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John Donne

Poesía

1
Adiós al amor
Aunque no tuve pruebas,
pensé que había algún dios del amor,
y me incliné ante él y le di culto,
como hacen los ateos cuando mueren
invocando al que no saben nombrar
y no es más que un poder desconocido.
También a ciegas yo le supliqué.
Así ocurre
al anhelar aquello que ignoramos:
nuestros propios deseos le dan forma,
y según son o mengua o se agiganta.
Como en la última feria
el simulacro real en trono de oro
no es menos admirado por los niños
durante varios días, ciegamente
veneran de rodillas los amantes;
pero tras conseguirlo, su deleite
se ve disminuido al poco tiempo,
y ya entonces
lo que halagaba todos los sentidos
afecta sólo a uno, y así deja
en el alma un hastío melancólico.
!Ay! ¿Por qué no podemos
lo mismo que los gallos y leones
después de ese placer seguir gozosos?
A no ser que así lo haya decretado
muy sabiamente la naturaleza
(Pues dicen que cada uno de estos actos
disminuye en un día nuestra vida),
y que el juego
se pueda despreciar por ser tan breve,
lo que dura un minuto, en que se cifran
las ansias de tener posteridad.
No voy, pues, a desear
lo que es inalcanzable a cualquier hombre.
No voy a extraviarme persiguiendo
esas cosas que ya me han hecho daño.
Y cuando me tropiece con beldades
tentadoras, como se suele hacer
cuando el sol más ardiente del verano
nos abrasa,
aunque admire su gran magnificencia
rehuiré su calor. Y si no hay sombra
me frotaré la cola con santónico.

Aire y ángeles

Dos o tres veces te habré amado


Antes de conocer tu rostro o tu nombre;
Así en una voz, así en una llama informe
A menudo nos afectan los ángeles, y los adoramos;
Y aún así, cuando adonde estabas me acerqué,

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Vi una espléndida y gloriosa nada.
Mas, puesto que mi alma, cuyo niño es el amor,
Precisa miembros de carne y hueso
O nada haría si ellos,
Más sutil que el padre el amor no ha de ser,
Sino también ha de encarnar un cuerpo;
Por consiguiente, invoco quién y lo que eras,
Y al amor insto, y en este mismo instante,
A que se aloje en tu cuerpo, y consienta
Que en tu labio, ojo y ceja se instale.
(...)
En tal caso, como un ángel, con rostro y alas
De aire, no tan puro éste, pero que puramente lleva,
De este modo pueda tu amor ser mi angélica esfera.
Justamente igual desemejanza
Como impera entre la pureza de los ángeles y la del aire,
Como siempre existirá entre el amor
Del hombre y de la mujer.

Al romper el día
Es cierto, es ya de día, ¿y a nosotros
qué nos importa? ¿Piensas levantarte
de nuestra cama? ¿Por qué, porque hay luz?
¿Nos acostamos porque anochecía?
Amor, que aquí nos trajo a pesar de la noche,
debiera mantenernos juntos pese al día.
La luz no tiene lengua, es toda ojo;
si hablar pudiera como puede espiar,
lo peor de que podría ser testigo
es de que, estando bien, querría quedarme
y de que tanto amé a mi corazón y honor
que no acepté alejarme de su dueño.
¿Te debe alejar tu trabajo de mí?
Oh, ése es el más cruel mal del amor:
el pobre, el falso, el flojo aceptan
amar con calma, no el hombre ocupado.
Quien tiene trabajo y seduce a una dama perjura
igual que un hombre casado que corteja a otra.

Alquimia de amor
Algunos que más hondo que yo en la mina del amor han excavado
dicen dónde se halla su céntrica felicidad.
Yo he amado, y poseído, y relatado,
mas, aunque hasta la ancianidad amara, poseyera y refiriera,
ese misterio escondido no habría de encontrarlo.
Todo, ¡ay!, es impostura.
Y como ningún alquimista obtuvo aún el elixir,
mas su marmita repleta glorifica
si por casualidad
algo odorífero o medicinal le sobreviene,
así un deleite pleno y prolongado sueñan los enamorados,
para obtener una noche de estío, de apariencia invernal.

Por esta vana sombra de burbuja ¿habremos de entregar


nuestro bienestar, esfuerzo, honor y vida?
¿En esto amor termina? ¿puede cualquiera
tan feliz ser como yo si soportar puede

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la burla breve de una representación de novio?
Ese infeliz amante que asegura,
no es la médula del cuerpo; es de la mente,
lo que él en ella angelical encuentra,
igual jurar podría que escucha en el rudo,
crudo, griterío de ese día, las esferas.
No esperes hallar inteligencia en la mujer: a lo sumo,
dulzura e ingenio; momias, sólo, poseídas.

Versión de Purificación Ribes

Amanecer
¡Amanecer, oh dulce, y que no te levantas!
La luz que brilla viene de ojos delgados;
El día no se rompe: es mi corazón,
Porque tú y yo debemos ser parte.
¡Quédate! o bien mis alegrías morirán
y fallecerán en su infancia

Amor negativo
Nunca tanto me abatí como aquellos
que en un ojo, mejilla, labio, hacen presa;
Rara vez hasta aquellos que más no se remontan
que para admirar virtud o mente:
pues sentido e inteligencia pueden
conocer aquello que su fuego aviva.
Mi amor, aunque ignorante, es más audaz.
Fracase yo cuando suspire,
si he de saber qué desearé.

Si es simplemente lo perfecto
lo que expresarse no se puede
sino con negativos, así es mi amor.
Al todo que todos aman digo no.

Si quien descifrar puede


aquello que desconocemos, a nosotros, conocer puede,
enséñeme él esa nada. Ëste, por ahora,
mi alivio es y mi consuelo:
aun cuando no progreso, fallar no puedo.

Versión de Purificación Ribes

Canción
Ve y coge una estrella fugaz;
fecunda a la raíz de mandrágora;
dime dónde está el pasado,
o quién hendió la pezuña del diablo;
enséñame a oír cómo canta la sirena,
a apartar el aguijón de la envidia,
y descubre
cual es el viento
que impulsa a una mente honesta.

Si para extrañas visiones naciste,

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vete a mirar lo invisible;
diez mil días cabalga, con sus noches,
hasta que los años nieven cabellos blancos sobre ti.
A tu regreso tú me contarás
los extraños prodigios que te acontecieron.
Y jurarás
que en ningún lugar
vive mujer hermosa y verdadera.

Si la encuentras, dímelo,
¡dulce peregrinación sería!
Pero no, porque no iría,
aunque fuera justo al lado;
aunque fiel, al encontrarla,
y hasta al escribir la carta,
sin embargo,
antes que fuera,
infiel con dos, o tres, fuera.

Versión de Purificación Ribes

Constancia de mujer
Un día entero me has amado.
Mañana, al marchar, ¿qué me dirás?
¿Adelantarás la fecha de algún voto recién hecho?
¿O dirás que ya
no somos los mismos que antes éramos?
¿O que de promesas hechas por temor reverente
del amor y su ira, cualquiera puede abjurar?
¿O que, como por la muerte se disuelven matrimonios verdaderos,
así los contratos de amantes, a imagen de los primeros,
atan sólo hasta que el sueño, imagen de la muerte, los desata?
¿O es que para justificar tus propios fines
por haber procurado falsedad y mudanza, tú
no conoces sino falsedad para llegar a la verdad?
Lunática vana, contra estos subterfugios podría yo
argumentar, ganando, si lo hiciera.
Pero me abstengo,
porque mañana puede que yo así también piense.

Versión de Purificación Ribes

Despedida: el libro
Voy a decirte, amor, lo que has de hacer
para poner fuera de sí al destino,
como él acaba haciendo con nosotros;
cómo voy a aquedarme, aunque me aleje,
y cómo lo sabrán también los siglos
venideros, cómo podrá tu fama
dejar atrás a la de la Sibila,
oscurecer a la de quien venció
a Píndaro y a aquella que ayudara
a pulir la poesía de Lucano,
sin olivdar a la mujer que, dicen,
hizo el libro al que Homero dio su nombre.
Estudia estos papeles manuscritos,
miriadas de cartas que cruzamos

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los dos para escribir nuestros anales:
allí pauta y ejemplo encontrarán
todos aquellos a los que el amor
haya purificado como un fuego.
Ese amor tendrá artículos de fe
que no podrá impugnar ningún hereje,
ya que todos verán como el amor
nos concede esta gracia: la de hacer,
transmitir y prestar servicio a todos
en ese testimonio de sí mismo.
Este libro será tan duradero
como los componentes y la forma
del mundo, y está lleno de inscripciones
cifradas o en algún nuevo lenguaje.
Nosotros sólo somos mediadores
de ese gran sacerdocio del amor,
y una vez este libro se haya escrito,
aunque se repitiera la invasión
de los salvajes vándalos y godos,
quedarían a salvo los saberes;
aprenderán las escuelas ciencias,
música el cielo, cánticos los ángeles.
Los que el amor estudian como teólogos
(pues toda teología es maravilla
o es amor) hallarán cuanto deseen,
el amor del espiritu, teniendo
por lo invisible el alma enajenada,
o -muy poco dispuestos a admitir
las inseguridades de la fe-
lo que se puede ver y hasta tocar;
puesto que aunque el espíritu es del Cielo,
que es el lugar donde el amor se alberga,
la belleza ha de ser una figura
muy adecuada que lo represente.
Aquí más que en sus libros los juristas
verán por qué son nuestras las amadas,
y cómo por encima de la ley
se apropian de estos bienes, transferidos
desde el amor a todas las mujeres,
que aunque del corazón y de los ojos
obtienen cuantiosísimos subsidios,
abandonan a quien confía en ellas,
e invocan o la honra o la conciencia
para excusarse con quimeras tales,
afirmando tener prerrogativas
que sabemos tan fútiles como ellas.
También los estadistas (por lo menos
los que saben leer) pueden hallar
aquí la explicación de sus quehaceres:
el amor y su oficio son dos cosas
que hieren mortalmente si uno quiere
pensar en qué consisten. Pero en ambas
sobresalen aquellos que se atienen
al momento presente nada más,
en cuya escasa consistencia nadie
quiere pensar, ni mencionar siquiera.
En tu libro verán ellos su nada,
como en la Biblia hay quien descubre alquimia.
Di lo que piensas: yo me iré muy lejos
para pensar en ti, como se va
a distancia quien quiere abarcar cimas.

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Para saber cuán grande es el amor
se requiere presencia, pero sólo
la ausencia prueba cuánto va a durar:
Para medir la latitud, el sol
o las estrellas siempre deben verse
en el cenit; para las longitudes,
¿es que acaso tenemos otro medio
de medirlas que en el tiempo y lugar
en que se da el eclipse más oscuro?

Despedida de lágrimas
Deja que en este adiós vierta mis lágrimas
ante tu rostro mientras sigo aquí;
las acuña tu rostro con tu imagen
y así tienen valor tales monedas,
puesto que están preñadas de ti misma.
Frutos de mi dolor es lo que son,
y emblema de algo más, cuando una cae
por llevarte también caes con ella,
y no somos los dos entonces nada
al estar en riberas tan distintas.
Un hábil dibujante en una esfera
siguiendo sus modelos va a trazar
una Europa y un África y un Asia,
y a hacer de aquella nada todo el mundo.
Otro tanto sucede en cada lágrima
que darramas, un mundo, un universo
acaba por surgir a imagen tuya,
hasta que al fin tu llanto que se mezcla
con el mío copioso anega el mundo
y disuelve mi cielo a fuerza de agua.
A la luna no imites, no manejes
los mares hasta ahogarme en tus esferas,
que tu llanto en tus brazos no me mate,
no sugieras al mar lo que tal vez
hará pronto, no des al viento ejemplos
para hacerme aún más daño del que quiere,
Cuando cada suspiro tuyo y mío
es del aire y la vida de los dos,
quien suspira más hondo es el más cruel,
pues la muerte del otro se apresura.

El calculo
Han pasado veinte años desde ayer
sin apenas creer que me dejaste;
cuarenta más pasaron, y viví
del recuerdo de aquel amor de antaño,
y durante cuarenta que siguieron
de esperanzas de que ibas a volver;
otro siglo se ahogó en mis propias lágrimas
y aventaron dos siglos más suspiros.
Luego pasó un milenio y nada hice;
nada pensé, no me ocupé de nada,
dedicado a pensar tan sólo en tí;
tampoco te olvidé en mil años más.
Pero a eso no llames larga vida,
ya que soy inmortal por estar muerto.

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¿O crees que también mueren los fantasmas?

El corazón roto
Loco de remate está quien dice
haber estado una hora enamorado,
mas no es que amor así de pronto mengüe, sino que
puede a diez en menos plazo devorar.
¿Quién me creerá si juro
haber sufrido un año de esta plaga?
¿Quién no se reiría de mí si yo dijera
que vi arder todo un día la pólvora de un frasco?

¡Ay, qué insignificante el corazón,


si llega a caer en manos del amor!
Cualquier otro pesar deja sitio
a otros pesares, y para sí reclama sólo parte.
Vienen hasta nosotros, pero a nosotros el Amor arrastra,
y, sin masticar, engulle.
Por él, como por bala encadenada, tropas enteras mueren.
El es el esturión tirano; nuestros corazones, la morralla.

Si así no fue, ¿qué le pasó


a mi corazón cuando te vi?
Al aposento traje un corazón,
pero de él salí yo sin ninguno.
Si contigo hubiera ido, sé
que a tu corazón el mío habría enseñado a mostrar
por mí más compasión. Pero, ¡ay!, Amor,
de un fuerte golpe lo quebró cual vidrio.

Mas nada en nada puede convertirse,


ni lugar alguno puede del todo vaciarse,
así, pues, pienso que aún posee mi pecho todos
esos fragmentos, aunque no estén reunidos.
Y ahora, como los espejos rotos muestran
cientos de rostros más menudos, así
los añicos de mi corazón pueden sentir agrado,
deseo, adoración,
pero después de tal amor, de nuevo amar no pueden.

Versión de Purificación Ribes

El Dios del amor


Desearía hablar con el espíritu
de algún antiguo amante, muerto
antes de que el dios del Amor naciera;
imposible creer que quien más amara entonces,
se rebajara a amar a quien lo despreciaba.
Pero desde aquella época, el dios
ha inventado un destino, y esa doble naturaleza,
la costumbre, lo permite:
que yo deba amar a quien no me ama.

Es evidente que quienes lo hicieron dios


no tenían esa intención,
ni él en su juventud la habrá practicado.
Cuando una llama similar inflamaba dos corazones,

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su oficio era reunir, piadosamente, dos razones.
La correspondencia era su único dominio;
ya no es amor,
cuando no amo a quien me ama.

Pero todos los dioses modernos


buscan extender sus vastas pretensiones
y compararse con Júpiter.
Furias, licencias, epístolas, elogios,
aquel es el séquito del dios del amor.
Oh, si esta tiranía nos despertara
y priváramos a este niño de su divinidad,
ya no podría amar a quien no me ama.

Rebelde y ateo, ¿por qué susurro


cómo si ya sufriera los castigos del amor?
Él podría condenarme a no amar,
o ensayar un castigo peor;
que ella a su vez me amara,
sería del todo insoportable
porque la falsedad es peor que el odio,
y falsedad sería si la que yo amo me amara.

Versión de Aelfwine

El éxtasis
En una preñada colina que se ondula
como una almohada sobre un lecho,
para que las violetas reclinen sus cabezas,
nos sentamos tu y yo, cada cual lo mejor del /otro.
Nuestras manos, estrechamente ligadas
por un fuerte bálsamo que de ellas provenía,
y nuestras miradas, entrelazadas,
ensartando nuestros ojos en una doble /cuerda;
Entretejer así nuestras manos era, por el /momento,
el único medio de hacer de ambos, uno,
y nuestra única propagación,
las imágenes de nuestros ojos.
Como en dos ejércitos iguales, el destino
aplaza la incierta victoria,
nuestras almas (que para engrandecer su /condición
salieron del cuerpo), estaban suspendidas /entre ella y yo.

El infinito de los enamorados


Si no poseo aún todo tu amor,
amor mío, ya nunca lo tendré,
no hay en mí más suspiros que te muevan
ni me es posible derramar más lágrimas.
Para comprarte, todo mi tesoro
de suspiros y llanto y juramentos
y cartas he dilapidado ya.
Y no obstante, tú no me debes nada,
pues éste era el acuerdo al que llegamos:
si tu entrega era entonces compartida,
era mía una parte y de otros otra.
Nunca mía del todo vas a ser.
Suponiendo que me lo dieras todo,

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era sólo tu todo aquel entonces,
pero si en ti ha nacido un nuevo amor
o nacerá pensando en otros hombres
que tienen aún intacto su caudal,
ofreciéndote en llanto y en suspiros,
juramentos y cartas, más que yo,
nuevos miedos dará tal amor nuevo,
pues este amor no entraba en tus promesas.
Pero como tu amor era absoluto,
mío es tu corazón y cuanto allí
pueda crecer también ha de ser mío.
Pero no te lo pido todo entero,
no puede tener más quien todo tiene,
y dado que mi amor sigue aumentando
reserva para él nuevas mercedes.
Darme tu corazón todos los días
no lo puedes hacer, puesto que entonces
previamente jamás lo hubieras dado.
Misterioso es amor, se da y se guarda,
se conserva aun después de que se dé.
Seremos generosos, juntaremos
corazones en vez de intercambiarlos:
dos en uno, y enteros para el otro.

El jardín de Twicknam

Con vendavales de suspiros y anegado en lágrimas


Aquí vengo a buscar la primavera,
Y en mis ojos y oídos
Recibo esos bálsamos que lo restañan todo.
Mas, oh, traidor de mí mismo, traigo también
La araña del amor, que todo transubstancia,
Y el maná convierte en bilis,
Y para que este lugar pueda imaginarse
Un verdadero paraíso, he traído también a la serpiente.
Sería más sano para mí que el invierno
Oscureciera el esplendor de este lugar
Y que la grave escarcha prohibiese
Que estos árboles rían y se burlen en mi cara;
Pero, Amor, para que esa desgracia no soporte,
Ni deje todavía de amar, déjame ser de este lugar
Algún pedazo que no siente.
Hazme una mandrágora, así puedo crujir mi lamento aquí,
O una fuente de piedra, que llora todo el año.
Venid aquí amantes con frascos de cristal
Y tomad mis lágrimas, que son vino del amor,
Probad las de vuestras amantes en casa
Y veréis que son falsas aquellas que no saben como las mías.
¡Ay! Los corazones no brillan en los ojos
Ni mejor puedes juzgar los pensamientos femeninos por las lágrimas,
Que por su sombra o lo que lleva puesto.
Oh perversa condición de la mujer, donde nadie es sincero sino ella,
Que sincera siendo, con su verdad me mata.

El legado
Pasó la última vez en que morí
(y muero cada vez que me separo

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de ti, aunque solamente sea una hora,
porque es eterna la hora de los que aman),
recuerdo que algo dije y di en herencia;
aunque ya estaba muerto, era forzoso
que fuese al mismo tiempo mi albacea
y la manda dejada en testamento.
A mí mismo me oí decir entonces:
Dile que he sido yo (pero eres tú)
el que me ha dado muerte, y al morir
quise legar mi propio corazón;
pero no lo encontré tras desgarrarme
y buscar donde están los corazones.
Volvió a matarme el que aún siendo sincero
no pudiera dejarte aquel legado.
Encontré un corazón de simulacro,
muy parecido a él y con repliegues,
sin ser bueno ni malo, y que no era
de nadie, de unos pocos a trocitos.
Una obra artificial, pero bien hecha;
apenado pensé este corazón
enviarte por no tener el mío,
pero ¿quién lo tendrá? Pues era el tuyo.

El maleficio de una imagen


Cuando clavo mis ojos en los tuyos
compadezco la imagen que arde en ellos,
y ahogada en una lágrima clarísima
vuelvo a verla si miro más abajo.
Si tuvieses un arte de hechicera
para matar por medio de una imagen,
¿cuántas veces podrías conseguirlo?
He bebido tus lágrimas tan dulces
y salobres, si lloras más me iré;
ya deshecha mi imagen, no hay temor
de que tu maleficio pueda herirme.
Aunque de mí conserves otra imagen,
como se pintará en tu corazón
ya no podrá tener maldad alguna.

El mensaje
Devuélveme mis ojos largamente descarriados,
pues es ya mucho el tiempo que han estado sobre ti;
mas ya que tales males allí han aprendido,
tales conductas forzadas
y apasionamiento falso,
que por ti
nada bueno
pueden ver, quédatelos para siempre.

Devuélveme mi corazón inofensivo,


que pensamiento indigno no podría mancillarlo,
pero si el tuyo le enseñara
a burlarse
del amor;
a quebrantar
palabra y juramento,

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quédatelo, porque mío no será.

Pero devuélveme mi corazón, mis ojos,


que pueda ver y conocer tu falsedad;
que pueda reírme y gozar
cuando te angusties,
cuando languidezcas
por aquel
que no querrá,
o, como tú ahora, falso sea.

Versión de Purificación Ribes

El sueño
Amor, debido a nada excepto tú
habría roto este sueño feliz, una imagen
a la razón destinada, en exceso
potente para ser sólo un fantasma,
es sabio de tu parte despertarme,
por tanto, mas mi sueño no interrumpes
sino que sigues: eres tan verdad
que el pensamiento de ti es suficiente
para volver verdad sueños, ficciones, historias;
entra a estos brazos, ya que decidiste
que no soñara mi sueño completo, actuemos el resto.
Como un relámpago, o luz de una vela
me despertaron tus ojos, no el ruido que hiciste;
al principio creí
(pues amas la verdad), que eras un ángel,
hasta que vi que veías por dentro
mi corazón y mi mente, mejor que los Ángeles pueden hacerlo,
y que sabías qué estaba soñando, y sabías
en qué momento me despertaría el exceso
de gozo, y viniste, confieso que entonces
habría sido herejía creer
que tú fueras otra que tú.
Venir y quedarte conmigo te reveló tú,
mas levantarnos me hace preguntarme
si tú eres aún tú.
Es débil el amor si enfrenta al miedo,
ya no es espíritu puro, valiente,
si en él se mezclan miedo, vergüenza y honor.
Tal vez como antorcha que debe estar lista
para apagar y encender si hace falta,
así me tratas tú, pues viniste a encenderme,
te vas para venir.
Entonces yo soñaré esa esperanza
Una vez más, o si no moriré.

El testamento
Antes que exhale mi último suspiro, deja, Amor,
que revele mi legado. Es mi voluntad legar
a Argos mis ojos, si mis ojos pueden ver.
Si están ciegos, Amor, a ti te los entrego;
A la Fama doy mi lengua; a embajadores, mis oídos;
a mujeres, o a la mar, mis lágrimas.
Tú, Amor, me has enseñado

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al hacerme amar a aquella que a veinte más tenía,
que a nadie debía dar, sino a quien tenía demasiado.

Mi constancia entrego a los planetas;


mi verdad, a quienes viven en la Corte;
mi ingenuidad y franqueza
a los jesuitas; a los bufones, mi ensimismamiento;
mi silencio, a quien haya estado fuera;
mi dinero, al capuchino.
Tú, Amor, me has enseñado, al instarme a amar
allí donde amor no es recibido,
a dar sólo a quienes tienen incapacidad probada.

Mi fe entrego a los católicos;


mis buenas obras, todas, a los cismáticos
de Amsterdam; mis mejores modales,
mi cortesía, a la universidad;
mi modestia doy al soldado raso.
Compartan los jugadores mi paciencia.
Tú, Amor, me has enseñado, al hacerme amar
a aquella que dispar mi amor entiende,
a dar sólo a quienes tienen por indignos mis regalos.

Sea mi reputación para aquellos que fueron


mis amigos; mi industria, para mis enemigos.
A los escolásticos hago entrega de mis dudas;
de mi enfermedad, a los médicos, o al exceso;
a la naturaleza de todo lo que en rima tengo escrito,
y para mi acompañante sea mi ingenio.
Tú, Amor, cuando adorar me hiciste a aquella
que antes este amor en mí engendrara,
a hacer como si diera, me enseñaste, cuando restituyo sólo.

A aquel por quien tocan las campanas,


mi libro doy de medicina; mis pergaminos
de consejos morales sean para el manicomio;
mis medallas de bronce, para quienes tienen
escasez de pan; a quienes viajan entre
todo tipo de extranjeros doy mi lengua inglesa.
Tú, Amor, al hacer que amara a quien
considera su amistad justa porción
para jóvenes amantes, haces mis dones desproporcionados.

Así, pues, no daré más, sino que el mundo


destruiré al morir, pues el amor muere también.
Tu hermosura, toda, menos entonces valdrá
de lo que el oro en la mina, sin que haya quien lo extraiga
y de menos tus encantos, todos, te servirán,
de lo que puede un reloj de sol dentro de una tumba.
Tú, Amor, me has enseñado, al hacerme
amar a aquella que a ti y a mí desdeña,
a ingeniar esta manera de aniquilar a los tres.

Versión de Purificación Ribes

Elegía XIX: antes de acostarse


Ven, ven, todo reposo mi fuerza desafía.
Reposar es mi fuerza pues tendido me esfuerzo:
no es enemigo el enemigo

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hasta que no lo ciñe nuestro mortal abrazo.
Tu ceñidor desciñe, meridiano
que un mundo más hermoso que el del cielo
aprisiona en su luz; desprende
el prendedor de estrellas que llevas en el pecho
por detener ojos entrometidos;
desenlaza tu ser, campanas armoniosas
nos dicen, sin decirlo, que es hora de acostarse.
Ese feliz corpiño que yo envidio,
pegado a ti como si fuese vivo:
¡fuera! fuera el vestido, surjan valles salvajes
entre las sombras de tus montes, fuera el tocado,
caiga tu pelo, tu diadema,
descálzate y camina sin miedo hasta la cama.
También de blancas ropas revestidos los ángeles
el cielo al hombre muestran, mas tú, blanca, contigo
a un cielo mahometano me conduces.
Verdad que los espectros van de blanco
pero por ti distingo al buen del mal espíritu:
uno hiela la sangre, tú la enciendes.
Deja correr mis manos vagabundas
atrás, arriba, enfrente, abajo y entre,
mi América encontrada: Terranova,
reino sólo por mí poblado,
mi venero precioso, mi dominio.
Goces, descubrimientos,
mi libertad alcanzo entre tus lazos;
lo que toco, mis manos lo han sellado.
La plena desnudez es goce entero:
para gozar la gloria las almas desencarnan,
los cuerpos se desvisten.
Las joyas que te cubren
son como las pelotas de Atalanta:
brillan, roban la vista de los tontos.
La mujer es secreta:
apariencia pintada,
como libro de estampas para indoctos
que esconde un texto místico, tan sólo
revelado a los ojos que traspasan
adornos y atavíos.
Quiero saber quién eres tú: descúbrete,
sé natural como en el parto,
más allá de la pena y la inocencia
deja caer esa camisa blanca,
mírame, ven, ¿qué mejor manta
para tu desnudez, que yo, desnudo?

Versión de Octavio Paz

En el sacramento
El era la palabra que hablaba;
él tomó el pan y lo partio;
y eso que la palabra hizo realizable
lo creo y tomo.

Epístola heroica: Safo a Filenis

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¿Dónde está el fuego sagrado que dicen
que tiene el verso? ¿Ha decaído acaso
su fuerza encantadora? El verso, que
naturaleza retrata, de acuerdo
a la de la naturaleza ley, no puede
a ti, su mejor obra, retratarte.
¿Han apagado mis lágrimas el fuego
que ardía en mis poemas, por qué entonces
no han apagado también el deseo?
Mis pensamientos, hijos de mi mente,
suelen estar conmigo, pero yo,
su creador, quisiera liberarlos.
Sólo tu imagen habita mi pecho,
pero es de cera, y fuego la rodea.
Arrebatada por mis fuegos, por
los tuyos atraída, quedo sin
retrato, sin corazón ni sentido:
me queda sólo la odiosa memoria,
que por igual se aflige al mantener
o al extraviar, sin cesar repitiéndote
cuán alta es tu hermosura. Tan hermosa
que si a los dioses te comparo, honro
más a los dioses que a ti, y para hacer
que vean los hombres ciegos el aspecto
que tiene un dios, diría que se te asemeja.
Pues si decimos que es cada hombre un mundo
en miniatura, ¿qué de ti diremos?
Tú no eres suave, clara, esbelta, hermosa
como lo son plumas, estrellas, cedros
y lirios, pero tu mano derecha
y tu mejilla derecha y tu ojo
derecho se asemejan a tu otra
mano y a tu mejilla y a tu ojo;
tal como fue mi Fao por un tiempo
y nunca más, como tú eres, fuiste
y acaso para siempre sigas siendo.
Juran aquí los mejores amantes
que soy así, palidezco de pena,
pero no tanto, no sea que la pena
me vuelva menos hermosa, y por tanto
indigna de tu amor. Cuando tú juegas
con un amable muchacho, algo falta:
que un sentimiento recíproco endulce
su disparejo y espinoso rostro.
Un natural paraíso es tu cuerpo
donde se da todo placer, sin que haga
falta cultivo alguno, o se requiera
perfeccionar alguna cosa, ¿para
qué permitir, por tanto, que algún torpe
y rudo hombre te are, si, como ladrones
que roban cuando hay nieve, por sus huellas
se los atrapa, por lo que ellos dejan
tras sí al pasar se nota su pecado,
mientras que nuestro retozo no deja
más rastro que los peces en el agua
o que los pájaros surcando el aire,
y entre nosotras hay cuanta dulzura
pueda desearse, cuanto proporciona
naturaleza, o cuanto añade el arte?
Mis labios, ojos, caderas, difieren
tan sólo de los tuyos, cuanto ellos

15
difieren unos de otros, tanta es
la semejanza ¿por qué no tocarse
recíprocos entonces unos a otros?
Mano con mano ajena, labio a labio,
sin nada ya negarse, por qué no
pecho contra otro pecho, muslo a muslo
juntado, tan extraña autoindulgencia
la semejanza genera, que creo,
cuando te toco, tocarme a mí misma.
Beso mis propias manos, y me abrazo
y me agradezco a mí misma por ello.
Me llamo tú a mí misma en el espejo
pero ay, si quiero besarte se nublan
mis ojos, y el espejo. Esta locura
enamorada cura, nuevamente
regrésame a mí misma, te lo pido,
tú mi mitad, mi todo y mi aún más.
Supere el escarlata la rojez
de tus mejillas, venza su blancura
a la de la galaxia, y tu hermosura
impresionante en todas las mujeres
produzca envidia, y amor en los hombres,
y estén de ti la enfermedad y el cambio
tan lejos como están de mí contigo.

Fiebre
No te mueras porque tendré que odiar
a todas las mujeres tras tu muerte,
y dejar de cantar tus alabanzas
recordando que fuiste una mujer.
Por más que sé que no puedes morir
pues se abandona el mundo con la muerte,
pero si tú te fueras de este mundo
él contigo también iba a ser nada.
Este mundo sin ti, es decir, sin alma,
sería tu esqueleto, las mujeres
más hermosas serían tu fantasma,
viles gusanos los mejores hombres.
Oh, sabios que buscáis cuál es el fuego
que hará arder este mundo, ¿acaso nadie
ha pensado que bien podría ser
esta fiebre que ahora la domina?
Sé bien que ella no va a morir por esto
ni a sufrir largo tiempo de ese mal,
ya que mucha infección se necesita
para encender una fiebre tan larga.
Tan ardientes accesos son meteoros
que se agotan en ti al cabo de poco:
Tu belleza, como tus otros dones,
forman un inmutable firmamento.
No obstante yo quisiera ser tu dueño,
aunque fuese fugaz la posesión:
pues prefiero poseerte sólo una hora
que todo lo demás tener por siempre.

La aparición
Cuando por tu despecho, ¡oh inmoladora!, esté muerto,

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y libre te creas ya
de todos mis asedios,
vendrá entonces mi espectro hasta tu lecho
y a ti, vestal farsante, en peores brazos hallará.
Parpadeará entonces tu enfermiza llama,
y aquel, tu entonces dueño, fatigado ya,
si te mueves, o intentas despertarlo con pellizcos, pensará
que pides más,
y en sueño simulado te rehuirá,
y entonces, álamo tembloroso, menospreciada, abandonada,
te bañarás en gélido sudor de azogue,
espectro más real que el mío propio.
Lo que diré no he de decirlo ahora,
no vaya eso a protegerte. Desvanecido ya mi amor,
antes quisiera verte con dolor arrepentida
que, por mis amenazas, inocente.

Versión de Purificación Ribes

La canonización
Por Dios, callaos, y dejadme amar; o si queréis, murmurad de mi perlesía, de mi gota, de mis
cinco cabellos grises, y burlaos de mi fortuna perdida; mejorad con riquezas vuestra condición,
con las artes vuestra mente; abrazad un partido, conseguíos un empleo, admirad a Su Honor, o a
Su Gracia, o la realeza del Rey, y contemplad su rostro acuñado; aprobad lo que queráis, pero
dejadme amar.
Ay de mí, ¿a quién daña mi amor? ¿Qué barcos hirvieron naufragar mis suspiros? ¿Quién dice
que mis lágrimas inundaron sus campos? ¿Cuándo mis hielos suspendieron una primavera?
¿Cuándo las fiebres que colman mis venas agregaron un nombre a las listas de la peste? Batallas
encontrarán siempre los soldados, y litigantes en pleito los abogados, aunque ella y yo nos
amemos.
Llamadnos lo que queráis: así nos ha hecho el amor; decid que ella es una mosca, y yo otra:
también somos bujías, y a costa nuestra nos consumimos, y en nosotros hallamos el Águila y la
Paloma. El misterio del Fénix se resuelve con nosotros; puesto que ambos somos uno solo,
somos el Fénix. Agregad ambos sexos a una cosa neutra: morimos y resurgimos inmutables, y
gracias a este amor demostramos ser misteriosos.
Si no podemos vivir de amor, de él podemos morir; si sepulcros y ataúdes rechazan nuestra
leyenda, la poesía la aceptará, y si no servimos para las Crónicas, nos haremos hermosas
moradas con sonetos; tanto acomodan las ornadas urnas a las cenizas máximas, como un
pedazo de tierra; y todos nos aceptarán en esos himnos, canonizados por el Amor.
Y así nos invocarán: "Vosotros, que el reverendo amor convirtió a cada uno en ermita del otro;
vosotros, para quien el amor fue reposo, aunque para los demás es furia; vosotros, que
contrajisteis el alma entera del mundo, y llevasteis en el cristal de los ojos (de tal manera
transformados en espejos y en espías, que todo en vos se compendiaba) países, ciudades, cortes;
rogad que la altura nos conceda otro ejemplo de nuestro amor"

La miasma
Cuando esté muerto y no sepan los doctores el porqué
y la curiosidad de mis amigos haga
que me seccionen y estudien cada parte,
cuando en mi corazón encuentren tu retrato,
piensa que un súbito efluvio de amor
discurrirá por todos sus sentidos,
que, como sobre mí, sobre ellos actuará, y así elevará
tu asesinato al nombre de masacre.
Pobres victorias. Pero, si osas ser valiente
y obtienes placer en tu conquista,
mata primero a ese enorme gigante, tu Desdén,

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y sea luego asesinado Honor, el encantador,
y, cual vándalo o godo, álzate;
de tus propias artes y triunfos sobre hombres
borra el recuerdo, y las historias,
y, sin esa ventaja, dame entonces muerte.

La paradoja
Ningún amante dice “yo amo”, y nadie
a otro amante le va a juzgar perfecto;
cree que no puede serlo nadie más,
y que otro pueda amar es imposible.
No digo “amé”, porque, ¿cómo admitir
el absurdo de que me dieron muerte?
Por exceso de ardor el amor mata
eligiendo al que es joven más que al viejo,
mata la muerte exagerando el frío;
sólo una vez se muere, mata amor,
miente quien dice haber vuelto a morir.
Parece que se mueve y que se agite,
pero es sólo un engaño a los sentidos.
Esta vida es la luz que aún puede verse
tras la puesta de sol, como el calor
comunicado a un cuerpo y que conserva
horas después de que se apague el fuego.
Amé y luego morí; ya sólo soy
ahora mi epitafio y mi sepulcro.
Aquí los muertos hablan, yo también:
el amor me mató y aquí reposo.

La prohibición
Guárdate de quererme.
Recuerda, al menos, que te lo prohibí.
No he de ir a reparar mi pródigo derroche
de aliento y sangre en tus llantos y suspiros,
siendo entonces para ti lo que tú has sido para mí.
Pues goce tan intenso consume al punto nuestra vida.
Así, a fin de que tu amor frustrarse no pueda por mi muerte,
si tú me amas, guárdate de quererme.

Guárdate de odiarme,
o de excesivo triunfo en la victoria.
No es que yo a mí mismo haga justicia,
y me resarza del odio con más odio,
pues tú el título perderás de conquistador
si yo, tu conquista, perezco por tu odio.
Así, a fin de que mi ser a ti en nada perjudique,
si tú me odias, guárdate de odiarme.

Mas ama y ódiame también.


Así ambos extremos la función de ninguno cumplirán.
Ámame para que pueda morir del modo placentero.
Ódiame, porque tu amor es excesivo para mí,
o deja que los dos mutuamente, y no a mí, se destruyan.
viviré entonces para apoyo y triunfo tuyo.
Así, para que tú a mí, a tu amor y odio no destruyas,

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déjame vivir, pero ama y ódiame también.

Versión de Purificación Ribes

La pulga
Mira esta pulga, y mira cuán pequeño
es el favor que tú, cruel, me rehúsas;
me picó a mí primero; luego, a ti.
Y en esta pulga tu sangre y la mía
se han confundido; ¿puede declararse
que hay en tal hecho pecado, vergüenza,
o pérdida de la virginidad?
Pero este insecto disfruta,
sin matrimonio, y el muy consentido
con nuestras sangres se atiborra. En cambio
tal cosa no se nos es permitida a nosotros.
Detente, no la mates salva nuestras
tres vidas perdonando a este insectillo,
en quien nosotros casi nos casamos:
sirva esta pulga de lecho nupcial, sea templo
de nuestras bodas, por mucho que gruñan
tus padres y tú, ya ha sido consumado
adentro de este insecto nuestra unión.
Por más que matarme, mi amor, acostumbres,
no añadas suicidio a ese crimen,
ni sacrilegio, tres faltas en una.
Cruel, despiadada, ¿has manchado tus manos
con sangre inocente? ¿Qué culpa
puede esta pulga haber tenido, excepto
la gota que sustrajo de tus venas?
Pero sobreviviste al robo, y me señalas
que tú ni yo menos vivos estamos;
ello es verdad: ¿no te parece entonces
que falsos son tus miedos?, si te entregas
a mí tanto honor perderás como vida
con la picada de pulga perdiste.

La reliquia
Cuando otra vez vuelvan a abrir mi tumba
para alojar en ella a un nuevo huésped
(pues las tumbas, igual que las mujeres,
siempre ofrecen a su lecho a más de uno),
verá el sepulturero en torno al hueso
un brazalete de cabello rubio;
¿acaso no querrá dejarnos solos
pensando que allí yacen dos amantes
que quisieron hacer de esta manera
que sus almas unidas tras la muerte
prolongaran su amor un poco más?
Si sucede en un tiempo o un país
en el que haya extraviadas devociones,
el que nos desentierre llevará
al obispo y al rey aquellos restos,
que se venerarán como reliquias;
María Magdalena vas a ser,
y yo algún otro santo junto a ti.
Y todas las mujeres y algún hombre

19
nos querrán adorar. En aquel tiempo
gustarán de milagros, los que obró
nuestro amor inocente ahora diré.
Nos amamos de veras y fielmente
sin saber lo que amamos ni por qué,
y supimos tan poco de los sexos
como sabe nuestro ángel de la guarda;
a veces nos besábamos, un signo
de encuentro o despedida, nada más;
y no tocamos nunca el sello abierto
en la naturaleza al ser herida.
Eso fue lo que hicimos, pero ahora
no bastan las palabras si tuviese
que decir el milagro que ella fue.

La salida del sol


Viejo necio afanoso, ingobernable sol,
¿por qué de esta manera,
a través de ventanas y visillos, nos llamas?
¿Acaso han de seguir tu paso los amantes?
Ve, lumbrera insolente, y reprende más bien
a tardos colegiales y huraños aprendices,
anuncia al cortesano que el rey saldrá de caza,
ordena a las hormigas que guarden la cosecha;
Amor, que nunca cambia, no sabe de estaciones,
de horas, días o meses, los harapos del tiempo.

¿Por qué tus rayos juzgas


tan fuertes y esplendentes?
Yo podría eclipsarlos de un solo parpadeo,
que más no puedo estarme sin mirarla.
Si sus ojos aún no te han cegado,
fíjate bien y dime, mañana a tu regreso,
si las Indias del oro y las especias
prosiguen en su sitio, o aquí conmigo yacen.
Pregunta por los reyes a los que ayer veías
y sabrás que aquí yacen Todos, en este lecho.

Ella es todos los reinos y yo, todos los príncipes,


y fuera de nosotros nada existe;
nos imitan los príncipes. Comparado con esto,
todo honor es remedio, toda riqueza, alquimia.
Tú eres, sol, la mitad de feliz que nosotros,
luego que a tal extremo se ha contraído el mundo.
Tu edad pide reposo, y pues que tu deber
es calentar el mundo, con calentarnos baste.
Brilla para nosotros, que en todo habrás de estar,
este lecho tu centro, tu órbita estas paredes.

Versión de Jordi Doce

Los buenos días


¿Qué hicimos, a fe mía, hasta el instante de amarnos?
¿No nos habían todavía destetado?
¿Absorbíamos puerilmente los placeres encendidos del campo?
¿O roncábamos en la cueva de los siete durmientes?
Así fue; pero eran fantasías todos esos placeres.

20
Siempre que descubría alguna belleza
y la deseaba, eras tú a la que anhelaba en mis sueños.
Y ahora buenos días a nuestras almas que despiertan,
que se observan una a otra no sin miedo;
por amor todo amor sobre otras miradas prevalece,
y construye un pequeño refugio en cualquier parte.
Que los descubridores de mares visiten nuevos mundos,
que mundos sobre mundos a otros los mapas les enseñen,
déjennos conquistar un mundo;
cada uno posee el suyo, y es sólo uno.
Mi rostro en tus ojos, en los míos el tuyo,
en los rostros descansan los fieles corazones;
¿dónde podríamos encontrar dos hemisferios tan perfectos
sin el Norte glacial, sin el agonizante Ocaso?
Aquello que muere no está debidamente amalgamado;
si son nuestros amores uno, o si nos amamos
sin desmayo, de ningún modo moriremos.

Mal de ojo por un retrato


Clavo mis ojos en los tuyos
y me apiado de mi imagen que arde en ellos;
cuando bajo la vista,
veo en mi diáfana lágrima
mi imagen ahogada.
Si poseyeras el arte maléfico
de mutilar retratos,
¿de cuántos medios podrías valerte?
Pero tus dulces lágrimas saladas ya he bebido
y aunque derrames otras, como quiera me iré.
Si se borra mi imagen, también mis aprensiones
de poder ser tocado por tu hechizo.
Y aunque otra imagen mía tú conserves,
estará bien a salvo de malicia
porque es tu corazón el que la alberga.

Muerte
Lenguaje, eres demasiado estrecho
y demasiado débil para consolarnos;
la aflicción extrema no puede hablar.
¡Si pudiéramos suspirar acentos y llorar palabras!

La angustia que otorgan respiro a las lágrimas,


se consume y desgasta.
Los espíritus tristes, cuando menos lo parecen,
más tristes están.

No porque no sientan su estado,


sino porque el sentimiento los ha desesperado.
Dolor, a quien debemos todo lo que somos;
tirano, en la quinta y máxima Monarquía:

¿La mataste porque ella poseía todos los corazones,


para hacer así más opulento tu imperio?
¿Sabías que hasta quién no la conocía se lamentaría,
como cuando en un diluvio perecen todos los inocentes?

21
¿No te bastaba ganar ese palacio?
¿Debías arrasarlo, después de vencido?
Si te hubieras quedado, si hubieras considerado sus ojos,
todos los que hoy te huyen te habrían adorado.

Porque aquellos ojos daban luz sin quitarla,


y veían el alma porque la producían.
Ella era Zafirina, y clara ante ti;
la arcilla es ahora tu recinto sagrado.

Ah, ella era demasiado pura, pero no demasiado débil;


¿quién contempló una artillería de cristal que no se quebrara?
Y si nosotros somos tu conquista, con su caída has perdido,
pues con ella perecemos todos.

Si vivimos, sólo lo hacemos para rebelarnos;


la conocen mejor quienes la trataron bien.
Si debiéramos evaporarnos, y languidecer, y morir,
ya no sufriríamos, pues íbamos tras ella.

Ella cambió nuestro mundo por el suyo,


ahora que partió; la alegría y la fortuna son opresiones,
pues suyas eran todas las virtudes
que la ética llama cardinales.

Su alma era el paraíso;


la Gracia era el querubín que la custodiaba, y alejaba del pecado;
sólo debía dejar entrar a la Muerte,
pues la destrucción se cosecha siempre del mismo árbol.

Dios la arrebató, para que ningún mortal la amara más que a Él,
y mientras vertíamos lágrimas,
Él vertía su merced al llevársela,
para que nuestras mentes se eleven al firmamento, donde ella ahora descansa.

Versión de Aelfwine

Por quien doblan las campanas


¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece?
¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?
¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?
¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?
Ningún hombre es en sí
equiparable a una isla;
Todo hombre es un pedazo del continente,
una parte de tierra firme;
Si el mar llevara lejos un terrón,
Europa perdería
como si fuera un promontorio.
Como si se llevara una casa solariega
de tus amigos o la tuya propia.
La muerte de cualquier hombre me disminuye,
porque soy una parte de la humanidad.
Por eso no preguntes nunca
por quien doblan las campanas,
están doblando por ti.

22
Seducción
Ven a vivir conmigo, y sé mi amor,
y nuevos placeres probaremos
de doradas arenas, y arroyos cristalinos;
con sedales de seda, con anzuelos de plata.

Discurrirá entonces el río susurrante


más que por el sol, por tus ojos calentado,
y allí se quedarán los peces enamorados,
suplicando que a sí puedan revelarse.

Cuando tú en ese baño de vida nades,


los peces todos de todos los canales
hacia ti amorosamente nadarán,
más felices de alcanzarte, que tú a ellos.

Versión de Purificación Ribes

Si los venenosos minerales, y si este árbol


Si los venenosos minerales, y si este árbol,
cuyo fruto trajo la muerte a los inmortales,
si las cabras lascivas, si las serpientes envidiosas
no pueden ser condenadas, ay, ¿por qué lo seré yo?
¿Por qué la voluntad o la razón, que son parte de mí,
harán que un mismo pecado sea en mí más abyecto?
Y si es fácil la gloria y la piedad para Dios,
¿por qué su cólera severa me querrá amenazar?
Pero, ¿quién soy yo, Dios mío, para discutir
contigo? Haz de tu sangre, la única elevada,
y de mis lágrimas, un celestial Leteo
y ahoga en él la negra memoria de mi culpa.
Otros claman y piden que también los recuerdes.
Yo preferiría la misericordia que supone tu olvido.

Soy un mundo en pequeño…


Soy un mundo en pequeño hábilmente tejido
de materia y de espíritu que es de origen angélico,
pero el negro pecado hunde en la noche eterna
de mi mundo ambas partes, y ambas deben morir.
Los que habéis encontrado más allá de altos cielos
nuevos orbes, pudiendo describir nuevas tierras,
derramad nuevos mares en mis ojos, y así
que se ahogue mi mundo con mi llanto, o lo lave
si no está destinado a sufrir un naufragio.
¡Pero no, que ha de arder! Hasta ahora las llamas
de lujuria y de envidia lo han quemado y lo han hecho
aún más ruin. Haz, Señor, que este fuego se apague,
y que yo arda por Ti y tu casa con celo
encendido que sana y consume a la vez.

Versión de Carlos Pujol

Un barco incendiándose

23
Fuera de un barco incendiado,
que por ninguna manera
sólo ahogándose,
podrían salvarse de la llama,
algunos hombres saltan desesperados,
cada uno como puede.
Cerca están los barcos enemigos,
que con sus tiros los hacen caer;
Todo lo que en el barco se encontraba
así fue que se perdió,
ellos en el mar fueron incendiados,
y ellos en el barco quemado se ahogaron.

Un mendigo cojo
Si allá un mendigo llora,
soy incapaz,
de pararme,
o moverme;
si él dice verdades,
él miente.

Una conferencia sobre la sombra


Detente, Amor, y os daré una conferencia
sobre la filosofía de la Pasión.
Durante las tres horas de este paseo,
dos sombras, que nosotros mismos producíamos,
custodiaban nuestros pasos.
Pero ahora el sol se alza sobre nuestras cabezas.
Ya pisamos nuestras sombras,
y todas las cosas están bañadas en intrépida luz.
Así, mientras nuestro primer amor crecía,
surgían de nosotros, y de nuestra tribulación;
sombras y disfraces. Pero ya no.
El Amor no ha alcanzado su máximo esplendor
cuando aún debe cuidar de ocultarse.
A menos que nuestros amores permanezcan
en este mediodía, proyectaremos
nuevas sombras hacia el lado opuesto.
Como las primeras, que fueron para cegar a los demás,
estas sombras obrarán sobre nosotros,
y cegarán nuestros ojos.
Si nuestros amores disminuyen,
y declinan hacia el oeste,
fálsamente me ocultarás tus actos,
y yo cobijaré los míos.
Las sombras de la mañana desaparecen,
pero estas se alargan con el día,
y ¡Ay, corto es el Día del Amor, si el amor decae!
El Amor es una luz creciente,
o en plenitud constante;
su primer instante después del mediodía es la Noche.

Versión de Aelfwine

Usura de amor

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Por cada hora que ahora me concedas,
te entregaré,
Dios usurero del Amor, a ti, veinte,
cuando a mis cabellos negros los grises sean iguales.
Hasta entonces, Amor, deja que mi cuerpo reine, y deja
que viaje, me quede, aproveche, intrigue, posea, olvide;
la del año anterior retorne, y piense que aún
no nos conocíamos.

Deja que imagine mía la misiva de cualquier rival,


y nueve horas después cumpla la promesa
de la media noche. En el camino tome
a doncella por señora, y a ésta le hable del retraso.
Deja que a ninguna ame, ni a la diversión siquiera.
Desde la hierba del campo hasta las confituras de la Corte
o fruslería de la urbe, deja que informes
a mi mente la transporten.

Esta oferta es buena. Si, cuando viejo, por ti


soy inflamado;
si tu honor, mi pudor o mi dolor
codicias, más a esa edad podrás ganar.
Haz tu voluntad entonces; entonces objeto y grado,
y frutos del amor. Amor, a ti someto.
Déjame hasta entonces. Lo acataré, aunque se trate
de una que me ame.

Versión de Purificación Ribes

Un himno a Cristo
Cualquiera sea el barco náufrago en que me embarque, ése será mi emblema de Tu arca;
cualquiera sea el mar donde me abisme, ése será para mí el emblema de Tu sangre; aunque
enmascares Tu rostro con nubes de ira, a través de esa máscara reconozco Tus ojos; a veces
desvían su mirada, pero nunca desprecian.
Yo te ofrezco esta Isla, y todos los que en ella he amado, y que en ella me amaron; cuando haya
puesto nuestros mares entre ellos y yo, pon Tu mar entre mis pecados y Tú; como la savia del
árbol que busca en invierno la raíz inferior, yo voy en mi invierno hacia donde a nadie sino Tú,
eterna raíz del verdadero amor, podré encontrar.
Ni Tú ni Tu religión controlan el amor de un alma armoniosa, pero Tú quisieras todo ese amor
para Tí mismo; como eres celoso, Señor, así estaré yo celoso porque no me amas, hasta que no
liberes a mi alma de amar otra cosa; quien da libertad, la quita. ¡Oh, si no te importa a quién
amo, ya no me amas!
Sella entonces este contrato de n¡mi divorcio con todos los que recibieron esos rayos más débiles
de amor; aprópiate esos amores, que la juventud disemina en Famas, Ingenios, Esperanzas
(falsas amantes). Las mejores iglesias para la plegaria son las menos iluminadas; para ver
solamente a Dios, desaparezco; y para evitar los días tormentosos, escojo una eterna noche.

Una despedida: prohibido el duelo


Si ellas son dos, son dos como
los rígidos pies gemelos de un compás lo son;
tu alma de pie fijo, no da muestras
de moverse, pero lo hace si el otro se mueve.
Y aunque en el centro se asienta,
sin embargo, cuando el otro lejos discurre,
se inclina y se afana por él,
y se yergue erecto cuando aquel retorna.

25
Tal serás tú para mí, que debo
como el otro pie correr oblicuamente;
tu firmeza hace mi círculo exacto,
y me hace terminar donde empecé.

Vapores ponzoñosos
Una vez muerto, cuando nadie sepa
la causa, e investiguen mis amigos
haciendo que me trinchen para ver
qué ha pasado a cada uno de mis órganos,
viendo en mi corazón la imagen tuya
un súbito vapor de amor letal
se adueñará de todos sus sentidos
con los mismos efectos que sufrí,
convirtiendo tu crimen en matanza.
!Ruin victoria! Pero si te atrevieras
a ser audaz gozando de tu triunfo,
mata al gigante cruel de tu desdén,
asesina a la bruja del pudor,
y lo mismo que vándalos y godos
destruye los anales y las crónicas
que cuenten tus ardides y conquistas,
y careciendo ya de tal ventaja
puedes entonces acabar conmigo.
Pues yo también haría que luchasen
en mi bando gigantes y hechiceras,
la constancia sin fin, la discreción,
mas no quiero que me presten su ayuda.
Dame muerte con armas de mujer
y deja que yo muera como un hombre.
Pon a prueba tan sólo en la batalla
tu pasivo valor; verás que así,
desnuda, triunfarás del otro sexo.

SONETOS SACROS

I
Me has hecho Tú, ¿y ha de pudrirse tu obra?
Repárame, pues ya mi fin se acerca;
quiero huir de la muerte, mas me encuentra,
y todos mis placeres son pasado.

No me atrevo a mover mis turbios ojos;


desesperanza atrás, muerte delante
terror producen, y mi débil carne,
gastada de pecar, va hacia el infierno.

Sólo Tú estás arriba y cuando miro,


con tu venia, hacia ti, me alzo de nuevo;
mas mi viejo enemigo tal me tienta
que no puedo aguantarme ni una hora.

Pueda yo por tu gracia impedir su arte,


y atrae, imán, mi corazón de hierro.

26
II
A ti me entrego, oh Dios, por muchas deudas.
Por ti fui hecho, y para ti, primero,
y cuando decaí, compró tu sangre
lo que antes de caer era ya tuyo.

Tu hijo soy, que haces brillar contigo;


tu siervo, cuyas penas has pagado,
imagen tuya y, aunque profanado,
un templo de tu Espíritu divino.

¿Por qué el demonio entonces me conquista?


¿Por qué roba y aun viola tu derecho?
Salvo que te alces por tu obra y luches,
perderé la esperanza cuando vea

que tú, que amas al hombre, no me eliges,


y Satán, que me odia, no me excluye.
 

III
Puedan llanto y suspiros ir de nuevo
a mis ojos y pecho, que he agotado;
pueda yo en este sacro descontento
llorar con fruto y no llorar en vano.

¡Qué aguaceros vertí en mi idolatría!


¡Cuánto rasgó mi corazón la angustia!
Sufrir fue mi pecado. Me arrepiento:
Porque sufrí, debo sufrir la pena.

El salteador nocturno y el borracho,


el lascivo rijoso, el vanidoso
recuerdan alegrías para alivio
de males venideros. En mí, pobre,

el dolor vehemente siempre ha sido


causa y efecto, crimen y castigo.
 

IV
Mi alma negra, te llama la dolencia,
que es campeón y heraldo de la muerte;
eres un peregrino que no osa
regresar adonde hizo felonía;

o un ladrón que, aun leída su condena


a muerte, se desea liberado,
pero, arrastrado hacia el cadalso, anhela
poder estar aún encarcelado.

Si te arrepientes, puedes hallar gracia;


mas ¿quién te la dará para que empieces?
Hazte tú misma negra en santo luto,
y roja de rubor, pues has pecado;

y lávate en la sangre del Ungido,


que puede blanquear las almas rojas.

27
 

V
Soy un pequeño mundo hecho con maña
de un alma de ángel y los elementos,
pero el negro pecado ha hecho la noche
en ambas partes, y han de morir ambas.

Tú, que has hallado más allá del cielo


más alto esferas nuevas, tierras nuevas,
vierte en mis ojos mares nuevos que hagan
que pueda ahogar mi mundo con mi llanto,

o lavarlo, si no ha de ser ahogado.


Pero ha de ser quemado; antes un fuego
de lujuria y envidia lo ha abrasado
y hecho más sucio; apáguense sus llamas,

y quémame, Señor, con celo ardiente


de ti y tu casa, que comiendo cura.
 

VI
Esta es la última escena de mi obra;
aquí es la última milla de mi viaje,
y mi carrera da su último paso,
mi pulgada final y el postrer punto;

separará la muerte en un instante


mi cuerpo y mi alma, y dormiré algún tiempo;
mas mi parte despierta verá el rostro
cuyo temor sacude ya mis huesos.

Entonces, cuando mi alma vuele al cielo,


y el cuerpo terrenal vuelva a la tierra,
mis pecados, que tienen su derecho,
al infierno caerán que los criara.

Declárame así justo, de mal limpio,


pues dejo así demonio, mundo y carne.
 

VII
En todos los rincones de la tierra,
soplad las trompas, ángeles, y alzaos
desde la muerte, muchedumbres de almas,
e id a vuestros cuerpos esparcidos;

todos los que ahogó el agua, quemó el fuego,


mató la guerra, el hambre, el despotismo,
la edad, la ley, vosotros cuyos ojos
verán a Dios y no moriréis nunca.

Mas que duerman, Señor, y dame un tiempo;


pues si abundan arriba mis pecados,
es tarde ya para pedir tu gracia
cuando estemos allí; aquí, en la tierra,

28
haz que yo me arrepienta; eso es tan bueno
como un perdón sellado con tu sangre.
 

VIII
Si son las almas fieles ensalzadas
igual que ángeles, puede ver mi padre,
e incluso añadir esto a su ventura,
que avanzo con valor hacia ell infierno.

Pero si nuestras mentes estas almas


las ven por circunstancias y por signos
que no son aparentes de inmediato,
¿cómo pueden probar mi verdad pura?

Ven lamentarse a idólatras amantes,


ven a magos blasfemos que conjuran
en nombre de Jesús, y a farisaicos
hipócritas rezar devotamente.

Vuelve a Dios, alma, entonces, que él conoce


tu dolor, pues lo puso él en mi pecho.
 
 
IX
Si minerales tóxicos, si ese árbol
cuyo fruto nos trajo muerte y gracia,
si las cabras lascivas, las serpientes
no pueden condenarse, ¿por qué el hombre?

¿Qué intención o razón, en mí nacida,


haría más atroz igual pecado?
Y, la misericordia siendo fácil
y grata a Dios, ¿por qué amenaza en Su ira?

Pero ¿quién soy, que osa reñir contigo?


¡Oh Dios! haz de tu sangre y de mi llanto
un Leteo celeste en el que ahogues
la memoria infeliz de mis pecados.

Que los recuerdes, llaman deuda algunos;


yo creeré piedad que los olvides.
 

X
Muerte, no te envanezcas, aunque algunos
te llamen poderosa, pues no lo eres;
los que creíste derribar no mueren,
pobre muerte, ni tú puedes matarme.

El reposo y el sueño, tus imágenes,


dan placer, luego más debes tú darlo;
y los mejores pronto van contigo,
descanso de sus huesos, dación de alma.

Sierva de reyes y desesperados,


vives de guerras, males y venenos;
hechizo y droga pueden bien dormirnos,

29
y mejor que tu golpe, ¿por qué te inflas?

Pasado un corto sueño, despertamos,


y no habrá muerte ya. Te mueres, muerte. 

XI
Judíos, escupidme, heridme el pecho,
azotadme, mofaos, crucificadme,
que he pecado, y pecado, y Él tan solo,
libre de toda iniquidad, ha muerto.

Mi muerte no compensa mis pecados,


que exceden la impiedad de los judíos.
Ellos mataron una vez a un hombre,
yo crucifico a diario a Cristo vivo.

De rey es perdonar, pero, admirable,


Él soportó además nuestro castigo;
pues si Jacob vistió piel vil y ruda,
fue para suplantar, y haber ganancia;

Dios se vistió de carne vil de hombre,


para, débil, poder sufrir dolores. 

XII
 
¿Por qué nos sirven todas las criaturas?
¿Por qué los elementos proporcionan
vida y comida, siendo ellos más puros,
más sencillos y menos putrescibles?

¿Por qué soportas sujeción, caballo?


¿Por qué tan tontamente, cerdo y toro,
fingís debilidad y os mata un hombre,
cuya especie podéis tragar entera?

Soy peor que vosotros, y más débil;


no habéis pecado, y no sois temerosos.
Por eso es más asombro que a nosotros
someta la Creación todas las cosas.

Mas su Creador, al cual no obliga nada,


ha muerto por nosotros, Sus criaturas.
 

XIII
¿Y si fuera la última esta noche?
Marca en mi corazón, en el que habitas,
el crucifijo, alma, y dime ahora
si su semblante puede darte miedo.

Lágrimas en sus ojos la luz nublan;


sangre mana su frente torturada;
¿y al infierno te va a enviar la lengua
que ha pedido perdón por sus verdugos?

No, mas lo mismo que en mi idolatría

30
a mis amantes dije la belleza
de la piedad, la fealdad es siempre
un signo de rigor; así te digo:

los demonios adoptan forma horrible;


ésta, bella, tendrá mente piadosa.

XIV
 
Oh, Dios, golpea el corazón, que hasta ahora
sólo llamas, alientas y corriges;
me has de abatir para que pueda alzarme,
me has de romper, quemar y hacer de nuevo.

Yo, cual villa usurpada, a otro debida,


trato de hacerte entrar, pero es en vano.
La razón, tu virrey, me ampararía,
pero está presa, y es infiel o débil.

Te amo mucho y querría que me amaras,


pero me he prometido a tu enemigo;
divórciame, desata o corta el nudo;
aprisióname, tómame, pues nunca

seré libre si tú no me cautivas,


ni, salvo que me raptes, jamás casto.
 

XV
¿Quieres amar a Dios como Él te ama?
Medita entonces, alma mía, esto:
cómo Dios, por los ángeles servido,
hace tu pecho templo del Espíritu.

Habiendo el Padre generado un Hijo,


y engendrándolo aún eternamente,
se ha dignado elegirte y adoptarte
para heredar su gloria y el descanso.

Como un hombre robado al ver en venta


lo suyo, ha de perderlo o recomprarlo,
el Sol de gloria descendió y fue muerto
para librarnos, por Satán robados.

Que el hombre fuera a imagen de Dios hecho,


fue menos que hacerse Él a imagen de hombre.

XVI
 
Padre Eterno, Tu Hijo me da parte
de Su doble interés hacia Tu reino;
en la intrincada Trinidad se queda,
y me da la conquista de Su muerte.

Este Cordero, cuya muerte vida


trajo a este mundo, desde su principio
dejó dos Testamentos, y a tus hijos
legación hace de Su reino y Tuyo.

31
Mas tales son las leyes que los hombres
discuten si podría alguien cumplirlas.
Nadie aún, mas tu Espíritu y tu gracia
reviven lo que ley y letra matan.

Tu compendio de ley y Tu mandato


son casi amor. ¡Mantén el Testamento!

XVII
Desde que la que amé pagó su deuda
a la ley natural, y el bien mío ha muerto,
y su alma voló al cielo arrebatada,
mi mente sólo está en cosas del cielo.

El admirarla estimuló mi mente


para buscarte, oh Dios, como venero;
pero, aunque te encontré y mi sed calmaste,
aún padezco una santa hidropesía.

¿Por qué mendigo más amor, si mi alma


cortejas, a la suya dando todo,
y Tú no sólo temes que conceda
mi amor a santos y ángeles, los tuyos,

sino que dudas en tus tiernos celos


que mundo, diablo y carne te echen fuera?

XVIII
 
Muéstrame, Cristo, a tu brillante esposa.
¿Cómo? ¿Es aquella que, en la orilla opuesta,
se adorna rica? ¿O es la que, robada,
se duele y llora aquí y en Alemania?

¿Se duerme mil y asoma luego un año?


¿Es la verdad y yerra? ¿Nueva y vieja?
¿Hizo su aparición y la hará siempre
sobre siete colinas o ninguna?

¿Vive aquí o, como andantes caballeros,


tenemos que buscarla y luego amarla?
Da, marido, tu esposa a nuestra vista,
deja que mi alma ronde a tu paloma,

que es más leal y grata a ti si, amante,


la abraza el mayor número de hombres.

XIX
Para vejarme los contrarios se unen.
La inconstancia engendró contra natura
un hábito constante: sin quererlo
cambio de devoción y de promesas.

Mi contrición resulta tan voluble


como mi amor, e igual puesta en olvido.

32
Al azar, destemplada, ardiente o fría,
orante o muda, nada o infinita.

Ayer no me atreví a mirar al cielo;


hoy rondo a Dios con charlas lisonjeras;
mañana tendré miedo de su vara.

Mis accesos devotos van y vienen


como fiebre ilusoria; son mejores
los días en que el miedo me sacude.

33
INDICE

Adiós al amor ………………………………………………………………………………... 2


Aire y ángeles ………………………………………………………………………….…….. 2
Al romper el día …………………………………………………………………………….. 3
Alquimia de amor ………………………………………………………………………….. 3
Amanecer ……………………………………………………………………………………… 4
Amor negativo ………………………………………………………………………………. 4
Canción ………………………………………………………………………………………… 4
Constancia de mujer ……………………………………………………………………… 5
Despedida: el libro ………………………………………………………………………… 5
Despedida de lagrimas ……………………………………………………………….…. 7
El calculo ………………………………………………………………………………..……. 7
El corazón roto ……………………………………………………………………………… 8
El Dios del amor ……………………………………………………………………………. 8
El éxtasis ………………………………………………………………………………………. 9
El infinito de los enamorados ………………………………………………..……….. 9
El jardín de Twicknam ……………………………………………………………….…. 10
El legado ………………………………………………………………………………………. 10
El maleficio de una imagen …………………………………………………………….. 11
El mensaje …………………………………………………………………………………….. 11
El sueño ………………………………………………………………………………………… 12
El testamento ………………………………………………………………………………… 12
Elegía XIX: antes de acostarse ……………………………………………………….. 13
En el sacramento …………………………………………………………………………… 14
Epístola heroica: Safo a Filenis ………………………………………………………. 14
Fiebre …………………………………………………………………………………………… 16
La aparición ……………………………………………….………………………………… 16
La canonización ………………………………………………….………………………… 17
La miasma ………………………………………………………………………….………… 17
La paradoja ……………………………………………………………………………….…. 18
La prohibición ………………………………………………………………………………. 18
La pulga ……………………………………………………………….………………………. 19
La reliquia …………………………………………………………………………….……… 19
La salida del sol ………………………………………………………………………….…. 20
Los buenos días …………………………………………………………………………….. 20
Mal de ojo por un retrato ………………………………………………………………. 21
Muerte …………………………………………………………………………………………. 21
Por quien doblan las campanas …………………………………………………….. 22
Seducción …………………………………………………………………………………….. 22
Si los venenosos minerales, y si este árbol ………………………………………. 23
Soy un mundo en pequeño… ………………………………………………………….. 23
Un barco incendiándose ……………………………………………………………….. 23
Un mendigo cojo ………………………………………………………………………….. 24
Una conferencia sobre la sombra …………………………………………….……. 24
Usura de amor …………………………………………………………………………….. 24
Un himno a Cristo ………………………………………………………………………… 25
Una despedida: prohibido el duelo ………………………………………………… 25
Vapores ponzoñosos ………………………………………………………………….…. 26

34
SONETOS SACROS

I …………………………………………………....................................................... 26
II ………………………………………………………………………………………..……… 26
III ………………………………………………………………………………………………. 27
IV …………………………………………………………………..…………………………… 27
V ………………………………………………………………………………………………… 27
VI ………………………………………………………………………………………………. 28
VII ............................................................................................................ 28
VIII ……………………………………………………………………………………………. 29
IX ……………………………………………………………………………………..……….. 29
X .............................................................................................................. 29
XI …………………………………………………………………………………………….… 30
XII …………………………………………………………………………………………….. 30
XIII ……………………………………………………………………………………………. 30
XIV ........................................................................................................... 31
XV ............................................................................................................ 31
XVI ........................................................................................................... 31
XVII ………………………………………………………………………..…………………. 32
XVIII ………………………………………………………………………………………….. 32
XIX ……………………………………………………………………………….……………. 32

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