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LA PENA DE MUERTE. ABOLICIONISMO O RETENCIONISMO.

(Ensayo)
Por: José Luis Coba Uriarte

Según el Art. de la Constitución de 1993, “”. Este precepto es el resultado de un largo


proceso histórico transnacional que parecía llevar a una progresiva abolición de la pena
de muerte. Sin embargo, en la actualidad, los políticos de hoy, piensan en una reforma
constitucional, para poder implementar la pena de muerte a delitos aberrantes.

Antes de analizar el alcance de la declaración constitucional citada, conviene detenerse


brevemente en las líneas más generales del proceso histórico mencionado.

Se distinguen, a menudo, dos grandes fases en la historia de la pena capital. El siglo


XVIII trazaría la frontera entre ambas. Hasta sus postrimerías la pena de muerte se
aplicó de forma masiva, tanto por su frecuencia como por el número de figuras
delictivas a las que se señalaba.

“La pena de muerte- escribe Antón Oneca1 - se aplicó en el Antiguo


Régimen con gran extensión y dureza. El alemán Carpzovio se jactaba de haber
pronunciado más de diez mil condenas capitales y de haber enviado más de un
centenar de brujos a la hoguera. Hechos hoy castigados levemente e impunes,
como un simple hurto o el contrabando de la sal, eran crímenes que acarreaban
el último suplicio en Francia.”

La historia nos indica que en el reinado de Enrique VIII (siglo XVI) fueron ejecutadas
en Inglaterra, como vagabundos, 27 000 personas. En el mismo país, en el año 1800
todavía se castigaban con la muerte más de doscientos delitos. En España, por virtud de
la Real Pragmática de 23 de febrero de 1734, Felipe V ordenó la pena de muerte para el
mayor de 17 años que hurtara en la Corte o en su rastro, “sin arbitrio para templar o
conmutar esta pena en alguna otra más suave y benigna”.

Por otra parte, hasta fines del s XVIII la pena de muerte no sólo perseguía la privación
de la vida, sino también infligir dolor al condenado. La pena de muerte aparecía, en este
sentido, como la culminación de la escala de las penas corporales. También éstas se
aplicaban con profusión, cuando no se llegaba a la de muerte. No es de extrañar que
siendo usuales no sólo los azotes, sino también el tormento de las mutilaciones, se
rodease a la pena capital de formas de ejecución igualmente dolorosas. Aquellas penas
corporales eran a menudo el preámbulo de la última pena.

La Ilustración, y la corriente humanizadora del Derecho penal que ella determinó,


propiciaron desde fines del s XVIII una reacción contra las penas corporales y
lógicamente, también un cambio de concepción de la pena de muerte. Esta empieza a
limitarse a unos pocos delitos de máxima gravedad, al tiempo que va perdiendo su
finalidad de producción de dolor físico para convertirse en la pura privación de la vida.
Se buscan, por ello las formas de ejecución más rápidas e indolorosas. Así se justificó la
introducción de la guillotina en la Francia revolucionaria, y del garrote en la España
decimonónica (1828).

1
Antón Oneca. Del Delito y de la pena, 1982
Se iniciaba así un proceso de retroceso de la pena de muerte que ha desembocado en su
abolición-aunque con frecuencia con la salvedad de leyes militares en tiempo de guerra-
en la mayoría de países de nuestro ámbito de cultura. Dicha abolición ha solido ir
precedida de una progresiva disminución de la aplicación de la pena capital. Incluso en
los países en que se mantiene excepcional o poco frecuente, aparte de que ,más de un
10% de dichos países son abolicionistas de hecho. Por otra parte, también han ido
desapareciendo las ejecuciones públicas en plazas o calles. Todo ello es muestra de un
cambio de sensibilidad frente a la pena de muerte.

En la Europa occidental, sólo Bélgica y Grecia mantienen en sus


legislaciones la pena de muerte para delitos comunes, pero estos países
son abolicionistas de hecho. Entre los países desarrollados las
excepciones son Japón (aunque para casos excepcionales) y EEUU, en
los que existen Estados en que aún se mantiene y se ejecuta la pena
capital, pese a que durante un tiempo (1972) el Tribunal Supremo
norteamericano la consideró inconstitucional. En el antiguo bloque
socialista predomina todavía la admisión de la pena de muerte, aunque en
1992 la República Checa, Hungría y Rumania la habían ya abolido. En
América Latina es ampliamente mayoritaria la abolición. Pero en el
Tercer mundo son franca mayoría los países retencionistas2

Los argumentos que se esgrimen a favor de la pena de muerte no son suficientes para su
mantenimiento en nuestro tiempo. Expondremos algunas a continuación.

1. Que la historia alegue la existencia de la pena de muerte en todas las épocas


anteriores. Refutable, pues en la actualidad la tendencia histórica ha cambiado
de signo y apunta claramente, en la mayoría de países, hacia la abolición.
Resultando preocupante que en nuestra actualidad se quiera volver a la pena de
muerte, bajo el argumento de la mano dura.
2. Que existe una necesidad de retribución a delitos sumamente graves.
Refutable también, pues sería difícil encontrar una medida que indique qué
delito es grave y cuál es su pena máxima. Para definir política, social y
jurídicamente la gravedad de una pena se deben considerar diversos elementos
sociales que dependen de cada cultura. El riesgo es que las coyunturas sociales
y políticas, hagan ampliar esta consideración de gravedad. En otras palabras. Si
un delito se llegara a penar con la muerte, más tarde, otro que hoy se considera
menos grave, también podría a llegar a tener la misma pena.
3. Que existe una necesidad preventiva general. Como si la pena de muerte fuera
disuasoria. Las estadísticas demuestran que en los países en que se ha abolido la
pena de muerte no ha aumentado por ello la comisión de los delitos antes
castigados con la misma. Especial atención a este aspecto se concedió en el
Reino Unido, en donde el 9 de noviembre de 1965 se suprimió la pena capital
para Inglaterra, Gales y Escocia por un período de prueba que expiró el 31 de
julio de 1970. Durante dicho plazo se advirtió que no podía establecerse ninguna
relación directa entre la abolición de la pena de muerte y algún aumento de los
delitos de asesinato-de los que aquella pena había desaparecido-.La abolición se
convirtió, pues, en definitiva.

2
Santiago Mir Puig, “Derecho Penal Parte General”. 2002
Así, no son convincentes los argumentos tradicionales a favor de la pena de muerte.
Existe , por el contrario, una idea básica que se opone a su mantenimiento: la pena de
muerte se siente en nuestro momento cultural como excesivamente cruel, demasiado
inhumana.
Es incoherente suprimir las penas corporales por reputarlas contrarias a la dignidad
humana y demasiado crueles, y mantener en cambio la pena de muerte, que anula por
completo al individuo. Aunque, ya nuestros audaces padres de la patria tienen en
mente, por ejemplo la castración química, aplicable a violadores sexuales.

Otro argumento a favor de la abolición de la pena de muerte, es la absoluta


irreparabilidad de errores judiciales tras la ejecución de la pena capital. De hecho, la
existencia de errores de esta clase es una realidad. Por último, la pena de muerte hace
necesaria la siniestra profesión del verdugo, cuya existencia encuentra sentido en la
destrucción de otras existencias.

Finalmente, cabe preguntarse si el Estado, quien tiene la obligación de brindar


seguridad a la sociedad, (que utiliza al Derecho Penal y a las penas, como
resocializadoras y rehabilitadoras de delincuentes) puede evadir su responsabilidad
principista privando de la vida a seres humanos.

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