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52 art von: «Carl Gustav Carus und das NaturbewuBtsein der n deutschen Malereis, Mon ir Kunstwissenschaft Died cartas sobre la pintura de paisaje con doce suplementos y una carta de Goethe a moglo de introduccién Prélogo Quien esté habituado fa seguir con atencién las diversas etapas de su desarrollo interior, convendra enseguida en que la imagen que ofrece cada una de ellas se asemeja bastante poco a la de las demas. Al cabo de un decenio, incluso de un lustro, han cambiado las perspectivas sobre algunas cosas y el campo de visién se ha vuelto a ampliar, el homppre siente, piensa y acta de un modo en apatiencia completamente diverso, y s6lo una mirada penetrante advierte que sigue siendo mismo Yo quien produce esas formas externamente distintas, al modo en que por ejemplo una tinica ralz echa rentes estaciones. En este mismo kentido, también es siempre una situacién peculiar la de quien se propone revisar con mds rigor trabajos anteriores al cabo de mucho tiempo. Como es natural, encuentra mucho con lo que ya no esté del todo confcrme, y tendré mas 0 menos que objet ojas diferentes a la forma; pero también se encontraré con que, en el tiempo transe en huestro espiritu, mientras quiz4s por eso’ precisamente ( otra nueva ha empezado a p n opticsta. Pero, en cualquier caso, no habrla proceder més erréneo abajos anteriores tomando as més tardias, pues si con ello algin error aqui o al algin hueco, o pulir alguna carencia fe. aquel momento, por otra parte se alteraria la redondez de la obra y las telaciones orginicas del conjunto. Me vi Ilevado a tales consideraciones cuando tomé en mis manos los manuscritos de estas cartas, comenzadas hace ahora més de quince afios, a fin de que tras haber estado, pasajeras, en manos de algunos amigos, multipli- cadas por la imprenta pudieran ahora convertirse en propiedad comin de cuantos tienen alguna parte en ellas. Al hacerlo asf, he cedido a los deseos de diversos amigos, en cuyas memorias se refresc6 el recuerdo de este trabajo cuando Su Excelencia el Consejero Privado von Goethe tuvo para ellas un recuerdo tan benévolo en sus «Tages- und Jahreshefte» (Diarios y Anuarios)! Ast pues, ojalé estas hojas salgan a flote en la corriente de nuestra literatura entre tantas otras, mejores y peores. Son la fiel expresién de un 4nimo para el que las artes han representado siempre una amistad fiel, y una apacible serenidad, en medio de pesados deberes y serios esfuerzos de todo tipo. Si aqui o alld surtieran de nuevo un efecto parecido, daria por colmadas las aspira- ciones de estos escritos. A 13 de Septiembre de 1830 : Carus "IN. del A Goethe, «Werke, iltima edicién del autor, 32, 1850, p. 222; encuaderné conjuntamente ¢ ta carta en la que Goethe daba a conocer ya en 1822 en estos comentarios, y asi fue también a la imp » el manuscrito ieipavién Carta de su excelencia el sefior consejero privado von Goethe Distinguido Sr: Aprovecho para devolverle su escrito junto con esos cuadros tan agradables'; a relacién entre ambos es sumamente nitida, y apunta a un dnimo delicado y pleno de sentimiento que ha encontrado en si mismo un fundamento sdlido y verdadero. Los amantes del arte de por aqui acudieron con toda diligencia en peregrinacién a ver algo tan grato, y en conjunto, cada cual se atribuyé su parte a gusto y contento. Reciba pues todo su agradecimiento por habernos hecho parti- cipes de este trabajo, a lo que yo sélo afiadiré mi deseo de que vuelva a lograr felizmente otros tan Ilenos de delicadeza, rogindole me mantenga al tanto cuando le parezca oportuno. Esas cartas sobre la pintura de paisaje no deberian serle hurtadas al piblico, pues con seguridad no dejarin de surtir su efecto ni de abrir los ojos de artistas y "En Febrero de 1822, Carus habla enviado cuatro cuadros'a Goethe: *El paseo de Fausto en la vispera de Pascua», «Claro de luna sobre el mar», «Patio de una casa aldeana« y «Partida de cazar.F] escrito al que se refiere es el manuscrito de las cinco primeras «Cartas sobre pintura de paisaje» 57 amantes del arte a las armonfas tan diversas de la naturaleza. Si me paro a considerar, por otra parte, cuin honda y fundamentalmente comprende usted la forma orginica, con qué nitidez y precisién la caracteriza, realmente hay que ver como un prodigio que, con semejante objet dad, al mismo tiempo se muestre usted tan versado e1 algo que parece pertenecer tan sdlo al terreno de lo subjetivo. , no se pueden enmendar los fallos que npresor a pesar de sus claras indicaciones, asi que se sefialardn las erratas tal y. como usted indicaba, De tiempo en tiempo, conforme vaya acabando sus tablas, hagame Hlegar alguna reproduccién para que acalle asi en alguna medida mi impaciencia por ver su obra, ya que no podemos esp antes de un aiio’, Le enviaré préximamente el niimero mis reciente de mi morfologia y lo demés. Con mi interés més atento J. W. v. Goethe de 1822 , a 20 de AL Nueve cartas sobre la pintura de paisaje al ar nte del arte: trabaja a unos placetes que casi La'nieve se funde por el cristal empafiado abajo, me envuelve una prdfunda calma; hay un calor acogedor en la habitacién, y en las largas tardes sombrias del primer invierno la. dmpara oportunamente encendida extiende a mi alrededor una suave penumbra. No, en momentos asi, nada puede ser mas agradable que hacer sitio, con la mente en calmé a pensamientos sobre el arte que se difunden poco"a poco, arrastrindonos cada vez més “lejos al interior del reino de la belleza’de tal modo que alvidamos lo sombrio del dia, y se nos va de la memoria cualquier anterior desasosiego. Ojali, querido Exst, des, como sueles, una benévola acogida 2 las siluetas de esas ideas que mi espiritu persigue en tales horas, y veas cn estas cartas el cumplimiento de aquella promesa por la que, hace ya tiempo, te di mi palabra de exponerte nis puntos de vista sobre el significado y la meta del arte en general, y de la pintura de paisaje en particula Con: todo, bien pudiera ser que busques en vano en tales consideraciones un orden constante y una amplitud suliciente, y {écil que percibas cosas basadas tinicamente cn mi individualidad que no se confirmen en otros; entonces, por hablar como Hamlet, tomalas por burbujas que hincha mi cerebro, y en donde te sea posible, seiiélame un camino mejor y més directo. Lo que menos desearfa es que ti, como algunos modernos, te avinieras también con Ia opinién de que 61 hay que tomar por agravio 0 sacrilegio hablar o escribir cuando se trata de estudiar el arte, como si en esto sdlo rigieran y decidieran las sensaciones y el sentimiento, y profundidad y claridad fuesen aqui absolutamente in- compatibles. Pero, pese a todo, el ser humano siempre es uno cuando se siente correctamente a si mismo, y sélo manifestindose como totalidad es capaz de elevacién y belleza; gcémo iba entonces a destruir 0 a enfriar siquiera a aquello que da calor al sentimiento el hecho de aclararlo también para el intelecto'?, gcémo se iba a conocer con la suficiente profundidad nia dar intima acogida a lo bello, que en tiltimo término no es sino lo completo y acabado (XXXXX); si no se lo abrazara con el alma entera? Cierto, yo también estoy firmemente convencido de que sin una intima excitacion del dnimo todo arte est muerto y enterrado, de que con un frio cAlculo de contrastes y con conceptos del entendimiento sdlo se logra arrastrar a la luz una poesia tullida, y también suscribo incondicionalmente lo que el maestro dice con humor: Los discursos razonables son impotentes para hacer que el mundo se multiplique; y tampoco producen una obra de arte». Es sélo que, asi como me convenzo a diario de que a un sentimiento abandonado por completo a si mismo le han de faltar paz y seguridad interiores, puesto que «A nada se fijan sus plantas inciertas, juegan con ellas vientos y nubes», N. del T.: Traduzco «Ge ‘oposicién que establece el texto. 62 e intelecto» para acentuar I ‘ Sued conor ental aetr eke eek ee eee poética es una elevacién de todo el ser humano que reclama la totalidad de las fuerzas del alma, y veo el engafio de quienes, precisamente merced 2 una doble reflexién, echan en cara cualquier reflexién en asuntos de arte, asi tampoco me asifsta ya abrazar la belleza con todas las ramificaciones de mi alma; antes bien, sélo llego a experimentar el completo y auténtico placer poético cuando se atinan ante una obra de arte las vivas exigencias de mi sensibilidad con la clara comprensién de su perfeccién interna, y con Ia percepcién de un propésito puro en dl artista: un placer que entonces, fundado en la belleza, la verdad y la justicia, ya _no disminuye por mas que se repita la contemplacidn de la obra, y se convierte én el sello de la obra de arte clisica Asi pues, cedamos a un placer completamente interno y libre, y dejemos quetlos pensamientos se extiendan por Jas vastas regiones ‘de la belleza, que tan cierto como que no miramos con menos placer desde Ia cima de un monte tras recorrer el valle serpenteante, sino que més bien se realza entonces la impresién de conjunto al repetirse y sumarse en ella el placer que sentimos antes en cada lugar, tampoco una serie de ideas que vaguen en torno a tales objetos tiene porqué dafiar a la alegria nia la viveza del placer que sintamos ante los maravi- llosos y misteriosos efectos del arte; antes bien, al igual que toda auténtica investigacién de la naturaleza no pueie sino llevar al hombre ante el umbral de misterios aun més altos, y henchirle de un estremecimiento tanto més sagrado, no esperamos otra cosa de una reflexion franca sobre el arte; por més que, en efecto, dificilmente se les pueda censurar a los artistas su indignacién ante tanta palabrerfa y tanta cencerrada estética en cdtedras y libros e 63 {Pero acaso no te resulta también a th, querido Ernst, algo sobremanera prodigioso y pleno de fuerza ese recrear, ese imitar una creacién del mundo que prosigue eternamente, esa libre produccién y reproduc cidn del genio artistico? Pues gdénde, si no, es capaz el ser humano de crear ni la mis minima cosa viva, dénde lleva alguna ciencia directamente a dar vida y no, més bien, muerte y descomposicién més que otra cosa? Se descompone la hoja de la planta en células, estomas, vasos y fibras, la anatomfa comparada nos ensefia a diseccionar al mds pequefio de Jos animales en formas ain menores, jy sin embargo, con toda esa ciencia, aquién es capaz de animar al 4caro mas minusculo, de componer la mas pequefia hojita®! Y ahora, mira las creaciones del arte, que si bien no viven por si inismas en la realidad, nos lo pueden parecer, y que asi, créadas por seres humanos, proclaman el parentesco del hombre con el espiritu del mundo. Piensa en esos caracteres cuyos juicios y palabras, creados por el poeta, los hacen aparecer a nuestros ojos como figuras verdaderas {Sé que son eternas, puesto que soi dice de sus criaturas Tasso, 0 mejor atin Goethe, y ciertamente con todo derecho. Y esos Aquiles, Ulises, do, Segismundo, Hamlet, esas Eleanora de Este, a, Gretchen, zno son todas ellas tal como conocemos criaturas de un arte divino, no es como si se hubieran vuelto parte de los vivos?; gno sabemos acaso de su pensamiento y su obrar como de los de un amigo distante? Y quien asi conjura al espiritu en el espiritu, gno es més poderoso que muchos?, ¢no ha de elevar al ser humano quien encuentra tal fuerza en el hombre Pero desde la poesfa volvimonos ahora a la armonia de los sonidos. Susurro mds fugaz que el del poema, es 64 cierto que la miisica no puede crear facilmente todo un 4nimo con sus pasiones y sus actos, pero es perfecta- mente capaz de captar un momento, una determinada vibracién del alma, y hacerla entrar en Ia vida con una fuerza tan infinita que nos vemos arrastrados por ella nvoluntariamente, como si todos los sonidos fueran amigos muy cercanos que con su poder nos llevaran hechizados a su esfera, a su mundo de sensaciones. Lo mismo vale para la arquitectura, si bien de un modo diferente y més apacible, pues ambas artes se mantienen atin apartadas de cuanto es propiamente reproduccién de la naturaleza, se expresan en puras relaciones, tem- porales en una y espaciales en la otra, y forman asi junto con la poesia Ia’primera y més soberbia trinidad de sones que mueven y han de mover, como el més elevado de los acordes, el pecho humano; pues as manifestindose inmediata y libremente en las figuras artisticas de un ser humano, Dios se aproxima a los hombres y al mismo tiempo los alza consigo. Si, gno se te hace también a tf como si tuviera que existir alguna relacién interna, cuya hondura s6lo podemos intuir sin llegar jamas a sus fundamentos, entre esas tres artes y los tres reinos de la Naturaleza, las tres formas basicas del pensamiento, las tres partes que los fisidlogos encuentran en la organizacién interna del ser humano, los tres colores y los tres sonidos primarios...’— Querido Ernst, con estas cosas se me hace como si estuviese en la escarpada ladera de unp montafia, y a mi lado una jolenta corriente viniera a despefiarse en el abismo; mas y ms y siempre més oleadas que se abalanzan y se desploman en lo insondable, y con todo el rio sigue Jeno, y no es menos firme la roca a la que subo.— Hoy no puedo escribir més.— Tu Albert 65, I Con estos dias soberbios de invierno, he pasado mucho tiempo al aire libre, recreindome en los mil jugueteos griciles de la luz entre ¢l cielo azul y la tierra cubierta de nieve. En verdad son prodigiosos, soberbios, todos esos hermosos colores refractados que se hacen visibles al ojo adiestrado!— Alli, relampaguea una liz refulgente de nieve sobre la arista de una roca, realzada alin mas por el pardo oscuro de la piedra con su parco atavfo de musgos y Hiquenes de todas clases; aqui, masas de nieve en sombra sefialan las elevaciones de su super- ficie con tonos azulados, por aca y por alld, tonos que viran hacia el violeta, y en medio, en fin, murmura encerrado entre masas de hielo el manantial, y al contacto con el brillo cegador de la nieve se hacen visibles en su espejo refracciones verdes y pirpuras, colores en parte verdaderos y en parte fisiolégicos! No pude compartir ese placer contigo, querido Ernst, pero s{ conversar contigo esta noche, seguir devanando contigo una madeja de ideas sobre el arte del paisaje que hoy de nuevo se ha puesto en movimiento; UN, del A: El sérmino se cemite a la teoria de los colores de Goethe de 1808: colores fisiolégicos, «porque se dan en todo ojo a e y esta unién en espfritu, no habria espacio entre nosotros capaz de impedirla En mi carta anterior habia tratado de seguir el rastro de la libre inclinacién a la poesta, cuando comienza a tomar forma y hacer su entrada en la vida como obra de arte, en tres direcciones en las que propiamente atin esté libre de toda reproduccién de la Naturaleza y més bien se expresa mediante puras relaciones entre palabras, sonidos 0 masas; y ah{ encontramos cerrado y acabado el primer y practicamente dinico teino de las artes puras. Entramos ahora en el segundo circulo, alli en donde las persistentes formas de la Navuraleza ofrecen el material en que ha de encarnarse la chispa prometeica del arte, ya que en cualquier caso no hay nada capaz de sustraerse por completo a la esfera del arte, precisamente porque es lo verdaderamente humano, y porque todo cuanto el hombre conoce y considera ha de estar en cierto modo a su servicio. Segiin esto, del mismo modo que el arte sabe dar forma al terreno de los conceptos como poesia, al més intimo movimiento corporal, al estremecimiento y la vibracién, como musica, y hasta a la misma rigidez de los cuerpos inanimados como arquitectura, ast surgen también copias de los tres reinos de la Naturaleza como artes plisticas ; y no seria dificil equiparar aqui otra vez la reproduccién de la Naturaleza inorgénica a la arqui- tectura, la del mundo vegetal a la musica, y la del mundo animal superior, ante todo la del hombre, a la poesia. Las artes plisticas crean sus obras de dos maneras, bien una rotudda y verdaderamente corporal, esto es, con masas, o'bien mediante sombreado y coloracién de una superficie, esto es, con luz. Asi, por tanto, se dividen en escultura y pintura, si es que no se quiere considerar como un tercer género, aunque algo ambiguo, la ordenacién de los cuerpos naturales mismos con fines artisticos, a saber, la jardinerfa, la mimica o la e 67 danza. Ahora bien, en puridad, la reproduccién escultd- rica de la naturaleza se limita, conforme a su objeto, a la de figuras animales y humanas, mientras la pintura, por contra, engloba los tres reinos de la naturaleza (e incluso reproduce a su vez obras de arte arquitecténicas y plisticas), y se divide en pintura de paisaje y pintura histrica, De éstas, la primera utiliza los fendmenos del mundo inorginico asi como del vegetal, y la otra, los del reino animal pero sobre todo del mas noble de sus miembros, la figura humana, para escribir con ellos como con letras sus palabras, su sentido. Unas divisiones gue de todos modos se vuelven a difumninar en miltiples zonas de transicin, al asociarse por ejemplo pintura y escultura en trabajos de bajorrelieve asi como, por otra parte, el paisaje incluye a menudo imagenes de hombres y animales, mientras la pintura histérica, a su vez, ha de servirse en muchas ocasiones del paisaje como-fondo. Y asi sigue por siempre la fuerza creadora del arte surtiendo efecto, y el mundo tal y como se ofrece a nuestros sentidos surge como nuevo de entre sus manos, Desde sus imigenes, todo nos habla con un lenguaje propio y maravilloso segiin la intencién del artista; sol y luna, aire y nubes, valles y montafias y Arboles y flores, los animales mas diversos y la atin mas diversa individualidad de los seres humanos, todos parecen renacidos y obran sobre nosotros con toda su fuerza, sumiéndonos ya en su turbulencia, ya en su serenidad, pero siempre alzindonos muy por encima de todo lo comin merced a la intuicién de la divinidad, ‘esto es, del poder creador, en el hombre mismo. Ya que si el arte nos parece mediador de la religién es precisamente porque nos ensefia a reconocer y a aproximarnos al alma del mundo, a su fuerza primordial que la débi comprensién humana no es capaz de captar en su totalidad en una de sus partes, el espiritu humano; pero 68, e por eso mismo, eh primer lugar, el artista ha de verse como recipiente sagrado que debe permanecer sin mécula y libre de toda impureza, bajeza y arrogancia, y la obra artistica, por su parte, jamas ha de aproximarse dema- siado a la Naturaleza por idéntica razén, sino que antes bien ha de elevarie sobre ella para que asi no se olvide lo que en Ia obra hay de creacién del gspiritu humano, ni se pierda su relacién con el hombre. {Caro amigo! pasemos ahora ya a una discusién mas detallada de Ia finalidad y significado de la pintura de paisaje en particular; un arte que corresponde con toda propiedad tan sdlo a los tiempos modernos, mucho menos acabado y completo, y que quizés sdlo ahora encare por vez primera el momento de su florecer, cuando la mayoria de las artes restantes se asemejan mas al rostro que Jano dirige hacia atrés, 0 incluso descansan sobre las tumbas del pasado como simbolos que recuerdan dias mejores. Pero cualquier arte que nita algo acta sobre nosotros de dos formas; una, en virtud de la naturaleca del objeto reproducido, cuyos rasgos peculiares nos afectar’n en la imagen de forma similar a como lo hagan en la Naturaleza; y luego, demas, como creacién del espiritu bumano , que eleva sobre lo vulgar al espiritu que le es afin dando apariencia verosimil a unas ideas (mis 0 menos al modo en que el mundo es, en su sentido mas elevado, la forma de aparicién de los pensamientos divinos)?. Consideremos ahora el primero de esos dos efectos en el caso particular del arte del paisaje, a fin de preparar asi el terreno para unas conclusiones generales oI T.: Aqui y en otros pasajes en 4 por « la frase lo exige he scheinen» y «Erschei ares se emplea el término habitual en contexros 9 y fecundas. Asi que nos preguntaremos en primer lugar cudl es el efecto de los objetos paisajisticos en la Naturaleza libre, y después podremos seguir calibrando su efecto en los cuadros: la tierra firme con sus diferentes formas, montes, pefias, valles y Ilanuras, las aguas quietas 0 en movimiento, los vientos y las nubes con su apariencia tan diversa, tales son mas 0 menos las formas en que se da a conocer la vida de la Tierra; una vida de cualquier manera tan inconmensurable con nuestra pequefiez que el ser humano no quiere recono- cerla ni admitirla como tal vida. Por contra, ya en un grado superior y més proxima a nosotros se encuentra ia vida de las plantas, que junto con esos fendmenos citados en primer lugar constituye el objeto propio del arte del paisaje. Ahora bien, seguro que no sentimos que todos esos fenomenos de la Naturaleza nos Ilamen de manera apasionada y virulenta; se encuentran dema siado alejados de nosotros para eso, sobre todo si se quiere hablar de efecto estético; pues es algo"claro de por si que al natifrago no le puede interesar la belleza de las olas, ni a quien se esta abrasando. la de las luces del fuego. Tan sélo lo que nos toque directamente, lo que esté estrechamente vinculado a nosotros, puede en sus mudanzas excitarnos con la mayor energia, y col- marnos de ansia o de odio; sin embargo en la Naturaleza libre, que se nos aparece como completamente objetiva, advertimos més bien una vida volcada sobre st misma, calmada, regular, conforme a ley. La mudanza de los dias y las estaciones, el cortejo de las nubes y el fasto de colores de los cielos, el flujo y el reflujo de Ja. mar, Ja lenta pero imparable transformacién de la superficie terrestre, la erosién de las desnudas cimas de los al disolverse tierra fértil. montes cuyos granos produce cl brotar de las fuentes que siguen los trazos de las montajias y acaban por confluir en arroyos y corrientes, 70 e todo sigie leyes eternas y calladas a cuyo imperio también nosotros dstamos sometidos, cierto, que nos artastran consigo pese a toda resistencia y gue sin duda, al forzarnos con un secreto poder a dirigir la mirada a una esfera enorme, gigantesca, de sucesos naturales, nos apartan de nosotros mismos haciéndonos sentir nuestra pequefiez y debilidad, pero cuya contemplacién, no obstante, dulcifica’al mismo tiempo las tormentas inte- ridres y ha de surtir por fuerza un efecto apaciguador. Sube a la cumbre de la montafia, mira las largas hileras de las colinas, contempla el discurrir de los rios y toda la. magnificencia que se abre a tu mirada, gy qué sentimiento se apodera de ti? Es un tranquilo recogi- miento, te pierdes a ti mismo en espacios ilimitados y todo tu ser se aclara y se purifica apaciblemente, tu yo se esfuma, ti no eres nada, Dios es todo Pero no sélo Ja violenta grandeza que se manifiesta en la vida de un planeta, también una mirada adecuada a la tranguila y radiante vida de las plantas obra de igual modo. Mira cémo una planta se alza lenta pero enérgicamente del suelo, cémo se despliegan altura sobre altura sus hojas y se van transformando sosegada- mente en célices y flores, y cémo, finalmente, el ciclo se cierra en la semilla dando lugar, al mismo tiempo, a que se abra uno nuevo. Cuando nos encontramos rodeados por un exuberante mundo vegetal abandonado a si mismo, cuando abarcamos de una sola mirada el curso vital tan diferente de tan diversas plantas, ¢ incluso tropezamos con la venerable figura de algén arbol cuya duracién, que abarca siglos, nos recuerda esa vida de la Tierra que cuenta por siglos como por dias, experimen: tamos un efecto similar al que sefialaba antes; se aduefia de nosotros una cierta serenidad en el juicio, sentimos atemperarse la inguietud de proyectos y afanes, nos adentramos en el circulo de la Naturaleza y nos elevamos e a sobre nosotros mismos. Si, ciertamente es algo maravi- lloso que el mundo de las plantas surta semejantes efectos incluso fisicamente sobre nuestros cuerpos, y cémo los efluvios de Jas plantas superiores durante la floracién tienen habitualmente algo embriagadér,. que induce en nosotros suefio, paz corporal; cémo diferentes extractos vegetales, a menudo producidos cerca de la floracién, provocan incluso en mayor grado un efecto similar, induciendo una disolucién total en la Naturaleza, esto es, la muerte; cémo, por eso mismo, ya los antiguos adornaban los infiernos del dios suefio con un sinfin de yerbas y amapolas somniferas, cémo en fin hasta los seres humanos y los animales se vuelyen apacibles y suaves con una alimentacién vegetal sostenida, mientras por contra el gusto por la carne parece favorecer las ansias_y movimientos turbulentos. Cierto, estas consideraciones pueden ofrecer ya algunas conclusiones sobre el efecto de los objetos paisajisticos en una pintura, e iluminar el fundamento de ese benéfico sentimiento de calma y claridad interiores ante auténticas obras de arte del paisaje , y bastan para darnos alguna indicacién acerca del curso ulterior de ese proceso de ra Fe icacign. Pero jbasta por ahora! Espero tu amable contestacién. ‘Tu Albert Ha llegado la primavera, los Arboles han florecidos ha pasado la temporada de las rosas, y hasta las encantadoras matas de satico que tan tarde florecen han perdido ya sus pequefias flores estrelladas, y ahora el verano se acerca a su fin; otra vez, aqui o alld, hay hojas amarillas, tempranos velos de niebla ya, de tanto en tanto, sobre las vegas; y yo, querido Ernst, aqui estoy, que ni me viene la abs ni me entra la gusa de mandarte como querias la continuacién de esas cavila- ciones sobre el paisaje que tenemos empezadas. Es como si la vida de la Naturaleza, tan animada y tranquila, se negara a permitir tales investigaciones que la descuartizan, y nos debe suceder algo parecido a lo que pasa con los verddderos maestros del arte, que precisamente a causa de tanta plenitud interna y externa rara vez logran obligarse a tales estudios; pues también nosotros, rodeados por tal riqueza de visiones, nos sentimos demasiado felices como para reflexionar acerca de porqué somos felices. Ademds, antes de seguir el camino emprendido, quedan atin por considerar esas observaciones que me hacias en tu ultima carta, cuando decias, por una parte, que no te pareceria mal que definiera con algo mas de detalle las relaciones entre ciencia y arte que tocaba en mi primera carta, para que no se pusiera a la ciencia, como cosa mortifera, por detras del arte, y por otro. lado, en referencia a cémo a | 1 i presentaba yo el efecto de la Naturaleza sobre el ser humano, eras de la opinién de que aquello que nos brinda esa liberacién y elevacién de que gozamos al disfrutar la belleza del paisaje no eé tanto la pérdida de nuestro yo en la vida de la Naturaleza como el hecho de que nuestra posicién en ese mismo mundo se torne verdaderamente clara y visible : ‘Antes que nada, tratemos de alcanzar an acueédo mis preciso sobre tales objetos, por cuanto hace mucho que ambos tenemos la experiencia de que sélo puede haber una verdad, y de que la diferencia de opiniones ataiie sélo al velo que envuelve nuestra capacidad de conocimiento, que antes 0 después ha de caer y lo hard. Pues a todo cuanto sentimos y pensamos, a todo lo gue es y lo que somos, subyace una unidad eterna, superior, infinita. Lo que nos brinda esa firme conviccién, mds oscura o més clara segtin nuestro grado de desarro: Ilo, es lo hondo, lo més intimo de la conciencia, que no puede ser explicada 0 probada ella misma precisamente porque a través suyo nos viene dada la posibilidad de todo conocimiento, prueba y demostracién (al modo en que, pongamos por caso, el postulado a=a no es susceptible de ninguna demostracién ulterior, sino que ha de reconocerse como verdadero en si y por si mismo). La lengua apunta a esa inmensurabilidad con la palabra Dios. Ese algo Sumo se manifiesta como algo interior y exterior a nosotros en la Razén y en la Naturaleza, pero en cuanto parte de esa manifestacién, esto es, en cuanto seres naturales y racionales, nosotros mismos nos sentimos como un todo que lleva en si mismo naturaleza y razon, y en esa misma medida, como algo divino. Merced a lo cual se hace posible seguir dos direcciones en la vida superior del espiritu: © bien nos esforzamos por retrotraer a su_originaria unidad divina la multiplicidad e infinitud de la Naturaleza 7 e y de la Razén, o bien, al volverse creador el mismo Yo, representa la unidad interior mediante la multiplicidad exterior. En este caso, lo que se manifiesta es el saber hacer, en aquél, el conocer. Del conocer procede la ciencia; del saber hacer, el arte'. En la ciencia, el ser humano se siente en Dids, en el arte, siente en sf mismo a Dios. Por tanto, es tan poco lo que el arte puede ponerse por encima de la ciencia que més bien es ésta la que en realidad sigue siendo superior en cuanto orienta- cién que guia al hombre hacia la suprema unidad; pero, no obstante, est4 claro al mismo tiempo que la ciencia, diametralmente opuesta al arte por su orientacién, supera la existencia individual, mata al cuerpo para que viva el espiritu, y por eso est justificado lo que antes expresé respecto a ella. Desde luego, aqui me objetas ain, especificamente, lo que es la creacién de un edificio tedrico cientifico, para probar que la ciencia también se demuestra creadora de formas; s6lo que eso no puede traerse a colacign en este contexto, en la medida en que esa creaciéh ya no forma parte de la ciencia, sino del arte. Para ser precisos, también en esta perspectiva el ser humano se revela como un todo, y si bien separados para el entendimiento, arte y ciencia nunca pueden estarlo por completo en la realidad. De ahi que ninguna de las representaciones que elabora la ciencia pueda lograrse nuncd sin arte (sin una ordenacién artistica de pensamientos y palabras); y a la inversa, UN. del T.: «Kénnene, que normalmente se traduce por spoders,inchuye el significado de «poder (saber) hacer. De «Kénnen: deriva la palabra «Kunst», arte. Por otra parte, el aleman distingue ', que se refiere tan sdlo a los artificos de la imagen, a lo que la obra tiene de técnico; se podria decir que, si el cardcter es comparable al espiritu y la presentacién al cuerpo, es en el estilo donde surge la unidad de cuerpo y alma, la vida de la obra. De aqui se desprenderin por tanto los diferentes tipos de estilo como resultado posible y necesario de la diferente manera de unirse ambos miem- bros en él contenidos. Asi, puede que en el modo de representar el sentido mediante elementos de la realidad predomine la idea, y que elobjeto, la imagen real, s6lo esté insinuado en. sus caracterfsticas. mas generales, aunque verdaderas: es el estilo abocetado; o bienpuede suceder que sea lo objetivo, lo captado con fidelidad, lo que impregne y domine a la vida espiritual interior: el estilo naturalista vulgar. O también que predomine la idea, pero de una manera tal que arranque de sus goznes naturales a la verdad de la representacin objetiva, y transforme arbitraria y violentamente el tipo de objetos representados: el estilo fantastico; igualmente, lo objetivo puede ser lo decisive y predominante pero tampoco en base a su propia naturaleza y verdad internas, sino en funcién de una técnica que se haya convertido para el artista en una segunda naturaleza: el estilo amanerado. Finalmente, sin embargo, cuando idea «Todas las obras del arte antiguo ' Puede leerse en Fernow exhalan un mismo espiritu. Las diferencias que se perciben entre fases desu formacién; jams percibimos la manera particular de esta 0 aquella escucla, de este o aquel artistas (Rmische Studien de Carl Ludwig Fernow, Parte 1, Zirich 94 e 806, p. 48) 1 y verdad aparecen con una fuerza y un grado de interpenetracién proporcionados, y si se deja sentir lo més propio de cada una de ellas, divina pureza en la idea, claridad perfecta y apacible adecuacién a sus leyes en los objetos representados, entonces de ahf resulta el tinico estilo verdadero, el puro o perfecto; por contra, cuando idea y expresién aparecen, aunque proporciona- das, débiles, vacilantes y confusas, se origina una defor macién, el estilo nebuloso. En lo que toca a la presentacién, tanto si se atiende al trazo del dibujo como a la gama de luces y sombras © al color, se puede distinguir entre muy diversos tipos, que a su véz se pueden multiplicar merced a sus diversas combinaciones posibles. Con respecto al trazo, se dan tres tipos de presentacién, el exagerado, violento ¥y t03¢0, el noble y el angustiado, pequefto y débil (de los que se puede llamar correcto al intermedio para distin- guirlo de los otros dos, incorrectos). Con respecto a luces y sombras, podemos seiialar como tipos de pre- sentacién la sombria y ligubre, la clara, la luminosa y la mortecina. Con respecto a la coloracién, finalmente, distinguimos entre la abigarrada, la nitida y la descolorida © pastosa. Pero también aqui sigue siendo el justo medio lo verdadero y correcto, y los restantes tipos, deformaciones. Si alguien, quizds, se figurara limitada asi la libertad del artista, y temiera una cierta uniformidad entre las obras de arte a resultas de una tal limitacién de estilo y presentacién a un tinico tipo auténtico, para ello tendria que dejar de reflexionar ‘sobre el hecho de que la manera de refractarse la luz y formarse el color, tinica y eternamente regular, limita la variedad de los colores tan escasamente como restringen la libertad del alma humana las leyes de la Razén, y no reparar en que el genio se ve limitado en unk medida igual de escasa por @ 95. tener que representar la idea divina innata en él mediante una tinica naturaleza o fenémeno sensorial. Afirmacion ésta a la que, tan simple y clara como es, sin embargo se ha atendido menos de lo necesario en el ambito de las artes plasticas; por contra, en poesfa por ejemplo se reconoce hace mucho que no es de temer en absoluto monotonia alguna por seguir plena y regularmente las leyes de la lengua y del ritmo, sino que antes bien hay que esperar de ello la victoria de la distincién sobre la mediania, asi como tampoco en la musica se cree que las reglas del contrapunto puedan mermar la hermosa variedad de sus figuras. Pero aun dejando a un lado esas ramas artisticas, esta ley rige no menos para las artes plisticas, y me alegra haber encontrado en Fernow, expresado muy claramente a propésito de la escultura, casi Jo mismo que tengo por verdadero en relacién a la pintura de paisaje, a saber, que estilo puro y acabado verdaderamente correcto s6lo puede haber uno, que la individualidad le ha de venir desde ahi a la obra de arte, y que es el olvido de la mano en beneficio del espiritu lo que verdaderamente prueba la distincién de una obra, razén por la que incluso las mas nobles creaciones plasticas de la Antigiiedad parecen salidas de una sola mano y se puede decir de ellas, como de seres naturales, que unas veces mis y otras menos hermosas pero todas estin siempre ahi de verdad, que viven en una misma realidad. De ninguna manera pretendo concluir de ahi que necesariamente tenga que producir obras indignas aquel artista que, en virtud de las caracteristicas que Dios le ha dado, no es capaz de alzarse a la limpida y luminosa altura de la mas noble veracidad, sino que se ve forzado 2N, del Te: «Stile, «Charakters, «Vortrayes en alguna ocasién he traducido éste tl 96 ea ereaeertente Nee les oer teenie leet eee o el naturalista vulgar: antes bien, es innegable que un espiritu enérgico puede alcanzar en tales deformaciones una perfeccién que a menudo reclama nuestra admiracién; es sdlo que a una obra asf, sin embargo, es mejor no colocarla a la par tle otra ejecutada en estilo puro y con una presentacién correcta, si no queremos que parezca inacabada, 0 un extravio genial. Si alguien planteara no obstante la cuestién de dénde se expresarfa en tal caso, si no es en el estilo ni en la presentacién, esa individualidad del artista que pese a todo es lo que funda tanto su propia existencia como la de sus obras, nos veriamos llevados al momento a reflexionar acerca de las diferencias en el cardcter de la obra de arte; pues si llevamos mds adelante nuestra reflexién, nos sefialara enseguida que, asi como sdlo podenios entender y,expresar lo que nos es semejante, sélo el carécter de-la obra de arte puede ser el plano adecuado para que se manifieste el carécter del artista. De ahi que un Salvator Rosa pueda muy bien expresar la energia de su espiritu en violentas masas rocosas apiladas, en ramas de rboles robustas y zigzagueantes, © en nubes de tormenta y descargas eléctricas, que no por ello le resultarén tales objetos incompatibles con la veracidad y acabado de la imagen o la fidelidad en la perspectiva, ni la pureza y naturalidad del colorido menores que las de esos amenos parajes que el 4nimo claro y dulce de un Claude prefiere tomar tan gustosa- mente como espejo. Es verdad que eso explica y disculpa en gran parte el hecho de que el cardcter individual del artista se haga patente también en el estilo y en la presentacién, de modo que no es dificil advertir en un espiritu con las fuerzas en ebullicién un estilo abocetado y a menudo también fantastico, junto 1 una presentacién aspera y salvaje, ni raro el que, por 7 contra, unas energias productivas limitadas prefieran darse a conocer en un estilo natuéalista vulgar o amane- rado, y con un tipo de presentacién pequeiio y angustiado; pero pese a todo, no por ello hay que darlo por bueno, y por esa razén, en Rosa encuentro la dureza, la falta de veracidad y la ligereza en la represen tacién de objetos individuales tan reprochable como innegable la admiracién que me exigen la grandeza y energia de la idea de conjunto. De parecer esto paradé- jico, lo mAs aconsejable seria entonces buscar de nuevo en otras artes la justificacién de tales afirmaciones, de todos modos bastante ignoradas atin por la pintura de paisaje. Asi, contempla el coloso de Fidias, contempla o mis bien palpa ese torso herctileo, y si no lo estabas ya, te convenceras de que la fuerza suprema del heroismo més noble puede muy bien coexistir con la verdadera perfeccién de la forma, esto es, con la presentacién y el estilo puros, los tinicos verdaderos, e incluso de que sélo se la puede hacer aparecer a través de ellos. ¢Acaso debo recordarte atin las obras de Rafael?... ese colérico arcdngel que arroja a los infiernos a Lucifer, lanzado al asalto del cielo, esa imagen en que Jehov4, reclinado sobre los tres animales misticos y rodeado de Angeles, aparece en la plenitud de su fuerza y sefiorio: y todas, desde luego, con la misma perfeccidn de estilo y presen- tacién que tal gozo nos proporciona en la imagen transfigurada de su Madonna. gAcaso he de evocar en tu memoria esas obras de la arquitectura griega o alemana, inmortales en la idea e incluso alzadas en el tiempo hacia la eternidad, y en las que, ya se trate ‘del mds noble y libre de los templos o de una catedral que asciende hacia el cielo, toda grandeza y poderio han tomado forma sin embargo con un indecible amor y idelidad en cada detalle? Aqui, como en todas partes, se muestra claramente que sea cual fuere la orientacién 98, e de la idea’ de una.obra de arte, sin embargo se podria y se tendrfa que exigir a todas la misma realizacién, la misma interpenetracién y acoplamiento intimos de Razén y Naturaleza. Asi que a mi apenas me preocupa un exceso de uniformidad, pues el estilo puro que aqui se tiene en mente es un ideal} es por asi decir el centro de un perimetro inmenstirable desde el que se podrfan trazar infinitos radios sin que no obstante se afcanzara jamés el centro. Cada artista se mueve sobre uno de esos radios hacia ese centro ideal, y como criatura finita, nguno lo alcanzaré plenamente; y como su individua- lidad es diferente de cualquier otra desde la cuna, como se mueve sobre otro radio, ninguno se asemejaré del todo a otro, incluso si sus radios a menudo caen muy préximos. No mehos cierto es de todos modos que serdn siempre tos logros mds altos y excelsos de pura belleza- los que mds se aproximen entre si, y que, por el contrario, cuanto més crudamente visible se haga la individualidad del artista, tanto mds alejada estard la obra del ideal Pero si, de este modo, resulta infundado el temor a una uniformidad de las obras de arte ocasionada por un ico estilo, tal es el caso también aqui, en el arte del paisaje: en el que la infinitud del mundo se halla tan literalmente desplegada ante el artista, y donde la Naturaleza se mueve a su alrededor aparentemente sin ligazén alguna, y hasta sin leyes, sin que por ello deje de seguir constantemente leyes eternas ¢ inmutables; donde por una parte cae toda limitacién que obligue a cefiirse a un canon firme, definible mediante lineas, como la que se da en el caso de la representacién de la figura humana, y donde, por otro lado, una ley eterna- mente vigente contiene las causas que determinan a cada elemento particular. @ 99

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