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Elegía de las Virtudes

Por Juan Ignacio Gómez Corvalán

Se ha cernido el desasosiego, lóbrego,


sobre las tierras de la jovial Arcadia,
el bucólico paraje de los áureos trigales,
donde los hombres se han entregado
al trabajo más excelso: el ser pastor.

Cayeron los males dispersos en el tiempo,


y con ellos, se dispersaron las virtudes;
las virtudes, luego, se hicieron recuerdos
y los recuerdos, se hicieron etéreos,
hasta que el ser pastor fue evanescido.

II

La naturaleza hizo pastor al hombre:


lo dotó con templanza, para resistir al vicio;
lo dotó con justicia, para dar lo suyo a cada cual;
lo dotó con fortaleza, para luchar contra el mal-hacer
y le dotó con prudencia, para saber actuar.

Empero, ya no es pastor el hombre;


dejó él las pobres túnicas lejos, en el olvido,
y las cambió por ricas levitas, decoradas y superfluas;
dejó, también, el pastoreo y los actos agibles,
y las reemplazo por el comercio y las acciones factibles.

III

Ya no hay rebaño: se dispersó;


y el hombre dejó de ser bueno, así como pastor;
¿A dónde fueron los rebaños, ansiosos?
¿A dónde fue el pastor, atribulado?
¿A dónde fue la virtud de quien cuida su rebaño?

Se fue tras los doblones, me contaron,


y a calzar los comercios millonarios;
ha construir grandes naves y a pastar monedas,
a trabajar para la vida, mas no para el alma bella;
a alimentar al ego, en vez del holos.

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