el menor grado de desesperanza. Los
extremos en esta etapa son la presunción o la manera de vivir la etapa sin asumir las
dificultades propias de la etapa. En el otro extremo está el desdén como una manera de
rechazar la vida propia y también la de los demás. La superación de la etapa se logra cuando se
pude vivir sabiamente, enfrentando la vida pero también la posibilidad de la muerte con
gratuidad y con esperanza.

Desde nuestro seguimiento de Jesús. Sabemos que su propio proceso de vida está enmarcado en
un desarrollo de sus etapas de vida: “El niño crecía y se fortalecía; estaba lleno de sabiduría, y gozaba
del favor de Dios” (Lc 2,40), asumiendo el desarrollo de su persona como un medio para el anuncio del
Reino entre nosotros. De este aspecto de su vida dirá Pablo: “Por eso tenía que hacerse en todo
semejante a sus hermanos, para ser ante Dios sumo sacerdote misericordioso y digno de crédito,
capaz de obtener el perdón de los pecados del pueblo. Precisamente porque él mismo fue sometido al
sufrimiento y a la prueba, puede socorrer ahora a los que están bajo la prueba” ( Hb 2, 17-18). En
Jesucristo no vemos un anuncio público de su proyecto de vida y su misión hasta los inicios de la
adultez, en donde nos muestra no sólo su capacidad para confundirse con la gente y entablar diálogos
con todos los grupos y personas, sino que también desafía la cultura de su época demostrando una
gran libertad y seguridad personales. En Jesús el Mesías que proclaman las calles no encontramos un
joven indeciso, con preocupaciones por sus espacios personales y por las actividades que está dejando
de hacer por asumir su misión. Encontramos el despegue de su propuesta de misión, con una
capacidad de libertad para entrar en diálogo y polémica, sin perder perspectiva de humanidad y
justicia.

RETOS PARA LA VIDA LAICAL.

Anunciar la plenitud de la etapa con la propia vida. Urge asumir el hecho de crecer como
cristianos, e incorporar esta dinámica de ser adulto como una oportunidad de crecimiento y testimonio
de vida , antes que como una experiencia frustrante.

El anuncio de la verdadera amistad. Uno de las potencialidades de esta etapa que no hemos
todavía trabajados dentro de nuestro compromiso cristiano es el valor de la amistad en la edad adulta.
Mientras que en el pensamiento convencional el adulto es un ser desconfiado, y hasta con algún serio
sinsabor en la vida, nosotros estamos llamados a vivir el valor de la amistad de una manera más
profunda. Espacios como las comunidades son pequeños laboratorios que nos permiten anunciar y
construir relaciones humanas de confianza y apoyo mutuo, tanto dentro como fuera de ellas. Estamos
invitados a compartir con el mundo el valor de la fraternidad con gestos reales de amistad y buen
trato. Gestos que pueden llegar a convertirse en profundos testimonios de amistad cristiana.

El anuncio de lo socialmente imposible, el ocio amigo. Es una etapa de vida en donde podemos
hacer más de lo que creemos, pues nuestra gran capacidad de concentración y reflexión sobre los
problemas de la vida, ya ha sido vacunada de la vanidad de los primeros esfuerzos juveniles. Esta
etapa se nos aparece como una oportunidad de jugar todas nuestras cartas con libertad y con
conocimiento verdadero del riesgo que corremos. Estamos en la posibilidad de desafiar lo mejor de
nosotros en función de lo colectivo, y entregar lo mejor de nuestro talento a construir nuevos caminos
para nosotros y para los demás. Una gran oportunidad experiencias de gratuidad y de libertad en el
servicio a nuestros hermanos.

Dignificar el mundo laboral, abrir nuevos caminos. En sintonía con lo mencionado líneas arriba,
uno de los campos de la realidad que necesita adultos comprometidos es el mundo del trabajo.
Necesitamos invertir la locura de desarrollar sistemas de trabajo que destruyen toda posibilidad de
construcción de persona y sociedad. La experiencia adulta laboral, está llamada a recrear nuevas
relaciones entre le capital y la empresa, y entre la empresa, el estado y la persona, para diseñar desde
abajo, condiciones más humanas de mercado.

Construir semilla de ciudadanía, para sembrar democracia en el pueblo, desde lo cotidiano.


Entregar nuestra cuota de serenidad en las relaciones sociales, el aprendizaje del diálogo y del
respeto, y de la comunidad como un valor que se puede replicar socialmente como germen de
democracia, son algunas de las tareas que nos esperan a los adultos comprometidos. Esto desde el día
a día, en la esquina, en el barrio, y en las organizaciones vecinales y sociales que necesitan el aporte
de gratuidad en la participación social, que nos ayuden a formarnos solidariamente humanos.

Saber discernir el proyecto personal, reflexionar sobre las tareas que tenemos que
enfrentar y vivir. Es esta una etapa en donde se exige una revisión exhaustiva del proyecto
personal. Dejar de andar “en automático”, y comprometerse con una vida cristiana creativa, y que sea
capaz de ilusionarse de nuevo con el seguimiento de Jesús, y emprender una revitalización de la vida
personal desde las bases.

Reconocer la cruz en nuestra vida. Junto con lo anterior, otro reto importante es aceptar que el
camino de la vida cristiana no es tal si no pasamos por la cruz. El amor maduro que se compromete
con el hermano, desde un reconocimiento de las propias limitaciones, defectos y carencias, construye
una fraternidad real, y un compromiso activo con el amor de Dios, que llama a participar al Espíritu
hasta en nuestras realidades más personales.

Sistematizar la vida, organizar el compromiso, anunciar la esperanza en una Iglesia con


nuevos retos. Como parte de nuestra Iglesia a los adultos nos corresponde asumir un papel
transicional, creando la síntesis entre lo que se ha vivido y lo que se quiere vivir. En este sentido,
estamos llamados a hacer un esfuerzo sistematizador, que nos permita transferir todo lo útil de lo
vivido por nuestra generación, que pueda convertirse en semilla de nueva comunidad eclesial, en
sintonía con la historia de la humanidad, propiciando el Reino que ya es, pero que necesita
preparación par convertirse en una realidad plena para todo el hombre y todos los hombres.

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