sobre las tierras de la jovial Arcadia, el bucólico paraje de los áureos trigales, donde los hombres se han entregado al trabajo más excelso: el ser pastor.
Cayeron los males dispersos en el tiempo,
y con ellos, se dispersaron las virtudes; las virtudes, luego, se hicieron recuerdos y los recuerdos, se hicieron etéreos, hasta que el ser pastor fue evanescido.
II
La naturaleza hizo pastor al hombre:
lo dotó con templanza, para resistir al vicio; lo dotó con justicia, para dar lo suyo a cada cual; lo dotó con fortaleza, para luchar contra el mal-hacer y le dotó con prudencia, para saber actuar.
Empero, ya no es pastor el hombre;
dejó él las pobres túnicas lejos, en el olvido, y las cambió por ricas levitas, decoradas y superfluas; dejó, también, el pastoreo y los actos agibles, y las reemplazo por el comercio y las acciones factibles.
III
Ya no hay rebaño: se dispersó;
y el hombre dejó de ser bueno, así como pastor; ¿A dónde fueron los rebaños, ansiosos? ¿A dónde fue el pastor, atribulado? ¿A dónde fue la virtud de quien cuida su rebaño?
Se fue tras los doblones, me contaron,
y a calzar los comercios millonarios; ha construir grandes naves y a pastar monedas, a trabajar para la vida, mas no para el alma bella; a alimentar al ego, en vez del holos.