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Michel Garca
Dos hombres entraron a la casa, y esperaron en silencio a que los ojos se les
acostumbraran a la oscuridad. Hemingway dorma al fondo, y afuera una fina
lluvia empaaba los cristales. Acariciaban en sus manos revlveres, y al cabo
de un rato pudieron caminar por entre los muebles, en la penumbra. Oan
como un rumor los ronquidos del viejo Hem.
Pasaron a un cuarto amplio, acomodado con dos camas, donde tambin haban
libros y colgaderas de animales. Vestan ropas negras apretadas, capuchas que
solo dejaban ver sus ojos, y aunque sus estaturas eran diferentes al igual que
su complexin fsica, en medio de la noche parecan hermanos vestidos igual
para la misma ocasin.
Se movieron por toda la casa, evitando el cuarto del viejo. Abran libros,
levantaban almohadas y sbanas viejas, colchones hmedos, pero no apareca
lo que los haba llevado all. Comenzaron a sudar, a pesar del fro que entraba
por las ventanas.
Durante das haban ido a vigilar al escritor, atisbando por entre las ventanas y
las veladoras, disfrazados de extranjeros. Verificaron los horarios de apertura
y cierre del museo, el movimiento de las personas, la estructura de la casa, sus
alrededores, la rutina de Hemingway y los cambios de guardia de los
custodios. Ahora sentan que todo el esfuerzo se poda ir a la mierda, si no
encontraban algo. Empezaron a desesperarse, pero decidieron mantener la
calma.
Ya estaban en el interior, slo tenan que buscar. En sus ojos se dibujaba una
impaciencia, un deseo inaudito de no ser sorprendidos.
-Haz algo.
-No s qu.