Sie sind auf Seite 1von 73
ont es oe St Cen fee (3 ets CONN 12 ie) Gilbert Durand La imaginaci6n simbdlica aay ; cogen Porat ary ae a ATL) 1AT Le (01 8 pepe papper) poate a mms MN O18 (0) paler chs planes. y Gibert Durand la examina parbendo de psicoandiisis H eles ipestnenn sient eae iloert Duran pare at ra cep pel pl perro panel pm lamp i pop thpirlpy ml afne fale dren Ned Rsk Edo ere ee ey ee eee ey nT Ta ree ard ee rer Ts re te Ty. OT Sr ee Ce ae et od ee od TU Und BVINeuRyM nny ekg Wh La imaginaci6n simbélica Gilbert Durand Amorrortu editores Buenos Aires a Director de la biblioteca de filosofia, antropologia y religién, Pedro Geltman Llmagination Symbolique, Gilbert Durand Primera edicién en francés, 1964; segunda edici 1968 ‘Traduccién, Marta Rojzman Unica edicién en castellano autorizada por Presses Universitaires de France, Paris, y debidamente protegida en todos los paises. Queda hecho el depé- sito que previene la ley n° 11.723. © Todos los dere- chos reservados por Amorrortu editores S.C. A. Luca 2223, Buenos Aires, La reproduccién total o parcial de este libro en forma idéntica o modificada, escrita a maquina por el sistema multigraph, mimedgrafo, impreso, etc., no autorizada por los editores, viola derechos re- servados. Cualquier utilizacién debe ser_previa- mente solicitada. Tmpreso en la Argentina, Printed in Argentina. Fivosort «<—Le gritamos: ; Abraham! ;Creiste en tu suefio! ;En verdad, aqui esta la prueba evidente’> Corin, XXXVIT, 104-106, Introducci6n. El vocabulario del simbolismo «Un signo es una parte det mundo fisico del ente (Being); un sibote es una parte del mundo hu- mano de la significacién (meaning)». E. Cassirer, An Essay on Man, pig. 32. Siempre ha reinado una gran confusién en el em- pleo de los términos relativos a lo imaginario. Quiz sea necesario suponer ya que tal estado de cosas proviene de la desvalorizacién extrema que sufrié la imaginacién, la «phantasia», en el pensamiento oc- Cidental y en el de la antigiiedad clisiea, De cual- quier modo, la mayoria de los autores wtilizan indis- tintamente «imagen>, «signo>, , «pardbola>, «itor, «figura», cico- no», idolo», eteétera* La conciencia dispone de dos maneras de_repre- sentarse el mundo, ‘misma parece presentarse ante él espiritu, como en In pefcepei6no Ta. simple” sensacion, “Otray recta, cuando, por ‘una u otfaraxbiy, Ia cosa"y puede presentarse en «carne y hueso»’ a bilidad, como, por ¢jemplo, al Fecordar niiestrarin- fancia, al imaginar los paisajes del planeta Marte, al comprender cémo giran los.electrones en derre- 4] 1 CL G, Dumas, Traité de Poychologie,® y el excelente articulo de F. Edeline, «Le symbole et Mimage selon la théorie des codess, en Cahiers Internationaux de Symbol- fsme, n° 2, 1963. 4 Véase la bibliografia en castellano al final de la oben dor del niicleo atémico o al representarse un més alla después de la muerte. En todos estos casos de conciencia indirecta, «l objeto ausente se re-pre- senta ante ella mediante una imagen, en el sentido mas amplio del término, En realidad, la diferencia entre pensamiento di- recto ¢ indirecto no es tan tajante como, para ma- yor claridad, la acabamos de exponer. Seria mejor Aecir que la conciencia dispone de distintas grada- ciones de la imagen —segin que esta Gltima sea tuna copia fiel de fa sensacién o simplemente indi- que la_cosa—, cayos extremos opuestos estarian ‘constituiddos por ia adecuacién total, Ia. presencia perceptiva, 0 bien por la inadecuacién mas extre- ma, e8 decir, un signo eternamente separado del sig- nificado. Veremos que este signo lejano no es otra casa que el simbolo. En primer lugar, pues, el simbolo se define como perteneciente a la categoria del signo. Pero la ma- yor parte de los signos son solo subterfugios desti- nados a economizar, que remiten que puede estar presente 0 ser veri manera, una sefial se limita a prevenir de la pre- sencia del chjeto que representa. De Ia misma for- ma, una pelabra, una sigla, un algoritmo, reempla- zan con economia una larga definicién conceptual. Es més répido dibujar sobre una etiqueta una cala- vera estilizada y dos tibias cruzadas que expli el complicado proceso por el cual el cianuro de potasio destruye la vida. De igual manera, el nom- bre «Venus» aplicado a un planeta del sistema so- lar, o su sigla astrolégica ®, 0 incluso el conjunto de algoritmos que definen la trayectoria elipsoidal de ests planeta en las férmulas de Kepler, son més 10 econémicos que una larga definicién apoyada en dobservaciones sobre la trayectoria, magnitud y dis- tancias de dicho planeta con relacién al sol. ‘Como este tipo de signos no son sino un medio para economizar operaciones mentales, nada impi- de —por lo menos en teoria— elegirlos arbitraria- ‘mente. Basta con anunciar que un efrculo rojo con rayas blancas significa que no se debe avanzar para que se vuelva sefial de «mano tinica». No hace ninguna falta agregar al cartel sefialador la ima- gen amenazante de un agente de policia. Asi tam- bién, Ia mayoria de las palabras, en especial los nombres propios, le parecen al que no estudié la filologia del idioma carentes de toda motivacién, de toda razén para estar construidos de una forma y no de otra: no hace falta saber que existié tin dios céltico Lug, y que «Lyon» proviene de Lug- unum, para no confundir la ciudad de Lyon con Ja de Grenoble. Basta con saber que la palabra Lyon —a la que agrego la palabra «ciudad» para no coniundirla fonéticamente con el animal (lion) — se refiere a una ciudad francesa existente donde confluye el Rédano con el Saona, para poder utilizar este signo fonético, siguiendo tuna convencién cuyo origen acaso sea totalmente arbitrario; también se podria reemplazar este nom- bre de ciudad con un simple mimero, como hacen los norteamericanos con las calles y avenidas. De todos modos, hay casos en los que el signo debe perder su arbitrariedad teérica: cuando remite a abstracciones, en especial a cualidades espirituales © morzles que es dificil presentar en «carne y hue- s0>, Para significar el planeta Venus también se ha- podido llamarlo Carlomagno, Pedro, Pablo o u Chicho. Pero para significar la Justicia 0 la Ver- dad el pensamiento no puede abandonarse a lo arbitrario, ya que estos Conceptos son menos cvi- dentes que los basados en percepciones objetivas. Se hace entonces necesario recurrir a signos de tipo complejo. Si Ia idea de justicia se representa me- diante wn personaje que castiga o absuelve, ten- dremos una alegaria; si este personaje esta rodeado dedistintos objetos o los utiliza —tablas dela ley, es pada, balanza—, tendremos emblemas. Para delimi- tar mejor aiin esta nocién de justicia, el pensa- miento puede recurrir a la narracién de un ejem- plo de hecho justo, més 0 menos real o alegérico: ‘en este caso tendriamos un apdlogo. La alegoria es traduccién concreta de una idea dificil de captar © expresar en forma simple.” Los signos alegéricos contienen siempre un elemento concreto 0 ejem- plar' del significado. Es posible, pues, por lo menos en teorfa, distinguir dos tipos de signos: los signos arbitrarios pura- mente indicativos,* que remiten a una realidad sig- nificada que, aunque no esté presente, por lo me- 10s siempre es posible presentar, y los signos ale- géricos, que remiten a una realidad significada dificil de presentar. Estos iltimos deben representar de manera conereta una parte de la realidad que significan. Por ‘iltimo, Hegamos a la imaginacién_simbélica propiamente dicha cuando éT significado es tmpo- sible de presentar y el signo sblo puede referirse a 2 GE. P, Ricoeur, Finitude et culpabilité: «Una vez hecha la traduccién, se’ puede abandonar Ia alegoria, que es in- til en. lo sucesivon, 3B. Cassirer, Philosophie dee symbolischen Formen.te R oh { | , | tun sentido, y no a una cosa sensible. Por ejemplo, el mito escatol6gico con que culmina el Feddn * es simbélico, porque describe el dominio cerrado a toda experiencia humana, el més alla después de la muerte. De manera andloga, en los Evangelios se pueden distinguir las «parébolas», verdaderos simbolos de conjunto del Reino, de los simples «ejemplos» morales: el Buen Samaritano, Lazaro y el Mal Rico, etc., que solo son apélogos alegéri- os.* Dicho de otra forma, se puede definir el sim- = bolo, de acuerdo con A. Lalande, como todo signo concreto que evoca, por medio de una relacién na- tural, algo ausente 0 imposible de percibir; o tam- bién, segtin Jung: «La mejor representacién po- sible de una cosa relativamente desconocida, que or consiguiente no seria posible designar en pri- ‘mera instancia de manera més clara o més ca- racteristica».* Segiin P. Godet, el signo serfa incluso lo contrario 4 CE. O. Lemarié, Initiation au Nouveau Testament: «Se Giferencian de las pardbolas porque no son simbolos que trasladan una ensefianza religiosa'a otro orden. Se toman los “ejemplos” en el raismo orden moral del que som casos supuesios...» Cf, Luc, x, 90, 37; xvh 19, 31, ete 5A. Lalande, Vocabulaive critique et technique de ta phi- Tosophiew articulo symbole sense, n° 2. 6 CE GG. Jung, Prychologische Typen,és Fr. Creuzer, Spmbolik und’ Mythologie der alten Volker: . Of, J. L, Leuba, op. ct: , digdmoslo asf, a todo tipa de «cualidades no representables, hasta Hegar a la antin asi como el signo simbélico «fuegor aglutina los sentidos divergentes y antinémicos de «fuego pu- rificadors, «fuego sexual», «fuego demonfaco e infernal». 4 Pero, paralelamente, el término significado, en el ~ mejor de los casos s6lo concebible, pero no represen- table, se difunde por todo el universo concreto: mineral, vegetal, astral, humano, , 0 — la adivinidads, puede ser significado por cualquier cosa: un alto peffasco, un arbol enorme, un Aguila, 14 Sobre la etimologia de Sumbolon, ef. R. Alleau: De la nature des symboles. ‘Tanto en griego (sumbolon) como fen hebreo (mashal) 9 en alemén (Sinnbild), el término (que significa simbolo inaplica si i 16 una serpiente, un planeta, una encarnacién huma- na como Jestis, Buda o Krishna, 0 incluso por la atraccién de la Infancia que perdura en nosotros. Este doble imperialismo * —del significante y del significado— en la imaginacién. simbélica carac- ‘eriza especificamente al signo simbélico y cons tuye la «flexibilidad» del simbolo."* El imperialis- mo del significante, que al repetirse lega a inte- grar en una sola figura las cualidades més contra- dictorias, asi como el imperialismo del significado, que llega a inundar todo el universo sensible para manifestarse sin dejar de repetir el acto «epiféni- co», poseen el cardcter comin de la redundancia, Mediante este poder de repetir, el simbolo satisface de manera indefinida su inadecuacién fundamen- tal, Pero esta repeticién no ¢s tautol6gica, sino per- feccionante, merced a aproximaciones acumuladas. Av este respecto es comparable a una espiral, 0 jor dicho a un solenoide, que en cada repeticién circunscribe mAs su enfoque, su centro. No es que un solo simbolo no sea tan significativo como todos Tos demés, sino que el-conjunto de todos los sim- bolos relativos a un tema los esclarece entre sf, les agrega una epidérmica de Ia luz. Una pintura o una escultura de valor simbélico es 1a que posee lo que Etienne Souriau Hama —ya veremos si el término est& justificado— «el Angel de 1a Obra», es decir que encierra un «contenido que Ia trasciendes.* Bl verdadero icono «instaura> un sentido; la simple imagen —que muy pronto se pervierte, convirtién- dose en idolo o en fetiche— es-A cerrada sobre si mis ma, rechaza el sentido, es una «copia» inerte de lo sensible. En cuanto a intensidad simbélica, el icono ‘que més Ia contiene, desde el punto de vista del consumidor, parece ser el bizantino, que satisface mejor el imperativo de Ia conduccién;"* y desde el punto de vista del productor y el consumidor, Ia pintura Chan y taofsta, que conduce al artista chino al sentido del objeto sugeride con algunos trazos 0 manchones de aguada.”* Detengamonos por el momento en esta definicién, 22 Cl. E, Souriau, Lombre de Dieu, Paris, 1955. Cf. lo aque Focillon ama el aura que transfigura la obra (Le bie des formes, Paris: Leroux, 1934) ; ef. también H. Cor- bin, op. city y P. Godet, op. cit. 23 El VII Concilio Eeumnénico (Nicea, 784) define el icono 24 Para todo el Extremo Oriente chino-japonés, ast como para Platén, la belleza concreta es reconduccién que ilu- ‘mina a la belleza en si y al mas allé inefable de la. belleza. Se dijo del pintor chino Yu-K'O que cuando pintaba bam- bes “calvidaba su propio cuerp) y se transformaba en bambiess. Pero estot bamblies ton, a su vez, simbolos, y reconducen a un éxtasie mistico. Gf. F. S. G. Northrop, The mecting of East and West 20 en exis propiedalsy en eta some clasifcacén {del simbolo como(igno que remite a un significado ean inctsible, aio debe encarnar con- Getamente esta adeciiacion gite se Te e eerlo mediante el de las redunda Gan tales, iconogrdficas, que corrigen y comple- Fan tnagotablemente la inadecuacién, je advierte desde un primer momento qe un modo tal de conocimiento nunca adecuado, munca, oydsoues uns up omuoqur | 24a of sod ‘ovanp |. swsuad > tod oper |ospau ‘un sod 2jq |-eoaid ono tod opiP deo tos spond vouny | mdes apuotupoyfi | suoyaide 12s apong ee opeonysiis F reno ex ctiegdg [Econ oun jo-eseds 0 epond cpanpe | you > apuaans sninuorceg emery eons) cums © wimg 25, opens of aP PEP : mee al aurointsis a “openrsie pp Ieomonns ox apiciba ane | cn ug unin on owen at | cuomasy | (oxouns® opnuas ua) oro spot er | ‘OB fa “olveuipiy opuasupowo? ap sopow 507 *| expen 23 2 Weece: 1. La victoria de los iconoclastas o el reverso de los positivismos w instancia, el —cuando no el «percepto»—; por iitimo, frente a la imaginacién comprensiva «que induce al error y la falsedad, la ciencia esgrimié las largas cadc- nas de razones de la explicacién semiolégica, a milindolas en principio a las largas cadenas de ehechos» de ta explicacién positivista. En cierto modlo, esos famosos «tres estadias» sucesivos del triunfo de Ia explicacién positivista son los tres ¢s- tadios de la extincién simbélica. \ 2 ©. Spengler, La decadencia de Occidente.se Debemos examinar brevemente estos «tres estadios> de la iconoclastia occidental. Sin embargo; dichos, ‘tres estadios» no son iconoclastas con igual evi- dencia, y para pasar de lo més a Io menos eviden- te invertiremos en nuestro estudio el curso de la historia, tratando de remontaros, més allé de la iconoclastia demasiado notoria del cientificismo, a las fuentes més profundas de este gran cisma del Occidente respecto de la vocacién tradicional del cenocimiento humano. La desvalorizacin més evidente de los simbolos que nos presenta la historia de nuestra civilizacién , sin duda, la que se manifiesta en la corriente cientifiea surgida del cartesianismo. En verdad, y segtin la excelente definieién de un cartesiano con- temporiinco,? esto no se debe a que Descartes se hiegue a utiliza Ia nocién de simboto[Sin embar-/” g0, el Descartes de la II Meditacién no acepta ‘otro simbolo que ia propia conciencia «a imagen y semejanza» de Dios. Ast, pues, sigue siendo exac- to sostencr que, con Descartes, el simbolismo pier- de vigencia en fa filosof'a. Incluso un epistemélogo tan decididamente no cartesiano como Bachelard * afirma, todavia hoy, que !os ejes de la ciencia y lo imaginario son opuestos en principio, y que el cientifico debe empezar por parificar el objeto de su saber, mediante un ¢psicoandlisis objetivo», de todas las pérfidas secuelas de la imaginacion , «objeto fantasmal», pobreza esencial>.* Bajo el influjo cartesiano se produce en Ia filosofia 6 Ct. F. S.C. Northrop, The meeting of Bast and West, donde el autor asimila este reino del algoritmo a la igual dad politica en Ia democracia de Locke, inspiradora de los tebricos franceses de Ta Revolucién, 7 Gi. Brunschvieg, Héritage de mots, hirtage d'idées, Alain, Préliminaires dla mythologie. Gusdort, Mythe et méta- physiqne.t 8 Sartre, L'imaginaire& 28 contemporénea una doble hemorragia de simbo- lismo: ya sea que s¢ reduzca el cogito a las «co- gitaciones» —y entonces se obtiene el mundo de la ciencia, donde el signo slo es pensado como tér- mino adecuado de una relacién—, 0 que «se quie- ra devolver el ser interior a la conciencia»® —y entonces se obtienen fenomenologias carentes de trascendencia, segtin las cuales el conjunto de los, fenémenos ya no s¢ orienta hacia un polo metafi- sico, ya no evoca ni invoca lo ontolégico, no logra sino una del siglo xvm, ya no procura evocar. De este re- chazo de la evocacién nace el ornamentalismo aca- démico que, desde los epigonos de Rafael hasta Femand Léger, pasando por David y los epigonos de Tpgres, reduce el icono a la funcién de deco radgf a siguiera en sus rebeiones romintcas ¢ impresionistas contra esta situacién desvalorizada, hhan recuperado la imagen y el artista, en los tiem= pos modernos, la potencia de significacién plena que tuvieron en las sociedades iconéfilas, en el Bi: zancio macedénico asf como en la China de la di- nastia Song. Y en la anarquia turbulenta y ven- gativa de las imAgenes, que de pronto desborda y sumerge al siglo xx, el artista busca desesperada- mente enclavar su vocacién més allé del desierto Aj temontarnos algunos siglos antes del cartesia- nismo, percibimos una corriente atin mas profun- da de iconoclastia, repudiada por la mentalidad ceartesiana, aunque mucho menos que lo que se af ma.” Esta corriente es transmitida desde el siglo 11 E, Gilson demostré en qué medida Descartes era el he- redero de la problematica y de los conceptos peripatéticos; ch Discours de la méthode, notas exiticas de B. Gilson, Paris: Vin. xa al x1 por el conceptualismo aristotélico, © con mis exactitud por su desviacién ockhamista’y ave- rroista. La Edad Media occidental reanuda por su cuenta la vieja disputa filos6fica de la antigtic- _ dad clisica. El platonismo, tanto grecolatino como alejandrino, es mAs 0 menos una filosofia de la «clave» de la trascendencia, es decir que implica una simbélica. Es verdad que diez siglos de racio- nalismo han corregido ante nuestros ojos los di logos del discipulo de Sécrates, donde ya no vemos otra cosa que las premisas de la dialéctica y la incluso del matematismo de acién sistematica del sim: bolismo mitico, y hasta del retruécano etimolégico, en el autor del Banquete® y del Timco,* bastan para convencemos de que el gran problema plat6- nico era el de conducir ® los objetos sensibles al mundo de las ideas; el de Ia reminiscencia que, Iejos de ser una memoria vulgar, es por el contra- rio una imaginacién epifénica. En los albores de la Edad Media, Juan Escoto Eridigena sostendré una doctrina parécida: Cristo se transforma en el principio de esta reversio, opuesta a la creatio, por medio de la cual se efec- tuaré la divinizacién, deificatio, de todas las co- 12 Cl. L. Brunschvieg, Lexpérience humaine et la causalité physique, 13 HE. Corbin (op. eit.), demostré que el Islam oriental shita, en especial con Ton Arabi, lismado Ibn Ajlatun, hijo de Platén», estavo mas protegido que el Occidente no de la ola perigatética del averroismo, y asf pudo covervasintacta xndoetina de a rconduciy ali ¥ los privilegios de la imaginacién epifénica (alam al- 7 spre gi a 3l sas.™ Pero la solucién adecuada del problema pla- {6nico es, en definitiva, la gnosis valentiniana pro- puesta en Ia Icjana época preoccidental de los pri- ‘meros siglos de la era cristiana. Al interrogante que obsesiona al platonismo: «:Cémo ha Ilegado a las cosas el Ser sin raiz y sin vinculo?s,"* planteado por el alejandrino Basilides, Valentin responde mediante una angelologia, una doctrina sobre los «dngeleo intermediarios, los cones, que son mo- delos eternos y perfectos de este mundo imperfecto (puesto que es separado), mientras que la reunién de los eones constituye la Plenitud (el Pleroma). Estos Angeles, que aparecen también en otras tra- diciones orientales, son, como lo demostré Henri Corbin," el criterio propio de una ontologia sim- bélica. Son simbolos de la funcién simbélica mis- ma que es —jcomo ellos!— mediadora entre la trascendencia del significado y el mundo mani- fiesto de los signos concretos, encarnados, que por medio de ella se transforman en simbolos. {Ahora bien; esta angelologia, que constituye una doctrina del sentido trascendente comunicado me- diante el humilde simbolo, consecuencia extrema de un desarrollo histérico del platonismo, seré re- chazada, en nombre del «pensamiento directo», 14 CE. M. Cappuyne, Jean Scot Brigine, sa vie, son oewsre, sa pensée, Lovaina, 1933. 15 "Titulo del libro sau de lot Comentarios de for Evangelios ide Baslides. Cf. F. Sagnard, La gnove valentinienne et le rémoignage de saint Irénée, Paris: Vein, 1947; S. Hutin, Les gnostiques,® pig. 40: (Cex théch. pesitviste, Péchut, pag. 128.) Imposible expresarlo ‘mejor: el modo’ de unién es este, completamente positivo, del vegetal al hombre, y no como en Platén, del hombre a Ia idea por medio del sérmino simbélico, 18 Sobre G. de Ockham, cf. L, Baudry, Le Tractatus de principiis heologiae attribué & ©. d'Ockham, Paris: Vzin, 1936; E, Gilson, La philosophic au Moyen Age.ts Sobre Averroes, ef. L. Gauthier, Accord de la religion et de la Philosophie, tratado de Ibn Rochd, traducido y anotado, Angelia, 1905; P. Mandonnel, Siger de Brabant et Pave. rroisme latin ex XII sidcle, Lovaina, 1908-11. 33 aw inmévil tan abstracto que no merece el nombre de Dios. La afisica» de Aristételes, que la cristian- dad adoptaré hasta Galileo, corresponde a un mun- do sccularizado, combinacién de cualidades sen- sibles que solo conducen a lo sensible o a la ilu- sién ontolégica que denomina ser a Ia cépula que lune un sujeto a un atributo. Lo que Descartes re- a en esta fisica de primera instancia no es su idad, sino su precipitacién. Es cierto que para el conceptualismo la idea posee una realidad in re, en la cosa sensible donde va a tomarla el intelecto, pero solo conduce a un concepto, 2 una definicién literal que quiere ser sentido propio. Y no condu- ce —como la idea platénica— de un impulso m ditativo a otro, al sentido trascendente supremo tuado «mds alld del ser en dignidad y en potencia>. Ya se sabe con qué facilidad este conceptualismo se disolver en el nominalismo de Ockham. No se equivocan los comentaristas de los tratados fisica peripatética ® que contraponen las histori (Investigaciones) aristotélicas. —tan cercanas en espiritu a la entidad chistérica> del positivismo moderno— a los mirabilia (acontecimientos raros ¥ maravillosos) o bien a los idiotes (acontecimicn- tos singulares) de todas las tradiciones herméticas. Estas dltimas actuaban mediante relaciones «sim- paticass, mediante homologias simbélicas.” 19 Cf. P Resugine, La réodltion Hermés Triomégite: «En Is medida en que Ios atigus,inclan los bimatinosy despots la Edad’ Modi, tvieon alguna idea del mEtodo Sento, seta deen Estaginta © ala larga nea de sus comentarstay deade Alejandro de Alisa a Flop 20 Id: Sobre fs Hterturaeimpatean de Boke ef Dee Imocrto, avtar de un Tratado dela Spates» antipatas. wn Este deslizamiento hacia el mundo del realismo perceptive, donde el expresionismo —incluso el Sensualismo— reemplaza a Ia evocacién simbélica, ts de los més visibles en la transicién del arte ro- minico al gético. En la plenitud roménica florecié tuna iconografia simbélica heredada de Oriente, pe- ro esta plenitud fue muy breve con respecto a los tres siglos de arte ,” es decir, en una ima- gen que tiene ante todo una funcién ‘de recon miento social, una segregacién convencional. Po- dria decirse que se trata de un simbolo reducido a su potencia sociolégica. Toda mas ‘ menos sistematica. Pero la imaginacién simbélica se presenta como vigilia del espiritu més allé de la letra, so pena de morir. Ahora bien: toda iglesia cs funcionalmente dogmética y en lo institucional esti del lado de la letra. Como cuerpo sociolégico, tuna iglesia «divide el mundo en dos: los fieles y los sacrilegos>; sobre todo la iglesia romana que, en el momento culminante de su historia, sosteniendo con mano firme la , el Iegalismo religioso se enfrenta siempre, fundamen- talmente, con la afirmacién de que existe para cada individualidad espiritual una ¢inteligencia agente separada, su Espiritu Santo, su Sefior personal, que la une al Pleroma sin otra mediacién».* Dicho de 31 B. Morel, op. cit 32H. Corbin, op. cit, demuestra la relacién entre I he- rejfa gnéstca y el simboliamo al decir: «Es posible distinguir 39 otra forma, en el proceso simbélico puro, el Media- dor, Angel o Espiritu Santo,” es personal, emana en cierto modo del libre examen, 0 mas bien de la bre exultacién, y por e30 escapa a toda formulacién dogmética impuesta desde afuera. La vinculacién de la persona, por intermedio de su Angel, con el Absoluto ontolégico, escamotea incluso la segrega- cién sacramental de la iglesia.** Como en el plato- nismo, y sobre todo en el platonismo valentiniano, bajo la cubierta de la angelologfa hay una relacién personal con el Angel del Conocimiento y de la Revelacién.* (Por Jo tanto, todo simbotismo es una especie de W/ gnosis, 0 sea un procedimiento de mediaci6n a [oe piotisanteomensian ee Fe ey ea Sune Ret naan ent Es fost ee peace a oy eeu Fe eos ree ee come Siac nee ence eee oe a pee oa pee eae ce een ae Berar seal oaieern sac ee ee eae eee eae eae oe Pee oe fe ome ne eae través de un conocimiento conereto y experimen- tal Como gnosis, el simbolo es un son Sofia, Barbelo, Nuestra Sefiora del Santo Espiritu, Helena, etc., cuya caida y sal- vaci6n representan las mismas esperanzas de la via simbélica: la conduccién de lo conereto a su sentido iluminante. Es que la Mujer, como los Angcles de Ia teofania plotiniana, posee, al contrario del hom- . bre, una doble naturaleza que es propia del sym- bolon mismo: es creadora de un sentido y al mismo tiempo su receptdculo concreto. La femineidad cs la finica mediadora, por ser a la vez «pasiva» y 36 Decimor cuna especie de gnosiss porque Ta gnosis pro: ppiamente dicha es un procedimiento mezcla de raciona- listo y dogmatismo defensivo; P. Ricoeur lo advirtié muy bien (en Finitude et culpabilié) : eLa gnosis es lo que re- coge ¥ desazrolla el momento etiolégico del mito», Sin em- bargo, lo que dice H. Ch, Puech acerca de la gnosis puede aplicarse perfectamente al conocimiento simbélico: «Se de ‘nomina o se puede llamar gnosticismo —y también gnosis— 2 toda doctrina 0 actitud religiosa basada en la teoria 0 la ‘experiencia interior, destinada a volverse estado inamisible (c-) mediante la cual, en el curso de una iluminacién, ef hombre se recobra en su verdad, se recuerda (...) y con ello se conoce o ve reconoce en Dios...>; Puech «Phéno- ménologie de la gnoses, en Ann. Collége de France, n° 53, pags. 168-69, Ch. S, Petrement, Le dualisme chez Platon, les gnostigues et les manichéens, Patis: Presses Univers taires de France, 1947 4a «activa». Es lp que ya habia expresado Platén, es Jo que expresa Ia figura judfa de la Schekhinah, ast como la figura musulmana de Fatima." Ast pues, la Mujer es, como ef Angel, el simbolo de Jos simbofos, tal como aparece en la matiologia ortodoxa en la figura de la Theotokos, 0 en la li- ‘urgia de las iglesias cristianas que asimilan de buen grado, como mediadora suprema, a «La Esposay,"* Ahora bien; es significativo que todo el misticismo occidental recurra a estas fuentes platénicas. San Agustin nunca renegé completamente del neopla- tonismo, y fue Escoto Eritigena quien introdujo en Occidente, en el siglo 1x, los escritos de Dionisio Areopagita.” Bernardo de Clairvaux, su amigo Gui- llermo de Saint-Thierry, Hildegarde de Bingen, estdn todos emparentados con la anamnesis platd- nica. Pero ante esta transfusién de misticismo, la institucién eclesiéstica vigila con recelo") 37 Platén no solamente considera al Amor (Eros) el proto- del intermediario (Banquete), al que la iconografla an epresentaba como un edaimon» alado, sino que tar. bién (Timeo) sitéa entre el modelo. inteligible y el mundo sensible un intermediasio. misteriowo: «el Recep: ‘culos, la Nodrizas, ela Madres... Cl. los resurgimien: tos de platonismo en la Madonna inteligensia de los plato~ nistas de la Edad Media y en la figura de Fétima-Crea- no implica en absoluto que en ella se tolere tuna interpretacién libre negada por Ia iglesia a la Biblia escrita, Esta expresion quiere decir, simple- mente, que la escultura, el vitral, cl fresco, son ilustraciones de la interpretacién dogmitica del Li- bro. Si el gran arte cristiano se identifica con el 42 Por eso In iconografia —e incluso la etimotogia de alma» entre los grieyos— la considera una hija del aire, el viento, El alma es alada como Ia victoria, y_ cuando Delacroix pinta su Libertad en lo alto de la barricada, © cuando Rue esculpe en el arco de triunfo, reproducen cs Pontineamente el vuelo de La Victoria de Samotracia, bizantino y el roménico (que son. artes del icono y del simbolo), el gran arte catélico (que sos-tiene toda la sensibilidad estética de Occidente) se iden- tifica tanto con el «realismo> y la ornamentistica gética como con la ormamentistica y el expresionis- mo barrocos. El pintor del «triunfo de la iglesia» es, Rubens y no André Roublev, ni siquiera Rem- brandt. De esta manera, en el alba del pensamiento con- tempordneo, en el momento en que la Revolucién Francesa esté por terminar de desarticular los s0- portes culturales de la civilizacién occidental, se advierte que la iconoclastia occidental resurge, con- siderablemente reforzada, de scis siglos de «progre- so de la conciencia». Pues si bien el dogmatismo literal, el empirismo del pensamiento directo y el cientificismo semiol6gico son iconoclastias divergen- tes, su efecto comtin se va reforzando en el curso de la historia. Tanto es asf, que Comte ™ podra cons- tatar esta acurnulacién de los «tres estadios de nues- tras concepciones principales», y esto es Io que va a fundamentar el positivismo del siglo xx. Porque el positivismo que Comte extrae del balance de la historia occidental del pensamiento es, a la vez, dog- matismo «dictatorial» y «clerical», pensamiento di- recto en el nivel de las «hechos reales» en oposicién a las «quimeras» y al legalismo cientificista."* Adop- 48 Cf A. Comte, Cours de Philosophie positive, primera leccién, 44CF. A. Comte, Syitime de politique positive; J. Lax croix, La sociologie d’Auguite Comte, y la importantisina, 45 tando una expresién aplicada por Jean Lacroix * al positivismo de Auguste Comte, se podria decir que la gradual «reduccién> del campo simbélico condujo, a principios del siglo 2x, a una concep- cin y a un papel excesivamente «estrecho» del simbolismo. Con justa razén se puede preguntar si estos tres estadios» del progreso de la conciencia no son tres etapas de la obnubilacién del espfritu y sobre todo de su alienacién. El dogmatismo «teolé- gico», el conceptualismo ; «Solo se escapa a la tirania politica para faer en el despotisma espiritals 416 2. Las hermenéuticas reductivas <«eAnalizar intelectualmente un simbolo es como pe- lar tin cebolla para encontrarlay. Pierre Emma- nuel, Considération de Pextase. {Nuestra época volvié a tomar conciencia de la im- \portancia de las imAgenes simbélicas en la vida mental gracias al aporte de la patologia psicolégi- léa y Ia etnologia. Ambas ciencias parecen haber revelado y recordado de pronto al individuo normal y civilizado que toda una parte de su represen- tacién lindaba, de manera singular, con las repre- sentaciones del neurético, del delirio 0 de los ‘eptimitivos». Los métodos que comparan la «loc ra» con la salud mental y la légica eficaz del ci zado con las mitologias de los «primitives» tuvieron, cl mérito inmenso de atraer la atencién cientifica hacia el denominador comiin de la comparacién: el reino de las imagenes, el mecanismo mediante el ual se asociat los simbolos con Ia bisqueda del Sentido més 0 menos velado de Tas imigenes, 0 sea Ja hermenéutica, (Pero, si bien el psicoandlisis, ast como la antropolo- gia social, redescubre Ia importancia de las imAge- Tes y rompe en forma revolucionaria con seis los de rechazo y coerién de lo imaginaro,dichas loctrinas solo descubren la imaginacién simbélica para tratar de integrarla en la sistemitica intelec- tualista en boga y reducir Ia simbolizacién a un +simbolizado sin misterio. Ahora es necesario que realicemos el estudio, y en primer Iugar en el sis _ tema del psicoanilisis, de estos procesos de reduc- a7 cién de lo simbolizado a datos cientificos y del simbolo al signo. ‘ Minerva que sale de la ca- bbeza > nacimiento por la vulva. El defecto exencial del psicoandlisis freudiano es haber combinado un determinismo estricto, que convierte al simbolo cn simple «efecto-signo», con una causalidad tinica: la libido que impera sobre todo. Por eso el sistema de explicacion s6lo puede ser univoco (donde un signo remite a otro signo) y pansexual (donde el signo {altimo, la causa, es accesoria de la sexualidad, sien- do esta una especie de motor inmévil de todo el sistema). Puede advertirse esta doble reduccién en un caso concreto, poniendo en evidencia el famoso comple- jo de Edipo en el siguiente ejemplo: X... suciia que come en compafifa de un monje, en cuya pre- sencia se compromete, ante una estatua de la Vir~ gen y no sin repugnancia, a ira cuidar leprosos. El anilisis freudiano de este caso nos ofrece en primer lugar las siguientes asociaciones: «monje»: en el pasado el sujeto X... tuvo como consejero moral a un capuchino; reside, ante todo, 1a revolucién freudiana.”” ‘Veremos ahora que hay, no obstante, otra manera de concebir el inconsciente, no ya , Estas socieda- des parecen suplir la falta de progreso tecnolégico, la carencia de preocupaciones tecnocrfticas, con una fantistica profusién imaginativa. Los actos mas cotidianos, las costumbres, las relaciones sociales, es- tn sobrecargados de simbolos, son duplicados en todos sus detalles por todo un cortejo de valores sim- bélicos."* A qué remiten estos simbolos lujuriosos que parecen tapizar el comportamiento y el pensa- iento de los «primitives»? La lingiistica en todas sus formas serd siempre el modelo de un pensamiento sociol6gico. En efecto, Ia Iengua es un fenémeno testimonial y privilegiado del objeto sociolégico. Plantea este pluralismo dife- rencial que es propio de la antropologia social, en 14 Gf, Malinowli, La sexual ots répenion dae te sociétés primitives. IBGE Me Grate Diew Zeou; G, Diteren, La reign tes Bonar don layne, Stel Hop oposicién al monismo de la naturaleza humana pos- tulado en mayor o menor grado por la antropologia psicolégica y en especial por el psicoaniliss. Pues fas lenguas son diferentes y los grandes grupos lin- giisticos son irreductibles entre si. Y si el «simbolis- fno> que constituye una Iengua con sus fonemas, palabras y giros, remite a un significado més pro- fando, ese significado debe conservar el caracter diferencial de la lengua que Io explicita y lo mani fiesta. Aquel, como esta, no es pasible de general zacién: es de naturaleza diferencial, y el «simbo- fismop filolégico s6lo puede remitir a una significa cién sociolégica. La lingiifstica parece sugerit la feduccién del simbolismo a la sociedad que lo sos- tiene. Pero, mientras que algunos sociéloges * se atienen estrictamente al simbolismo lingiiistioo y se parapetan en el dominio de los fonemas y los seman- temas, buscando en las formas inagotables de las Jenguas del lenguaje humano semejanzas lingiiisti- cas que permitan inferir semejanzas sociolégicas, otros tratan de aplicar los métodlos de la lingiifstica al de 1a fonologia— no solo a Ta lengua, 1 los simbolos de una sociedad en general, tanto rituales como mitol6gicos, sin buscar Ya las semejanzas, sino, por el contrario, las dife- encias que las estructuras de los conjuntos simbé- licos, miticos o rituales, sefialan entre las sociedades. Los trabajos de Georges Dumézil, precedidos por Jos de André Piganiol, se relacionan con el primer 16 ‘Tomamos este término genético, no en su sentido, e teicto. ino. para expresar simplemente que el especialista fh cuestién aborda el dominio de las «ciencias sociales> en igeneral: sociologia propiamente dicha, etnologia, antropo- fogia cultural, etnografia, etcétera. 37 método de «reduccién> simbélica, que se puede denominar «reduccién sociolégica’ funcionalista>. Piganiol subray6, al estudiar la antigtiedad romana, Ia presencia en ella de dos corrientes de. simbolis- mo, que solian tocarse sin mezelarse. Por una parte, se observaban simbolos —rituales 0 miticos— cen” trados en cultos cténicos, que incluian sacrificios rituales, misterios, orgfas, con el empleo de altares bajos, «piedras de sacrificio», sepulturas ocupadas por el muerto, etc.; por otra, el grupo de simbolos coexisten en ei conjunto de las sociedaces del grupo lingiistico indoeuropeo. Mas a‘in; en los celtas, ger- ‘manos, latinos 0 los antiguos hindiies e iranios, la sociologia lingiiistica pone de relieve no dos sino 17 Térmgino tomado del psicoanalistia Baudouin, que sigs nifiea , tres capas simbélicas perfectamente distinguibles, las cuales manifiestan su simbolismo religioso en los tres dioses latinos que pasan a ser emblema de todo l sistema dumeziliano: Jépiter, Marte, Quirino. Pero Dumézil no posee las timideces reductivas de un Piganiol o de un Lowie: ta «difusién» indocuro- pea no explica nada; la explicacién profunda, la {itima reduccién de la «triparticién> simbélica en- tre los indocuropeos, es una explicacién funcional. Los tres regimenes simbélicas se corresponden, tér- ‘mino a término, con una triparticién de la sociedad Indoeuropea en tres grupos funcionales, muy pare- ccidos a las tres castas tradicionales de la India an- tigua: brahmines, chatrias y vaisias. Jépiter, con ‘su ritual y’sus mitos, es el dios de Ios «sacerdotes»,* del flamen, tal como Mitra-Varuna es el dios del brahmin; Marte es el dios de los «jinetes» y los «lé- ceress,* tal como Indra es el de los guerreros cha- trias; en cuanto a Quirino, es fa divinidad «plural», a menudo feminoide (Fortuna, Ceres, etc.), divi- niidad de los agricultores y los «productores», arte- sanos y comerciantes. Para el funcionalismo de Dumézil, un mito, un ri tual, un simbolo, es directamente inteligible desde ‘el momento en que se conoce su etimologia. El sim- bolismo es una seccién de la seméntica lingiistica. ‘Sin embargo, el andlisis ha demostrado que convie~ ne desconfiar de una lectura directa: la trama del 18 La realidad es més compleja; las funciones de Japiter son dobles, ts] com la soberania en Roma o en los Vedas: texflamen corresponde términe 4 término a raj-brakmon. # Los eliceress fueron una de las tres tribus fundadoras de Roma, de origen etrusco. (N. del E.) 59 simbolo no se teje en el nivel de ta conciencia clara —en este caso, gpara qué serviria la compli: cacién del «sentido figuradoy, del «simbolo» en re- lacién con el sentido propio?— sino en las complica- cciones del inconsciente... El simbolo necesita ser descifrado, precisamente por estar cifrado, por ser tun criptograma indirecto, enmascarado. Por otra parte, los principales conjuntos simbélicos, los mi- tos, poseen la extrafia propiedad de escapar a la contingencia lingiifstice: el mito se opone a un ‘ de Lévi-Strauss. Bste diltimo no basa en absoluto su antropologia, y en especial su herme- néutica, en una lingiifstica positivista, en el nivel del léxico y de la seméntica, sino en la fonologia estructural, y su ambicién es lograr que la sociolo- gia, en especial la hermenéutica sociolégica, eve a cabo un progreso andlogo™ en cuanto ala forma (si no en cuanto al contenido) al que introdujo la fonologia.* Al abandonar toda interpretacién que modelara estrechamente el simbolo sobre un patrén de lingiifstica material (es decir, lexicolégica y mintica), Lévi-Strauss solo conserva de la lingiiis- tica el método estructural de la fonologia. Y este método, tal como se desarrolla en N. Troubetzkoi,™* rinde cuenta admirablemente —entre otros— de los propios caracteres del mito en particular y del sim- bolo en general. «En primer lugar» la hermenéutica sociolégica, en perfecta concordaneia tanto con el psicoandlisis co- mo con la fonologia, «pasa del estudio de los fen6- menos conscientes al de su infraestructura incons- cienten. Del inconsciente, que es el érgano de la ¢s- tructuracién simbélica, y de ninguna manera «el re- fugio inefable de las particularidades individuales>. Es decir que el vinculo reductivo ya no ser busca- do de manera directa, sino indirecta y muy alejada del semantismo de los términos; y esto nos remite al segundo caracter. En efecto: en segundo lugar, la hermenéutica ¢s- 22 Subeayamos este término, que nos parece importante 23 Op. cit. iz " 24 Ni Troubetsoi, eLa phonolopie actusle, on. Payto- logie du langage (Pars, 1933), citado. por LAv-Stes, opt 61 tructural, lo mismo que la forologfa, erehisa tratar los términos como entidades independientes, toman- do, por el contrario, como base de su andlisis, las relaciones entre los términos». Agregaremos que e5- to es lo fundamental de! estructuralismo: la posibi- lidad de descifrar un conjunto simbélico, un mito, reduciéndolo a relaciones significativas. Ahora bien, gebmo distinguir estas «relaciones>? ;Cémo esta- Dlecer relaciones no arbitrarias, es decir, constituti- vvas, que puedan ser ofrecidas como leyes? Asi como Ta fonologia supera y deja de lado las pequefias uni- dades seminticas (fonemas, morfemas, semante- mas) para centrar su interés en el dinamismo de las, relaciones entre los fonemas, de igual forma la mi- tologia estructural nunca se detiene en un simbolo separado de su contexto: tiene por objeto la frase compleja, en la que se establecen relaciones entre los senantemas, y esta frase es la que constituye el ‘mitema, égran unidad constitutivas, que por su complejidad «tiene carécter de relaciény.* Tomemos un ejemplo del mismo Lévi-Strauss: en «sincrénicos» que acompasan, por medio de una especie de repeticion, de «redun- dancia» estructural, el hilo del relato mitico, su ‘ Hamadas «mitemas», y los mitemas al neados en columnas «sincrénicas» ; entonces, se pue- de reducir finalmente estos sincronismos a un solo sistema: Ta TV columna (consagrada a seres dos, «que trastabillan hacia adelante o de costado», que la mitologfa comparada nos muestra como «los hijos de la tierra»), que significa la «persistencia de Ia autoctonia humana», mantiene con Ia columna TIT («negacién de la autoctonia» por medio de la destruccién del monstruo ct6nico) la misma rela- 26 Tal como Troubetzkoi lo afiema de la fonolegia. Citado por Cl. LéviStraues, op. cit. 27 Tomamos lo esencial de este cuadro de Lé op. et Straus 63 Hilo del relato (diacronismo). ] ge8 2 | | Beet @ | elall u. Beek 23 oe 7 |e i ae a5 EE : “| [Re a] | ay | 33 | i] |B bas| ah i Ag8) 82) | a3 aa | | a legs _ 5 (| Ees a3 & | eau. ae #2 | gks E Be | 2552 dal | | az [2228 ‘Sistema sincrénico de «mitemas», “4 IV m1 u I cién que Ia columna I («relaciones de parentesco sobrestimadas») tiene con la columna II (arela, ciones de parentesco desvalorizadas>). Por lo tanto, el mite de Edipo seria un instrumento légico utilizado con fines sociolégicos:"* permitiria 2 una sociedad que afirma en muchos relatos que los hombres provienen de la tierra («autoctonia>), aun cuando sabe que el hombre nace de la unién del hombre y la mujer, resolver esta contradiccién. La vida social (columnas I y II) nos presenta de hecho, experimentalmente, una coexistencia de con- trarios parecida a la contradiccién ontolégica (co. Tumnas IH y IV): «Lo mismo nace de lo mismo y también de lo otto». Reducido de esta manera el mito a un juego estruc- tural, uno se da cuenta de que la combinatoria es. tructural, que en primera instancia parecfa tan complicada, es muy simple en definitiva,® de una simplicidad casi algebraica, asi como «hay muchas enguas, pero muy pocas leyes fonolégicas que va- len para todos los idiomas». Por ejemplo, la extre- ma complejidad de la mitologia zufi, una vez or. denada en un cuadro, reducida metodolégicamen- te, se convierte en un simple instrumento légico, destinado a obrar la mediacién entre la vida y la muerte>,” mediacién dificil en particular para una mentalidad que construye su concepeién de la vida ¥ del nacimiento sobre el simbolo de la emergencia del vegetal fuera de la tierra, Por ende, tanto el estructuralismo como el funcionalismo reducen el 28 Ct, op. eit 29 GE, op. cit 30 GF, op. eit 65 simbolo 2 su estricto contexto social, semAntico o sintéctico, segiin sea el método utilizado. Se podria decir que la reduecién sociolégica cs exac- tamente inversa a la reduccién psicoanalitica, pero ambas proceden de la misma forma. Para el psico- anilisis, el inconsciente es una verdadera facultad siempre «plena», y plena simplemente del potencial energético de la libido. El entomno social, las situa- ciones de la vida individual, modelan de muchas ‘maneras, «metamorfosean> ™ y enmascaran en ma- yor 0 menor grado esta corriente ‘inica de vida, este impulso espectfico cuya potencia vital sobrepa~ sa por doguier la clara voluntad individual y deja ncesantemente rastros sobre el contenido de la re- presentacién, colorea todas las imAgenes y actitu- des. Para el'sociélogo, por el contrario, el incons- ciente est «siempre vacio»,® «tiene tan poca rela- cin con las imégenes como el estémago con los ali ‘mentos que pasan por él», se limita a , y la estructuraci6n —que, de manera extrafia, es la misma facultad que la inteli- gencia, una especie de inteligencia no consciente— integra en sus formas simples a las imigenes, a los semantemas transportados por lo social. Pero tanto para el psicoanilisis como para Ia sociologia de lo imaginario, ¢} simbolo s6lo remite, en ult mo anélisis, a un episodio regional. Siempre se nic ga fa trascendencia de Io simbolizado, en beneficio de una reduccién al simbotizante explicito. Por tilti- 31 Ch Jung, Métamorphoses et symboles de la libido.te 32 Cf Lévi-Strauss, op. cit 66 ‘mo, el psicoanilisis o el estructuralismo reducen el simbolo al signo o, en el mejor de los casos, a la alegoria. Segin ambas doctrinas, «el efecto de tras- cendencia» se deberia solamente a la oscuridad ded inconsciente. Un esfuerzo de elucidacién inteiectua- lista anima tanto a Lévi-Strauss como a Freud, que fn todo su método procuran reducir el simbolo al signo. o7 3. Las hermenéuticas instaurativas «Los conceptos crean idolos de Dios; solo el sobre- cogimiento presiente algo». Gregorio de Nyssa, Pa- trologie grecque, 44-3728. Entre la gran corriente de las hermenéuticas reduc- tivas, caracterizada por el psicoandlisis y la etnolo- aia, y las hermenéuticas instaurativas, ¢s justo tuar la obra filos6fica de Emnst Cassirer,’ que abarca toda la mitad transcurrida del siglo xx y que tuvo el mérito de orientar a filosofia, y no solamente Ia investigacién sociolégica y psicolégica, hacia el interés simbélico, Esta obra constituye un admira- ble contrapunto 0 un prefacio a la doctrina del so- breconsciente simbélico de Jung y a la fenomenolo- sgia del lenguaje poético dé Bachelard, asi como a nuestros propios trabajos de antropologia arqueti- polégica 0 al humanismo de Merleau-Ponty. Partiendo de la critica kantiana, Cassirer tuvo el inmenso mérito de intentar desalinearla de cierto positivismo cientificista que solo aceptaba la prime- ra Critica, la de la razén pura. Cassirer no sola- mente toma cn cuenta las otras «Criticass, en especial la Critica del juicio,* sino que también ‘complementa este inventario de la conciencia cons- titutiva del universo de conocimiento y accién. Ade- més, Cassirer consagra una parte de sus trabajos al mito y ala magia, a Ia religién y al Ienguaje. 1B, Cassirer (1874-1945) ; obras principales: Philosophie des symbolischen Formen # (4 vols. 1923, 1925, 1929), Die Begnifs Form im mythischen Denken (1922), Spracke und Mythos (1925) y Am essay on man (1944) 68 Recordemos que el gran descubrimiento «cope cano> de Kant es haber demostrado que la ciencia, Ia moral, el arte, no se satisfacen con leer analitica mente el mundo, sino que constituyen un universo de valores por medio de un juicio «sintético a prio- tip. Para Kant, el concepto ya no es el signo indica- tivo de los objetos, sino una organizacién instaura- dora de la «realidad. Por tanto, el conocimiento es constitucién del mundo; y la sintesis conceptual se forja gracias al «esquematismo trascendentabs, es decir, por obra de la imaginacién.* Asi, pues, no se trata en absoluto de interpretar un mito o un simbolo buscando en él, por ejemplo, una explicacién cosmogénica precientifica, ni tampoco de reducir el mito y el simbolo a fuerzas afectivas, como lo hace el psicoandliss, o a un modelo sociol6- ico, como lo hacen los sociélogos.* En otras pala- bras, el problema del simbolo no es de ningtin modo el de su fundamento, como lo quieren las perspec tivas sustancialistas del cientificismo, de la sociolo- gia o del psicoandlisis, sino mas bien en una pers- peetiva funcional que esbora el criticismo— el de la expresion inmanente al simbolizante mismo.* El ob- jeto de la simbélica no es"éh absoluto una_cosa analizable, sino, segiin una expresi6n cara a Cassi- rer, una fisonoméa, es decir, una especie de escultu- ra total, viva y expresiva de cosas muertas ¢ inertes. Este fenémeno ineluctable para la_conciencia humana es lo que constituye esa inmediata organi- zacién de lo real. Esto iiltimo nunea se presenta 2 Cassirer, Philoxophie 3 GE. Castirer, Philosophie 4 Cassirer, Philosophie 1 op. eit op. city An essay on man, 1 op eit: An essay on man, 69 como un objeto muerto, sino objetificado, es decir, promovido por todo el contenido psicocultural de la conciencia ala dignidad de objeto para la con- ciencia humana. Cassirer lama pregnancia simbé- ica” a esta impotencia constitutiva qué condena ai ‘Pensamiento a na poder jamés intuir objetivamente na _integrarla de modo-inmediaio ex_un sentido, Pero esta impotencia no es sino el reverso de un inmenso poder: el de la presencia ineluctable dei sentido, que hace que para la concicneia hu- mana nada sea jamés simplemente presentado, si- no todo representado. La enfermedad mental reside justamente en un trastomo de la re-presentacién. Un pensamiento en- fermo es el que ha perdido el «poder de la analo- fax, y en el cual los simbolos se descomponen, se desimpregnan del sentido.’ Por lo tanto, el hombre pensante y la salud mental se definen en términos culturales; el homo sapiens, en definitiva, no es mas que un animal symbolicum. Las cosas solo existen por medio de la «figura» que les da el pensamiento objetivante; son eminentemente «simbolos, ya que solo conservan la coherencia de la percepcién, de Tm conceptualizaciGn, del julio © del razonamiento ‘mediante l sentido que las impregna. La filosofia ¥ el andlisis fenomenoldgico de los diferentes secto- res dé ax objetivacrén» desembocan, en Cassirer, en una especie de pansimbolismo, Aunque defina al simbolo por su dinamismo puro, se percibe que Cassirer Hega incluso a jerarquizar las formas de la cultura y del simbolismo, al consi- 5 Cassirer, Philocophie..., oft ct 6 E. Cawirer, of. cit 70 ‘antes. De esta fornia se derar, por ejemplo, al mito como un simbolo escle- rosado, que perdié su vocacién epoética», mientras que, al contrario, la ciencia, objetivaciOn por exce- Iencia, siempre vuelve a cuestionar Ios simbolos, y posee por tanto una potencia mayor de pregrancia simbélica... Fue necesario llegar a la obra de investigadores me- nos comprometidos con respecto al criticismo y la epistemologia kantiana para que Iz imaginacién simbélica adquiriera una autonomfa completa con relacién a la influencia de la Igiea de la identidad, «El conocimiento de las bases arquettpicas univer- sales (...) me indujo a considerar lo que existe en todas partes y siempre, y lo que pertenece a todos (...) como un hecho'psicoldgico>. Jung, Symbo- lique de Pesprit.8 Si bien Ia teorfa de Jung sobre el papel de las imé- genes es una de las mas profundas, su terminologia telativa al simbolo es de las mAs’ confusas y Tact fanden sin cesar ar= {Guetipos, simbolos y complejos. Sin embargo, Jung, parte de una diferencia muy firme y neta entre sig- zo-sintoma y simbolo-arquetipo para criticar 1 coanilisis freudiano. Ahora bien; volviendo a la definicién clésica del simbolo, Jung descubre explicitamente que este filtimo es ante todo multivoco (si no equivoco) por consiguiente, el simbolo no puede ser asimilado 7 Jung, Seelenprobleme, Zurich: 3° ed., 1946, pig. 49. 71 a.un efecto al que se reduciria a una «causa» tinica, EL simbolo remite a algo, pero no se reduce a una sola cosa, En otras palabras, , a esta infraestructura ambigua de la propia ‘+ terapéutica caprichosa. Pero, sobre todo, el «sueiio ambigiedad simbélica. El arquetipo «per se», en st de incesto», mucho mas general que el deseo inces- mismo, es un «sistema de virtualidades», «un cen- tuoto efectivo, conduce simbélicamente a lo que los tro de fuerza invisible», un «nicleo dinémico», grandes sistemas religiososilustran por medio de la incluso «los elementos de estructura numinosa * de gran imagen del Paraiso: «Refugio secreto en el la psiquis». El inconsciente proporciona la «forma que se est libre del peso de la responsabilidad y del arquetipica», de por si «vacias, que para llegar a deber de tomar decisiones, y del cual es simbolo ser sensible para Ta conciencia ."* Por lo tanto, en este colmada por lo consciente con la ayuda de elemen- caso se invierte totalmente la reduccién simbélica tos de representacién, conexos 0 anélogos»."” Por freudiana: la gxaltacién arquetipica del simbolo. — +o tanto, el arquetipo es una forma dinémica, una nos proporciona su «sentido», y no su reduccién, a estructura que organiza imégenes, pero que siem- una libido sexual, biolégica, y a sus ineidentes bio- pre sobrepasa las concreciones individuales, biogr&- srilicos. ficas, regionales y sociales, de la formacién de imé- Pero, entonces, en Jung, la libido misma cambia de genes.) acepcién: en lugar de ser una pulsién biolégica De esta manera, el efecto-signo freudiano se halla ‘més 0 menos imperialista, pasa a ser la Energia psf- integrado y sobrepasado a Ia vez por el arquetipo quica en general, especie de «motor inmévil> del Psiquico del que esta impregnado, Retomemos el arquetipo de los arquetipos, por cierto inexpresa- jemplo que citshamos con respecto a Freud, el del ble, pero muy bien represcntada por la scrpicnte suefio incestuoso de tipo edipico. Es cierto que en ‘que se desenrosca ¢ incluso por el sexo masculino 1 caso preciso que tomamos es posible la reduccién en ereccién, + En efecto, Jung descubre y expone muy profunda- mente el papel mediador del arquetipo-simbolo. ~ Pues por la facultad simbélica el hombre no solo 8 Jung, Die Prychologie der Uebertragung, Zutich, 1946. 9 De mumen, potencia, voluntad divina, 10 Jung, Symbote der’ Wandlung, Zurich, 1952, Jolande Jacobi, Archétype et symbole dant la psychologic de Jung 1 Jolande Jaci, op. ct. pertenece al mundo superficial de la linealidad de Jos signos, al mundo de la causalidad fisica, sino al mundo de la emergencia simbéli¢a, de la ereacién simbélica continua por medio de la in- -cesante «metamorfosis> * de la libido. Por tanto, la — + Lfuncién simbélica es en el hombre el lugar de del pensamiento. En efecto, este simbolismo es constitutivo del pro- ceso de individuacién mediante el cual se conquista el yo por equilibracién, por «sintesis» de los dos términos del Sinn-bild: la conciencia clara, que es en parte colectiva,"* formada par las costumbres, 12 Ast figura en el tiulo de una importante cra de June. 13 Jacobi, op. cit. . : 14 Gf et exquematismo en Kant 15 GF. Bachelard, para quien de In misma forma, els holo necesita Ta concienela despierta. 16 Bl término ceolectvon. no es en. absoito una alsin sociol6giea; sgifica, més que un vineulo socal my re- onal Ieuan gue ae oles 2 los indviduos soldarios de una misma especie. Sobre el problema del inconscente clectivo, ef. R. Hastde, Socio- logie et. pychanayee. Pari: Preses Universitaires de Francs, 1850, pe. 39 “4 habitos, métodos, idiomas inculeados por medio de ta educacién a la psiquis y el inconsciente colectivo, que no es otra cosa que la libido, esta energia y sus categorias arquetfpicas] Pero este proceso de indi- viduacién recurre a elementos arquetfpicos (incons- ciente colectivo) que difieren, por supuesto, seztin el sexo que informa a Ia libido: de este modo, en el hombre, la gran imagen mediadora que contraba- Tancea la conciencia clara es la del Anima, Ia Mu- jer etérea, élfica, mientras que en la mujer es la imagen del Animus, del eatudiador por cl psicoandlisis— por predominio de las pulsiones instintivas que ya no Megan a «simbolizar> cons- cientemente la energia que las anima, y entonces el individuo, lejos de personalizarse, sc aisla del mundo real (autismo) y toma una actitud a-social, impulsiva y compulsiva; ya sea cuando, en los ca- 0s menos estudiados, pero més insidiosos, se rompe cl equilibrio en favor de la conciencia clara (y en- tonces se asiste a un doble proceso de liquidacién, muy frecuente ¢ incluso endémico en nuestras so- ciedades hiperracionalistas: liquidacién del simbo- lo, que se reduce a signo, liquidacién de la persona y su energia constitutiva, metamorfoseada en un «robot» mecinico solo animado por las «razones» de la conciencia social en vigencia) 5 La disociacién a-simb6lica, tal como lo sefialé Cas- sirer, constituye la enfermedad mental: en este ca~ 50, el simbolo se reduce a un simple sintoma, el sin- toma de «una antitesis rechazaday. «La materia prima-imagen, contenido del inconsciente, carece del poder que tiene lo consciente de crear formas, engendrar estructuras....»"* y entonces la pulsién se ‘manifiesta ciegamente, sin encontrar nunca su ex presién simbélica y consciente. De modo paralclo, al «significante» ya no le corresponde un significa: do instaurador, una energia creadora, y el simbolo se «extingue> en signo consciente, coavencional, «ciscara vacia de los arquetipos» ® que se agrupa ccon sus semejantes en teorfas vanas —jpero temi- bles, pues son ersatz de simbolos!—, «doctrinas, pro- gramas, concepciones que entenebrecen y engafian a nuestra inteligencia», y entonces el individuo se vuelve esclavo del consciente colectivo, del pre} cio en boga, se transforma en chombre masa», brado a las aberraciones de la conciencia colectiva. EI simbolo es, pues, mediiacién, ya que es equilibrio que csclarece la libido inconsciente por medio del sentido» consciente que le da, pero que reearga la conciencia con la energfa psiquica que transpor- ta la imagen. El simbolo es mediador y al mismo tiempo constitutive de la personalidad por el pro- ceso de individnacién. Por tanto, en Jung se ve es- bozarse, a la inversa de la asociacién: reductiva de Freud, un subconsciente personal y universal, que es el dominio propio del simbolo. 17 Poychologische Typen.se 18 Jacob 19 Jacob 76 am ‘Sin embargo, la gran oscuridad que reina en Jung =a la que suelen agregarse las imprecisiones de Tenguaje que sefialabamos al principio de este pa- ragrafo— proviene de que hay una frecuente con- fusién entre las nociones de arquetipo-simbolo, por ‘una parte, y de individuacién, por la otra. Ahora bien; en la prdctica se percibe muy bien que hay simbolos conscientes que no son «personalizantes», y que la imaginacién simbélica no tiene sino una funcién sintética en el interior del proceso de indi- Todos los grandes delirios presentan las icas del simbolo y no son «sintesis> per- sonalizantes, de manera inversa a los islotes dle ima- ‘genes, por ejemplo, «obsesivasy, es decir, estercoti- padas por un solo arquetipo. En otras palabras, si Freud tenfa una concepeién muy estrecha del’simbolismo, que reducfa a una causalidad sexual, se podria decir que Jung tiene una concepeién demasiado amplia de la imagina- cién simbélica, a la que concibe dinicamente en su actividad sintética —es decir, en su actividad més normal, mas ética—, sin tomar précticamente en cuenta la emorbidez> de ciertos simbolos, de ciertas imagenes.” Pues si bien el psicoandlisis s6lo puede 20 Mucho se podria decir sobre Ia utilzacién del concepto mismo de csintesn, que Jung parece haber extraido de Hegel y que adoptamos nosotros siguiéndolo, Lapasco’de- rmostr6, en efecto, que se trata mis de un sistema, en el que subsisten intactas las polaridades antagénicas, que de tuna sintess, en la cual tesis y antitesis pierden incluso su Potencialidad de contradiceién, La epersonas, en tanto in- Aividualaads, es mis bien un sistema —rico en potenciali- dades contradictorias que permiten Ia libertad— que una «sintesisy —anulacién estitica de las contradieciones—. 7 dar cuenta de la universalidad notable de los gran- des simbolos mediante el truco de la extrapolacién edipica (desmentida por toda la etnologia) ; si so- bre todo el sistema de represién no puede explicar la expresiOn simbdlica en sus formas creadoras més altas, y si la teoria de Jung precisamente restaura el simbolo en su dignidad creadora no patolégica, sin recurrir al Edipo generalizado para explicar el carécter universal de los arquetipos-simbolos, su sistema todavia parece confundir extrafiamente en tun optimismo de lo imaginario la conciencia sim- bélica, creadora del arte y la religién, con Ia con- ciencia simbélica creadora de simples fantasmas del delirio, del suefio, de la aberracién mental. «La imagen solo puede ser estudiada por medio de Ja imagen, sofando imagenes tal como se componen en Ia ensofiaciénr. Gaston Bachelard, La poctique de ta réverie, pag. 46. Gaston Bachelard precisa, a nuestro parecer, este buen y mal uso de los simbolos. El universo de Ba- chelard se divide en tres sectores, en los cuales los simbolos son utilizados de distinta manera: el sec- tor de la ciencia objetiva, del cual debe ser pros- cripto todo simbolo, so penia de desaparicién del ob- jeto;* el sector del suefio, de 1a neurosis, donde el 21 Poétigue de la réverie: «Bn el pensamiento cientitico, cl concepto funciona tanto mejor cuanto que earece de toda imagen implicitay. Cf, Le matérialime rationnel, pas. 49: Se sabe que la actitud cientifica consiste precisamente en foponerse a esta irvasién del simbolos, Ci. La formation 78 simbolo se deshace, se reduce —como bien lo sefialé Freud—a una misera sintomatica. En estos dos sec- tores, todo simbolo debe ser puesto en cuda, perse- guido, desalojado, mediante un «psicoandlisis obje- tivo> que restituya la limpidez y la precisién del signo, o mediante un psicoandlisis clasico, subjetivo, que despierte la psiquis de las brumas del delitio y la vuelva a situar en el dominio de la conciencia humana. Pero existe un tercer sector, pleno por ser especifico de Ia humanidad que hay en nosotros: el sector de la palabra humana, es decir, del lenguaje que nace, surge del genio de Ta especie, que es a la vez lengua y pensamiento. Es en el lenguaje poético donde en- contramos esta encrucijada humana entre un des- cubrimiento objetivo y el arraigo de este descubri miento en lo més oscuro del individuo biolégico: EI lenguaje poético proporciona, tal como lo sub- raya Femand Verhesen en un notable articulo, «un no-yo mio», que permite a las funciones realmen- te humanizantes del hombre actuar ccn plenitud, colocarse més allé de una seca objetividad o de una de Vesprit scientifique, contribution a une poychanalyse de la connaissance objective. Para més detalles, . nuestro ar- ticulo: «Science objective et conscience symbolique dans oeuvre de Gaston Bachelards, en Cahiers Internationaus de Symbotisme, n° 4, 1963. 20 GE. P. Verhesen, La lecture heureuse de Gaston Bae chelards, en Courrier du Centre International d'Etudes Poétiques, nt 42, pig. 5: : por un lado, la objetivacién de la ciencia, que poco a poco domina la naturaleza; por el otro, la subjetivacién de la poesfa, que por medio del pocma, mito, religién, asimila el mundo al ideal humano, a la felicidad ética de la especie humana. Mientras que cl psicoandlisis y la sociologia se orientaban a una reduccién al inconsciente, ya sea mediante sintomas oniricos 0 mediante secuencias mitolégicas, Bachelard orienta su investigacién a la vvex hacia el subconsciente poético —que se expresa por medio de palabras y de metAforas— y hacia ese sistema de expresin, mas impreciso, menos re- t6rico que la poesia, que constituye la cnsofiacién, Ensofiacién libre o «.*JLa fenomenologia de lo ima- 25 Podtique de Ia réverie 26 Op. cit; este amo complementario constituye la «bue" nna conciencias, una conciencia nunca desprovista de rang ni de ensofacién, 27 Op. cit 28 Op. cit: «Bs decir, dejar de lado todo el pasado que podria haber preparado la imagen en el alma del poeta Por el contrario, Bachelard reserva para el psicoandlsis el sstudio del inconsciente, por lo tanto de Ios sueosnoctu- ‘nos. Estos times ya no son euna conciencia>, y por ende no les es aplcablo Ia fenomenalagia, son (0p. cit.). Esta distinciOn ot decisiva, pues permite dilucidar a1 ginario es, en Bachelard, una cescuela de ingenui- 3, dads que nos permite, por encima de los obstaculos de la inscripcién biografica del autor o del lector, captar el simbolo en cae y hueso, pues «no se lee poesia pensando en otra cosay.” A partir de ese punto, el lector ingenuo, este fenomendlogo sin sa- betlo, no es otra cosa que el lugar de la «resonan- cia» poética, lugar que es receptaculo profundo porque la imagen es semilla y nos , Jo concibe pleno de imagenes: entonces lo imagina” rio se confunde con el dinamismo ereador, la ampli- ficacién «poética» de cada imagen conereta. {Esta investigaci6n fenomenolégica de los simbolos” 4% ‘potticos nos abrird, a través de Jz obra de Bache- lard, confusamente en los primeros trabajos, en for- ma cada vez més precisa, sobre todo en tno de sus * times libros, La poétique de la réverie,® las gran- des perspectivas de una verdadera ontologia simbé- lica que, mediante aproximaciones sucesivas, con- ‘ducen a'los tres grandes temas de la ontologia tra- dicional: el yo, el mundo y Dios} La cosmologia simbélica preocupé a Bachelard du- + rante muchos afios, tal como lo testimonian las cin- co obras consagradas a la reconduccién simbélica de los cuatro elementos. Agua, tierra, fuezo y aire, con todos sus derivados poéticos, no son sino el lu- ¥ gar més comin del imperio en que lo imaginario se une directamente con la sensacién, La cosmolo- gia no pertenece al dominio de Ia ciencia, sino mis bien al de la poética filoséfica; no es . Casi querriamos decir que el cogito bachelardiano esta alimentado por el ser. Bachelard encuentra en este descubrimiento del ‘anima poética la angelologia del «médium> imagi- nario. Bl anima del sofiador no es otra cosa que este Otro Angel que anima e «interpela» a su alma, Pe- +0, sobre todo, esta fenomenologia descubre la ,." y Bachelard es- bboza una especie de erética de los por el juego de sus cuatro polos unidos de a dos, cen la tranquilidad de una doble naturaleza que con- cuerdas. Por lo tanto, en un primer movimiento, la fenome- nologia nos mostraba en el simbolo, nticleo de la ensofiaci6n poetizante, una reconciliacién con el universo por medio de una conduccién metafisica; cs decir, mAs alld de la fisica, ce la ciencia. En un segundo movimiento, el que nunca estemos solos re- vela la ambigtiedad misma del simbolo y del pen- samiento que proyecta significantes. La inmanencia de nuestra ensofiacién suscita una especie de anima- cién dialogada del alma solitaria: entonces, el ani- ma se levanta frente al animus y la conciencia sofiadora se vuelve pareja, abarcamiento de imége- nes, diflogo perfectamente armonioso. Esta aper- tura, amplificacién interior de la conciencia que suefia, le impide tanto la alienacién como el solip- sismo. La dialéetica interior de la ensofiacién dialo- 40 Op. cit. 87 gada vuelve a equilibrar sin cesar su humanidad y, por una especie de pilotaje automético, conduce sin cesar el conocimiento a la problemAtica de la con- dicién humana. De esta manera, el anima aparece ‘como el angel de los limites que protege a la con- ciencia de los extravios hacia el angelismo de la objetividad, hacia la alienaci6n deshumanizante. En cierta forma, el angel es trascendental; la con- ciencia que se calca sobre la objetividad pierde todo medio de trascendencia y se luciferiza al que- rer hacer de Angel. Finalmente, si se nos permite Hevar la amplifica- cién fenomenolégica de este racionalista con alma que es Gaston Bachelard hasta sus extremos, y sin edirle demasiado, vemos que se esboza, con gran pudor, una hierofania. Hierofania y escatologia a la vez: Tas imagenes, los simbolos, nos devuelven este estado de inocencia en el que, como lo expresa mag- nificamente Paul Ricoeur, . La anamnesis de todos los simbolismos contenidos en todas las ensofiaciones conduce, més alld del tiempo y sus tréfagos, a un Tedio primor- dial, ala Infancia, al Puer aeternus que Jung y Ke- renyi sefialaron en muchas mitologias.” Y el autor del Rationalisme appliqué invoca a Kierkegaard para confirmar esta intuicién definitiva, confesan- do que en «una humilde vida, que no posee las cer- tidumbres de la fe, actéian las imagenes de su her- ‘moso libro»,** y sobre todo invoca a una de las més 45 Op. cit: «Bl pasado rememorado no es solo pasado percepivo (...) Ea imaginacin colorea desde el origen lon cuson qi le gustard volver a very, y con eto eto In concepeldn baudeleiana, que cit mas adelante, acre ca de una memoria fendada en Ia «vivacdad’ dein imaginacion. 46 Bs necesrio sefalar en Rachtlard el «tono> platénico del diswrn. Bn toda In obra el filbwo del Rationale appligul y de ia Bottique de la rvere hay wna soberana Sona manera deo amaze el Ge expone o se arguments, oon el fin de dar al argumento toda la gravedad convincente nesta. Este legate buen Buoy, eee de roe an nan de ackeard, como a las afrmaciones de Séerates, una temic ble eficacia de conviccién. 47 Grado por Bachelardy op. cit. 48 Bachelard cita-a Kierkegaard, Lilon pa marken of fue 90 novelescas de nuestras misticas: Mme. Guyon, que exalta el Espiritu de la Infancia, el culto de un ico- no en cera del Nifio Jestis. De esta manera, la fenomenotogia de los simbolos, poéticos de la ensofiacién conduce, més allé de una cosmologia de reconciliacién con el mundo, allende tuna sociedad intima del corazén donde vela el angel de la compensacién sentimental, hasta una teofanta en la que la anamnesis ya no es iluminada por un Soberano Bien abstracto, sino por el célido sol de la infancia, que huele a cocina tentadora: «Un sol bien enmantecado se asaba en el cielo azul». Esta Infancia es el Verbo, y el verbo en su més alta ex- presién de jébilo: «La infancia, suma de insien cancias del ser humano, tiene una si nomenolégica propia, una significacién fenomeno- Toica pura, ya que esta bajo el signo de la maravi- Ia. Por obra del poeta nos hemos convertido en el puro y simple sujeto del verbo maravillarse>.” El genio de Bachelard reside en haber comprendido que esta superacién de Ia iconoclastia solo podia efectuarse por medio de la meditacién y la supera- cin de la critica «cientifica», asi como a través de la superacién del simple y confuso sumirse en lo onfrico, El optimismo de Bachelard, mAs circuns- ~ pecto que el de Jung, se justifica por la misma pre~ én de su campo de aplicacién: la_cingenuia ach del ensue postion. Sin embargo, fuera de ‘este «espiritu de infancia», de esta santidad, o por len under himlen, (Los lrios del campo y las aves del Gil.) 48, Van der Cammen citado por Bachelard, op. ct. 50 Op. at 51 GLP. Ricoeur, Le symbole donne & penser. 91 to menos «beatid. de lo imaginari, ave he. ‘ado Bachélard, puede replantearse, sin renegar eee acretacciava del fildsofo de la Ensofacién poética, el interrogante sobre la totalidad de lo ima- “nario y dar acceso, en la experiencia de la con- Giencia, no solo a la poesia, sino también a los fantiguos mitos, a los ritos que caracterizan las reli~ ‘ones, las magias y las neurosis. Dicho de otra ma- nera, después de Bachelard solo quedaba «generali- zar> la antropologia restringida del autor de la Pottique de la réverie, sabiendo bien que esta ge- neralizacién, por su método mismo, no puede ser Sino una integracién mayor de las potencias imagi- nativas en el nticleo del acto de conciencia. 92 4, Los niveles del sentido y la con- vergencia de las hermenéuticas «Un stmbolo siempre revela, cualquiera que sea el contexto, la unidad fundamental de varias zonas de lo real». Mircea Eliade, Traité d'histoire des reli- ‘gions;® pag. 385. Es asf como, para gencralizar la antropologia de lo imaginario, nos convenfa, paradéjicamente, aplicar un bien, como lo sefialé Jung, en’ un sub-universo que, en verdad, es més «sistematico» que realmente tinica, que las «metamorfosin» jun- ‘guianas, en suma, no Ilegaban realmente a dinami- zar, sino bajo Ia apariencia, confirmada por la fi siologia, de tres esquemas de accién (que lamamos para esto «verbales», pues el verbo es la parte del discurso que expresa la accién) que manifiestan la energia biopsiquica tanto en el inconsciente biolési- co como en el consciente. Estos tres esquemas ec- rresponden, por un lado, a los tres grupos de estruc- turas (esquizomorfas, sintéticas, misticas) * locali- zadas en la clasificacién (isotopismo) psicolégica y psicosocial de los simbolos; por el otro, coinciden con las comprobaciones psicofisioldgicas hechas por la Escuela de Leningrado (Betcherev, Oufland, Oujtomsky) relativas a los reflejos dominantes (reflejos que organizan otros reflejos por inhibicién 9 reforzamiento) : dominante postural, dominante digestiva, dominante copulativ Sin embargo, en esta coincidencia de las categorias simbélicas «arquetipicas> («axiomaticas», diria Bachelard) con la reflexologia no hay ninguna re- lacién de causa a efecto. El trayecto antropolégi- co» puede ser seguido en el sentido: fisiologia > so- ciedad; o al revés: sociedad — fisiologia. Simple- mente, se comprueba una convergencia de simbolos ‘en series isétopas, en diferentes niveles antropo- égicos. Regimenes, estructuras, clases de arqueti- pos, no son sino categorfas clasificatorias deducidas de esta convergencia empirica, més econémicas que el arsenal explicativo de pulsiones y complejos pos- 9 Ch. cuadeo pags. 100-1, 99. Cuadro de ta clasificacion Regimencs 0 | folded | Diurne Esquizomorfas (o heroicas) 1) Hetinin ron auto, Gomera tinct sot 4) Anitets potent Enea, Pincios de ap: | Retzsrnndlp etamenis bergen (a! Peas ge ean | Temi) abieeamene Sn (as ita galt | mo). Lek prttine oe ences de convede] Mo aces | dn, de Wend, bran Penumenes Doninante postal con sus derindon manus ‘elas sensaciones a distancia (i {a audifonacién) isotbpica de las imagenes ‘Nocturna Siidtcas (0 dramivicer) | Mistcas (0 atifravcasy ts) Coincident operon 9 se | 19) Dolson y pence. fea 8) Pinata RSE [Sb de le anions, | Scie Samsara. 53) Bea. ein Se Beri, 2) Manna eaten Prose ral (ct) © | ome fam =p | a SESS Secor pot ncn | pone (gener) 9, (er aes er ico: | Scaene reece, tk ea tl | eli 8 ad eres [lenumeaves z senate [san motes ion a, | anus cneeion, mic, y [Daminante copalatiog con sas de | Dominante digestive, con, was co Jedyuvates sensonals "Chingsics, | tar devas tctls,olfaios, _| [Sebaeiemion ee) ‘ation Distinguie Vivewlar 1 Confundir SS | eee ones ee Apap | Fe Mea [Ato By ws ‘alice, Tote, ee Goan | ‘i. ff [Adslants, foro] Det, pedo jo caliente, ft ‘La Luz + Las Tinicblas.| La Cima -+ El Abismo| ] El Microcosm: Ht Alves ia Mason | Ht Geo Bt inte nae [ts ENS | cen Anquipes | EL Auta Hota | El aera eee Bie |e lane cotinine | Viele EL Hace = El Now| IB Germea, | Et Andro, | El Animal Fé = Beuimo + El Man-| eo, | H1Dics pw. | EL Colon, la No Glamiens, Ange UL Ania Be BARS Repl | vad La | Bl Vientre, Devo- | La Tumba, la Go- del Padre, los Runas, el Betilo, el Campanatio, HE, Gelendero, Ja Aritmologtas | El la Cris so ioe |My fdas ut Aa tas, te Ted, le Asrobill| Tse Kobol,| fal, Cer ‘oe sinters” | Cora, ta Cars, | Cretnci,e Tonsrs,| te seers = I Gel, Amel Ofe| La Baca Ta Bacar, ‘a "Patoma, 100 lia Tnicicida, i] El Spero, of Dttos, las in| a, el Mandala lec “doe we | Drape. In Epi tras, Tas Gemas,| In Barc, cl Ho lees, In Orla | rly el Caracol | Metokina, el Ve-| gar, el Fiuevo, by [Misia e Pict | Ovo, et Cardeo,| lo, el Moto, In| Lace, la Mie, ef Wilesfa, "ia" Mi-| la Liebe, la Roe | Copa, el ‘Cale | Vino, el Oro, et jc, tc 4, el Yesquero, alo, ek Jol tulados por el psicoandlisis. Pues una pulsién es un postulado; un comportamiento reflejo o social es un hecho comprobable. Esta triparticién «verbal> que descubrimos en el origen reflejo, totalmente biol6gico atin, del trayec- to antropolégico, la volveremos a encontrar sin ce sar en Ios diferentes niveles de la formacién de los simbolos. Antes quisiéramos insistit aqui en el sis- tema de formulaciones légicas que sugieren estas diferentes estructuras is6topas de las imagenes. Es- tas formulaciones demuestran muy a las claras que el simbolo no se reduce a una légica esbozada, sino que, por el contrario, los esquemas dindmicos que sostienen las imagenes is6topas promueven tres grandes direeciones I6gicas, tres grandes grupos constitutivos de Iégicas muy distintas. Ya en 1955, Roger Bastide, al estudiar el «candomblé> afro. brasilefio," sefialaba en el interior de este universo simbélica religioso Ia cristalizacién de simbolos y actitudes rituales alrededor de tres principios que, por lo demés, actuaban de manera concurrente. Estos eran: el famoso Principio de Relacién que, desde Lévy-Bruhl, caracteriza por su acentuacién el Pensamiento «primitivo>, pero ademés, en oposi- cién al precedente, un Principio de Ruptura muy cercano al antiguo principio de contradiccién; y 10 Como se esuera atin por demostarlo Lévi Strauss on La gente soto inpidond con elo sree ter, samiento salvar y penmmiento domestiead, por una pe dagoga cenicts ae UR Bastde, Le principe de coupure et le comportement aro-réien, XXL Congreso Internacional de’ Artic, nists, San Pablo, 1955. El ceandombes es ura telgsbe Sec Sréicn comparable al Vous haan. 102 or a finalmente, un Principio de Analogia, sintético, que permitfa unir los dos anteriores. Ahora bien, casi en la misma época y por caminos completamente distintos, nuestra investigacién empfrica Megaba a un plan de clasificacién de las imagenes, también regido por tres principios, y el légico Stéphane Lu- ;pasco," sin pasar por la mediacién de la investiga cién etnografica 0 antropolégica, estableci6 un sis- tema de légica de dos vectores «polares> yuna resultante mixta. Estos tres términos casi coincidian con las tres I6gicas» que Roger Bastide y yo mismo comprobamos en nuestra investigaci6n antropolé- ica. De esta manera, la coherencia (isotopismo) concreta de los simbolos en el interior de constela- ciones de imagenes revelaba de la misma manera ese sistema dindmico de «fuerzas de cohesién» an- tagénicas, de las cuales las l6gicas constituyen solo una formalizacién, Pero ibamos a comprobar igual- mente que la genética de los simbolos, en todos sus niveles, responde también a esta dialéctica dina- mica. , fen Diogéne, octubre de 1955. 16 «Paraiso», eadiana» entre Jos nifios musulmaness cf. C. Béart, Recherche d'une sociologie des peuples africains partir de leurs jeux. 17 Agonistico: que se refiere a los juegos de competenci, 105 nes agrarias."* Finalmente, la mayorfa de los cuen- tos —que son juegos de imaginacién— transmiten un simbolismo secularizado en el que se profanan mitos muy antiguos.” ~Asi, pues, los juegos, mucho antes de la sociedad ‘adulta, educan a la infancia en el interior de un residuo simbélico arcaico —a menudo transmitido, ademés, por los abuelos y abuelas, y siempre por la muy estitica seudo-sociedad infantil— que, mas que la iniciacién impuesta por el adulto a los sim- bolos admitidos por la sociedad, permite a la imagi- nacién y a la sensibilidad simbética del nifio «jugar» con tora libertad. En segundo Iugar, los antropélogos encuentran en Ia clasificacién de los juegos dos series «inconcilia- bles>:* la serie agonistica (agon — competencia re- glamentada) y la serie ilinsica (ilinx = torbellino), pasando por los términos medios de la alea (suet te) y la mimicry (simulacro). Esta clasificacién bi- naria de los juegos parece anunciar, de manera sin- gular, la de los patterns ® esenciales de las institu- cciones adultas y las culturas. Por lo demés, esta fase lidicra se vineula estrecha- mente con la pedagogia de la fase parental, segin que la , cf ©. Durand, Le décor mthique de le Chartreuse de’ Parme, Rougemont ha, puesto en evidencia Ia separacin coccidentaly entre los emits» del amor, el juego cortés y la exgencia de las insituciones matrimonia- leszef tanblén Re Nell, Lamour et ler mythes de cocut 24'Lo que Malizowski denomina (op. cit.) eel taller cul tural. 107 dora de simbolos (tanto en el suefio como en las artes) al modelo edipico de represion de la pulsién incestuosa. La antropologfa cultural nos demuestra que Yocasta y Edipo, lejos de ser arquetipos «natu- rales», dependen estrechamente del sistema fami- liar situado en diferentes sociedades; la represi del incesto, muy lejos de ser el alfa —jo hasta la ‘omega !— de la simbélica infantil, es una formacién cultural secundaria, que puede muy bien fijarse en Electra antes que en Yocasta. En ciertas sociedades, como los alores o los habitan- tes de las islas Marquesas, estudiados por Cora duu Bois, Linton y Kardiner,¥ la pedagogia parental se esfuma a tal punto, al combinarse la «indiferencia» de la madre con la «indulgeneia» del padre, que ya no hay, como dice Kardiner, ¢inflacién anormal de la imagen parentals. De esta deflacién resulta un universo simbélico los sim>olos formados en cl molde familiar y parental. Malinowski tiene razén al distinguir en forma neta dos tipos simbélicos de femineidad , «pa. ternaly, cancestral», «fraternal>, etcétera. Estas cas tegorfas son ms o menos dramatizadas, segtin las costumbres del grupo, pot medio de la elaboracién de Ia sepresién y las ereglas del juego». Aparece entonces lo «permitido», lo «regulars, lo «prohibi- do». Es que la mistica del tétem no proviene en absoluto del tabii del incesto, sino que el tabii del incest, educado artificialmente, se anexa, por el 28 En efecto, es notable que en la mayoria de las lecciones tomadas del mito de Edipo no se considers a Yocssta ie verdadera madre eonsanguines de Eidipo. La madre de cs. te timo es algunas veces Euicles, otras Eurigania 0 As. timedusa, 29 Sobre los «sentimientoss y su importancia, ef, Malinows- i op tits que © inspira en Shand, The Joundetions of 110 F contrario, a un totetnismo fundamental. Es necesa- rio repetir que la categorla de «prohibido» se su- perpone a la de cmaernal>, «fraternal, «fami- Tiar», con el solo fin de salvaguardar el arden cul- tural familiar, 0 mejor dicho la eregla del juego» de los intercambios sociales.” : El balance que se puede hacer después del estudio de este nivel y de sus dos fases es que tanto en él como en el nivel reflexolégico la pedagogia es bi- polar —y en doble grado— y sobredetermina los dos regimenes simbélicos esborados en el nivel psi- cofisiol6gico: por una parte est el isomorfismo de Ia paidia, que se confunde con la fase «maternal- parental»; por la otra, el isomorfismo del ludus propiamente dicho que, al coincidlir con un cierto alejamiento parental y con los primeros efectos de la coercién cultural, se subdivide interiormente en serie ilinxica y serie agonistica. Los sentimientos aatemaless, paidia, ilinx (a los que se puede agregar mimier)), sobredeterminan el regimen noc- tumo de la imagen, mientras que coercién social, reelas Iddicras, juegos agonisticos ¢ incluso aleato- tios, forman la pedagogia que sobredetermina ef ségimen diurno, Si ahora se pasa al nivel propiamente cultural 0 ~ {Shava» (el cadaver). El nombre del dios privado de la letra femenina i no es mas que el semantema le «cadavers. Lapeer arbitrariedad de Ia superestructura simbélica en este nivel puramente taultural, ya se pueden formular dos observaciones ae confirma Ia polardad natural de fos snl, aun reducidos a simples sintemas. En su mayoria, los sociélogos y antropélogos de las civilizaciones han observado que existfan «pautas» de cultura (patterns of cultures),™ que permiten clasificarlas en dos grandes grupos irreductibles. Culturas ideacionales o visuatistas (ideational, sen- sate) para Sorokin, o bien, segin Ruth Benedict ae adopia calfcativos neeaeeanos--elturas lineas y dionisiacas; para Northrop, Oriente Gecidente won clasificaciones que reclaboran, desde cl punto de vista sociol6gico, la distincién entre ré- " é antigua tos ara comprender bien por qué en la Roma anti hos de las malas piblica descansban en fos vest S'nccesrio saber que Vesta es la dios del hogar (ocud) $ tambiée del motito domestico (piermum), - Duma, 88°C Zinmer, Myther et symboles dans Fart et ta ev lation de Pade 31 Ruth Benctict, Pattern of eltures, vadvecén france- £8 Fehantns dear Ete aoe tera fo tuchos antroplogos cf. . Sorokin, Social and cute dymamieny Fe 8°. Novhvop, The musing of Fat and Wear ct namo los abajor de Piganil, Woringe, et 113 gimen diurno y nocturno, que ya discernimos desde el punto de vista psicolégico y que indican tal 0 cual régimen preferencial utilizado globalmente por tal 0 cual cultura singular. De esta manera, se llega a seriar a los simbolos en dos grandes clases «isétopas> y a reagrupar estas estructuras cultura- les, no por reduccién a una infraestructura dltima Y por tanto ontolégica, sino, mas modestamente, en un dualismo antagénico, ‘Ain mis; se observa que existe, en el interior de un régimen cultural muy diferenciado, sin embargo, una dialéctica que anima, dinamiza, vivifica, el simbolismo de una cultura determinada, El mismo Sorokin comprueba que una sociedad nunca esti totalmente integrada en un tipo y que existen ele- mentos irreductibles, supervivencias, islotes antagé- nicos, que denomina «cristalizacioness.* Roger Mucchielii* después de Ruyer y la estética de An- dré Malraux, que definié el lenguaje artfstico como tun cantidestino», advirtié que los simbolos artisti- cos, miticos, ideales, se determinan paraddjicamente por «la oposicién a las estructuras histérico-politi- cas 0 psicosociales» de un grupo humano determi nado. Con anterioridad, ya Cazeneuve* puso de relieve, en la Sociedad «apolinea» de los Zui, la institucién y el simbolismo satumal de los payasor * En Lat filosofias sociales de nuestra époce de cris (Mae Grid: Aguilar, Sa. ed., 1961, tad, por Eloy Terrén) se lee . rte, la dialéetica puede oscilar entre ias Jos fares que hemos discernido en este nivel, entre el ito y el mito, como lo supasieron muchos antro~ pélogos. Lévi-Strauss, por ejemplo,” demostté, 1 to de los pawnees, la falta de homolegia, en tuna sociedad dada, entre costumbres o ritos y mitos. Tncluso se puede airmar que cuanto més se compli can las daléeticas en, una determina, sociedad, to més se contradicen y se com: los es: Guemas dimbélicos, tanto mas se halla esta sociedad én vias de transformacion integral, de fieuefaccn istolitica. Segin nos parece, este eel caso de nues- Mpldodedes ‘clvzndaty, en Jas que chocan simbolismos. religiosos, estatales, familiares, senti- mentales, mitos de progreso, mitos nacionalistas, ‘utopias internacionalistas, mitos socialistas o indi vvidualistas ... mientras que las sociedades primi. tivas «frfas» parecen poscer un més alto grado de Se embargo, incluso en este nivel sintemético en el que la relacién predomina sobre el contenido simbélico, el mit6logo sefiala algunas grandes cons- tantes algunas grandes imagenes que parecen csca- par al puro determinismo socildgico ¢ inseibire en una especie de légica cualitativa universali- zable.* ques, en Anthro 29, Lest eStrwtre et dnletqun, en Ant lope vartturel Ch an, sabre i bparain la feyona, hoy lien, Le Diront, Le Poranque, Eee Ge desiption un ft local um point de oue ethnogr= gue " $0 Gi LesiStraus, of cit, donde exablece el arqustipo us Més atin; estas grandes imAgenes, aunque tributa- rias de la Weltbild de una sociedad singular, son comprendidas directamente como simbélicas por individuos —jlos mitélogos!— que pertenecen a otra sociedad. Tal como lo advirtié Lévi-Strauss, contar el mito apunta a la singularidad convencio. nal de los sintemas, pero comprenderlo™ invoca el sentido del propio mitema, Esto es lo que hace que una mitologia sea inmediatamente traducible. El nivel cultural proporciona, pues, un lenguaje sim- bélico ya universalizable. Los grandes simbolos tec- nolégicos y astrobiolégicos: el sol, la luna, los sols- icios, el Arbol, el cereal, la Iluvia, Ta bebida, el fue- 80 y los yesqueros, el tejido y los telares, el hierro ¥ la forja, la vasija y la alfareria, constituyen una especie de sustantivos simbélicos’ polarizados me- diante un par de pautas culturales facilmente desci- frables. De esta manera, tanto por el andlisis estatico que hos ofrece la psicologfa, como por los resultados fe- néticos que nos propone la antropologia cultural (estarfamos tentados de decir, adoptando el lengua- Je del gedlogo: tanto por la estratigratia como por la tecténica), se desemboca siempre en datas sim- bélicos bipolares, que definen a través de toda la antropologia, tanto psicolégica como cultural y so- cial, un vasto sistema de equilibrio antagénico en cl cual la imaginacién simbética aparece como sis- tema de efuerzas de cohesin» antagénicas. Las imagenes simbélicas se equilibran entre sf con ma- del «mediador» para la serie isomorfa os > trickster > ter bisexuado, eteétera 39 LévinStrauns, of. cit resias > dioseue 16 q yr o menor precisién, ms 0 menos globalmente, Ygan la cohesion de las sociedades y también segiin el grado de integracién de los individuos en los Feb, por més que el objeto de la simbologia sea por esencia pluridimensional y se refracte en todo € trayecto antropol6zico, resulta de ello que ya no hos podemos contentar con una hermenéutica res- tringida a una sola dimensién. Dicho de otra ma- nera, tanto las hermenéuticas reductivas como las instaurativas que examinamos hasta ahora adole- cen todas de restriccién del campo expletive, No 1e< uirir validez sino uniéndose entre si, al Pn ie at estructural y referirse esta Gltima a una_ filosofia de tipo cassireano, junguiano 0 bachelardiano. El co- rolario del pluralismo dindmico y de la constancia bipolar de lo imaginario es —como lo descubre Paul Ricoeur ® en un articulo decisive— la coherencia de las hermenéuticas. «Pues todo esté en lo Alto, nada abajo. Pero esto parece asi solo alos que carecen de conocimiento>. Odas de Salomén, 34 ‘Hemos comprobado Ia existencia de una doble po- laridad; Ta del simbolo, cruelmente dividido entre el significante y el significado, y la de toda la sim- épistémologie 40 P. Ricoeur, eLe confit des hersnéneutiques,épistémolos des interprétationss, en Cahiers Internationaux de Symbo- Fisme, 1962, 21 7 bélica: el contenido de la imaginacién simbélica, lo imaginario, concebido como un vasto campo orga- nizado por dos fuerzas reciprocamente antagénicas. Obligado a meditar acerca del simbolismo del mal," Paul Ricoeur centra su reflexién sobre la do- ble polaridad de los métodos de interpretacién, de Jas hermenéuticas."* Comprobamos conanterioridad, que existian, a grandes rasgos, dos tipos de herme- néuticas: las que reducen el simbolo a mero epife- némeno, efecto, superestructura, sintoma, y aque- las que, por el contrario, amplifican el simbolo, se dejan llevar por su fuerza de integracién para le- gar a una especie de sobreconsciente vivido, Paul Ricoeur precisa més el sentido de esas dos herme- néuticas. Al ser ambas un esfuerzo de desciframien- to, son «reminiscencias», tal como lo dijimos en la introduccién de este libro. Pero una, segin la ex- presién de Ricoeur, es arqueolégica, domina en to- do el pasado biografico, sociolégico ¢ incluso filoge- nético; la otra es escatolédgica," vale decir que es reminiscencia, 0 mejor dicho Hamado al orden sencial, incesante interpelacién de lo que hemos denominado el angel. La primera, la de Freud, por ejemplo, es denuncia de la méscara que son las imagenes que disfrazan nuestras pulsiones, nuestros descos més tenaces. La segunda es, por asi decirlo, descubrimiento de la esencia del Angel, de la esen- cia del espiritu a través de las metamorfosis de ALP, Ricoeur, eLa symbolique du mals, en Finitude et ceulpabilite 42 P. Ricocur, «Le conflt des herméneutiquess, Es tam bién el tema del Livre des deux Sagewer de Native Khor raw; cf. edicién H. Corbin, 1953, 43 Del griego eschaton, el fin filtime, el dlkimo término 18 muestra encarnacién, de nuestra situacién aqut y ahora en el mundo. La hermenéutica sigue dos caminos también anta- gonicos. Por una parte, el de la demistificacién, preparado por la iconoclastia de seis o siete siglos de nuestra civilizaci6n, con Freud, Lévi-Strauss (y Paul Ricocur agrega a Nietzsche y Marx) ; por la otra, el de la remitizacién, con Heidegger, Van der liade, y nosotros agregarfamos a Bachelard. Remitizacién, es decir, recoleccién del sentido, co- lectado, cosechado,** en todas sus redundancias y vivido de pronto por la conciencia que lo medita en una epifania instaurativa, que constituye el mismo ser de la conciencia. De esta forma, hay dos mane- ras de leer, de cotejar un simbolo, Se pueden efec- tuar «dos lecturas» del mito de Edipo: una freudia- na, otra heideggeriana o platénica. No insistire- mos en la lectura freudiana; ya sabemos que «lee» en el mito de Edipo el drama del incesto: «al ma- tar a su padre y casarse con su madre, Edipo se limita a realizar uno de los deseos de nuestra infan- ciay, Pero al lado de este drama de Edipo nifo, y en el mismo texto de Séfocles, se puede «leer» otro drama: el de Edipo Rey, y este Edipo encama el drama de la verdad, ya que busca al asesino de su padre Layo y lucha contra todo lo que constante- mente obstaculiza este descubrimienty de la vet~ dad, En tal lectura, Ricoeur pone frente a la Esfinge —que representa el enigma freudiano del nacimiento— a Tiresias, el loco ciego que es el sim- 44 P. Ricoour alude a la palabra alemana Weinlese, of. cit, 45 P. Ricoeur, op. cit 19 bolo, la epifanta de la verdad. De aqui fa impor- taneia que adopta la ceguera en esta segunda lec- tura, Es vetdad que el freudiano advertia esta ce- guera y hacia de ella un efecto-signo de un avtocas- tige castrador, mutilador. Pero, lo mismo que en Lévi-Strauss —donde no es dificil, por lo demas, clasificar la automutilacién de Edipo como carac- teristica suplementaria de la edificultad de caminar erguido»—,"* el freudiano lee Ia escena del cega- miento de Edipo con indiferencia y la posterga en beneficio del incesto o del parricidio. Por el contra- 10, en Ja segunda fectura que propone Ricoeur, la ceguera de Edipo, reforzada por la de Tiresias, se vuelve esencial. Tiresias «... no tiene ojos carna- les, tiene los del espiritu y le intetigencia: sabe. Por fo tanto, ser necesario que Edipo, que ve, se vuelva ciego para llegar a la verdad. En ese momento se transformara en el vidente ciego, y cuando Edipo se arranque los ojos habremos Ilegado al iiltimo actos. Ast, pues, Ricoeur legitima tas dos hermenéuticas, porque, en el fondo, todo simbaio es doble: como significante, se organiza arqueolégicamente entre los deterministnos y los encadenamientos causales, s «efecto». sintoma; pero, como portador de un sentido, se orienta hacia una escatologia tan inalic- nable como los matices que le otorga su propia en- camacién en una palabra, un objeto situado en el espacio y el tiempo. Paul Ricoeur propone, ademas, no rechazar ningu- 46 Cf. supra, pax, 64; recordamos que Edipo signitica * de la energia espiritual? Por lo tanto, nos queda ahora, en el breve capitulo que concluye este librito, pasar répidamente re- vista a los diferentes sectores donde la Funcién simbélica manifiesta su dinamismo dialéctico 51 La expresién pertenece # Backelard, 123 5. Conclusién: Las funciones de la imaginaci6n simbdlica 4¥ si suprimes lo que estd entre lo Imparticipable 9 los que participan —jqué vacio!— nos separas de Dios, al destruir el vinculo y establecer un abis- ‘mo enorme ¢ infranqueable. . .». Gregoire Palamas, Triade pour la défense des saints hésychastes, TIT, 2, 24. Cada vez que se abordan los problemas del simbolo, del simbolismo y su. desciframiento se presenta una ambigiiedad fundamental, El simbolo no so- lamente posee un doble sentido: uno concreto, pro- pio, y el otro alusivo y figurado, sino que incluso la clasificacién de los simbolos nos revel6 los «re- sgimenes» antagénicos bajo los cuales se ordenan las, imAgenes. Mas atin: el simbolo no solo es un doble, ya que se clasifica en dos grandes categorias, sino que incluso las hermenéuticas son dobles: unas re- ductivas, . Mas adelante,? Bergson vuel- ve a insistir sobre el carécter de antitesis a la solucién que presenta la fabulacién, y utiliza sin cesar el término permanece potencial en la concien- cia, enmascarado por el proyecto vital muy con- creto que la imaginacién presenta al pensamiento. Algunos afios después de Bergson, René Lacroze * confirma en un estudio sistematico la tesis del «rol biolégicos de Ia imaginacién, Al confrontar esas conclusiones con la tesis freudiana de la represién, el reino de las imagenes se le present6 como una «posicién de repliegue en caso de imposibilidad fi- sica 0 de prohibicién moral», como de la imagen. Se siente abandonada en el «Pais de Ia luz», donde los objetos, los sonidos, los seres, estén «scparados», las personas no son sino con caras «como de cartén>. En este universo de- solado, seco, en el que «todo est separado, es eléc- trico, mineral», la enferma esté aterrorizada, aplas- tada contra el «muro de bronce», la «pared de cris- tal>." El psiquiatra se esfuerza, en Ia cura de «rea- lizacién simbélica> que hard seguir a la enferma por atemperar el imperialismo de un solo régimen y arrancarla gradualmente del terrible «Pais de la luz» por medio de un sistematico «descanso» muy ‘conereto."" De tal modo, en estas terapéuticas, el cambio de régimen instituye, primero en el campo de la imaginacién, después en el de la conducta, tuna recuperacién simbélica del equilibrio. Es verdad que, en el limite, como advirtieron Cas- sirer y Jung, la enfermedad es pérdida de la fun- ccién simbélica. Sin embargo, en los casos antes ci- tados, el simbolismo atin actia, pero esclerosado y -enfocado sobre un solo régimen. Los trabajos ya ccitados de Yves Durand demuestran que la salud mental es siempre, y hasta los limites de la postra- ccién cataténica, una tentativa de equilibrar entre ‘si ambos regimenes, Por ejemplo, en cicrtos enfer- mos de nivel ya muy bajo, y en quienes los temas imaginarios estén muy estereotipados, may pola- rizados por un solo régimen, Ia forma tratar’ de 2 GE M.A. Séchehaye, Journal d'une schizophrdne.te 10 Op. ait. 11 Op. eit. 130 lograr un restablecimiento supremo hacia el ré- gimen antagénico. También la enfermedad inter- media, la que deja esperanzas de curacién, es mas que «pérdida de la funcién simbélica», hipertrofia de tal o cual estructura simbélica y bloqueo de esta estructura. El enfermo es un inadaptado, y casi di- Hiamos un «anticuado» en relacién con el medio y la accién en que se inserta: su modo de volver al equilibrio con respecto al medio no es el admitido por el propio medio. Pero al lado de esta dialéctica, en cierto modo es- tatica, necesaria para el equilibrio presente de la conciencia, la historia cultural y especialmente la de los temas literarios y artisticos y la de los estilos y formas, revela una dialéctica cinemética, por asi lamarla, pasible de la misma funcién de equilibra- miento, vital para una sociedad. No abordaremos de manera extensa el problema de las «generacio- nes» culturales; sin embargo, debemos sefialar que la dialéctica de las «noches» y los «dias»" de la historia cultural sigue un doble movimiento en su equilibramiento constante: cada «generacién de 36 afios», la de los . El equilibrio ‘iohistérico de una determinada sociedad no se- ria otra cosa que una constante «realizacién simbé- licap, y la vida de una cultura estaria compuesta de esas didstoles y sistoles, mas o menos lentas o ré- Pidas searin la propia concepeién que esas socie- dades tengan de la historia Asi como la psiquiatria aplica una terapéutica de ‘vuelta al equilibrio simbélico, se podria concebir entonces que la pedagogia —deliberadamente cen- trada en la dinamica de los simbolos— se transfor- mase en una verdadera sociatria, que dosificara en forma muy precisa para una determinada sociedad los conjuntos y estructuras de imagenes que exige por su dinamismo evolutive. En un siglo de acele- racién técnica, una pedagogfa tictica de lo imagi- nario parece mas urgente que en el lento desarrollo de la sociedad neolitica, donde el equilibrio se lo- graba por si solo, al ritmo lento de las generaciones. En primer lugar, la funcién de la imaginacién apa- rece como equilibramiento biol6gico, psiquico y sociolégico. Pero, paradéjicamente, nuestra civili- zacién tecnocratica, plena de exclusiones simbili- ‘cas, facilita otro tipo de equilibrio. Pues frente a la ‘triplemente reforzada iconoclastia que denuncia- mos al comienzo de este estudio, nuestra civil ‘cidn, que muy a menudo confundié demistificacién con demitizacién, propone un gigantesco procedi- miento de remitizacién en escala planetaria, medio ‘que ninguna sociedad poseyé hasta ahora en la historia de la especi 132 ‘André Malraux" tuvo el gran mérito de haber de- mostrado perfectamente que los medios rapidos de comunicacién, la difusién masiva de obras macs- tras de la cultura mediante procedimientos foto- graficos, tipogrificos, cinematograficos, por el li- bro, la reproduccién en color, el disco, las telecomu- nicaciones, la prensa misma, permitieron una con- frontacién planetaria de las culturas y una enume- racién total de temas, iconoseimagenes,en un «Mu- seo imaginario» generalizado para todas las mani- festaciones culturales. Frente a la enorme actividad de la sociedad cientifica ¢ iconoclasta, he aqui que cesta misma sociedad nos propone los medios de reco- brar el equilibrio: el poder y el deber de promover tun intenso activismo cultural, Pero entonces, tal como lo supuso Northrop,"* el «Museo imaginario, generalizado al conjunto de todos los sectores de todas las culturas, es el supre- mo factor de equilibrio de toda la especie humana, Para nosotros, los occidentales, la «apelacién al Oriente», la aceptacién de regimenes y conjuntos de imagenes transmitidas por el arte oriental 0 por el de otras civilizaciones que no son la nuestra, son un medio, el tinico, de restablecer un equilibrio hu- ‘manista realmente ecuménico. La razén y la ciencia solo vinculan a los hombres con las cosas, pero lo que une a los hombres entre si, en el humilde nivel de las dichas y penas cotidianas de Ia especie hi ‘mana, es esta representacién afectiva por ser viv a, que constituye el reino de las imagenes. Detrés, del «Museo imaginario> en sentido estricto, el de 14 A. Malraux, Les voix du silenceste 15 The meeting of East and West 133 los iconos y las estatuas, se debe invocar, genera~ lizar, un museo més vasto, el de los «poemass."* La antologia generaliza el musco. Y es entonces cuan- do puede constituirse la antropologia de lo imagi- nario, que no tiene por nico fin ser una coleccién de imagenes, metaforas y temas poéticos, sino que debe tener, ademés, la ambicién de componer el complejo cuadro de las esperanzas y temores de la especie humana, para que cada uno se reconozca y se confirme en ella. Porque, como dijo Jean La- croix: «EI espiritu s6lo puede conocerse en sus obras si, de alguna manera, se reconoce en ellas». La antropologia de lo imaginario, y solo ella, per- mite reconocer el mismo espiritu de la especie que aetéia en el pensamiento que un mito de ‘emergencia zufii o que la parabola del grano de mos- taza. Simplemente, se aplican a dos objetos diferen- tes, Pero ya no hay més derecho a desvalorizar esos mitos y su vocacién de esperanza en relacién con nuestras creencias cientificas y su vocacién de do- 19 En Jas sitimas Kineas de La pensée sauvage,t Lévie Strauss parece volver a introducir de pronto esta doble po- Jaridad ‘cuando distingue «dos caminos» del pensarmiento para aprehender e] mundo, «ino supremamente concreto, el otro supremamente abstractos. 20 LévrStrauss, Anthropologie structurale. 135 minio, que a reducir el hacha de picdra a su metalirgico. Sencillamente, se debe comprobar que esta universalidad de lo imaginario es dualista, es decir, dialéctica. Y, con humildad, saber obrar como Gaston Bachelard: pe- dir este , en Ca- hers Internationaux de Symbolisme, n* 2, 1963. Gusdorf, G., Mythe et métaphysique,* Paris: Flammarion, 1953. Jacobi, J., , en Cahiers Internationaux de Symbolisme, vol. 1, 1963. Verhesen, F., «La lecture heureuse de Gaston Ba- chelards, en Courrier du Centre International # Etudes Poétiques, n° 42. 142 Bibliografia en castellano* Aristételes, Poética, Madrid: Aguilar, 1964. Bachelard, G., El aire y los suetios, México: Fondo de Cultura Econémica, 1a. ed., 1958. La poética del espacio, México: Fondo de Cul- tura Econémica, 1965. Psicoandlisis del fuego, Madrid: Alianza, 1966. Bastide, R,, Sociologia y psicoandlisis, Buenos Ai- res: Fabril, 1961. Bergson, H., Las dos fuentes de la moral y de la re- ligién, Buenos Aires: Sudamericana, 1946, Cassirer, E., Antropologia filoséfica, México: Fon- do de Cultura Econémica, 5a. ed., 1968. Las formas simbdlicas, México: Fondo de Cul- tura Econémica (en preparacién). Dalbiez, R., El método psicoanalitico y ta doctrina freudiana, México: Jus, 2 t, s. f. Descartes, R., Discurso del método, Buenos Aires: Losada, 6a. ed., 1970. Dumas, G., ed., Nuevo tratado de psicologia, Bue- nos Aires: Kapelusz, 1948-1952. Eliade, M., Tratado de historia de las religiones, Madrid: Instituto de Estudios Politicos, 1954. Imdgenes y simbolos, Madrid: Taurus, sf. Freud, S., cAndlisis fragmentario de una histeria», * Versiones castellanas de Jos titulat que aparecen segui- dos de a+ a lo largo de la obra 143 en Obras Completas, Madrid: Biblioteca Nueva, 1968, t. 1, pags. 605-53. Introduccién al psicoandliss, Madrid: Alianza, 2a, ed., 1968. La interpretacién de los suefos, Madrid: Alian- za, 3a. ed., 3 t, 1968. Titem y tabi, Madrid: Alianza, 3a. ed., 1969. Gilson E., La filosofia en la Edad Media, Madrid: Gredos, 2a. ed., 1965. Girard, R., Los Chortis ante el problema maya, ‘México: Robredo, s. f., 5 vol Guiraud, P., La semdntica, México: Fondo de Cul- tura Econémica, 2a. ed., 1965. Gusdorf, G., Mito y metafisica, Buenos Aires: No- va, 1960. Huizinga, J., Homo ludens, Buenos Aires: Emecé, 1957. Hutin, S., Los gnédsticos, Buenos Aires: EUDEBA, 1964. Jacobi, J. La psicologia de C. G. Jung, Madrid: Espasa-Calpe, 2a. ed., 1963. Jones, E., Vida y obra de Sigmund Freud, Buenos Aires: Nova, ¢. 1, 19495 t. 2, 19605 t. 3, 1962. Jung, C. G,, Simbolos de transformacién (edicién ampliada de Transformaciones y simbolos de la libido), Buenos Aires: Paidés, 1962. Simbologia del espiritu, México: Fondo de Cul- tura Econémica, 1a. ed., 196: Tipos psicolégicos, Buenos Aires: Emecé, 9a. ed., 21, 1964-65. Kant, E., Critica del juicio, Buenos Aires: Losada, 2a, ed, 1968. Gritica de la razén pura, Buenos Aires: Losada, 4a.ed., 2 t,, 1951. 1 Kardiner, A., El individuo y su sociedad, México: Fondo de Cultura Econémica, 1968 Lagache, D., El psicoandlisis, Buenos Aires: Pai- dés, 1963. Lalande, A., Vocabulario técnico y critico de la fi- losofia, Buenos Aires: El Atenco, 2a. ed., 1966. Lévi-Strauss, Cl., Antropologia estructural, Buenos Aires: EUDEBA, 1968. El pensamiento salvaje, México: Fondo de Cul- tura Econémica, 1964 Las estructuras elementales del parentesco, Bue- nos Aires: Paidés, 1969. Lupasco, S., Las tres materias, Buenos Aires: Sud- americana, 1963. Malraux, A., Las voces del silencio, Buenos Aires: Emecé, s.f. Platén, Fl banquete, en Didlogos socrdticos, Bue- nos Aires: Jackson, 4a. ed. vol. 2, 1956. Timeo, Buenos Aires: Aguilar, 2a. ed., 1966. Fedén, en Diélogos socréticas, Buenos. Ai Jackson, 4a. ed., vol. 2, 1956. Rougemont, D. de, El amor y Occidente, Buenos ‘Aires: Sur, 1959. Sartre, J-P., Lo imaginario, Buenos Aires: Losa- da, 2a. ed., 1968. Séchehaye, M.-A., La realizacién simbélica. Diario de una esquizofrénica, México: Fondo de Cul- tura Econémica, 2a. ed., 1964. Sorokin, P., Dindmica social y cultural, Madrid: Instituto de Estudios Politicos, 2 t., 1962. Spengler, O., La decadencia de Occidente, Ma- drid: Espasa-Calpe, 1a., ed., 1966. Stern, K., La tercera revolucién, Buenos Aires: Griterio, 1959, 145 Indice 9 2 47 68. 93 146 Introduc in, El vocabulario del simbolismo 1. La vietoria d verso de los posi los iconoclastas 0 el re- Cartesanismo y cientificismo. Conceptualismo aris- totélica y ockhamismo. Dogmatismo religioso y clericalismo. 2. Las hermenéuticas reductivas I psicoandlisis de Freud. E! funcionalismo de G. Dumnézil, El estructuralismo de Cl. Lé 3, Las hermenéuticas instaurativas Kant y el eriticimo de Ernst Castirer. La arque- tipotogia de Jung. G. Bachelard y la fenomeno- Jogia poética, Cosmologia, psicologia, teofania poéticas 4, Los niveles del sentido y la convergencia de las hermenéuticas La antropologia de lo imaginario y la daléctica de Jos simbolos. Los niveles de formacién del simbo- liso. P. Ricoeur y la coherencia de las herme- néutieas, 1s MI 143 147 5. Conclusién: Las funciones de la imagi- nacién simbélica La funcién biolégica: el eufemismo. La funcién psicotocial: realiacién simbéliea y vuelta al egy brio social La funsién humanista: la universae Yidad del simbolo, Ta fancién teofdniea: Gran Obra. dialécticn Bibliogral eseogida Bibliografia en castellano

Das könnte Ihnen auch gefallen