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1. El autor descubrió que el masoquismo no es un instinto biológico sino el resultado de una perturbación en la gratificación sexual y un intento fallido de superar esta perturbación.
2. El masoquismo expresa una tensión sexual que no puede ser descargada por medio del orgasmo. Se origina en el temor al placer del orgasmo.
3. El masoquismo involucra el deseo de que ocurra justamente aquello que se teme - el alivio de la tensión a través de un proceso de "estallido
1. El autor descubrió que el masoquismo no es un instinto biológico sino el resultado de una perturbación en la gratificación sexual y un intento fallido de superar esta perturbación.
2. El masoquismo expresa una tensión sexual que no puede ser descargada por medio del orgasmo. Se origina en el temor al placer del orgasmo.
3. El masoquismo involucra el deseo de que ocurra justamente aquello que se teme - el alivio de la tensión a través de un proceso de "estallido
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1. El autor descubrió que el masoquismo no es un instinto biológico sino el resultado de una perturbación en la gratificación sexual y un intento fallido de superar esta perturbación.
2. El masoquismo expresa una tensión sexual que no puede ser descargada por medio del orgasmo. Se origina en el temor al placer del orgasmo.
3. El masoquismo involucra el deseo de que ocurra justamente aquello que se teme - el alivio de la tensión a través de un proceso de "estallido
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Según el psicoanálisis, el placer de sufrir dolor era simplemente el resultado de una necesidad biológica; el "masoquismo" era considerado un instinto como cualquier otro, salvo en cuanto tenía una finalidad peculiar. En la terapia nada podía hacerse con un concepto de tal índole. Pues si se le decía al paciente que "por razones biológicas" él deseaba sufrir, todo quedaba como antes. La orgasmoterapia me colocaba frente al problema de por qué el masoquista convertía la fácilmente comprensible exigencia de placer en una exigencia de dolor. Algo que me ocurrió en el ejercicio de mi profesión me curó de una errónea formulación que había llevado por mal camino a la psicología y a la sexología. En 1928 tuve en tratamiento a un individuo que sufría una perversión masoquista. Sus lamentaciones y sus demandas de ser castigado obstaculizaban todo progreso. Después de algunos meses de tratamiento psicoanalítico convencional, se me agotó la paciencia. Cierto día, al volver a rogarme que le pegara, le pregunté qué diría él si yo lo hacía. Se le iluminó el semblante en feliz expectativa. Tomé una regla y le di dos recios golpes en las nalgas. Dio un alarido; no había señal alguna de placer, y desde esa fecha nunca repitió sus ruegos. Sin embargo, persistieron sus lamentaciones y sus reproches pasivos. Mis colegas se habrían horrorizado de haberse enterado de este incidente, pero yo no me arrepentí de lo sucedido. Comprendí de pronto que —contrariamente a la creencia general — el dolor está muy lejos de ser la finalidad instintiva del masoquista. Al ser golpeado, él, como cualquier otro mortal, siente dolor. Una industria entera (suministradora de instrumentos de tortura, ilustraciones y descripciones de perversiones masoquistas, y de prostitutas para satisfacerlas) florece sobre la base del equivocado concepto del masoquismo, que ella ayuda a crear. Pero el problema subsistía: si el masoquista no busca sufrir, si no experimenta el dolor como un placer, entonces, ¿por qué pide que se le torture? Después de grandes esfuerzos, descubrí el motivo de esa conducta perversa —a primera vista una idea verdaderamente fantástica: el masoquista desea estallar y se imagina que lo conseguirá mediante la tortura. Sólo de ese modo espera conseguir alivio. Las lamentaciones masoquistas se revelaron como la expresión de una dolorosa tensión interior que no podía ser descargada. Eran ruegos, francos o encubiertos, de que se le liberara de la tensión instintiva. El masoquista — debido a su angustia de placer —es incapaz de gratificar activamente sus impulsos sexuales, y espera el alivio orgástico —justamente aquello que más teme— como una liberación desde afuera, que le proporcionará otra persona. Al intenso deseo de estallar se opone un temor igualmente intenso de que ello suceda. La tendencia masoquista a la autodepreciación empezaba a aparecer bajo una luz enteramente nueva. El autoengrandecimiento es, por así decir, una construcción biofísica, una expansión fantástica del aparato psíquico. Algunos años más tarde aprendí que está basada en la percepción de cargas bioeléctricas. Lo opuesto es la autodepreciación. El masoquista se encoge a causa de su temor de expandirse al punto de estallar. Tras la autodepreciación masoquista opera la ambición impotente y el inhibido deseo de ser grande. Resultaba así claro que la provocación del masoquista al castigo era la expresión del profundo deseo de alcanzar la gratificación, contra su propia voluntad. Las mujeres de carácter masoquista nunca tienen relaciones sexuales sin la fantasía de ser seducidas o violadas. El hombre ha de forzarlas —contra su propia voluntad— a hacer justamente lo que desean angustiosamente. No pueden hacerlo ellas mismas porque sienten que está prohibido o cargado de intensos sentimientos de culpabilidad. El conocido espíritu vengativo del masoquista, cuya confianza en sí mismo está seriamente dañada, se desahoga al colocar a la otra persona en una posición desfavorable o al provocarla a conducirse con crueldad. El masoquista con frecuencia tiene la peregrina idea de que la piel, en especial la de las nalgas, se "calienta" o "quema". El deseo de que le rasquen con cepillos duros o lo golpeen hasta que se rompa la piel, no es más que el deseo de poner fin a la tensión por medio del estallido. Es decir, el dolor concomitante no es en modo alguno la meta; es sólo el acompañamiento desagradable de la liberación de una tensión, sin duda alguna verdadera. El masoquismo es el prototipo de una tendencia secundaria, y una demostración evidente del resultado de la represión de los impulsos naturales. En el masoquista, la angustia de orgasmo preséntase en forma específica. Otros enfermos, o no permiten que ocurra excitación sexual alguna en el genital propiamente dicho, o escapan hacia la angustia, como en el caso de los histéricos. El masoquista, en cambio, persiste en la estimulación pregenital; no la elabora en síntomas neuróticos. Ello aumenta la tensión y, en consecuencia, junto con la simultánea incapacidad creciente de descarga, aumenta también la angustia de orgasmo. Por lo tanto, el masoquista se encuentra en un círculo vicioso de la peor especie. Cuanto, más trata de deshacerse de la tensión, tanto más se enreda en ella. En el momento en que debiera ocurrir el orgasmo, las fantasías masoquistas se intensifican en forma aguda; a menudo no se tornan conscientes hasta ese mismo instante. El hombre podrá imaginar que lo están arrastrando a través de las llamas; la mujer, que le tajean el abdomen o que la vagina le estalla. Para muchos, ésta es la única manera de lograr un poco de gratificación. El ser forzado a estallar significa recurrir a la ayuda externa para conseguir alivio de la tensión. Dado que el temor a la excitación orgástica forma parte de toda neurosis, se encuentran fantasías y actitudes masoquistas en todos los casos de neurosis. El intento de explicar el masoquismo como la percepción de un instinto de muerte interno, como resultado del temor a la muerte, contradecía completamente la experiencia clínica. En realidad, los masoquistas sienten muy poca angustia mientras puedan ocuparse en fantasías masoquistas. Desarrollan angustia cuando tales fantasías son reemplazadas por mecanismos histéricos o neurótico compulsivos. Por el contrario, el masoquismo plenamente desarrollado es un medio excelente de evitar la angustia, ya que es siempre la otra persona la que hace las cosas malas o que obliga a hacerlas. Además, el doble significado de la idea de estallar (deseo y temor de alivio orgástico) explica satisfactoriamente todos los detalles de la actitud masoquista. El deseo de estallar (o el temor) que pronto encontré en todos los enfermos, me dejaba perplejo. No encuadraba dentro de los conceptos psicológicos usuales. Una idea debe tener un origen y una función determinados. Estamos acostumbrados a derivar ideas de impresiones concretas; la idea tiene su origen en el mundo externo y es transmitida al organismo por los órganos sensoriales en forma de una percepción; su energía proviene de fuentes interiores, instintivas. En la idea de estallar no podía encontrarse tal origen externo, lo que hacía difícil coordinarla. Pero de cualquier modo, podía yo consignar algunos descubrimientos importantes: El masoquismo no es un instinto biológico. Es el resultado de una perturbación de la gratificación y de un intento constantemente fracasado de superar esa perturbación. Es un resultado, no la causa, de la neurosis. El masoquismo es la expresión de una tensión sexual que no puede ser descargada. Su causa inmediata es la angustia de placer, es decir, el temor a la descarga orgástica. Consiste en el intento de hacer que justamente ocurra lo que más intensamente se teme: el alivio placentero de la tensión, alivio que se está vivenciando y temiendo como un proceso de estallido. La comprensión del mecanismo del masoquismo abría un camino hacia la biología. La angustia de placer del hombre se hizo comprensible como resultado de una alteración fundamental de la función del placer fisiológico. El sufrimiento y el deseo de sufrir son los resultados de la pérdida de la capacidad orgánica de placer. Con eso había yo descubierto la dinámica de todas las religiones y filosofías del sufrimiento. Cuando, en mi carácter de consejero sexual, tuve que tratar con gran número de cristianos, empecé a ver la conexión. El éxtasis religioso sigue exactamente el modelo del mecanismo masoquista: el individuo religioso espera de Dios, la figura omnipotente, el alivio del pecado interior, es decir, de una tensión sexual interior; alivio que el individuo no puede alcanzar por sus propios medios. El alivio es deseado con energía biológica: Pero al mismo tiempo se experimenta como "pecado", y por lo tanto el individuo no se atreve a obtenerlo por sí mismo. Otra persona debe proporcionárselo, en forma de castigo, absolución, salvación, etcétera. Más adelante volveremos sobre este particular. Las orgías masoquistas de la Edad Media, la Inquisición, los castigos religiosos, las torturas y actos de expiación descubren su función: son infructuosos intentos masoquistas de gratificación sexual. La perturbación masoquista del orgasmo se peculiariza porque el masoquista inhibe el placer en el momento de mayor excitación, y lo mantiene inhibido. Al obrar así crea una contradicción entre la tremenda expansión que está por ocurrir y la dirección inversa. En todas las demás formas de impotencia orgástica, la inhibición ocurre antes de la culminación de la excitación. Este menudo detalle, aunque al parecer sólo de interés académico, decidió la suerte de mi trabajo científico ulterior. Las anotaciones hechas por mí entre 1928 y 1934 aproximadamente, demuestran que mi labor biológica experimental hasta iniciar la investigación del bion tenía como punto de partida este descubrimiento. No puedo relatar aquí la historia completa. Tendré que sintetizar, o más bien, comunicar, esas primeras fantasías que nunca hubiera osado publicar, si no hubiesen sido confirmadas por la labor experimental y clínica de los diez años siguientes.