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LA ÉTICA EN LA ANTROPOLOGÍA APLICADA

Por Daniel Cortés*

Introducción

El objetivo principal de este ensayo es establecer la relación que existe entre la antropología
aplicada y los valores éticos humanos, y descubrir si principios académicos pueden ir
desligados de las consideraciones morales. O dicho de otro modo, si podemos separar a la
antropología aplicada del carácter ético que se le atribuye.
Para esto, me basaré en el código de ética publicado por la American
Anthropological Association, y en las consideraciones que expone Carlos Garma Navarro
en su ensayo “Problemas éticos en la antropología de la religión”. Lo abordaré desde tres
enfoques distintos, atribuidos a tres de los autores vistos en el curso: E. E. Evans-Pritchard,
Ángel Palerm y Clyde Kluckhohn, revisando especialmente los capítulos de sus libros
dedicados a la antropología aplicada.

* Ensayo final entregado durante el curso “Antropología Social General”, impartido en el trimestre I de la
carrera de Antropología Social en la UAM-Iztapalapa por el maestro Ricardo Falomir.
Debido a que cada uno posee distintos puntos de vista sobre lo que es la
antropología aplicada, al inicio de sus respectivos apartados esbozaré de una manera
general la forma en que cada uno la define, para después continuar con las implicaciones
éticas o antiéticas que tal definición acarrearía, con la intención de hacer un juicio crítico
entre lo que establece la asociación de antropólogos más importante de América y lo que
piensan tres de los principales y más reconocidos investigadores.

Consideraciones éticas

El código de ética de la American Anthropological Association publicado en 1998


constituye una guía en la que se pueden basar los antropólogos para hacer sus estudios y
tomar las decisiones más pertinentes de acuerdo a su buen juicio y su capacidad de prever
todas las consecuencias de dichos estudios y de su aplicación. Señala, “ya que los
antropólogos se pueden encontrar en situaciones complejas y pueden estar sujetos a más de
un código ético, el Código de ética de la AAA ofrece un sistema, no una fórmula rigurosa,
para tomar decisiones” (AAA: 25).
En primer lugar, establece que el antropólogo tiene obligaciones primarias con el
pueblo que estudia, y debe ponerlas por encima incluso de los compromisos con sus
clientes o patrocinadores, teniendo plena libertad para rechazar o suspender la continuidad
de un proyecto cuando los intereses de éstos entran en conflicto con las responsabilidades
para con los pueblos estudiados.
Entre estas obligaciones se encuentran la de “asegurar que su investigación no dañe
el pueblo con el que trabaja” (AAA: 26), reconocer la deuda que tienen con dichas
sociedades y admitir la obligación que tiene hacia ellas, y contar con el consentimiento de
la población para realizar su investigación. Esto implica dar a conocer los objetivos, los
principios y las condiciones en las que se llevarán a cabo los estudios, quién ha encargado
la investigación, y las posibles consecuencias que tenga para todas las partes involucradas.
Implica asegurarse que el pueblo estudiado (o al menos sus líderes principales) posean toda
la información necesaria para comprender los alcances de la investigación, los métodos y
procesos que el antropólogo utilizará, y la aceptación por parte de la sociedad de todas las
implicaciones, pero por supuesto, entendiéndolas en sus propios términos. No se les puede

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hablar con ambigüedades o darles la información a medias, dependiendo de la relevancia
que tenga la información para todas las partes involucradas. “No sólo son responsables de
los hechos de sus declaraciones, también deben considerar de manera cuidadosa las
implicaciones sociales y políticas de la información que están difundiendo” (AAA: 28),
especifican.
Sin embargo, señalan que más allá de esta responsabilidad primaria de no dañar
directamente (es decir, con su investigación) a la sociedad estudiada, las obligaciones del
antropólogo como científico social pueden limitarse en eso. “Los antropólogos deben elegir
si quieren ir más allá de difundir los resultados de investigación y si quieren tomar posición
de defensores. Esta es una decisión individual, pero no es una responsabilidad ética” (AAA:
28). La decisión de hacer algo para mejorar las condiciones de vida de una sociedad, o de
protestar si las medidas tomadas por el gobierno perjudican de alguna manera quizá no tan
evidente a estas sociedades, ya no forman parte de los deberes del antropólogo, y actuar o
dejar de hacerlo es decisión del individuo, más allá del papel científico que desempeñan. Se
pueden echar a andar proyectos de antropología aplicada siempre y cuando colaboren con
el engrosamiento del conocimiento científico, y no perjudiquen al pueblo estudiado en sus
principios primordiales. Pero lo que se puede o no se puede hacer con los individuos, las
decisiones extracientíficas, las consecuencias inevitables dependen en todo momento de la
moralidad de la persona que estudia, no del antropólogo que es.
Garma Navarro en su texto sobre los principios éticos en los estudios religiosos,
cuestiona la integridad de la investigación encubierta, es decir, introducirse en la sociedad
estudiada sin mencionar los propósitos reales y la identidad verdadera. Acepta que
mediante este método se pueden obtener datos que de otro modo sería imposible, y que el
avance es mucho más rápido y la información de mejor calidad; sin embargo, admite que
“el tema de la investigación encubierta debería llevar a una reflexión más profunda por
parte de los científicos sociales” (Navarro: 28). A lo largo de la historia de la antropología
aplicada, podemos percatarnos de que muchas labores de investigación, para que sean
exitosas, necesitan ser al mismo tiempo encubiertas, colocando en un dilema a los
presuntos científicos: ¿qué nos separa de los espías?

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Postura de Evans-Pritchard

A pesar de las reservas que adopta este autor al no considerar a la antropología social como
una ciencia comparable a las naturales, sostiene que por ser un conjunto de conocimientos
metódicos y específicos, “puede ser de utilidad para los asuntos prácticos” (Evans-
Pritchard: 131). Ya que no existen leyes sociológicas conocidas, y él mismo duda de que
alguna vez existan, argumenta que la antropología no puede aplicarse como una ciencia,
porque no está en sus manos predecir el funcionamiento de una sociedad.
En este sentido, el conocimiento antropológico de una sociedad nos puede ayudar a
establecer las posibilidades que hay que sus miembros reaccionen bien o mal con respecto a
las acciones que se tomen en dicho pueblo. Podemos limitar las probabilidades de lo que
ocurrirá, por ejemplo, si se coloca en el gobierno a un jefe blanco en vez de a uno nativo;
pues hay sociedades que veneran a los de piel blanca y hay otras que la repudian. Una de
las utilidades, pues, del conocimiento antropológico, es ayudarnos a tomar las mejores
decisiones, o al menos a prever sus consecuencias.
Esto sirve principalmente en los gobiernos coloniales, al administrar los territorios o
enviar misiones evangelizadoras. Mantener o reestablecer la armonía en el pueblo
colonizado dependerá en gran medida de la capacidad que tengan los nuevos
administradores para comprender las costumbres de los territorios conquistados, y así lograr
adaptarlos a los nuevos patrones de conducta mediante traducciones culturales.
Sin embargo, el antropólogo no puede conducir el camino del gobierno. No puede
predecir con exactitud los efectos que las decisiones tomadas tengan, sólo puede abrir el
abanico de posibilidades y mostrárselo a las personas sobre las que sí recae dicha
posibilidad. Advierte de las consecuencias que podría tener seguir una determinada política
o suprimir tal o cual patrón cultural, pero al final, quien tiene la última palabra, es el líder
del grupo que va a modificar.
Para el antropólogo, que está en contacto directo con el pueblo que estudia, que
conoce las necesidades y las carencias, las potencialidades y los secretos más íntimos de
estas sociedades, le resulta fascinante el conocimiento en sí mismo de dichas culturas, lo
cual lo pone en un dilema moral inmenso; por supuesto, dependiendo de los propios
intereses y de los mecanismos psicológicos que operen en su mente. Y se ve atado de pies y

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de manos, pues aquellos que buscan suprimir una cultura por no considerarla útil o práctica
para la administración colonial, son los mismos que le dan de comer, quienes financian sus
estudios y sus investigaciones, quienes otorgan las becas y los diplomas.
Evans-Pritchard insiste en que la aplicación de la antropología no es el fin último de
esta disciplina, sino que, mediante el estudio de los llamados pueblos primitivos (evitando
entenderlos como atrasados o inferiores), podemos comprender mejor nuestra propia
sociedad, los fundamentos y las razones por las cuales tenemos estos patrones de
comportamiento. La antropología “trata de hallar un orden dinámico en la vida social,
patrones que sean comunes a todas las sociedades del mismo tipo y que sean universales”
(Evans-Pritchard: 137).
Desde mi punto de vista, al menos en el tratamiento que hace de este tema Evans-
Pritchard, lo que nos intenta decir es que el estudio de las sociedades primitivas acaso
puede reportar alguna utilidad para nuestra sociedad, además de esta comprensión y del
legado histórico a las generaciones futuras, en la medida en que podamos comprendernos y
analizarnos mejor comparándonos con ellos. “Su principal utilización reside más en el
planteamiento de nuestra propia sociedad que en el control del desarrollo de las
comunidades primitivas”, y sin embargo, cree que dichas sociedades “pueden considerarse
como los conejillos de Indias de la investigación antropológica” (Evans-Pritchard: 130).
Este argumento permite, pues, a la vista de la ética, la modificación de las sociedades para
ver cómo reaccionan, compararlas con las reacciones de otros pueblos (también primitivos)
y tratar de entender las reacciones de las sociedades civilizadas.
El conocimiento es valioso en sí mismo, nos dice, y la utilidad de los primitivos sólo
es válida cuando nos permite comprendernos mejor a nosotros. Alude a un objeto
desechable, del cual podemos extraer el conocimiento necesario para nuestros fines y una
vez realizados, añadirlos a la colección de costumbres curiosas.
En cuanto a la aplicación del conocimiento antropológico en las administraciones
coloniales, y debido a esta relación de dependencia que tienen los académicos con los
conquistadores, se desliga completamente de la cuestión moral, y atribuyéndole ese
enfoque de manera exclusiva a los gobiernos, pues “los fines están determinados por
valores que son axiomáticos […]. Si quienes controlan la política creen en la prosperidad
económica, el alfabetismo, las instituciones democráticas, o lo que sea, se consideran

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obligados a proporcionar esas mismas ventajas a los pueblos de su imperio colonial. En su
opinión, corresponde a la filosofía moral, y no a la antropología social, determinar si están
actuando bien o mal” (Evans-Pritchard: 134).
De esta manera establece una independencia completa entre las cuestiones morales
y los fines académicos o teóricos que puede o podría tener la antropología, delegando las
decisiones éticas y morales a los que controlan las estructuras de poder, quienes a fin de
cuentas son los que llevan a cabo los proyectos y programas de cambios sociales, y no a
quien realiza la investigación.

Postura de Palerm

La concepción que este autor tiene sobre la antropología social es que está en el camino
irreversible de convertirse en una ciencia en forma, con leyes y teorías como las de
cualquier otra ciencia. Considera entonces a la antropología aplicada “como una forma de
la llamada ingeniería social” (Palerm: 36), en el sentido de modificar y encausar las
acciones y conductas humanas hacia el bienestar general y el progreso común de todos los
pueblos.
Establece, igual que Evans-Pritchard, una diferencia entre la aplicación de los
conocimientos científicos antropológicos, y la antropología aplicada como una disciplina
científica.
En el primer caso, admite que los conocimientos antropológicos, obtenidos
mediante métodos científicos, han sido aplicados en función de intereses parciales,
“extracientíficos”, durante toda la historia de la antropología. Guiar políticas de
colonización, ayudar a las labores misioneras y a la cristianización, en la administración de
territorios ocupados durante la guerra, en los procesos de descolonización de países
dependientes, en la supresión de movimientos insurgentes y “en el desarrollo de los países
atrasados, del cambio social y cultural” (Palerm: 37).
Estas aplicaciones, por más buenos o malos resultados que hayan conseguido, sólo
han sido de provecho para los administradores del poder, y no tanto para el establecimiento

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de esquemas teóricos o metodológicos que ayuden al desarrollo de la antropología como
una ciencia en forma.
Palerm considera que existen tres condiciones o requisitos básicos para poder
atribuirle a la antropología aplicada un valor científico. El primero es la supervisión del
trabajo antropológico, “examinando y estudiando la acción y el trabajo práctico de otros
antropólogos” (Palerm: 37). El segundo consiste en usar a la antropología aplicada como
campo de prueba y experimentación sistemático de las hipótesis y las teorías. Aclara que no
pretende experimentar con humanos, sino hacer algo parecido a lo que hacen la medicina,
la psiquiatría y la psicología, al “utilizar ciertas situaciones características de nuestra época
para contribuir al bienestar y al mejoramiento de los grupos humanos obteniendo a la vez
un mejor conocimiento científico”. Esto me suena semejante a la aplicación de vacunas
experimentales en poblaciones que se consideran prescindibles, como lo ha hecho la
medicina en nombre de intereses comerciales; o la experimentación con electroshockes en
pacientes de hospitales psiquiátricos para tratar de abaratar los costos de su mantenimiento.
Sin embargo, la tercera condición de la que habla Palerm conduce a aplicar
restricciones a la participación de los antropólogos en la solución de los problemas de la
sociedad contemporánea, pues ésta ha derivado en numerosos casos problemas en los
ámbitos éticos y políticos.
Dice que el carácter aplicable del conocimiento científico es “irresistible e
irreversible”, y que la labor del antropólogo es canalizar esta tendencia “al imperio de la
ética profesional y humana” (Palerm: 37).
En ningún momento especifica cuáles son esos parámetros éticos y humanos que
hay que seguir, excepto al afirmar su oposición “a los intentos de utilizar el conocimiento y
la experiencia de los antropólogos en actividades antisociales y antihumanas” (Palerm: 37).
Mi pregunta entonces sería, valores éticos y humanos, ¿para quién? Si no se establecen
primero reglas primordiales, fundamentales, no podemos hablar de valores éticos y
humanos, pues la ética, al igual que todas las abstracciones del ser humano, posee valores y
escalas relativas a las culturas. Nos habla de “contribuir al bienestar y al mejoramiento de
los grupos humanos” pero nunca nos dice cuál es ese camino que hay que seguir para
lograrlo. ¿Insinúa, acaso, llegar a una homogeneidad de los patrones culturales? ¿Establecer

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valores éticos universales, que todos los pueblos tienen que acatar y respetar para mantener
el estado de bienestar?
La mente humana, tan capaz de manipular las ideas en base y a partir de sus
intereses, es capaz de trastocar una idea enfermiza en la finalidad de una sociedad, en
nombre de deseos torcidos. Hitler hablaba de bienestar para su pueblo, y muchas personas
adoptaron sus métodos y sus fines como los correctos, convirtiendo los valores éticos de su
cultura en contrarios a los occidentales.

Postura de Kluckhohn

A diferencia de los anteriores dos autores, Kluckhohn no menciona ninguna diferencia


explícita entre la aplicación de los conocimientos antropológicos y la antropología aplicada
como una ciencia, dando por hecho que si los conocimientos son aplicables, la disciplina
posee entonces ese carácter científico que cuesta tanto trabajo atribuirle.
Le atribuye a los antropólogos facilidades y destrezas que le dan ventajas sobre
otros especialistas, al acercarse con los pueblos estudiados de una manera más humana y
personal, comprendiendo sus intereses y motivaciones y haciendo así más fácil la relación
entre el pueblo dominante y el dominado. “El antropólogo sabe que en una cultura dada la
mayoría de los individuos responderán mucho más fácilmente a algunos llamamientos que
a otros” (Kluckhohn: 184), esto facilita la manipulación de los pueblos en base a los
intereses, proyectos y propósitos que tengan los gobiernos, haciendo las veces de
intermediarios entre unos y otros con la intención de que cada uno conozco los puntos de
vista del otro y evitar los rozamientos.
Sin embargo, sostiene que llevar a cabo estos cambios de carácter dirigido, “a
menudo es necesario y puede producir más bien que mal a un grupo preindustrial”
(Kluckhohn: 202), entonces no considera falta de ética modificar determinados aspectos de
los pueblos estudiados siempre y cuando sean en nombre del beneficio de ambas partes.
Para lograr que los cambios sean efectivos, afirma que no deben imponerse ni ser
secundados por la violencia, y que es labor del antropólogo “conseguir que un pueblo desee
o acepte lo que la ciencia natural muestra que necesita” (Kluckhohn: 198). Así, antes de

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llevar a cabo proyectos de cambio en los pueblos gobernados, es necesario un estudio a
profundidad para comprender lo que es importante o vital para preservar la armonía de
dichos pueblos, e inducirlos a que sean ellos mismos quienes tomen la iniciativa en las
transformaciones, como una forma de gobierno indirecto.
Compara, pues, al antropólogo, más que con el ingeniero social, con un médico
social, cuya función es establecer las condiciones de salud necesarias para el sistema social
que estudia, preservar la armonía entre las partes y buscar beneficios comunes. No obstante,
advierte que “es necesario desarrollar un código profesional más explícito y más
generalmente aceptado” (Kluckhohn: 210), pues el antropólogo a menudo se enfrenta a
problemas graves de ética y divergencias morales.
Al considerar la comparación que hace Klukhohn con un médico social, me viene a
la mente la imagen del doctor cuando le dice al niño antes de aplicarle la vacuna, “es sólo
un piquetito, no te va a doler”. Las intenciones pueden ser las mejores, pero en ningún
momento se consulta al paciente sobre su disposición a recibir la vacuna, o en este caso, las
medidas que los gobiernos adoptan para “mejorar” las condiciones de las personas. Y sí, los
resultados y las conclusiones de todas las investigaciones antropológicas (o al menos la
mayoría) son publicadas y divulgadas, pero sólo en el medio académico, que es el que está
mejor preparado para comprender los planteamientos sostenidos por el estudioso, mientras
que las culturas estudiadas pueden ser completamente ignorantes de los términos usados, de
las consecuencias enunciadas y de las conclusiones deducidas. No podemos decir que los
resultados de los estudios sirven de igual manera a los gobiernos y a los gobernados, pues
los primeros están en una posición privilegiada con respecto a los segundos, tanto en
cuestiones de influencia, poder y capacidad de persuasión, de la capacidad para asimilar lo
que dichos resultados implican y la mejor manera para utilizarlos.
Además, para lograr una inducción al cambio es necesario ocultar los fines últimos
de la investigación. Aunque el antropólogo se presenta, diga quién es, qué hace y para
quién trabaja, y adquiera la confianza y el grado de intimidad con el pueblo, necesarios para
obtener datos de rigor científico, sus metas y pretensiones a largo plazo bien pueden
mantenerse ocultas sin que presente mayores consecuencias para el antropólogo.
Por ejemplo, llega el antropólogo y dice que hará un estudio sobre los patrones de
migración, las motivaciones y las causas del arraigo hacia el lugar en el que está asentada la

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población; y los fines a largo plazo son disuadirlos a irse de ese lugar porque tienen
pensando construir, qué sé yo, un enorme parque de diversiones, o una reserva ecológica V.
I. P. Estas son implicaciones éticas que Kluckhohn evade, argumentando que es necesario
ponerse mejor de acuerdo y adoptar leyes más generales para la actuación científica de la
antropología.

Conclusión

El conocimiento antropológico, por ser tan minucioso y de carácter tan personal, puede
llegar a ser sumamente peligroso tanto para las sociedades que estudian como para las
estudiadas, si no posee límites éticos claros y bien establecidos. Un antropólogo puede
llegar a conocer toda la estructura básica de un pueblo, las mejores maneras de atacarlo y
destruirlo, de la misma forma que los elementos necesarios para mantener la armonía y la
estabilidad de la población en las sociedades atacantes. Los alcances que los conocimientos
aplicados podrían tener si se desligaran de los códigos de ética, serían enormes y tétricas.
Podrían, por ejemplo, ayudar a la homogeneización de las culturas y mantenerlas así, lograr
la hegemonía absoluta de ciertos patrones culturales por sobre otros, y eliminar de esta
forma el aspecto más fascinante y mayormente estudiado de la humanidad: su variabilidad,
en nombre de una relativa paz y tranquilidad mundial (un buen ejemplo de una sociedad así
sería el relatado en la novela “Un mundo feliz”, de Aldous Huxley).
Las implicaciones éticas y morales son responsabilidad única y absoluta del
antropólogo como individuo. El código de ética de la AAA no es una legislación real sobre
lo que un antropólogo puede o no puede hacer, no establece prohibiciones ni sanciones
contra aquellos que rompan las reglas. La ambigüedad con la que se expresa, al mencionar
solamente fenómenos y circunstancias generales, nunca específicas, a pesar de que sabemos
que casa sociedad tiene condiciones éticas únicas, permite a los antropólogos un manejo
flexible y manipulable de lo que puede o no ser ético.
En la cuestionada participación de antropólogos en el programa estadounidense
llamado Human Terrain System, los involucrados han expresado que prefieren ayudar al
gobierno norteamericano a lograr sus objetivos más rápidamente y de una forma pacífica, a

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pesar de que violan estatutos éticos de la AAA, como advertirles a las poblaciones de las
consecuencias de la investigación.
Debido al objeto de estudio de la antropología, que son las sociedades y culturas
humanas, su aplicación no puede, ni debe, separarse de los valores y juicios éticos. Sin
embargo, las decisiones de actividad o pasividad, ya sea política, social o cultural, son
exclusivas de los antropólogos como individuos, no como portaestandartes de una
disciplina seria; y a mi parecer es lo que deben especificar al tomarlas, aunque la
comunidad académica puede distinguirlas con facilidad, los enfoques y las justificaciones
pueden cambiar. El antropólogo no está obligado a convertirse en un activista y a intentar
salvar al mundo de la injusticia, pero como dice Garma Navarro, nada perderíamos si
reconociéramos en el antropólogo “una concepción social de un científico más
comprometido con una realidad social que se conforma por personas reales que nos afectan
y a quienes afectamos” (Navarro: 33).

Bibliografía

Asociación Antropológica Americana, Código de ética, aprobado en junio de 1998.


Traducción de Claudia Jiménez.

Evans-Pritchard, E. E. Antropología social, ediciones Nueva Visión. Buenos Aires, s/f.

Garma Navarro, Calors. “Problemas éticos en la antropología de la religión”, en


Alteridades, No. 13. Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa. México, 2003.

Kluckhohn, Clyde. Antropología, Breviario #13, F. C. E., México, 1967.

Palerm Vich, Ángel. Introducción a la teoría etnológica, Editora Cultural y Educativa.


México, s/f.

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