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LUIGI FERRAJOLI.
1. La epistemología garantista. Los principios sobre los que se funda el modelo clásico
garantista (estricta legalidad, la materialidad y lesividad de los delitos, la
responsabilidad personal, el juicio oral y contradictorio entre las partes y la presunción
de inocencia) son fruto de la tradición jurídica ilustrada y liberal. Éstos principios se
configuran como un esquema epistemológico de identificación de la desviación penal
encaminado a asegurar, respecto de otros modelos de derecho penal, el máximo grado
de racionalidad y de fiabilidad del juicio y, por tanto, de limitación de la potestad
punitiva y de tutela de la persona contra la arbitrariedad.
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una acción respecto de la que sea posible tanto la omisión como la comisión, una
exigible y la otra no forzosa y, por tanto, imputable a la culpa o responsabilidad de su
autor. Auctoritas, non veritas facit legem es la máxima que expresa este fundamento
convencionalista del derecho penal moderno y a la vez el principio constitutivo del
positivismo jurídico: no es la verdad, la justicia, la moral ni la naturaleza, sino sólo lo
que con autoridad dice la ley lo que confiere a un fenómeno relevancia penal. Y la ley
no puede calificar como relevante cualquier hipótesis indeterminada, sino sólo
comportamientos empíricos determinados, exactamente identificables como tales y
adscribibles a la culpabilidad del sujeto.
De ahí se deriva un modelo teórico y normativo del proceso penal como proceso de
cognición o de comprobación, donde la determinación del hecho delictivo tiene el
carácter de un procedimiento probatorio de tipo inductivo, que excluye las valoraciones
lo más posible y admite sólo o predominantemente, aserciones o negaciones –de hecho
o de derecho- de las que sean predicables la verdad o falsedad procesal. La concepción
cognoscitivista de la jurisdicción, junto a la convencionalista y empirista de la
legislación complementaria, se dirige a asegurar otros dos logros ético-políticos de la
cultura penal ilustrada. Ante todo el valor de la certeza en la determinación de la
desviación punible y la separación entre derecho y moral: sólo por convención jurídica,
y no por inmoralidad intrínseca o anormalidad, es por lo que un determinado
comportamiento constituye un delito.
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En la actividad judicial existen espacios de poder específicos y en parte insuprimibles
que es tarea del análisis filosófico distinguir y explicar para permitir su reducción y
control. Estos espacios son cuatro tipos: el poder de denotación, de interpretación o de
verificación jurídica; el poder de comprobación probatoria o de verificación fáctica; el
poder de connotación o de comprensión equitativa y el poder de disposición o de
valoración ético-política.
Ante todo, por muy perfeccionado que esté el sistema de garantías penales, la
verificación jurídica de los presupuestos legales de la pena nunca puede ser
absolutamente cierta y objetiva. La interpretación de la ley no es una actividad
solamente recognoscitiva, sino que siempre es el fruto de una elección práctica respecto
de hipótesis interpretativas alternativas. Y esta elección concluye en el ejercicio de un
poder en la denotación o calificación jurídica de los hechos juzgados.
En tercer lugar, los jueces deben discernir las connotaciones concretas que convierten a
cada hecho en distinto de los demás, por mucho que éstos pertenezcan al mismo género
jurídico. El juez debe hacer uso de la equidad. En el plano axiológico el modelo penal
garantista, al tener la función de delimitar el poder punitivo del estado mediante la
exclusión de los castigos extra o ultra legem en contra del reo, sirven para excluir su
responsabilidad o para atenuar las penas conforme a su singularidad.
Podemos llamar poder de cognición a la suma de los tres primeros poderes arriba
enumerados. La hipótesis que se desarrollará es que mientras los tres espacios que
forman el poder de cognición son en cierta medida irreducibles y fisiológicos, el espacio
dejado abierto al poder de disposición es el producto patológico de desviaciones y
disfunciones políticamente injustificados de los tres primeros; y que las garantías
penales y procesales forman el conjunto de técnicas de definición y de comprobación de
los presupuestos de la pena encaminadas a reducir todo lo posible el poder judicial
arbitrario y a satisfacer el modelo de manera parcial. Su realización perfecta es utópica,
pero el modelo delineado puede acogerse como parámetro y fundamento de
racionalidad de cualquier sistema penal garantista, y puede ser utilizado como criterio
de valoración del grado de validez o legitimidad de las instituciones penales y
procesales y de su funcionamiento concreto.
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2. Los modelos autoritarios.
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realizado mediante reglas del juego -como la carga de la prueba y el derecho de
defensa- que garanticen la “verdad procesal”, sino confiado a la sabiduría de los jueces
y a la “verdad sustancial” que ellos poseen.
Este modelo de juicio penal potestativo tiene una intrínseca naturaleza autoritaria, en
razón que el juicio se remite a la autoridad del juez que a la verificación empírica de los
supuestos típicos acusatorios. La jurisdicción se torna en una actividad administrativa, o
político o de gobierno, caracterizada por formas de discrecionalidad que desembocan en
abusos a las libertades individuales. La estricta legalidad constituye el fin y el rasgo
distintivo de la jurisdicción penal: en el sentido de que de sus pronunciamientos, la ley
aspira a predeterminar no sólo las formas sino también los contenidos.
Con una fórmula sintética, se puede decir que el juicio penal es un “saber-poder”, una
combinación de conocimiento (veritas) y de decisión (auctoritas). Las garantías legales
y procesales, además de garantías de libertad, son también garantías de verdad. La
definición de la noción de “verdad formal” o “procesal” y el análisis de las condiciones
en las que una tesis jurisdiccional es (o no es) “verificable” y “verificada” forman el
primer capítulo de una teoría analítica del derecho y del proceso penal y a la vez, los
principales parámetros de un sistema penal garantista.
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2. La concepción semántica de la verdad procesal como “correspondencia”. Verdad
fáctica y verdad jurídica. Lo que un juez penal comprueba y declara como
“verdadero”, es decir el tipo de proposición de la que es predicable la verdad procesal,
es que “Ticio ha (o no ha) cometido culpablemente tal hecho denotado por la ley como
delito”. Esta proposición se descompone en otras dos: una fáctica o de hecho y la otra
jurídica o de derecho. La primera es que “Ticio ha cometido culpablemente tal hecho”
(por ejemplo “ha ocasionado culpablemente a Cayo una herida curada en dos meses”);
la segunda es que “tal hecho está denotado por la ley como delito” (según el Código
Penal, lesiones graves). Ambos proposiciones se llamarán “asertivas”, “empíricas” o
“cognoscitivas” en el sentido de que es predicable su verdad o su falsedad (son
verificables y refutables) conforme a la investigación empírica. La verdad de la primera
es una verdad fáctica en cuanto es comprobable a través de la prueba del hecho y su
imputación al sujeto incriminado; la verdad de la segunda es una verdad jurídica que es
comprobable a través de la interpretación del significado de los enunciados normativos
que califican al hecho como delito. La primera es resoluble por vía inductiva conforme
a los datos probatorios, la segunda se resuelve por vía deductiva conforme al
significado de las palabras empleadas por la ley. El análisis de la verdad procesal
concluye en la verdad fáctica y en la jurídica, por tanto, una proposición jurisdiccional
se llamará (procesal o formalmente) verdadera si, y solo si, es verdadera tanto fáctica
como jurídicamente en el sentido así definido.
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diferencia de las ciencias naturales, tienen la particular característica, por la influencia
que ejercen sobre la legislación y la jurisdicción, de contribuir a construir, y no sólo de
representar o reconstruir, su objeto de indagación.
Esta diferencia entre “experimento” (de un hecho presente) y “prueba” (de un hecho
pasado) resquebraja profundamente el modelo ideal de la verdad procesal fáctica como
correspondencia objetiva.
Todas las controversias judiciales fácticas pueden ser concebidas como disputas entre
hipótesis explicativas contradictorias, entre la tesis de culpabilidad y de inocencia del
inculpado, pero ambas concordantes con las pruebas recogidas. Y la tarea de la
investigación judicial es eliminar el dilema a favor de la hipótesis más simple, dotada de
mayor capacidad explicativa y, sobre todo, compatible con el mayor número de pruebas
y conocimientos adquiridos con anterioridad.
3.- La subjetividad específica del conocimiento judicial. Bastarían los dos límites
descritos, el carácter probabilística de la verdad fáctica y el opinable de la verdad
jurídica, para privar a la verdad procesal de la certidumbre. Pero hay un tercer factor de
incertidumbre, se trata del carácter del juez. Éste siempre está condicionado por las
circunstancias en las que actúa, por sus sentimientos, sus emociones, sus valores ético-
políticos. Las actitudes deontológicas (imparcialidad, honestidad intelectual,
independencia de juicio, valoración crítica de la prueba ), son indispensables para dar
vida al modelo de proceso cognoscitivo, en oposición al ofensivo, donde el juez se hace
enemigo del reo, pero no son inevitables las deformaciones involuntarias, pues toda
reconstrucción judicial de los hechos pasados equivalen a su interpretación, a la que el
juez llega partiendo de hipótesis de trabajo que le llevan a valorizar algunas pruebas y a
descuidar otras y le impiden ver datos disponibles pero en contraste con ellas. En todo
juicio siempre está presente cierta dosis de prejuicio.
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Hay otro elemento de distorsión subjetiva de la verdad procesal, ligado a la
deformación profesional específica del juez. Son los filtros jurídicos interpuestos entre
el juez y la realidad del mundo de normas dentro del cual debe subsumir los hechos que
ha de comprobar. El conjunto de normas forma una lengua que condiciona el lenguaje
operativo del juez y su aproximación a los hechos que ha de juzgar. Se suma la
subjetividad de muchas fuentes de prueba no impersonales: interrogatorios, testimonios,
reconocimientos, careos, pericias, las denuncias y querellas.
Se comprende que hay una mayor autenticidad en las pruebas judiciales por su
“naturaleza artificial”, ya que son producidas o reproducidas dentro del proceso penal,
pero solo si satisfacen las garantías del juicio contradictorio, la oralidad, la inmediación
y la publicidad de las pruebas que caracterizan el proceso acusatorio. Falta en el
inquisitivo, donde las pruebas son practicadas en secreto y por escrito. En este caso, las
fuentes de prueba pierden viveza y degeneran en “documentos” del pasado, y sufren una
ulterior deformación subjetiva: la transcripción de las declaraciones. Estas no es un
registro mecánico sino un ulterior filtro insertado en el proceso de producción de la
prueba y formado por la subjetividad de los declarantes (policías, fedatarios, secretarios,
fiscales, peritos y otros sujetos distintos del juez), quienes reformulan las declaraciones
en su lenguaje personal, sometiéndolas a sus esquemas jurídico-interpretativos,
habitualmente acusatorios.
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dentro del proceso, es decir, esa especie de cerrazón, de “espíritu forense, espíritu de
litigio, enredo y cábala” que todavía los hace maestros en complicar lo que es simple y
en simplificar lo que es complejo y que hizo definir a Bentham a la jurisprudencia como
“el arte de ignorar metódicamente lo que es conocido por el mundo entero”.
A2. Nullum crimen sine lege. Principio de legalidad, en sentido lato o estricto.
A3. Nulla lex (poenalis) sine necesitate. Principio de necesidad o economía del derecho
penal.
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A4. Nulla necessitas sine iniuria. Principio de lesividad o de la ofensividad del acto.
A8. Nullum iudicium sine accusatione. Principio acusatorio o de la separación del juez
de la acusación.
Estos diez principios definen el modelo garantista o de responsabilidad penal, esto es,
las reglas del juego fundamentales del derecho penal, convirtiéndose en principios
jurídicos del moderno estado de derecho.
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4. Modelos punitivos irracionales. Son tres. El primero es el de mera prevención, que
forman un conjunto de instituciones previstas en los códigos de procedimientos penales:
arraigo, detención administrativa, medidas cautelares, prisión preventiva, que flanquea
al derecho penal ordinario o retributivo. En ellos, la ausencia del nexo entre pena y
delito disuelve la garantía de la legalidad, además de los vínculos de jurisdiccionalidad
y de juicio, al estar desvinculado de cualquier condición subjetiva preexistente e
informado, por meros criterios de discrecionalidad administrativa, degenera en
procedimiento policial de estigmatización moral, política o social.
Los otros dos sistemas, uno es representado por el estado policial y el otro por la justicia
del cadí.
Estos dos extremos son “derecho penal mínimo” y “derecho penal máximo”, según los
mayores o menores vínculos garantistas estructuralmente internos al sistema, o por la
cantidad y la calidad de las prohibiciones y las penas en él establecidas. Entre estos
extremos existen muy diversos sistemas intermedios. En los ordenamientos de los
modernos estados de derecho, caracterizados por la diferenciación en varios niveles de
normas, estas dos tendencias conviven entre sí, caracterizando una a los niveles
normativos superiores y otra a los inferiores.
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típicos penales y la extensiva de las circunstancias eximentes o atenuantes en caso de
duda.
2. Dos modelos de certeza relativa. La certeza perseguida por el derecho penal máximo
está en que ningún culpable resulte impune, a costa de la incertidumbre de que también
algún inocente puede ser castigado, in dubio contra reum. La certeza perseguida por el
derecho penal mínimo está en que ningún inocente sea castigado, a costa de la
incertidumbre de que también algún culpable pueda resultar impune, se garantiza por el
principio in dubio pro reo.
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alguna que no esté decretada por una ley exactamente aplicable al delito de que se
trata”.
Estos nexos fueron comprendidos por el pensamiento penal ilustrado. “Donde las leyes
son claras y precisas, el oficio del juez no consiste más que en asegurar un hecho.”
Beccaria. El ideal de la claridad, de la simplicidad, de la coherencia y de pocas leyes,
sobre todo penales, es común a toda la tradición ilustrada: Hobbes, Montesquieu,
Voltaire, Rousseau, Bentham, Condorcet. Naturalmente, este ideal nunca es plenamente
alcanzable al existir siempre un margen de incertidumbre y por tanto, de
discrecionalidad en la interpretación de la ley penal. Pero esta margen puede ser
reducido, logrando una mayor certeza jurídica, según que el lenguaje de la leyes sea
preciso o vago, denote hechos o exprese valores y esté libre o no de antinomias
semánticas.
Para aclarar lo anterior, sirvan los siguientes ejemplos: el robo agravado previsto por la
fracción III del artículo 183 del Código Penal para el Estado de Querétaro: “Si el robo
es cometido …. Estando la víctima en un vehículo particular o de transporte público”,
que es una circunstancia exactamente denotada, si la víctima es un conductor o pasajero
de un vehículo particular o de servicio público, el tipo penal se agrava verificando
empíricamente tal circunstancia, mediante las pruebas que se rindan en el proceso. Por
su parte, la fracción VIII señala otro modalidad de robo agravado y que es cuando sea
cometido “Quebrantando la confianza o seguridad derivada de una relación de servicio,
trabajo u hospitalidad”, que es una circunstancia vaga e indeterminada por las variadas
interpretaciones, extensas o estrictas, asociables a las palabras “confianza”,
“seguridad”, “relación de servicio”, que permite en su caso al Ministerio Público
concluir que la conducta es grave según la valoración que haga de la relación entre el
autor y la víctima, si tal pueda ser de confianza o seguridad, y a su vez el Juez podrá
modificar tal valoración, atendiendo a los argumentos de la defensa y también según su
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criterio personal para verificar la existencia o no de una relación entre víctima y
victimario y calificarla como de “confianza” o de “seguridad” o de “servicio”. En el
primer caso, el juicio puede ser indiscutiblemente afirmado como verdadero o falso; en
el segundo, su verdad o falsedad jurídica es ampliamente indecidible.
Una alternativa más tajante se produce según el lenguaje del legislador excluya o
incluya términos valorativos. Como ejemplo de norma penal que designa un hecho y no
valores se puede indicar en el artículo 125 del Código Penal: “Comete homicidio el que
prive de la vida a otra persona”; en el otro extremo, como ejemplo de norma penal que
expresa un valor y que por lo tanto lesiona el principio de estricta legalidad, se tiene el
artículo 167 “Comete el delito de estupro al que por medio de la seducción y engaño
realice cópula con mujer casta y honesta, púber, menor de 17 años”.
También insolubles sin opciones discrecionales son las antinomias semánticas, que se
producen siempre que de un mismo hecho se pueden dar varias calificaciones o
denotaciones jurídicas concurrentes y no exista criterio que permita decidir cuál es la
aplicable. De otro ejemplo tomado de nuestro Código Penal, se tiene la hipótesis
normativa contenida en el artículo 236 del Código Penal, referido a la corrupción de
menores, y que describe la conducta de que “induzca o incite a un menor a realizar
actos sexuales”, puede ser exactamente aplicable al tipo de estupro, con la sinonimia de
la palabra “seducción” por los de “inducción o incitación”. Sin duda el artículo 236 es
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un tipo penal moderno, que protege con mejor técnica legislativa el bien jurídico
tutelado que es la protección y salvaguarda de la integridad física y emocional de los
menores de edad, a cambio del diverso 167, que permanece con reminiscencia de otros
tiempos.
¿Qué es lo que prueba, el hecho de que Juan testifique que ha visto salir a Pedro
blandiendo un cuchillo ensangrentado de la casa de Luis poco antes de que éste fuese
encontrado muerto? Es prueba probable según la sinceridad que acreditemos a Juan, del
hecho que éste ha visto a Pedro salir con un cuchillo en la mano de la casa de Luis poco
antes de que éste fuera encontrado muerto. Este segundo hecho, es sólo un indicio,
probable según la fiabilidad que atribuyamos a la vista de Juan, del hecho de que Pedro
ha salido realmente de la casa de Luis en las sospechosas circunstancias referidas por
Juan. Y este tercer hecho es de nuevo solamente un indicio probable según la
plausibilidad de los nexos causales establecidos por nosotros, del hecho de que Pedro ha
asesinado a Luis. Tenemos en ésta historia, no una sino tres inferencias inductivas: la
que del testimonio de Juan induce como verosímil que él ha visto la escena que
describe; la que de tal indicio induce como verosímil que Pedro ha tenido el
comportamiento sospechoso que describe Juan; la que de este indicio induce como
verosímil la conclusión de que Pedro asesinó a Luis. Si además no hemos escuchado el
testimonio de Juan de viva voz sino que disponemos sólo del acta en la que se
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transcribió, también el testimonio resulta degradado a indicio, y a las tres inferencias
debemos añadir una cuarta: la que va del acta al hecho, del cual el acta es solamente
prueba de que en el pasado Juan ha declarado cuanto ha sido descrito sin que sus
deposiciones hayan sido malentendidas, distorsionadas o constreñidas.
Respecto del delito, las pruebas recogidas en un proceso casi nunca son pruebas directas
sino indirectas, es decir, pruebas de indicios a su vez directos o indirectos. Mientras las
pruebas son objeto de experiencia directa, los indicios son hechos del pasado y son más
directos respecto de la hipótesis explicativa final, pero las pruebas son más directas
respecto de la experiencia probatorio inicial.
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donde es necesaria la prueba legal, como el acusatorio, donde el juez es pasivo frente a
la actividad probatoria de las partes y está vinculado a ella.
La hipótesis acusatoria debe ser confirmada por una pluralidad de pruebas o datos
probatorios, debe ser formulada de tal modo que implique la verdad de varios datos
probatorios y la explicación de todos los datos disponibles, para efecto de justificar la
inducción de la culpabilidad o de la inocencia.
Más importante que la necesidad de la prueba es la garantía del contradictorio, esto es,
la posibilidad de la refutación o de la contraprueba. La garantía de la defensa consiste
precisamente en la institucionalización del poder de refutación de la acusación por parte
del acusado. A tal fin, todas las implicaciones de la hipótesis deben ser explicitadas o
ensayadas, de modo que sean posibles las pruebas y contrapruebas.
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Estas tres garantías, junto con la estricta legalidad o verificabilidad de las hipótesis
acusatorias, aseguran la estricta jurisdiccionalidad del proceso penal. Gracias a ellas, el
proceso se configura como una contienda entre hipótesis en competencia que el juez
tiene la tarea de dirimir: la carga de la prueba en apoyo de la acusación resulta integrada
por la carga de la contraprueba o refutación de las hipótesis en competencia; el derecho
de defensa o refutación está a su vez integrado por el poder de planteamiento de contra-
hipótesis compatibles y capaces de suministrar explicaciones alternativas; y la
motivación del juez resulta una justificación adecuada de la condena, si además de
apoyar la hipótesis acusatoria no contradicha por ninguna contraprueba, pueda también
desmentir las contrahipótesis. De aquí el valor de la separación, según el esquema
triangular, entre acusación, defensa y juez: la primera tiene la carga de descubrir
hipótesis y pruebas, la defensa tiene el derecho de contradecir con contrahipótesis y
contrapruebas, mientras el juez, cuyos hábitos profesionales son la imparcialidad y la
duda, tiene la tarea de ensayar todas las hipótesis, aceptando la acusatoria sólo si está
probada y rechazándola a favor del reo, si es desmentida y también si no es desmentida
por todas las hipótesis en competencia.
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de una concepción predominantemente silogística y extra-valorativa de la cognición
judicial y de la aplicación de la ley. Esto en razón de que se han analizado solamente los
poderes de denotación y de verificación en las dos inferencias teóricas: la inducción
fáctica y la deducción jurídica. Pero aparte de estos dos poderes, existe un tercer poder
que compone el razonamiento judicial, el cual no es susceptible de verificación jurídica.
“La equidad es la justicia del caso concreto”, dijo Aristóteles. La equidad serviría para
colmar la distancia entre la abstracción del supuesto típico legal y la concreción del caso
juzgado. Sin embargo, esta concepción permite considerar a la equidad como una
operación subsidiaria o extraordinaria, no intra, sino extra o contra legem. Este equívoco
ha ocasionado malentendidos políticos y estériles contraposiciones teóricas entre
equidad y legalidad. Todavía hoy es un lugar de la filosofía jurídica que se confunde a
veces con la contraposición entre formalismo y antiformalismo, o peor, entre
iuspositivismo y iusnaturalismo: la equidad sería así una especie de “muleta de justicia”
consiste en una “tendencia opuesta al formalismo”; o un medio para suplir las lagunas o
errores de la ley mediante el reenvío al derecho natural, a la conciencia social o a la
discrecionalidad normativa del juez. En todos los casos la equidad está acreditada como
fuente de derecho alternativa a la legalidad, o bien como instrumento más o menos
excepcional de interpretación y de integración de la ley. Con la consecuencia de que su
aceptación sirve para favorece orientaciones sustancialistas y decisionistas contrarias al
principio de legalidad, su rechazo resulta engranado con orientaciones obtusamente
formalistas y abstractamente legalistas.
La ley connota lo que el juez denota, y denota lo que el juez connota. Legalidad
(denotación) y equidad (connotación) pueden ser concebida consiguientemente como
dos aspectos distintos del conocimiento judicial: el juicio de legalidad corresponde a la
verificación de las características esenciales y comunes que permiten afirmar que un
caso individual entra en una clase de delitos connotada por la ley; el juicio de equidad
consiste en cambio en la comprensión de las características accidentales y particulares
del caso individual verificado y no connotadas por la ley. Es términos menos rigurosos y
más simples, esta distinción puede ser expresada mediante lengua y lenguaje jurídicos,
entendida la primera como el conjunto de las reglas de uso de las expresiones
empleadas en el segundo. Diremos: a) robo es un predicado que designa en la lengua
legal el concepto jurídico de robo definido en abstracto por la ley y expresa en el
lenguaje judicial los caracteres esenciales o constitutivos del hecho concreto
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denominado robo por el juez; b) que los caracteres particulares y accidentales de tal
hecho concreto, son expresables en el lenguaje judicial con las palabras de la lengua
común.
Esta función de la equidad es una opción política del derecho penal mínimo. El derecho
penal de menores es donde mayor es el espacio concedido por la ley a la
comprensión equitativa, pues está informado por criterios sustancialistas de equidad
dirigidos a favorecer al reo. El Código Penal en la imposición de las sanciones, en
donde se estipulan máximo y mínimos legales de pena para cada tipo de delito,
contradiciendo el principio de derecho penal mínimo, y humilla la función del juez, al
no consentirle valorar plenamente la posible falta de gravedad alguna de un caso
concreto respecto de la gravedad del tipo de delito abstracto valorada por la ley.
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hecho, la verificación del tipo de delito y la comprensión de sus específicas y concretas
particularidades.
No hay una frontera rígida que delimite el poder de verificación y poder de disposición,
entre modelo garantista de derecho penal mínimo y modelo no garantistas de derecho
penal tendencialmente máximo. Sólo se puede decir que el banco de pruebas del sistema
garantista de un sistema penal y procesal está constituido por la posibilidad de
refutación de las hipótesis acusatorias. La verdad procesal es una verdad alcanzada
mediante garantías o reglas de juego codificadas que aseguran esencialmente la
posibilidad de confutar las hipótesis acusatorias, desde el inicio de la averiguación hasta
la sentencia definitiva, mediante contrapruebas o contrahipótesis. Donde la refutación es
imposible, la definición legal y/o judicial de lo que es punible no permite juicios
cognoscitivos, sino solo juicios potestativos, de forma que la libre convicción no se
produce de la verdad sino sobre otros valores. Y esto puede ocurrir porque la hipótesis
legal o judicial no está formada por proposiciones que designan hechos sino por juicios
de valor o de significado indeterminado del tipo: “Juan es peligroso”, “Pedro es un
subversivo” o “tal conducta es inmoral”; o bien por presunciones o preclusiones
normativas que de hecho exoneran a la acusación de la carga de la prueba o precluyen a
la defensa el contradictorio y la confutación. En estos casos no se da juris-dicción en
sentido propio, sino mero ejercicio de represión; no juicio de comprobación, sino simple
decisión: derecho penal “sin verdad” y “sin saber”, confiado a la voluntad discrecional o
sea, al poder de los órganos juzgadores.
Se comprende así el alcance y los límites del garantismo. El garantismo penal es ante
todo un modelo cognoscitivo de identificación de la desviación punible basado en una
epistemología convencionalista y refutacionista (o falsacionista) hecha posible por los
principios de estricta legalidad y de estricta jurisdiccionalidad. Es además un modelo
estructural de derecho penal caracterizado por algunos requisitos sustanciales y por
algunas formas procedimentales en gran parte funcionales a tal epistemología: como la
derivabilidad de la pena respecto del delito, la exterioridad de la acción criminal y la
lesividad de sus efectos, la culpabilidad o responsabilidad personal, la imparcialidad del
juez y su separación de la acusación, la carga acusatoria de la prueba y los derecho de la
defensa. Sólo garantiza la justicia formal, esto es, una técnica de definición legal y
método de comprobación judicial de la desviación punible que reducen al mínimo los
momentos potestativos y los elementos de arbitrio en el derecho penal. Esta justicia
formal, al coincidir con la seguridad y o verdad legal de las decisiones jurisdiccionales,
es el presupuesto necesario, aunque insuficiente, de cualquier remedo de justicia
sustancial. P. 169.
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sigue una ilegitimidad política estructural del poder de disposición del juez y de sus
decisiones
3. Los principios generales del derecho como criterios de orientación del poder de
disposición. Esta ilegitimidad estructural del poder judicial es fisiológica en una cierta
medida en el moderno estado de derecho, donde caracteriza a todos los poderes
legitimados conforme a valores: la democracia, la libertad, la satisfacción de
necesidades primarias, etc, los cuales tienen rango constitucional pero nunca son
satisfechos. Pero esto no exonera al juez del deber y la responsabilidad de las
decisiones. Esta es una aporía en la estructura de los sistemas penales positivos: el
deber jurídico de decidir incluso ilegítimamente como fundamento efectivo de la
legitimidad relativa (a la ley, pero no a los principios constitucionales) del poder judicial
de disposición. Estas decisiones son predominantemente juicios de valor, pero
susceptibles de argumentación y de control conforme a criterios pragmáticos de
aceptación, que no son más que los principios generales del ordenamiento, es decir,
principios políticos expresamente enunciados en las constituciones y en las leyes o
implícitos en ellas y extraíbles mediante elaboración doctrinal. Son ejemplos: la
presunción de inocencia, in dubio pro reo, el de coherencia con los precedentes
jurisdiccionales, el respeto a la persona, el de libertad, el de interés superior del niño,
etc. Exigen elecciones y valoraciones irreductiblemente discrecionales que remiten a la
responsabilidad política y moral del juez, pero ella es un factor de racionalización del
poder de disposición y de limitación del arbitrio. La función específica de los principios
generales es precisamente la de orientar políticamente las decisiones y permitir su
valoración y control cada vez que la verdad procesal sea en todo o en parte indecidible.
Un sistema penal es más próximo al modelo garantista del derecho penal mínimo cuanto
más está en condiciones de expresar principios generales idóneos para servir como
criterios pragmáticos de aceptación o rechazo de las decisiones del poder judicial. El
garantismo no tiene nada que ver con el legalismo y el literalismo. Por el contrario,
critica la ideología mecanicista de la aplicación de la ley.
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