Sie sind auf Seite 1von 37
INTRODUCCION El marxismo est4 en crisis porque hay una crisis del movimiento obrero. En el curso de los veinte uiltimos afios se ha roto el hilo enire desarrollo de las fuerzas productivas y desarrollo.de las contradiccio- nes de clase. No es que no hayan devenido espectaculares las contra- dicciones internas del capitalismo: nunca lo han sido tanto. Nunca el capitalismo ha sido tan poco capaz de resolver los problemas que en- gendra. Pero esta incapacidad no le es mortal: ha adquirido la facultad, poco estudiada y mal comprendida, de dominar la no solucién de sus problemas; sabe sobrevivir a su mal funcionamiento. Incluso obtiene una nueva fuerza: ya que sus problemas no solubles lo son intrinseca- mente. Continuardn siendo insolubles atin cuando el poder del Estado pertenezca a los partidos de la clase obrera. Continuardn siendo inso- lubles en tanto que el modo, las fuerzas y las relaciones de produc- cién no hayan cambiado de naturaleza. Qué es lo que les hard cambiar? Esta es la cuestién de fondo que se ha lla en el origen de la presente crisis del marxismo, Esta se basa, en efec- to, en una conexién de la que sabemos en la actualidad que, ast como no se ha verificado en el pasado, tampoco tiene probabilidades de ve- rificarse en el futuro. Esta conexion es la siguiente: 1° El desarrollo de las fuerzas productivas engendra la base mate- rial del socialismo. 2° El desarrollo de las fuerzas productivas hace surgir jabasexocksd del socialismo, a saber: una clase obrera capaz de apropiarse colectiva- mente y de dirigir la totalidad de las fuerzas productivas cuyo desarro- Ilo la ha hecho nacer. Ahora bien, la realidad es muy diferente: 1° El desarrollo de las fuerzas productivas del capitalismo es fun- 23 cional tnicamente con relacién a la légica y a las necesidades del ca- pitalismo. No solamente ese desarrollo no crea la base material del so- cialismo: la obstaculiza, Las fuerzas productivas desarrolladas por el capitalismo Mevan su marca hasta tal punto, que no pueden ser dirigi- das ni aplicadas segtin una racionalidad socialista. Si tiene que haber socialismo, deberan ser replanteadas, reconvertidas. Razonar en funcién de las fuerzas productivas existentes, cs colocarse en la imposibilidad de elaborar o incluso vislumbrar una racionalidad socialista. 2° El desarrollo de las fuerzas productivas del capitalismo se ha operado de manera que éstas no se prestan a una apropiacién directa por parte del trabajador colective que las aplica, ni a una apropiacién colectiva por parte del proletariado (1). En efecto, el desarrollo del capitalismo ha producido una clase obre- ra que, en su mayorfa, es incapaz de hacerse con el dominio de los me- dios de produccién y cuyos intereses directamente conscientes no con- cuerdan con una racionalidad socialista. Aqur es donde nos encontramos. El capitalismo ha hecho nacer una clase obrera (en un sentido mas amplio: un asalariado) cuyos intereses, capacidades y cualificaciones estén en funcidn de las fuerzas producti- vas, funcionales a su vez conrelacién a la Gnica racionalidad capitalista. La superacién del capitalismo, su negacién en nombre de una racio- nalidad diferente, ya no puede proceder mas que de las capas que re- presentan o prefiguran la disolucion de todas las clases, inclufda la mis- “ ma clase obrera. 24 1, EL PROLETARIADO SEGUN SAN MARX La teorfa marxista del proletariado no se funda en un estudio em- pirico de los antagonismos de clase ni en una expericncia militante del radicalismo proletario. Ninguna observacién empfrica ni experien- cia militante pueden conducir al descubrimiento de la misién histéri- ca del proletariado, misién que cs, segdin Marx, constitutiva de su ser de clase. Marx ha insistido en ello muchas veces: no es la observacién empirica de los proletarios lo que permite conocer su misién de clase. Es, por el contrario, ¢l conocimiento de su misién de clase lo que per- mite discernir el ser de los proletarios cn su verdad, Poco importa, por lo tanto, el grado de conciencia que los proletarios tengan de su ser; y poco importa lo que ellos crean hacer o querer: importa tan sélo lo que son. Incluso si, actualmente, sus conductas son mistificadas y los fines que creen perseguir contrarios a su misién histérica, tarde o tem- prano el ser triunfard sobre las apariencias y la Razén sobre las mistifi- caciones. Dicho de otro modo, el ser del proletariado es trascendente a los proletarios; constituye una garantia trascendental de la adopcion por parte de los proletarios de la justa linea de clase. (2) Un pregunta surge de inmediato: ¢Quién cs capaz de conocer y de decir lo que el proletariado es, cuando los mismos proletarios no ti nen de este ser mas que una conciencia incierta 0 mistificada? Histéri- camente, la respuesta a esta pregunta es: s6lo Marx ha sido capaz de conocer y de decir lo que cl proletariado y su misién historica son de verdad. Su verdad esta inscrita en la obra de Marx. Este es el Alfa y Omega; él es el fundador. Evidentemente, esta respuesta no es satisfactoria. En efecto: éPor qué y cémo el ser trascendente del proletariado ha sido accesible ala conciencia de Marx? Esta pregunta exige una respuesta filoséfica. Po- 25 demos sorprendernos de que Marx no la haya formulado. Vamos a tomprender enseguida porque él no pudo hacerlo. La teorfa marxista del proletariado es una sorprendente condensacién sincrética de las tres corrientes dominantes del pensamiento occidental en la época de la burguesfa heroica: el cristianismo, el hegelianismo y el cientificismo. E] hegelianismo contiene la clave de la cuestién. Para Hegel, efectiva- mente, la Historia es la progresién dialéctica y mediante la cual el es- piritu, antes ajeno a sf mismo, toma conciencia y posesién del mundo —el cual, en verdad, no era sino el Espiritu mismo existiendo afuera y separado de s{— hasta retomarlo completamente en si y ser uno con él. Los avatares de esta progresién son otras tantas etapas que, en razén de su contradiccién intema, estén necesariamente abocadas a “pasar a” la etapa siguiente, hasta la realizacion de la sintesis final que es a la vez el sentido de toda la Historia anterior y la finalidad de la Historia, Ast, el sentido de cada momento no es legible mas que a la luz de la sintesis final. éLegible para quién? Evidentemente, no para los indivi- duos particulares que hacen realidad un momento particular del cual no saben atin que deberén sobrepasar en razon de su contradiccién in- terna insostenible; sino legible inicamente para el filésofo F. G. W. Hegel, quien tuvo la intuicién genial de la Historia como desenvolvi- miento de un sentido inherente a si misma al final de los tiempos e in- citando a sus manifestaciones histéricas alicnadas, mistificadas, falli- das y mutiladas a superarse hasta coincidir con El. La filosoffa de Hegel es, en profundidad, la teologia cristiana igualandose a si misma como teofania: la Historia es escatologia, es, al final de los tiempos, el reino de Dios apelando a su advenimiento por mediacién de hombres histéricos que no comprenden atin el sentido de la obra trascendente que Ievan a cabo. Pero su conciencia importa poco, ya que la obra es- td garantizada por tina dialéctica que les trasciende. (3) Aqui se reconoce la matriz de la dialéctica marxista. De la dialécti- ca hegeliana, Marx conserva lo esencial, a saber: la idea de un sentido de la Historia independiente de la conciencia que tienen de ella los in- dividuos y que se realiza, en la medida en que la tengan, a través de sus actividades. Pero este sentido, en lugar de “caminar con la cabeza”, co- me en la obra de Hegel, caminard en Marx con las picrnas del proleta- riado: el trabajo del Espiritu izando al mundo a la conciencia de si hasta la unificaci6n final, no fue sino el delirio idealista de un tedlogo adherido al racionalismo. No es el Espiritu quien trabaja sino los tra- bajadores. La Historia no es la progresion dialéctica del Espiritu to- mando posesién del mundo, es la toma de posesion progresiva de la Naturaleza por el trabajo humano. El mundo no es inicialmente el Es- 26 piritu extrafio a sf, es primeramente la exterioridad de una Naturaleza hostil ala vida de los hombres y en la que sus actividades no tienen asi- dero. Pero, progresivamente, amoldaran la Naturaleza a sus necesida- des hasta cl momento en que, domindndola toda, se reconoceran en ella como en su obra. El obstdculo a este reconocimiento es doble: es, por una parte, el poder todavia insuficiente de las herramientas empleadas en la obra; Y ¢s, por otra parte, la separacién de los individuos con respecto a las herramientas pero también con respecto a los resultados de conjunto de su trabajo colectivo. Esta separacion (la alienacién resultante) no podré llegar a su fin sino con el advenimiento de una clase que realice la produccién integral de la Naturaleza por medio de una totalidad de herramientas que le es completamente alienada y que, por esto mismo, debera recuperar apropidndose nuevamente de ella colectivamente. “Debera” y “podra”, segiin Marx, por la razén de que esta totalidad de herramientas no puede ser tomada y realizada por ningi individuo particular sino por todos actuando conjuntamente en vistas de un re- sultado comtin. El hombre “volvera a encontrar” (serfa preciso decir: creara) su unidad con Ia Naturaleza cuando la Naturaleza se haya con- vertido en la obra del hombre y, por implicacion, el hombre sea su propio genitor. El comunismo, advenimiento del proletariado en tan- to clase universal, es el sentido de la Historia. Vemos el paralelismo. Lo que toma el lugar del Espiritu es la acti dad de producir del mundo. Primeramente disimulada a si misma, to- ma progresivamente conciencia de sf misma a medida que las fuerzas de producciém se desarrollan, hasta la auto-afirmacién prometeica del trabajador colectivo como autor, en la cooperacin de todos con to- dos, del mundo y de sf mismo. El resorte de Ja Historia, no cs la pre- sencia en si del Espiritu al fin de los tiempos, sino la impostbilidad que hay para un ser que es produccién del mundo, de aceptar que esta pro- duccién le sea robada y que sus productos, vueltos contra él, sirvan a la sujecién de “finalidades exteriores”. Esta imposibilidad es a la vez” esencial ¢ histérica: no se hace manifiesta y operante sino a partir del momento en que la naturaleza de las técnicas y de las relaciones socia- les de produccién haga que el mundo, despojado de su “velo mistico”, aparezca como producto del trabajo social y los individuos, liberados de sus “‘actividades limitadas” gracias a la socializacién del trabajo, co- mo los productores del mundo. El capitalismo, segiin Marx, satisface estas dos condiciones: sus fuer- zas productivas, al desarrollarse, hacen surgir, en lugar del mundo na- tural y de sus misterios, ¢l universo tecnificado de la fabrica automati- 27 ca, de su entorno y sus riquezas fabricadas; y este universo industrial a su vez hace surgir ufta clase cuyos miembros no trabajan en su interés individual particular ni con los medios individuales particulares: son, por el contrario, despojados de toda individualidad particular e, inter- cambiables, realizan una totalidad de capacidades y medios técnicos inmediatamente sociales para producir de una vez efectos globales. Tal es el proletariado: con 4, el trabajo como auto-produccién del hombre y del mundo tiene, por primera vez, la oportunidad histéri- ca de igualarse a si mismo y de hacer advenir el reino de un universal humano. El hecho notable es que esta teoria partié, no de una ob- servacién cmpirica, sino de una reflexion critica sobre la esencia del trabajo, Ilevada a cabo en reaccién contra el hegelianismo. Para el jo- ven Marx, no era la existencia de un proletariado revolucionario lo que justificaba su_teorfa. Es, por el contrario, su teoria lo que permi- tfa predecir la aparicién del proletariado revolucionario y establecia su necesidad. La primacfa pertenecfa a la filosoffa. La filosoffa anti- cipaba el curso de las cosas, establecfa que la Historia tenfa por sen- tido hacer surgir, con el proletariado, una clase universal Gnica capaz de emancipar a toda la sociedad. Era preciso que esta clase surgicra y, de hecho, empezaban a poder observarse los signos de su advenimien- to. Estos signos eran s6lo legibles para el filésofo. Pero el filésofo, en tanto conciencia separada del proletariado en su significacién histéri- ca, estarfa destinado a desaparecer a medida que el proletariado toma- ra conciencia de su propio ser y lo asumiera en la practica. Entonces la filosoffa se encamarfa en el proletariado. El fildsofo en tanto con- ciencia filoséfica separada debia aspirar a su auto-supresién y, en con- secuencia, a la supresién de la filosofia como actividad scparada. La dialéctica materialista segin Ia cual la actividad productiva de- be recobrarse como fuente del mundo y del hombre mismo, para abo- lir, finalmente, en la unidad de la auto-produccién integral “todos los poderes exteriores”, deberd pues acompaiiarse de una dialéctica po- Iitico-filoséfica segiin la cual el proletariado deberd interiorizar la con- ciencia de si que, en principio, no existe mas que en el exterior de si mismo, en la persona de Karl Marx y, mas tarde, en la vanguardia mar- xista-leninista. Esta lectura de Marx que propongo (4) es la que han hecho, a sa- biendas o no, las generaciones de militantes revolucionarios de antes y después del mayo de 1968. Es evidentemente una lectura historica, he- cha con los medios y las referencias intelectuales de hoy, y que no pre- tende restituir con fidelidad el proceso histérico del pensamicnto del mismo Marx. Esto no le impide ser verdadera: traspone y reproduce el 28 ca, de su entorno y sus riquezas fabricadas; y este universo industrial a su vez hace surgir una clase chyos miembros no trabajan en su interés individual particular ni con los medios individuales particulares: son, por el contrario, despojados de toda individualidad particular e, inter- cambiables, realizan una totalidad de capacidades y medios técnicos inmediatamente sociales para producir de una vez efectos globales. Tal es el proletariado: con él, el trabajo como auto-produccién del hombre y del mundo tiene, por primera vez, la oportunidad histéri- ca de igualarse a si mismo y de hacer advenir el reino de un universal humano. El hecho notable es que esta teoria partié, no de una ob- servacién empirica, sino de una reflexién critica sobre la esencia del trabajo, Hevada a cabo en reaccién contra el hegelianismo. Para el jo- ven Marx, no era la existencia de un proletariado revolucionario lo que justificaba su teorfa. Es, por el contrario, su teoria lo que permi- tYa predecir la aparicién del proletariado revolucionario y establecia su necesidad. La primacta pertenecfa a la filosoffa, La filosofia anti- cipaba el curso de las cosas, establecia que la Historia tenia por sen- tido hacer surgir, con el proletariado, una clase universal dnica capaz de emancipar a toda la sociedad. Era preciso que esta clase surgicra y, de hecho, empezaban a poder observarse los signos de su advenimien- to. Estos signos eran sdlo legibles para el filésofo. Pero el filésofo, en tanto conciencia separada del proletariado en su significacion histéri- ca, estaria destinado a desaparecer a medida que el proletariado toma- ra conciencia de su propio ser y lo asumiera en la practica. Entonces la filosoffa se encamaria en el proletariado. EI filésofo en tanto con- ciencia filoséfica separada debfa aspirar a su auto-supresion y, en con- secuencia, a la supresién de la filoso fia como actividad separada. La dialéctica materialista segiin Ia cual la actividad productiva de- be recobrarse como fuente del mundo y del hombre mismo, para abo- liz, finalmente, en la unidad de la auto-produccion integral “todos los poderes exteriores”, deberd pues acompafiarse de una dialéctica po- Iitico-filoséfica segiin la cual el proletariado deberd interiorizar la con- ciencia de si que, en principio, no existe més que en el exterior de sf mismo, en la persona de Karl Marx y, més tarde, en la vanguardia mar- xista-leninista. Esta lectura de Marx que propongo (4) es la que han hecho, a sa- biendas 0 no, las generaciones de militantes revolucionarios de antes y después del mayo de 1968. Es evidentemente una lectura historica, he- cha con los medios y las referencias intelectuales de hoy, y que no pre- tende restituir con fidelidad el proceso histérico del pensamiento del mismo Marx. Esto no le impide ser verdadera: traspone y reproduce el 28 proceso marxista segtin nuestro presente sistema cultural de referen- cias. Para los jévenes militantes revolucionarios de antes y después de mayo de 1968, como para Marx, no se milita en ¢l movimiento revolu- cionario ni sc establece uno en las fabricas porque el proletariado ac- tia, piensa y siente de manera revolucionaria, sino porque es revolu- cionario por destino, lo que quiere decir: debe serlo, debe “devenir lo que es”. A partir de esta posicién filoséfica se anuncia la posibilidad de todas las desviaciones: vanguardismo, sustitucionismo, elitismo, y su negati- vo: espontaneismo, seguidismo, trade-unionismo. La imposibilidad de toda verificacién empirica de la teorfa no ha dejado de pesar sobre el marxismo como un pecado original. Inversién de la dialéctica hegeliana, la filosoffa del proletariado no puede, efectivamente, esperar su legitimacién de los proletarios empi- ricos ni del curso de los acontecimientos: a ella corresponde, por el contrario, legitimarlos y expresar su significacién verdadera. La matriz hegeliana hace del filésofo el profeta y de la filosofia la Revelacién del Sentido del Ser. Los discfpulos de Hegel no podian ser sino sacerdotes del hegelianismo: se les ha olvidado porque creyeron neciamente reco- nocerse en los funcionarios de la Razén del Estado. No se ha olvidado a los discipulos de Marx porque el proletariado conserva todavia el misterio de su trascendencia: no se ha igualado atin asf mismo y asu tarea hist6rica; no ha interiorizado todavia la conciencia dest mismo ala que Ja vanguardia marxista (leninista) le remite. Esta vanguardia permanece pues necesariamente separada en virtud de la misma misién histérica de la que esta, a sus propios ojos, investida. Y porque permanece sepa- rada, nadie —sobre todo, no el proletariado— esta capacitado para zan- jar los debates que conjeturan los marxistas. A falta de una posible ve- tificacién empirica, sus divergentes tesis politico-tedricas no pueden extraer su legitimidad mds que de la fidelidad al Libro. El espiritu de la ortodoxia, el dogmatismo, la religiosidad, no son fenémenos accidentales del marxismo: son necesiaramente inherentes a una filosofia de estructura hegeliana (incluso si esta estructura ha si- do “cnderezada”) cuyo profetismo no tiene otro fundamento que la revelacién que fue transmitida al espiritu del profeta. Podéis buscar, ciertamente, el fundamento de la teoria marxista del proletariado. (5) El tinico fundamento que sus diferentes Defensores os ofreceran, es la obra de Marx y la palabra de Lenin: es decir, la autoridad de los funda- dores. La filosofia del proletariado es religiosa. No retiene de lo real mas que los signos que la confortan: “Habiéndose establecido que el proletariado es y debe ser revolucionario, veamos las razones sobre las 29 que se apoya y los obstaculos ante los que se rompe su voluntad revo- lucionaria.”” El modo de exponer el problema determina las bisquedas para re- solverlo. Estas busquedas, y su resultado, serian sin duda bastante di- ferentes si yo formulara el problema como sigue: “Habiéndose estable- cido que el proletariado no es revolucionario, veamos si ¢s posible aun que lo devenga y por qué sc ha podido creer durante largo tiempo que lo era ya.” ~ 30 2. LA IMPOSIBLE APROPIACION COLECTIVA La sustituci6n del “trabajo general abstracto” en lugar del trabajo in- dividual del artesano es la clave, en la teoria marxista, de la necesidad histérica del comunismo. En la medida en que es propietario de sus fitiles y de sus productos, el artesano conservaba una identidad indivi- dual, imponia a su produccién su sello particular y vivia su trabajo co- mo el ejercicio inmediato de su autonomia. En efecto, es solamente en la medida que sus productos eran mercancias, fabricadas con el Gni- co fin de ser vendidas en el mercado, que el artesano vivia la experien- cia de su alienaci no era duefio del valor de cambio de su produc- cién; ésta dependfa en gran medida de corrientes comerciales que es- taban bajo su control, luego, mas tarde, de innovaciones técnicas accesi- bles tan sélo a las fabricas. Pero si bien estaba alienado como propie- tario y comerciante de productos, permanecia soberano en cl seno de su trabajo en tanto proyector y productor, transformando y transfigu- rando la materia segtin unos métodos y un ritmo que, dentro de cier- tos limites, le eran particulares. Soberano como productor, alienadc como propictario y comer- ciante, el artesano tenfa pues un interés particular limitado: el de ase- gurar a su produccién un valor de cambio maximo y estable, lo que suponia asegurar una posicién de monopolio o, cuando esto resultara imposible, unirse a otros artesanos, obteniendo de la ciudad una limi- tacién de su niimero y una reglamentacién de la duracién del trabajo, condiciones de venta, etc. Lo que permitia la soberania del artesanado —el ejercicio auténomo de un oficio particular— constituia asimismo la limitacién de su campo de soberanfa: como especialista de una produccién particular, no tenfa interés ni vocacién en ejercer su sobcranfa més alla del campo de su 31 oficio. Este le conferfa una identidad y un lugar propios en la socie- dad. Tenia interés en defender este lugar y mejorarlo en lo posible, no en poner en cuestién radicalmente a la sociedad entera y pretender su reconstruccién sobre nuevas bases. | Por el hecho mismo de poscer “sw” oficio y “sus” herramientas, el artesano —o el libre trabajador produciendo a domicilio para el merca- do— permanecia sujeto a formas particulares de trabajo, a una habili- dad particular, perspectiva individual, cjercidas durante toda su vida, a intereses profesionales, comerciales y locales particulares. Su proletari- zacién, pensaba Marx, iba a liberar su individualidad de los I{mites par- ticulares: desposefdo de sus herramientas y de su oficio, separado de su producto, forzado a realizar una cantidad predeterminada de traba- jo segan una habilidad banalizada y socializada que hacia a los proleta- rios intercambiables, el obrero iba a tomar conciencia de si mismo como potencia universal y desnuda del trabajo general abstracto: de un trabajo despojado de sus determinaciones particulares hasta el pun- to de no ser mas que la csencia misma del trabajo social trascendente a todo interés individual, toda propiedad personal, toda necesidad de un objeto determinado, toda relacién con un producto. Dicho de otro modo, la proletarizacién debia reemplazar producto- res particulares y “limitados” por la clase de los productores en gene- ral, inmediatamente consciente de su poder sobre el mundo entero, de su poder de producir, de recrear el mundo y el hombre. Entre los pro- letarios, la suprema pobreza del poder sin objeto debfa tener como re- verso la virtual omnipotencia: puesto que no tiene ya un oficio, el pro- letario es capaz de todos los trabajos; puesto que no tiene ya cnalifica- cién especifica, tiene una cualificacién social universal para adquirirlas todas; puesto que no esta atado a trabajo alguno, a producto determi- nado alguno, est4 preparado para abrazar la totalidad de las produccio- nes, ¢s decir, el sistema de produccién industrial del mundo entero; puesto que no tiene nada, es capaz de quererlo todo y de no contener- se con menos que la apropiacién de la totalidad de las riquezas. Marx no ha cesado, a lo largo de toda su vida, de insistir en esta yo- cacién de los proletarios de ser y poder todo, no solamente en tanto clases sino también individualmente. Y el gran problema que Marx y, a continuacién, los marxistas han tenido para resolver, ha sido el de la encarnacién de Ja clase en cada uno de los individuos que la compo- nen. En el primer desarrollo que dedicé a esta cuestion, el problema esta lejos de resolverse: Marx afirma que, por el hecho de estar despo- scidos de todo y despojados de toda humanidad, los proletarios, “para asegurar su existencia”, deben (Marx escribe a veces “deben y pue- 32 den”) reconquistar el ser-hombre en su totalidad y cambiar el mundo radicalmente, Pero de esta primera afirmacién, que se encuentra en los primeros de sus escritos filoséficos, Marx sc desliza sin otra explica- cién a una afirmacién de un alcance bien distinto: es porque no son nada que “los proletarios del tiempo presente son capaces” de devenir todo, a titulo colectivo pero también a titulo individual. He aqui el pasaje entero: “Las cosas han legado pues actualmente al punto en que los indivi- duos deben apropiarse de la totalidad existente de las fuerzas producti- vas, no solamente para poder manifestar su actividad personal, sino también, finalmente, para asegurar su existencia. Esta apropiacidn tie- ne como primera razén el objeto a apropiar —las fuerzas productivas convertidas en totalidad no existen sino en el marco de un comercio universal, (...) La apropiacién de estas fuerzas no es ella misma més que el desarrollo de las capacidades individuales correspondientes a los instrumentos materiales de produccién. La apropiacién de una totali- dad de instrumentos de produccién es por esto mismo el desarrollo de una totalidad de capacidades en los individuos mismos, Esta apropia- cién estd ademds condicionada por los individuos apropiadores. Sélo los proletarios del tiempo presente, totalmente exclutdos de toda acti- vidad personal, son capaces de realizar su actividad personal completa, no conociendo mas limites, la cual consiste en la apropiacibn de una totalidad de fuerzas productivas y en el desarrollo conexo de una to- talidad de capacidades.”(6) éCémo pasa pues Marx de la afirmacién de una necesidad objetiva (“los individuos deben apropiarse de la totalidad existente de las fuer- zas productivas para asegurar su cxistencia”) a la afirmacién de una posibilidad existencial: “sélo los proletarios del tiempo presente son capaces de realizar su actividad personal completa (...) en el desarrollo de una totalidad de capacidades”? La pregunta sigue sin respuesta. Es porque la capacidad del proletariado de convertirse en todo en cada uno de sus miembros no es del mismo orden que la necesidad de apro- piarsc de todo: la primera cs de orden filoséfico; resulta de la csencia del proletariado tal como Marx la derivé de Hegel: es el poder univer- sal del Trabajo tomando conciencia de si como fuente del mundo y de Ja historia, Por el contrario, la afirmacién de la necesidad de apropiarse de todo resulta (o pretende resultar) de un andlisis del proceso histéri- co de proletarizacién. Efectivamente, este andlisis no consigue fundar el postulado filoséfico. Examindandolo més de cerca, en efecto, se le distingue sin dificultad: en la obra de Marx, la conviccién (filosofica) primera es que el proleta- 33 riado en general y cada proletario en particular debe poder devenir” duefio de una totalidad de fuerzas productivas con cl fin de desarrollar una totalidad de capacidades. Esto es necesario si el proletariado debe igualarse a su esencia. El andlisis del proceso histérico se hard en fun- cién de esta conviccién primera. Marx describié la proletarizacién de modo que demostrara que produce un proletariado consciente de su ser, es decir, que le obliga, “para asegurar su existencia”, a convertirse en lo que debe’ser. El andlisis histérico es sin embargo tan pobre que es incapaz de deducir del examen de los hechos, la tesis que se le repu- +6 haber fundado. Marx encuentra a su témino tan sélo lo que habia en su comienzo, sin que su andlisis haya enriquecido sustancialmente su idea primera. Porque nada, en los hechos, garantiza esta idea en la época en que la emitié, El proletariado cst4 compuesto cn su mayoria por campesinos y artesanos arruinados, desposefdos de sus titiles y de su oficio. En las fabricas, las minas, los talleres, el trabajo era realizado por una mayo- ria de nifios y de mujeres. Adam Smith pone de relieve que muchos patrones de fabrica prefieren emplear obreros “medio imbéciles” y el mismo Marx, en “El Capital”, describira el trabajo obrero en las ma- nufacturas y en las fabricas llamadas automaticas, como una mutila- cién de las facultades intelectuales y corporales de los obreros. La fa- brica produce “monstruos”, individuos “incapaces de hacer algo inde- pendiente”’, hombres “‘subdesarrollados”, “empobrecidos”, sometidos a una “disciplina militar’(7): en pocas palabras, todo lo contrario del proletariado ideal dominando a “una totalidad de instrumentos de produccién” y realizando su perfeccionamicnto personal en “una acti- vidad que no conoce ya limites” (“La ideologia alemana”). No es sino hasta unos diez afios més tarde, en presencia de una nue- va clase de’ obreros de oficio, polivalentes, los que seran protagonistas del anarcosindicalisma, que Marx, en los “Grundrisse”’, cree poder des- cubrir cl fundamento material de la capacidad de auto-emancipacion de los proletarios y de su vocacién autogestionaria: prevé entonces que el desarrollo de las fuerzas productivas reemplazara al ejército de los trabajadores manuales y de los obreros especializados militarmente encuadrados, por una clase de obreros politécnicos, ala vez manuales ¢ intelectuales, que dominarin cl proceso de fabricacién en su conjunto, ejerceran su control sobre la totalidad de técnicas complejas, pasaran facilmente de un trabajo al otro, de un tipo de produccién a otro. El despotismo de la fabrica, los oficiales y sub-oficiales de la produccién seran suprimidos, los mismos patrones apareceran como superfluos 34 parasitos y los “productores asociados” ejerceran su poder autogestio- nario en las fabricas y en la sociedad: “Persiguiendo sin tregua la forma general de la riqueza, el capital empuja al trabajo més alld de los limites determinados por la frustra. cién natural de las necesidades, y crea ast elementos materiales para el desarrollo de la individualidad rica, integralmente expandida en la pro- duccién tanto como en el consumo y en la que el trabajo no aparece ya, por consiguiente, como trabajo mismo sino como plena expansion de la misma actividad de la que ha desaparecido la necesidad natural bajo su forma inmediata; pues en el lugar de la necesidad natural se ha instalado una necesidad producida histéricamente.”(8) Marx reemprendié muchas veces este tema, en particular en la “Cri- tica del programa de Gotha”, Creyé tener por fin en el obrero politéc- nico la figura del proletario reconciliado con el proletariado, del sujeto de Ia historia encarnado en un individuo de carne y hueso. Segtin esto, Marx se equivocé. Y a continuacién se equivocaron todos aquellos que (9) pensaron que el perfeccionamiento de las técnicas de produc- cién y su automatizacién iban a suprimir el trabajo no cualificado y no dejarfan subsistir mas que trabajadores técnicos de nivel relativamente elevado, teniendo una visién global de los procesos técnico-econémi- cos y capaces de autogestionar la produccion. Sabemos que es exacta- mente lo contrario lo ocurrido: la automatizacién, junto con la infor- matizacion, suprimen los oficios y las posibilidades de iniciativa y con- vierten en un nuevo tipo de obrero especializado alo que queda de obre- ros y empleados cualificados (10). El ascenso de los obreros profesio- nales, de su poder en la fabrica, su proyecto anarcosindicalista, no ha- bran sido mds que un paréntesis que el taylorismo, después “La organi- zaci6n cientifica del trabajo” (O.C.T.) y finalmente la informatica y el robotismo, habrén cerrado. El capital ha conseguido, més alld de todo lo que podfa preverse, re- ducir el poder obrero sobre la produccién. Ha sabido combinar la gi- gantesca exapansién de los potenciales de produccién con la destruc- cién de la autonom{a obrera. Ha sabido confiar maquinarias cada vez més complejas y poderosas a la vigilancia de trabajadores de capacida- des cada vez més limitadas. Ha conseguido que incluso aquellos que debian dominar m4quinas gigantes fueran dominados en y por el tra- bajo de dominacién que debian ejecutar. Ha hecho crecer a la par el poder técnico del proletariado en su conjunto (del “trabajador colec- tivo”) y la impotencia de los proletarios como individuos, equipos y grupos. (11) La unidad del proletariado, el trabajo como poder universal, han caido de este modo fuera del alcance de la conciencia de los proleta- rios, La omnipotencia colectiva de una clase productora del mundo y de la historia es totalmente incapaz de convertirse en sujeto consciente de s{ en sus miembros. La clase que, colectivamente, desarrolla y pone en accién la totalidad de las fuerzas productivas, es incapaz de apro- piarse de esta totalidad: de someterla a sus propios fines y de conside- rarla como la totalidad de sus propios medios. En pocas palabras, el trabajador colectivo ha permanecido como exterior a los proletarios. El desarrollo capitalista le ha dado una estructura tal que ¢s imposible que los proletarios de carne y hueso se reconozcan en él, se identifi- quen con él, lo interioricen como su realidad y potencia propias. Porque, estructurado por la divisién capitalist del trabajo, ajustado a las exigencias inertes de las maquinarias a las que sirve, el trabajador colectivo funciona ¢l mismo ala mancra de un mecanismo: ala manera y bajo el modelo de los ejércitos. Desde su origen, ¢l lenguaje indus- trial es un lenguaje militar: “La subordinacién técnica del obrero al rit- mo uniforme del medio de trabajo y la composicién particular del me- dio de trabajo, hecha de individuos de edad y sexo diferentes, crean una disciplina completamente militar, que se convierte en el régimen completo de las fabricas y desarrolla, en toda su amplitud, el trabajo ya mencionado de los vigilantes y la distincién de los obreros en tra- bajadores y vigilantes, en soldados y sub-oficiales de la industria.”(12) Pero lo propio del ejército, es precisamente que cada unidad y cl conjunto de las unidades son totalmente externas a cada uno de los soldados. Tanto como “la fuerza de ataque de un escuadrén de caba- Ilerfa” o la “fuerza de resistencia de un regimiento de infanter{a”,(13) Ja fuerza del trabajador colectivo no es la fuerza propia de ningun in- dividuo, Tanto peor: la organizacién del trabajador colectivo, trascen- dente y forjada por el exterior, rio es ya dominable por los trabajado- res individuales o agrupados, asf como el plan de marcha de un ejército no es dominable por los miembros de una escuadra. De esta manera, los proletarios son y no son a la vez el trabajador colectivo, del mismo modo que los soldados son y no son el ejército que maniobra, avanza tenazmente y penetra por sorpresa. Lo son a los ojos del gencral del cjército cuyo plan estratégico sc despliega en cen- tenares de 6rdenes parciales destinadas a centenares de jefes de unida- des mas pequenas. Visto desde la cumbre de una colina, el ejército se conduce como un animal inteligente cuya cabeza tnica gobierna milla- res de brazos y piernas; pero este animal no existe para si: los soldados y los jefes de unidad no conocen ni cl plan estratégico de conjunto ni 36 las maniobras de su ejército. No conocen més que las drdenes y los movimientos locales, parciales, cuyo sentido se les escapa. Del mismo modo que los soldados no pucden interiorizar el “‘solda- do colectivo” que es el ejército y —cualesquiera que sean los fines a los que sirve— someter su funcionamiento interno a su voluntad comin, igualmente los trabajadores no pueden interiorizar el trabajo colectivo y someter a su control directo el proceso social de produccién. El obs- taculo, insistiremos en ello, no es la estructura jerarquica del trabaja- dor colectivo, sino lo que necesitaria esta estructura jerarquica, a sa- ber: la dimensién de las unidades de produccién, su dependencia, la divisién del trabajo territorial, social y técnico que encarnan, en resu- men, la imposibilidad de tener una vision de conjunto y de actuar de modo que alli donde los fines inteligibles que todos habrfan, por hi- pétesis, asignado a este aparato gigantesco, se reflejaran en el trabajo de cada uno. Imposibilidad, por otra parte, deliberadamente provoca- da por la patronal como medio de asegurar su dominio.(14) La exterioridad del trabajador colectivo respecto a los trabajadores individuales es pues inherente a la estructuracién material del aparato productivo, a la naturaleza de los procesos y de los flujos fisicos que ordena, Y no es simplemente en razén de circunstancias historicas par- ticulares que Lenin fue partidario del taylorismo y Trotsky (cuando estaba en el poder) de la militarizacién del trabajo. A sus ojos, no ha- bia incompatibilidad alguna entre la division parcelaria y jerarquica del trabajo, por una parte, y cl poder sin divisién del prolctariado, por otra, tan acostumbrados estaban a concebir a éste como una entidad diferente —distinta hasta devenir separada— de los proletarios. La tcoria marxista, efectivamente, no ha precisado nunca quién, jus- tamente, cfectia la apropiacion colectiva, en qué consiste, quién cjer- ce, y dénde, el poder emancipador conquistado por la clase obrera; qué mediaciones politicas pueden asegurar a la cooperacién social su caracter voluntario; cual es la relacién de los trabajadores individuales con el trabajador colectivo, de los prolctarios con el proletariado. Marx no traté estos problemas mas que a nivel filosdfico, en sus obras de juventud. Y sobre aquel plan pudieron parecer solubles en un prin- cipio: bastaba considerar al Proletariado como una entidad existente en sf y para si,a la manera del Espiritu hegeliano; y afirmar que la inte- riorizacion de su ser alienado, ¢s decir, del trabajo social colectivo, es cl “movimiento de lo real”. Pero al hacerlo suponta arriesgarse al mis- mo tipo de fallos que habia conducido a Hegel a ver en el Estado pru- siano el cumplimiento de Ia Historia: se corria el riesgo de confundir el Estado de los teéricos del proletariado con el poder de clase de los SF proletarios, la institucionalizaciOn estatica del trabajador colectivo con la dpropiacién colectiva de los medios de produccién en manos de los productores asociados.(15) De hecho, la ideologia de los regimenes apclando al socialismo no ha dejado de ser dominada por el culto cuasi-mistico del Proletariado, del Trabajo social y de la Produccién como entidades exteriores sepa- radas. La ideologia de las relaciones entre los individuos y una socie- dad totalmente estatal hace pensar mas bien en la ideologia del hormi- guero (es decir, del hiper-organismo regulando las actividades de los in- dividuos en virtud de una inteligencia que les rebasa) o en la ideologia militar mas que en el comunismo. No es necesario llegar a la conclu- sién de que esta ideologia no tiene nada de proletaria ni de marxista. Ya Marx, y sobre todo Engels, estuvieron fascinados por la jerarquia cuasi-militar de la gran fabrica*Las virtudes militares de disciplina, rec- titud, desinterés, espititu de sacrificio y adhesién a los jefes domina- ron desde muy temprano las relaciones internas de las organizaciones obreras que apelaban al marxismo. Sus dirigentes se consideraban como los funcionarios del Proletariado —en el sentido que Hegel habla de fun- cionarios de lo Universal y Marx de funcionarios del Capital— y el Pro- letariado era considcrado como una entidad mistica con la que los pro- Ietarios no podian tener otro tipo de relacién que la de los soldados con el ejército: la de servicio. Servir a la produccién, a la revolucién, al Estado proletario, al Pue- blo: la tenacidad y Ia universalidad de esta ideologia no se explicaria ni por desviaciones histéricas determinadas en relacién al marxismo, ni tan sélo por las lagunas de la teorfa marxista y su sello hegeliano. Es la resistencia de esta huella y la longevidad de estas lagunas que es preci- so explicar. Y esta explicacién, bien mirado, la tenemos ante nuestros ojos: el proletariado mismo, como parte integrante del “trabajador co- lectivo”, refleja la disposicién social de los medios de produccién que pone en accién. Estos medios de produccién no son simplemente ma- quinarias neutras: las relaciones capitalistas de dominacién se inscri- ben en ellos y se vuelven contra los trabajadores bajo la apariencia de exigencias técnicas inflexibles. El hecho de que la maquina producto- ra exija una organizacién jerarquica cuasi-militar, numerosos-servicios de estado-mayor y de intendencia, este hecho emplaza al movimiento obrero ante la alternativa siguiente: 1°) © bien, en virtud de una idcologia productivista, se mantiene el desarrollo de Jas fuerzas productivas como la condicién primordial de toda liberacién. No se trata, entonces, de poner en cuestién las fuerzas productivas introducidas por el capitalismo: no se trata sino 38 Biasiautiendorssttaesenrte oe de gestionarlas y mejorarlas con mayor eficacia, o incluso de acelerar su ritmo de crecimiento. La apropiacién colectiva de los medios de produccién no puede entonces consistir mas que en esto: los trabaja- dores son incitados a someterse voluntariamente a las necesidades de la produccién social que, hasta entonces, habian sufrido; legitimaran asf, mediante sus representantes institucionales, las estructuras orga- nizativas cuasi-militares que el proceso de produccién exige. El poder de la clase obrera aparece como un dominio ejercido sobre los obreros en nombre de su clase, 2°) O bien es reconocido que los medios de produccién y una parte importante de la produccién misma no se prestan a una apropiacién colectiva real y concreta por parte de los proletarios reales, Se trata entonces de cambiar los medios y la estructura de la produccién de modo que se conviertan en apropiables colectivamente. Esta tarea, sin embargo, no es ni simple ni inmediatamente realizable: no puede, efec- tivamente, ser emprendida por el trabajador colectivo tal como ha sido formado por el desarrollo de las fuerzas productivas del capitalismo. Supone ‘una transformacion interna de la clase obrera, de la naturaleza de las cualificaciones, de la divisién de tareas, de la definicién de los profesionales y de sus competencias, en funcién de criterios esencial- mente politicos y culturales. Supone que en lugar de ser calco del pro- ceso de produccién, la clase obrera se desliga, se define segtin sus exi- gencias auténomas y emprende la tarea de forjar los medios correspon- dientes a estas exigencias. El poder politico de la clase obrera aparece entonces no como una solucién sino como una condicién entre otras de las transformaciones a emprender. 39 3. EL PROLETARIADO COMO CALCO DEL CAPITAL La proletarizacién, entre los obreros, no esta consumada mds que con la destruccién de toda capacidad auténoma de producir su subsis- tencia. En tanto que el obrero posea una caja de herramientas que le permita atender sus propias necesidadcs; en tanto que disponga de un pequefio jardin en que cultivar legumbres o criar gallinas, su proleta- rizacién le parecer accidental y remediable, ya que convencido por la experiencia existencial de una autonom{a posible: debe ser posible sa- lir de ella, establecerse un dia por su cucnta, comprar con sus ahorros una vieja granja, bricolar para atender sus propias necesidades una vez jubilado. En resumen, la “verdadera vida” esta en otra parte, se es pro- letario por mala suerte, en espera de algo mejor. Mientras tanto, cl sueiio (o el proyecto generalmente irrealizable) de una “existencia independiente” de artesano 0 campesino, o la autono- mia, por parcial que sea, hace de barrera u obstaculo a la “conciencia de clase”, es decir a la identificacién consciente del proletariado en tanto que destino social de sus miembros, Por esta razén es por la que Ja burguesia, conscientemente o no, ha dispuesto en la vida obrera (en Gran Bretafia y Alemania, especialmente) estos islotes de autonom{a marginal que son, detras de la casa del obrero o en la zona entre ciu- dad y fabrica, las minusculas parcelas de jardin-huerto. Por esta razén, por otra parte, es por la que los militantes proletarios han gencralmen- te combatido el deseo de autonom/a individual como un residuo, en el obrero, del individualismo pequefio burgués. La autonomia no es un valor proletario, El deseo de autonomia es una “nostalgia del pasado”’, un “engafiabobos”: os impide ver que el proletariado es necesario para el capitalismo, que es imposible volver ala rueca y al molino deviento y que cada proletario que espera salir individualmente mina la capaci- 40 dad: que tendria el proletariado, solamente con que todos sus miem- bros se uniesen, de expulsar a la burguesia del poder y de poner fin a Ja sociedad de clases. Los imperativos politicos de la lucha de clases han impedido asi al movimiento obrero interrogarse sobre la eventual legitimidad del de- seo de autonomia en tanto que exigencia espectficamente existencial. Que esta exigencia fuese politicamente molesta no prueba nada en cuanto a su irreductibilidad: uma necesidad puede existir por razones diferentes de las politicas y persistir a pesar de los imperativos pol{ti- cos que acttian en su contra. Este es el caso de las necesidades exis- tenciales (estéticas, crdticas, relacionales, afectivas) y mas particular- mente de la necesidad de autonomia. No reconocer la autonomia re- lativa de las necesidades existenciales y pretender subordinarlas a un imperativo politico, es obligarse a reprimir indefinidamente las me- nores manifestaciones como desviaciones © traiciones politicas. Esta represion es tan antigua como la organizacion politico-sindi- cal, sobre una base de clase, de un prolctariado desposefdo en su ma- yoria de capacidades autonomas de trabajo. Exist‘a mucho antes que Stalin y contintia existiendo después de él, Tiene su raiz en la imposi- bilidad de vivir el ser proletario y,a fortiori, la unidad del proletariado, como una realizacion y una liberacién individual. El ser de clase, en efecto, precede a su realizacion individual como cl conjunte de limi- tes insuperables que el sistema social impone a la libertad de los pro- letarios. Nunca se es libre en tanto que individuo sino en los limites de un ser de clase que se realiza necesariamente hasta en los intentos de salirse. El ser de clase del proletariado reside en el hecho de que es ex- plotado en tanto que fuerza de trabajo indefinidamente intercambia- ble, y que solamente como ser indefinidamente intercambiable —es de- cir como uno cualquiera entre otros, al igual que él completamente alienados— cs como, con todos los demas prolctarios, puede influir so- bre sus explotadores. Debe hacer un arma de su scr en tanto que esta alienado como una cantidad de trabajo cualquiera. Y el militante ejem- plar es el que interioriza esta necesidad: no existe como individualidad auténoma; Eepeventa 3) lee que, como hemos visto, no puede ser sujeto por definiciénKechaza por tanto su propia subjetividad para convertirse en el pensamiento objetivo de la clase pensdndose en él; ri- gidez, dogmatismo, materialismo, lengua de palo y pasién autoritaria son las cualidades inherentes a este pensamiento que se vive sin sujeto. Como el de todo clero, este pensamiento refleja y prolonga una ac- titud escatolégica-religiosa: la fe en el cambio total, en el mas alld de la historia que es el fin y el comienzo de la Historia, del Todo y de la 41 Nada. Estando completamente negado el proletario por un sistema so- cial basado en su perpetua alicnacién, bastara que sc acepte en su des- posesién y se niegue completamente como individuo, para recuperar, como clase, la totalidad de Io que le es alienado: debe perderse como individuo para encontrarse, como clase, duciio del sistema que aliena. La reapropiacién (concepto marxiano que proporciona la matriz de todas las perversiones estatistas) de este sistema de nivelacién y des- posesion de los individuos, no es posible més que con individuos que renuncien a ser algo por cllos mismos para devenir en tanto que agen- te colectivo, unificado exteriormente en cada uno de ellos, de proce- sos que les producen. La clase como unidad ¢s el sujeto imaginario que opera y asegura la reapropiacion del sistema, pero este sujeto es exte- rior y trascendente a cada individuo, a todos los proletarios reales.(16) El poder del proletariado es ¢l inverso simétrico del poder del capi- tal. Esto no deberfa sorprender a nadie. Marx demostré muy bien co- mo el burgués esta alienado por “su” capital, como es funcionario de ese capital. Pues bien, el proletario, igualmente, estard alienado por el proletariado, que se “‘apropiara colectivamente”’ ese mismo capital. (17) Asi, la ideologia del movimiento obrero tradicional, valoriza, perpe- tua y, Hegado el caso, remata la obra iniciada por el capital: la destruc- cién de las capacidades de autonomia de los proletarios. El proletaria- do perfecto ¢s aquel cuyo trabajo, entcramente heterénomo, no tiene utilidad mas que combinado con el trabajo de un gran ntimero de tra- bajadores. Ese trabajo es puramente social. El conocimiento que, llega- do el caso, implica, est4 totalmente desprovisto de valor de uso para el que lo cjecuta: cl obrero de ninguna de las maneras puede servirse de €l para fines personales, domésticos, o privados. El proletariado perfecto trabaja, por tanto, exclusivamente para la sociedad; es simple suministrador de trabajo general abstracto y en consecuencia, simple consumidor de bienes y servicios mercantiles. La forma totalmente alicnada de su trabajo tienc como anverso la forma totalmente mercantil de la expresién de sus necesidades materiales: ne- cesidades de comprar, necesidades de dinero. Todo lo que el proleta- rio consume debe ser comprado, todo lo que produce es para ser ven- dido. Entre consumo y produccién, compra de bienes y prestacién de trabajo, no existe ningin vinculo visible. Esta ausencia de vinculo tiene como corolario la indiferencia del proletario ante el producto de “su’’ trabajo, incluso ante el destino del mismo. El capital le ha desposefdo de toda capacidad auténoma para reducirle a que funcione con “la regularidad inmutable del gran automata”, La mecanizacién ha recurrido a la parcelizacién y a la des- AQ cualificacion y ha permitido estandarizar la medida del trabajo como cantidad pura. Haz tu trabajo y no tc ocupes de nada: Ia calidad del trabajo y del producto estén aseguradas por controles automaticos, el proceso de fabricacién ha sido pensado de una vez para siempre por es- pecialistas cuya inteligencia se ha petrificado cn cl arreglo y disposi- cién de m4quinas. El mismo sentido de la nocién de trabajo camb’ no es el obrero el que trabaja la materia y ajusta sus esfuerzos segtin los efectos de lo que debe producir. No: ahora es mds pien la materia quicn trabaja al obrero: los efectos estén ya ahi, rigurosamente pre- determinados, demandando ser producidos, la m4quina ha sido pre- viamente regulada para producirlos y espera del obrero una sucesién de gestos simples, a intervalos regulares, Es el sistema mecanico quien trabaja; ta le prestas tu cuerpo, tu cerebro y tu tiempo para que se ha- ga cl trabajo. La baza esta jugada: el trabajo ha cafdo fuera del trabajador; el tra- bajo se ha reificado y devenido proceso inorgénico. El obrero asiste y se presta al trabajo que se hace: él ya no lo hace. La indiferencia del trabajo engendra la indiferencia ante el trabajo. El salario se cobra a fin de mes, es todo lo que cuenta. Sobre todo que no se me pida poner més de mi parte, ni el tomar decisiones ¢ iniciativas. Son ellos los que han construfdo este sistema en cl que cada uno ¢s un engranaje empu- jado por el vecino de la izquierda y que empuja al vecino de la dere- cha. De manera que nada de regalos: haz lo que digan y que se las arre- glen como puedan. De esta forma es como el obrero, el empleado, el funcionario, encuentran un placcr insano, a través de una estricta apli- cacién de las consignas jerarquicas, en desviar el trabajo del objetivo al que se supone debe servir: es el caso del empleado de hospital que se niega a ingresar al hombre sin conocimiento que han Ievado en un taxi; es la actitud de todos aquellos funcionarios que se vengan en el publico de la opresién jerérquica que sufren, rechazando hacer, decir © saber nada que no esté expresamente previsto por sus atribuciones; es (célebre ejemplo britdnico) el caso del sindicato de obreros de la madera que se niega a que los obreros del metal ajusten tableros de aglomerado, mientras que los obreros del metal contestan a los obre- ros de la madera neg4ndoles el derecho de ajustar csos mismos tableros con y sobre metal; es el trabajo que se para y se apila cuando suena la hora, agravando en lo posible el despilfarro que resulta de ello. Esta actitud de resentimiento cs la tinica forma de libertad que le queda al proletario en “su” trabajo. ¢Le han querido hacer pasivo? Pues bien, se hard pasivo. Mas exactamente, de la pasividad que le imponen, él haré un arma contra los que se la imponen: se ha que- 43 rido actividad pasiva, el hard pasividad activa. Esta libertad de re. sentimicnto que, cnriqueciéndose sobre la negacién de que es obje- to, roba a los opresores el efecto que esperan de sus drdenes, es el tiltimo refugio de la “dignidad obrera”: hago lo que queréis que ha- ga, y por la misma razén, me escapo de vuestras manos. Se incordia a los patronos; los patronos pueden pagar; nosotros abajo; a salario de mierda, trabajo de mierda: lenguaje de resentimiento proletario, len- guaje de impotencia. Se esta lejos de la abolicién del “trabajo forzado asalariado”, lejos dc los “productores asociados que someten al control colectivo sus in- tercambios con la naturaleza”. La negacién de la negacién del trabaja- dor por el capital, no tiene lugar y no produce ninguna afirmacién., Se queda en un universo de una dimension: contra ¢l capital, el proleta- riado se afirma de la misma forma que lo hace el capital. En lugar de interiorizar su desposesi6n total conquistando, sobre las ruinas del mundo burgués, la sociedad proletaria universal, los proletarios inte- riorizan su desposesion para afirmar su dependencia total y reclamar una asistencia total: porque sc les ha privado de todo, todo debe serles dado; porque no tienen ningwin poder, todo debe legarles desde el po- der; porque su trabajo sélo tiene utilidad para la sociedad pero no para ellos mismos, la sociedad debe poder atender todas sus necesidades, y asalariar todo trabajo. En lugar de la abolicién del salario, cl proletaria- do exige la abolicién de todo trabajo no asalariado.(18) La reivindicacién de una clase se convierte asf en reivindicacién de masas: Jo que quiere decir en reivindicacién de consumo de una masa atomizada, scrializada, de proletarios que reclaman el recibir de la so- ciedad, es decir del poder, es decir, en realidad del aparato del Estado, lo que les es tan imposible de tomar como de producir. La lucha de la clase obrera por la conquista del poder se reduce entonces a acciones de masas oricntadas a instalar representantes obreros en las posiciones de poder; la dictadura del proletariado como fase de transicién al co munismo se reduce a una asistencia estatal de las necesidades obreras, gracias a la presencia, en las palancas de mando del Estado, de partida- rios de una redistribucién fiscal de la renta nacional. El proyecto de un poder “popular” o “socialista” se confunde con un proyecto politico en que el Estado lo es todo, la sociedad nada, y donde una masa ato- mizada de trabajadores, siempre completamente desposefdos de s{ mis- mos, estan ligados por una relacién de clientela a los partidos que diri- gen el Estado y que devienen partidos de Estado: es decir, partidos que, dada la ausencia de un tejido social, de una difusién capilar del 44 4 poder, representan al Estado central y sus imperativos tecnocraticos ante la masa, y no a la inversa. No se ve, por otra parte, como podria ser de otra forma en una so- ciedad en que el desarrollo de las fuerzas productivas hace que toda ac- tividad sea socializada, es decir parcelizada, especializada, normalizada y combinada con otras actividades por mediacién del aparato del Es- tado: no existe ni consumo, ni produccién, ni comunicacién, ni trans- porte, ni enfermedad, ni salud, ni adquisicién de conocimientos, ni in- tercambio que no pase por la mediacién de administraciones centrali- zadas y de cuerpos de funcionarios. La concentracién capitalista ha destruido el tejido social de raiz destruyendo, tanto para los indivi- duos como para los grupos o las comunidades, toda posibilidad de pro- duccién, de consumo y de intercambio auténomos. Nadie produce lo que consume, ni consume lo que produce. Ningu- na unidad de produccién, atin suponiendo que los “productores asocia- dos” la tomen bajo su control, produce ni es capaz de producir segin las necesidades o los deseos de la ciudad en que esta implantada. Nin- guna ciudad, atin suponiendo que sus habitantes se reagrupen en for- ma de comunidad, puede producir en sus fabricas lo que ¢s necesario para vivir, ni procurarse lo necesario intercambiando su produccién con las comunidades rurales circundantes. La divisién del trabajo se hace a escala de cspacios econémicos transnacionales. Las “lineas de productos”, la localizacién y la dimensién de las fabricas se deciden sobre la base de calculos de beneficio éptimo. Se producen tales cle- mentos en tales cantidades y en tal sitio para combinarlos cien kiléme- tros mas lejos con otros elementos procedentes de otras fabricas y dis- tribuir el producto acabado en un radio de mil kilémetros. El mismo tipo de Estado mayor cuasi militar que se impone al nivel de Ia fabri- ca, coordina entre si a las diferentes fabricas, asegura el envio de sus semiproductos, la distribucion de los productos acabados, el financia- miento de las exportaciones y de los stocks, la adaptacién de la de- manda a la oferta, etc. A ningan nivel, ningiin trabajador o colectivo de trabajadores reali- za la experiencia practica del intercambio reciproco ni de la coopera- cion en funcién de un resultado util para todos. A todos los niveles, en cambio, cada trabajador experimenta su dependencia ante el Estado: Para su aprovisionamiento en productos necesarios, el poder adquisi- tivo de su salario, la seguridad de su empleo, la duracin del trabaj el alojamiento y los transportes, etc. Asimismo, la tendencia espontanea de la clase obrera es la de recla- mar que esta dependencia ante el Estado sea reconocida rec{procamen- 45 te en tanto que obligacién del Estado ante los trabajadores. Porque la clase obrera nada puede por si misma, ¢s necesario que el Estado acep- te el deberle todo; porque tienc una necesidad absoluta del Estado, es necesario que el Estado le reconozca un derecho absoluto. La toma del poder del Estado por la clase obrera se transforma en realidad en asis- tencia de la clase obrera por parte del poder del Estado. Todo lo que se interpone entre la clase y el Estado tenderd a ser absorbido, y la co- sa sera facil: las mediaciones politicas que subsisten atin, las institucio- nes propias de la sociedad civil en el sentido gramsciano, las relaciones sociales y los medios de comunicacién auténomos ya han sido vacia- dos de toda realidad por el capitalismo monopolista. El Estado de los monopolios ya no es, como lo era el Estado bur- gués clasico, la emanacién de un poder que la burguesia ejerce en la so- ciedad —al nivel de las relaciones de produccién y de intercambio, de la ideologfa y de los modelos culturales, de los valores familiares y de las relaciones interindividuales— y que asciende a las instituciones po- liticas locales bajo la apariencia legitima de la delegacion y de la re- presentacién electoral. No: el “Estado de los monopolios” es, confor- me a la naturaleza del capital monopolista mismo, un aparato de do- minacién y administracién automatizado, cuyo poder sin trabas des- ciende a una sociedad en vias de dislocacién, ordendndose segtin las exigencias del capital que, por su concentracién y por la dimension de sus unidades econémicas, escapa al alcance y al control de sus pro- pictarios juridicos, hace estallar los marcos del derecho burgués y exi- ge para su gestion racional una direccién central por parte del Estado, acompaiiada preferentemente (pero no necesariamente) de la propie- dad estatal. Ya no hay, en esta sociedad dislocada, espacio y flexibilidad sufi- cientes para el ir y venir de las iniciativas descentralizadas ascenden- tes y de las proposiciones centrales descendentes. Asimismo, tampoco hay vida polftica en la base ni, a falta de ésta, fuerzas politicas capa- ces de aspirar a una democratizacién del Estado y de la sociedad, La “vida politica” sc reduce a debates centralmente orquestados accrca de la manera de ejercer el poder central y de administrar el Estado. Esos debates, necesariamente, ponen en dificultades a los detentadores del poder del Estado y a los que aspiran al mismo, siendo reducido el pueblo, por unos y otros, al papel de “supporter”. La alternativa esta entre la dominacién del “Estado de los monopolios” y la dominacién sobre todas las cosas del monopolio del Estado. El paso del Estado de capitalismo monopolista al capitalismo de Estado se franquea rapida- mente. Lenin lo habia previsto: ya que el segundo no es mas que la 46 conclusién, sobre los escombros de la sociedad civil, de la estataliza- cién realizada por el primero. Y esta estatalizacién consuma, raciona- liza y perpetita, en una forma superior, las relaciones de produccion capitalistas que se supone iba a abolir la toma del poder por parte de la clase obrera. Para que fuese de otra forma, sera necesario que hubiese ruptura. Y para que hubiese ruptura, seria necesario que la clase obrera se pre- sentase como fuerza de ruptura, rechazando con su propio ser-de-cla- se la matriz de las relaciones de produccién capitalistas de las que ese ser-de-clase Icva la huella. Pero éde dénde le vendra la capacidad de esta negacién de s{ misma? Esta es la cuestién que el marxismo como. “ciencia positiva’”” no puede resolver: si la clase obrera es la que es, si su ser-de-clase es positivo, no puede dejar de ser lo que ha hecho de ella el capital mas que por una ruptura en cl seno de la estructura del capital mismo. Esta ruptura al producir una nueva estructura, produ- cird también, por la misma raz6n, una clase obrera transfigurada. Tal es la concepcién estructural-determinista que exponia, entre otros, Maurice Godelier. En ese esquema no hay sitio ni para la negacién del proletariado por si mismo ni para la soberania de los productores aso- ciados: se pasa de una saturacién de ser a otra, sin que ese paso (el pa- so del capitalismo al “comunismo”) sea el producto consciente de los “individuos persiguiendo sus propios fines” y sin que haya por tanto apropiacién y liberacién. Para Marx inicialmente todo iba de otra manera. El proletariado debia ser capaz de negarse porque su ser-de-clase era en realidad una negacion disfrazada de positividad: el proletariado es el productor uni- versal y soberano cn tanto que cs negado por el capital, desposefdo de “sy” producto y alicnado en su propia realidad. Sdlo porque el ser-de- clase del proletariado es negacién, el acto por el que el proletario le ne- gard en reciprocidad puede y debe ser afirmacién soberana: emancipa- cién. : Esta idea inicial, que afin ocupa un lugar central en La Ideologia ale- mana, no fue sin embargo ni fundada ni conscientemente desarrollada por el mismo Marx. Habria sido necesario para ello una fenomenologia critica de la alienacién proletaria, mostrando como el trabajador es ne- gado en todas las dimensiones de su existencia individual y social de tal manera que siempre le son ocultadas la negatividad de su ser-de-cla- se y la positividad posible de la negacién de éste. Dicho de otra mane- ra: no puede ser éI mismo mas que si niega lo que es en tanto que pro- letario. Ahora bien esta posibilidad de negar, aunque en Marx (como por AT otra parte en Sartre) esté ontolégicamente dada, no esta de entrada culturalmente dada: la facultad que tiene un trabajador de percibir la diferencia de lo que es objetivamente como engranaje del proceso de produccién y lo que es virtualmente como productor asociado sobera- no, no es inherente a la condicién obrera. Toda la cuestién esté en saber en qué condiciones aparece y se des- pliega. Y a esta cuestién hasta ahora la tcorfa marxista no ha ofrecido respuesta. O lo que es peor: sus anticipaciones han sido desmentidas por los hechos. 48 | | 4, CPODER OBRERO? Seguin la teorfa marxista, l proletariado esta destinado a tomar con- ciencia tarde o temprano de su ser: él es fuerza de trabajo y trabajador productivo colectivo, lo que quiere decir, para Marx, que encarna la capacidad del hombre de producir mucho mas de lo que es necesario. para su subsistencia. La capacidad productiva del proletariado supera esencialmente, segiin Marx, la esfera del trabajo necesario para la sim- ple reproduccién de la vida: es de entrada capacidad de producir un excedente, es decir de proporcionar un sobretrabajo que no viene im- puesto por ninguna necesidad natural ni ninguna necesidad imperiosa. Anuncia por tanto el acontecimiento futuro, mas alla del reino de la necesidad, del reino de la libertad en el que el trabajo tendra en si mismo su propio fin: sus objetivos y sus productos trascenderan las necesidades de la subsistencia y reflejaran al productor (al obrero) su virtual soberanfa de creador libre. La contradiccién se hard insostenible entre la finalidad del trabajo, que es la de producir lo no necesario, y la condicién del proletario, mantenido en la esfera de la necesidad por el hecho de que su fuerza de trabajo no esta remunerada mds que cori un salario de subsistencia. Tarde o temprano el proletariado debe tomar conciencia de que tiene en sus manos las llaves del reino de la libertad. Para que este se inicie, bastara con que los proletarios unidos sometan a su control la inmensa fuerza productiva de la industria, Esta toma de conciencia se vera favo- recida por las crisis cada vez mas graves que conocer un sistema (de explotacién) que paga un salario de subsistencia a los productores de excedentes crecientes. En realidad, la toma de conciencia no se ha realizado como estaba previsto. Al margen de las capas proletarias y de perfodos bien delimi- 49 tados, el proletariado no se ha percibido y no se percibe como el agen- te soberano de la libre creacién de riquezas. La contradiccién entre su sujecién en la esfera de la necesidad y el hecho de que esta esfera ya esta trascendida por la gratuédad (la no necesidad, la no utilidad) de las riquezas producidas, no ha sido percibida teéricamente tan amplia- mente como, en teorfa, deberia serlo. Lo que la burguesfa ha logrado destruir de rai es la conciencia que debfa tomar el proletariado de su soberania creadora. Para ello ha bas- tado con eliminar del proceso de trabajo la posibilidad del trabajador de vivir el trabajo como una actividad al menos virtualmente creadora. La division parcclaria del trabajo, lucgo cl taylorismo, posterionmente la O.G.T. (Organizacién Cientifica del Trabajo), y finalmente la auto- matizacién han abolido, con los oficios, a aquellos obreros de oficio que ten{fan, con “el orgullo del trabajo bien hecho”, conciencia de su soberanfa practica. La idea de una clase-sujeto de productores asociados, de una toma revolucionaria del poder, surgi de Ia prolongacién directa de la expe- tiencia de estos obreros. Ya que de hecho, los obreros de oficio ejer- cian el poder en el seno de la produccién. Tenian la destreza y los co- nocimientos practicos insustituibles que les colocaban, en el seno de la Fabrica, en la cumbre de una jerarquia inversa de la jerarquia social: patrén, jefe de taller, ¢ ingenicro dependfan de la capacidad del obrero de oficio, complementaria y a menudo superior a la suya, Ellos tenfan necesidad de su cooperacién, de sus consejos, de su estima personal, de su fidelidad, mientras que el obrero de oficio no tenia necesidad ni del patrén, ni de los “oficiales de la produccién”, para asegurar ésta. Habfa por tanto en la fabrica un poder obrero de orden técnico, pa- ralelo al poder social y econédmico del capital, capaz de oponerse al mismo y de proyectar su supresién. Ese poder no era el de todos los obreros agrupados, ni el del “trabajador colectivo”: era el de los profe- sionales que, ayudados y asistidos por los peones y los obreros especia- lizados, ocupaban en el seno de la clase obrera la cumbre de una jerar- quia especificamente obrera, independiente y competidora de la je- rarquia social en que se hallaba englobada: habfa una cultura, una éti- ca y una tradicion obreras que posefan su propia autonomia y su pro- pia escala de valores. Cuando se legaba a la cumbre de la jerarquia obrera, no habia nada que enyidiarle al mundo burgués, al contrario: se era el representante de una cultura especifica y se hacia frente, de igual a igual, al representante de la burguesfa, con orgullo, resuelto a no cooperar con él en el seno de la produccién mas que en la medida 50 j | g en que éste cooperase con aquél, es decir, reconociese su supremacia y sl soberania en lo que era su terreno.(19) La idea del poder obrero, de la toma revolucionaria del poder, te- nfan por tanto un sentido practico muy diferente del que recibieron en la época postaylorista. La clase obrera que aspiraba a llegar al po- der no era una masa miserable, oprimida, ignorante y desarraigada: era una capa virtualmente hegeménica tanto en ¢l seno de la masa obrera cemo en la sociedad en general, con sus tradiciones, sus élites, su cul- tura y sus organizaciones. Para ella, tomar el poder no significaba ocu- par el lugar de la burguesia ¢ instalarse al mando del Estado; sino que significaba, al contrario, suprimir todo lo que obstaculizaba el ejerci- cio del poder obrero, a saber: la burguesfa, clase parasitaria, que vivia de la explotacién del trabajo obrero; y el Estado cuyo aparato repres vo permitia ala burguesia hacer frente a las revueltas populares. Todo ello contenido implicitamente en el eslogan: “la fabrica para los obreros”. Este cslogan era la réplica exacta de una reivindicacién que venfa de lejos: “la tierra para el que la trabaja”’. A los ojos de los obreros anarcosindicalistas existfa una similitud y un paralelismo entre Ia ticrra que el campesino que la hace fructificar disputa al sefor-para- sito, y la fabrica que el obrero, “que la hace funcionar”, disputa al ca- pitalista, también asimilado a un senor-holgazdn. Lo que retrospectivamente sorprende en ese eslogan, es la identifica- cién que pone de manifiesto del obrero con “su” trabajo y con “su” fabrica. La opresién atin no es percibida como inherente a Ia naturale- za misma del trabajo de la fabrica. En principio parece posible que los obreros tomen posesién de los medios de produccién y los hagan servir a sus fines sin cambiar fundamentalmente la naturaleza de sus produc- tos, nila de aquello que no deja de aparecer como su trabajo. Como muy bien ha visto Adriano Sofri (20) el consejismo habria si- do la expresién mas avanzada de esta clase de obreros que se sentfan capaces de ejercer, en el seno de la produccién, un poder sin interme- diarios y de extender ese poder a la organizacion de Ia sociedad en su conjunto, Los obreros que pueden gestionar la produccién, pueden gestionar la sociedad: tal es Ia seguridad sensible, vivida, que subyace en la concepcién de los consejos obreros como érganos permanentes de poder popular. Esta seguridad reposaba sobre una evidencia que posteriormente se ha desvanecido: el proceso social de produccién tie- ne el mismo tipo de inteligilidad y de transparencia que el proceso de trabajo de cada taller y de cada fabrica, Basta con dominar éste, para dominar aquél. Los lugares de produccién son lugares de trabajo. an Ia actualidad nada de eso es ya cierto (suponiendo que alguna 5. vez lo haya sido). En primer lugar, como ya hemos visto, la fabrica ya no ¢s unidad ecénémica: es una unidad de produccién integrada con otras unidades de produccién a menudo alejadas varios cientos de kilé- metros, y que depende para sus aprovisonamientos, sus salidas, su 1 nea de productos, etc., de una direccién central que coordina y admi- nistra decenas de unidades de produccion que dependen de varias ra- mas de produccién. Dicho de otro modo, los lugares ya no son centros de decisién ni sedes de un poder econdmico.(21) El proceso social de produccién es opaco y esta opacidad contamina hasta el proceso de produccién de cada taller: el destino final de los productos, ¢ incluso frecuentemente su naturaleza, son desconocidos. A excepcién de los cuadros dirigentes, a los que por otra parte, les da lo mismo, nadie sa- be con exactitud para que sirven las cosas que se fabrican. El mismo proceso de especializacién técnica y de concentracién cconémica que ha destruido Ia autonomia de las unidades de produc- cién, ha destrufdo los oficios obreros, fuente de autonom{a obrera. En lugar de una jerarquia y de un orden obrero de la produccién, el taylorismo ha colocado una jerarquia y un orden patronal, concebi- dos ¢ impuestos por la direccién de Ia fabrica. Los obreros de oficio eliminados después de luchas encarnizadas, eran sustituidos por ‘‘sub- oficiales de la produccién” que, aunque de origen proletario, forma- ban parte de la jerarquia patronal:.cran formados y escogidos por la direccién ¢ investidos por ella de poderes disciplinarios y de policfa. El trabajo de produccién no estaba asegurado mas que por una masa atomizada de obreros sin autonomfa ni poder técnico. Para esta masa, la idéa de “tomar el poder” sobre la produccién no tiene sentido, al menos no en Ia fabrica tal cual es. El consejo obrero que era el érgano de esta toma de poder en la época en que la produc- cién estaba en las manos de equipos obreros técnicamente aut6nomos, se convierte en un anacronismo en la fabrica gigante con sus departa- mentos y sus cadenas compartimentadas. El wnico poder obrero alli imaginable es un poder de control y de veto: cl poder de rechazar al- gunas condiciones y algunos tipos de trabajo, de definir normas acep- tables, y de controlar el respeto de esas normas por parte de la jerar- quia patronal. Pero ese poder es, evidentemente, negativo y subalterno: se ejerce en el marco de las relaciones de produccion capitalistas, sobre un pro- ceso de trabajo definido en su conjunto (si no al detalle) por la jerar- quia patronal. Impone limites al poder patronal, pero no le opone un poder obrero auténomo. Por esta raz6n, como se ha visto en Italia, el intento de hacer nacer conscjos (al nivel del taller o de Ia cadena) en 52 TA TT tanto que 6rganos de poder obrero en la base, desembocé bastante répidamente en la reabsorcién de los consejos por la estructura sindi- cal y en la institucionalizacion en tanto que érganos sindicales de ne- gociacién y discusién. No se ve como podria ser de otra manera. El grupo o consejo obrero de base no tiene poder ni sobre el producto ni sobre el proceso de fa- bricacién. Su producto no es en realidad mas que un componente, ri- gurosamente predeterminado por la oficina de estudios, de la produe- cién del conjunto de la fabrica o del grupo. El modo de fabricacién de ese componente esta rigurosamente predeterminado por la concepcién de las maquinas especiales que, a menudo, estén prerreguladas de ma- nera que no dejen al obrero libertad de apreciacion o de iniciativa. EL obrero, y cl grupo de produccién, no puede por tanto hacer uso auté- nomo ni de las maquinas, ni de los componentes que fabrica. Su mar- gen de autonom{a solamente alcanza a la organizacién y a la velocidad de ejecucién de las operaciones exigidas, al namero y a la duracién de las pausas, los efectivos del equipo y la duracién del trabajo. También es sobre estas variables sobre las que los obreros plantearan sus reivin- dicaciones de poder y su poder. No es que necesariamente estas varia- bles sean las mas importantes a sus ojos: simplemente, son las unicas variables sobre las que se puede ejercer la iniciativa auténoma del gru- po obrero, las tmicas que le permiten afirmar un poder. Esto se ha visto tanto en Francia como en Italia: significa mds para los obreros esta afirmacién de poder que las mejoras que les permite obtener. En la huelga ejemplar de las fabricas Jaeger, en 1972, en Cacn, la reivindicacién inicial se referfa a la autodeterminacién de los obreros en los ritmos de trabajo. Pero cuando les fue provisionalmente concedido el derecho del trabajador a seguir “su ritmo natural”, llega- ron répidamente a la conclusién de que “nuestro ritmo natural, es el de no trabajar” al menos en las condiciones técnicas y sociales exis- tentes, De idéntica manera ocurrié en la Fiat, en Turin: cuando los obreros obtuvieron el derecho a formar consejos por cada grupo de produccién homogéneo y a clegir delegados (los “delegati di cattimo”) con el fin de autodeterminar las variables en su poder, no dejaron, en numerosos casos, de poner en cuestién las normas que cllos mismos habjan fijado y negociado con la direccién. En efecto, desde el momento en que una norma es fijada por los obreros y aceptada por la jerarquia, se convierte en un nuevo yugo para cl obrero. Poco importa que desde los puntos de vista fisico y nervioso sea tolerable: desde cl momento en que la direccién la re- conoce y la aprueba contractualmente, la nueva norma deja de re- 53 flejar el poder auténomo del grupo obrerp para convertirse en la ex- presion del poder coactivo de la jerarquia patronal. Esta, en efecto, no puede admitir en ningiin caso la soberania real del grupo obrero sobre las variables que se encuentran en su poder. La fabrica no pue- de funcionar mas que si la produccién de los diferentes talleres y de Jas cadenas o islotes de montaje esté coordinada y asegurada. La cons- titucién de stocks-tapén permite, efectivamente, conceder una mayor flexibilidad a los ritmos de trabajo pero ne permite su clasticidad ilimi- tada. Es por esto por lo que la direccién (sea cual sea, por otra parte, el tipo de propiedad de la empresa) pide a los grupos obreros, a cam- bio de su poder de autodeterminacién, el compromiso de que respeta- rén las normas que han definido. Los “delegati di cottimo” se encuentran entonces en una situacién extremadamente incémoda: elegidos de manera revocable por el grupo de base, son mandatados por él para imponer sus exigencias a la direc- cién. Desde que la negociacién ha conclufdo, esas exigencias, incluso cuando la direccién las ha aceptado integramente, se convierten en un compromiso del grupo obrero de respetar las normas que él mismo ha definido, y los delegados se convierten a los ojos de la direccién, en los garantes de que este compromiso sera atendido. De golpe, he aqui a los delegados transformados a los ojos de los obreros (y a sus propios ojos) en delegados de la direccién, Si rechazan jugar ese papel de la- mar a los obreros al “respeto de sus compromisos”, se echan atras en tanto que mandatarios autorizados de la base: nunca mas podrén vol- ver ante la direccién para evar una negociacién. No les queda otro remedio que dimitir. Y esto es lo que hicieron, a fin de cuentas, la ma- yoria de los delegados representativos de la ‘“‘autonomia obrera”’. Los quc no dimiticron se convirticron en representantes sindicales clasicos: mediadores institucionales entre las aspiraciones de la base y las exi- gencias inertes del aparato de produccion (exigencias que la direccién representa pero no inventa). El poder obrero cn la base sc revela asi como una imposibilidad ma- terial, en el marco de las estructuras de produccién dadas. Ahf sélo es posible el poder sindical, es decir, el poder del aparato institucional en el que los obreros han delegado el poder de representarles. Pero el po- der sindical no es el poder obrero, como tampoco el poder del Parla- mento es el del pueblo soberano. El sindicato tiene un poder en tanto que institucién autonomizada frente a sus mandantes; se autonomiza frente a sus mandatarios por el ejercicio mismo del poder de media- cién que le constituye en institucién. El fallo no esta en los sindicalis- tas tomados individualmente que, a veces, viven esta contradiccién con 54 a NE a AT 4 i ' afliccién o malestar; esta en una division técnica y social del trabajo, en un modo y en unas relaciones de producciéh, en la dimension y en la inercia de Ja maquina industrial que, al predeterminar rigidamen- te el producto asi como las fases del proceso de trabajo, no dejan sub- sistir mas que un espacio marginal para el ejercicio de una soberania obrera en y sobre la produccién. También cs la ampliacién de este espacio lo que interesa conquistar para que el poder exista. Lo cual no es una cuestién sin importancia. Puesto que el obstaculo ante el poder, la autonom({a y la autogestién de los productores no es simplemente juridico o institucional. El obs- téculo es material: esté en la concepcidn, en la dimensién y en el fun- cionamiento de las fabricas. Y no solamente en éstos: sino también en el “capitalism colectivo” que administra el conjunto de las fabricas. Ya que el secreto de la gran produccién industrial, como por otra par- te de todas las grandes maquinas militares o burocraticas, es que nadie detente el poder. El poder alli no esta sujeto; no pertenece a hombres soberanos definiendo libremente las reglas y los fines de la accién co- lectiva. De abajo a arriba de la jerarquia industrial o administrativa, s6- lo existen cjecutantes plegandose a los imperativos categéricos ¢ iner- tes del sistema material del que son servidores. El poder personal de los capitalistas, de los directores, de los jefes de todo tipo es una ilu- sién dptica: ese poder no existe mas que a los ojos de los que, situa- dos jerarquicamente mas abajo, reciben las érdenes de “los de arriba” y estan personalmente a su merced. En realidad, “los de arriba” no son los autores soberanos de sus ér- denes: son también ejecutantes. Una ley superior, que rfadie ha formu- lado, se impone a ellos, y a la que se pliegan so pena de ir ala ruina. Esta les manda: “cs necesario que el capital crezca”, “es necesario que Meguen mds pedidos”, “es necesario que los competidores sean derro- tados”, “es necesario que las maquinas continen funcionando™... Mas, mas deprisa, mas grande, mas barato... Tal es la ley del capital. Marx decia que los capitalistas eran funcionarios: a la vez opresores y alienados, sufren y transmiten una Icy sellada en las cosas. Adminis- tran cl funcionamiento del capital, no le mandan. No poseen cl poder, son posefdos por él. El poder no esta sujeto: es sistema de relaciones, es decir estructura, Es administrado, no posefdo por el capitalista co- lectivo. Y es esta dilucién hasta el infinito del poder en el orden de las cosas la que da a sus detentadores su legitimidad. En cualquier instan- te, cualquiera de ellos puede decir: “No hago lo que quiero, hago lo que es necesario. No impongo mi voluntad, es lanecesidad la que, a tra- vés de mi, impone su ley de bronee. No soy dueiio del juego, soy ser- 55 vidor como todos vosotros. Si véis algan medio de administrar esta ca- sa de otra manera, a vuestro gusto, decidmelo, os cederé el sitio”. Todos los poderes modernos son de este tipo. No tienen sujet 1o son Ilevados ni asumidos por ning’n soberano, y se reivindican como la fuente de toda ley y el fundamento de toda legitimidad. En el Esta- do modermo, ningun jefe, ningan tirano, manda a los hombres en vir- tud de su “yo quiero”, ni exige fidelidad y sumisién a su persona. Los portadores del poder, en el Estado modemo, mandan a los hombres cn nombre de una sumisién a un orden de cosas dado y del que nadie se reconoce autor. El poder tecnocratico presenta una legitimidad esencialmente funcional: pertenece no a una persona-sujeto sino a la funcién, al lugar que un individuo ocupa en cl organigrama de la em- presa, de la institucién, del Estado. El individuo “en su puesto” cs siempre contingente, contestable y contestado: no tiene ni majestad ni autoridad moral. Sordidas historias circulan a su cuenta, se rien a sus espaldas, no es mejor que cualquier otro y puede ser sustituido de un dia para otro. El poder no le pertenece en propiedad, ni ema- na de es un efecto del sistema. Resulta de la estructuracién de un sistema material de relaciones en el que una ley de cosas esclaviza a los hombres por intermedio de otros hombres. Poco importa aqui si ese sistema material ha sido deliberadamente colocado para permitir esta esclavitud. Lo que es decisivo, es que ésta no puede ser abolida sin la abolicién de aquél. El sistema industrial tal como le conocemos tiene como efecto la servidumbre ante las gran- des maquinas técnicas y burocraticas, y el poder del capital por me- diacién de sus funcionarios. Echar a éstos sin poner fin a aquél en la totalidad de su funcionamiento y de sus relaciones, es sustituir esta burguesia por otra, 56 Notas (1) Entiendo por proletariado a los trabajadores que, en razén de su posicién en la produc- cidn y en la sociedad, no pueden poner fin a su oxplotacién y a su impotencia mas que po- niendo fin colectivamente, como clase, al poder y ala dominacién de la clase burguesa. Entiendo por clase burguesa al “funcionario” colectivo del capital, es decir al conjunto de los que administra, representan y sirven al capital y a sus exigencias, (2)Parafraseo La Sainte Famaille, capitulo IV, TV (Proudhon) donde Marx escribe: “No se tra- ta de saber lo que tal 0 cual proletario, o incluso el proletariado entero, se proponen momen- téneamente como meta. Se trata de saber lo que el proletariado es y lo que historicamente der bbe hacer de acuerdo con su ser. Su meta y sit accidn histéricas le son trazadas de manera tan- gible ¢ irrevocable, en su propia situacién de existencia, como en toda Ja organizacion de la sociedad burguesa actual”, (3)En Principios de la Filosofia det Derecho, particularmente, esta frase caracteristica: “Ya que se trata de la libertad, no ¢s preciso paitir del individuo, de la conciencia individual de si, sino Gnicamente de la esencia de la conciencia de s{, pues lo sepa o no el hombre, esta esen- cia se realiza por su propia fuerza y los individuos no son sino los momentos de su realiza- ida’ (4) CF. Eseritos filosdficos de 1841 a 1852. (5) Lo que propongo sucintamente aqu{ corresponde a una teorfa de la alienacién del traba- Jo que se puede encontrar en Marx con la condicin de buscarla, pero de la que igualmente se ‘puede contestar Ia legitimidad marxista. Cf. A. Gorz, La Morale de Uhistoire, cap. Ul y I, CExiste edicién en castellano: Historis y Enalenaciin, Fondo de Cultura Econémioa, 1964, México). (©) “La ideologia alemana”, trad, Molitor, p. 241-242, de la edicién A. Costes. El subrayado esmio, (2) “EI Capital”, libro primero, IV parte, cap XII y XILI de la edicidn A. Costes, En la manu- factura, escribe Marx, el obrero colectivo y por consiguiente el capital no pueden enrique- cerse en fuerza productiva social mis que si el obrero se empobrece en fuerzas productivas individuales. Y Marx cita el admirable comentario de A. Ferguson, “History of Civil Socie- a ignorancia es la madre de la industria como lo es de la supersticion. La reflexion mn estén sometidas al error; pero la costumbre de mover el pie o la mano no depende de una ni de otra. Asi podria decirse que, por lo que se refiere a las manufacturas, Ja perfeccién consiste en poder prescindir de Ia inteligencia, de manera que cl taller pueda ser considerado como una maquina cuyas partes serian los hombres.” (ByMarx, “Grundrisse”, Bertin, 1993, p. 231. Ver también p. 312313. p. 387-388, p. $99- (9) Particularmente Radovan Richta, Serge Mallet y yo mismo en el cap. [V° de “Stratéxfe ou- wriére et neocapitalisme” (1964), reeditado en “Reforma y revolucién” (Le Seuil, 1969). Exis- te edicién en castellano, Estrategia obrera y neocapitalismio, Ediciones Era. México 1969. (10) Ver a este respecto “Les dégats du Progrés” a los que se dedica un comentario en esta misma obra, anexo 1. "Los costes del progreso” en la edicion en castellano, H. Blume Edicio- nes, Madrid, 1978. QD Cf. Marx, “El Capital”, cap. XIII, S4: “En lugar de estar especializado durante toda su Yida on el mancjo de una herramienta parcelatia, el obrero lo estaré en la conduccién de una jvina pareelaria. En la manufactura y el oficio, el obrero se sirve de una herramienta, en in orca ave a na méquina. En el primer caso es él quien hace mover el medio de trabajo; en el segundo, no tiene mds que seguir el movimiento” y se convierte en el “complemento vive de un mecanismo muerto”. 57 (12) Marx, opus cit., en el mismo parigrafo. (13) Mare, opus cit., en el mismo parigrafo. (14) Ver més arriba la cita de A. Ferguson. (15) El paso decisivo, en este sentido, ha sido franqueado, en Francia, por el marxismo de inspiracion cstructuralista. Bastaba ascntar que cl prolctariado no es sujefo y no tiene vo- cacién en devenirlo, que “el hombre” proletario, no siendo un concepto, carece de esta- tuto filos6fico, que el poder de ia clase obrera no tiene pues nada que ver con la experien- cia sensible (“lo vivid”) de los trabajadores ni cl comunismo con la felicidad de las gen- tes, para expulsar del campo de la filosofia toda posible critica del stalinismo, es decir, dela dictadura estatal del trabajador colectivo sobre los trabajadores vivientes, de la po- licia del Estado apelando a sus derechos sobre los prolctarios desde el prolctariado, (16) Se comprende que ese sujeto se revista de Jefe, Guia o monarca; tiene la misma estructu- ra que Dios. (G7) Puede ser que se diga que no es el mismo capital, puesto que no pertenece ya a propicta- ios privados en competencia. Pertenece, en efecto, a un propietario colectivo nico y abstrac- to. Pero jde dénde se deditce que el capital monopolista ya no es capital” (18) El colmo de la alienacién se alcanza cuando sc hace impensable que una actividad pueda tener otro objetivo que no sea su salario y basarse sobre otras relaciones que no sean las mer- cantiles. La reivindicacién por parte de una fraccién del movimiento femninista curopeo de un salario social para los trabajos domésticos se inscribe en esta linea. Segiin una ldgica estricta- mente capitalista-mercantil, las mujeres reivindican su proletarizacién como un progreso con relacién a su esclavitud; rechazan servir gratuitamente al macho, reclamando la socializacién de ¢se servicio (su reconocimiento como servicio rendido a toda ja sociedad y no s6lo al mari do) a través de una remuneracién social pagada por el Estado. Yendo hasta el final de esta t6gica, se proclamari_que Ia prostitucién profesional es un Progreso con relacidn. a la pareia tradicional y que la liberacién de la mujer pasa por la trans- ferencia a servicios puiblicos del conjunto de tareas tradicionalmente aseguradas por la mujer en el marco de la familia. La supresién de ésta, y por tanto 1a supresion de Los dltimos vesti- ios de la sociedad civil, en beneficio de la estatalizacin integral de las relaciones, sera plan- teada como Ia forma acabada de la emancipacié Esta linea reivindicativa esti evidentemente en contradiccién con la lucha por un nuevo reparto de roles en la pareja y una distribucidn equilibrada y voluntaria de las tareas domésti- cas entre la mujer y el hombre convertidos en compafieros al mismo nivel. (19) La rapidez y La calidad del desarrollo industrial alemiin se explican en gran parte por las relaciones (llamadas mis tarde “paternalistas™) que los patronos industriales alemanes estable- cfan con sus obreros profesionales. La diferencia de la historia del movimiento obrero en Ale- mania, en Gran Bretafia y en Francia, mereceria ser estudiada en funcién de esta relacion. Los ‘obreros profesionales, metidos de entrada por Is patronal alemana en su juego, han asumido, en tuna medida mas importante que en otros sitios, el papel de “oficiales” o de “suboficiales™ de la produccién, El anarcosindicalismo, por este hecho, no ha podido tomar en Alemania la misma extensién que en Francia, mientras que él sindicalismo de masas, apoyandose en los ‘obreros especializados y en los peones, y buscando un poder de negociacion institucionaliza- do, se ha desarrollado mas deprisa y mas pronto. (20) “Sur Tes Conseils de délegués”, en Les Temps Modernes, junio de 1974. (21) Aste respecto ver Anexo I.

Das könnte Ihnen auch gefallen