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OTROS TITULOS DE ESTA COLECCION: Cruz, Espada, Sangre ~ Claude Mossé La Fortuna y la Gloria - Claude Mossé Si te Olvidara, Jerusalén - BarretGurgand © by Editions Robert Laffont, Pacis, 1982 © by Ediciones Juan Granica SA Muncaner 460, 12 - 2, Barcelona, 1983 Prodacide para Ediciones Juan Granica por Adelphi S.A., Lavatle 1634, 9, Buenos Aires ISBN 950-641-0045 Queda hecho ef depéstto que mares {a ley 11-723 Impreso en Argentina - Printed in Argentina C. Salles LOS BAJOS FONDOS DE LA ANTIGUEDAD EOL 7 LA ROMA DE PLAUTO El Foro romano “Te indicaré dénde podrss encontrar sin demasiado esfuerzo los hombres que buseas, perversos o virluosos, honestos 0 bribones. Qui res hallar un perjuro? Acéréate a Ia tibuna de las arengas, JU men- tiroso o un fanfarrén? Acéreate al templo de Venus Cloacina. yMaridos Hieas, prédigos con su dinero? Los encontrards cerea de la Basilica, Alli encontraris también putas marchitas, y las que han alquilado su cuerpo por contrato, Los que anden a Ja busea de comida se rednen en el mercado de pescado, En la parte baja del foro se pasea la gente honesta. En el centro, cerea de la Cloaca Maxima, los que arrojan polvo a los ojos. Los insolentes, 1os charlatanes y los e¢losos cezea del Lago Curtius, todes los cuales hablan mal del préjimo cuando se podrfa hablar bien. Cerea de los Comercios Viejos.se encuentran los cambistas y los usureros. Detrds del templo de los Céstores estén los que no son de fits. En la calle de los Toscanos, se encuentran hombres que venden su cuerpo. Ea el Velabro, los panaderos y carniceros, los que dicen la buena fortuna, los que se prostituyen y los que ofrecen prostitutas. En Leucadia Opis, ‘se encuentran ricos maridos prédigos.” * Esta disgresion en na comedia de Plauto es un pasa- Je curioso, donde el poeta evoca en forma eseueta y resumi- da la animacion que puede observarse, a eomienzos del Si- glo 1 A.C, en el Foro romano. Bajo cubierta de una enu- meraciOn satirica, nos da de hecho una idea precisa de Jo que es el centro de la vida romana poco después de la Segunda Guerra Piniea: en el Foro tiene lugar la ma- yoria de las actividades politicas; en el Foro se encuen- tran los monumentos mas venerados de la veligién romana; * Plasto, EL Gorgoja, v. 467-185. 157 oretinas honestas a las mas twrbias. Sende tos oradores, “perjuros” y, especialistas o™ falsas Hombres politicos, artesanos Y ‘comereiantes, charla- promesas, segan Piatito, pronuncian sus discursos. Alre- amen atafadores y earteristas, parasiios hombres y mu Brome es, eg plaza se levantan edifices sacros, ket: eres en venta a la busca Ge clientes, todos se codean en i plo de Saturno, el de los Céstores, ‘i _sentuario redondo eves Gan publica, La muchedambre. sepacta, puss | fe Vesta, el convento de las ‘Vestales y la casa del Gran sla Porficte del Foro es reducida, wmtt cien metros de Pontifice, cabeza de la religién oficial. verge’ por sesenta de ancho. 1) Fore republicano conset~ ir, apeaté eonforme a la imagen solenme que ios varé durante siglos 1a originalidad de no responder a 11h mmancales eseolares dan del Foro Romano, y estamos lejos yuna norma arguitecténica, Hoe ‘otros foros de la ciudad, Gel universo turbio de los placeres. Sin entbargo, como en Senstruidos en la época imperial, as{.como los que Jas ciu- el Agora de Atenas, todo se une para crear ies’ condici lades provinciales edifican ;mitando a Roma, se presentan wes perfectas de wna vida arate. En efecto, las “activi como conjuntos coherentes, cuyos monumentos, armon- dades comerciales, agrupadas en Jas calles que jlevan al cQmente dispuestos alrededor 6. 1 2° central, resp dades Sovorecen las idas y venidas, los eneventros de todo den a los criterios estéticos provenientes del oriente hele- orden, Al norte y al sur, la pl » est bord 7 er eeten cambio, el trazado caprichose ‘del Foro Roma- Comereios Wiewos y los i a Pe Nu ordeada por Iss no, la acumulacién incoherente de edificios sobre su rea, Plauto oupados isvte p ner icer leg ose Spoee fe hoy en dia sorprende ain al visitante. Pero en este, es viaores de frutas y ver pores. Ha roo en eros de pacio restringido se concentra toda la vida de Roma, tra- cambistas y orfebres ‘sirededor de oe cuales aan vu ita bajo y ocio, pena y placer. La muchedumbre cosmopolita las prostitutas y alcahuetes espiando la er elén de un y en el Foro, en fin, se realizan tranisacciones de todo tipo, | clectorales, los rostres, la tribuna de las arengas, desde oe gue a toda hora del dia y de le noche se dacita | | s prosti ’ yeta modesta, plaza publica a vibuye a hacer de él | cliente ee Son sobre todo las callejuelas que desembo- on e574 ctaculo incomparable. {samen oo as gu tenes ‘mala reputeotén : Ia calle de los Feaniones politieas, campafias, electorales, motines : taal te © Vicus Tuseus, el Argileto que conduce & ‘Su- cangrientos, ceremonias religiosas, sacrificios solemnes, : na, te Cong de los vendedores de ineisnso » Viens ‘Tura- cangrienee, jc vo scele enel Foro, & solemnes, Bis, Ia ea Je de Tos fabricantes de yuges 0 Vieus Tugarius. Ein estas callejuelas se han acumulado los perfumistas, fos puestos de pescado, de cares 0 verduras, del ruido Be tbs pequetios artesangs, cacharrer™, Soyeros 0 cambis te ham los origenes de Roma, en. este ‘sitio s6lo habia yn ; jayeros, cordoneros 0 barberos, que disimulan apenas dtras actividades comerciales, més clandestinas. Estas og. ogee. gervia de cementerso. Queda toda- talles eonstituyen uno de los terrenos de sat preferidos OEE Deere a epoca lasica, Tningseulo Lago * Sor las prostitutas. Bs evidentemen's alrededor de los aren en el centro de Ta plaza. En ar Siglo vi A.C, Bx2- | puestos de Tos joyeros y Ye los cambistas, sitios donde clas 2 Ja deseeacion del pantane ¥ a ja pavimentacion del : Bireula dinero, que los proveedores de placeres son mas Suelo, el sitio se vuelve habitable y transforma en cen> numerosos. sel la vida romana. Delimitado por Ta Via Sacra al ne fey la Via Nueva al sur, el Fore ‘comprende los cen~ aed “ay ea Teer Se Be ere Peo te . 2 al sur, er : ado sp etttensente akededor de Tos pusstos de banners, Hh ros esenciales de 1a vida politica ; la Curia donde se reine : hados Perpleno sol, exclama una persona de wna en Tinpostble Os coedo, el comitzem, donde se Tealizan jc Soren , | __Emtno ts es que ay mr meas ave wna comeda, 159 Al noreste del Foro, muy cerca de la Regia, casa del Gran Pontifiee, se han descubierto restos arqueolgicos de un lupanar, quizds de propiedad de la misma Leucadia Oppia de la que Planto nos dice que arruinaba a los ma- vidos ricos. Hs Ja mejor prueba de que en Roma lo'sa- grado y lo profano cohabitan sin problemas. Muy cerca, tin albergue pequefio debja tener el mismo destino. iiiiti Hy PLANO DEL FORO ROMANO HACIA FINES DE LA REPUBLICA 4. Tabularium. - 2. Templo de la Concordia. - 3. Tullianum. = 4. Templo de Satumo. - §. Rostres. - 6. Curia. - 7. Lago Curtius. - 8, Lapis Niger. - 9. Basilica Aemilia. -'10. Basilica Julia. - 11. Templo de los Didscuros. - 12, Fontana de Jutur- no. - 13. Regia. - 14. Templo de Vesta. - 15. Atrium Vestae. Tomado de G. LUGLI, Roma antica. I! centro monumentale, Roma, 1946. Recordemos por tiltimo que el Foro esté atravesado en todo su ancho por la Cloaca Maxima, el gran canal co- 160 lector, todavia descubierto en la época de Plauto. Olor a exerementos, olores.de pescados y carne, aromas fuertes de los puestos de los perfumistas, humo de las cocinas al aire libre, todos esos efluvios penetrantes, a menudo pes- tilentes, sn indisocfables de la imagen del Foro Romano, tal como debemos representarnoslo en la época de Plauto. Iguialmente dificil resulta imaginarnos el ruido que rei- na desde el alba hasta la puesta del sol. Atin tolerable para los contempordneos de Plauto, se volver una peste en la época imperial. A lo que hay que agregar el polvo, Jos atolladeros en las eallejuelas que dan a la plaza, los ap fiamientos constantes’ alrededor dle los hombres politicos y sus cortejos de clientes. Bs un torbellino que aturde a. los ciudadanos que vielen de la campaiia romana para cumplir con sus obligaciones electorales, Por su ingenui- dad ristiea y su aturdimiento maravillado, son presa f4- cil de toda Suerte de estafadorse que cubren el Foro. Y después, al azar del paseo, se encuentran los charlatanes, los adivinos, los bufones, los declamadores de la buena fortuna, tcdos los marginales de la ciudad a la busca de su sustento cotidiano, El Foro es en suma una combina- cién sorprendente: imaginemos reunidos en un espacio reducido la Cimara de;Diputados, Notre Dame, los lo- cales nocturnos de Pigalle y el mercado de les Halles. Tal es, en efecto, aproximadamente, la imagen que debia pre- sentar-la plaza mds frecuentada de Roma hacia el $i- glo u A.C. Una ciudad mal concedida ‘Todo Neva al Foro, y las actividades de éste desbordan sobre los barrios que lo rodean. Una de las particularidy- des del centro de la Roma antigua es la ausencia de dei= mitacién estricta entre “buenos barrios” residenciales y barriadas, lo que proviene de la configuracién partieulax- de la ciudad y sus siete colinas. En efecto, originalmenie hay pantanos en el sitio donde se levantara la ciudad, y m- 1a turalmente los primeros habitantes se instalan sobre las colinas, mas salubres. Pero a partir del momento en que fa poblacién de Roma toma importancia, los inmigrantes, los’ extranjeros, los pequefios: comerciantes ‘en busca de nuevos mercados, los fuera de la ley expulsados de las yegiones vecinas, no encuentran para instalarse otro sitio que las depresiones naturales que separan Jas colinas. Pyidentemente son sitios por definicién malsanos, amena- zados por los desbordes periddicos del Tiber. Estos barrios hajos siguen siendo barrosos; el hedor de las fexmentacio- neg se vuelve intolerable en verano, y los restos del pan- tano son responsables de las terribles fiebres que amenazan permanentemente a los habitantes. in primer lugar est4, al sur del Foro, el Velabts, el barrio que se extiende entre el Capitolio y el Palatine y que se prolonga hasta el Gran Circo, uno de los sitios privilegiados de la prostitueiin romana. Mas allé estan fos inuelles del Tiber, los docks, otros tantas regiones cuya reputacién es més’ que dudosa." Al norte del Foro, prolongando la via del Argileto entre el Esquilino y el Vi- minal, el:bartio.de Suburay populoso y mal afamado, con la reputacién, desde los ptimeros siglos de Roma, de al- Dergar la prostitucién mas miserable. El Velabro y Su- bura son dos “eorrientes”, en cierto modo, que desembocan en el Foro por el norte y por el sur. Estos barrios de Velabro y de :Subura, igual que en ‘Atenas, muestran callejuelas estrechas, sinuosas, bordea- das de callejones, calles en pendiente 0 con peldafios que siguen el trazado‘de las colinas. Ningtin verdadero plan de urbanismo ha presidido su edificacién, y tal es el caso de todo el centro de Roma. En efecto, después de la toma de Roma por los galos @n;390°A.C., no queda, gran cosa de la ciudad: las casas particulares y los edificios piiblicos y religiosos han sido destruidos, quemados, y Roma ofrece la imagen afligente del caos. La opinién pitblica se muestra favorable a una emigracién. masiva del pueblo romano a la ciudad cereana de Veiés. Pero el Gictador Camilo se opone vigorosamente a este abandono, 162 i i y logra conveneer a sus conciudadanos para que recons- truyan'su ciudad sobre el mismo emplazamiento. Se con- ceden facilidades excepcionales para los empresarios que deberdn acelerar esta reconstruccién: tejas provistas por al Wstado, derecho de tomar sin restriecion piedras y ma- deras alli donde se las encuentre. La tmnica obligacién que _ deben respetar los empresarios es terminar la reconstruc- cién de la ciudad dentro del lapso de un afio. Es una de- cision loable, pero los resultados son mas que cuestiona- bles, En efecto, en la prisa de la reconstruccién, nadie se preocupa por segniir un plan de urbanismo; cada cual se apresura en edificar su casa donde mejor le parece. “Alli donde habia un vacio se construfa una casa”, anota so- briamente ‘Tito Livio. Es f4cil imaginarse que la ciudad, después de esta reconstruccién ultraveloz, esté muy lejos de presentar una apariencia armoniosa: calles de trazado irregular donde los pasantes se abren camino penosamen- te, caminos sinuosos entre casas dispuestas al azar. La Roma republicana, y después la Roma imperial, conser- vardn para siempre las huellas de esta precipitacién de los contempordneos de Camilo. Desde la época de Plauto, las poblaciones mas deshere- dadas se apifian on inmuebles de varios pisos, las insulae. La superpoblacién ha favorecido la multiplicacién de es- tas habitaciones en altura, construidas de modo precario, siempre a punto de derrumbarse o incendiarse. “Toma dispersa sobre colinas y valles, cuyas casas suben piso tras piso y parecen suspendidas en el aire, sin calles convenientes, con‘ealles muy estcechas...”* Los muros de las insulae son tan delgados, su cons- truccién tan defectuosa, por economfa de dinero y de tiem- po, que una tempestad viglenta basta para echarlas abajo, como sucedié en el afio 60 A.C. La concentracién humana en estos inmucbles es asombrosa: sin duda hay mas de 500.000 personas alojadas en estos barrios, que cubren * Gicerén, Sobre Ta ley agraria, Hi, 96. 163 una minima supereficie de la ciudad. A los ineendios, a los temblores de tierra“y a otras catistrofes, naturales que amenazan a Jos habitantes de las insulae, se agregan los problemas causados por el monto de los alquileres, en perpetuo aumento, una de las causas principales del en- deudamiento “endémico” de la plebe? Subura, el Gran Circo y el Trastévere En estas insulae insalubres y peligrosas, las condicio- nes de vida son particularmente dificiles. Sin embargo, los que alli poseen un alojameinto pueden pasar por privi egiados en comparacién con los mas miserables, que du men en la calle, bajo las areadas de las casas 0 los monu- mentos. A diferencia de las ciudades modernas, Roma, cofiida por sus murallas, no tiene barrios suburbanos, y los recién Megados, cada vez mds numerosos duran- te los dos’ tiltimos siglos de la Republica, se acumu- lan en el centro. ‘Podo lo cual permite comprender mejor que ni Subura, ni el Velabro, ni el barrio del Gran Cireo sean exclusiva mente “barrios calientes” destinados al placer, a la prostitucién. Son, de hecho, barrios superpoblados, donde cohabitan pequefios artesanos, miserables, marginales, es- clayos fugitivos, ladrones 0 malhechores buscados. Zapa- tero, herrero, hilandero, tejedor, pregonero, fabricante de sandalias 0 de pelucas, son algunos oficios cuyas ense- fas se han encontrado en la Subura. Julio, César, al comienzo de su carrera politica, no desdefia, pese a la no- blea de su familia, habitar una casa modesta en este barrio, lo que sin duda es una maniobra demagégica del futuro conductor de los Populares. Por otro lado, César no hace mds que imitar una iniciativa de Cayo Graco: éste, en efecto, durante su segundo perfodo como » Véaue % Yavets, The living conditions of the urbon Plebs in Republican Ro- sie, Latonvas, 17, 1958, pigs. 500-511, 164 Ua cols ol banque: _ ivtede demvetaeu abi swienras babe su amigo eprovecha para acarciar a ura misic, ‘La netaina interpeata 290 9 figuta, efits jeg at colabas y al rss tempo neces, (arse0 Vatearo, oma) Eta prostita m9 vaca 0a mmostarse campetament para an posite ent. (ata Ge, Rome) Este oem para agar ats ago, deta Vi ares 60 JC, ‘st aucenaca gan aaescens go ‘iaces0, (rchne Sark) bn de rest Pome oie et emer spn At inc inc so aa fun rear 3 9 Ath tanta senor debe space hs tanto tn Soma te socom esto oe ‘acl vn ara Nip) Esta etcona intina adams na paquets hatitaiin deta casa Vat en Ponpeya laste gringo ha stuseo festa ascena d0 sedvenon ante ‘nome yn fven en mode. a nepaorn i | iepeweupeoega j acres ba abema: veto ab vesfdos con sus manos, bebeny comen. Los senidoes erin ataeaéosy wna ‘Mimges ven so sna an clone (Wea Vesna, oma) plea por Ia jgada do su aGversaro, Oro cheney a “caroaera” dan su opi. (Pompeys) tribuno de la plebe, abandona su aristocrétiea mansién en el Palatino para instalarse en estos barrios populares que rodean al Foro; marca asi de manera espectacular su divoreio de la nobleza. "A causa de su superpoblacién, Subura eaté destinada ~ g albergar las ocupaciones al margen de la vida de la ciu- dad. En los miserables mercados de sus calles, se revende a bajo precio todo lo robado en los otros mercados de la ciudad: frutas, verduras, carnes, ropa robada, todo se » encuentra en Subura, y los ladrones, en el hormigueo in- cesante de la multitud, tienen asegurada su impunidad, Subura es también el refugio ideal de esos “criminales” de la Antigiiedad que son los esclavos fugitivos; en‘ esta poblacién cosmopolita tienen inmejorables probabilidades de fundirse en una multitud que raramente censa la auto- ridad. Todos los que se dediean a los traficos clandestinos, a las transaceiones ilegales, encuentran su seguridad en ese dédalo de callejones, cortadas y galerias. Bstos motivos permiten comprender por qué Subura y los alrededores del Cireo' Maximo se vuelven barrios espe- cializados en la prostitucién de ms bajo nivel, Los aue acuden aaué a buscar placer barato son los més infelices de la ciudad romana: esclavos, inmigrados, eargadores de Jos muelles del Tiber. En razén de su miseria, los habi- tantes mas desfavorecidos de estos barrios encuentran en Ta prostitucién de sus hijas o de de sus mujeres un medio de ganar dinero, y los romanos estén bien enterados de la falta generalizada de encanto de las profesionales de Subura: “sAcaso quieres encontrar entre esas miserables prostitutes, esas amigas de los mozos obreros, esos desperdicios apenas buenos, para pa- naderos cubiertos de harina, esas muchachas famélicas, hediondas a perfume malo, placeres repugnantes de la hez de los esclavos? Huclen FT humo de sus tugurios, donde pasan el dfa sentadas esperando, Nunca, in hombre libre ha querido tocarlas © Hevarlas a su casa, a esas viejas sucias que los esclavos inds repugnantes alquilan por dos ébolos. Beas muchachas de acu, esas rameras insulsas, enfermas, lamentables, putas de a dos dbolos, verdaderos esqucletos que hieden a perfume 11 Daraty, feas que asustan con sus pies deformados y sus piernas coine varas”# ROMA Segiin Roma y Nosotros, A. y J. Picard, 1977. Viouto, Poenulus, v, 265-270, y El Cofrecito, v. 408-108, 172 Con estas profesionales de Subura los adolescentes, buena familia, que carecen atin del dinero suficiente para mantener una cortesana, hacen su aprendizaje amoroso: “en la edad en que mi toga blanea me permite ir a Subu- ra”, dice el poeta Persio para evocar su adolescencia y sus primeros placeres. * Hay en Roma una regién de peor fama todavia que UBuEA peor incluso que el DANtIG!del Circo Maximo; y es 2lePrastévere, la Nanura que cha del ‘ber, por'lo tanto en el exterior de la ciudad misma. Ea la époea republicana no,se puede hablar prdcticamente de casas en esta Hanura. Su inseguridad misma hace de ella el refugio de los mAs, miserables entre los miserables. ‘Podo un mundo turbio é inquietante, compuesto de ex- tranjeros, de gente fuera de la ley, de los que desconfian las autoridades, acampa aqui y cotidianamente atraviesa el rfo para tratar de ganar o de robar en la ciudad los pocos sestercios que necesita para vivir. La proximidad de los cementerios, la presencia de los bosques sagrados que sir- ven de escondite a los delincuentes, hacen del Trastévere un sitio temible para los romanos, y son muy raros, en- tre los habitantes de la tiudad, los que se atreven por esas zonas siniestras, sobre todo de noche, En comparacién con estos islotes sordidos ¢ inguictar- tes, la colina del Aventino, sede tradicional de los plebe- yos, puede figurar como barrio “burgués”. Pero bajo la Republica es una regién habitada por las clasés popule res. A diferencia de Subura y el Velabro, loszhabitantes del -Aventino pertenecen en su mayoria-a la plebejromana Sort libertos_ ehrriquicel dds" Soi entonces privilegiados que sé benefician con las ventajas inherentes al titulo de cit. dadano romano. Hacia el fin de la Repiiblica, los ma: pobres entre estos plebeyos son eliminados poco a poco de las alturas del Aventino, donde no quedan sino los ricos, Bstos pobres expulsados se refugian a los pies del Aven, * Los adalescentes romaoos, a los diecséis afos, abandonan la toga pretext Dordada ‘con una ard ‘irre, sda por ls para empezac a war une toga enteramente blancs, it tino, en la zona de los grandes Mercados que se. constru- yeron en la orilla del Tiber hacia el Siglo m A.C. Sobre las laderas del, Aventino los proxenetas man- tienen prostitutas y muisicas de lujo, que alquilan al modo griego, por dia, mes o ajio, También en este barrio las prostitutas libertas suelen establecerse cuando quieren conservar cierto “status”. Eli/Aventino es el io declay galanter{ai:déslnjos.opuesto,a la miseria y la crapula de snimicetetagome a he Las catdstrofes naturales Apilados en inmuebles ruidosos y malsanos, los habi- tantes de los barrios bajos se ven expuestos a todos los ‘paligros que la naturaleza o la sociedad no dejan de sus- citar. En efécto, Roma es periddicamente victima de ca- tAstrofes naturales: Ia historia de la ciudad esté jalonada de temblores de tierra, todavia frecuentes en Roma en aquellos tiempos, y de erecidas del Tiber. Casi todos los afios el rfo inunda la ciudad al punto de volver inhabita- bles las regiones situadas al pie de las colifias. “Subié tan alto (en 54 A.C.) que inundé los barrios bajos de ta ciudad, y Hlegé incluso a los barrios més clevados, Las casas construiclas con ladiillos se derrumbaron pot accién del agua. Todos los animales snuriecon en la ifundacién. ¥ Ja gente que no habla buscado refugio a tiempo en las alturas quedé sobre los techos de sus casas, o en las calles, y murid.”* Hay que agregar las heladas 0 Ja canicula, que desde los comienzos de la Reptiblica vuelven precaria la vida en Jas calles miscrables de Subura o del Velabro. Hambruna, desempleo, desamparo, son las secuencias invitables de estas catastrofes, * Dion Cass 14. 1, XXXIX, BL. Las epidemuas Pero son sobre todo las epidemias las que causan es- tragos en la poblacién romana. Las “pestes” marean la historia de los primeros siglos de Roma, y, aunque es difi- cil darles un nombre preciso, sus consécuencias nos son bien conocidas. Con ciertas variantes, todo se desarrolla como en ese siniestro afio 459 A.C.: a las amenazas que los ajércitos itdlicos hacen pesar sobre la ciudad, se agrega a comienzos del mes de agosto una terrible epidemia: “La estacién era patticularmente malsana, y hubo un perfodo de epidemias en la efudad y en Jos campos, tanto para los hombres como para el ganado. La epidemia tomé gran fuerza, porque los campesinos, emerosos del saqueo, se refugiaron en la ciudad con sus rebafios. Pro- miscuidad de criatutas de toda especie, olores no habituales paca tos ciurdadanos, amontonamiento de campesinos cn chozas. Y a todos estos tormentos se agregaba Ia canicula y los insomnios. Al cuidacse unos a otros, In gente difundia el contagio."? Signo de la edlera divina, esta “peste” del 459 es espe- cialmente terrible por la cantidad de victimas: ademds de los refugiados o los habitantes de los barrios bajos, la ma- yoria de las autoridades romanas, cénsules, augures y otros, perece en la epidemia. Es una peste terrible tam- bién por su duracién: recién al cabo de un afio la enfer- medad cede lentamente, gracias quizds a las plegarias piiblicas ordenadas por el Senado. ; El espect&culo de la muerte omnipresente aviva un gusto desenfrenado por el placer entre los sobrevivientes. Los jévenes nacidos de familias patricias se distraen, du- rante esta gran epidemia de 459, recorriendo las calles estrechas de Subura y libraudose a numerosas violencias: Ia mas inocente (1) és desnudar a los desdichados que tie- nen la mala suerte de toparse con el grupo. A veces las cosas terminan mal: en el curso de una de esas expedicio- nes, uno de los jévenes nobles mAs orgullosos de Ja eiudad, The Livie, Historia Romana, Ill, 8, 2-3. 175 : inetius, y sus amigos, chocan con el tribune de pesiee, Velssis Fistor, a. quien sus funciones pablicas itkgan a visitar estos barrios plebeyos. Estalla npe Ts spasm mata de un pusietazo al hermano del tribuno. pon vMermedades reaparecen regularmente en Roms y las vietimas obligadas son las eapas més pobres de la ciudad: Una epidemia que, cl aio anterioc, habia atneado a los bovings, vate oN EMIIA'G.) Se hizo sentir sobre Tos bumanos, Los 0 \dos 10 ete vlan mis alld de sicte dias. Los que pasaban ta exis sufsian ae + Aon fectares prolongados, prineipalmente fiebre cuanien’ mayoria de waletares prolongads, Dr eales se cubrieron de sus eAdavores, ae ‘Se Tlegs a no entersar siquiera a los hombres peeros ni los buitres, 3© Urey Mrnfan Tentamente, Se probs, por cierto, que, ni ese a TS ceseoripiiin aves de rapiia, pese a fa gran mortandad de vacules Y hombees."* las victimas eran esc! repultura. ‘Ademas de las “pestes” habia también enfermedades andémicas, del tipo de la malaria, que afectaban perm” onitemente a los habitantes de los barrios bajos, todayia pantanosos.” La nobleza y 1a burguesia romanes evita- aaepavar el verano en Roma, y eseapaban ast de ov yan ee jesde los primeros calores, los rieos se marcha hende la ciudad y se instalaban en sus casas de campo ban fas playaa, donde pasaban los meses de calor. Tn ohio, los mas pobres no tenian posibilidad algun de Siejarse de Roma durante el verano. ¥ es en este perfodo aie las condiciones deplorables de higiene, pese © los coats de los romanos por dotar a la ctudad de wn ery eloacal, son responsables de muchas muertes. ‘Tra- inc coponen, baci + gy epsio frm parte de un conjunto de, neteates aye OPTS Ie “nna Ba, Et Mase pase es etbos de nee, curs ‘eases Homa mur em, XL, hy 2 of, Higoie cles tes tui, Tose, 1880, cao, Erie son dete iso orl Ser ‘Toulowse; 1860, SPP ostguada en Noman desde el Silo, A.C na ee aneadas en la edad, ¥ mis caper staneads 0 tor spleens 28 nents of eaplicn yor presencia 06 28 = BER EL implacture conatituye, e0 efeeta, un contigo. 176 dicionalmente, para los romanos, el verano es la estacién de los desfiles fiinebres. Y los habitantes de los barrios bajos de Roma llevan, sobre sus‘cuerpos los estigmas de esias enfermedades crénicas: la eaquexia de las prosti- tilas de Subura, sus-cuerpos rofdos por las fiebres, es Iugar comtin de la literatura latina, Las hambrunas Entre las graves calamidades que abruman al pueblo yomano estan también las hambrunas, que se repiten una y otra vez. En efecto, el aprovisionamiento de la ciudad resulta particularmente difieil: ante todo, los bareos tie~ nen dificultades para remontar la débil corriente que les permite llegar a los muelles de Roma. [1 puerto de Ostia, bajo la Republica, est4 amenazado por el avance de las arenas, y sélo la construccién del nuevo puerto de Ostia, bajo el reinado de Claudio, traeré una solucién satisfae- toria para el trafico de vituallas que necesitan los roma- nos. Ademés, los azares de la navegaein en el Mediterrd- neo, los naufragios, el mal tiempo, a menudo vuelven hipo- tética la Negada del trigo proveniente de Sicilia, de Atri- ca del Norte, y més tarde de Egipto. Cuando Tega Roma, ese trigo no se reparte de mod» equitativo entre todos, los habitantes de los barrios popu- ares. Sdlo pueden benteficiarse de una alimentaciin més (o menos regular los que forman parte de la clientela de tun patrén rico, a quien le piden la sportula. Ademas, silo tuna parte privilegiada de la poblacién, los eiudadanos 10~ manos, aprovecha las distribuciones ‘gratuitas de trigo que multiplica el Estado durante los dltimos sigios de 1a Repiblica. iY los otros? ;Todos los que no son ni clientes, ni ci dadanos romanos? Deben contar con su astucia para pro- curarse el minimo vital. Los pequefios oficios artesanaks, los comercios, son por supuesto demasiado escasos para dar trabajo a esta masa de varios cientos de miles de WT individuos. Paradojalmente, es en la multiplicidad de tratamientos cémicos del tema del hambre en el teatro donde vemos que éste es el problema crucial y perma- nente de muchos habitantes de Roma. ;Acaso no es una forma de revancha, reirse de lo que nos hace sufrir? Mas de un habitante de Roma debe reconocerse en los pa- rasitos de las comedias de Plauto o de Terencio, siempre hambrientos, nunca saciados. ‘Aunque mantienen cierta diserecién sobre las ham- brunas que periédicamente alcanzan a los barrios popu- lares, los historiadores dejan entrever a qué extremos leva el hambre a los més desfavorecidos: en 440 A.C., el hambre es tal que muchos romanos, sin esperanzas de ver llegar el trigo, se arrojan al Tiber. En 270, durante un invierno especialmente riguroso en que el Tiber se hiela hasta una gran profundidad, volviehdo imposible la na- vegacién durante varios meses, el pueblo conoce grandes sufrimientos, el ganado perece por falta de forraje, y la ciudad entera sufre por la hambruna consiguiente. La inmigracién “salvaje” ¥ sin embargo, a esta ciudad de’ vida penosa, malsa- na, ruidosa, peligrosa, no dejan de afluir desde fines det Siglo m A.C. toda clase de hombres, mujeres y nifios pro- venientes de toda Italia. El equilibrio de la sociedad ro- mana se derrumba ante esta Hegada masiva de extranje- ros de variadisimo origen: hay pequefios campesinos itdlicos artuinados, que después de abandonar sus. tierras a los grandes propietarios, encuentran refugio en Roma; Megan también, a fines del Siglo 11, los italianos del centro o del sur, expulsados por los estragos que causan, en particalar los ejéreftos de Antbal, en toda la peninsula diante la Segunda Guerra Piiniea. La reputacién de Roma ya es tan grande entre los pueblos vecinos que mu- chos ciudadanos de las poblaciones de Italia se introducen fraudulentamente entre la plebe roma. Todas las medi- 178 das tomadas por Jas autoridades para eliminar a los in- deseables resultan ineficaces. En 187, aliados de Roma le envian embajadores para quejarse de que una gran cantidad de sus conciudadanos han emigrado a ella y sé hacen censar como ciudadanos romans, La investigacién del pretor permite localizar a 12.000 “falsos ciudadanos”, que son devueltos a sus ciu- dades natales. La escena se reproduce nueve afios después: en 178, las ciudades regidas porvel derecho latino se que- jan de que sus habitantes las abandonan en gran mimere para instalarse clandestinamente en Roma, donde por di- versos medios ilegales logran hacerse inseribir con sus hijos como ciudadanos. En efecto, en Roma se Ileva a cabo tn auténtico tréfico de ciudadania: los itélicos dan sus hijos como esclavos a romanos complacientes. Estos alti- mos toman el compromiso de liberar al joven que, junto 2 su libertad, obtiene la ciudadania romana. Esta tltima, tan buseada por los extranjeros y los italianos, daa los que la gozan cierta cantidad de privilegios, uno de los cuales, y no el menor en esta época de guerres de con- quista, es el de participar en el reparto de los botines. ‘Las guerras de conquista, que se multiplican desde co- mienzos del Siglo 11, tienen por consecuencia, entre otras, provocar un aflujo de esclavos a Roma. En las casas ricas, varias decenas de esclavos bastan por lo general para efec- tuar los diversos trabajos que requiere la alimentaci6n, el vestido y el mantenimiento de la casa. Muchas familias romanas viven en una economia cerrada y no necesitan de los trabajadores libres. La multiplicacién de los escla- vos tiene como consecuencia mas frecuente’la quiebra de los artesanos y de los pequefios comereiantes. Todas estas razones hacen que en pocas décadas la superpoblacién de Roma aleance consecuencias catastré- fieas: el hambre se ha vuelto endémico; la poblacién de- sempleada, ociosa y desarraigada, comienza a crear pro- blemas econémicos, sociales y ‘policiales. Hay pocos ejemplos, en la Antigiiedad o en Ja historia contempord- nea, de una ciudad cuya poblacién se haya hirchado tan 179 desmesuradamente en pocos ufos como Roma en el Si- glo 1 A.C. Siempre es dificil calcular la cantidad de habitantes de una ciudad antigua. En efecto, las cifras de los censos, que tenemos en el caso de Roma, no corresponden sino a la cantidad de ciudadanos romanos en edad de portar armas, lo que elimina a las mujeres, los nifios, los extran- jeros, los esclavos, es decir a la amplia mayoria de los ha- bitantes de la ciudad. Los historiadores estan de acuerdo en que a fines de la Reptiblica la poblacién de Roma se eleva a casi un millén de individuos. Esto representa una poblacién comparable a la de Alejandrfa. Pero la confi- guracién de las dos ciudades es muy diferente, y la co- habitacién dé-igual cantidad de habitantes presenta mu- chos més problemas en Roma que en Alejandria. En esta Giltima todo ha sido concebido para permitir el estableci- miento de una cantidad importante de habitantes. Por el contrario, Roma ha sido construida, como ya hemos visto, de manera andrguica. Su superficie, en el interior del cerco de Servius Tullius, mide exactamente 320 hectareas. Es muy poco para alojar una poblacién de casi un millén de personas. El problema de la superpoblacién es tanto mas agudo cuanto que las autoridades romanas se veian: inermes frente a la inmigracién “salvaje”. Cuando se hace urgen- te, por motives de seguridad policial, reducir la cantidad de habitantes, hay decretos que ordenan la exportacién masiva de varios millares de miserables. ¥ como siempre. sucede en parecidas circunstancias, todos los pretextos ‘Son buenos para desembarazarse de los indeseables. En 214 A.C. una embajada enviada por los habitantes. de la ciudad siciliana de Leontium viene a pedir a los romanos un envio de tropas para proteger su territorio. Los roma- nos ven la oportunidad de sacar provecho: solucionaran sus problemas policiales al mismo tiempo que hacen un favor a una ciudad aliada: 180 “Esta embajada pareelé un pretexto execlente pant liberar a Ia efu- dad de un populacho desordenado y turbulento, y desombacwzarse’ de sus eaudillas. El pretor Hipéerates recibié In orden de conducir a Yoon tium a los tedinsfugas. Junto a los mercenarios aliados que los acompa- finhan, sumaron cuatro mil hounbres armados. Esta expedici6n presemté una doble ventaja: los que partfan encontraban la ceasién, que buscaban desde Iiela mucho, de fomentar una revolucién; Ids que se quedaban se felicitaban ereyendo haber limpiado ta ciudad de ta basura que la + eubria. En realidad, Fue como un remedio que alivia por un tiempo un cuerpo enfermo, pero no puede impedir que luego sobrevenga una crisis mis violenta.” Serfa demasiado exténso enumerar todas las medidas gue, bajo un pretexto u-otro, tratan de reducir la cantidad de habitantes de Roma. Asi, en 95 A.C., la ley Licinia Mu- cia expulsa en bloque a-los italianos y latinos; en 65 A.C., son todos los extranjeros los expulsados, por la ley Papia. Las tres deportaciones masivas de judios, en 19, 27 y 49 D.C., justificadas oficialmente por razones religiosas, se sittian en un perfodo de crisis econémica, en la que hay que ver el motivo profundo de estas medidas. Por ms precauciones que se tomen para alejar lo més posible de Roma a esos “exiliados”, y evitar que vuelvan inmediatamente, los resultados son’aulos. Vuelven, y au- menta inexorablemente la cantidad de habitantes. El crecimiento de la xenofobia £ El arribo incontrolado a la ciudad de estos extranjeros en cantidades cada vez mayores, desencadena entre los romanos reaceiones de ironfa o de descoufianza. La xeno- fobia, poco a poco, se abre camino. No es todavia el racis- mo exacerbado del que dan testimonio muchas obras com- puestas por escritores del periodo imperial, pero a me- nudo el extranjero es considerado como un peligro por los romanos del Siglo 1t, y el griego, para los romanos de vieja estirpe, se vuelve el “enemigo”. Los contemporaneos " To Livio, Historia Romana, XXIV, 99, 181 de Pluto ven con mal ojo a estos intrusos que invaden el Foro: ~Batas especies de griegos, que se pasean con Js cabeza encapucha- da y wan cargados de libros y de cestas de sportule, se detienen en me- Mio de la calle, y se confabulan entre cllos, Estes esclavos fugitives bloquemn la calle ¢ impidén pasar mientras avanzan pronunciando sus Jados discursos, Siempre se los puede ver en las tabernas, cuando 'n potide robar unas mancdas, y después de habe: bebido vino ealien- fe vuelven a sus casas bien envueltos en sus -cazuchones, rumiando sus sonbrfos pensamientos.” ‘Amanerados, charlatanes, amantes de los libros y el buen vino, asi se tes aparecen los griegos a los romnanos a fines del Siglo 11. Con unos pocos trazos, Plauto evoca todo lo que han introducido los griegos en'la vida roma- hha: su gusto por e] refinamiento y 1g vida fécil, sus artes de la palabra, su reputacién de intelectuales incapaces de ir a ningin lado sin libros; otras tantas novedades para los rudos romanos, y otras tantas razones para des- confiar de estos refinados conversadorss. Ademas, los griegos constituyen también un peligro real: con su cesta de sportule entran en competencia con los romanos a quie- nes disputan el favor de los patrones ricos. Se los: con- sidera coro intrusos que amenazan la subsistencia coti- diana del ciudadano. ; © Plauto, El Corgoio, v- 288-295. 182 8 LOS PLACERES A “LA GRIEGA” Vivir a la griega Pergraecari, “vivir a la griega”: asi es como los con- tempordneos de Plauto designan despectivamente la exis- tencia placentera que viven algunos romanos. No hay nada de sorprendente en esta mala fe romana, que devuelve'a sus vecinos mediterrdneos la responsabilidad de sus vi- cios: en Roma en los Siglos 1 y 1, todo Jo que est en desacuerdo con la moral establecida de una vez para siem- pre por el mos maiorum, la costumbre de los ancestros, es imputable a la influencia (jnecesariamente nefasta!) de los griegos: ropa elegante, refinamientos de costum- bres, especticulos relajados y, por supuesto, evotismo: “Bebed dia y noche, vivid a la griega, comprad muje- res, liberadlas, engordad pardsitos”, se indigna en una comedia de Plauto un eselavo virtuoso que considera con reprobacién la vida relajada de su joven amo. Las comedias de Plauto y de Terencio han vuelto po- pular el tipo de la prostituta Avida, frivola, dispuesta a todo para arruinar al hijo de buena familia 2 quien inicia en el arte de amar, al viejo libidinoso del que excita los ultimos ardores, al militar fanfarrén que la exhibe a su lado con ostentacién, Estas piezas dan una buena ima- gen de la vida de placeres que llevan ciertos romanos en los siglos m1 y m A.C. Pero el disfraz griego de sus per- sonajes no puede ocultar ciertas realidades tipicamente romanas. 183 Hay pocas diferencias entre los festejantes de Atenas, de Corinto 0 Alejandria, y los de Roma. Para todos, hacer una fiesta es esencialmente comer y beber en buena com- pafifa, Juergas, ebriedad, orgias, son aspiraciones tipicas de un universo donde la extrema miseria de la mayoria lleva a concebir el placer como la satisfaccién conjugada del hambre y la sensualidad. Esto no tarda en conducir ala gula, a la voracidad insaciable. No obstante, a diferencia de las ciudades griegas, Roma no es un simple telén de fondo, sino que juega el papel de fermento de los placeres secretos, Para un romano, la vida de los “placeres a la griega”.es indiso- ciable de las casas acogedoras del Aventino, de los garitos y calles malfamadas de Subura, de las zonas de sombra que se extienden alrededor del Circo Maximo y que habita todo un pueblo de niarginales lamentables o inquietantes. Esta geografia del placer es inexistente en los textos grie- gos, muy vagos en lo que-se refiere a la localizacién pre- isa de las fiestas que evocan. En Roma por el contrario, ya lo hemos visto, la mayoria de los habitantes, desde la época de Plauto, ha sido muy sensible a la unién intima de lugares y gente. Roma-Amor Es cierto que la influencia griega es determinante para explicar que en el siglo ut ALC. se introduzea en Roma una moral nueva, hébitos nuevos. La conquista de Italia del sur por legiones romanas, ha permitido que los habi- tantes del Lacio se familiaricen con la vida facil de la Campania, de la Gran Grecia. iPero sera necesario precisar que los romanos no es- peraron el “mal ejemplo” de los griegos para entregarse a placeres condenables? El mito del romano casto, co- rrompido por las costumbres extranjeras, debe arrumbar- se entre los demas accesorios de una comedia que los par- 184 tidarios de una supuesta castidad original del pueblo lati- no adoran representar. . tAcaso la nodriza de los gemelos legendarios, Rémulo yRemé, no fue una ““loba”, es decir, para los histo- pitores meticulosos respecto de la autenticidad, no un reores F 7 7 : imal sino una prostituta, lupa en latin? Pues, siem- pre de acuerdo a la tradicién, Acca Larentia, la esposa del pastor que recoge al pie del Palatino a los nifios abandonados, es una profesional del placer, una “loba”.' Los romanos de la época elasica hicieron de Acea Larentia la heroina de otra leyenda, situada bajo el rei- nado de Anco Marcio. Un dia de fiesta, el sacristén del templo de Hércules incita al dios a una partida de dados. La apuesta es una comida y una prostituta para el ga- nador. Escena caracteristica de los gavitos de Subura, donde los jugadores clandestinos hacen apuestas, pero transportada a la Roma primitiva. La partida se inicia, Como la estatua del dios no puede arrojar los dados, el sacristan lo ayuda: con la mano derecha arroja los dados para si, con la izquierda para el dios. Y es Hércules el que gana. Fiel a su compromiso, el sacristin prepara una buena cena para el dios y encierra en el santuario a la cortesana més famosa de Roma, Acca Larentia, Pa- sada la noche, el dios, para recomgénsar a la joven, le hace encontrar a un hombre rico que se casa con ella. A la muerte de su marido, Acea Larentia entra en po- sesién de una inmensa fortuna y la dona al pueblo roma- no para que éste celebre todos los afios fiestas en su honor, lasEarentalia‘) =; * Seguamente por referencia a los apettos soxusles paitleslarmente Jesane- Hados en fa hembes del fobo, los comanos le diecon a lat peestitutas el apodo ce lipa, En Ie antitiedad Ios campates remanae sirwen pobladas de lobas que eo clones lian lar puetas da la iad, Obvtameno, snbce lx palabes Lupa ae it ferada fupenar. Et érming “efical” para design 2’ la- posta em Nowa es rere, “gotdors de dinero También Se essn aks trmines, ms inagiestves ‘rlgares, como seortam, “ta pil 9 spares, “Eas Fae coe bute lat Lary celebredas 29 de diciembre, un aexote el ren ide uid aceon Secret iy etapa ini We dor ho Fare {lt podsiaa de emule y fa “esgosa” de itretes, Estas tombar se encuenton co |Welabro, uno de Tos baies mas populsos de foro, come hemes visto. 185 E Estas leyendas relativas a las dos “lobas”, donde 1a falta de respeto se codea con Jo maravilloso, no tendrian ningiin interés para nosotros si no nos diesen una repre- sentacién curiosa de la Roma de los origenes. En efecto, tienen lugar en el mundo que conocen bien los romanos de la época clasica, el de las mujeres piblicas y los ju- gadores inveterades. A tal punta los placeres turbios han estado asociados en todas las épocas a esta villa cuyo nombre, como reeuerdan siempre los antiguos, es el ana- grama del amor: Roma-Amor.”. _¢ im Desde los primeros siglos de Roma, mas de un inci- dente del tipo de expediciones de jévenes juerguistas por Jas calles de Subura y raptos de prdstitutas, nos da de la ciudad una imagen menos edificante de lo que desearian ciertos tradicionalistas. Una moral de la libertad Los mismos conservadores romanos estén de acuerdo con los griegos en pensar que la bisqueda de placeres ffsi- cos es indispensable en una sociedad; con la misma natu- ralidad que los griegos, los romanos hacen de Ja prostitu- cién un componente esencial del orden social. Casi todos podrian degir, como San Agustin: “Expulsa a las prostitutas de Ia sociedad, y In reducirés a un cnos por acciin de Je lujuria insatisfecha.” A la vez necesarias para Ja higiene y la tranquilidad de las mujeres y los nifios de nacimiento libre, las pros- titutas, en Roma como en cualquier otra parte, cumplen una funefén de salubridad piblica y a nadie se le habria ocurrido ofuscarse en serio al ver a los jévenes divirtién- dose en Subura: “En realidad, si hay alguien que piense que se debe Iegar a pro- ” et hibir a la juventud Ia jiccuentacién de las prostitutas, es un riguroso en exceso, que esté en desacuerdo no sélo con Ia licencia de nuestro 186 siglo, sino también con Ia moral y la toleranefa de nuestros ancestros, abxiste una época en la que se haya condenado esta conducta y consi- ‘derado como ilegal lo que hoy vemos como legal?”} Esta tolerancia queda perfectamente ilustrada en la anéedota bien conocida, que permitis al viejo Catén, uno de los moralistas mas intransigentes de su siglo, demos- .trar su ingenio: al encontrar a un joven de buena familia que salia de uno de los lupanares del Foro, lo felicité ardo- rosamente por reservar sus ardores para las profesiona- les y preservar asi la castidad, de las mujeres casadas. No obstante, después de haberse cruzado varios dias se- guidos con el joven en el mismo sitio, Catén cambia de actitud y lo condena en estos términos: “Jovencito, te Felicité creyendo que venias aqui de vez en cuando, veto no cref que esto fuera un hibito en ti.” Sucede incluso que se reconoce un valor “terapéutico”” a Ja frecuentacién de las prostitutas, como lo prueba esta historia de la que nos habla Valerio Maximo: un joven arde de amor por una mujer casada, Su padre, para apar- tarlo de esta pasién peligrosa (el adiiltero podfa ser con- denado a la pena de muerte) no le prohibe que visite a su amante: solo le pide que sé comprometa a hacer un rodeo por el lupanar antes de ir a la casa de esta mujer. Cosa que hace el joven. El tratamiento no tarda en dar buenos resultados: nuestro enamorado llega a la casa de su ama- da con los sentidos apaciguados; poco a poco, el ardor de su pasién se desvanece. Al cabo de unas semanas, ter- mina por renuneiar a esta mujer casada cuya pasién se ha vuelto imitil para él. La anéedota es, por otra parte, muy significativa de los limites que los antiguos le fijaban al amor. Sélo la edad demasiado avanzada puede constituir pretexto valido para un teproche, Es asi como un jo- » Cicerba, A Coelius, 48. 187 ven, muy irrespetnosamente, le hace notar a.un viejo, amigo de la familia: “gA tu edad no te convendria abstenerte de ese género de desér- denes? Igual que en cada estacién del afio, en cada edad de la vida hay * ‘ocupaciones propicias. Si se les da a los viejos decrépitos el derecho de corer tras las muchachas, gdénde ird a parar nuestra repiblica?.... Les ccorresponde mds bien a los jévenes gozar de esa clase de placeres. Dejando de lado estas restrieciones, dictadas mas por Ja ironfa que por la indignacién verdadera, los romanos no les reconocen a quienes venden placer un valor muy * superior al de un objeto libremente transmisible. Alqui- lada, vendida, robada o abandonada, en Roma igual que en Atenas, la prostituta es el simbclo de la/libertad. . . para su cliente: “Nadie te prohibe ir a casa del proxeneta ni te impide comprar, si tienes eon qué, Jo que vende, Nunca se le ha prohibido a nadie salir a | calle, Siempre que no cortes camino a través de un territorio privado, siempre que no toques una, mujer casada, una viuda, una virgen, o un oven o nifio de nacimiento libre, jama a quien quieras!” $ El hambre 0 él placer Igual que en Grecia, los oficios del placer estén es- trechamente ligados en Roma al problema cotidiano de la subsistencia. La prostitueién pasa casi obligatoriamente por la esclavitud, y Jos nifios son, obviamente, las prime- ras vietimas. En primer lugar, siempre como en Grecia, el abandono de recién nacidos, especialmente de nifias recién nacidas, es lo que permite en gran parte el “aprovi sionamiento” de los mereaderes de placer, que siempre sa- ben reconocer a los nifios con condiciones. La costumbre barbara del abandono de eriaturas no se suprime oficial- mente en el mundo romano hasta el siglo IV D.C. { Plauto, £U Vendor, v, 989-987, * Plauto, Bt Corgoja, +. 33-8. 188 Hay después, como en Grecia, los secuestros cometidos por piratas, que alimentan los grandes mercados de la Antigiiedad —Rodas, Delos u otros. Segtin el gedgrafo Estrabén, en el mercado de Delos diez mil esclavos eambian de amo cada dia. Es un abismo inagotable, donde se hun- den, para bien 0 para mal, millares de nifios 0 adolescen- tes; una realidad demasiado cotidiana para que los anti~; guos se vieran obligados a manifestar cualquier emocion) al respecto. Una pequefia prostituta cuenta asi la aventura de su “hermana” de profesion: “Mi madre era samia y vivia en Rodas, Un dia un comereiaate le dio una nisita que habia side secucstrada en el, Atica, Esta nifia sabia los nombres de sir madre y su padre, pero, dada su eseasa edad, no podia dar otros datos sobre su patria. El comerciante dijo que los’ piettas x los que In habla comprado le dijeron que la habian secuestrado en Ia regién del Cabo Sunion. Mi madre, después de recibirla, comenzé a educarla y erlarla como si fuera su his, y Ta gente erein que éeamos hermunas.”* La educacién que .recibe esta pequefia, como nos en- teramos de inmediato, es la que debe formar a una perfecta cortesana: aprender a -tocar la citara, saber adornarse, en una palabra ser perfectamente “decorativa”. Es la misma formacién que han recibido Neera y sus compaiie- ras en Corinto, y en este dominio las costumbres romanas no son diferentes a las practicadas por los griegos. Sélo que quizds la edad de la iniciacién en la carrera amorosa es mas tardia en Roma que en Grecia. En efecto, parece, segtin distintas alusiones en textos latinos, que la “ca- rrera” de estas adolescentes comienza generalmente en Roma hacia la edad de catoree afios. Lo cual, por su- puesto, no incluye a la cantidad de nifios de ambos sexos que mendigan por las calles de los barrios bajos, dispues- tos a seguir a cualquiera que les prometa una moneda. ‘Tampoco incluye a las madres poco escrupulosas, dispues- tas a ofrecer a sus hijos, varones o nifias, en la medida “ Terenelo, Et Eunuco, v. 107 ss oa 189 en que éstos son con frecuencia el tinico recurso que tiene la familia para no morir de hambre. : De modo mis trivial, son las condiciones de vida par- ticularmente dificiles de los barrios populares de. Roma, la superpoblacién, la auseneia de trabajo, todo lo que ya hemos mencionado, lo que explica que tantos habitantes recurran a la tiniea profesién que cualquiera puede prac- tiear, La carrera de Andriana, que nos cuenta Teren- cio, es, detalle mas 0 detalle menos, la de Crobyla, la mujer del herrero del Pireo, reducida @ Ia miseria, como hemos visto, por la muerte de su matido: mujer vino de Andros a instalarse cerca de ia, era de una ina vida, “Hace tres afies, auestea casa, En la indigencia, abandonada por su far hhelleza notable, y en Ia flor de Ta vida. Al vomienzo Hew’ tnosa, feugal y diffeil, gandndose penosamente el pan tejfendo y o- siendo, Pero cuando se presenté ante ella un amante y le ofrecié una fan suma de dinero, y Como los hummanos se tientan més con el placer {que con ol trabajo, ella acepté una cita, después una segunda, y al fin de eventas se volvié una prostituta, Con frecuencia también las libertas eligen esta profe- sién, que les permite conservar cierta independencia: “Por sor libertas tu madre y yo, las dos nos hemos hecho. prostitu: tas, Una y otra, hemes eriado solas las hijas que hemos tenido de padres Casuales, no es por indiferencia que he hecho de mi hija una cortesa- pia, sino para no moric de hambre.” “|Més habria valido casarlal” objeta in vesina, "ZY qué? {Por Castor, mi hija tiene un marido nuevo todos los dias!" replica ta madre rafiana. “Ayer tuvo un marido, esta noche tendrit ‘otro, Nunca In dejo pasar una noche como ui yiuda, pues, si no tiene marido, todos en Ia casa moriremos de hambre.”* Estas libertas entregan una parte de los beneficios que obtienen de su oficio a sus patrones ... que casi siempre son patronas. En efecto, en Roma, las damas de buena s0- ciedad administran su propia fortuna, lo que les da la posibilidad de liberar sus esclavas; como comerciantes * Tereneia, La Andriana, v_ 09-79. * Plauto, El Cofrecit, v. 38-1, 190 i avisadas, se ocupan de que sus esclavos o libertos se de- diquen: a actividades “rentables”. Estas respetables ma- tronas no ven ninguna objecién en que estas actividades tengan que ver con la galanterfa: Incluso a veces, para asegurarse de recibir lo que les corresponde, instalan en sus propias casas un “minilupanar”. Se encuentran ves- tigios de esto en varias casas particulares de Pompeya. La muy patricia casa “de Menandro”, por ejemplo, esta flanqueada por un lupanar en el entrepiso, instalado en- . cima del atrio de la casa, Los dibujos e inseripeiones que se han encontrado a lo largo de la escalera que sube a esta cdémara no dejan ninguna duda sobre las actividades de Prima y de Januaria, locatarias de la habitaci6n. Esto conduce por otra parte a situaciones que no ca- recen de sal. Las damas honorables tienen todo el interés del mundo en que sus libertas obtengan ganancias sustan- ciales de su oficio, por cuanto reciben un porcentaje. Pero Son sus maridos o sus hijos los que constituyen el grueso del batallén de clientes ricos que van a gestar su patri- monio con las libertas. Esto explica las relaciones agri- dulees entre patronas y clientas: fertamente simulan hablar bien de las’ mujeres de dieién’, se quoja una lena, "Pero, no bien sv les presenta la ocasién, esas malvadas se enearnizan contra nosotras. Afirman que nos acostamos con sus maridos, que somos sus rivales, Nos arrastran por cl barro.”* El lujo o la decadencia Si las desdichadas muchachas de los tugurios de Subu- rao las cortesanas lujosamente instaladas en el Avertino han conocido con frecuencia los mismos comienz0s, su exis- tencia no tiene gran cosa en comin, y los mundos en que han evolucionado son lo opuesto el uno del otro. + F: Coatelli, Guida Archeologicu di Pompet, Verona, 1916, p. 174. » Plauto, EU Cofrecito, v. 3401. 191 De un lado estan los rezagos de la humanidad que los jévenes clegantes, en las comedias de Plauto, evocan con Disgusto: desnutricién, fiebres, enfermedades, otros tan- tos males de los que estas mujeres muestran los estigmas. Se mantienen de pie, casi desnudas, en la puerta de su @uartucho sucio, la puerta apenas velada por un trozo de cortina, y alli introducen a sus clientes, casi tan mal alimentados y tan poco sanos como ellas. Por otro lado estén las cortesanas que pueblan las ‘comedias latinas, dignas émulas de las hetairas griegas: Hevan el mismo tren de vida que éstas, gozan de la misma Hibertad de costumbres. En el Siglo 1 A.C. no tienen la costumbre, en Roma, de acompaiiar en publico a politicos, eseritores 0 artistas, como lo hacen sus colegas griegas. Pero ya es corriente que los romanos, siempre abiertos a las modas novedosas, organicen banquetes “‘a la griega”, ‘a los que hacen ir misicas, bailarinas y acompafantes. ‘Tradicionalmente también, las cortesanas de Roma usan nombres que evocan los de las celebridades de la edad de oro griega: Delia, Lais o Thais. El mundo de los placeres de Roma en el Siglo 1 ya se ha helenizado con pletamente, y las elegantes del mundo de la prostitucién no son las uiltimas en seguir la moda. En una sociedad que ha elevado al rango de modelo la necesidad de preservar el patrimonio, donde la economia y la auteridad siguen siendo virtudes nacionales, se con- sidera con desconfianza las ocasiones de guslar las pre- ciosas fortunas. “Vampiros”, “aves de presa”, son califi- cativos que vuelven con frecuencia a la boca de los ro- manos, cuando evocan a estas peligrosas tentadoras, peli- grosas sobre todo para el capital de las familias, ¥ el lujo desplegado por algunas cortesanas, lujo inaudito para los contemporaneos del viejo Catdn, constituye para los tra- dicionalistas un escdndalo suplementario. Es toda la di- ferencia que separa a griegos de romanos: los primeros son aficionados a los buenos espectéculos, ¢ indulgentes con los exeesos de lujo, }osivomanos en cambio considergn ajlalived indécente! y peligro. hiacer_exhibicion: de Su" foy- 192 una, y cuanto mayor es ésta mayor clone = Y¥ estas muchachas salidas del arroyo éuestan caro: toman su revancha arrojando el dinero por las ventanas y exigiendo siempre mas de aquellos a quienes gustan: : Z “No bien un enamorado es traspasado por Tas flechas de los besos, ‘le inmediato su fortuna es distribuida y s¢ evapora, ‘Dame esto, amor mio, si me quieres de verdad. Y nuestro pichén exclama: ‘Pero sf, luz ‘de mis ojos. Tomalo, y si quieres mas te daré’ Y lo dama no se priva de pedirle y exigirle mas, Y nunca le sleanza, ya no hay con qué pagar Ia Bebida, la comida, todos los gastos de Ia casa, zAccede en:venir una noche? Viene con todo su cortejo: mucama, masajista, guardiin de las joyas, portadoras de abuniéos, guardianas de las sandalias} cantantes, portadoras de cofrecillos, mensajeros, ganapanes y comilones. Y agasa- Jando a toda esa multitud, nuestro amoroso no tarda en arruinarse.”" Y por supuesto, estas elegantes no quieren de ningiin modo que se las confunda con sus hermanas de Subura 9 del Velabro. Han establecido todo un eédigo de buenos modales, que les permite marcar sus distancias con la canalla: “Una cortesana no debé detenerse sola en Ia calle, eso sélo lo hacen las rameras de baja estofa..." ¥ sin embargo la diferencia reside mas en el aspecto externo de estas mujeres que en la existencia que viven realmente unas y otras, Todo por la fachada, entre las que se dejan ver en los paseos de moda, ;pero cudnta mi- seria detrds de esa fachada! “Cuando salen, no puede encontrarse nada més refinado, més ele- ‘gante. Cuando cenan con sus amantes, tocan fa comida con la punta de Jos labios. Pero hay que ver su suciedad, su descuido, cuando estén solas en sus casas, hay que ver qué malos modales, cudnto hambre, cémo devoran un trozo de pan negeo mojado en la salsa de ayer.” to, Triaummus, v= 242-255, to, EL Cofrecite, v. 230. neio, EL Bunuco, v. 294-099, 198 El enganche es una neeesidad vital, y no es cuestién dle dejarse llevar por los sentimientos, como lo prueba este agrio intercambio entre un joven, por el momento sin di- nero, y la rufiana que lo pone a la puerta: de la miseria pasada a la holgura actual el margen es estrecho, y el menor paso en falso puede precipitar otra ver a madre e hija en la indigencia: “Por Pélux”, se indigna el joven, “pronto te haré comprender Jo que teras'antes y lo que eres ahora, Antes de mi encuentro con tu hija y mi amor por ella, no eras més que una mendiga vestida con harapos y te Tegocifabas con un mendrugo de pan hallado en la basura. |Y dabas igracjas a Jos dioses el dia en que lo encontrabas!” La continuacién del didlogo entre el joven enamorado “gespechado”’ y la madre intratable, muestra bien los li- mites que impone el negocio a la sentimentalidad: Didibolo (el joven): ZY si no tengo dinero? Cleereta (Ia madre): Mi hija irk a buscar a otro. Didbolo: .¥ dénde esté el dinero que te he dado? Cleereta: ‘No hay més, pues, si Jo hubiera, te enviaria a In mucha- cha y no te pediria nada. La luz, ef agua, el sol, 1a luna, ls noche, son gratuitos y no necesito dinero para comprarlos. Pero, para todo el res- to, no siempre puede recurrirse al erédito, Cuando le pido pan.al pana ero 0 vind al despensero, me los dan sélo después que se los pago. Pues bien, nosotras tenemos Jos mismos principios.* SI las palabras “amor” y “amar” vuelven constante- mente en las intrigas teatrales, no hay que hacerse ilusio- nes y darle a estas palabras una acepeién_ sentimental. Por motivos a la vez psicolégicos y econémicos, las: rela- ciones entre las cortesanas de comedia y sus “amantes” no superan casi el estadio de la sensualidad. {Cémo no comprender que, en una ciudad como Roma, cuyo erecimiento demogréfico da un salto considerable on los iltimos dos siglos de la Repablica, el placer haya es- tado cada vez mas ligado a los intereses mercantiles? Ri. cos comereiantes, extranjeros de visita, constituyen sin " Plawto, Astnuris, v. 140-143 y 195-201. 194 1 duda victimas tan buscadas como en los puertos griegos ero Roma no es un puerto, es la capital de un pueblo yas guerras constituyen la actividad principal durante stos dos siglos. Asi, en los mitos populares de Koma, el nabab proveniente de Asia, que hacia soar a las hetairas griegas, es reemplazado por el militar de regreso de la compafia, Las guerras de conquista, que se suceden, enri- quecen a los legionarios y sobre todo a sus oficiales, quie- nes a su regreso son esperados, a las puertas de la cludad, por hordas de invitadoras mujeres: “Acabo de ver las calles lenas de soldados que vuelven”, cuenta un eschivo; “traen armas y caballos. jY qué cantidad de cautivos! Niflos, mujeres jivenes, dos, tres 0 cinco cada uno. Todo el mundo sale a Ix calle para verlos. ¥ se podia ver a todas las prostitutes de la ciudad. Tan gon todas sus galas al eneuentzo cle sus clientes, y Nex hacfen fa corte.” DI precio de la belleza La necesidad obsesiva de ganar dinero explica el cui- dado especial. que se presta al arreglo personal, la biisqueda de afeites, de adornos. También ahi es el ejemplo griego el que sitve de modelo: los artificios son los mis- mos, y los “esconde-miseria” son tanto mas necesarios cuanto que sirven para enmascarar realidades muy poco agradables: “eflexiona, hermana, te lo ruego, Dicen que parecemos peseados en salimuera: sino se los remoja largo rato tienen mal olor, estin de- masindo salados y nadie quiere probarlos. Lo mismo nos pasa a nos0- tras, Si no damos pruebas de una elegancia costosa, pasainos por tenes mal gusto y falta de encantos.” __No obstante.lo cual, las costumbres romanas, se dife- rgficlan de las griegas en la medida en que las mujeres © Plawto, Epidious, v. 208-215. Plauto, Poenulus, v, 240-247, 195 libres por nacimiento no estén encerradas en un gineceo y cireulan con mucho més libertad en publico. js este modo de vida el que impulsa a los romanos a darle a las f prostitutas un traje distintivo, que permita a primera vista separar el trigo de la maleza, la mujer honesta de la “loba’”? En efecto, a diferencia de las matronas vestidas con largas tiinieas blaneas bordadas con un volado, 12 mujeres pablicas estén obligadas a vestirse con una toga parda que designa su profesién. “En contrapartida, cudnta fantasia y extravagancia en el corte y ornamento de las tunicas cortas que llevan bajo esta toga. Todos los aiios salen “modelos” nuevos, y los nombres de estos modelos dan la medida de su ex- centricidad: “Camisa ‘a Ta rina’, ‘a Ia pobre’, ‘a la implavium " Unica 1 ttinica gruesa, lino blanco, eamisilla Bordada en franjas, falda amarilla 0 color azafrin, echarpe, velo, vestido ‘teal’ o ‘exético’, verde agua, bor- Gado, color cascara de’ nuez, miel 0 paja.”* Estos trajes les resultan especialmente asombrosos a los contempordneos de Plauto, porque sus telas (tramas livianas y transparentes) y su colores (todos los tonos del amarillo y el verde) no son familiares todavia para los vomanos. Y todos estos trajes “a la extranjera” son es- pecialmente buscados por los amantes de las muchachas y.el exotismo. or iiltimo, en Roma la delgadez ya es de rigor, y se a especialmente el grueso de la cintura. Pero es una A adez que no tiene que ver con la flacura esquelética ‘de las muchachas subalimentadas de Subura. vi “Nuestras jéyenes”, se queja un joven romano, “son obligndas por las madres a tener Jes hombros cafdos y el pecho comprimido, para que parezcan delgadas. Si una de ellas es demasiado entrada en cares, weamente se caracteria por ua corte en La inion “bl impli” f ‘euidviculado que reeuerda *'Plauta, Epidicus, v. 196 se dice que pavece un luchador de feria, y se le reduee la comida, Aun si tiene condiciones naturales, por su réximen queda del grosor de ana brizna de paja. ,Y por eso las aprecianl* * También se Hama en auxilio de Ia belleza a las joyas, el maquillaje y el peinado, y, al menos en la época repu- blicana, hacen que todo oponga, en apariencia, las cor- tesanas y las mujeres de nacimiento libre, “Las mejillas pintadas de bermellén y los cuexpos blancos de albayalde...”” Las lobas romanas han pedido prestados a las hetairas griegas sus artificios, los que, en estos tiempos heroicos de la repiiblica romana, son des- conocidos ain de las matronas Ronorables, Bl mando. del placer, pese a la brutalidad y el rigor de sus leyes, sigue siendo el de lo extyaiio, lo sorprendente; en una palabra, a los ojos de muchos, el de lo irreal. Bl contraste entre la realidad que oculta este mundo y los artificios que exhibe, no podria ser més violento, Por noche, por mes, por aito Vida miserable 0 'lujosa, todo sucede en Roma casi igual que en Grecia. Algunas “lobas” no tienen mas que una perspectiva: pararse en oferta delante de sus malo- lientes tugurios, a la espera de una clientela dudosa, No conocen sino encuentros répidos, donde se dan cita todas Tas miserias de Roma: A veces algunos jévenes de fami- lias arruinadas vienen disimuladamente a Subura a hacer sus primeras armas. Y después estan las que han superado este estadio, por azar, gracias a su belleza o a sus relaciones. Sacan todo el provecho posible del resplandor fugitive de su juven- tud para constituir su peculio, Bsclavas o libertds, son buseadas por los romanos ricos, los extranjeros, todos los que tienen medios para alquilarlas por un perfodo mas 0 " Terencio, Et Eunuco, v. 313-917. 17 menos largo. Ids, de hecho, el sistema que ya practicaban Jos griegos. Los romanos, juristas ante todo, han agregado garantias, las que acompafian a todo contrato de venta 0 alquiler. Miisicas, cantantes o bailarinas, vienen a domicilio y constituyen el ornamento ms gracicso de los banquetes que los romanos comienzan a organizar a la moda griega. ‘Algunos alquilan a las j6venes por un perfodo mas lar- go, y Se reservan por varios meses, incluso un afio entero, Tos servicios de Ja que mas les.ha gustado. Pero se puede imaginar las inquietudes del propietario temporario de esas bellas, siémpre dispuestas a perinitirse un “extra” y en consecuencia a defraudar a quien ha pagado por su exclusividad. Un pasaje de una pieza de Plauto, Asinaric, nos muestra el detalle de un contrato de alquiler entre un joven, Diébolo, y una alcahueta. Por supuesto, estamos en el dominio de la comedia y no hay que tomar al pie de Ia letra todas las cléusulas de este contrato. Pero es inte- resante constatar cémo la jurisprudencia latina ha sabido codifiear con minucia las costumbres griegas. ‘Ante todo, el amigo de Diabolo, que redacta el contra- to, toma las‘garantfas para evitar que la “propiedad” del joven trabe'relacién con otro que no sea su legitimo ad- quirente: “Difbolo, hijo de Glauco, ha dado a Ia Tena Cleereta veinte de plata para tener consigo a Filenia noche y dia durante todo el afio. “Que ella no haga entrar en su casa a ningéin hombre extrafio, pre- tendiendo que es su amigo, su patron o el amante de alguna de sut amigas, Que cierre su puerta a todos (salvo a ti, Didbole) y que pong tun cartel que diga esti ocupnda. Que no tenga consigo ninguna carta ni tablilla de cera, simulando que es correspondencia del extranjero, Y si por azar tiene un retrato pintado sobre cera, que lo venda® y si no To hace dentro de los cuatro dias siguientes a la firma de este contrato, ti (Diabolo) actuaris segin tu juieio: podrés arrojar ese retrato al fuego, para que no quede cera sobre Ja que pueda escribir una carta.” » Se trata de un cusdro pintado sobre un panel de madera recubierto de cet La pintura puede borrarse Facilmente y el panel puede servic de tableta. x Filenis para eseribie sus eartas de amor. 198 El contrato enumera a continuacién las actividades esenciales que se le exigiran a esta joven alquilada por un afio: es un objeto decorativo, cuya belleza sirve espe- cialmente para realzar la notoriedad de su propietario, y, por supuesto, ese bello objeto no tiene derecho a tomar ninguna iniciativa personal: /Que no invite por sf misma a nadie a cenar con ella; eres ti ef que pie hacer ls ivitactones Que no mite Tor ofos 2 ningiin invitado. ‘Que beba al mismo tiempo que td, y en tu misma copa. Que reciba esta copa de tus manos y beba a tu salud, y después has de beber ts, para que ella no esté nunca nf mis ni menos sobria que tt. Para evitar toda sospecha, que no race cl pie de un convidado al levantarse de la mesa, Que para subir al Iecho o para bajar, no,le dé la°mano a nadie Que ‘no haga admirar sus joyas por nadie.” ¥ el cuidado escrupuloso con el que los romanos se las ingenian para prever todas las eventualidades se mani- fiesta en las recomendaciones siguientes. En efecto, la actitud de los romanos ante las divinidades se define como una mezcla de temor y sospecha. La pregaria consiste esencialmente para ellos en “obligar” al dios a cumplir con sus deseos. Es asi que la plegaria se caracteriza por un Tujo de detalles que le prohiben al dios esquivar el pe- dido, y muchos romanos conocen bien el procedimiento de la “restriccién mental” que el dios podria utilizar para no respetar el “contrato” concluido con los humanos. Todo el arte entonces consiste en prevenir la defeccién del dios. Como buen romano que es, Diabolo esté familiarizado con todas esas trampas y toma precauciones para prever to- dos los casos en que su amante podria engafiarlo: “Que no le presente los dados para jugar a nadie que no seas ‘6. Que no se contente con decir ‘ti al arrojarlos, sino que pronuneie tu nombre. Que invoque a todas las diosas que quiera, pero a ningéin dios, % ext pce Tas corteratas son las dnieas mujeres que participan de Tos ea Tas totes “hoseste” comen sentadas, 199, st tiene un eseripulo relfgioso que te diga el nombre del dios y ts Haris en su nombre las plegarias propiciatorias, La desconfianza del joven erece con su imaginacion: se representa todas las trampas de Filenia, trampas que le permitirian a la joven salirse de su papel de objeto para comportarse como iin ser vivo, Las ocasiones mas triviales Ge la vida cotidiana alimentan sus sospechas y las reco- mendaciones de Didbolo, mas allé del efecto cémico que quieren provocar, son caracteristicas de la desconfianza del propietario romano: “Que no le haga a ningén invitado sefales con Ta eabeza 0 guifios ‘de ojos, y si por azar la Vimpara se apaga, que no haga ningin-movi- tuierto'en la oseuridad. Que no pronuncie frases ambiguas y que ne Hable lenguas extranjeras, Si por azar le da un acceso de tos, que ne Ton en diveccion a nadie; o, si simula estar resfriada y tener 18 nariz cargada, que no se la Timpie con la Tengua, lo que es buen pretexto para cenviarle un beso a alguien. En otra comedia de Plauto se trata de la indemniza- cién que debe pagar alguien que no cumple hasta el fin con el contrato, En otro sitio, el contrato precisa que el precio pagado por el amante de la joven Planesia con prende, ademas de la posesién de la joven, el alquiler de bus joyas y su ropa. Una suerte de “paquete”, que le evita al propietario provisorio preocuparse por el atuendo de su amante. Vendida o alquilada por la noche o por el afio, la joven no saea ninguna gananeia del dinero que se gasta en ella; en efecto, todo el beneficio de su venta o alquiler corres- ponde en general al leno. Todos contra el leno “sal de aqui, basura de rufién, vaciadero piblico eubierto de ba- ro, infame, sucio, sin fe ni ley, calamidad pablica, buitre siempre a la ‘busca de nuestro dinero, mendigo, ladrén, truhan...” 900 . 1 i ! Esta amabilidad, y otras mas, peores, los romanos' las veservan para el leno, cuya vida abyecta les inspira ver~ dadera repulsién. Asllauve proxeneta; aleahuete~traficante, desesclavos, el Jéno (0 §u.compaiiera, Ia lena) es una de las figuras. mas intorescassde-Roma,. y:. 108 péetas’ cérnicosilo,cutilizan ~“gbundantemente.en-sus. obras. Detestado por todos, tan ridfeulo como odioso, el leno adquiere en ja vida cotidia- na de los romanos wna importancia que sus homélogos griegos no tienen. Su aparicién sobre los escenarios desen- tadena risas y esearnios. Pero, a través de Ja caricature exagerada que dan los actores, a través de las burlas que le gritan los espectadores, transparenta el papel econémi- eo y social del personaje, que en Roma se vuelve el inter- qediario obligatorio de todos los amantes del place vA “Yo, compiarle algo a un leno? zA uno de esos tipos que no thenen Jada,‘como no sea lengua, para negar sus deudas? Ustedes, Tos Tener, watt tiberan y regatean lo que no les pertenece, Nadie acepta, sali~ ee de garante, y ustedes mismios no pueden ser garantes de nadie. & Tei joie, Ia avelbn de Tos Tenos no vale mds que Ta de las moseas, es nosquites, pulgas y piojos, eres odioses, malhechores, dainos, init's- Ningin hombre decente se’atreve a dirigirles la palabra en el Foro, y del que lo hace puede anticiparse que perder su dinero y s¥ rep tacién.”* hecho, al leno, que no es mas que un vulgar trafieas— ‘de esclavos, se Ie niega hasta el altimo puesto en Aociedad romana. Su profesidn es una de las que se juzg infamantes, y que cierran a quienes las ejercen el acceo 2 la funcidn publica, Generalmente de origen extranjer>, €l leno simboliza a los ojos de los Fomanos las corrupeion's de los paises orientales, (Grecia o el Asia Menor, Siria o Bgipto) especialmente despreciados por los espivitus tradi- cionalistas de Roma. ‘Su deserédito es tal que no sé lo considera digno i quiera de gozar de la proteccién de las leyes: un cierto » Plasto, El Gorgoja, v. J4-504, at Vibiews lega su fortuna al leno Veeillus, queriendo sin dida manifestarle su agradecimiento por el placer que ha encortrado en su casa. Pero el pretor se niega a dar vali- dez al testamento, estimando que la fortuna de un ciuda~ dano no debe servir para enriquecer a un hombre tan despreciable como un leno. ‘Como todo amo de esclavos, el leno se comporta de’modo tirémico con ese “rebafio” femenino que constituye su principal fuente de ingresos. Hace brillar ante sus “pro- tegidas” una hipotética liberacién y obtiene de ellas una docilidad a toda prueba y un trabajo eficaz, ¥ euanto més exigonte se muestra con sus pensionistas, mas éstas, por Ia fuerza de las cosas, se muestran codiciosas e interesa- das, y les piden sin tregua a sus amantes toda clase de regalos que el leno les confisca inmediatamente. “Escuchen, mujeres”, dice uno de estos Tenos, “he aqui mis drdenes. ‘Ustedes que pasan una vida descansada en el refinamiento, la, tran Tidad, Ia yoluptuosidad, rodeadas de hombres importantes, ustedes, ilustres amiguitas, ahora sabré cud] de ustedes trabaja para comprar su libertad, cudl por Ja comida, cudl por sus bienes, cual por su des- eauso, Hoy veré a quién liberaré y a quién venderé.” El leno Baillion condimenta estas amenazas apenas yeladas con;consejos més precisos: “Actuad de modo que hoy vuestros amantes me cubran de ‘rega- los. Pues si no me traéis provisiones para todo el aio, desde mafiana mismo haré de vosotras mujeres piblicas. Sabéis que hoy es mi cum- Bleafios. gDénde estin esos que os Ilaman la luz de sus ojos, que os dicen ‘vida mia, deleite mio, mi besito, mi tetita, mi munequita de imiel? Ocupios de que no tarde en legar a mi casa un ejército de Portadores de regalos. {Por qué daros ropas, joyas, satisfaceros en todas vuestras necesidades?

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